lunes, 4 de octubre de 2010

tercera parte, capítulo vigésimo segundo



Después de la frugal cena con sus excepcionales invitados y de ponerse al día con Maese Hund, Su Alteza se había encerrado en su despacho, donde parecía haberse pasado la noche escribiendo notas para, horas después, repartirlas a diferentes miembros del servicio que partieron a cumplir sus encargos.

Los Hund se habían retirado a dormir, conminados por Haze, y él mismo se había encerrado en su habitación aunque Salman no estaba seguro de si realmente dormía. Pero fingir que iba a retirarse había sido el único modo que el joven había encontrado para convencer a Noaín de acostarse a su vez. Él se había echado junto a su esposa tras recibir el permiso de Su Alteza para retirarse y durante unas horas sólo la luz en el despacho de Faris había iluminado Segaoiln'ear.

Salman no había dormido durante mucho, de todos modos. Era una de las ventajas de la senectud. Así, mientras Su Alteza acababa de repartir misivas él decidió servirle el desayuno a Su Alteza mientras el día empezaba a despuntar. Aún no se veía un solo rayo de luz, pero los pájaros más madrugadores ya habían empezado sus alegres diatribas en los árboles del jardin.

Encontró a su nuevo señor preparandose para marchar y no pudo evitar un mohín. Su Alteza no había dormido esa noche y era más que evidente que no lo había hecho tampoco la noche anterior. Unas profundas ojeras moradas enmarcaban sus ojos verdes y parecía haber una carga de años sobre sus jóvenes hombros. No estaba entre sus funciones regañarle, pero de haber sido uno de los Yahir a su cargo le hubiera recordado que un príncipe enfermo no le iba a serivr de nada a la nación.

-Alteza, deberíais descansar –fue todo lo que se atrevió a decir mientras dejaba la bandeja sobre la mesa.

Faris le dedicó uan sonrisa tan cansada como sus espaldas.

-No tenía pensado quedarme hasta tan tarde –esbozo una mueca al mirar por la ventana-. O más bien hasta tan temprano. Va a ser divertido cuando me duerma en el funeral de mi padre. Eso seguro que da qué hablar.

-No deberías bromear sobre eso –le reprendió, incapaz de contenerse. Tal vez fue la parte de sí mismo que echaba de menos tener a su alrededor alguien joven a quien
educar.

-Ojalá bromeara –fue la respuesta de su príncipe mientras se masajeaba la nuca-. Por suerte creo que todo está atado y esta noche podré por fin dormir.

-eso espero, Alteza, por vuestro bien.

El joven le miró sin perder la sonrisa y por fin fijó la vista en el desayuno.

-No recuerdo haber pedido el desayuno.

-Me he tomado la libertad de pensar que tal vez tendríais hambre, Alteza.

-Eso de tomarse libertades debe de ser cosa de familia –pero se llevó un trozo de pan a la boca-. Creo que ya sé porque Nawar y Maese Yahir se tomaron tantas molestias por salvaros.

A pesar de la edad el anciano sintió el rubor teñir sus mejillas.

-Se tomaron molestias porque son jóvenes e impulsivos.

-¿De veras? -Faris masticó un poco más de pan, esta vez con algo de queso y embutido-. Y yo que hubiera jurado que era por el amor que os profesaban...

Salman no supo que responder. Negarlo hubiera sido negar dos de los más preciados tesoros de su alma. Nawar y Haze eran los hijos que nunca habían tenido y durante un tiempo fueron más hermanos entre sí de lo que Jaron o Zealor jamás serían para Haze. Daría su vida por ellos y por eso le llenaba de vergüenza saber lo mucho que Haze había sufrido por su causa.

Por suerte no tuvo que responder nada.

Los golpes en la puerta principal resonaron en la fotaleza casi vacía y adormilada como si un grupo de caballos hubiera invadido el salón. Faris dejó de nuevo en el plato lo que hanía estado comiendo mientras los golpes se repetían.

-No debo estar aquí -fue todo lo que dijo, todo lo que necesito decir.

Con un asentimiento Salman salió del despacho del príncipe y se dirigió hacia la puerta principal. Por el caminó deseó con todas sus fuerzas que no fuera el Qiam. La sola idea de regresar a alguna oscura mazmorra sin Noain le atenazaba el corazón y aún así era mil veces preferible que le llevara a él, viejo y decrépito como estaba, que a cualquiera de los valientes jóvenes que Faris ocultaba allí.

-Abrid, somos nosotros -dijo una voz tras la puerta al oír pasos acercándose.

Y se Salman se apresuró a abrir la puerta para la princesa Mireah y Nawar, sólo la humana no estaba acompañada por su sobrino si no por Zealor Yahir.

-¿Qué hace él aquí?

-¡Salman, no hay tiempo para resentaciones! -Dijo la princesa, abriendo la puerta del todo y pasando al interior.

Y entonces se dio cuenta Salman de que el elfo que la acompañaba no era Zealor. No podía serlo. Era demasiado joven y sus ojos no eran exactamente del mismo color. Además, no era enteramente elfo.

-Es el hijo de Jaron.

El muchacho mediohumano se volvió hacia él con un mohín.

-Soy el hijo de Sarai -confirmó de un modo un tanto arisco.

Como bien había dicho la princesa, no tuvo tiempo de presentarse, pues al oír la voz de la humana Faris habái salido de la biblioteca para recibirles y Haze bajó por la escalera, confirmando la teoría de Salman de que no conciliaba el sueño bien.

-Habéis regresado muy pronto -dijo.

Mireah, de espaldas a la escalera, se volvió hacia él al oirle hablar. Se abrazó al joven de inmediato, toda su prisa abandonada, pero Haze tenía la vista puesta en su sobrino.
-Veo que estás bien -saludo al muchacho sin soltar a la humana, pero éste sólo bajo la vista finjiendo estar muy interesado en sus pies de repente. Haze esbozó una sonrisa indescriptible y miró más allá de la puerta abierta-. Y veo que habéis perdido a Nawar.

-¿No ha venido con vosotros? -El cansancio sereno del que había hecho gala en la biblioteca había abandonado al príncipe, que miraba a lso recién llegados con el ceño fruncido, esperando una explicación.

-No había tiempo para rescatarle -se defendió el muchacho, abriendo la boca por primera vez.

-¿Rescatarle?

-Es una historia muy larga -intervino la humana, conciliadora-, y de veras no había tiempo que perder, Faris.

Por un momento Salman pensó que la contrariedad y la falta de sueño iban a hacer estallar al príncipe, pero el joven se pasó la mano por el corto y revuelto cabello rubio mientras exhalaba.

-¿Y qué es eso tan urgente? -preguntó, recuperada la compostura.

-Los humanos -fue la respuesta de la princesa-. Vienen hacia la Nación. Ahora mismo deben de estar a las puertas de Leahpenn.

Un pesado silencio se formó en el recibidor. Salman sintió que las piernas le temblaban y buscó donde apoyarse sin mostrar debilidad. ¿Un ejercito de humanos?

El anciano vio cómo el príncipe cerraba los ojos y se llevaba las manos a la sienes, masajeándolas con lentitud. Parecía a punto de derrumbarse y no era para menos. Por lo pronto podía irse olvidando de descansar.

-Pretenden atacar cuando salga el sol -continuó el muchacho mediohumano, tal vez para que los adultos de su alrededor no olvidaran que el tiempo apremiaba.

-¡Mierda! Es cosa de Zealor -Haze no lo estaba preguntando.

Mireah asintió.

-Mi padre tiene un ejeŕcito de miles de hombres -explicó-. Tiene intenció de aprovechar el luto para atacar.

-Zealor planea aprovechar la confusión para hacerse con el poder -continuó el chico-, pero Jacob tiene otros planes.

-¿Matar a Zealor cuanto todo acabe? -Haze esbozó una sonrisa torcida-. Porque no me extrañaría que mi hermano planee justo lo contrario.

-Es tentador dejar que se despedacen el uno al otro, francamente -opinó Dhan Hund apareciendo en la escalera. Tenía aspecto soñoliento, pero no más que su esposa. La hermosa Layla llevaba el pelo revuelto y una manta sobre los ojos y no apartaba la mirada de Mireah y del muchacho.

-Ojalá pudieramos hacer eso, pero me temo que hay demasiado en juego -su príncipe, que pronto sería su rey, se volvió ceñudo hacia el muchacho-. Tú eres el medioelfo.

-No me gusta ese nombre.

-Ya, y a mí no me gusta esta situación pero es lo que tenemos. ¿Cómo sabéis todo esto?

El chico, que había enrojecido de indignación, parecía ir a negarse a responder, pero lo pensó mejor.

-Estuve unos días en ese ejército y pude oírlo todo de la boca de Jacob de Meanley.

-Deduciré que el tal Jacob es el padre de su Alteza -prosiguió Faris, tan malhumorado con el muchacho-. ¿Y cómo saben los humanos de nuestra existéncia? Mireah dijo que los humanos creían que éramos una leyenda.

-Miekel me dijo que jacob había mostrado un elfo en la corte y que este había confesado cosas horribles ante su rey.

-¿Te das cuenta que sigues hablando de la gente como si la conocieramos?

-Alteza... -le previno Haze.

Pero Faris decidió ignorarle.

-¿Y habéis dejado a Nawar prisionero de unos humanos a los cuales les han contado cosas terribles de los elfos?

-Miekel dijo que él se encargaría de todo -el muchacho, desafiante, siguió usando el nombre propio sin dar más explicación. Salman se dio cuenta de que tal vez tuviera el aspecto de Zealor pero su carácter se asemejaba mucho al de Jaron.

-Miekel es un amigo de Jaron, de su hogar humano -la princesa Mireah apaciguó el ambiente, o al menos lo intentó.

-¿Un humano? ¿Y confías en él?

-Más que en cualquier elfo -fue la respuesta del medihumano.

Esto hizo sonreir a Faris por algún motivo. Era como si el príncipe hubiera hecho algún tipo de exámen al chico y éste acabara de aprobar. Justo, pero aprobado al fin y al cabo.

-Eres tal y como Nawar te describió -su ceño se relajó e incluso sus hombros parecían menos tensos y cansados-. En fin, tendremos que confiar en ese Miekel nosotros también. Como bien decías, no hay mucho tiempo. Debo estar en Leahpenn cuando los humanos ataquen.

-¿Leahpenn? Alteza, deberíais ir a palacio y organizar a vuestros hombres -Hund intentó disuadir al príncipe.

-No. Debo estar allí antes que Zealor, es le único modo de que no pueda decir que el Qiam reaccionó antes que el futuro rey.

-Dejad al menos que os acompañe -se ofreció el pelirrojo.

-Y yo -añadió Haze.

-Sí, porque eso iba a ayudar a mi imagen como futuro rey, presentarme en la batalla con dos traidores a la Nación. No, ni hablar. Además, tengo otro trabajo para vosotros.