jueves, 25 de diciembre de 2008

Capítulo vigesimoctavo





La plaza estaba llena para cuando llegaron al pueblo. Dhan había insistido en la necesidad de estar allí antes de que la ejecución empezara para poder evaluar la situación.
-Pero tu no hace falta que vengas -le había dicho a Mireah una última vez-. De veras.
Pero la joven sólo había negado con la cabeza, dando a entender que de eso no se iba ni a hablar.
Así que los cuatro se había presentado en el pueblo a eso de las seis de la tarde, cuando el sol empezaba a alargar las sombras y la necesidad de una capucha sobre sus cabezas no llamaba en exceso la atención.
Jaron, que caminaba entre Nawar y Mireah, asía con fuerza su arco bajo la capa. Dhan había dicho que no iban a usar la fuerza si no era necesario, pero el muchacho se sentía más seguro así. Era como llevar una reliquia o un amuleto bendito. Rodwell solía decir que uno podía estar casi seguro de que era falso, pero... ¡Demonios! Esa era la gracia de tener fe.
El muchacho se dio cuenta de que se quedaba atrás cuando Nawar tiró de él sin mucho miramiento y lo obligó a situarse a su altura.
-No te separes, esto estará lleno de guardias del Qiam.
Y con esa advertencia, volvió de nuevo al plan.
El plan...
Era una mierda de plan.
Se suponía que debía estar mirando alrededor, evaluando la situación, calculando el espacio, los posibles ángulos de tiro, el número de guardias, por donde entraban, por donde salían... Pero cada vez que alzaba la mirada se sentía atraído irremisiblemente por el cadalso. El cadalso, el tocón y, por supuesto, el hacha. Esa horrible hacha.
No podía quitarse de la cabeza las palabras del otro Jaron acerca de la tortura.
“A veces incluso mutilación.”
¿Y si le cortaban la lengua o le sacaban los ojos? ¿Y si le cortaban una mano o le destrozaban la cara? ¿Y si le dejaban sin pies? ¿O sin piernas?
Imágenes de viejos grabados venían a su mente. Imágenes que viera en el libro que una vez leyó en la abadía. De monstruos horribles torturando y devorando inocentes. Los elfos de las historias de los humanos regresaron a su mente con tal viveza que por un momento no pudo respirar.
Tuvo que recordarse a sí mismo que eran mentiras, que los elfos no eran peores que los humanos. Ni mejores. Que sólo eran eso, elfos, y que él estaba allí para salvar a una buena persona.
-¡Eh! -Nawar llamó su atención de nuevo y esta vez incluso Mireah se volvió hacia él con un mohín.
Ella, tan entera a pesar de todo... Y él estaba allí, pensando estupideces y dejándose llevar por el pánico.
-Lo siento -dijo, caminando hasta ellos.
-¿Has visto algo interesante? -Preguntó Nawar con cierto fastidio cuando llegó, bajando la voz.
-No -admitió.
-Yo sí. Veo sólo unos seis soldados del Qiam, y eso no me gusta.
-¿Por qué no?
-Ayer me crucé con un par de patrullas, ¿recordáis? Una docena larga en total, más estos seis y los que estén con su señor... Debería haber unos 30 soldados como mínimo. Y sólo seis están a la vista.
Jaron lo pensó.
-¿Crees que el Qiam sabe que intentaremos rescatar a Haze?
-Creo que cuenta con ello -los ojos color miel del joven reflejaban preocupación.
-¿Y? No cambia nada -replicó Mireah fríamente.
-En realidad sí, princesa. Lo complica todo un poco.
-Pues yo no pienso rendirme.
-¿Quién ha hablado de rendirse? Esto sólo lo hace más interesante y divertido.
Pero esta vez su fanfarronada no logró ocultar del todo su preocupación y eso no hizo sino empeorar el peso en las entrañas de Jaron.
-Deberíamos acercarnos más -dijo Dhan finalmente, rompiendo el silencio-. Tal vez nos de alguna pista de si va a estar atado o encadenado.
-Que halagüeño.
-Tanto como tú, Ceorl.
Y sin una palabra más se adentraron entre el gentío. Jaron iba a seguirles cuando Mireah le tomó del brazo.
-Esperémosles aquí -dijo cuando el muchacho se volvió hacia ella-. No quiero acercarme más a eso.
El chico lo entendió y, como muestra de apoyo, tomó su mano. La humana lo agradeció apretándola con fuerza un segundo.
-Tengo mucho miedo, Jaron -confesó.
-Y yo.
Hubo unos segundos de silencio mientras, sin hablar, medioelfo y humana compartían todos sus temores.
-Lo lograremos, ¿verdad? Le salvaremos –Quiso saber Mireah.
-Nawar cree que sí.
-¿Confías en él?
Jaron se encogió de hombros.
-Haze confía en él –fue su respuesta.
-Tendrá que ser suficiente.
El chico esbozó una sonrisa triste.
-Supongo que sí.
La princesa apretó su mano una vez más antes de soltarla.
-Por ahí vuelven Fanfarrón y Gigantón -le informó, señalando con la barbilla.
El chico rió a su pesar.
-¿Fanfarrón y Gigantón? -Preguntó, poniéndose de puntillas para ver lo que estaba viendo la joven.
-Bueno, es descriptivo, ¿no? -Mireah le mostró por fin una de sus sonrisas-. Y tú, a ratos, eres El Tontolaba. ¿O acaso te crees que Nawar es el único que sabe poner motes?