sábado, 27 de junio de 2009

Segunda parte, capítulo octavo

(¡Hoy hace un año que publico esto! Para celebrarlo he añadido cositas a la web. Disfrutad y gracias por estar ahí durante estas 53 semanas.)




Cuando Nawar empezó a hablar no fue al grano. Tal vez no había mentido y la historia era tan larga como había dicho.

Mireah, que hasta hacía unos minutos estaba furiosa con el elfo por inconsciente e irresponsable, estaba ahora intentando entender algo de lo que el joven decía y que parecía estar afectando tan profundamente a Haze y a Dhan.

No sabía mucho de política élfica, pero recordaba lo que Jaron le contara acerca del poder casi ilimitado del Qiam y recordaba también que sólo el rey estaba por encima de él. Nawar tuvo la deferencia de ponerles al corriente del delicado estado de salud del actual rey, pero lo comentó de pasada, como si fuera algo que sin duda debían saber. Mireah dedujo con eso que si los políticos de la nación elfa se parecían a los políticos humanos estarían todos cual buitres esperando ver qué parte del cadáver podían comerse antes de que el cambio de poder se hiciese efectivo. Mientras el rey estuviese moribundo el príncipe era solo eso, un príncipe, y joven por lo que insinuó Dhan. Estarían todos frontándose las manos ante la perspectiva de manipularlo a su antojo.

Eso le ayudó a dibujar un esquema aproximado de una nación en precario equilibrio de poderes, al mando de la cual había un príncipe demasiado joven y un Qiam demasiado malvado.

"Y que yo pensaba que nuestro gobierno dejaba que desear..." Pensó con cierto cinismo mientras Nawar hacia una pausa para reordenar sus palabras.

-Faris no es ni mucho menos estúpido, pero sabe que su juventud hará que el Consejo busque la opinión del Qiam antes que la suya cuando su padre muera.

-Bueno, por lo que me ha contado mi tío, nunca se ha preocupado mucho por los asuntos de estado -argumentó Dhan, el único de ellos que podía saber algo de la situación política de la Nación.

Nawar sonrió y a Mireah no se le escapó el brillo de orgullo en sus ojos.

-Eso es lo que todos piensan, pero en realidad está mejor informado que algunos de esos apoltronados burgueses.

Esta vez le tocó a Dhan arrugar el ceño, molesto por la alusión.

-Todo eso está muy bien, pero sigue sin tener nada que ver con Haze -opinó Mireah.

-Es que no me habéis dejado acabar -protestó el rubio.

Y continuó hablando, esta vez acerca de como al príncipe, a pesar de ser demasiado pequeño cuando Zealor llegó al poder, nunca le había gustado Zealor. A medida que crecía esa sensación no desapareció, al contrario. El príncipe Faris nunca se sintió cómodo en presencia del Qiam.

-Sin embargo el sentir general es otro, ¿no es así, Dhan?

-Eso es cierto. Yo mismo he tenido que morderme la lengua en numerosas ocasiones. El hecho que lograra superar las pruebas siendo tan joven y que perdiera a toda su familia en tan poco tiempo le granjearon muchas simpatías en el pueblo.

-Que tierno -murmuró Haze, abriendo la boca por primera vez desde hacía rato.

-Bueno, Jaron tuvo un funeral por todo lo alto y patrullas de soldados estuvieron buscándote por toda la Nación tras tu desaparición hasta que se te dio por muerto -repuso Nawar con una media sonrisa-. Recuerdo cuan impresionante resultó todo, cuan emotivo. Si no hubiese conocido a Zealor, hubiese creído que de verdad podía sentir.

Consiguió arrancar una sonrisa de Haze.

-Nunca te cayó bien.

-Nunca me caísteis bien ninguno de vosotros -el rubio se encogió de hombros-. Pero lo que quiero que entiendas, Haze, es que para la mayoría de personas Zealor es un tipo que ha sufrido grandes pérdidas y las ha sobrellevado notablemente, además de ser el Qiam, por supuesto, y hacer todos los sacrificios necesarios en bien de la Nación. Como por ejemplo, sacar a la luz el doloroso hecho de que su hermano pequeño es un traidor asesino -añadió haciendo un gesto amplio con la mano.

Mireah tomó la mano de Haze entre las suyas, pero éste ni se inmutó.

-Así que la Nación adora a mi hermano. Sigo sin entender que quiere el Príncipe de mí -fue todo cuanto dijo.

-Ya te he dicho que a mi señor nunca le gustó el Qiam. Faris puede ser muchas cosas, pero algo que se le da muy bien es juzgar a las personas. Mientras su padre estuvo sano, no hubo problemas. El rey fue siempre un hombre fuerte y respetado. El consejo funcionó como una seda bajo su mandato y el Qiam apenas fue necesario más que para aconsejar o desaconsejar.

-Pero el rey enfermó...

-Exacto. Hará unos veinte años que su enfermedad dura, pero ha sido estos últimos tres años en los que su situación ha empeorado. Fue entonces cuando Faris se empezó a preocupar. Contactó con gente que sabía teníamos la misma estima por el Qiam, por decirlo de algún modo, y compartió con ellos su inquietud. Y antes de que ninguno de sus confidentes nos diéramos cuenta el príncipe había organizado una pequeña red de afines que organizaban reuniones y compartían información sobre el Qiam.

-Planeando para un futuro mejor -dijo Dhan con una expresión extraña en el rostro.

Nawar le miró sin entender nada, pero Mireah supo que Dhan se estaba acordando de sus propias reuniones con Jaron y Sarai. Intentó imaginarlos a ambos con la edad de Nawar y no le costó demasiado en el caso del pelirrojo. La imagen mental que se formó se parecía mucho a Alania. Mireah podía perfectamente imaginar a Alania intentando cambiar el mundo.

Con Jaron Yahir sin embargo fue incapaz. Por más que insistiera Haze, no podía ver nada bueno en el elfo de la cara quemada.

-Pero, no lo entiendo -continuó Hund-. ¿En qué os basabais? Es decir, por mucho que odie a Zealor, he de admitir que su trayectoria ha sido intachable.


-Eso parece a simple vista, y al verdad es que es frustrante. Zealor es un genio, eso lo admito. En estos sesenta y siete años no ha hecho nada ilegal. Nada que se pueda demostrar, al menos, pero aún y así mi señor está convencido de que ha ido eliminando obstáculos a lo largo de su camino. Detenciones difíciles de entender, confesiones extrañas... -De nuevo un amplio gesto de brazos para ilustrar la magnitud de las sospechas del príncipe.

-Pero no hay pruebas.

-No. Y si a eso le sumamos que su palabra no es sólo ley, sino verdad, se hace difícil rebatirle nada al Qiam sin una buena base sobre al que apoyarse.

-Decís que ha eliminado obstáculos -quiso saber Haze-. ¿A qué os referís?

Nawar le miró largamente y luego hizo un mohín.

-La teoría de Faris, y que conste que de momento es sólo una teoría, es que la meteórica carrera de Zealor Yahir está surcada de coincidencias. Si hace treinta años el antiguo tesorero real no hubiese resultado ser un traidor a la corona, no se habrían cambiado las leyes que le dan completo control sobre las arcas de la Nación. Si hace sesenta y siete años sus hermanos no hubiesen desaparecido, no sería dueño de toda vuestra heredad. Si hace setenta y pico años sus padres no hubiesen muerto, Jaron hubiese sido el Qiam en su lugar.

-Etcétera, etcétera -concluyó Dhan, tal vez repasando más coincidencias mentalmente.

-Siempre creí que Faris era paranoico en exceso, pero vaya, finalmente sí estaba detrás de vuestras desapariciones, así que...

-No -de repente Haze se puso en pie y empezó a pasearse por la sala-. No. Sé de qué es capaz Zealor, pero lo que estáis insinuando es... A sus propios padres...

Todos guardaron silencio mientras Haze se apoyaba en la pica, dándoles la espalda, y daba grandes bocanadas, tratando tal vez de frenar alguna arcada.

-No -dijo finalmente-. Es demasiado incluso para Zealor.

-¿Cres que es más difícil cometer parricidio que fratricidio? -Inquirió Nawar con una ceja enarcada. No había burla ni humor en su voz. La pregunta iba totalmente en serio.

Haze no contestó ni se volvió, pero sus hombros se tensaron. Sin duda trataba aún de resistirse a una idea que le aterraba. Y no le extrañaba. Un nivel de planificación así implicaba que Zealor era aún peor de lo que el mismo Haze siempre había creído.

-Jaron es de la misma opinión -dijo Dhan-. Una vez me contó esta misma teoría y me dijo que Zealor sólo conoce un modo de conseguir las cosas: arrebatárselas a otro.

Otro silencio.

Nawar no dejó que se alargara mucho.

-Pero de momento son sólo conjeturas... -dijo recostándose hacia atrás en su silla-. En fin, ahora ya sabéis porque quiere veros el Príncipe.

Como respuesta obtuvo más silencio.

Mireah se debatía entre las ganas de levantarse a abrazar a Haze y la certeza de que en ese momento su amor lo que necesitaba era espacio y aire para respirar. Dhan parecía meditar algo, tal vez la de cosas que él les podía haber contado de haber sabido que este grupo antes. Nawar por su parte esperaba, más serio de lo que Mireah le había visto nunca.

-Yo tengo una pregunta más -dijo de repente Haze, volviéndose, con un tono de voz curioso e incluso alegre-. ¿De qué conoce un mindundi como tú a la familia real?

-¿Mindundi?

-¿Que más te da lo que te llame si no te caigo bien?

Nawar se hizo el ofendido. Mireah se dio cuenta de repente que parecía una dinámica que llevaban muy bien y se preguntó hasta que punto era cierto que a Nawar nunca le había caído bien Haze o si era algo de lo que se había convencido con el tiempo.

-No conozco a la familia real, sólo al Príncipe -contestó finalmente-. Coincidimos en la guardia. Yo intentaba ser soldado y él tenía que hacer el servicio obligatorio de mentirijillas que hacéis los nobles. Como le trataba como a uno más le caí bien. O eso dice.

-¿No le crees?

-Siempre ha estado muy obsesionado con la idea del Qiam. Creo que le atrajo saber que mis tíos eran guardianes de vuestra hacienda, pero nunca lo confesará.

Haze sonrió y se acercó finalmente a la mesa, retirando el plato y llevándolo hasta la pica para lavarlo. Mientras pasaba, apretó el hombro de Mireah con su mano libre, pero el gesto en lugar de tranquilizarla no hizo si no empeorar el nudo en su estómago. Odiaba cuando fingía que todo iba bien cuando era más que evidente que no.

-Pero no eres soldado -no lo preguntó, pues era obvio que no lo era o no hubiese tenido la libertad de movimiento que tenía.

-Ya había muchos soldados en su pequeño grupo. Faris creyó que me iría mejor como agente libre, aunque mi madre cree que recaudo impagos para un prestamista de la capital.

El pequeño de los Yahir medio rió, sentándose.

-¿Y cuando quiere vernos tu señor, agente libre?

-Cuanto antes. Si salimos ahora llegaremos en un día y medio.

-Imposible -protestó Mireah-. Haze aún no está recuperado del todo.

-No importa mucho si estoy recuperado o no, princesa. Cuanto más tardemos en ir a ver al Príncipe, más tardaremos en ir a buscar a Jaron.

Mireah se sonrojó, pues con toda la información recibida casi se había olvidado de Jaron. Haze tenía razón, por supuesto, si tardaban mucho más en ir a buscar a su amigo, a saber dónde estaría. Pero si partían ahora corrían el peligro de que la espalda de Haze no se acabara de recuperar nunca.

De todos modos, los elfos parecían haber decidido por ella, para variar, pues Dhan se ofreció para ir a recoger todo lo que fueran a necesitar para el viaje mientras se ponía en pie.

-Te ayudo -dijo, incómoda.

No quería quedarse sentada en la cocina mientras los nervios se apoderaban de nuevo de ella. La verdad era que de lo que tenía ganas era de quedarse a solas con Haze y abrazarlo y consolarlo, pero el elfo ni quiera trató de detenerla mientras ella se ponía en pie y seguía a Hund a la habitación de invitados, donde guardaban casi todas sus cosas.

En ese momento odio a Nawar un poco.

Sólo sabía traer problemas.

sábado, 20 de junio de 2009

Segunda parte, capítulo séptimo




Sentado a lomos de su caballo junto a la intersección del camino, el Qiam esperaba. Pronto sus hombres llegarían desde Nanoin'ear y podrían cabalgar hasta Fasgaid, a cazar escurridizas ratas.

Era cuanto menos irónico y se sentía tentado a quemar el lugar por segunda vez. ¿Sabría Haze que allí era donde se había escondido Jaron hacía sesenta y siete años? ¿Sabría que bajo las ruinas descansaban los restos nunca enterrados de su hermano mayor, muerto por su culpa? Si es que de veras descansaban allí, cosa que había empezado a dudar en los últimos tres días.

Algo no encajaba. La presencia de Dhan Hund era sospechosa, por incoherente y fuera de lugar.

Entendía la implicación de Nawar Ceorl. Y no sólo por la detención de Noain y Salman. Él y Haze habían sido criados a medias por los guardas de los Yahir. En verano, sobretodo, cuando los padres de Nawar se iban a trabajar al campo, dejaban al mocoso en casa de sus tíos, donde otro mocoso, ocioso por las vacaciones, podría jugar con él. En realidad era una amistad de conveniencia, pero la gente que se creía buena, como su hermano y como Ceorl, daban mucha importancia a esas coincidencias infantiles. Suficiente como para arriesgar la propia vida.

Sí, Nawar Ceorl encajaba a la perfección. Sin embargo Hund...

Su noble familia y la familia Yahir siempre habían sido enemigos políticos. Desde la época de sus padres, o tal vez antes, las ambiciones de una familia habían chocado con las de la otra en numerosas ocasiones. Era una enemistad cortés que no iba mucho más allá de las cortes y el Consejo, pero la tensión podía sentirse en cualquier reunión social a la que ambas familias atendían. Sin embargo su hermano Jaron y Dhan Hund habían roto esa tradición al coincidir en su época de instrucción militar, la que todo joven noble debe recibir en su mayoría de edad. Fue posiblemente un acto de rebeldía inconsciente hacia sus respectivos padres, pero la verdad es que Hund y Jaron se hicieron muy buenos amigos.

Nunca había tenido pruebas de ello, pero Zealor siempre había estado convencido de que si alguien sabía lo de su hermano y Sarai era Dhan Hund. Así que tenía sentido que Haze hubiera acudido al único elfo que podía proteger al chico cuando regresó a casa, ¿pero por qué iba Hund a arriesgar tanto por Haze?

La respuesta era sencilla. Por Jaron.

Jaron no murió en el incendio, ahora estaba convencido de ello. Si eso quería decir que seguía vivo o no ya no lo sabía. No tenía ninguna pista en ninguna de esas direcciones en ese momento. Pero Jaron sobrevivió al fuego, eso era seguro, y tal vez dejó instrucciones. Sobre su hijo, sobre Haze si jamás reaparecía...

Así que no podía perder mucho tiempo. Así como nunca había temido realmente a Haze (no, no era por temor que deseaba quitárselo de encima), Jaron sí era un oponente a tener en cuenta. Carismático y apasionado, su hermano hubiera podido poner a toda la Nación a los pies de Sarai sólo con su amor y la belleza de la humana. Todos hubieran amado a Sarai, y amando a Sarai hubieran amado a los humanos. Y los humanos hubieran amado a los elfos de conocer a Jaron, al hermoso y perfecto Jaron.

Pero no era con amor lo que él había planeado para las dos razas. El amor hubiera encumbrado a los enamorados y él hubiera quedado relegado de nuevo a un segundo lugar. No, el único de modo de gobernar por encima del rey, de gobernar por encima de todos los reyes y de todas las razas, era el odio. Por eso Jaron y Sarai habían tenido que morir, por eso iba Jaron a morir de nuevo si había sobrevivido. Y con él todos los que alguna vez conocieron a Sarai.

Oyó a lo lejos caballos y apartó los ojos del camino de Fasgaid para recibir a la docena de soldados que se aproximaban a su posición.

Tenía ya ganas de llegar y matarlos a todos. En dos días sus socios humanos moverían la primera ficha y quería dejarlo todo bien atado para poder dedicarse por entero a su plan.

sábado, 13 de junio de 2009

Segunda parte, Capítulo sexto




Tras los saludos de rigor, Haze guió a Nawar al interior de Fasgaid, sorteando escombros y maleza. El elfo ya estaba acostumbrado, pero su amigo de infancia no lo estaba y Haze no pudo evitar sonreír al oírle maldecir pro segunda vez.

-Ya queda menos -le aseguró, abriendo la puerta de la antigua biblioteca de su padre-. La cocina está casi entera.

-Que consuelo... -el rubio miró a su alrededor al cruzar el umbral, sorprendido tal vez del tamaño de la estancia-. Como os lo montáis los ricos, ¿eh? -dijo con cierta acritud.

-Ya sabes. Nos encanta derrochar en nuestras ruinas... -respondió tranquilamente a su provocación.

Nawar alzó una ceja.

-Pareces de buen humor.

-Lo dices como si fuera algo malo.

El joven gruñó, pero no añadió nada más, pues Haze había abierto la puerta de la cocina, donde Dhan Hund y Mireah esperaban.

Hund recibió a Nawar con un enérgico golpe en el hombro, pero la humana apenas sí inclino la cabeza en su dirección. Haze sabía qué debía de estar pasando por su cabeza. Nawar había regresado solo y lo que hubiera podido pasarle a Jaron la llenaba de ansiedad, así que se acercó a ella y le tomó la mano.

Luego se volvió hacia Nawar.

-Toma asiento -le ofreció-. ¿Tienes hambre?

El joven miró a la humana y al pelirrojo, cuyos rostros ansiosos parecían querer arrancarle a gritos un relato y luego se volvió de nuevo hacia Haze.

-Sí -admitió, sentándose.

-Bien -y soltando la mano de la princesa, Haze fue hasta las encimeras y llenó un plato con el contenido de una de las ollas. La noche anterior había sido un estofado bastante decente. El elfo sospechaba que ahora no lo sería tanto, pero no tenia nada más a mano-. Buen provecho -le deseo mientras dejaba el plato sobre la mesa y tomaba asiento a su vez.

Mireah y Dhan les imitaron y se sentaron. Durante un rato, Nawar comió en un incómodo silencio. El joven no levantó la cabeza del plato, pero no dejó de mirarles de reojo. Hund se mordía las uñas en un intento de no saltarle al cuello al joven elfo y zarandearlo hasta que hablara de una vez y Mireah jugueteaba con los dedos de Haze, mirandole apenas de soslayo, como preguntándole porque se lo tomaba con tanta calma.

La verdad era que no estaba calmado, en absoluto. Llevaba tres angustioso días con un nudo en la boca de estomago, con la acuciante certeza de que la vida de todos se había ido al garete por su culpa. Si no apremiaba a Nawar era porque, en cierto modo, prefería no saber. La falta de noticias, dicen, son buenas noticias.

Pero Nawar finalmente se acabó su plato y lo apartó, levantando la cabeza.

-¿Nos dejamos de fingir que no os morís de ganas de oír lo que tenga que contaros? -dijo, su tono, como siempre, no exempto de un cierto desafío.

-Me parece bien -respondió Mireah apretando más la mano de Haze.

-Y a mí -la apoyó Dhan, recostando la cabeza en su mano, el codo sobre la mesa-. Te escuchamos.

-Ya... -el elfo se revolvió los rubios rizos y carraspeó-. Veréis... después de soltar al Qiam...

-Así, ¿le soltasteis?

-¿Qué íbamos a hacer con él?

-¿Matarle? -Preguntó Dhan.

Nawar hizo un mohín.

-Er... No. No hubiese sido buena idea... Aunque no somos enteramente estúpidos. Antes le hicimos prometer que no se vengaría en nuestros familiares, por supuesto. No sé cuanto valor le da Zealor a su alma inmortal -dijo, mirando a Haze, como si él supiese la respuesta-, pero teníamos que intentarlo.

Haze se encogió de hombros.

-Le dé o no importancia, si lo prometió es posiblemente porque crea que no le va a servir el mismo truco dos veces.

-Tanto da, entonces. Al menos eso quiere decir que Alania está segura con su madre.

-Lo dices muy convencido -el tono de Dhan bien podía haber sido un gruñido.

-Bueno, el rastro que ella y Yahir tomaron se dirigía hacia Leahpenn. ¿Adonde más iba a llevarla, si no?

Dhan admitió con un nuevo gruñido que posiblemente tuviera razón. Haze estaba convencido de ello. Independientemente de lo mucho que le odiara a él, Jaron no hubiera abandonado a la muchacha sin dejarla en un lugar seguro.

-Así que le soltasteis -Mireah les hizo regresar al tema-. ¿Y luego?

-Fuimos a buscaros a la Casa Secreta. Vimos que no estabais, pero el chaval descifró vuestro mensaje.

-¿Y donde está? -a su princesa no le gustaba andarse por las ramas.

-Oh. Eso... -el elfo hizo un mohín. Sin duda sabía que era lo que todos querían saber y no parecía preparado para darles una respuesta. Finalmente suspiró-. ¿Sabéis qué? Da igual. Me había preparado una bola fabulosa en la que el chico estaba en un lugar seguro hasta que las aguas se calmaran. Pero eso era hasta esta mañana. Tal y como están las cosas creo que me apetece más deciros la verdad.

-¿Le tiene el Qiam? -los peores temores de Haze estaban concentrados en la pregunta de Dhan.

-¡Oh, no, no! Nada tan dramático.

-¿Entonces qué? -La princesa alzó la voz ligeramente, irritada.

-Quiso regresar a su casa.

-¿Su... casa? -Hund frunció el ceño.

-¡Con los humanos! -Le espetó Mireah, poniéndose en pie de repente y volviéndose de nuevo hacia Nawar-. ¿Le dejaste regresar sólo a tierras humanas? ¿Es que no tienes nada debajo de los rizos?

-El chico ya es mayorcito. ¿Qué tenía que hacer? ¿Secuestrarlo y llevarlo conmigo? ¿Darle un puñetazo para que obedeciera? Porque eso hubiera mejorado su opinión sobre los elfos seguro.

-Tú eras el adulto. Era tu resposabilidad. Si le pasa algo...

-¡A mí no me carguéis con el muerto! No fui yo el que se fue sin esperar al resto.

-¿Estás insinuando que es culpa nuestra?

-Mía te aseguro que no es.

Mireah abrió la boca para contestar, roja de ira, pero Haze la tomó del brazo y tiró de ella. La humana se volvió hacia él, furiosa pro la interrupción, pero se sentó de nuevo en un indignado silencio cuando entendió que el elfo quería intervenir.

-No creo que sea el mejor momento para buscar culpables ahora. Lo hecho hecho está y no ganaremos nada enemistándonos entre nosotros.

Nawar suavizó su gesto.

-Te juro que intenté hacerle entrar en razón...

-Te creo.

-Eso no cambia el hecho de que fue una irresponsabilidad -insistió la princesa.

-Mireah...

-¿Qué? En el mejor de los casos, aunque eluda a los soldados de mi padre, está por ahí solo.

-Por lo que él mismo me contó, llevaba meses de viaje cuando llegó a Meanley y siempre se las había apañado muy bien. Jaron es un chico muy capaz y muy hábil.

-Por capaz que sea, sigue estando solo.

Haze hubiera querido poder explicarle a Mireah porqué creía que eso era lo mejor para el muchacho. Su compañía no le había aportado nada bueno. Desde que llegó a su vida Haze supo que Jaron se iría tarde o temprano. Si bien era cierto que durante unos días él mismo llegó a creerse que podían ser una familia, también era verdad que algún día se hubiese dado cuenta de que ni su padre ni él tenían nada que ofrecerle que no le hubiesen ofrecido ya. Tal vez hubiese tardado una semana más, o un mes. Todo ese feo asunto de Zealor no había hecho si no acelerar el proceso.

Pero Mireah no lo hubiera entendido. Ni ella ni Dhan ni Nawar, que le miraban expectantes.

-Bueno, ahora que ya no hemos de esperar a nadie más, podemos ir a buscarle.

La princesa le sonrió, agradecida. Nawar, sin embargo, se mordió el labio.

Haze recordaba ese gesto de cuando eran pequeños. Solía usarlo cuando su tía empezaba a regañarles a media explicación. Quería decir que aún no lo había contado todo y que lo que quedaba de relato tampoco les iba a gustar.

-¿Qué pasa?

-El príncipe quiere conocerte.

Eso era lo último que cualquiera de los presentes hubiera esperado oír en ese momento.

-¿Qué?

-Bueno, de hecho quiere conoceros a todos -continuó Nawar como si llevaran toda la tarde hablado del tema-. Aunque es posible que a Dhan ya lo conozca.

-¿Te refieres a Faris? Sí... sí -Hund, desconcertado, no pudo más que seguir el hilo iniciado-. Mi tío es miembro del consejo -luego sacudió la cabeza, como tratando de despejarla-. ¿Pero por qué iba Faris a querer conocer a Haze? ¿Y por qué tu...?

Dejó la pregunta inacabada, suspendida.

¿Por qué tu le conoces?

-Es una larga historia...

-Pues empieza a contarla ahora -pidió Mireah con el ceño fruncido.

Dhan esbozó una mueca.

-Sí, y que tenga final feliz.

viernes, 5 de junio de 2009

Segunda parte, Capítulo quinto






Hacía tres días que había salido de Leahpenn y apenas había hecho otra cosa que caminar. Demasiado preocupado por ser descubierto, no había cazado nada para no tener que encender ningún fuego, así que todo su alimento habían sido las raíces y bayas que hubiera podido encontrar. Y no era mucho. Así que estaba literalmente al límite de sus fuerzas cuando se dejó caer pesadamente junto al hito que marcaba la bifurcación.

Suspiró, mirando hacia arriba, hacia la considerable altura del mojón. No hubiera sabido decir si el monolito en el que se había recostado era de manufactura élfica o humana, la verdad.

El muchacho miró a los dos caminos que se abrían frente a sí con cierta desesperación. ¿Iba por el buen camino e iban a tierras humanas o por el contrario llevaban de vuelta a la Nación de los Elfos? No tenía sentido. Lo único que sabía con certeza era que su hogar, la abadía, quedaba terriblemente lejos y que él no tenía fuerzas para hacer un paso más.

Estaba perdido.

No geográficamente, claro. Sabía donde quedaban los puntos cardinales y la dirección general que debía seguir (este, siempre al este). Pero había perdido cualquier tipo de motivación. Le quedaban al menos tres semanas de camino. Y al contrario que el largo camino que le había llevado a Meanley por primera vez, lleno de emoción e intriga, lleno de promesas de un futuro diferente, esto era una huida, un regreso a todo aquello que le asfixiaba y le hastiaba. Y aún así... ¿Donde más podía ir? ¿Qué más tenía? Nada. Nada en absoluto. Y eso era lo peor, esa sensación de que nada de lo que hiciera, ningún lugar al que fuera, iba a cambiar el hecho de que él no pertenecía a ese mundo. ¿Que más daba si se quedaba allí sentado para siempre, a la espera de que el hambre, el cansancio y la sed hicieran su trabajo?

Se llevó las manos a los ojos, tapándolos, impidiendo que les llegara la luz. Y se quedó así, a oscuras, sintiendose tan cansado y hambriento, tan miserable y solo...

De repente, unos pajaros discutiendo furiosos en las ramas sobre su cabeza la trajeron de vuelta a la realidad. Alzo los ojos y los vio, frenéticos. Y vio también las nubes grises que se acercaban, poniendo nerviosos a los pájaros, amenazando llover.

-No -dijo. Y él mismo no supo muy bien si negaba la inminente lluvia o si por el contrario negaba su desamparo y debilidad.

Tal vez ambas cosas, pues logró ponerse en pie y se decidió al fin por uno de los caminos. Al este, siempre al este.

Le quedaba un buen trecho, eso era verdad, pero en pronto estaría suficientemente lejos de Meanley como para atreverse a buscar un pueblo. Allí podría buscar algún trabajillo, intentar conseguir algo de dinero, o incluso encontrar a alguien que pudiera ayudarle, carromatos que fueran en esa dirección...

Sí, un día más. Una noche más de bosque y soledad. Sólo eso. El resto sería sencillo.

Y tal vez llegara a casa antes de lo que había calculado. Con Rodwell, con su hermano... Él escucharía todo lo que le había sucedido y le ayudaría a entenderlo, tal vez incluso supiera distinguir las verdades de las mentiras. Esas cosas se le daban bien a Rodwell. Incluso cuando ambos eran jóvenes esas cosas se le daban bien. Y, ¿quién sabe? Tal vez cuando lo entendiera todo pudiera regresar. Tal vez cuando no doliera de ese modo, cuando no fuera todo confuso y traicionero...

Y así siguió caminando, porque caminar en realidad era sencillo. Le ayudaba a no pensar. Y ahora mismo no necesitaba pensar. Ya pensaría en casa, con Rodwell. Ya pensaria cuando pudiera descansar.