martes, 28 de diciembre de 2010

Interludio 4: Milagro de Invierno

me apuesto lo que sea que pensabais que no postearía antes de fin de año, eh?






Era el Solsticio de Invierno y como cada año su madre planeaba enviarlo con sus tíos. El muchacho recordaba vagamente cuando no había sido así. Recordaba una cena de Solsticio en casa, con su padre y su abuelo, antes del accidente en la mina que se los había llevado a ambos.

Desde entonces su madre había tenido que trabajar y le enviaba cuando podía a casa de los tíos Salman y Noaín. Quería mucho a sus tíos, pero odiaba la casa de los Yahir. La había odiado siempre. Con esos jardines grandes como la plaza del pueblo, esos ventanales de colores y su habitación llena de juguetes.

Bueno, no la había odiado siempre. Había sido incluso divertido ir a jugar allí con el pequeño de los Yahir, pero en los últimos años se había vuelto arisco y antipático y ya no le llamaba para escaparse de casa e ir a jugar a la Casa Secreta. Decía que ya era mayor y se las daba de adulto y misterioso, siempre yendo y viniendo sin que nadie supiera donde se metía. Hasta que el año pasado había intentado seguirle y el muy estúpido le había echado de malos modos. Así que se lo había contado a su hermano mayor en cuanto había regresado a la casa, que Haze se estaba escapando en dirección a las Tierras Desconocidas. Y debió de caerle una buena bronca, porque en cuanto él y Jaron regresaron a casa largas horas después se encerró en su cuarto y pasó allí la mayor parte del tiempo en las siguientes semanas.

Y ahora odiaba la casa de los Yahir y a los señoritongos que la habitaban. No quería pasar otro Solsticio con ellos. Ere muy injusto.

Su madre siempre le decía que tenía que pedir un deseo para el Solsticio de Invierno, que los deseos de invierno siempre se concedían a los niños buenos. Hacía años que sabía que no era verdad. Daba igual si eras bueno o malo, los deseos no se cumplían. Pero era un hábito dificil de perder, así que mientras acababa de empaquetar sus cosas deseó que ocurriera algún milagro y él no tuviera que ir a casa de los Yahir nunca más.

En la cocina encontró el desayuno, como siempre, pero no a su madre. Su madre nunca estaba cuando él bajaba a desayunar. Miró el plato, decorado con azucar glacé para darle un toque invernal, y pensó que precisamente una buena nevada era lo que él necesitaba. A fuera, en los caminos. Una buena nevada que le impidiera viajar hasta Suth Blaslead.


Pero los caminos estaban despejados, pensó amargamente mientras masticaba una rosquilla y miraba por la ventana. Se acabó el desayuno con resignación y recogió la mesa antes de ir de nuevo a su habitación a por sus cosas. Aún quedaba una hora antes de que el transporte saliera hacia Suth Blaslead, pero prefería esperar al aire libre.

El chico se sentó en un banco de la plaza lamentando su suerte y observando a la gente ir y venir. Había pocas casas decoradas por su barrio y no se respiraba un aire demasiado festivo, pero un grupo de niños jugaba con la capa de hielo que se había formado en la fuente aprovechando que esa mañana no había que ir a la escuela. Y él no podía ir a jugar porque tenía que coger el estúpido transporte hasta la estúpida casa de los Yahir porque no había ninguna magia de solsticio que fuera a concederle su estúpido milagro.

-Oh, por favor, por favor... Me vale cualquier cosa -murmuró mirando al cielo, esperando la nevada, la lluvia torrencial.

Pero el cielo estaba despejado y no había una sola nube y los niños habían roto casi todo el hielo de la fuente y los mayores les estaban riñendo porque iban a mojarse y el transporte venía a lo lejos, ya podía verlo, y él iba a tener que subir quisiera o no.

Por eso, porque ya no esperaba ningún milagro, le sorprendió ver bajar a tío Salman del coche llevando a tía Noaín del brazo. La mujer parecía encogida y mucho más vieja que el año anterior. Y lloraba. Lloraba sobre el hombro de su marido y parecía no tener consuelo.

El muchacho se detuvo frente a su tío sin saber qué decir.

-Iba a coger el transporte -fue todo lo que se le ocurrió.

Salman le puso una mano en la cabeza y Noaín le abrazó con una fuerza tal que creyó que iba a ahogarle.

-Este año pasaremos el Solsticio aquí -le explicó su tío esbozando una sonrisa que pretendía ser tranquilizadora.

-¿Por qué?

Por toda respuesta su tía arrancó a llorar de nuevo y Salman negó con la cabeza, abrazando a su esposa contra sí.

-Mejor en casa.

El chico llevó su equipaje y el de sus tíos hasta casa, acongojado por la pena que transpiraban y la certeza de saber que era su deseo, su milagro, que parecía estarse cumpliendo.

No fue hasta que estuvieron sentados en la cocina, con una Noaín más calmada y un poco de té en el fuego que Salman le habló de la tragedia de los Yahir. Y supo que no iba a volver nunca más a jugar en la casa Yahir porque Haze, el que una vez fue su amigo, había muerto. O eso creían, puntualizó Noaín, pues había desaparecido hacía dos semanas y podía estar vivo en algún lugar.

Con el paso de los meses esa esperanza se desvaneció, así como el duelo, que poco a poco se fue haciendo llevadero para sus tíos y quedó en un recuerdo vago para él.

Pero fue la última vez que pidió un deseo, de Solsticio o de lo que fuera. Si ese era el modo de la vida de concederlos más le valía ser artífice de su propia suerte lo que le quedaba de ella.

jueves, 9 de diciembre de 2010

tercera parte, capítulo vigésimo septimo





Mireah le contó mientras él se vestía y esperaban una muda limpia par ala humana cómo habían sido atacados por los humanos, como había encontrado a Jaron y, finalmente, lo ocurrido en Leahpenn. Tuvo tiempo de contarle también lo que el muchacho había compartido con ella referente al ejercito humano antes de quedarse dormida mientras él, a su vez le hablaba de las aburridas horas en Segaolin’ear.

Haze supo que era una señal. Una señal tan clara como cuando hacia sesenta y siete años Zealor se había ido corriendo al saber la ubicación de Jaron y Sarai. Como entonces supo lo que tenía que hacer. Y también, como entonces, que era un suicidio, que lo mejor era fingirse tan estúpido e inútil como todos siempre creyeron que era. Pero no se quedó en casa entonces y no iba a quedarse en casa ahora.

Así que se ciñó la capa sobre los hombros y se acercó a ella, acariciando su frente, retirando los desordenados mechones de rizado azabache de delante de sus ojos. No podía creer la suerte que había tenido al encontrarla. Perderla, perder la oportunidad de estar junto a ella, era lo único que le frenaba. Pero no lo merecía, como no lo mereció entonces. La felicidad era algo que se ganaba y ya era hora de que él hiciera algo por la suya.

Besó la frente de su princesa aunque en seguida se arrepentió. La muchacha abrió un ojo, perezosa y soñolienta.

-¿Dónde vas? -Quiso saber.

-Yo... -Haze suspiró-. Iba a estirar las piernas. Duerme, mujer, que hace al menos dos días que no duermes como es debido.

La muchacha frunció el ceño, incorporándose y sentándose en la cama. Sus ojos negros le miraron con seriedad mientras tomaba la cara de Haze entre sus manos.

-No me mientas, por favor. A mí no.

El elfo le tomó las manos para poder retirar la mirada.

-Sabes que debo ir.

Ella retiró las manos enfadada, o tal vez dolida. No se atrevió a mirarla a los ojos para averiguarlo.

-¿Por qué? Él no lo haría por ti. De hecho, no lo hizo. Se quedó atraś mientras Zealor te torturaba, posiblemente rezando para que llegáramos tarde.

Haze esbozó una sonrisa torcida.

-Pensé que se había quedado cuidando a Alania.

Mireah resopló y supo que habían sido las palabras equivocadas.

-No le justifiques. Odio cuando le justificas.

-Intentaré recordarlo.

-¡Haze!

La princesa tenía las mejillas arreboladas de indignación. En un intento de calmarla tomó sus manos de nuevo y las besó.

-Lo siento, Princesa, pero el odio de mi hermano no es excusa para abandonarlo a su suerte.

-No te merece -insistió. No relajó sus labos fruncidos, pero la barbilla empezó a temblarle.

-Claro que sí. Nos merecemos el uno al otro -acarició la mejilla de la humana que cerró los ojos al contacto de su mano-. Yo le arrebaté su futuro, es justo que ahora arriesgue el mío por él.

-No, no es justo.

-Mireah... Si Jaron no hubiera dado la alarma en Leahpenn quien sabe si hubiérais llegado hasta aquí. Le llevarían al castillo, pero allí sólo está Zealor. Ya sabes de lo que es capaz.

Su princesa suspiró y asintió, secándose las lágrimas antes de que llegaran a escapar.

-Entonces voy contigo.

-No.

-No te estaba pidiendo permiso, Haze.

-Por favor... Debes quedarte con Jaron. Ya le has visto antes. No está cómodo aquí... ni está cómodo conmigo. Sabes que se irá de nuevo si no estás aquí para hacerle entrar en razón.

Las lágrimas volvieron a los ojos de Mireah, que se puso en pie, furiosa, dándole la espalda.

-¿Me estás pidiendo que elija entre Jaron y tú?

-No, mi princesa, te estoy pidiendo que lo mantengas a salvo -la abrazó y ella no se opuso aunque sus hombros se tensaron-. Que os mantegáis ambos a salvo. Soys lo único bueno que tengo, el único lugar al que puedo llamar hogar. Necesito saber a donde volver.

La humana hundió la cabeza en su hombro y le abrazó más fuerte.

-No sé si podré perdonarte si mueres por él.

-Te unirás a un grupo muy selecto en ese caso -bromeó. ¿Qué más podía decirle si en realidad no se quería ir?

-No bromees -le regañó ella, pero había ya otra calidez en su voz-. Puedo cambiar de opinión si lo haces.

Estuvieron aún un rato abrazados sin que ninguno de los dos diera señales de querer moverse. Haze sabía que debía irse, pero con ella despierta era tan difícil...

De repente alguien llamó a la puerta con urgencia y los sobresaltó.

-¡Haze! ¡Mireah! -dijo la voz de Dhan desde el otro lado sin dejar de aporrear al puerta. La cara del pelirrojo mostraba alarma cuando abrieron la puerta-. Hombres del Qiam. En la verja principal.

-¿Qué?

-Noaín vino a advertirme. Dice que Salman los entretendrá mientras huimos.

-No... -Haze fue hasta la ventana. Efectivamente, una docena de hombres del Qiam esperaban mientras el anciano mayordomo llegaba hasta la verja-. Zealor lo sabe... ¿Cómo lo sabe?

-¿Qué quieres decir?

-Zealor sabe que Faris nos ha estado ayudando. Por eso ha enviado a sus hombres.

-Eso no importa ahora -la princesa le tomó del brazo, alejándolo de la ventana-. Debemos huir mientras podamos.

-Layla ha ido a buscar a Jaron. Si nos damos prisa podemos salir por la puerta del servicio sin ser vistos por los guardias.

Haze asintió por reflejo, aunque su mente aún intentaba averiguar cómo podía saberlo Zealor. ¿Se lo habría dicho Jaron? ¿Habría tenido que torturarle para sacar la información o se la habría ofrecido en bandeja como venganza?

En el pasillo Layla y el medioelfo esperaban con las capas puestas. A pesar del evidente cansancio, el chico cargaba su arco y flechas con determinación. Haze esperaba que no tuvieran que echar mano de ellas.

-Se acabaron las camas blandas -le dijo cuando sus ojos se cruzaron.

Jaron sólo se encogió de hombros. Fueron las últimas palabras que intercambiaron en el pasillo. Noaín y sus muchachas les dieron un paquete con provisiones y agua mientras se escabullían por la puerta trasera. Desde lejos podían oír a los hombres del Qiam exigir que se les franqueara el paso.

-Id con cuidado -Noaín apretó su mano al despedirse.

-Lo mismo digo. No os arriegueis demasiado.

La anciana no respondió. Se limitó a besar su mano y a empujarle fuera con urgencia, cerrando la puerta tras él. Haze tuvo el presentimineto de que no volvería a verla y sintió deseos de llevarla consigo a algún lugar a salvo. Pero ese lugar no exisitía y Noaín nunca se iría sin Salman.

-Gracias -susurró rozando la puerta con los dedos.

Mireah lo tomó del brazo con urgencia y, siguiendo a Dhan, se dirigieron al espeso bosque. A huir. Otra vez.

A ratos entendía el malhumor de Jaron.


domingo, 21 de noviembre de 2010

tercera parte, capítulo vigésimo sexto






En cuanto el príncipe se había marchado el anciano se había ofrecido para hacer algo de desayuno para todos ellos mientras subían a sus habitaciones y cambiaban sus ropas. Unos a una muda límpia después de camianr por el bosque toda la noche, otros por algo de ropa más adecuada para un desayuno que para dormir.

Jaron seguió al tío de Nawar escaleras arriba, hacia una de las muchas habitaciones, mientras el resto se dirigían a sus respectivos cuartos sin guía alguna. Aunque no hubo presentaciones oficiales, dedujo que la hermosa elfa que estaba con Dhan era la madre de Alania. Si ella estaba allí... ¿quería decir que habían escapado del Qiam? Y si ese era el caso, ¿dónde estaba Alania? Le hubiera gustado preguntar, peor los Hund subieron por delante suyo a toda prisa murmurando entre sí y no estaba muy seguro de que el anciano Salman Ceorl fuera a saber nada.

-¿La esposa de Dhan? -Oyó que murmuraba Mireah, que subía agarrada del brazo de su tío un poco por detrás-. ¿Y Alania?

Haze contestó algo, pero no pudo oírlo. La voz por costumbre calma de Haze era apenas audible cuando susurraba. Algo sobre Faris. Aún así vio por el rabillo del ojo que Mireah se tranquilizaba así que dedujo que era algo bueno.

Así que Alania estaba con Faris...

No le había gustado el Príncipe de la Nación. Esa especie de examen al que le había sometido. ¿Y qué había querido decir que ra tal y como Nawar le habí adicho? ¿Qué le habría contado Nawar? Nada bueno ni objetivo, seguro.

¡Maldición!

Cumplido su objetivo de avisar a la Nación volvían a asaltarle las dudas. ¿Qué demoniso pintaba él allí? Sabía que debía volverse hacia su tío, preguntarle cómo estaba, qué tal se estaba recuperando, pero...

-Podéis asearos aquí, Jaron -le indicó Salman abriendo una puerta y sacándole de sus sombríos pensamientos.-. Hay agua en la jofaina -continuó el anaciano, acompñçandole al interior de una habitación que tenía al menos tres veces el tamaño de las celdas del monasterio en el que se había criado, y bastante más luminosa. De hecho, Jaron no recordaba haber estado nunca en una habitación así de elegante-, aunque me temo que no estará caliente.

-No.. No importa -consiguió decir, un poco sobrecogido.

Salman le sonrió.

-Mandaré a alguna de las muchachas con algo de ropa límpia, señor.

Y con una inclinación le dejó solo. Jaron se paseó por la habitación mientras esoeraba la ropa límpia sin saber muy bien cómo comportarse en esos casos. ¿Debía estar desvestido y lavado cuando se lo trajeran o por elcontrario no debñia quitarse la ropa hasta tene rla límpia? Nunca nadie le había llevado la ropa lñimpia a su habitación o le había llamado señor y no estaba muy seguro de encontrarse cómodo en esa situación.

Se sentó en la cama, por probar el colchón, que era tan cómodo como parecía, y supuso qeu no pasaba nada por tumbarse sobre lso cojines un momento. Por saber cómo se sentía. Se echaría en ese cómodo colchón hasta que llegara la muchacha con la ropa límpia y luego...

Luego...

No sabía muy bien qué haría luego, pero tampoco tuvo mucho tiempo para pensarlo pues cayó dormido incluso antes de que llegara su ropa.


lunes, 8 de noviembre de 2010

tercera parte, capítulo vigésimo quinto

La verdad era que Miekel sabía muy poco acerca de los elfos. Como alguna vez había dicho el abad Rodwell, lo poco de certero que sabían no salía de los libros si no de su interacción con Jaron. Ahora se encontraba en tierras elfas acompañado de otro elfo. Un elfo propiamente dicho, no medio humano como Jaron. Y si algo podía extraer de ese encuentro y de su tiempo con el medioelfo era que los elfos, hasta donde él sabía, eran una raza de cascarrabias obcecados y mandones.

Totalmente a regañadientes, el elfo le había guiado hasta lo que había deducido era el Castillo real. Habían visto moviemiento de guardias en el patio de armas, pero eso no parecía haber tranquilizado a su acompañante. Al contrario.

-Algo va mal -le había dicho-. Debo hablar con Faris.

Y no había servido de nada que le recordara que había estado a punto de caer incosciente dos veces. Nawar le había mirado con el ceño fruncido y había desdeñado su argumento con un bufido exasperado. Cuando Miekel le mostró las palmas de sus manos en un ofrecimiento de paz el elfo le había explicado su plan.

Era de locos, un suicidio.

Le encantó. Él lo hubiera simplificado un poco, pero no era un mal plan.

Según Nawar había un pasaje secreto que llevaba al Castillo. Más concretamente a los aposentos del príncipe. En realidad Nawar nunca lo había usado, pero Faris le había hablado de él y estaba bastante seguro de poder dar con él.

Y así fue, aunque el novicio había llegado realmente a dudarlo. La entrada, o más bien la salida, parecía a simple vista la guarida de una bestia de tamaño medio. Un zorro, tal vez, o un tejón. No se veía a sí mismo entrando por ese agujero. Pero en cuanto el elfo empezó a retirar matojos la entrada se ensanchó lo suficiente como para que Nawar pasara con cierta holgura a cuatro patas. Él, por supuesto, estaba algo más estrecho.

Por suerte, no fueron demasiados metros. Pronto el tunel se ensanchó y pudieron recuperar la verticalidad y Miekel pudo dejar de sentirse como si estuviera saliendo de nuevo del vientre de su madre.

-¿Y ahora? -quiso saber mientras trataba de quitarse toda la tierra del pelo.

Ante ellos se intuía un túnel, pero el final del mismo se perdía en la oscuridad más absoluta. Apenas veía el rostro del elfo, pero pudo imaginar su gesto impaciente y exasperado.

-Ahora seguimos hacia adelante.

-¿Los elfos veis en la oscuridad?

-Por supuesto que no. ¿Qué tipo de pregunta es esa? Pero si mantenemos una mano puesta en la pared deberíamos llegar al final del túnel sin problemas.

-Oh -fue todo cuanto se le ocurrió, francamente decepcionado.

Pero hizo lo que Nawar le indicara y, poniendo una mano en la pared, empezó a seguir el tunel. No tardó en necesitar poner una mano tambien en el techo, de altura variable, mientras se preguntaba cómo iba a enterarse en esa oscuridad si el elfo perdía el conocimiento.

viernes, 22 de octubre de 2010

tercera parte, capítulo vigésimo cuarto

Hacía al menos una hora que Alania había sido abandonada por completo en la habitación del Qiam. Suponía que había algún guardia en la puerta, pero parecían haber decidido que no representaba ningún peligro en sí misma y no habían visto la necesidad de llevarla a ningún calabozo.

No se quejaba, claro. El sofá del Qiam era tan cómodo como el del príncipe y le habían dejado leche y galletas sobre la mesa, pero no le gustaba estar encerrada en contra de su voluntad, ni siquiera en la habitación más cómoda de la Nación.

Para pasar el rato había paseado arriba y abajo de la sala, admirando los tapices que presidían la chimenea y hojeando los papeles que Zealor Yahir tenía en su escritorio. No supo encontrar nada incriminatorio. No era que esperara un papel en el que dijera “quemé vivo a mi hermano mayor y envié al pequeño una temporada con los humanos”, pero si hubiera habido alguna pista sobre sus malvados planes… Pero dejar pistas a la vista era de idiotas y el Qiam nunca le había parecido idiota.

No, lo que allí había eran muchos documentos acerca del Luto y las sucesiones. Todo era relativo al papel del Qiam en esos momentos, a las ceremonias que habían de llevarse a cabo, los rituales a tener en cuenta. Era tan metódico que incluso tenía documentos de antiguas sucesiones ocurridas siglos ha y árboles genealógicos de diferentes familias de la Nación. Se entretuvo especialmente cuando encontró el árbol de la familia Hund, con todos los tíos, primos y sobrinos de su padre, e incluso en el de lo Yahir, familia más antigua que la suya y en la que Zealor constaba como último superviviente.

Ese papel necesitaba una revisión urgente.

Todas esas familias, se dio cuenta, tenían lejanos parentescos entre sí, incluso la suya y los Yahir, y enramaban, a la larga, con la familia del rey. Se preguntó como se lo tomaría Faris si le decía que eran primos lejanos. O Jaron. Seguro que el medioelfo gruñiría, como siempre. Tenía que acordarse de comentárselo cuando lo viera.

Si es que alguna vez volvía a verle. Su Alteza había dicho que había vuelto a su casa.

Con un suspiro separó la silla de la mesa, agobiada de repente por tanto papel y tanto nombre, y volvió a centrarse en su miserable situación.

Estaba metida en un buen lío.

Si el Qiam había mandado a buscar al príncipe seguro que era por algo importante. Algo suficientemente importante como para dejarla sola más de una hora en los mismísimos aposentos del Qiam. Y por su culpa ahora sabían que Faris la había estado ocultando aún cuando el Qiam la había acusado de Alta traición…

No, la culpa no era suya. La culpa era de Faris, por dejarla sola. De su madre, por dejarla en casa con una vecina. De su padre incluso, por haberla dejado con Jaron Yahir. Nunca nadie contaba con ella para nada. Y para variar le iba a tocar a ella espabilarse sola para salir del embrollo en que se habían metido.

Con las manos en la cintura barrió la habitación con la mirada mientras pensaba en el siguiente paso a dar. Lo que estaba claro era que debía escaparse y buscar el modo de avisar a Faris. A estas alturas ya debía de estar de regreso si no había mentido en su nota.

Se asomó a la ventana y casi se sintió desfallecer. Había por lo menos tres pisos hasta el suelo. Nada que ver con el pequeño salto desde la biblioteca de su padre a su jardín.

-Piensa, Alania, piensa.

Se acercó entonces a la cama del Qiam. Era una cama grande, de al menso dos metros de largo por otro tanto de ancho. Cabían por lo bajo seis como ella en esa cama. No entendía para qué necesitaba el Qiam una cama tan grande, pero a ella ya le iba bien. Y su madre le había enseñado siempre que a caballo regalado no se le mira el diente.

Sacó las sabanas, de tela fuerte y suave, y con ayuda de un abrecartas hizo jirones de ellas mientras recordaba las lecciones que le habían dado en la escuela acerca de la austeridad.

“Es la mayor de la virtudes, la más pura. Es por eso por lo que es la favorita del Qiam”.

Pues ni la cama ni las sábanas, ni el bello abrecartas, ya puestos, hablaban precisamente de austeridad. Alania sospechaba que a este Qiam precisamente esa virtud no le agradaba especialmente.

Con gran esfuerzo logró anudar los jirones entre sí y miró con satisfacción su obra. La improvisada cuerda hacía al menos siete metros. No era la altura ideal hasta el suelo, pero serviría. Así, ató uno de los cabos a la pata de la robusta cama y dejó caer el resto por la ventana.

Hizo un mohín al darse cuenta de que entre el nudo que la sujetaba a la cama y el tramo que llegaba a la ventana había perdido al menso metro y medio. Bueno… No pasaba nada. No hacía falta llegar hasta el suelo. Tal vez con llegar a otra ventana…

Maldijo para darse ánimos. Empezaba a clarear y no podía entretenerse mucho más. Así que con resolución se guardó el abrecartas en el cinto y, agarrando las sabanas con ambas manos, trepó a la ventana para empezar el descenso.

Lo que más le costó fue dejar la balaustrada y empezar a bajar por la pared. Su cuerpo no le respondía y su mente trataba de inventar excusas para regresar a la habitación. Y la verdad, eran buenas excusas. Así que pensó en su padre y su madre, que debían de estar muertos de preocupación. Pensó en su príncipe y en la Nación, en el peligro que representaba el Qiam para todos. Y sobretodo pensó en Jaron y en Nawar y en la vergüenza que pasaría si tenían que venir a rescatarla como a niña tonta sólo por un poco de vértigo.

De ese modo quedó colgando de la cuerda, resbalando hasta apoyar los pies en uno de los nudos y mirando al frente. No quería mirar arriba y ver como algún nudo se aflojaba, ni quería mirar abajo y ver cuánto le quedaba aún para llegar al suelo. Contó hasta cinco mientras dejaba escapar el aire en rápidos bufidos, permitiéndose un breve momento de pánico antes de continuar.

-¡Mueve tu culo antes de que la cuerda ceda, idiota! -masculló entre dientes mientras relajaba los pies de su agarradero y empezaba a bajar, siempre mirando al frente, atenta a sus manos, que se aferraban a la cuerda, ahora la derecha, ahora la izquierda.

Derecha. Izquierda. Derecha. Izquierda.

Llegó a la altura otra ventana algo más pequeña que la del Qiam y se atrevió a mirar hacia abajo para asegurarse de que le quedaba cuerda suficiente para hacer al menos un piso más. Seguramente sí, teniendo en cuenta que apenas había avanzado tres metros.

El siguiente tramo le costó un poco menos, aunque se llevó un buen susto cuando una de las manos, sudorosa y torpe, se le resbaló. Pero logró aferrarse a la cuerda de nuevo y se quedó allí, respirando pesadamente hasta que su corazón se calmó de nuevo. La ventana del piso en que se encontraba tenía un balcón. No era una gran terraza, pero era bastante más prometedor que el alfeizar de la ventana del piso superior. Y no le quedaba mucha más cuerda.

No supo muy bien cómo lo consiguió, pero logró balancearse y dejarse caer en el balcón sin que la cuerda se rompiera. No supo calcular bien el salto y cayó de rodillas, rasgando los pantalones contra el suelo y parte de su piel por el camino. Los brazos le dolían, desde los hombros hasta las muñecas, e incluso sentía los dedos agarrotados, pero estaba fuera del alcance del Qiam. Un poco de sangre en sus rodillas era un pequeño precio a pagar.

Se puso en pie, tragándose el dolor de hombros y rodillas, y se asomó a la ventana que daba al balcón. Parecía una habitación más grande que la del Qiam, pero estaba vacía. Entró con cuidado de no tropezar con nada en la oscuridad. Intuyó una gran cama, más grande que la del Qiam o la del Príncipe y un escritorio limpio de papeles. No se entretuvo mucho más, necesitaba llegar al pasillo y buscar unas escaleras. Aún le quedaba un trecho hasta la habitación de Faris y debía darse prisa si quería llegar antes de que empezara el funeral por su padre.

martes, 12 de octubre de 2010

tercera parte, capítulo vigésimo tercero

Jacob esperaba desde lo alto de su montura a dar la orden. Hacía tiempo que no participaba una guerra, pero podía continuar afirmando que era uno de los mejores momentos en la vida de un hombre. El silencio creciente sólo roto por el relinchar nervioso de algún caballo. La expectación, el hormigueo de los dedos alrededor del pomo de la espada mientras la neblina de la mañana se alzaba a su alrededor y el día nacía.

Nada era comparable.

Miró al frente, a la extensión de árboles talados. Los campesinos que engrosaban su ejército habían hecho un buen trabajo durante la noche abriendo un camino transitable para el grueso de sus hombres. Llegado a un punto el bosque se estrecharía de nuevo, pero el tiempo ganado sería significativo.

Tenía apostados grupos de avanzadilla que tenían la orden de atacar en cuanto saliera el sol. Sus escoltas habían encontrado unos cuantos pueblos colindantes, según informaban los mensajeros, y el príncipe quería que cuando llegara el grueso del ejército a ellos el terror ya se hubiera extendido. Si todo iba como estaba planeado verían las llamas y el humo antes de ver realmente la Nación. Iba a ser todo un recibimiento.

Alzo el brazo, dejando que el hormigueo bajara desde los dedos hasta el codo, y esperó. El silencio era ahora absoluto. Sentía como si el bosque entero estuviera pendiente de su brazo y de su orden. Se preguntó como sería la Nación de la que tanto hablaba el elfo. ¿Sería un valle facilmente transitable? ¿O sería más bien un denso bosque como el que pronto encontrarían, dificil de cruzar y de atacar?

“No te preocupes tanto” le había dicho una vez el elfo al respecto, “cuando vean vuestras armas de hierro apenas tendréis que pelear”.

Y aún así cuando hubieran pasado unos días debía permitir al ejército del Qiam ganar algo de terreno, facilitando el parlamento y posterior pacto para la paz que debía encumbrarlos a ambos.

Sólo que eso nunca iba a suceder.

Gritó, bajando el arma con un golpe seco y señalando al frente con ella. Su caballo arrancó al galope al sentir como las espuelas golpeaban sus costados y, con gritos igualmente feroces, sus jinetes de siguieron.

El ruido de sus cascos golpeando el suelo, ensordecedores como mil truenos, era casi tan embragador como lo había sido el silencio.


lunes, 4 de octubre de 2010

tercera parte, capítulo vigésimo segundo



Después de la frugal cena con sus excepcionales invitados y de ponerse al día con Maese Hund, Su Alteza se había encerrado en su despacho, donde parecía haberse pasado la noche escribiendo notas para, horas después, repartirlas a diferentes miembros del servicio que partieron a cumplir sus encargos.

Los Hund se habían retirado a dormir, conminados por Haze, y él mismo se había encerrado en su habitación aunque Salman no estaba seguro de si realmente dormía. Pero fingir que iba a retirarse había sido el único modo que el joven había encontrado para convencer a Noaín de acostarse a su vez. Él se había echado junto a su esposa tras recibir el permiso de Su Alteza para retirarse y durante unas horas sólo la luz en el despacho de Faris había iluminado Segaoiln'ear.

Salman no había dormido durante mucho, de todos modos. Era una de las ventajas de la senectud. Así, mientras Su Alteza acababa de repartir misivas él decidió servirle el desayuno a Su Alteza mientras el día empezaba a despuntar. Aún no se veía un solo rayo de luz, pero los pájaros más madrugadores ya habían empezado sus alegres diatribas en los árboles del jardin.

Encontró a su nuevo señor preparandose para marchar y no pudo evitar un mohín. Su Alteza no había dormido esa noche y era más que evidente que no lo había hecho tampoco la noche anterior. Unas profundas ojeras moradas enmarcaban sus ojos verdes y parecía haber una carga de años sobre sus jóvenes hombros. No estaba entre sus funciones regañarle, pero de haber sido uno de los Yahir a su cargo le hubiera recordado que un príncipe enfermo no le iba a serivr de nada a la nación.

-Alteza, deberíais descansar –fue todo lo que se atrevió a decir mientras dejaba la bandeja sobre la mesa.

Faris le dedicó uan sonrisa tan cansada como sus espaldas.

-No tenía pensado quedarme hasta tan tarde –esbozo una mueca al mirar por la ventana-. O más bien hasta tan temprano. Va a ser divertido cuando me duerma en el funeral de mi padre. Eso seguro que da qué hablar.

-No deberías bromear sobre eso –le reprendió, incapaz de contenerse. Tal vez fue la parte de sí mismo que echaba de menos tener a su alrededor alguien joven a quien
educar.

-Ojalá bromeara –fue la respuesta de su príncipe mientras se masajeaba la nuca-. Por suerte creo que todo está atado y esta noche podré por fin dormir.

-eso espero, Alteza, por vuestro bien.

El joven le miró sin perder la sonrisa y por fin fijó la vista en el desayuno.

-No recuerdo haber pedido el desayuno.

-Me he tomado la libertad de pensar que tal vez tendríais hambre, Alteza.

-Eso de tomarse libertades debe de ser cosa de familia –pero se llevó un trozo de pan a la boca-. Creo que ya sé porque Nawar y Maese Yahir se tomaron tantas molestias por salvaros.

A pesar de la edad el anciano sintió el rubor teñir sus mejillas.

-Se tomaron molestias porque son jóvenes e impulsivos.

-¿De veras? -Faris masticó un poco más de pan, esta vez con algo de queso y embutido-. Y yo que hubiera jurado que era por el amor que os profesaban...

Salman no supo que responder. Negarlo hubiera sido negar dos de los más preciados tesoros de su alma. Nawar y Haze eran los hijos que nunca habían tenido y durante un tiempo fueron más hermanos entre sí de lo que Jaron o Zealor jamás serían para Haze. Daría su vida por ellos y por eso le llenaba de vergüenza saber lo mucho que Haze había sufrido por su causa.

Por suerte no tuvo que responder nada.

Los golpes en la puerta principal resonaron en la fotaleza casi vacía y adormilada como si un grupo de caballos hubiera invadido el salón. Faris dejó de nuevo en el plato lo que hanía estado comiendo mientras los golpes se repetían.

-No debo estar aquí -fue todo lo que dijo, todo lo que necesito decir.

Con un asentimiento Salman salió del despacho del príncipe y se dirigió hacia la puerta principal. Por el caminó deseó con todas sus fuerzas que no fuera el Qiam. La sola idea de regresar a alguna oscura mazmorra sin Noain le atenazaba el corazón y aún así era mil veces preferible que le llevara a él, viejo y decrépito como estaba, que a cualquiera de los valientes jóvenes que Faris ocultaba allí.

-Abrid, somos nosotros -dijo una voz tras la puerta al oír pasos acercándose.

Y se Salman se apresuró a abrir la puerta para la princesa Mireah y Nawar, sólo la humana no estaba acompañada por su sobrino si no por Zealor Yahir.

-¿Qué hace él aquí?

-¡Salman, no hay tiempo para resentaciones! -Dijo la princesa, abriendo la puerta del todo y pasando al interior.

Y entonces se dio cuenta Salman de que el elfo que la acompañaba no era Zealor. No podía serlo. Era demasiado joven y sus ojos no eran exactamente del mismo color. Además, no era enteramente elfo.

-Es el hijo de Jaron.

El muchacho mediohumano se volvió hacia él con un mohín.

-Soy el hijo de Sarai -confirmó de un modo un tanto arisco.

Como bien había dicho la princesa, no tuvo tiempo de presentarse, pues al oír la voz de la humana Faris habái salido de la biblioteca para recibirles y Haze bajó por la escalera, confirmando la teoría de Salman de que no conciliaba el sueño bien.

-Habéis regresado muy pronto -dijo.

Mireah, de espaldas a la escalera, se volvió hacia él al oirle hablar. Se abrazó al joven de inmediato, toda su prisa abandonada, pero Haze tenía la vista puesta en su sobrino.
-Veo que estás bien -saludo al muchacho sin soltar a la humana, pero éste sólo bajo la vista finjiendo estar muy interesado en sus pies de repente. Haze esbozó una sonrisa indescriptible y miró más allá de la puerta abierta-. Y veo que habéis perdido a Nawar.

-¿No ha venido con vosotros? -El cansancio sereno del que había hecho gala en la biblioteca había abandonado al príncipe, que miraba a lso recién llegados con el ceño fruncido, esperando una explicación.

-No había tiempo para rescatarle -se defendió el muchacho, abriendo la boca por primera vez.

-¿Rescatarle?

-Es una historia muy larga -intervino la humana, conciliadora-, y de veras no había tiempo que perder, Faris.

Por un momento Salman pensó que la contrariedad y la falta de sueño iban a hacer estallar al príncipe, pero el joven se pasó la mano por el corto y revuelto cabello rubio mientras exhalaba.

-¿Y qué es eso tan urgente? -preguntó, recuperada la compostura.

-Los humanos -fue la respuesta de la princesa-. Vienen hacia la Nación. Ahora mismo deben de estar a las puertas de Leahpenn.

Un pesado silencio se formó en el recibidor. Salman sintió que las piernas le temblaban y buscó donde apoyarse sin mostrar debilidad. ¿Un ejercito de humanos?

El anciano vio cómo el príncipe cerraba los ojos y se llevaba las manos a la sienes, masajeándolas con lentitud. Parecía a punto de derrumbarse y no era para menos. Por lo pronto podía irse olvidando de descansar.

-Pretenden atacar cuando salga el sol -continuó el muchacho mediohumano, tal vez para que los adultos de su alrededor no olvidaran que el tiempo apremiaba.

-¡Mierda! Es cosa de Zealor -Haze no lo estaba preguntando.

Mireah asintió.

-Mi padre tiene un ejeŕcito de miles de hombres -explicó-. Tiene intenció de aprovechar el luto para atacar.

-Zealor planea aprovechar la confusión para hacerse con el poder -continuó el chico-, pero Jacob tiene otros planes.

-¿Matar a Zealor cuanto todo acabe? -Haze esbozó una sonrisa torcida-. Porque no me extrañaría que mi hermano planee justo lo contrario.

-Es tentador dejar que se despedacen el uno al otro, francamente -opinó Dhan Hund apareciendo en la escalera. Tenía aspecto soñoliento, pero no más que su esposa. La hermosa Layla llevaba el pelo revuelto y una manta sobre los ojos y no apartaba la mirada de Mireah y del muchacho.

-Ojalá pudieramos hacer eso, pero me temo que hay demasiado en juego -su príncipe, que pronto sería su rey, se volvió ceñudo hacia el muchacho-. Tú eres el medioelfo.

-No me gusta ese nombre.

-Ya, y a mí no me gusta esta situación pero es lo que tenemos. ¿Cómo sabéis todo esto?

El chico, que había enrojecido de indignación, parecía ir a negarse a responder, pero lo pensó mejor.

-Estuve unos días en ese ejército y pude oírlo todo de la boca de Jacob de Meanley.

-Deduciré que el tal Jacob es el padre de su Alteza -prosiguió Faris, tan malhumorado con el muchacho-. ¿Y cómo saben los humanos de nuestra existéncia? Mireah dijo que los humanos creían que éramos una leyenda.

-Miekel me dijo que jacob había mostrado un elfo en la corte y que este había confesado cosas horribles ante su rey.

-¿Te das cuenta que sigues hablando de la gente como si la conocieramos?

-Alteza... -le previno Haze.

Pero Faris decidió ignorarle.

-¿Y habéis dejado a Nawar prisionero de unos humanos a los cuales les han contado cosas terribles de los elfos?

-Miekel dijo que él se encargaría de todo -el muchacho, desafiante, siguió usando el nombre propio sin dar más explicación. Salman se dio cuenta de que tal vez tuviera el aspecto de Zealor pero su carácter se asemejaba mucho al de Jaron.

-Miekel es un amigo de Jaron, de su hogar humano -la princesa Mireah apaciguó el ambiente, o al menos lo intentó.

-¿Un humano? ¿Y confías en él?

-Más que en cualquier elfo -fue la respuesta del medihumano.

Esto hizo sonreir a Faris por algún motivo. Era como si el príncipe hubiera hecho algún tipo de exámen al chico y éste acabara de aprobar. Justo, pero aprobado al fin y al cabo.

-Eres tal y como Nawar te describió -su ceño se relajó e incluso sus hombros parecían menos tensos y cansados-. En fin, tendremos que confiar en ese Miekel nosotros también. Como bien decías, no hay mucho tiempo. Debo estar en Leahpenn cuando los humanos ataquen.

-¿Leahpenn? Alteza, deberíais ir a palacio y organizar a vuestros hombres -Hund intentó disuadir al príncipe.

-No. Debo estar allí antes que Zealor, es le único modo de que no pueda decir que el Qiam reaccionó antes que el futuro rey.

-Dejad al menos que os acompañe -se ofreció el pelirrojo.

-Y yo -añadió Haze.

-Sí, porque eso iba a ayudar a mi imagen como futuro rey, presentarme en la batalla con dos traidores a la Nación. No, ni hablar. Además, tengo otro trabajo para vosotros.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Interludio 3: Razones para vivir

Su mundo en ese momento era sólo dolor.

Le dolían los brazos al rozar las sábanas. Le dolía la espalda si intentaba moverse. Los párpados eran pesadas losas si intentaba abrir los ojos y el aire al entrar en sus pulmones era como mil agujas clavándose en sus fosas nasales. No había un solo centímetro de su cuerpo que no doliera y aún así dolía más pensar.

Por eso se dejaba llevar por ese dolor que lo barría todo hasta que el mundo se desvanecía y él pensaba (deseaba) que ya nunca más iba a despertar.

Pero despertaba. Despertaba de nuevo al dolor omnipresente del cuerpo y el alma. Despertaba al mundo cruel donde todo él había ardido hasta que el techo se había derrumbado sobre su cabeza; el mundo donde ya no estaban ni ella ni su sonrisa. Esa sonrisa que iluminaba las noches y temperaba los días. Ya no estaba. La había perdido junto con el bebé de su vientre, el que le daba patadas por las mañanas y a quien no tuvo oportunidad de ver o abrazar.

Pensar…

Pensar dolía más que nada en ese mundo de dolor ardiente.

La mayoría de veces pensaba en ella, en cuanto se habían amado, en todo lo que no le había dicho y en las cosas que tal vez nunca debió decir. Pero a veces también pensaba en ellos, en sus hermanos. En el hermano frío que le había regalado el fuego y el hermano falso que le había arrancado el corazón.

Y entonces, por un breve instante, dejaba de sentir dolor para sentir sólo odio. El mundo dejaba de ser blanco como el metal caliente para ser rojo como las brasas mismas. Las brasas del fuego en el que casi murió. Las brasas del fuego en el que se negó a morir.

El odio le permitía abrir los ojos y mirar el techo de madera de la cabaña, podía mirar a través de las vendas al amigo fiel que le había sacado de debajo de los escombros y luchaba por salvar su vida. Siempre que abría os ojos su amigo le sonreía, aliviado, pero eso era porque no sabía que si estaba despierto no era gracias a sus cuidados si no gracias al recuerdo de la traición.

Su hermano traidor. Maldito fuera. Maldito fuera el traidor por siempre.

Y pensar que él le había querido…

Recordó mientras la voz de su amigo le hablaba de algún otro tema que ya nunca le iba a importar la cuna en la habitación de su madre y el niño que era entonces su hermano asomado a ella con el ceño fruncido mientras el bebe, rosado y gorgojeante, trataba de chuparse un pie.

“No debería haber nacido –le dijo-. Una hermana hubiera estado bien, pero ¿otro niño? No necesitamos otro hermano para nada. Sólo va a estorbar –sentenció-. No debería haber nacido”.


No había sabido que responderle excepto para protestar pero entonces no había sabido encontrar ninguna razón lógica contra los argumentos de su hermano. Él también había esperado una hermana y un niño tan pequeño que no se podía jugar con él no se le ocurría para qué les iba a servir.

-No debería de haber nacido –repitió a través de unos labios cuarteados como pergamino viejo, por una boca que no parecía la suya.

El elfo pelirrojo malinterpretó su gesto, o tal vez no llegó a oír sus palabras. Fuera por el motivo que fuese, se apresuró a mojar sus maltrechos labios, ansioso por servir, ansioso por unas palabras que no sonaran a papel seco.

-Shh... no te esfuerces ahora, Jaron. Todo irá bien.

Si hubiese tenido fuerzas le hubiera echado a patadas por cretino y mentiroso, pero apenas tenía fuerzas para mantener los párpados abiertos. Además, era todo cuanto tenía. Así que se dejó vencer de nuevo por el dolor mientras el odio se extinguía y él regresaba al fuego blanco de la agonía y el pesar.

“Todo irá bien”

Eso también lo había dicho ella cuando se separaron, hacía... ¿cuanto hacía? ¿Una semana? ¿Un mes? ¿Qué más daba? Una vida entera. Otra vida sin fuego ni dolor.

Pronto volvería a perder la consciencia y, entonces sí, todo estaría bien. Mientras estuviera muerto no dolería. Mientras odiara y recordara no dolería. Además, debía guardar sus fuerzas si quería ponerse mejor.

Ponerse mejor, recuperar sus fuerzas...

“No debería de haber nacido” pensó de nuevo mientras los ojos se le cerraban y el cansancio le vencía una vez más.

Debía recuperarse. Por completo. ¿Cómo sinó iba a devolverles el regalo a sus hermanos?



domingo, 12 de septiembre de 2010

tercera parte, capítulo vigésimo primero






A Nawar le hubiera gustado poder decir que su lentitud era debida a la presencia del humano. No era mucho más alto que Dhan, que pero era corpulento y además vestía esa especie de armadura metálica que por fuerza debía de hacer ruido al caminar y entorpecer los movimientos. Pero la verdad era que el humano se movía con sigilo y agilidad.

No era el humano quien entorpecía la marcha.

El golpe en la cabeza había sido peor de lo que había confesado y el dolor era cada vez más fuerte. Tanto, de hecho, que a ratos tenía que detenerse unos segundos para contener las nauseas. Un par de veces había estado convencido de que iba a caer desmayado, cuando en esas pausas para recobrar el aliento y el equilibrio el mundo se había vuelto blanco por un instante. Pero por suerte habían sido falsas alarmas y si buscaba la herida en la base del craneo podía confirmar que ya no perdía sangre. Aunque por la riguidez del pelo en esa zona y la costra que podía palpar ya había perdido la suficiente.

Durante gran parte del camino se acordó de Haze, de cómo había caminado tres dái sseguidos con la espalda en carne viva y una fiebre altísima sin siquiera protestar. Entonces se setía tan avergonzado que apretaba la mandícula y aceleraba el paso. Dhan tenía razón. No era más que un chiquillo malcriado que flaqueaba a la menor contrariedad. Mientras todo era fácil había sido sencillo fanfarronear y creer que todo iba a salir bien. Pero no es cuando todo es fácil que uno debe de alardear de sus cualidades y empezaba a entender en esos momentos que su verdadera prueba no había sido cuando se enfrentaron al Qiam, ni cuando escaparon de Fasqaid

-¿Quieres descansar? -Quiso saber el tal Miekel al ver que volvía a detenerse.

Nawar negó con la cabeza cerrando los ojos, esperando no volver a tener otro fogonazo de luz. No debría haberlo hecho. El movimiento le mareó de nuevo.

-Aún nos queda un trecho -dijo sin abrir lo ojos. No aún. Seguro que el mundo se estaría quieto si el cerraba los ojos un rato más.

-Yo no me sé el camino y no me servirás de nada si te desmayas -fue la respuesta del humano.

El elfo abrió los ojos al fin, encontrándose de frente con el ceñudo rostro del humano. Nawar desvió la mirada en seguida. Sabía que era un estupidez. No era el primer humano que veía, pero le costaba acostumbrarse a sus rasgos. No le había pasado lo mismo con Mireah, pero ella no tenía pelo en la cara. Con ella era fáicl ignorar las pequeñas orejas redondas y los grandes ojos de ese color tan negro como nunca antes había visto. Pero Miekel era aún más feo que la chica, que ya era decir.

-No voy a desmayarme -replicó finalmente, haciendolo a un lado.

Y siguió caminando, con el humano detrás. El cielo empezaba a clarear pero aún quedaban un par de horas antes de que la Nación empezara a despertar. A buen ritmo llegarían al castillo antes de que eso sucediera y podrían avisar a Faris antes de que los humanos atacaran Leahpenn.

-A buen ritmo -masculló para sí.

Pero él no llevaba buen ritmo.

No habían andado cien metros cuando tuvo que detenerse de nuevo y esta vez sí vomitó. No llevaba nada de comida en el cuerpo, hacía horas desde la última vez que habían masticado algo sobre la marcha, pero no fue ningún consuelo. Así sólo podía escupir bilis y saliba.

Bilis, saliba y todo su amor propio fue lo que vomitó.

El humano le sostuvo en todo momento y le obligó a sentarse sobre una roca cuando estuvo seguro que no le quedaba nada más que vomitar.

-Así no puedes seguir -le advirtió pasandole un odre.

No contenía agua sino vino, pero Nawar necesitaba quitarse el mal sabor de boca con lo que fuera.

-Lo siento, es lo único que encontré cuando nos fugamos -dijo el humano al ver su mueca.

-Debo seguir y puedo seguir -el elfo le devolvió el odre tras un par de tragos y unas gárgaras.

El joven hizo una mueca y se rascó los pelos que poblaban su mentón.

-¿Y si cargo contigo?

-¿Qué? -Nawar recordó el modo en que él había cargado con Jaron y la sólo de que el humano le levantara en volandas le escandalizó -Ni hablar.

Se puso en pie, pero lo hizo demasiado deprisa y sintió otra nausea. Afortunadamente pudo controlarla a tiempo y, tras mirar desafiante al humano, empezó a caminar de nuevo. Esta vez consiguió mantener el ritmo, aunque no admitió frente al humano que tenía razón cuando éste bromeó acerca de lo que era capaz de hacer con tal de que lo cogieran en brazos.

Cuando divisaron el castillo por fin el sol ya asomaba y la luz suave y azul de la mañana recién nacida les dio la bienvenida a la capital. Las calles de la ciudad estaban desiertas, pues aún no había empezado la actividad. E iba a tardar en hacerlo, Nawar lo sabía bien. Durante el Luto toda actividad estaba prohibida y se tenía que ser muy tonto para no aprovechar al oportunidad para no madrugar durante un par de días.

Así que avanzaron con cuidado pero sin miedo hasta encontrarse a unos cincuenta metros de la entrada del castillo.

-Pensé que habías dicho que durante el Luto no había actividad -comentó el humano.

-Y no debería haberla -fue su respuesta.

Pero la había. En el patio de armas del castillo, visible a través de la puerta abierta, se estaban congregando un grupo de soldados del Qiam y de la guardia real a caballo, armados para la guerra.

-Parece que Jaron y Mireah han llegado a tiempo al fin y al cabo.

-Parece.

Pero Nawar no las tenía todas consigo. Si el chico y la princesa había avisado a Faris, ¿cómo era que no le veía por ningún sitio? ¿Y cómo era que había más hombres de Zealor que del Rey?



lunes, 6 de septiembre de 2010

tercera parte, capítulo vigésimo






Zealor Yahir estaba de bastante buen humor mientras se dirigia hacia la celda en la que le esperaba el prisionero que decía ser su difunto hermano mayor. Hasta hacía pocas horas los cabos que sentía sueltos le habían mantenido despierto e inquieto. Pero ahora esos cabos estaban a punto de ser atados y nada podía detener su plan.

Descubrir el disfraz de Alania Hund había sido un golpe de suerte tan inesperado que estaba incluso dispuesto a perdonarle a Faris que la hubiera paseado delante de sus narices durante todo el día. Había sido inteligente y osado, aunque por supuesto de haber durado muchos días la farsa la hubieran descubierto tarde o temprano.

La aterrada muchacha había intentado inventar una excusa a su presencia allí y Zealor había fingido escucharla con interés. Decía no saber donde esconderse tras su huída de casa y que había conocido a un muchacho llamado Taren cuyo tío trabajaba en palacio y había decidido hacerse pasar por él aprovechando que el tío del muchacho no se encontraba allí en ese momento.

No le creyó, por supuesto, pero la muchacha le puso voluntad y agallas, eso había que concedérselo. Adultos más curtidos se derrumbaban ante la idea de mentirle al Qiam. Y ella en cambio ya le había mentido dos veces. Así que decidió fingir de momento que pensaría si la creía o no mientras enviaba a sus hombres a buscar al tal Taren para confirmar su historia. El miedo a ser puesta en evidencia en su mentira entretendría la cabecita pelirroja de la muchacha lo suficiente como para que no se acordara de que la habían despertado buscando a Faris en mitad de la noche.

Faris... ¿donde se habría metido? No le importaba mucho. Lo importante es que estaba lejos y no podría escuchar lo que Jaron, si es que era Jaron, tuviera que decirle. Ni estaría en su lugar cuando por la mañana volvieran a sonar la alarmas. Para el rínicpe también había dado órdenes, pero esas no había dejado que las oyera la niña. Pero si entre el caos y la confusión del primer día el príncipe desaparecía la Nación no se iba a perder gran cosa.

Así que llegó junto a la puerta de la celda de un humor inmejorable sabiendo que sus enemigos habían intentado desbaratar sus planes pero no había servido más que para ponerse ellos en evidencia.

Esperó a que le abrieran la puerta y su capitán entrara, dejando una antorcha en el soporte y obligando al prisionero a ponerse en pie. Era imposible saber la edad exacta del elfo de la celda pues apenas quedaba piel en su rostro que no hubiera sido lamida por el fuego. Más de media cara era una cicatriz rosada y tensa, pero Zealor no necesitaba ver las arrugas de su rostro para saber su edad.

Era Jaron, sin lugar a dudas. Su hermano mayor que regresaba de entre los muertos. El color de pelo y se ojos, tan igual al de Haze, tan igual al de su madre, y los hombros anchos de su padre. Su silueta era igual a la de su padre cuando tenía su edad.

-¡Jaron! ¡Qué grata sorpresa me has dado esta noche, hermano! -Zealor abrió los brazos con teatralidad fingiendo ir a abrazarle, a lo que Jaron respondió con un par de pasos atrás.
-No me toques.

-Esta familia mía es tan fría... ¿No creéis, Capitán? -Zealor sonrió a su hermano, que le miró con gesto hosco, sin duda sorprendido de verle de tan buen humor. Eso sólo sirivó para ampliar su sonrisa.

-¿Donde está el príncipe Faris? -Quiso saber Jaron-. No hablaré si no es en su presencia.

-Pues me temo que en ese caso tendrás que esperar a mañana. Su Alteza decidió salir sin avisar a nadie y no sabemos cuando volverá. Aunque claro, puede que cuando regrese tenga que responder a un par de acusaciones de traición. ¿Sabes a quien escondía en sus aposentos? Ni más ni menos que a Alania Hund. Claro que tu no la conocerás. La hija de un amigo tuyo traidor a la Nación. Una muchachita malcriada y desobediente..

El brillo en los ojos de su hermano le dio a entender qué sabía perfectamente de quién le estaba hablando.

-Es sólo una niña. Ella no tiene nada que ver en todo esto.

-Oh, pero Jaron... Por supuesto que tiene que ver. Además, es mayor de lo que era Haze y eso nunca le eximió de su specados, ¿verdad? -Jaron no contestó a su provocación, pero su ceño se ensombreció ante la sola mención de su hermano pequeño-. Lo sabía -le dijo finalmente cmabiando de tema-, sabía que tú eras el motivo por el que Hund se había involucrado en esto sólo que no podía provarlo. La cabaña del bosque era tuya.

-Hasta que llegó Haze.

-Oh sí, Haze. Que fea costumbre tiene de arruinarlo todo, ¿verdad? Claro que no me extraña. Con nosotros como ejemplo... ¿cómo podía salir el chico?

-No me metas en tu mismo saco, Zealor. Yo no soy como tu.

-No, tu eres peor. Yo al menos no prentedí tenerle aprecio nunca. Sin embargo tú, su perfectísmo hermano mayor, le traicionaste de la forma más vil y rastrera que se pueda imaginar. Ni siquiera yo pude llegar a hacerle tanto daño ni queriendo.

-¿Traicionarle? ¿Yo? Fue él quien nos vendió a ti por despecho si no recuerdo mal.

-Pero es la verdad, Jaron. Tú traicionaste a Haze. Su modelo, su adorado hermano mayor del cual sólo reclamaba atención a gritos -Jaron cruzó los brazos sobre el pecho, retándole a darle forma a ese argumento, cosa que Zealor estaba dispuesto a hacer-. Vamos, hermano, debiste verlo. Por supesto que lo viste, en el mismo momento que te presentó a Sarai por primera vez. ¡Demonios! Yo lo veía y apenas reparaba en él. El amor que sentía por esa humana era tan evidente que dañaba a la vista. Y tu lo viste, cada día de los que pasaba con vosotros, quisieras verlo o no, y aún así se la robaste. Porque tú también la amabas, por supuesto, y te pareció motivo suficiente para ejercer tu derecho de hermano mayor.

Jaron bufó una media carcajada.

-Haze no amaba a Sarai. Está ahora con esa otra humana...

-Oh, sí, la no-tan-hermosa princesa Mireah... No te engañes. Juegue a lo que juegue Haze, sí amaba a Sarai. Tal vez, como tú, quiera convencerse a sí mismo de lo contrario. No importa, no cambia el hecho de que tú lo sabías, lo supiste siempre, y aún así condenaste a tu hermano pequeño a una vida sin amor. Tú, cuyo deber era cuidarle y asegurar su bienestar tras la muerte de nuestros padres. Pero le dejaste a mi cargo para fugarte con la mujer que amaba aún sabiendo que yo nunca le profesé cariño alguno, no de verdad.

-¿Ni cuando era pequeño? -Por lo visto a Jaron le costaba creer eso.

-¡Por favor, no me ofendas! Entonces menos que nunca. Cada vez que se escapaba de casa esperaba con el corazón en un puño a que me dierais la noticia de que se había caído por un barranco y se había desnucado, pero nunca tuve esa suerte.

-Eres un monstruo -siseó Jaron dando un paso hacia él, pero su capitán se interpuso entre ellos.

-Dijo el elfo al que da asco mirar -Zealor hizo un gesto a su capitán para que se apartara, dando a entender que no temía a su hermano mayor. Ya no. Fuera cual fuera la fuerza que tuvo una vez Jaron para que todo el mundo le amara con sólo verle se había desvanecido junto con su rostro. Tal vez una vez su voluntad hubiera podido mover montañas, pero ahora la súnicas montañas que Jaron podría convocar jamás serían las formadas por las piedras que los niños le arrojaran al verle.

Eso sabía casi mejor que saberlo muerto.

-No sé que pretendes con todo esto Zealor, pero si esperas que me me eche a llorar y le pida disculpas a Haze estas perdiendo el tiempo -le informó su hermano tras un silencio.

-Tranquilo, eso ya lo sé. Lo que no viene si no a reforzar mi argumento de que, nos guste o no, él es el único bueno de los tres. Pero, en fin, ¡basta de charla! Tengo preguntas que hacerte y tú tienes respuestas que darme.

-Ya te he dicho que no hablaré si no es en presencia del príncipe Faris.

-Y yo te digo, hermano, que hablarás. Me vas a contar cómo sabes lo del ejército humano y me lo vas a contar antes del alba -y mientras hablaba hizo otro gesto a su capitán, que cerró la celda tras ellos- y si quieres que tu cara sea lo único desfigurado que tienes, empieza a hacerlo por las buenas.


lunes, 30 de agosto de 2010

tercera parte, capítulo decimonoveno





Alania se despertó sobresaltada y tardó en darse cuenta que los golpes en la puerta no eran parte de un sueño. Desubicada y aún soñolienta, la muchacha se sentó en el sofá, esperando ver a Faris levantarse de su cama para ir a abrir la puerta. Pero la cama estaba intacta y su Alteza real no estaba por ningún sitio.

Los golpes en la puerta insistieron, un poco más alto, más descorteses.

-Ya... ya va -dijo, por ganar tiempo, mirando hacia la ventana para asegurarse que no se habían dormido.

Pero era imposible. Era noche cerrada aún en el exterior. Así que tal vez había sucedido algo importante y alguien quería comentarlo con Faris. Sólo que el príncipe no estaba. En su lugar encontró una nota dirigida a ella sobre el desordenado escritorio de Faris.

Volveré al alba, decía. Al alba. Y nada más. ¿Donde había ido que fuera tan importante a esa hora de la noche? ¡Y en mitad del Luto ni más ni menos! ¿Por qué todo el mundo la dejaba siempre atrás?

Tres nuevos golpes en la puerta la sobresaltaron.

“¡Al alba! “, pensó con acritud mientras se adecentaba el pelo corto con una mano y abotonaba del todo la camisa negra que el príncipe le había dejado. Pero quedaban muchas horas para el alba aún y la gente que llamaba a la puerta no parecía ir a darse por vencida.

-¿Quien es? -Dijo, llegando junto a la puerta. Tal vez no fuera nada grave. Tal vez ella misma podría encargarse de todo. Al fin y al cabo, era Taren, el escudero de su Alteza.

-Muchacho, despierta a tu señor -dijo la voz del otro lado sin miramientos ni delicadeza-. El Qiam quiere verle.

¿El Qiam? Eso no podía ser bueno, ¿verdad?

-Mi señor está indispuesto -inventó-. ¿No puede el Qiam esperar a mañana?

-¿Esperar? ¿El Qiam? Abre inmediatamente, muchacho, y despierta a tu señor.

La desagradable voz al otro lado de la puerta no lo dijo en voz alta, pero su tono le recordó a Alania que mientras fuera solamente un príncipe Zealor tenía poder sobre Faris y no viceversa. Ni siquiera había usado el título de Alteza para referirse a él.

Tenía que abrir esa puerta e inventarse una mentira mejor. Así que lo hizo. Abrir la puerta al menos, porque para cuando el guardia vestido de negro entró y lanzó una mirada hosca a su alrededor aún no había podido pensar en nada que decir.

-¿Y tu señor?

-Está... Ha salido.

-Pensé que estaba indispuesto -el elfo adulto la miró con un par de ojos azules y fríos-. ¿Donde ha ido, pues?

-A velar a su padre.

La mirada del elfo le indicó que sabía que era una mentira. Aún así, sonrió.

-De acuerdo. Llévame con él.

La muchacha se mordió el labio, pensando en cómo salir de esa. Pero la verdad era que no podía. O admitía que estaba mintiendo allí mismo, o alargaba la mentira, intentando ganar tiempo. El soldado no le dio mucha opción a decidirse.

-Vamos -dijo, tomándola del brazo y empezando a caminar.

Sabía que mentía. El elfo sabía que mentía y quería poder pasárselo por la cara cuando llegaran hasta la sala del trono y vieran que el príncipe no estaba allí. ¿Qué harían entonces? Tal vez despertarían a más gente en el palacio, y estos dirían que en realidad no la conocían. ¿Y si pensaban que le había hecho algo a Faris?

No tenía salida, así que era mejor acabar con aquello cuanto antes.

-No -dijo, deteniéndose-. No está allí.

-Estoy empezando a perder la paciencia contigo, moscoso insolente. ¿Donde está su Alteza?

-¡No lo sé! ¡Lo juro! Me desperté y se había ido. Cuando habéis venido a buscarle yo... No quería que Faris se metiera en un lío. Por eso mentí -Optó por decir la verdad, que siempre resultaba ser la mejor de las mentiras.

El soldado del Qiam la miró y resopló. No parecía muy contento con su respuesta, pero pareció decidir que esta vez le estaba diciendo la verdad. Aún así no soltó su brazo.

-Eso vas a decirselo al Qiam en persona.

-¿Qué? ¡No!

El elfo se rió.

-No sé que te habrán contado, pero mi señor no muerde. Si no tienes nada que ocultar, no tienes que temer nada. ¿Tienes algo que ocultar, muchacho?

Alania se limitó a negar con la cabeza mientras se dejaba conducir a los aposentos de Zealor Yahir con el corazón en un puño. Si al menos hubiera tenido la intelegencia de coger su gorra...

“¿Y de qué iba a servirte la gorra, tonta?”

No tuvo tiempo de responderse a sí misma. Pronto llegaron frente a una puerta custodiada por dos guardias más vestidos con identicos ropajes negros que se cuadraron ante el soldado que la llevaba, que debía de ser de más rango. Uno de ellos les abrió la puerta y les anunció al Qiam.

Zealor Yahir no se levantó de su silla al verlos entrar. Alania dudaba que se hubiera levantado incluso para Faris.


-¿Y su Alteza? -preguntó a su guardia, sin dedicarle apenas una mirada.

“Que no me mire, por lo más sagrado, que no me mire. Que Faris tenga razón y no me dedique ni medio segundo.”

-No estaba en sus aposentos, Señoría. Su paje dice que no sabe donde está -el elfo la empujó, obligándola a dar un paso al frente-, pero he pensado que hablar con vos tal vez le refrescara la memoria.

Y Zealor Yahir bajó finalmente su mirada hasta ella.

-Ven aquí, muchacho -le pidió, con esa voz amable que ponía cuando quería algo de las personas. Alania ya la había escuchado antes, pero sabía que si alzaba la cabeza y se atrevía a mirarle a los ojos no vería más que hielo verde en ellos-. Cuéntame lo que sabes.

Alania no se movió, petrificada de terror como estaba, pero el guardia le dio otro empujón con tanta fuerza que tuvo que dar tres pasos involuntarios para no perder el equilibrio. Eso la situó a escasos centímetros del Qiam.

-El Qiam te ha dicho que hables.

-Y-Yo... No lo sé, Señoría -resplicó con un hilo de voz.

Pero Zealor Yahir ya no la estaba escuchando.

Con una exclamación poco decorosa el Qiam la tomó por la barbilla y la obligó a alzar la vista. Sus temibles ojos glaucos mostraban sorpresa, pero una sonrisa afilada como una daga cruzaba su rostro.

-¿Así que Su Alteza Faris no se encuentra en sus aposentos? -Le preguntó finalmente aunque era más que evidente que la había reconocido-. Dime, muchacho, ¿que crees que pueda significar eso?

-No sé, Señoría -Alania tenía tanto miedo que tuvo que contener las lágrimas-. T-tal vez sólo ha salido a tomar el aire.

-¿Sin que las guardia real apostada en su puerta le haya visto salir? -Su sonrisa se ensanchó, pero por fin la dejó ir-. Capitán -dijo al guardia que tenía detrás suyo-, trae algo de comer para nuestra invitada.

-¿Invitada?

-Oh, cierto, no os conocíais. Os presento a Alania Hund, hija del traidor Dhan Hund y, por lo visto, escudera real -se volvió de nuevo hacia ella sin dejar de sonreir ni un sólo momento-. Por favor, querida, toma asiento mientras el capitán se encarga de todo. Tu y yo vamos a esperar a su Alteza despiertos. Creo que tenemos mucho de lo que hablar.



lunes, 23 de agosto de 2010

tercera parte, capítulo decimooctavo






No había incompetentes entre los hombres del Qiam. Zealor yahir en persona los había elegido, uno a uno, y había probado sus capacidades hasta convecerse de que podía confiar en ellos. Sólo un idiota se rodearía de gente en la que no puede confiar, y el Qiam no era idiota. Por supuesto, no todos ellos estaban al corriente de los planes de Su Señoría, pero sabían lo suficiente para reaccionar con rapidez y que la sorpresa no pudiera hacerles perder tiempo.

Por eso los hombres apostados en Leahpenn partieron hacia La Capital antes que los miembros de la Guardia Real sin entretenerse a interrogar al prisionero. Y por eso el Capitán de la Guardia de Su Señoría se vistió apenas lo justo para no faltar a la decencia y se encaminó a los aposentos del Qiam tras dar las órdenes pertinente para impedir que las noticias llegaran antes al príncipe Faris que a su señor.

No es que le fuera a servir de mucho al Qiam. Pero como él mismo siempre decía, la diferencia entre la victoria y la derrota se encontraba en ir por delante de tus adversarios, aunque fuera un sólo paso.

Aunque no sabía muy bien cómo iba a reaccionar el Qiam cuando lo supiera. El Capitán apenas sí podía creerlo. Jaron Yahir... ¡vivo! Y no sólo eso , si no que por algún motivo conocía los planes del ejército humano. Eso no iba a traer nada bueno.

Se detuvo unos segundos antes de golpear la puerta de su señor con los nudillos ante la mirada inquisitiva de uno de sus subordinados. Era uno de los muchachos muevos y por tanto formaba parte del grupo más desinformado. Pero algo para lo que sí estaban entrenados a pesar d ela falta de información era a no preguntar y no inmiscuirse, así que a pesar de su más que evidente curiosidad el elfo no preguntó a su Capitán mientras repetía la llamada una segunda vez.

Esta vez hubo respuesta en el interior. Un gruñido ahogado mientras Su Señoría se desperezaba. Decidió interpretarlo como una invitación para entrar.

Cuando abrió la puerta y entró, iluminando la estancia con su candelabro, encontró al Qiam sentado en la cama. Sus normamelmente fríos ojos, que raramente traicionaban sus pensamientos, le miraban ahora con una mezcla de enfado y creciente curiosidad.

Para cuando el Capitán había dejado el candelabro sobre la mesa Zealor Yahir ya estaba en pie, colocándose una bata sobre los hombros.

-No me digas que los humanos han atacado ya -dijo antes de lavarse la cara con agua de la jofaina para despejarse.

-No, mi señor. Hasta donde sabemos los humanso están siguiendo el plan según lo previsto.

-¿Entonces? -Sus ojos brillaron divertidos un momento mientras esbozaba una sonrisa-. ¿Habéis encontrado a Haze? Para eso valdría la pena levantarse.

-Tampoco, Señoría. Alguien ha daod la alarma en Leahpenn.

-¿La alarma?

El capitán se apresuró en informar a su señor de todo lo que había ocurrido en Leahpenn: el aspecto del elfo, las noticias qeu decía traer y, sobretodo, quien afirmaba ser.

Y por primera vez desde que lo conociera el Qiam dio muestras de auténtica sorpresa. Se sentó de nuevo en la cama mientras se pasaba una mano por el pelo deshaciendo la cola en que lo sujetaba para dormir.

-¿Jaron? -Palmeó sus muslos sonoramente un par de veces mientras parecía pensar-. ¿Y dices que su rostro estaba quemado? ¡Por supuesto que estaba quemado! Aún recuerdo como gritaba cuando ardió.

-Entonces ¿creéis que es él de verdad?

-¡Sin duda! Lo sabía. Lo sabía -Repitió el gesto de palmearse los muslos mientras parecía hablar para sí. Finalmente le mostró una sonrisa no exempta de cinismo-. ¿Que tendrá esta familia mía que no quiere permanecer muerta?

-Y parece saber del ejercito humano, señor.

-Sí, eso es lo que no entiendo... -Se puso en pie de nuevo y caminó hasta el armario-. Pero pronto saldremos de dudas. No tiene porqué cambiar nada -y mientras empezaba a dar órdenes, se iba vistiendo-. Que lo traigan a mí directamente. Nada debe romper el Luto real, y menos un loco fingiendo ser mi queridísimo hermano mayor. Y traédme a Faris. Le informaremos de lo que dice Jaron. Si cuando lleguen los humanso la gente va diciendo por ahí que le oculté información al Príncipe no solucionaremos nada. Sigo controlando el Luto. Ahora mismo mi autoridad sigue siendo mayor que la de ese mocoso. No tiene porqué cambiar nada -repitió.

-¿Algo más, mi señor?

-Sí, que evacuen Leahpenn, pero que traigan a sus habitantes hacia el castillo. Cuanto menos se pueda chismorrear por los pueblos, mejor.

-Sí, señor.

El capitán iba a salir cuando la voz de su señor le detuvo de nuevo.

-Oh, y, Capitán. Entiendo porqué has tenido que despertarme en mitad d ela noche dada la gravedad delas noticias, pero la próxima vez, procura que las órdenes ya hayan sido dadas antes de molestarme o será la última. Al fin y al cabo, no te pago para hacer yo tu trabajo.

domingo, 15 de agosto de 2010

tercera parte, capítulo decimoséptimo







El caballo llegó al patio y el jinete descabalgó sin esperar siquiera a que se detuviera del todo. Un criado salió a recibirle, sensiblemente alarmado ante la visita inesperada a esas horas intempestivas. Su alarma no decreció al bajarse el jinete la capucha y descubrir su identidad. Al contrario, el elfo sabía perfectamente que su príncipe no debería encontrarse allí esa noche y no pareció interpretar su presencia como nada bueno.

Faris no se entretuvo en darle explicaciones. Sabía que la mayoría de su servicio desaprovaba sus acciones de los últimos días pero que eran demasiado leales como para cuestionarlas abiertamente y prefería que fuera así. No podía permitirse el lujo de pararse a pensar en esos momentos. Todo parecía haberse salido de madre desde el momento en que Nawar viniera a pedirle que intercediera a favor de sus tíos y él había accedido.

No, no podía detener a pensar en que debería estar velando el cadaver de su padre y observando el riguroso luto impuesto por el Qiam en lugar de estar asustando a sus propios criados en su residencia privada en mitad de la noche. Así que en lugar de eso actuó como si estar allí esa noche fuera lo más natural y entregó su capa al criado mientras le pedía que se asegurara de que el caballo descansaba como era debido y que estaba listo antes del amanecer para el camino de vuelta.

-¿De vuelta?

-Al Castillo Real, por supuesto. He de asistir a un funeral.

El criado asintió, aparentemente aliviado de que al menos aquella parte de su compromiso sí fuera a cumplirla, y se apresuró a cumplir sus órdenes.

-Vuestros invitados se encuentran en la cocina -le informó otro de sus criados mientras le abría la puerta y le franqueaba el paso-. Maese Yahir decidió que era mejor esconderse hasta saber quién nos visitaba -explicó-. ¿Les hago subir al salón?

-No será necesario. Después de todo, no he cenado aún.

Su gente no sólo era leal si no que además era eficiente, así que al poco de entrar en la cocina y tomar asiento junto a sus “invitados”, la orden ya había sido dada a las cocineras, que se pusieron manos a la obra. Faris hubiera protestado. En realidad le hubiera bastado con algo de pan y queso, pero por lo poco que conocía a la señora Ceorl sabía que no iba a servirle de mucho protestar.

De modo que mientras las cocineras se afanaban con los fogones, él se encaró a Haze Yahir y a Dhan Hund, que parecían tan sorprendidos con su presencia como lo había estado su criado. Por ganar tiempo y ordenar su mente, observó a la elfa que se sentaba junto a ellos. Era la viva imagen de Alania, de facciones delicadas pero ojos despiertos y decididos, aunque sus cabellos no eran del mismo rojo ardiente que los de su marido y su hija.

-Layla Hund, deduzco. No sabía que vos también estábais aquí.

-No puede regresar a casa, Alteza -se apresuró a explicar Hund-, el Qiam la busca.

-Lo sé y su presencia no me molesta, Maese Hund. Pero si hubiera sabido que iba a encontraros aquí hubiera traido a Alania conmigo.

-¿Mi niña? ¿Está bien? -La elfa se puso en pie con impaciencia y su marido le puso una mano en el brazo para tranquilizarla.

Faris asintió con una sonrisa.

-Al menos lo estaba cuando la he dejado dormida en mi sofá -tranquilizó a los Hund-. No es el escondite ideal, pero nadie va a ir a buscarla donde se encuentra ahora.

-Pero...

-Mañana me encargaré de que llegue a vosotros sana y salva. Lo prometo.

Layla pareció tranquilizarse con aquello y se sentó de nuevo. Y eso mató el primer tema de conversación, el fácil. Ahora querrían saber qué hacía allí y él mismo no tenía mucha idea aún. Lo único que sabía era que su lugar estaba allí más que en su habitación leyendo papeleo interminable e inutil para complacer al Qiam.

-Supongo que a todos os han llegado las noticias -comenzó con una sonrisa torcida.

-Así es. Y lamentamos terriblemente vuestra pérdida, Alteza -Haze Yahir le dio el pésame tan grave y sincero que por un momento Faris perdió el hilo.

Haze nunca había conocido a su padre y a él apenas le conocía desde hacía un par de días. Y sin embargo allí, en una cocina donde no hacía falta ningún protocolo ni ceremonia, sin obligaciones ni recompensas, él le ofrecia su más sincero pésame. Cóstaba creer que tuviera cualquier tipo de parentesco con Zealor.

-Yo... Gracias -dijo finalmente, intentando recuperar su discurso-. Pues bien, como bien debéis saber el Qiam controla el Luto y la ceremonia de coronación. Por algún motivo parece que está alargando el proceso. Tal vez sólo trata de estirar mi cuerda, ver hasta donde llega su poder sobre mí. Sea como fuere, me encuentro atado d epies y manos mientras el Luto dure y francamente no creo que mi situación vaya a mejorar tras la coronación.

-Qué ironia -Yahir le ofreció una sonrisa de comprensión-. Tendréis más poder que nadie en la Nación y menos libertad que muchos.

-Debe de ser por eso que Zealor nunca quiso ser rey -fue la réplica de Faris mientras hacía sitio en la mesa para que una de las muchachas pusiera un mantel y unos cubiertos-. El problema es que hacer con vosotros. Cuando yo sea rey ya no habrá príncipe heredero y esto deberá quedar vacío a la espera de que yo tengo un hijo y alcance la mayoría de edad.

Otra muchacha le trajo una copa y algo de vino y la señora Ceorl dejó un plato de estofado caliente delante suyo. Posiblemente restos de la cena recalentados, pero definitivamente mejor que pan y queso.

-¿Vacío del todo?

-Bueno, no me llevaré los cuadros.

-¿Vendrá alguien a revisar que no quede nadie aquí? -Quiso saber Haze Yahir.

Y Faris vio adónde quería llegar. Si la residencia quedaba aparentemente vacía, sin criados, sin carromatos de abastecimiento, sin luz en la noche ni visitas durante el día, nadie iba a venir a comprobar que de veras fuera así. Iba a ser un buen esondite, al menos mientras él se habituaba a sus nuevas obligaciones y podían pensar qué querían hacer y cómo hacerlo.

-No podré abasteceros -le advirtió, dándole a entender que sabía cual era su plan.

-Nos apañaremos.

-Y será mil veces mejor que la Cueva de Yahir -apuntó Dhan. Faris no le entendió, pero dedujo que era una broma interna al ver a Haze sonreir.

-Además, cuando encuentren a Jaron vendrán para aquí.

Por supuesto. Nawar y la princesa humana. Si hubiera sabido lo que se avecinaba... Nunca debió enviarlos a buscar al medioelfo. Pero había tantas cosas que nunca debería de haber hecho... Ya no podía corregirlo. Iba a tener que vivir con esa decisión.

Podían tardar semanas en dar con el chico y regresar. Yahir debía de sabrerlo tan bien como él, pero, al igual que él, prefería fingirse ignorante y optimista. No iba a ser Faris quien aguara la fiesta.

-Pues esperemos que para entonces el Qiam ya haya tenido a bien coronarme y pueda reubicaros. Creedme, he compartido caserna con Nawar Ceorl y no se lo deseo ni a mi peor enemigo.


lunes, 9 de agosto de 2010

tercera parte, capítulo décimosexto





Nawar seguía sin fiarse del humano, pero ¿qué más podía hacer? Decía conocer a Jaron de la abadía donde se había criado, fuera lo que fuera eso, y tenía el medallón del muchacho. Era lo único que tenía de su madre y sabía que Jaron no se separaría de él así como así, pero... ¿Y si era una trampa del mismo ejército humano del que decía querer salvar a la Nación? ¿Y si guiando a ese tipo estaba mostrando a los humanos cómo llegar a Faris?

Y aún así, a pesar de todas sus dudas, le llevaba hacia la Capital de la Nación. El humano se veía fuerte, tanto como Dhan Hund por lo menos, y él estaba agotado y magullado y si las cosas se ponían feas más le valía tener un par de brazos fuertes con los que contar.

Al menos este no tenía toda la cara cubierta de pelo. Sólo un poco por la zona del labio y la barbilla, y ni siquiera era largo.

-Deberías ponerte esto -le dijo pasándole su capa al acercarse a los límites de Leahpenn-. Ya será malo si alguien me reconoce a mí, pero como vean a un humano estamos perdidos.

El humano le agradeció el gesto mientras se abrochaba la capa al cuello y se colocaba la capucha, a lo que Nawar simplemente gruñó. Sólo porque fuera un humano educado no iba a caerle bien.

-Vamos -le apremió con impaciencia.

La noche estaba cayendo y era el mejor momento para bordear el pueblo y pasar desapercibido. La gente se estaría retirando a sus casas y la tranquilidad se apoderaría de las calles poco a poco. O eso imaginaba Nawar, ya que una campana empezó a sonar repentinamente.

Por un momento temió lo peor. Las campanadas de la noche anterior aún resonaban en su ánimo y en su estado actual de exaltación pensó que se repetían, anunciando la más terrible de las noticias. Pero pronto se dio cuenta de su error.

Sólo sonaba una campana y ni siquiera era una campana grande.

-¡La alarma de la guardia! -Exclamó, aliviado a la vez que sorprendido.

-¿Qué quiere decir?

-Que el pueblo entero se va a congregar en la plaza a ver qué ocurre -respondió con una sonrisa.

-Menos posibilidades de que alguien nos vea -dedujo el humano, sonriendo a su vez.

-Y vamos a aprovecharnos de ello.

Y acelerando el paso guió al humano por el bosque hasta la linde del camino principal que partía de Leahpenn hacia la Capital. No saldrían a camino abierto, pro supuesto, pero seguirlo iba a ser más fácil y rápido que bordear campo a través y contaban con la ventaja del Luto y la total falta de actividad mientras durara.

Una parte de sí sabía que debería haber comprobado el motivo de la alarma. Si el humano no se equivocaba, Jaron y Mireah no les llevaban tanta ventaja. Menos aún teniendo en cuenta que ni el muchacho ni la princesa eran expertos en moverse por el bosque. Tal vez los guardias les habían pillado en Leahpenn y ahora iban a ser conducidos hasta el Qiam.

Lo sentía por ellos, pero no importaba. Llegar hasta Faris y ponerle sobreaviso eran en estos momentos la prioridad. Sabía que en pleno Luto iba a ser dificil acceder al castillo y llegar a su señor, pero ya se preocuparía por esa nimiedad cuando aconteciera. De momento aún debía de recorrer las cinco horas a pie que había de Leahpenn a la Capital, de noche, acompañado de un humano en el que no confiaba y vitando ser visto por guardias reales y hombres del Qiam por igual.

Pan comido. En serio.

O como mínimo masticado.

lunes, 2 de agosto de 2010

tercera parte, capítulo décimoquinto






Para cuando el primer guardia llegó a la plaza ya había un grupo numeroso de curiosos alrededor del elfo que hacía sonar la campana. Se abrieron paso entre los ciudadanos, algunos de los cuales parecían debatirse entre la alarma y el creciente enfado ante lo que parecía ser una falsa alarma. Los ánimos estaban exaltados últimamente entre el ataque al Qiam y la muerte del Rey y lo último que necesitaban en Leahpenn era un incendio en mitad de la noche.

El elfo de la capucha se detuvo cuando llegaron hasta él y soltó la cuerda sujeta al badajo.

-¿Donde está el fuego? -Quiso saber uno de los guardias.

-No hay fuego alguno, oficial.

Hubo un murmullo apagado entre la multitud y el más joven de lso guardia dio un paso hacia el desconocido.

-¿Y te atreves a romper el silencio del luto? ¿Sabes qué puede pasarte?

Los que estaban más cerca pudieron intuir una sonrisa bajo la capucha ante la amenaza velada.

-No hay fuego aún, però lo habrá si no me lleváis hasta el Qiam y su Alteza el príncipe Faris.

-Ni su señoría ni su Alteza pueden ser molestados por nimiedades hasta que acabe el Luto -otro de lso guardias hizo un gesto con el brazo ydos de sus subordinados sujetaron el extraño elfo de la capucha por los brazos-. Esperarás en una mazmorra hasta entonces. Y reza porque nuestro nuevo Rey se sienta indulgente.

-¡Cielos! -El elfo rió-. ¿Os enseñan a hablar así en la academía o eres así de pedante de nacimiento?

-¡Muestra un poco de respeto! -Uno de los guardias que le sujetaban tiró de su capucha hacia atrás, mostrando el rostro del ofensor.

Una exclamación de horror recorrió a los presentes y los guardas le soltaron con aversión. El elfo alzó la cabeza, despectivo, mostrando su rostro deforme a los presentes con altivez, y rió de nuevo pero esta vez no había en su gesto ni pizca de humor.

-¿En esto os ha convertido Zealor? ¡Vosotros! -Se volvió hacia dos elfos que se habían abierto paso hasta la primera fila-. Vosotros sois hombres del Qiam, llevadme hasta vuestro señor. Tengo que algo importante que contarle.

Los dos elfos no se movieron, ni siquiera se miraron, pero parte de la concurrencia se apartó de ellos, dejándolso aislados. El guardia de mayor rango tomó de nuevo cartas en el asunto.

-¡Idiotas, aprehendedle! -sus hombres obedecieron y el elfo del rostro quemado no hizo gesto alguno para defenderse-. Y lo que tengas que decirle al Qiam puedes decirnoslo a nosotros -añadió, dirigiendose a su prisionero.

-Está bien -el elfo se encogió de hombros-. Un ejército de humanos está en camino. Para el amanecer llegarán a Leahpenn y no dejarán piedra sobre piedra, pues esas son sus órdenes.

Se hizo un silencio denso a su alrededor durante unos segundos antes de que la gente estallará en carcajadas. Todos reían menos el guardia de mayor rango, el elfo del rostro quemado y los dos elfos a los que éste había señalado como hombres del Qiam. Pronto la gente se fue dando cuenta de este último detalle, pues poco a poco las risas se fueron pagando hasta que el silencio regresó, expectante.

-Los humanos no existen -dijo el guardia-, no son más que leyendas.

-¿Seguro? ¿Y qué hay de los rumores acerca del grupo que rescató al traidor en Suth Blaslead? Estoy seguro de que más de uno lo habéis oído.

Los murmullos le dieron la razón. El rumor sin duda había llegado. Había una criatura que no era elfíca en el grupo de traidores que había rescatado a Haze Yahir y atacado al Qiam.

-Los humanos existen, y vienen a miles a destruirnos. Preguntad a los hombres del Qiam por qué no se han sorprendido -dijo, señalando a los dos supuestos espías, que, ahora sí, delataban su condición dando un paso al frente-. Y aunque no me creáis, ¿podéis arriesgaros a estar equivocados? Si tenéis dos dedos de frente, alferez, evacuaréis el pueblo y haréis que me lleven frente al Príncipe Faris, Luto o no, para poder ponerle al corriente de los planes de los humanos.

-Pensé que querías ver al Qiam -dijo uno de los espías, abriendo la boca por fín.

-Oh -el elfo sonrió, o al menos la mitad no deforme de su rostro lo hizo-, créeme, es el Qiam quien va a querer hablar conmigo.

-¿Y por qué debería si es más que evidente que estas loco?

Su sonrisa se ensanchó, pero sus ojos violetas eran fríos como las armas de metal de las leyendas, capaces de matar el alma junto con la carne y el hueso.

-Porque soy Jaron Yahir, herededor legítimo de la casa Yahir y cabeza de familia. No creo que mi hermano pequeño quiera perderse la reunión.