viernes, 13 de febrero de 2009

Capítulo trigésimo quinto



El sol empezaba a despuntar para cuando Dhan condujo a Mireah por fin hasta la Casa Secreta. Habían dado un rodeo tal que la humana se había desorientado por completo. Y ahora, con la cueva a la vista, su cuerpo se atrevió a recordarle finalmente cuán cansada estaba, y cuán dolorida.
Pero algo no iba bien.
Habían llegado hasta la entrada y nadie había salido a recibirles. Ni Alania, a quien había imaginado nerviosa y enfurruñada, ni Jaron Yahir. Ni por supuesto Nawar o Jaron.
Nadie.
La Casa Secreta estaba vacía.
-Vaya -fue todo lo que dijo Dhan por encima de su hombro.
Pero Mireah estaba demasiado cansada, demasiado asustada y abatida, como para encogerse de hombros y aceptarlo sin más.
-Nos ha abandonado -le hizo notar a Hund.
-Más bien ha oído las alarmas y se ha puesto a salvo, y de paso a mi hija -Dhan dejó a Haze con delicadeza sobre la mesa con la ayuda de la princesa, dejando su maltrecha espalda al descubierto.
-¡Qué detalle por su parte no abandonarla a ella también! -Masculló ésta a la vez que colocaba su capa como almohada para que el elfo estuviera más cómodo.
Seguía inconsciente, aunque en algún momento había abierto los ojos, sonriendo débilmente al reconocerla, para acto seguido volver a desvanecerse. Dhan decía que le había bajado la fiebre y ahora estaba frío como el mármol.
Mireah tomó su mano y acarició su mejilla. Estaba tan pálido...
-Ahora no es momento de discutir -el pelirrojo le puso una mano en el hombro, conciliador-. Limpiemos sus heridas y luego le echaremos un vistazo a las tuyas.
La humana asintió. El elfo tenía razón, no era momento de discutir. Y mucho menos por un tipo como Jaron Yahir.
Así que entre ella y Dhan atendieron como pudieron las heridas de Haze. Las limpiaron con agua, pues no tenían nada más, y las vendaron con los jirones de una vieja camisa de las que Nawar había traído en una de sus visitas.
El hecho que hubiese proferido algún que otro quejido era, según Dhan, buena señal. No iba a tardar en recuperar la conciencia, y esta vez tal vez se mantuviese despierto.
Así que le taparon con una manta para que recuperar el calor perdido y lo dejaron descansar mientras Dhan echaba un vistazo a los cortes del brazo de la princesa.
La joven le dejó hacer en silencio, tan agotada que ni siquiera protestó por el dolor.
-Sé que no os cae bien, pero Jaron no es como pensáis -dijo Dhan de repente mientras acababa de vendar su brazo.
-¿No es un rencoroso mezquino que no se ha esforzado lo más mínimo por acercarse a su hermano?
El elfo se sentó frente a ella con una sonrisa pesarosa en los labios.
-Bueno, entonces un poco sí es como pensáis -concedió-. Pero creo que sabes a qué me refiero.
-Haze también dijo que debía entenderle -admitió la joven-, pero no sé que se supone que tengo que entender.
-Para empezar, si las cosas hubieran ido como debían, Jaron hubiera sido el Qiam más joven de la historia de la Nación -explicó Dhan-. En lugar de eso sus padres murieron y él tuvo que dejar sus estudios para cuidar de la casa y la hacienda. Conoció a Sarai, se casaron, Zealor fue nombrado Qiam... Bueno, ya sabes el resto.
-En realidad no. No sé nada, y creo que tú tampoco -opinó la princesa con franqueza.
-Sigues sin creer que Haze fuera capaz de traicionar a su hermano.
-¿Y tú? ¿Sigues creyéndole capaz?
El elfo miró hacia Haze con cansancio en sus ojos azules.
Suspiró.
-Fue capaz. Lo hizo. Admito que esta última semana me ha hecho reflexionar sobre muchas cosas, pero los hechos son los hechos. Él mismo lo confesó en su momento, que le había dicho a Zealor donde encontrarlos.
-Pero...
Dhan le indicó con un gesto que le dejara a acabar.
-Durante todos estos años he creído la versión de Jaron, que Haze le había traicionado por despecho y envidia, pero ahora ya no estoy tan seguro. Aunque es innegable que los delató, no creo que los traicionara realmente. No sé si me explico bien -el elfo sonrió a modo de disculpa-. Lo siento, las palabras no son lo mío.
Mireah aceptó su disculpa con su propia sonrisa y acarició la mano de Haze.
-Sé que te sonará egoísta, pero a mí no me importa -dijo tras un silencio-. ¿Qué más da ahora? Si se le escapó delante de su hermano mayor o si los delató en una pataleta, si fue una chiquillada o si sabía lo que se hacía... ¿No ha pagado ya con creces su error? Sesenta y siete años... Sé que son pocos para vosotros, pero a mí me da vértigo sólo de pensarlo.
Dhan se puso en pie y, en silencio, caminó encorvado hasta la entrada de la cueva. Su cuerpo casi tapaba la abertura por completo, dejando a la humana en la penumbra.
-Es casi mediodía, no deberíamos quedarnos aquí mucho más -dijo, cambiando de tema.
-Aún no han regresado -le hizo notar.
-Nawar es un tipo con recursos. Estarán bien. Tal vez mejor que nosotros.
La humana sabía que tenía razón, pero...
-¿Dónde iremos?
-Conozco un lugar -Dhan se volvió hacia ella-. Jaron también lo conoce. Con un poco de suerte le encontraremos allí.
-¿Y es seguro?
-Bastante más que este.
-¿Y por qué no fuimos allí en primer lugar?
El elfo se encogió de hombros.
-Entonces había mucho en juego. Ahora... ya no viene de ahí.
Mireah comprendió. El Qiam le había reconocido. Ya no tenía mucho más que perder.
-¿Y dónde queda?
-No muy lejos. A medio día de camino si vamos a buen paso.
-¿No puedes ser más concreto? -Pero la joven ya se estaba poniendo en pie y rebuscando entre los trastos de Nawar y Haze.
Dhan le leyó las intenciones.
-No podemos dejar un mensaje. No sabemos quién lo leerá.
Esta vez le tocó a Mireah volverse y sonreír como quien ha tenido una brillante idea, que era el caso.
-Jaron se crió en un monasterio -le explicó a Dhan, como si éste tuviera que saber lo que era-. Puedo dejarle un mensaje en latín.
-¿Latín?
-Un idioma antiguo. Sé algunas palabras. Pocas, pero tal vez sena suficientes.
El elfo lo pensó e hizo un gesto de aprobación.
-No perdemos nada por intentarlo -admitió, empezando a rebuscar entre los trastos con ella-. Ahora sólo nos falta encontrar algo con lo que escribir entre todos estos cacharros.