domingo, 11 de octubre de 2009

segunda parte, capítulo vigésimo tercero

(en realidad, sería el 23a, pero como nunca lo he contado así...)




El baño de agua caliente había sido como una bendición. Su cuerpo había recuperado el calor y su espíritu se sentía restituido. De todos modos, había sido duro aceptar que el día no había acabado aún. Perdida la prisa, perdida la sensación de acuciante peligro, lo único que Mireah quería era dormir, pero sabía que que el Príncipe Faris les esperaba para cenar y por supuesto quedaba fuera de toda cuestión hacer esperar a su huésped.

Así que se dejo ayudar por las criadas elfas, que la miraban de reojo cuando creían que ella no miraba pero que no preguntaban pues ése no era su lugar. La ropa fue una decepción. Una de las criadas le explicó que habían intentado hallar un vestido de su talla, pero ninguno de los que se probó lo era. Era demasiado alta y delgada para las delicadas prendas que yacían ahora sobre la cama. Mireah tuvo que conformarse con ropas de hombre. Un cómodo pantalón y una casaca de suave seda y terciopelo, bordado en oro y azur, más elegante que cualquier cosa que su padre hubiera vestido jamás. Pero por hermosas que fueran, seguían siendo ropas de hombre y aunque sabía que era de lo último que debería preocuparse en ese momento no pudo evitar sentir una amarga punzada de resquemor.

También la peinaron y las doncellas alabaron su abundante y rizado cabello negro. A pesar de que muy posiblemente era su modo de compensarla por la decepción del vestido, Mireah lo agradeció.

-Su Alteza puede esperar en el pasillo -le indicó una de las elfas cuando estuvo lista-. El mayordomo de su Alteza Real vendrá a buscarles cuando todo esté a punto.

Y así salió al pasillo, donde Dhan ya esperaba. La humana había esperado ser la última (habían tardado tanto en encontrarle algo de ropa...), pero por lo visto Haze y Nawar no estaban aún.
El pelirrojo alzó una ceja al verla acercarse hasta donde él estaba, bajo el gran cuadro de una hermosa elfa de largos cabellos dorados.

-Curiosa elección -le comentó, divertido.

-Oh, no. No hablemos de eso -le pidió la joven.

-Estáis encantadora -le aseguró-, pero si deseáis un cambio de tema...

-Por favor.

-Bien -Dhan sonrió-. ¿Sabéis quién es la dama del cuadro? -Esperó a que la princesa negara con al cabeza-. Es la difunta reina, la madre del príncipe Faris.

Mireah observó el cuadro de nuevo. La hermosa elfa, de pálida piel de porcelana, ojos verdes y cabellos rubios, miraba gravemente al frente y la humana creyó intuir en sus ojos la misma mirada triste que siempre había percibido en el cuadro de Sarai.

-¿Qué le pasó?

-Murió repentinamente, oficialmente de una enfermedad.

-¿Oficialmente?

-La versión extraoficial -Dhan bajó la voz- es que murió de pena al saber de la muerte del elfo al que amaba.

-Es terrible.

-Aunque no lo creáis, es bastante común. O al menos lo era hasta que hace un par de siglos se cambiaron algunas leyes respecto al matrimonio. Claro que esas leyes no aplican a la realeza. Cuando se casaron el Rey estaba muy enamorado de ella, pero ella ya amaba a otro. Tarde o temprano iba a suceder -Dhan le sonrió al ver la incomprensión en su rostro-. A Sarai también le sorprendió este... mmm... "rasgo" de nuestra gente. Verás, por lo que ella me explicó una vez, los humanos tenéis una asombrosa capacidad de recuperación. Amáis como nosotros, con toda vuestra alma, pero si por cualquier motivo sale mal, podéis recuperaros, tal vez volver a amar en un futuro -Dhan clavó la vista en el cuadro-. Nosotros sólo amamos una vez, para toda la vida. Vivir sin el ser amado puede resultar traumático, insoportable...

-¿Sólo una vez? Pero... ¿qué ocurre si no eres correspondido?

El pelirrojo bajó la mirada hacia ella y esbozó una sonrisa extraña.

-No puedo imaginar un destino peor.

Mireah no supo que responder a eso, pues tenía la sensación de haber dado en el blanco sin saber siquiera que había un blanco al que apuntar. Así que se quedó allí, en silencio, sosteniendo la triste mirada verde de la difunta reina, intentando asimilar lo que Dhan le acababa de explicar.

Amar sólo una vez, para toda la vida... Sonaba hermoso y romántico al principio, pero a Mireah se le antojaba terríblemente solitario y triste. Recordó a Jaron Yahir, que había amado a Sarai y la había perdido en apenas un año, y creyó comprender de repente parte de la deferencia con la que lo trataban Haze y Dhan. Vivir cientos de años sabiendo que el amor nunca más te va a visitar...

¡Dios mío!

¿Y ella y Haze? Aunque la cosa fuera bien, aunque esquivaran al Qiam y vivieran largos años... ¿Cuantos años de soledad le esperaban a Haze una vez hubiera muerto ella? ¿Porqué no se lo había dicho nunca?

La humana sintió un nudo en la garganta y agradeció que la puerta de Nawar se abriera y el rubio saliera, torpe en sus elegantes ropajes, revolviendo el rizado cabello que sin duda alguien había intentado peinar.

Cuando les vio sus labios se fruncieron en una mueca que no escapó a Mireah. Apenas duró unos segundos, pero fueron suficientes para inquietarla.

-Veo que ya estamso todos -dijo con muy mal fingida naturalidad-. Deberíamos bajar a cenar.

-No estamos todos. Falta Haze y lo sabes.

De nuevo un aparente mohín de fastidio, pero la princesa empezaba a conocer a Nawar. El elfo parecía estar harto de dar malas noticias y, francamente, ella empezaba a estar harta de que las diera.

-Haze no bajará a cenar -suspiró ante sus miradas de impaciencia-. Duerme y deberíamos dejarle descansar.

¿Es que nunca iba a acabar esa angustia?

-Quiero verle -dijo, iniciando un ademán hacia la puerta.

Nawar la retuvo.

-Princesa...

Pero la humana se zafó.

-Quiero verle -repitió, y en dos zancadas llegó junto a la puerta y entró.

Haze dormía, como Nawar había indicado, boca abajo, su espalda descubierta en carne viva, mientras una elfa muy anciana le lavaba las heridas. Otra criada, una elfa joven, tal vez de la edad de Alania, confeccionaba vendas a partir de un paño de tela. Mireah corrió a su lado y se arrodilló junto a él. No parecía tener fiebre. Al contrario,estaba pálido y frío. Todo lo que habían ganado en Fasqaid se había perdido en estos dos días de camino.

-Cuando se quitó la camisa vieron que alguna heridas se habían abierto y habían supurado. Los vendajes estaban pegados a ellas. No se podía ver la magnitud del mal hasta que no las hubiésemos retirado -explicó Nawar desde la puerta-. Los criados avisaron a mi tío, que me avisó a su vez. Tuve que salir del baño a toda prisa... Aquello no tenía muy buena pinta.

-Tuve que subir yo para convencerle de que tomara algo para dormir antes de que empezáramos a arrancarle la piel a tiras -dijo de repente la elfa anciana, mojando amorosamente un trapo en agua y continuando su labor-. Nunca le ha gustado que lo cuiden, al muy cabezota.

Mireah comprendió.

-Usted es Noaín, al esposa de Salman.

-Y tú debes de ser la princesa humana de la que Haze me ha hablado antes de dormirse -la elfa le tomó la mano-. Me alegra ver que tiene quien se cuide de él. Lo necesita.

Mireah se sonrojó.

-Estará bien, querida -continuó Noaín sin soltarla-. Su Alteza ha hecho llamar un médico. Id a cenar, descansad y en cuanto se le pase el efecto de la droga te haré avisar.

-Pero...

Dhan le puso una mano en el hombro.

-Creo que está en buenas manos.

La humana miró a Haze y luego a Noaín, asintiendo.

-Gracias -le dijo a la elfa.

Y, poniéndose en pie, siguió a Nawar y a Dhan por los pasillos hacia el comedor.

Tan nerviosa estaba y tan ansiosa, que no fue hasta que llegaron y encontraron al joven elfo rubio esperando, presidiendo una mesa ricamente servida, que se dio cuenta Mireah que iba a conocer a la que era posiblemente la tercera persona más importante de la Nación.

Bueno, eso y que estaba muerta de hambre.