jueves, 25 de diciembre de 2008

Capítulo vigesimoctavo





La plaza estaba llena para cuando llegaron al pueblo. Dhan había insistido en la necesidad de estar allí antes de que la ejecución empezara para poder evaluar la situación.
-Pero tu no hace falta que vengas -le había dicho a Mireah una última vez-. De veras.
Pero la joven sólo había negado con la cabeza, dando a entender que de eso no se iba ni a hablar.
Así que los cuatro se había presentado en el pueblo a eso de las seis de la tarde, cuando el sol empezaba a alargar las sombras y la necesidad de una capucha sobre sus cabezas no llamaba en exceso la atención.
Jaron, que caminaba entre Nawar y Mireah, asía con fuerza su arco bajo la capa. Dhan había dicho que no iban a usar la fuerza si no era necesario, pero el muchacho se sentía más seguro así. Era como llevar una reliquia o un amuleto bendito. Rodwell solía decir que uno podía estar casi seguro de que era falso, pero... ¡Demonios! Esa era la gracia de tener fe.
El muchacho se dio cuenta de que se quedaba atrás cuando Nawar tiró de él sin mucho miramiento y lo obligó a situarse a su altura.
-No te separes, esto estará lleno de guardias del Qiam.
Y con esa advertencia, volvió de nuevo al plan.
El plan...
Era una mierda de plan.
Se suponía que debía estar mirando alrededor, evaluando la situación, calculando el espacio, los posibles ángulos de tiro, el número de guardias, por donde entraban, por donde salían... Pero cada vez que alzaba la mirada se sentía atraído irremisiblemente por el cadalso. El cadalso, el tocón y, por supuesto, el hacha. Esa horrible hacha.
No podía quitarse de la cabeza las palabras del otro Jaron acerca de la tortura.
“A veces incluso mutilación.”
¿Y si le cortaban la lengua o le sacaban los ojos? ¿Y si le cortaban una mano o le destrozaban la cara? ¿Y si le dejaban sin pies? ¿O sin piernas?
Imágenes de viejos grabados venían a su mente. Imágenes que viera en el libro que una vez leyó en la abadía. De monstruos horribles torturando y devorando inocentes. Los elfos de las historias de los humanos regresaron a su mente con tal viveza que por un momento no pudo respirar.
Tuvo que recordarse a sí mismo que eran mentiras, que los elfos no eran peores que los humanos. Ni mejores. Que sólo eran eso, elfos, y que él estaba allí para salvar a una buena persona.
-¡Eh! -Nawar llamó su atención de nuevo y esta vez incluso Mireah se volvió hacia él con un mohín.
Ella, tan entera a pesar de todo... Y él estaba allí, pensando estupideces y dejándose llevar por el pánico.
-Lo siento -dijo, caminando hasta ellos.
-¿Has visto algo interesante? -Preguntó Nawar con cierto fastidio cuando llegó, bajando la voz.
-No -admitió.
-Yo sí. Veo sólo unos seis soldados del Qiam, y eso no me gusta.
-¿Por qué no?
-Ayer me crucé con un par de patrullas, ¿recordáis? Una docena larga en total, más estos seis y los que estén con su señor... Debería haber unos 30 soldados como mínimo. Y sólo seis están a la vista.
Jaron lo pensó.
-¿Crees que el Qiam sabe que intentaremos rescatar a Haze?
-Creo que cuenta con ello -los ojos color miel del joven reflejaban preocupación.
-¿Y? No cambia nada -replicó Mireah fríamente.
-En realidad sí, princesa. Lo complica todo un poco.
-Pues yo no pienso rendirme.
-¿Quién ha hablado de rendirse? Esto sólo lo hace más interesante y divertido.
Pero esta vez su fanfarronada no logró ocultar del todo su preocupación y eso no hizo sino empeorar el peso en las entrañas de Jaron.
-Deberíamos acercarnos más -dijo Dhan finalmente, rompiendo el silencio-. Tal vez nos de alguna pista de si va a estar atado o encadenado.
-Que halagüeño.
-Tanto como tú, Ceorl.
Y sin una palabra más se adentraron entre el gentío. Jaron iba a seguirles cuando Mireah le tomó del brazo.
-Esperémosles aquí -dijo cuando el muchacho se volvió hacia ella-. No quiero acercarme más a eso.
El chico lo entendió y, como muestra de apoyo, tomó su mano. La humana lo agradeció apretándola con fuerza un segundo.
-Tengo mucho miedo, Jaron -confesó.
-Y yo.
Hubo unos segundos de silencio mientras, sin hablar, medioelfo y humana compartían todos sus temores.
-Lo lograremos, ¿verdad? Le salvaremos –Quiso saber Mireah.
-Nawar cree que sí.
-¿Confías en él?
Jaron se encogió de hombros.
-Haze confía en él –fue su respuesta.
-Tendrá que ser suficiente.
El chico esbozó una sonrisa triste.
-Supongo que sí.
La princesa apretó su mano una vez más antes de soltarla.
-Por ahí vuelven Fanfarrón y Gigantón -le informó, señalando con la barbilla.
El chico rió a su pesar.
-¿Fanfarrón y Gigantón? -Preguntó, poniéndose de puntillas para ver lo que estaba viendo la joven.
-Bueno, es descriptivo, ¿no? -Mireah le mostró por fin una de sus sonrisas-. Y tú, a ratos, eres El Tontolaba. ¿O acaso te crees que Nawar es el único que sabe poner motes?

viernes, 19 de diciembre de 2008

Capítulo vigesimosépitmo



El carruaje negro del Qiam llegó a Suth Blaslead un poco antes de la hora de comer.
El vehículo, tirado por cuatro esbeltos caballos blancos, abría la tétrica caravana. Justo detrás suyo, un pequeño grupo de soldados a caballo precedía el segundo carromato, negro también como la noche, casi hermético excepto por un pequeño ventanuco. Cuatro soldados más cerraban la retaguardia, aunque era excesivo. ¿Quien iba a atacar al Qiam para rescatar a un traidor?
Zealor Yahir, hijo predilecto de la ciudad, salió de su carro majestuosamente y saludó con una sonrisa a los que se habían acercado a verle. Muchos de ellos le habían visto crecer y comentaban orgullosos en mercados y ferias cómo el Qiam más joven de la historia de la Nación se acordaba aún de ellos cuando regresaba a casa.
Luego se volvió hacia sus hombres y dio algunas órdenes antes de partir hacia la casa Yahir con algunos de ellos. El resto se acercó al carromato y abrió la puerta, obligando a su ocupante a bajar con muy poca ceremonia.
Los murmullos no tardaron en alzarse.
Allí estaba Haze Yahir, el traidor, al que habían supuesto muerto todos estos años e incluso habían llegado a llorar.
Era normal, opinaban algunos. Sin unos padres junto a los que crecer, malcriado por los Ceorl... Sus pobres hermanos hicieron lo que pudieron por él y ya ves...
Haze Yahir fue empujado sin mucho miramiento para que empezar a caminar hacia la mansión. El elfo lanzó una mirada indescifrable hacia la casa antes de empezar a andar pesadamente, arrastrando grilletes y cadenas, hacia el que una vez fuera su hogar.
Y los curiosos, tras unos segundos más de murmullos y exclamaciones, se dispersaron, pues había mucho que hacer antes de la puesta de sol.
Aquello era una tragedia, se decían unos a otros. Una auténtica tragedia... Y nadie parecía querer perdérsela.




Los soldados lo habían conducido al interior de la casa y, a empellones, le habían hecho bajar a la bodega, el único rincón de toda la casa que carecía de luz natural.
Le habían sentado en una silla, le habían atado y, tras asegurarse que no podía huir, se habían ido escaleras arriba llevándose con ellos el candelabro y, por tanto, la luz.
Haze no supo muy bien cuánto tiempo pensaban tenerle así, a oscuras, solo, dándole espacio para reflexionar. Para pensar y recordar. Para arrepentirse de casi todo lo que había hecho en esta vida, y de lo que no había hecho. ¡Demonios! Decir que estaba resignado y que no tenía miedo hubiese sido mentir.
Lo había meditado mucho antes de entregarse y cuando lo había hecho había sido consciente de lo que iba a venir. Y lo aceptaba. Por supuesto que lo aceptaba, pero...
Si cerraba los ojos podía intentar imaginar que aún estaba sentado bajo el sol, con Jaron, con Mireah, libre... Libre después de sesenta y siete años de oscuridad, humedad y resignación. ¿Y cuánto le había durado? Un par de semanas apenas. Un par de semanas y volvía a estar a oscuras.
No ayudaba saber que Zealor estaba a escasos metros sobre su cabeza, ultimando los preparativos de su muerte.
Pero había salvado a Noaín y de eso no se arrepentía. Por primera vez había hecho algo cuyo resultado final era bueno, y eso era más que suficiente.
Así que trató de serenarse y no pensar en sus hermanos ni en Sarai. No pensar en Jaron, ni en Mireah. Ni en la nación, ni en Meanley, ni en nada. Pero la verdad era que no se le daba muy bien. Y los minutos pasaban y las horas se acumulaban, y junto con las horas los recuerdos y los reproches.
Entonces, en algún punto de la tarde, oyó unos pasos en la escalara y creyó ver una luz que descendía. ¡Vaya! El tiempo había volado. ¿Tan tarde era que ya bajaban a por él?
Pero no eran los soldados que bajaban para llevárselo, sino Zealor quien, candil en mano, bajaba a verle.
-¿Aburrido? _preguntó al llegar.
-¿Qué quieres ahora?
Zealor sonrió, dejando el candil sobre una cuba y recostándose sobre otra.
-¿Dónde están los modales que te dieron tus padres?
-A saber. Tal vez en el mismo lugar donde tú perdiste la moral.
El Qiam se rió con ganas.
-Muy agudo -luego se serenó-. En fin, hermano, se acerca tu final y me he dado cuenta que nadie ha tenido el deferencia de ponerte al corriente de los detalles. Porque nadie te ha explicado como va a ser tu ejecución, ¿verdad?
Haze se limitó a apretar la mandíbula. No iba a mostrar miedo delante de Zealor. Eso nunca más.
-Ya veo que no -dedujo su hermano ante su silencio. Luego suspiró teatralmente-. Primero me tocará a mí subir a la tarima y leer los cargos y todo el numerito ese. En realidad, podría delegarlo, pero ya sabes como son esas cosas de la costumbre y la tradición. Eres mi querido hermano, al fin y al cabo. Hablaré con gran pesar en el corazón y todos sabrán cuanto me va a doler tu muerte. Pero como Qiam no debo dejar que mi dolor empañe mi razón.
-Ya. Pobre Qiam.
-Sí, pobre, pobre Qiam... -Otro suspiro-. En fin, luego recibirás sesenta y siete latigazos, uno por cada año de más que te dejé vivir. Aunque claro, a esta gente le diremos que son por todos los años de mentiras en que hiciste sufrir a los tuyos. Acabados los latigazos, estés o no consciente, se te colgará por los brazos, bien alto, y así permanecerás durante la noche -Zealor se agachó, como quien cuenta una confidencia-. Esto será por el asesinato de tu hermano mayor -le explicó-. Y finalmente, al alba, serás decapitado, por traidor a la Nación.
El corazón de Haze latía con fuerza de puro dolor anticipado, pero de nuevo no lo mostró.
-¿Traidor? ¿Y se puede saber en qué he traicionado yo a la Nación?
-¿Te parece poco haber atentado contra el heredero de una de las más influyentes familias de la Nación?
Por supuesto.
-Qué hábil -admitió-. Dos castigos por una sola muerte.
Zealor sonrió con un gesto de falsa modestia.
-Pero es que eso no es todo.
-¿Ah, no? ¿Después de decapitarme aún vas a hacerme algo más? Espero que no quieras ahorcarme, porque entonces querrá decir que se te ha escapado un pequeño detalle.
-Ah, muy gracioso, hermanito. Pero es que no es tu cuerpo lo que pretendo destruir.
-¿Qué quieres decir?
-Pues que, y esto sólo lo sabremos tu y yo, así que no se lo cuentes a nadie, tal vez vaya a haber una pequeña confusión con el hacha y ésta no sea precisamente de piedra o de hueso. Aunque será una imitación muy buena, eso te lo aseguro.
Y por primera vez desde que se iniciara la conversación sintió Haze un pánico tal que no se acordó siquiera de disimularlo.
-No osarás.
-¡Claro que sí! Si ya está todo arreglado.
-¡No puedes matar mi alma!
-¿Que te juegas, Hazey?
-Pero... ¿Y la tuya? ¿No te preocupa lo más mínimo?
-¿Mi alma? No veo porqué debiera preocuparme. No soy yo quien va a empuñar el hacha. En todo caso, eso deberías preguntárselo al verdugo.
Eso desarmó al elfo, que se hundió en su silla, derrotado.
-Claro, no vaya a ser que hagas tú el trabajo sucio.
-Eh. Soy el Qiam. Mis manos deben permanecer inmaculadas por el bien de la Nación.
Haze no le dio el placer de responder a su provocación esta vez y Zealor, dándose por satisfecho, tomó el candil y empezó a encaminarse hacia las escaleras. Apenas había subido dos peldaños cuando se detuvo de nuevo y se volvió.
-Casi lo olvido. ¿Quieres oír algo muy gracioso? -Dijo-. Justo cuando acababas de entregarte me llegó una orden real para conmutar la pena de Noaín. ¿No es irónico? -Le mostró una sonrisa fría como un cuchillo y la luz del candil sobre su rostro le confirió por un momento el aspecto de un depredador-. Vas a morir en menos de veinticuatro horas y al final va a ser por nada.
Y ahora sí, se fue, dejando a Haze más a oscuras de lo que había estado en su vida y con un terror tal en las entrañas que no pudo más que desear que el techo se hundiera sobre su cabeza y acabara con todo de una vez.
No ocurrió, por supuesto, y tampoco fue una sorpresa. Al fin y al cabo, sus deseos raras veces se cumplían.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Capítulo vigesimosexto




Los monjes se alarmaron cuando su abad se detuvo entre toses.
Miekel, un novicio joven, corrió a su lado y, agarrándole con más firmeza que suavidad del brazo, lo acompañó hasta una roca, donde le obligó a tomar asiento.
-Os dijimos que no os convenía este viaje, Abad.
-¡Tonterías! Sólo es un poco de tos.
-Pero… -protestó otro de los hermanos-. Cualquiera de nosotros podría haberse encargado de ello.
-No estoy poniendo en duda vuestra capacidad, Willhem, pero sabes que no podía quedarme en la abadía. Soy una autoridad, al fin y al cabo, aunque no valga demasiado entre vosotros, desvergonzados.
El novicio sonrió a su abad.
-No he sido yo quien ha forzado el alto, padre Abad, si no la tos.
El anciano gruñó al deslenguado joven, pero en el fondo estaba agradecido de su presencia. Tener sangre joven alrededor le hacía olvidarse un poco de los 70 años que cargaba a hombros.
-El rey ha reclamado a varias abadías la presencia de sus respectivos abades en palacio, como autoridad espiritual y jueces de lo elevado, signifique eso lo que signifique, porque uno de sus príncipes dice haber hallado un elfo y quiere consejo y opinión –continuó-. ¡Un elfo! ¿Sabéis que puede querer decir?
-Claro que lo sabemos, padre. Podría tratarse de Jaron, pero…
Rodwell golpeó con su bastón en el suelo.
-¡Pero nada! El muchacho me necesita y no voy a dejarle solo –se puso en pie pesadamente, ayudado por Miekel-. Así que andando, que aún nos queda mucho trecho.
Y siguió su camino con más energía y determinación que sus preocupados hermanos.



Dan Hund había llegado a media mañana, tal y como predijera su hija, visiblemente alarmado. Tanto que ni regañó a Alania por estar allí. En lugar de eso la abrazó contra sí con fuerza.
-No vuelvas a hacerme esto, pequeña.
La muchacha le devolvió el abrazo.
-Lo siento, papi, pero no podía quedarme de brazos cruzados.
Hund le sonrió mientras la dejaba en el suelo y luego alzó los ojos hacia el resto.
-¿Cuándo vamos a rescatarlo? –dijo, como si no pudiera haber discusión alguna al respecto.
-Esta noche –respondió Nawar.
Dhan lo sopesó.
-Entiendo. ¿Y luego? ¿Dónde iremos?
-Buscaremos algo.
-Podemos ir a mi casa –ofreció el pelirrojo.
Jaron Yahir negó con la cabeza.
-Ni hablar. No podemos comprometer tu casa.
Hund le agradeció el gesto poniendo la mano en su hombro mientras buscaba donde sentarse. Luego, buscó dentro del saco que traía, de donde sacó un arco y un carcaj con algunas flechas.
-Dijiste que eras bueno con esto, chaval –dijo mientras le pasaba el arma al medioelfo-. Espero que no fuera un farol.
Jaron lo aceptó con gesto grave, probando la cuerda y decidiendo, aparentemente, que era un buen arco.
-No, no lo era –respondió finalmente mientras lo dejaba sobre la mesa.
-Bien –Hund asintió, ordenando sus ideas antes de volverse hacia Nawar, quien parecía liderar un poco en esos momentos-. ¿Y cual es el plan? Porque tendréis uno, ¿no?
El joven pasó una mano por sus desmandados rizos.
-Si quieres llamarlo así… El plan es esperar la noche, acercarnos sigilosamente, reducir a los guardias y sacarle de allí.
Dhan puso los ojos en blanco.
-Está bien –dijo con un tono que indicaba que él iba a encargarse de todo desde ahí-. Habrá que estudiar el terreno. ¿Cuantos guardias habrá? ¿Estará atado o encadenado? ¿Estará consciente? ¿Podrá andar? ¿Quiénes vamos a bajar y qué sabe hacer cada cual?
-Eso es un buen montón de preguntas –admitió Nawar, sacando papel y pluma de su petate-. Empecemos por lo fácil, ¿Quiénes vamos y qué sabemos hacer?
-Yo voy –dijo Jaron con convicción.
Nawar le miró con un mohín, pero finalmente suspiró resignado.
-Como quieras. Adolescente impulsivo con arco –anotó en su hoja de papel-. Me cuento a mí también –continuó-. Apuesto e ingenioso joven muy hábil con la espada –Alzó los ojos -¿Qué más?
-Yo aprendí a usar la espada observando a mi padre.
Se hizo un silencio incómodo mientras todos los ojos se volvían hacia Mireah.
-Princesa... -probó Hund con tono conciliador.
-¿Qué? Me manejo mejor que Haze y si fuera yo la prisionera a él le dejaríais ir.
-No es lo mismo.
-¿Por qué? ¿Por qué soy una humana o porque soy una mujer? -La joven frunció el ceño. Era la primera vez que ninguno de ellos la veía enfadada de veras-. Voy a ir a salvar la vida del hombre al que amo, con vosotros o sin vosotros -Sostuvo la mirada de Dhan, desafiante-. Me gustaría ir acompañada, pero iré sola si me obligáis a ello.
Nawar palmeó la espalda del pelirrojo, rompiendo la tensión.
-Los tiempos cambian, grandullón -dijo y luego sonrió a Mireah con aprobación-. Valiente princesa guerrera -anotó-. ¿Quién más?
-Yo -resopló Dhan Hund-. Y te puedo partir la columna de un rodillazo si sigues haciéndote el gracioso.
Nawar intercambió una mirada con Jaron y se encogió de hombros.
-De acuerdo. ¿Alania?
-Ella no viene -respondió su padre por la muchacha antes de que ésta pudiera abrir la boca.
-¡Por supuesto que sí! -replicó Alania, poniéndose en pie.
-¡Por supuesto que no!
-¡Jaron va! ¡Y Mireah! ¡Yo también voy a ir!
-Vas a esperarnos aquí y no vas a moverte hasta que regresemos -dijo Dhan de cara a su hija. Y luego, volviéndose hacia los demás, añadió-. Y no es algo que vayamos a discutir entre todos. Alania se queda.
La muchacha palideció y cruzó los brazos con gesto airado, mordiéndose en labio y tragándose las lágrimas que asomaban a sus ojos.
-Alania -trató de consolarla Jaron-, creo que es...
-¡Como me digas “que es lo mejor” te parto la cara! -Chilló, dando una patada al suelo y encaminándose furiosa hacia la salida de la cueva, donde se reclinó en la pared, dándoles la espalda a todos.
El chico la miró compungido y algo pálido mientras su padre se limitó a resoplar y farfullar algo sobre las hijas obedientes de sus parientes.
-Bieeen... -Nawar se frotó las manos, incómodo-. ¿Yahir? -Preguntó al elfo de la cara quemada, buscando un cambio de tema.
Éste le devolvió una mirada no exenta de cinismo y se tomó su tiempo antes de responder.
-Alguien ha de quedarse para asegurarse que la Pequeña Furia no escapa -dijo finalmente.
Mireah resopló y Jaron chascó la lengua pero el elfo no mudó su expresión.
-Jaron... -intentó Dhan, mas se calló al ver que Yahir tenía cara de ir a ignorar todo cuanto le dijeran.
-¡Oh! ¡Esto es increíble! -Alania, que se había vuelto hacia ellos de nuevo mientras discutían rompió el silencio-. ¿Además de antipático y egoísta eres un cobarde? Pues con él no me quedo -añadió con los brazos en jarras.
-No veo porqué no. Quiero decir, no me parece tan mala idea -dijo Nawar-. Alguien debe quedarse aquí, de todos modos. No para vigilarte -añadió veloz ante el ceño fruncido de la muchacha-, si no para cubrir la retaguardia y asegurarse que todo estará listo para huir en cuanto lleguemos. Tal vez necesitemos a alguien fresco. Además -el joven esbozó una mueca burlona-, recuerdo su esgrima de cuando era joven y era un patata.
La comisura de los labios de Dhan se tenso, reprimiendo una sonrisa, pero la pelirroja no le vio la gracia.
-Pues ya me dirás como va a defenderme si es un patata.
-¿Quién ha dicho que él vaya a defenderte a ti?
Esta vez sí, Dhan Hund profirió una sonora carcajada mientras Alania y Yahir trataban de asesinarles con la mirada.
-Muchacho -dijo, y la palmada que le dio en la espalda casi lo tira de su asiento-, si eres tan certero con la espada como con esa lengua tuya, no tendemos nada que temer.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Capítulo vigesimoquinto



Los sirvientes estaban recogiendo el desayuno cuando Ishaack avisó a su príncipe de la visita de los elfos. Eran dos soldados del Qiam y decían venir con un mensaje para él.
Jacob los recibió en el sótano, como siempre, lejos de las miradas inquisitivas.
El elfo de mayor rango le saludó con gesto grave antes de entregarle un pergamino en el que, supuso, venía el mensaje del Qiam.
Meanley lo leyó y luego miró a los elfos con fastidio.
-Le encontráis aquí por los pelos -les informó.
-Lo sabemos, y el Qiam envía sus más sinceras disculpas. Son causas de fuerza mayor.
-Ya... -Jacob se calló lo que opinaba acerca de las causas de fuerza mayor del Qiam-. Seguidme.
Y condujo a los elfos hacia las mazmorras, deteniéndose frente a una de las celdas.
-Ishaack, ábrela.
-Sí, señor.
Su capitán obedeció y pudieron ver al ocupante de la misma. Era un elfo anciano que, maniatado y con los ojos vendados, se hallaba sentado en una banqueta, cabizbajo y resignado. El prisionero levantó la cabeza al oírlos entrar, pero no dijo nada.
El elfo que hablara antes, el de mayor rango, se acercó a él.
-Tranquilo, señor Ceorl, va a volver usted a casa.
-¿Y Noain? -Habló por fin el anciano.
-Ella ya le está esperando.
Y con suma delicadeza el elfo ayudó a Salman Ceorl a ponerse en pie. Meanley le observó mientras salía de la celda y luego miró al otro elfo, que caminaba unos pasos por detrás.
-¿Lo sabe? -Preguntó al de más rango.
-Me temo que no, señor. Cuesta tantoencontrar voluntarios en estos tiempos...
-Ya veo.
E hizo un gesto a Ishaack quien, tan traicioneramente como sólo él sabía, golpeó al soldado elfo en la nuca. Éste cayó al suelo con un golpe sordo y no se levantó. Jacob miró el cuerpo inconsciente del joven elfo, sin duda mucho más fuerte, y por tanto más amenazador, que el anciano o incluso que el tal Jaron Yahir que tantos años pasara en esa celda.
-Comprueba que sigue vivo antes de cerrar la puerta -le dijo a Ishaack-. Un elfo muerto no nos sirve de nada.
El humano sonrió maliciosamente mientras se acuclillaba a comprobar el estado del elfo.
-Vivirá -decidió.
Y, poniéndose en pie, salió de la celda junto a su señor y el oficial elfo, que les miraba impasible.
-Yo y el señor Ceorl nos vamos ya. Y vos deberíais hacer lo mismo, Alteza. El Qiam me ha dicho que os recuerde que con vuestra hija y el muchacho a la fuga no hay mucho tiempo que perder.
Meanley gruñó, pero no dijo nada mientras seguía al elfo escaleras arriba. Necesitaba a esa serpiente que los elfos llamaban Qiam para sus propósitos y todo estaba demasiado avanzado como para estropearlo por un poco de orgullo.
Daba igual. Que se confiara. Que creyera que mandaba sobre su persona si eso le hacía feliz.
Cuando todo hubiera terminado, cuando los Meanley no le necesitaran más, él mismo se encargaría de matarlo con sus propias manos tal y como prometiera a su abuelo en su lecho de muerte tantos años atrás. Y ese día se darían cuenta los malditos elfos de quien era realmente su superior.


Jaron había hecho casi todo el camino en silencio, cabizbajo, pensando en el mejor modo de darle la noticia a Mireah. La verdad era que no se le ocurría ningún buen modo de dar una noticia como esa, y además... ¿Como reaccionaría Mireah? ¿Y si le culpaba? ¿Y si le odiaba? No se veía con valor de soportar nada de todo eso. Y tampoco tenía ganas de ver a Jaron Yahir. ¿Y si no le importaba la noticia? O peor. ¿Y si se alegraba? No sabía si iba a poder contenerse si ese era el caso y pelearse con el elfo no iba a servir de nada a Haze ni a nadie.
¿Y si dejaba que fuera Nawar quien se encargara de todo? El elfo era bueno tomando la iniciativa. Seguro que sabía manejar la situación.
No. Haze era su tío. Era su culpa. Era su responsabilidad.
¿Lo era? ¿Por qué? Todo ese asunto de Haze y el Kiam venía de lejos, ¿no? ¿Por qué tenía que verse él envuelto si ni le iba ni le venía?
“¿Te estás oyendo a ti mismo?”
Sí, se oía. Y resultaba patético y pueril. Y eso era lo que él era, ¿no?
Patético y pueril...
Tal era el estado de confusión y nervios en el que se encontraba que cuando la entrada de la Casa Secreta apareció ante ellos una arcada le obligó a detenerse y doblarse. Puesto que llevaba el estómago vacío sólo pudo vomitar bilis y saliva. La primera le quemó la garganta. La segunda no sirvió para limpiar el horrible sabor que quedó en su boca.
-Chaval, ¿estas bien? -Se interesó Nawar, llegando junto a él.
El chico asintió mientras se limpiaba la comisura de los labios con la manga. Pero era mentira, pues cuando alzo la vista y vio a Mireah avanzar decidida hacia ellos una segunda arcada le subió por la garganta.
En dos grandes zancadas la princesa se situó junto a él y, pasándole un brazo por los hombros, le ayudó a erguirse. Y Jaron supo al verla, tan grave, tan decidida, que de algún modo ella ya lo sabía. Eso no ayudó a mejorar su tensión.
-Ey, ¿ya está? ¿Mejor? -Le preguntó.
Y el medioelfo no supo que responder. ¿Sí? ¿No? ¿No lo sé? Así que se quedó callado como un bobo, esperando, como siempre, que alguien hablara por él.
-Mireah... -empezó a decir Nawar.
Pero la humana le cortó, pasándole con gesto furioso un trozo de papel.
-Si vas a contarme esto, ahórratelo.
Nawar leyó, frunciendo el ceño con preocupación.
-¿Ya? ¿Esta noche?
-¿Qué es? ¿Qué es?
Por toda respuesta, Nawar le pasó el papel sin dejar de mirar a Mireah. Un vistazo rápido fue suficiente para ver de qué se trataba. Haze Yahir, el traidor, había sido capturado, e iba a ser ejecutado públicamente esa misma noche en Suth Blaslead.
-¿De donde lo has sacado? -Quiso saber Nawar.
-Yo se lo traje -dijo Alania.
Todos se volvieron hacia ella.
La elfa podía llevar allí unos minutos, o días.... o tal vez meros segundos. No importaba. Ni Jaron ni Nawar hubieran reparado en ella si no llega a hablar.
El corazón de Jaron dio un vuelco al verla, pero no sabía si de alivio o de ansiedad.
-Lo vi y supe que debía venir corriendo -se explicó la muchacha.
-Pero... Leahpenn está muy lejos.
-No estaba en Leahpenn. Mi padre me envió con unas tías.
-Y te has escapado -no había demasiado reproche en la voz de Nawar-. De ahí tu aspecto, ¿no?
Ahora que Jaron reparaba el ello, Alania llevaba el largo cabello pelirrojo recogido en un complicado moño del cual empezaban a escaparse varios mechones e iba enfundada en un poco práctico vestido azul que hacía juego con sus ojos. El vestido, al igual que el tocado, daba evidentes señales de no haber respondido muy bien al contacto con el bosque.
La elfa simplemente se encogió de hombros.
-Mis tías se creen que aún tengo cuarenta años y soy una muñequita -dijo con fastidio-. En fin -añadió tras un suspiro-, ¿qué vamos a hacer? Porque vamos a rescatarle, ¿no?
Nawar le sonrió.
-Ése es el espíritu, ¿ves, Jaron?
El muchacho no pudo evitar sonreír a su vez, asintiendo con la cabeza.
-Lo primero, es lo primero -dijo Nawar mientras entraban en la cueva y tomaban asiento-. Y en este caso, lo primero es serenarnos y pensar con la cabeza.
-Yo estoy serena -dijo Alania.
-Y yo -secundó Mireah, tomando la mano de Jaron entre las suyas.
-Yo no -admitió el muchacho apologéticamente-. Dadme unos segundos.
Alania le dio un golpecito en el hombro y le dedicó una sonrisa.
-¿Ya? -quiso saber.
-Ya -mintió Jaron.
-Vale -la elfa dio una palmada-, serenos. ¿Y ahora?
-¿Ahora? A esperar.
-¿Esperar? ¿A qué?
-A la noche.
-¿Qué? ¿Hemos de esperar a que le maten? -Jaron se puso en pie de un salto.
Mireah y Nawar se miraron y luego le miraron a él.
-No ha leído el papel entero -dedujo Alania no sin cierta sorna en sus azulísimos ojos.
Estas palabras, unidas a la calma de sus compañeros, le llenaron de vergüenza e hicieron que se sentara de nuevo.
-¿Qué no he leído?
Nawar le mostró el papel de nuevo, señalando un párrafo.
-Esta noche será escarmentado públicamente. No será hasta mañana al mediodía que será ejecutado.
-Oh -dijo, porque no se le ocurría qué más decir-. Entonces... ¿tu plan es...?
Nawar se mordió el labio antes de hablar.
-No propongo nada fácil ni agradable -empezó-. No sé si alguno de vosotros habrá visto alguna vez este tipo de ejecuciones públicas.
-Yo sí -intervino Jaron Yahir, que había callado hasta el momento-. El escarmiento consiste en algún tipo de tortura. A veces incluso mutilación... Luego se deja al ofensor a la vista pública durante unas horas hasta el momento de su muerte, que suele ser por decapitación.
Se hizo un denso silencio en la cueva mientras el elfo, que se había acercado a medida que hablaba, tomaba asiento entre ellos. Jaron no sabía qué le había espeluznado más, si la descripción en sí o su tono indiferente.
Jaron vio a Alania bajar la vista para ocultar algunas lágrimas que colgaban de sus pestañas y quiso tomar sus manos, confortarla... pero en lugar de eso centró su propia mirada en la punta de sus botas.
-Entonces... -dijo Mireah, volviendo al tema principal, rompiendo el incómodo silencio-, es durante esas horas que deberemos actuar, ¿verdad? De noche.
-Exacto -Nawar parecía encantado de poder centrarse en cosas prácticas-. Menos curiosos y, con un poco de suerte, menos guardas.
-Pero entonces... ¿dejaremos que torturen a Haze? -Alania estrujaba la falda de su vestido sin mirar a ninguno de ellos-. Dijiste que tenías contactos -dijo de repente, alzando los ojos hacia Nawar-. ¿No pueden hacer nada?
Todas las miradas confluyeron en el rubio, quien a su vez miró a Jaron antes de hablar.
-No con esto. No van a arriesgarse tanto -el joven puso una mano sobre los crispados puños de la muchacha-. Tal vez cuando esté todo hecho pueda tratar de tirar de esos contactos para conseguir un nuevo escondite. Uno salubre. Pero mientras tanto...
-Estamos solos -concluyó Mireah por él-. Nosotros cinco... O cuatro -añadió, mirando de reojo a Yahir.
Jaron también le miró, pero el elfo sostuvo sus miradas sin dejar entrever sus intenciones al respecto.
-Cinco -repuso Alania con confianza, secándose los ojos con un gesto rápido-. Papá vendrá en cuanto lo sepa, ya veréis.
Nawar torció el gesto, palmeando el hombro de la muchacha.
-Esperemos. Porque vamos a necesitar todas las manos posibles… y puede que alguna más.



viernes, 28 de noviembre de 2008

Capítulo vigesimocuarto



El nudo en el estómago de Jaron creció hasta límites insospechados al leer el comunicado real. Miró a Nawar de soslayo e intuyó que éste iba a decir algo, pero no le apetecía oírlo, así que, ignorándolo, se dirigió hacia la ominosa construcción del centro de la plaza.
Los elfos que estaban en ese momento acabando de afianzar la estructura levantaron sus ojos hacia él al darse cuenta de que parecía esperar algo.
-¿Si?
-¿Para qué es esto?
Los elfos se miraron entre sí.
-Para la ejecución -respondió uno.
-Pero, Noain Ceorl no va a ser ajusticiada, ¿no? ¿No deberíais desmontarlo?
Su interlocutor se encogió de hombros.
-A mí que me cuentas, chaval. El Qiam querrá aprovechar el trabajo para algún otro reo.
Y, dando la discusión por zanjada, siguió a la suyo.
Jaron les observó como en sueño. Uno de esos sueños absurdos en que nada tiene sentido y todo parece mezclarse. Si Rodwel hubiera aparecido de repente para regañarle por abandonar sus estudios, no le hubiera sorprendido en lo más mínimo.
Nawar estirando de su manga le distrajo.
-Estamos llamando la atención -masculló el rubio en su oreja.
Y el muchacho asintió torpemente, porque en ese absurdo sueño era lo que tocaba hacer. Asentir y seguir a Nawar.
Salir de la plaza.
Buscar a Haze.
Pero tan pronto se volvieron para irse una elfa de unos cincuenta años...

(“No, idota, ¡entonces sería una niña!”
“Oh, cierto. ¿Doscientos? ¿Trescientos?”
“¿De veras te importa?”)

Lo que fuera. Una mujer, de mediana edad en todo caso, les salió al paso tomando al joven del Brazo.
-¡Nawar, muchacho! ¿No has oído la buena noticia?
El elfo se volvió hacia la mujer esbozando una sonrisa que a Jaron se le antojó tensa pero que la elfa no pareció notar.
-¡Yente! Sí, ahora mismo acabo de leerlo.
-menudo alivio -confesó la mujer con un afectado suspiro-, Nos hemos quitado todos un peso de encima. No es que nadie creyera que Noain pudiera ser una traidora, por supuesto. Pero claro... como lo decía el Qiam...
-Por supuesto -Nawar miró nervioso hacia Jaron mientras le seguía el hilo a la elfa-. Sus razones tendría... -comentó, posiblemente por añadir algo.
-¡Oh, y tanto que las tenía! ¿No te has enterado? ¿Acaso acabas de llegar?
-Sí, hemos llegado ahora mismo -Jaron vio al joven fruncir el ceño, suspicaz-. ¿Enterarme de qué?
-Pues resulta que tus tíos habían estado escondiendo a un criminal en su casa todos estos años.
-¿Qué? Eso son bobadas.
-Eso pensamos todos. Hasta que supimos de quién se trataba.
-¿Quién? -Jaron intervino en la conversación, harto de cháchara y rodeos.
La elfa le miró y luego volvió la vista hacia la casa Yahir.
-Ni más ni menos que Haze Yahir -dijo, bajando la voz como si fuera el más terrible de los secretos.
-¡Eso es mentira! Haze estaba...
Un codazo de Nawar calló a Jaron a tiempo.
-Muerto, sí. Eso pensábamos todos. Y ya ves...
-¿Y dice el Qiam que mis tíos le han estado ocultando?
-Oh, no te preocupes, cielo, conociendo a Noain y el delirio que tenía por ese Yahir cuando no era más que un niño, cualquiera comprenderá que fueron engañados por ese traidor. ¡Tal vez incluso coaccionados!
-¿Cómo sabéis todo eso? -Jaron se mordió la lengua esta vez.
-Pues parece que por fin el Qiam ha dado con él. ¿No es una suerte? Eso ha salvado a Noain y a Salman -Yente bajó la voz de nuevo-. Pobre Qiam...Su propio hermano... Se dice que es posible incluso que Haze esté tras la desaparición del mayor. ¿Cómo se llamaba?
-Jaron -respondió el muchacho, que sentía las entrañas arderle como si hubiera tragado un puñado de brasas-.Se llamaba Jaron.
Nawar le tocó el brazo, como pidiéndole calma, pero el chico lo retiró. Sólo podía mirar a esa elfa y esperar a que confirmara lo que él ya sabía que iba a decir. La sensación de irrealidad que sintiera hacía unos minutos había empeorado. O tal vez era sólo un mareo. En todo caso, era como si el mundo se hubiera difuminado y nada pareciera ya sólido. La sangre le martilleaba en los oídos, pero aún así oyó a la mujer responder:
-Eso mismo. Que informado veo a este muchacho -Yente le sonrió con aprobación-. ¿Algún primo, Nawar, cielo?
-Sí, por parte de madre -mintió el joven.
-Así me gusta -la elfa le tocó el hombro amistosamente-, apoyando a la familia. En fin... cuando ese Yahir sea ejecutado todo quedará resuelto y entonces seguro que el Qiam deja que tus tíos regresen a su casa.
Jaron vio a Nawar devolverle a la mujer una sonrisa mientras intercambiaba fórmulas de cortesía, pero apenas les escuchó. Había confirmado lo que ya sabía desde hacía varios minutos. Desde hacía varias horas, de hecho. Haze... Haze...
Se volvió hacia el cadalso y, tomando mecánicamente uno de los martillos que reposaban por allí, empezó a golpear la estructura.
-¡Jaron! -Nawar corrió hacia él, quitándole el martillo y sujetándolo para que no escapara, evitando a su vez que trabajadores y curiosos se abalanzaran sobre él.
-¡Suéltame! ¡No me toques!
-No es el momento -masculló Nawar mientras lo alejaba de allí -Son los nervios. Es muy excitable -iba diciendo en voz alta a la gente que les miraba como decidiendo si ir a aviar a la guardia o no-. Será mejor que le lleve a casa.
-¡No!
El muchacho consiguió por fin zafarse y echó a correr sin importarle hacia donde corría. Sólo quería estar lejos. Dejar atrás el hacha y el cadalso y el tocón. Y a los curiosos y a las vecinas chismosas. Y a Nawar. Sobretodo a Nawar.
Peor el elfo fue tras él y no tardó en darle alcance al cabo de algunas calles.
-¡Jaron! ¿Se puede saber qué mosca te ha picado? ¿Te has vuelto loco? -dijo, agarrándolo del brazo de nuevo y guiándolo para que fuera con él.
El chico se soltó de nuevo. O lo intentó. Porque el forcejeo le hizo tropezar y cayó al suelo cuan largo era.
Allí, derrotado y abatido, rompió a llorar.
-Eh... vamos... -Nawar, más calmado, le puso una mano en el hombro, pero Jaron le rehuyó de nuevo.
-¡No me toques! ¿Mi tío a cambio de los tuyos? ¿Ese era tu plan? ¿Eso es lo que fuiste a hacer ayer con tanta prisa? ¿Venderle al Kiam?
Jaron había reculado como había podido hasta chocar contra una pared. Seguía hipando incontrolablemente, pero sus puños, cerrados con furia, estaban listos para golpear a Nawar si volvía a acercarse.
-¿Qué? ¿Eso crees? ¡No! Yo nunca...
-¡Y una mierda! Por eso estabas tan tranquilo, ¿verdad? Sabías que no íbamos a encontrarle por más que buscáramos.
-¡No! ¡Dioses, no! ¡Te juro que ni siquiera se me pasó por la cabeza! -El joven se acercó a él y tras un pequeño forcejeo tomó sus puños entre sus manos, obligándolo a mirarle-. Jaron... por favor... Lo que fui a hacer ayer... Lo que no os podía contar... -Nawar suspiró-. Formo parte de un grupo de gente que buscamos derrotar al Qiam. Mi señor, nuestro jefe... es alguien muy influyente. Fui a verle para pedirle que intercediera por mi tía. Te juro por el alma de mi padre que Haze ni siquiera salió en la conversación.
Jaron hubiera dado cualquier cosa por no creerle, por leer cualquier otra cosa en sus sinceros ojos color miel. Cualquier cosa por tener a quien culpar. Porque si Nawar era sincero, si él no tenía la culpa... entonces...
-Es mi culpa -el muchacho rompió a llorar de nuevo, hundiendo la cabeza entre los hombros-. Yo quise bajar al pueblo. Por eso le han cogido. Por mi culpa... Haze va a morir por mi culpa.
Nawar le rodeó con un brazo y esta vez no lo rehuyó.
-Eh, vamos -el joven le apartó el negro pelo de la cara- ¿quien ha dicho que vaya a morir?
-Pero...
-No vamos a rendirnos. No ahora, ¿de acuerdo? No hemos llegado hasta aquí para nada, ¿verdad?
El muchacho negó con la cabeza, secándose las lágrimas. Por suerte, su carrera le había alejado del centro del pueblo y no había curiosos a su alrededor.
-¿Cómo vamos a decírselo a Mireah? -preguntó mientras dejaba que Nawar le ayudara a ponerse en pie.
El joven le pasó un brazo por los hombros y esbozó una mueca a medio camino entre la sonrisa y el mohín.
-Ya lo pensaremos por el camino, ¿vale? De momento, vamos a buscar una fuente para que puedas lavarte la cara.
Jaron asintió y se dejó guiar, ordenando de repente toda la información recibida en tan poco tiempo.
-Tú señor... ¿tiene suficiente poder como para hacer cambiar de parecer al Kiam? -Quiso saber.
-A veces.
-Ya veo...
-¿Ya ves? ¿Que ves?
-Es interesante.
Y no dijo nada más durante buena parte del camino.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Capítulo vigésimotercero




La noche había sido larga.
Había tenido que cambiar órdenes y rehacer el papeleo para que todo estuviera listo a la hora acordada. Hacía rato que había desechado la idea de dormir más de cuatro o cinco horas, pero, por una vez, el trabajo no le había importado. El imbécil de Haze volvía a estar en sus manos y eso era tan buena noticia que ni la falta de sueño podía empañarla.
Era tarde, muy tarde, cuando el Qiam salió de sus oficinas para dirigirse a sus aposentos, dispuesto a dormir mejor de lo que lo había hecho en varios días. Por eso le sorprendió encontrar a alguien en el pasillo.
-Qiam –en cuanto le vio aparecer, la figura avanzó en su dirección, acercándose a su vela y, por tanto, revelando su rostro.
Se trataba de Faris, hijo del rey y por tanto príncipe de la nación. Era un muchacho joven, de apenas 90 años, que había tenido que abandonar sus estudios prematuramente ante la enfermedad de su padre. Aunque en teoría era el regente en su lugar, apenas se inmiscuía en los asuntos de estado, dando bastante libertad al consejo y a sí mismo.
Y sin embargo ahí estaba, esperándolo a las tantas de la noche, y para un asunto grave dada su agitación.
Eso consiguió despertar su curiosidad.
-¿Alteza?
-Vengo de ver a mi padre.
“¿A estas horas?”
-¿Cómo se encuentra hoy su majestad? –preguntó, a pesar de la evidente mentira.
-Bien. Lúcido –el joven hizo un mohín y sus azules ojos se ensombrecieron, pues era evidente que tener que remarcar ese hecho le resultaba doloroso.-Hemos oído sobre la ejecución de mañana.
Zealor se guardó de hacer un mohín.
-Sabéis que intento no molestar a vuestro padre con nimiedades.
-Creemos que, dada la edad de la ofensora, la medida resulta excesiva.
Zealor estuvo apunto de replicar que no era él quien debía decidirlo. Incluso estuvo a punto de revelar que la anciana no iba a ser ejecutada al fin y al cabo sólo para que le dejara irse a dormir. Pero resultaba tan sorprendente que el príncipe mostrara ninguna iniciativa que prefirió esperar a ver qué sugería.
-¿Y qué proponéis?
-Creemos que una conmutación de la pena mostraría nuestra firmeza a la vez que nuestra compasión.
-¿Conmutación?
-Proponemos que los bienes de los Ceorl pasen a manos de la Nación, puesto que no tienen hijos conocidos, y que ellos sean trasladados a nuestras cocinas, donde trabajaran para la Nación a cambio de techo y alimento. Así pagarán su deuda con nuestra sociedad y para con nos a la vez que podremos demostrar a la Nación que su gobierno no carece de clemencia.
-¿En vuestras cocinas?
-Siempre bajo la atenta mirada de vuestros hombres, por supuesto. No querríamos restaros autoridad.
Zealor lo pensó.
Era mejor que devolver a la vieja a su casa y que chismorreara con las vecinas. Además, siendo una orden real se evitaba dar explicaciones.
-Veo que habláis en plural –apuntó, viendo el que podía ser el único problema en todo el asunto.
-Ella y su esposo serán traídos a palacio. Nuestra clemencia debe extenderse a ambos o no sería clemencia en absoluto.
¿Por qué nunca podía salir nada como uno lo planeaba?
-Por supuesto, Alteza. Podéis decirle a vuestro padre que así se hará. Nadie podrá decir que los gobernantes de la Nación carecen de corazón.
-No esperábamos menos -luego inclinó su rubia cabeza, dando la conversación por zanjada-. Qiam.
Zealor lo observó alejarse maldiciendo entre dientes. ¿Cómo se había enterado? ¿Y a cuento de qué había venido todo eso? La verdad es que era a la vez bueno y malo. Por un lado se libraba de tener que liberar a la anciana, y el destino de ésta ya no importaba demasiado ahora que había cumplido su función. Por otro...
Iba a tener que enviar un par de hombres al Castillo de Meanley a buscar a Salman antes de que el principe llevara al vejestorio ante su rey.
Con un suspiro entró en su habitación y se sentó en su escritorio, empezando a redactar una nota mientras con la campana llamaba a uno de sus criados.
A este paso la ejecución de Haze iba a pillarle sin haber pegado ojo.


Al amanecer estaban Nawar y Jaron en el promontorio desde donde se veía todo Suth Blaslead.
-Algo no va bien -dijo el muchacho señalando a la plaza-. Dijiste que te habías encargado de todo, pero no han dejado de trabajar en toda la noche.
Y era cierto
El cadalso estaba prácticamente acabado y Nawar no sabía qué podía significar. Tal vez su señor no había podido hacer nada, al fin y al cabo, o tal vez simplemente las órdenes no habían llegado hasta el pueblo aún.
Fuera lo que fuera, todo parecía seguir su curso dando la sensación de que, como bien decía Jaron, algo no iba bien.
-Vamos a buscar a Haze, ¿vale? El resto ya se verá -le dijo al muchacho, obligándolo a apartar la vista del pueblo, donde los guardas parecían estar reponiendo el comunicado que la noche anterior arrancaran Jaron y Mireah.
La princesa y Yahir se habían quedado en la cueva, por si el elfo regresaba por otro camino y porque, para ser francos, con todo el movimiento de tropas que parecía haber en la zona, lo último que necesitaban era que los pillaran junto a una humana.
Nawar rastreó la zona lo mejor que pudo, pero le fue imposible saber si todo el más que aparente movimiento que intuía entre los hierbajos y arbustos había sido Haze o las patrullas que él mismo sorteara ayer.
Todo el bosque andaba removido.
-Vamos al pueblo -dijo al fin, dándose por vencido-. Si Haze ha oído de la ejecución irá allí para ver a mi tía.
Jaron asintió gravemente, pero no dijo lo que pensaba y Nawar lo agradeció. No necesitaba pensamientos negativos empañando su juicio.
Ya en el pueblo la gente iba y venía nerviosa. Los quehaceres cotidianos parecían interrumpidos y la plaza estaba llena de curiosos que observaban a los carpinteros trabajar con gran interés.
-Vamos -propuso de repente Jaron, tirando de su manga-. Quiero ver el papel.
-¿Que?
-El papel nuevo, el que han colgado hoy. Quiero leerlo.
Nawar iba a replicar que no tenía importancia, que sería el mismo que leyeran el día anterior, pero de repente ya no estaba tan seguro. Así que siguió al muchacho hasta el centro de la plaza, donde el cadalso seguía construyéndose, ultimando detalles. El hacha que reposaba junto al tocón en lo alto no hablaba precisamente de buenos augurios.
De modo que cuando llegó junto al chico, cuyo rostro se había ensombrecido, y leyó el comunicado se sintió a partes iguales aliviado e inquieto.
Aliviado porque el papel decía que el Rey, Su majestad, en su infinita misericordia, había conmutado la pena de la rea Noaín Ceorl y de su esposo Salman al considerar a los ofensores demasiado mayores para suponer un peligro real.
E inquieto porque, si su tía estaba a salvo, entonces... ¿para quien era el hacha que reposaba en el cadalso?

jueves, 13 de noviembre de 2008

Capítulo vigésimosegundo




Nawar no regresó a su casa esa noche como había sido su primera intención, si no que envió una nota a su madre diciéndole que, oyera lo que oyera, no se preocupara, que él se encargaba de todo, y, después de asegurarse de que iba a ser entregado, regresó a la Casa Secreta.
La conversación con su señor le había tranquilizado enormemente, pues le había arrancado una promesa. Y, opinara lo que opinara de él en otros aspectos (era demasiado cauto, por ejemplo, y eso no era siempre una virtud), sabía que nunca rompía una promesa.
Así que sabiendo a su tía Noaín en buenas manos, había regresado a la cueva. El ambiente que había dejado era cuanto menos tenso y, al contrario que su señor, ninguno de los habitantes de la cueva había dado muestras de ser excesivamente sensato.
Y cuando llegó a la cueva y encontró a la princesa en la entrada, de pie, antorcha en mano, rígida como un palo y temblorosa como una hoja, sus peores sospechas se vieron confirmadas.
-¡Haze! -La humana se volvió hacia él con un respingo al oírlo llegar. El alivio de su rostro se tornó decepción en cuanto le vio-. Oh. Eres tú.
Nawar se guardó de bromear, pues vio que no era el momento. En lugar de eso, se acercó a la princesa en un par de zancadas mientras los dos Jarons salían al exterior y le dedicaban sendas miradas de “vaya, es sólo Nawar.”
-¿No ha regresado?
La humana negó con la cabeza, tal vez en un intento de serenarse y tragarse las lágrimas que asomaban a sus ojos.
-La zona está llena de patrullas. Seguro que está escondido esperando el mejor momento -Nawar trató de quitarle hierro al asunto con un ademán.
-Tú los has sorteado -le recordó Jaron, el joven, en ese tono frío que Nawar empezaba a reconocer y al que había bautizado como su “caparazón”.
-Cierto. Pero yo soy ágil, hábil, hermoso y modesto -comentó, enumerando sus virtudes con l0so dedos-. Y Haze no -intentó una sonrisa que no fue muy bien recibida, así que suspiró-. Pero Haze es cauto y tiene dos dedos de frente.
-Sí, cautísimo -murmuró el otro Jaron, mostrando que estaba realmente preocupado, aunque Nawar no supiera si por su hermano o por sí mismo.
El joven elfo miró hacia el cielo. Era tarde, demasiado. No era el momento de andar buscando a nadie por el bosque. Haze ya era mayorcito. Sabría cuidarse solo. Y si no... Al fin y al cabo, lo más importante era proteger al muchacho. El mismo Haze se lo había dicho en más de una ocasión.
-Sea como sea, ahora no podemos hacer nada. Lo único que conseguiríamos sería perdernos nosotros.
-Eso mismo ha dicho Mireah -masculló el muchacho con resquemor, posiblemente enfadado porque ningún adulto parecía ir a hacer nada.
-Pues me alegro mucho que hubiera alguien con cerebro por aquí en mi ausencia -fue la respuesta de Nawar, que no tenía ganas de alargarse en ridículas discusiones con un adolescente-. Y ahora vamos para adentro antes de que los soldados anteriormente mencionados vean nuestra luz.
-Pero... -la humana apretaba la antorcha con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos.
Nawar le pasó una mano por el hombro a ella y otra a Jaron mientras los conducía al interior de la cueva con delicadeza.
-Haze estará bien, ya veréis. ¿Creéis de veras que se va a dejar coger cuando tiene tan buenos motivos para seguir libre?


Zealor estaba acabado de ordenar y firmar unos papeles en su despacho cuando alguien llamó a su puerta. Uno de sus soldados asomó la cabeza con gesto nervioso.
-Sé que habéis dicho que no se os moleste, mi señor, pero alguien quiere veros -carraspeó-. Dice que es muy importante.
-Y tú le habrás dicho que estoy ocupado y que no voy a recibir a nadie -el Qiam no lo preguntaba.
-S-sí, señor. Pero ha insistido. Ha dicho que cuando le presentara estarías interesado.
-¿Y bien? -A su pesar, la curiosidad de Zealor se vio agitada.
-Dijo llamarse Haze... Haze Yahir, señor.
El gesto huraño de Zealor se convirtió en una sonrisa.
-El hijo pródigo regresa por su propio pie -se puso en pie-. Hazle pasar. No está bien hacer esperar a la familia.
El soldado, las cualidades del cual incluían el no hacer preguntas estúpidas, se cuadró y salió, entrando acto seguido con Haze.
El Qiam observó a su hermano, a quien no había visto desde hacía tal vez quince o dieciséis años. Era delgado y no parecía muy fuerte, y su pelo surcad de canas le confería una edad que no tenía aún, todo debido al encierro y a mala alimentación. Aún así, en sus rasgos se adivinaba parte de la belleza Yahir. Zealor observó con ironía que, de haber crecido en libertad, Haze se hubiera parecido terriblemente a Jaron.
-Déjanos -le dijo al soldado.
Y este obedeció. Eso le dejó a solas y en silencio, con tiempo para observarse y sopesarse. Al fin y al cabo, Haze tampoco le había visto a él en dieciséis años.
-Vaya, vaya... ¿Quien lo iba a decir? Haze... ¿No vas a abrazar a tu hermano?
Haze torció el gesto.
-Vete al cuerno, Zealor. Sabes perfectamente por qué estoy aquí.
La sonrisa del Qiam se ensanchó.
-Por supuesto. Por la buena, encantadora e inocente Noaín.
Haze asintió, tenso.
Zealor se sentó y le indicó a su hermano con un gesto que hiciera lo propio. El joven se sentó, pero no se relajó en lo más mínimo.
-¿Y que te hace pensar, mi querido hermano, que vas a poder hacer algo al respecto?
Haze tomó una fuerte inspiración antes de hablar. Luego suspiró largamente. La verdad es que le estaba poniendo agallas al asunto.
-Por que yo te intereso más. Si la dejas libre, me entregaré.
Zealor estalló en una carcajada.
-¡Pero si ya lo has hecho, imbécil! ¿Crees de veras que vas a salir de aquí?
Esta vez le tocó a Haze sonreír.
-No, sé que no. Pero no puedes arriesgarte a forzar mi encierro y seguir con la ejecución de Noaín.
-¿Ah, no? -Zealor estaba cada vez de mejor humor. Ni planeado le hubiera podido salir más redondo. Así que decidió permitir a su hermano su segundo de gloria. ¡Qué demonios! Se lo merecía-. ¿Tienes un as en la manga?
-Tal vez. Porque no tienes la menor idea de donde está el muchacho. Y apuesto lo que quieras a que tanto tú como Meanley daríais lo que fuera por saber donde encontrar a la princesa.
-¿Y tú me vas a decir donde están?
-No seas estúpido, Zealor, no te pega.
-¿Entonces?
-Si las cosas no salen como han de salir, si Noaín no es liberada mañana... Tal vez otras personas les encuentren antes que tú. Tal vez he dejado instrucciones, direcciones a las que acudir...
Zealor aplaudió de buena gana.
-Bravo por mi hermanito, que ya es todo un hombre. ¿Es un farol improvisado o llevas toda la tarde preparándolo?
-Arriésgate -No había titubeo en sus ojos violeta.
Zealor mantuvo su sonrisa sin ocultar un pequeño atisbo de orgullo. Todo un hombre, sin lugar a dudas. ¿Quién lo hubiera dicho del idiota de Haze?
Y al fin y al cabo, la vieja le importaba un comino.
-Trato hecho -y le tendió una mano-. Noaín será liberada mañana.
-¿Y Salman?
-No tientes tu suerte, tú tampoco te puedes arriesgar.
El menor de los Yahir tomó su mano, sellando el pacto. O casi.
-Promételo.
-Haze... Lo estabas haciendo muy bien...
-Por papá y mamá. Promételo.
Zealor rió de nuevo.
-¿No estás siendo melodramático?
-Promételo -insistió el joven.
-Está bien. Lo prometo, por el alma de nuestros padres, esté donde esté en estos momentos.
Y eso pareció satisfacer a Haze, que apretó un momento su mano antes de soltarla con un gesto de aversión.
Luego miró alrededor con el mismo mohín de desagrado.
-No mereces nada de todo esto.
-Claro que sí, Hazey. Estudié durante muchos años para llegar hasta aquí.
-Sabes a qué me refiero.
-Oh, por supuesto. Maté a mi hermano y a mi cuñada. Pero fue todo por el bien de la Nación, peque.
-No me llames así.
Zealor se acercó a la puerta para avisar a sus hombres y que llevaran a Haze al lugar que le correspondía, algún agujero oscuro, húmedo y maloliente como aquel del que no debería haber salido jamás. Sin embargo antes de abrir se detuvo, rindiéndose a un instinto de no sabía muy bien qué. ¿Curiosidad? ¿Interés? ¿Simple malicia?
Se volvió de nuevo a su hermano y sin dejar de sonreír, preguntó:
-¿Es cierto que se parece a mí?
El ceño de Haze se frunció, pero no pudo ocultar su miedo.
-Olvídate de él. No vas a ponerle un dedo encima a ese chico.
-¿Y quien va impedirlo?
Su hermano menor apretó la mandíbula, callándose todo lo que sin duda pasaba por su cabeza.
-Alguien te parará los pies, Zealor -fue todo cuanto dijo finalmente.
¿Melodramático, había dicho antes? Tragicómico, eso es lo que era Haze.
Zealor le sonrió una última vez antes de volverse para abrir la puerta.
-Tal vez sí, pero ¿sabes qué? Tú no vas a estar vivo para verlo. Y eso, mi queridísimo hermano, va a hacer que todo esto valga la pena.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Capítulo vigésimoprimero



El pueblo era mas pequeño de que Jaron había imaginado. No había más de treinta o treinta y cinco casas en total, contando las granjas de las afueras y la imponente casa Yahir.
Mireah, que ya había estado allí con Haze, lo condujo hasta ella sin cruzarse apenas con nadie. A esa hora todo el mundo parecía ocupado, y los ancianos con los que intercambiaron saludos no se veían muy interesados en un par de extranjeros que parecían llevar prisa.
Jaron había visto casas señoriales en otras ocasiones, pero algo en la sobriedad de la Mansión Yahir le hacía sobrecogerse. Esa no era una casa más. Era la casa de su familia, de sus abuelos... sus raíces. Por más misteriosas que estas fueran.
Hubiera dado lo que fuera por poder atravesar la alta verja y pasear por el descuidado jardín hasta la puerta. Y franquearla. Y descorrer las cortinas que se adivinaban tras las oscuras ventanas para permitir a la luz entrar en la casa de nuevo. Y ver si había cuadros o tapices en las paredes y aprender las historias que contaban. Aprender cosas sobre su tío, sobre sus abuelos y sus bisabuelos… sus tatarabuelos… sus tataatarabuelos…
Mireah debió adivinar que pensaba, pues le puso una mano en el hombro, obligándolo a relajar las espaldas.
-Es casi tan grande como el castillo de mi padre –observó. Luego ladeó la cabeza apreciativamente-. Tal vez estás incluso en la línea de sucesión –bromeó.
-Igual –Jaron se sintió raro al pensarlo y no le vio la gracia.
Guardaron silencio durante un rato hasta que la princesa lo volvió a romper de nuevo.
-¿Los elfos tienen rey?
-Sí – Jaron respondió sin dejar de mirar la casa-. Leí en uno de los libros de Haze que el rey es la máxima autoridad en la nación élfica, el máximo juez y ejecutor. Todas las decisiones son suyas en última instancia, aunque en realidad es el Consejo, equitativamente constituido por elfos nobles y artesano, quien compone las leyes y toma las decisiones importantes. El rey se limita a ratificarlas o a rechazarlas.
-Vaya –Mireah sonrió-. Pareces todo un experto.
Jaron se encogió de hombros, torciendo el gesto.
-El texto me interesó –confesó-, hablaba también del Kiam.
-Oh.
-Por lo visto es casi tan importante como el rey, pero a otro nivel. Es una especie de custodio de las costumbres y la moral. Es infalible y su palabra es ley. Sólo el rey podría discutir sus decisiones, y aún así… Mentirle al Kiam es traición, dudar de su palabra es traición, contradecirle es traición…
Mireah silbó de un modo muy poco decoroso.
-Y yo que pensaba que mi padre tenía demasiado poder.
-¿Crees de veras que es tan malo como dice Haze? Quiero decir…
-Bueno, no creo que sea una hermanita de la caridad. –La humana hizo un mohín-. ¿Dudas de lo que Haze te ha contado?
-Lo que no me ha contado, más bien.
-Ya –la princesa guardó silencio durante unos segundos-. Sé que a ti te sirve de poco, pero no es fácil aceptar que alguien de tu familia quiere hacerte daño.
-¿Lo dices por tu padre? -De repente Jaron se sintió culpable -. Lo siento. Ni siquiera me he preguntado como debías sentirte… Todos estos días…
La joven sonrió triste.
-Bueno, míralo de este modo: hace dos semanas mi vida se reducía a levantarme por las mañanas, bordar, leer, pasear y esperar a que mi padre decidiera con quien me iba a casar. Ahora vivo en una cueva con mi amor y un tío abuelo que es más joven que yo y con la posibilidad de propósito en el horizonte.
-¿Propósito? ¿Crees que todo esto tiene un propósito?
-¿Tú no?
El chico se encogió de hombros de nuevo.
-No lo había pensado. ¿Y cual crees que es?
Esta vez le tocó a la princesa dudar.
-Ya se verá –Rodeó el hombro de Jaron con uno de sus brazos-. De momento, nuestro propósito era ver la casa y ya lo hemos hecho.
-¿Hemos de volver ya?
-A Haze le dará un ataque si llega y no estamos.
El muchacho asintió, lanzando una última mirada a la casa.
Luego él y la princesa empezaron a caminar en silencio, sin levantar demasiado la vista del suelo para no llamar demasiado la atención. Y entonces, al pasar por la plaza, vieron a la multitud.
Minutos antes el pueblo entero había estado casi vacío y sin embargo ahora la plaza bullía con una actividad agitada y tensa. La gente estaba reunida alrededor de un poste, murmurando algunos, otros lamentándose o maldiciendo en voz alta. Todos parecían visiblemente afectados por lo que estaban leyendo.
Jaron sabía que no era una idea sabia, pero también supo, de algún modo, que debían enterarse de lo que ocurría. Parecía algo importante.
-Vamos a ver que pasa.
-¡Jaron! –Mireah masculló entre dientes, pero fue tras él cuando el chico se adentró en el gentío, tratando de llegar al motivo de su agitación.
Ambos se detuvieron junto al poste, en el que había colgado un papel de aspecto oficial.
-Está firmado por el Qiam –murmuró Mireah, agarrándolo del brazo.
Jaron le devolvió el apretón, pues el también lo había visto y, de algún modo, eso había hecho crecer el nudo en su estómago.
Leyeron juntos el papel y luego lo releyeron aún una vez más.
-Esto no es bueno –opinó Mireah, recalcando lo obvio.
Porque no lo era. Nada bueno.
Jaron maldijo, arrancando el papel del poste aunque eso fuera a atraer a todas las miradas hacia su persona y, tirando de la sorprendida humana, salió corriendo antes de que nadie pudiera reaccionar.


Nawar llegó a la casa Secreta un poco más tarde ese día. Había tenido que evitar algunas patrullas que parecían estar congregándose en la zona sin motivo aparente.
Tal vez era que el Qiam empezaba a sospechar donde estaban, o tal vez simplemente que había deducido que, tarde o temprano, Haze caería en la tentación de acercarse a la casa familiar. Fuera lo que fuera, le habían obligado a dar un rodeo y ya caía el sol para cuando llegó.
Iba a tener que pasar allí la noche, y ya pasaba suficiente tiempo fuera de casa. Su madre iba a acabar por sospechar que ocurría algo y lo último que le faltaba era una madre suspicaz.
Empezaba a estar harto de todo el asunto y a arrepentirse de haber hecho promesas que parecía que no iba a poder cumplir. Le había prometido a su tío que ayudaría a Haze y, aunque algo estaba haciendo a ese respecto, no estaba muy seguro de hasta donde debía extenderse esa promesa. También le había prometido a su señor que involucrarse en esa historia iba a servir a sus objetivos, pero cada vez lo dudaba más y más. Y finalmente, se había prometido a sí mismo que nunca iba a desvivirse por los Yahir del modo en que su familia lo había hecho durante generaciones. Y ahí estaba, de correveidile oficial del chico y de Haze.
Y ni siquiera estaba más cerca de entender nada. Por lo poco, poquísimo que le había explicado Haze, estaba claro que Zealor llevaba años buscando activamente difundir y perpetuar el miedo a los humanos, extender las leyendas sobre raptos y armas de metal que mataban el alma y todas las demás sandeces en las que hacía tiempo que no creía. Pero, ¿por qué? ¿Qué ganaba con eso el Qiam? No podía ser más poder del que ya tenía, ¿verdad? ¿Y por qué encerrar a Haze durante 67 años? ¿Por qué matar a su hermano mayor si ya creía haber matado a su cuñada y su retoño? Sin la humana y el medioelfo, sin pruebas, ¿hubiera podido Jaron Yahir hacer algo?
Eran demasiados porqués y demasiadas posibles respuestas y él estaba quedándose sin recursos. Su señor iba a pedirle resultados pronto y él no sabía si iba a servir de algo involucrar a los Yahir en más conjuras.
Tal vez si lo hablaba con Haze…
Sí, eso haría. Le hablaría a Haze acerca de su señor y sobre los deseos de éste de conocerlos y le convencería de que era lo mejor para todos. No podían pasarse la vida escondidos en una cueva a las afueras del pueblo.
Un poco más animado, se recolocó el fardo a la espalda y enfiló el último tramo de roca un poco más escarpada.
Cuando llegó encontró a Jaron Yahir sentado en la entrada de una cueva inusualmente silenciosa. El elfo le miró sin decir nada, pero Nawar creyó adivinar un brillo divertido en sus ojos.
-¿Pasa algo? ¿Dónde está todo el mundo?
-Haze fue a por agua –respondió-, y el engendro y la humana me han dicho que iban a por moras.
-A por moras… -Nawar resopló, descargando el fardo y sentándose en una roca a su vez-. Pero tú no les has creído.
Yahir sonrió cínicamente.
-¿Porqué iba a dudar de su palabra?
El joven elfo reprimió las ganas de golpearle como lo había hecho Alania, y en lugar de ello se puso en pie de nuevo. Cuanto menos tiempo pasara con Yahir, más fácil le sería recordar que lo necesitaba de su parte. Aunque fuera sólo ligeramente.
-Esperemos que regresen antes que Haze –dijo, pues fue la única respuesta no ofensiva que se le ocurrió.
-¿Quien ha de regresar antes que yo?
Nawar se volvió hacia Haze que, cumpliendo todas las leyes de lo inoportuno y lo dramático, se había acercado a ellos sin que lo oyeran llegar. El elfo fruncía el ceño preocupado, porque intuía la respuesta. Maldijo entre dientes ante su silencio y dejó los odres en el suelo con un gesto brusco.
Miró a su hermano, visiblemente enfadado y suspiró con cansancio.
-Será mejor que vaya a buscarles.
-Te acompaño –se ofreció Nawar.
-No. Si vuelven por otro lado prefiero que haya alguien útil esperándoles.
Nawar, que iba a protestar, se quedó sin palabras, pues si no se equivocaba era la primera vez que oía a Haze reprender a su hermano, aunque fuera indirectamente.
Así que se quedó junto a un huraño Jaron Yahir mientras Haze se cubría la cabeza con la capucha y se iba en dirección al pueblo.
El elfo se entretuvo entrando el agua en al cueva y empezando a preparar algo de cena, intentando no pensar en que estaba cocinando para los Yahir, cumpliendo finalmente con la tradición familiar.
Pero cuando hubo terminado y nadie había regresado aún, empezó a impacientarse. El pueblo no estaba a más de un cuarto de hora de camino, veinte minutos a lo sumo si uno daba un pequeño rodeo para evitar dejar un rastro claro.
-Tardan mucho –dijo Jaron, entrando, como un eco de sus propios pensamientos-. ¿No crees que deberías ir a ver que pasa?
Nawar, sorprendido por su súbito interés, se le quedó mirando como un bobo durante unos segundos antes de reaccionar. Luego cogió su capa, porque Yahir tenía razón, pensando en si debía decir algo, algo del estilo: “Tú espera aquí” o “No tardaré”. Y pensando también en lo ridículo y absurdo que estaba resultando todo.
Y entonces, cuando se había vuelto hacia el elfo con alguna frase estúpida en la punta de la lengua, Jaron y Myreah entraron corriendo. Se detuvieron al verles, faltos de resuello y visiblemente agitados, mirándole como si no hubieran esperado que fuera él precisamente quien fuera a recibirlos.
-¿Pasa algo? –Quiso saber.
Los dos se miraron, dudando, y finalmente el muchacho le tendió un papel.
-Es tu apellido –le dijo, como si eso lo explicara todo- . Hemos creído que era importante.
Y Nawar, que ya estaba de los nervios, estuvo a punto de sacudirle para que hablara más claro, pero en lugar de eso cogió el papel que el chico le tendía.
Resultó ser un documento oficial de la oficina del Qiam que anunciaba que en veinticuatro horas la traidora Noain Ceorl iba a ser ajusticiada en la plaza de Suth Blaslaed.
Yahir, que leía por encima de su hombro, maldijo.
-Ese hijo de puta… -fue todo cuanto dijo, y parecía tan sincero que Nawar olvidó por un momento toda hostilidad hacia él.
-Tengo que irme –le dijo-, mi madre... debo tranquilizarla...
El elfo asintió, grave.
-Tranquilo, yo me encargo de todo.
Nawar rozó apenas con una mano el hombro de Myreah y de Jaron.
-Tengo que irme –repitió como un mantra.
Ahora no tenía tiempo de sentirse atado a juramentos y obligaciones. Su tía… Ese mal nacido de Zealor pretendía ajusticiar a su tía.
Los dos asintieron a su vez, como lo había hecho el adulto, aunque en sus caras había más confusión que en la de Yahir.
Aún así, junto a la puerta se dio cuenta de algo y se detuvo una última vez.
-¡Mierda! Decidle a Haze cuando vuelva que no se mueva, que yo me encargo de todo –luego lo pensó -. O mejor aún… No le digáis nada. Nada de nada.
Otra vez hubo asentimientos y esta vez sí se volvió y se fue por donde había venido, pero no en dirección a su casa.
Su señor le debía más de un favor y ya iba siendo hora que se los devolviera.

jueves, 30 de octubre de 2008

Capítulo vigésimo



Jacob, el príncipe de Meanley, paseaba junto a su rey por los jardines de palacio, en la capital. Eran unos jardines impresionantes y sólo la distancia entre la capital y su pequeño feudo impedían que paseara por allí más a menudo. El anterior rey había hecho traer árboles de todo lo largo y ancho del reino -eucapliptus, cerezos, robles, hayas, pinos...- que crecían frondosos y esbeltos, franqueados por rosales y setos esquisitamente posados que marcaban el camino a seguir. En los calurosos días de verano, la mezcla de olores era tan intensa y la sombra tan fresca que uno no podía más que senterse a meditar en alguno de los labrados bancos de piedra.
Pero no hacía calor ese día, ni era para meditar para lo que se había reunido con su señor. Tenía algo mucho más urgente entre manos, y el elfo había sido muy explícito en cuanto plazos a cumplir.
-¿Y estás seguro de ello, Jacob?
-Más que seguro, Majestad. Nunca os molestaría por un simple cuento de hadas.
-Lo sé, lo sé, pero...
-Siempre lo hemos sabido, mi señor, en lo más hondo de nuestro corazones. ¿Cuantos niños han desaparecido en la noche en los últimos veinte años? ¿Cuantos hombres muertos en el camino sin motivo aparente? Y en Meanley es peor...
-Sí, sí -el rey apartó sus argumentos con un ademán-. Meanley parece ser la frontera con sus tierras.
-Exacto. Mi familia lo sabe mejor que nadie, mi propia tía..
El rey se sentó, de nuevo haciéndole un gesto para que no continuara.
-Todo el reino sabe la historia de Sarai. No hace falta recordarla.
-Entonces, ¿qué me decís? ¿Ayudaréis a Meanley ahora que os necesitamos?
-Necesitaré más pruebas que tu palabra, Jacob.
El príncipe llevaba toda la mañana esperando que el rey dijera esas misama palabras, pero aún así fingió consternación.
-¿Sería suficiente prueba si os traigo a uno de esos engendros?
El rey guardó silencio durante un rato, pensando No llevaba demasiados años en el trono y no era un hombre de acción. En realidad su hermano debería de haber heredado el trono tras la muerte de su padre, pero murió muy joven y fue su hermano menor, que no había sido criado para gobernar ni para tomar decisiones, quien heredó el peso de la corona.
Y ahora estaba pensándolo, lo cual era buena señal.
-Traelo, Jacob, y entonces decidiremos -Esperó a que Meanley asintiera antes de continuar-. Y ahora, retírate, tengo mucho que pensar.
El príncipe obedeció a su rey con una revenrencia. Ya le tenía donde le quería, no hacía falta alargarlo más. Y cuando el elfo le proporcionara su prueba, nada ni nadie iba a impedir que su familia obtuviera el lugar que le correspondía.


Habían pasado cuatro días y medio desde que a Haze se le ocurriera la genial idea de que era más seguro para Alania regresar a su casa, junto a su madre. Y aunque en el fondo de su corazón (e incluso de su razón) Jaron sabía que era una idea sensata, aún no estaba seguro de haber perdonado a su tío.
Sí, Mireah estaba allí con él para hacerle compañía, pero…echaba mucho de menos la vivacidad de la muchacha. Se había acostumbrado a ella después de tantos días juntos y ahora se le hacía extraño.
Claro que se guardaba mucho de decirlo en voz alta, ya que a Mireah seguro que le daba por pensar que estaba enamorado de Alania o algo. Y no era eso, por supuesto que no. Simplemente que, con tanta cara larga a su alrededor, la capacidad de acción de la elfa hubiera sido contagiosa.
Además, al final no había tenido tiempo de tocas nada para ella.
El muchacho suspiró, llevándose la flauta de nuevo a los labios, tocando mecánicamente una melodía cualquiera.
Cuando habían enseñado los juguetes a Nawar, éste había recordado una suerte de escondite secreto detrás de un saliente donde, entre otras cosas, había una flauta. El elfo no recordaba qué hacía allí, pero Haze sí. Por lo visto odiaba sus clases de música y la había escondido para no tener que tocarla nunca más.
-Toda tuya –le había dicho cuando Jaron había expresado su deseo de quedársela.
Era muy sencilla y tosca y había tenido que limpiarla con cuidado, pero cumplía su función. Y mientras no pudieran moverse de la ratonera que había resultado ser la Casa Secreta era lago que hacer.
Mireah se había mostrado encantada al escucharle la primera vez e incluso le acompañaba de vez en cuando con su voz. Era algo grave, pero melodiosa y a Jaron le gustaba oírla cantar.
Haze se sentaba junto a ellos cuando esto sucedía y sonreía, tomando la mano de la humana. Puesto que Jaron y Mireah sólo sabían canciones humanas, el elfo no se podía unir a ellos, pero parecía tener suficiente con escuchar.
Excepto la vez en que había tocado una canción antigua.
Tanto Haze como su hermano, que apenas les prestaba atención normalmente, se había puesto en pie de improviso, pálidos.
Jaron Yahir le había arrebatado la flauta de entre las manos.
-¡Eh!
-No vuelva a tocar esa maldita canción –había dicho, devolviéndosela con el mismo gesto brusco antes de salir de la cueva.
Jaron y Mireah se habían mirado interrogantes y luego habían buscado a Haze.
-Era la canción favorita de Sarai –había dicho.
Y luego él también había salido. Tal vez para tratar de consolar a su hermano, tal vez para regañarle por su brusquedad. Tanto daba, francamente.
Sarai era un tema tabú.
De eso se había dado cuenta hacía ya días. Haze respondía con vaguedades y Yahir... Yahir se limitaba a espetar que no volviera a decir ese nombre en su presencia
si al muchacho se le escapaba por casualidad.
Y Jaron seguía en la más completa oscuridad con respecto a su madre. Mireah no podía aportar más de lo que ya había aportado, pues ni siquiera ella podía aflojar la lengua de Haze a ese respecto.
Y los días habían ido pasando y el muchacho había repartido su tiempo entre tocar la flauta, leer los libros de Haze y ver como Mireah intentaba enseñar al elfo al menos a coger la espada correctamente.
Nawar también se había ido, pero él iba y venía. Y entonces él y Haze cuchicheaban durante unos segundos antes de que el elfo se sentara con ellos a compartir algo de té y pastas que solía traer del pueblo.
-Estoy preocupado –había dicho al segundo día-.Nadie me sigue desde el incidente del bosque.
-¿Y? Eso es bueno, ¿no?
-Suena bueno. Por eso, posiblemente, es malo.
-¿Lo decís por el Kiam?
Haze había hecho un mohín.
-Conociendo a Zealor, o tiene lo que quería, o ha encontrado otro modo de conseguirlo.
Y eso era todo lo que tenía del tercer Yahir, del tipo que, según Jaron Yahir, podía ser su padre. Que era malvado, que era retorcido y que no se detenía ante nada.
Oh, y que se le parecía físicamente.
No era mucho, la verdad.
A ratos tenía sensación de saber menos sobre sus padres ahora de lo que sabía cuando vivía en el convento. Al menos allí había estado seguro de que su madre era Sarai y su padre se llamaba Jaron y de que ambos se habían querido con locura.
Dos de tres tampoco estaba mal.
Frustrado y cansado hasta de la música, el muchacho dejó la flauta con un resoplido, maldiciendo por enésima vez que Nawar pareciera incapaz de conseguirle un arco.
Haze había ido a por agua a una fuente que había unos kilómetros más allá y Jaron los ignoraba lo mejor que sabía, ojeando un libro de cuentos junto a la entrada, donde había más luz. Mireah, sentada a la mesa, jugueteaba con un caballito de madera con aire distraído.
Y el muchacho iba a explotar de pura inactividad.
-¡Vamos al pueblo! –dijo a la princesa, tomándola del brazo y poniéndola en pie.
-¿Qué? ¿Estás loco?
-¡Oh, vamos! Tú estás tan aburrida como yo…
-No se trata de si estamos o no aburridos, Jaron. Es peligroso. Haze…
-Haze no tiene que enterarse. Por favor. Sólo quiero echar un vistazo a la casa Yahir y volver. Sólo eso…
El muchacho puso su mejor cara de cordero degollado y la humana resopló.
-¡Esta bien! Pero más te vale…
-Si me dices que pise donde tú pises, te juro que me largo solo.
La muchacha puso los ojos en blanco y fingió ir a darle un capón mientras, entre risas, Jaron cogía las capas y salía de la cueva.
-Vamos a buscar moras –le dijo a Yahir, que los miró al pasar.
Éste tan solo se encogió de hombros y Jaron pudo adivinar en su mirada que por él, como si se iban a buscar al Kiam.
Mireah le apremió, abriendo el paso.
-Más te vale que regresemos antes de que Haze vuelva o yo misma me encargaré de castigarte.

viernes, 24 de octubre de 2008

Capítulo decimonoveno



Cuando Dhan llegó al exterior, Jaron le esperaba con el rostro desencajado.
-Te juro que como esa mocosa…
-¿Como esa mocosa qué? Recuerda que es mi hija.
-Pues átala más corto. La tienes muy consentida.
-Creo que no eres quien para hablar de cómo tratar a la familia.
Jaron sólo gruñó. No era un mal comienzo. Un gruñido era mejor que un puñetazo.
No era que temiera los puños del elfo, pero prefería no enemistarse con él si no era necesario. Habían continuado con su amistad a pesar de todo con la esperanza, al menos él, de restituir un día el nombre de su amigo y su posición. Por amistad, pero también por justicia. Y ahora, le gustara o no a Jaron, tenían una oportunidad.
-Dejémoslo, ¿de acuerdo? No está siendo una buena semana para nadie.
-¿Alguna otra obviedad?
-Sí -suspiró-. Yo no puedo quedarme aquí para siempre.
-Ni tú, ni nadie.
-Sabes a qué me refiero. Tengo una esposa, una posición. La gente hablará si no regreso a casa pronto.
Otro gruñido.
-Así que me dejas solo con el engendro y mi hermano.
-Y Mireah y Nawar.
-¡Menudo consuelo! –Resopló-. ¿Y para eso teníamos que salir fuera?
Dhan dudó, pero… ¡Demonios! Tenían una oportunidad y no había tiempo de dudar y dejar que escapara.
-He pensado que podríamos reunir al grupo.
-¿Al grupo?
-Ya sabes… Éramos unos cuantos antes de que Zealor empezara a darnos caza.
-Sé que grupo dices. Lo que no sé es para qué vamos a reunir a nadie.
-Pues para terminar lo que quedo a medias. Acabar lo que empezamos. Es ahora o nunca.
Jaron lo pensó.
-¿Sigues en contacto?
-Sabes que sí. Con la mayoría al menos.
Se mordió el labio, meditabundo.
La idea pareció interesarle, pues sonrió. Una mueca torcida que le dio escalofríos, pero una sonrisa al fin y al cabo.
-De acuerdo, hagámoslo –dijo al fin-. Contacta con ellos, con todos. Y si alguien sigue interesado…
-¿Lo traigo aquí?
-¿Aquí? No, ¡por Dios! Ya pensaremos en algún otro lugar.
-¿Y el resto?
-¿Qué resto?
-Quiero decir… Tu hermano posee información de primera mano. Y la humana y el chico…
-No les necesitamos. A ninguno de ellos.
Dhan suspiró. Era mentira. Iban a necesitar toda la ayuda del mundo. Pero era mejor dejarlo así. A muy malas prescindiría de su opinión llegado el momento.
-Bien. Pues en cuanto vuelva tu hermano, cojo a mi hija y me voy a casa.
Jaron torció el gesto.
-Me gustará ver eso.
Esta vez le tocó a Dhan gruñir mientras sacaba su pipa del bolsillo interior de su chaqueta.
-Muy gracioso, Yahir. Muy gracioso.



Cuando volvieron a la casa secreta encontraron a Hund y a Jaron sentados en unas rocas junto a la entrada, compartiendo la pipa del pelirrojo, ceñudos y severos.
Saludaron apenas con un cabeceo. Bueno, Dhan saludó con un cabeceo e hizo un gesto para que se acercara. Haze, sintiéndose intranquilo de repente, se detuvo junto a ellos mientras Mireah se escudó en su fardo para escurrirse al mucho más acogedor interior de la cueva.
-¿Ha ocurrido algo? –quiso saber
-Nada grave –respondió el elfo, tomando la pipa y dando una larga calada- Era sólo para decirte que Alania y yo nos vamos a casa.
-Oh –fue todo cuanto se le ocurrió decir, sorprendido por la deferencia.
-Es lo mejor, dadas las circunstancias.
Haze lo sabía, él también lo había pensado. Tanto por temas de espacio como por otro millar de razones _no era nada seguro para Alania, para empezar_ era mucho mejor que ese par regresara mientras aún estaban a tiempo. Si no lo había expresado en voz alta era porque, egoístamente, había esperado ser el único en pensar en ello. Parecía que Dhan era capaz de controlar a Jaron y no sabía que iba a hacer su hermano una vez se hubieran ido.
Además, Alania y el muchacho parecían hacer muy buenas migas y le parecía injusto que se quedara sin su amiga. Pero al menos iba a tener a Mireah.
-¿Por eso estáis fuera? ¿Porque Alania ha montado en cólera al saberlo? –bromeó.
Dhan sonrió.
-Que va. Aún no se lo he dicho.
-Esa niña no necesita de nadie para montar en cólera –masculló Jaron, sorprendiendo a Haze, que no esperaba que fuera a abrir la boca en su presencia.
-Jaron… -Hund empezó a regañarle con cierto hastío.
-¿Me he perdido algo?
-Nada grave –repitió Dhan con un gesto vago-. Pero digamos que no es el mejor momento para decirle que nos vamos a casa. Por eso te lo he contado a ti primero.
-No te sigo.
-Quiero que hagas ver que es idea tuya.
-¿Qué? ¿Por qué?
-Bueno, parece que los chiquillos empiezan a tenerte en estima…
-¡Precisamente! ¿Es su idea? –Haze señaló a Jaron, realmente dolido-. ¿Es alguna idea retorcida de mi hermano porque cree que no merezco el cariño de mi sobrino?
-No digas sandeces –Jaron esbozo una especie de sonrisa torcida-. Lo que ese engendro haga o deje de hacer me es completamente indiferente. Es este cobarde, que no quiere pelear con su hija.
-Tú no la conoces –dijo de cara a su amigo-. Si la obligo, si no se va convencida, se escapará a la primera de cambio –Sus ceñudos ojos azules reflejaban auténtica preocupación-. Y a ninguno nos interesa que pase eso.
Haze resopló, sentándose a su vez. Tomó la pipa y dio una calada. No había fumado en su vida, pero si iban a usarle en sus pequeñas conjuras más les valía incluirlo en sus rituales conspiracioncitas.
Aquello era lo más asqueroso que había probado nunca, pero se guardó mucho de toser mientras le devolvía la pipa a Hund.
-¿Qué te hace pensar que yo la convenceré? -preguntó finalmente cuando la garganta dejó de escocerle como si hubiera tragado cristal.
Dhan rió, divertido, palmeándole la espalda tan fuerte que casi lo tira al suelo.
-No la convencerás, muchacho. Se enfadará tanto contigo que no querrá volver a verte, al menos durante unos días.
-Y eso nos hace ganar tiempo, ¿no?
-Y el tiempo es oro.
Haze gruñó. Y de paso posiblemente también Jaron iba a enfadarse con él. Y Mireah, porque pensaría que estaba tomando decisiones sin consultarla. ¿Y qué importaba? Nada, por lo visto. No al menos a su hermano y a Dhan.
¿Por qué no se lo habían pedido a Nawar?
“No seas chiquillo” se dijo a sí mismo mientras rechazaba cortésmente la pipa que le ofrecía Hund.
Al menos estaban contando con él.
-Quiero que quede claro que si lo hago es por Alania.
-Y yo te lo agradezco.
-Sí, ya, claro… -Haze se puso en pie con cansancio, estirándose-. Anda, vamos para dentro. Al menos querréis cenar antes de iros, ¿no?
-Pues…
-Era una pregunta retórica, Hund. Si vamos a separar a los muchachos, al menos vamos a esperar a que tengan el estómago lleno.

viernes, 17 de octubre de 2008

Capítulo decimoctavo




Cuando Haze y Mireah se hubieron ido, Jaron y Alania volvieron a ocuparse de la tarea de adecentar la cueva, como si realmente fueran a pasar allí más de un día o dos. Era el mejor modo que se le ocurría a Alania de mantener al medioelfo distraído. Cuando no estaba distraído sus ojos se desviaban invariablemente hacia Jaron Yahir y su rostro se ensombrecía. Y ese tipo no se merecía la preocupación de su amigo.
-Estos juguetes son prehistóricos –comentó mientras buscaba un lugar mejor para un caballo de madera-. Ni siquiera es articulado –lo dejó junto al soldado de juguete-. En fin, podríamos guardar los que estén mejor.
-¿Para qué? –Pero Jaron ya estaba ojeando un libro de cuentos con ojo crítico.
-¿Cómo que para qué? Supongo que Haze querrá que sus hijos jueguen con ellos cuando los tenga -a sus espaldas, Jaron Yahir resopló, pero Alania no iba a darle la satisfacción de responderle-. Además, aún tiene que verlos Nawar.
-¿Nawar? –El medioelfo cerró el libro y alzó los ojos hacia ella.
-Bueno, algo de todo esto será suyo –Alania le mostró una espada de madera-. N.C. ¿Ves?
El muchacho hizo un mohín, pero buscó en el interior del libro.
-H.Y. Éste es de Haze –dijo, dejándolo sobre la mesa.
-Y éste –Alania dejó un tablero de algún juego de mesa que no supo identificar.
Sin darse cuenta empezaron a organizar tres pilas de juguetes: la de Haze, la de Nawar, y la de los juguetes sin nombre, olvidándose por completo de su intención de deshacerse de los que estuvieran más rotos. Alania se sentía un poco como una exploradora que ha encontrado un tesoro oculto de alguna civilización desaparecida, tratando de comprender algo de los propietarios de esos juguetes a partir del contenido de los pilones.
La mayoría de los juguetes de Nawar eran espadas, escudos, soldados e incluso un casco de madera que, vista la mancha de sangre en su interior, no le había servido para parar todos los golpes que se habían propinado.
Los juguetes de Haze no mostraban un interés tan claro por la guerra. Eran cosas más personales (algunos libros, juegos de mesa, miniaturas…) que denotaban no sólo que Haze era algo mayor si no que, como bien había puntualizado Nawar, él era el único que se había planteado seriamente escaparse de casa e instalarse allí. Su pila era también la más grande y Alania sospechaba que era porque la mayoría de cosas de la pila sin nombre debían de haber pertenecido a Nawar.
-¿Qué hacemos ahora con todo esto? -Le preguntó al medioelfo, dejando el casco de Nawar sobre la mesa.
No obtuvo respuesta, así que se volvió hacia el chico, dispuesta a regañarle por no prestarle atención, y le encontró mirando el interior de uno de los libros que quedaban por clasificar.
Su cara, entre reverente y apenada, le indicó que no era el momento de una regañina.
-¿Qué pasa?
Como respuesta el medioelfo le mostró lo que estaba leyendo.
-Así como las palabras por si solas no componen poesía, el conocimiento por si solo no da la sabiduría –leyó la muchacha-. Pero aún así, hay que aprender.
‘Aprovecha la escuela, mi pequeño.
‘Te quiere,
‘Papá.
El silencio que siguió a esa palabra hubiera podido cortarse.
-Es un libro de texto de iniciación –observó Alania, por decir algo.
-Es la letra de mi abuelo… -Jaron pasó la mano por la página.
-Murió poco después de escribir eso –dijo de repente la voz de Jaron Yahir, sobresaltándolos.
Los dos jóvenes elfos se volvieron hacia el adulto, que se había acercado a ellos sin que se dieran cuenta. Su indescifrable rostro, al cual Alania no se había acostumbrado aún, unido a su tono inflexible hicieron que la muchacha deseara de repente cambiar de tema.
Sin embargo no era cosa suya.
-¿Cómo? –Se atrevió a preguntar Jaron.
-No lo sé bien. Yo estaba estudiando fuera, como es costumbre en las familias pudientes –el elfo tomó el libre de las manos del muchacho, pasando la vista por la inscripción-. Él y madre murieron una noche mientras volvían a casa de una recepción en palacio. Fue un accidente. O eso dicen.
-¿No lo crees?
-Con el tiempo uno aprende a no creer en nada –respondió, críptico, arrancando la hoja del libro antes de devolvérselo a Jaron-, ni en nadie.
Alania hubiera protestado mientras Yahir doblaba el papel con cuidado y lo guardaba en un bolsillo de su casaca, pero no sabía muy bien qué objetar.
“No deberías robar los recuerdos de tu hermano” sonaba adecuado, pero el elfo estaba siendo más o menso amable con ellos después de todo y no quería estropearle eso a Jaron.
El muchacho debía de pensar lo mismo. O tal vez la novedad de que su padre le hablara finalmente había hecho que ni siquiera reparara en la profanación.
-Entonces… ¿crees que les asesinaron?
El elfo clavó sus ojos violetas en los ojos glaucos del muchacho, e iba a contestar cuando una voz tronó junto a la entrada.
-No metas tus intrigas en la cabeza de los muchachos.
Alania se volvió.
-¡Papi! –Exclamó, lanzándose a sus brazos.
Dhan la abrazó antes de volverse hacia Nawar, que entraba tras él.
-Creo que pequeño no es la palabra que yo usaría para describir este agujero, Ceorl. Diminuto se acerca más. Y tal vez estoy siendo magnánimo.
-Eso eres tú, que eres enorme –Opinó Alania sin descolgarse de su abrazo, feliz no sólo de saberle sano y salvo si no de tener a alguien que pudiera romper la tensión.
Su padre gruñó, dejando las cosas que traía sobre la mesa. Había algo de pan, queso y otros encurtidos, así como alguna pieza de fruta. Nawar, por su parte, iba cargado con un fardo de bastante buen tamaño.
-¿Qué traes?
El joven sonrió, abriendo su fardo.
-Cuatro cosillas para defendernos si fuera menester –dijo, sacando tres espadas cortas, cuatro puñales y algo parecido a una navaja. Si a eso le sumaban las armas robadas a los espías del Qiam, ya tenían un pequeño arsenal.
-¿De donde has sacado todo eso? –Quiso saber Yahir.
-De aquí, de allí... Uno tiene sus contactos.
El elfo frunció el ceño. Parecía no gustarle demasiado Nawar. Claro que parecía no gustarle demasiado nadie, así que Alania no le dedicó más tiempo e inspeccionó las armas con interés.
-¿No hay ningún arco? -Jaron había cogido una espada (una sencilla pieza de hueso decorada algo toscamente) y la miraba con aire de indiferencia.
-¿Arco? ¿Para qué iba a traer un arco?
-¿Para cazar? –El muchacho le miró son suficiencia-. Además, me sería útil. Soy muy bueno con el arco, ¿sabes?
Nawar enarcó una ceja.
-Ese es el tipo de información que deberías haber facilitado antes.
-No me preguntaste –Jaron se encogió de hombros-. Asumisteis que soy un niño inútil y no os interesasteis por saber si sirvo de algo.
Esta vez fueron ambas cejas las que Nawar enarcó, sorprendido por el tono del muchacho. Era una verdad como un templo, pero aún así sorprendió a Alania volver a ver a Jaron adoptar esa actitud fría que tuviera el día en que se habían conocido.
Dhan carraspeó.
-¿Y Haze? –dijo, cambiando de tema.
-Bajó al pueblo a comprar cuatro cosas –respondió su hija.
-¿Solo?
-No, con Mireah.
-¿Está loco? –Nawar, que había empezado a curiosear entre los juguetes, se volvió hacia ellos.
-¿Cómo no los detuvisteis? –Dhan se cruzó de brazos mirando severamente a los dos muchachos.
-Bueno… fueron bastante convincentes… -fue todo cuanto se le ocurrió a Alania.
-¿Y tú? -Dhan se volvió hacia su amigo-. ¿Cómo no hiciste nada?
-¿Y perder la oportunidad de que se despeñe por un barranco y se desnuque?
Alania no fue demasiado consciente de haber tenido intención de abofetear a Yahir hasta que ya lo había hecho. Y debió haberlo hecho fuerte, pues cuando retiró la mano la palma le picaba a rabiar.
-¡Maldita mocosa!
Yahir hizo gesto de ir a devolver el golpe, pero su padre le detuvo.
-¡Calma, Jaron! –luego se volvió hacia ella-. ¿Se puede saber qué haces?
-¿Se puede saber qué haces tú? ¿Por qué permites que diga todas esas cosas horribles? Sólo abre la boca para soltar veneno, ¡y estoy harta de escucharle!
El aludido forcejeó con Dhan, sus ojos meras rendijas clavadas en la muchacha, que se agarró a la manga del medioelfo instintivamente.
-¡Calma, he dicho! –Su padre obligó a su amigo a dar un par de pasos atrás-. Vamos a salir afuera, a que nos dé el aire, ¿vale? -Hablaba muy lentamente, bajando poco a poco el brazo de Yahir-. Además, hay algo que te quería comentar… -esto pareció llamar la atención del elfo lo suficiente como para desviar su atención de Alania y volverse hacia su padre, interrogativo-. Fuera, mejor –fue todo cuanto dijo Dhan.
Yahir finalmente pareció relajarse y, no sin antes mirarlos a todos con desprecio, salió hacia el exterior. Dhan miró a su hija, a medias reprochador, a medias contrito.
-Luego hablamos –le dijo, y salió en pos de su amigo.
Cuando se hubieron ido Alania permitió que el terror que había sentido se apoderara de ella, dejándose caer al suelo temblorosa.
-¿Estas bien? -se interesó Nawar.
Ella asintió torpemente con la cabeza.
-Lo siento –dijo de cara a Jaron, que había palidecido y ahora empezaba a recuperar el color.
Él también movió la cabeza, sentándose junto a ella.
-No lo sientas. De hecho, me alegro que lo hayas hecho. Yo nunca me hubiera atrevido y él llevaba rato mereciéndolo –pasó un brazo por sus hombros, apretando el abrazo unos segundos como para darle valor-. Va, ¿seguimos con lo que estábamos haciendo? Aún le hemos de enseñar a Nawar lo que hemos encontrado.
-¿Lo que habéis encontrado?
La muchacha sonrió, animada de nuevo, dejando que el adulto la ayudara a ponerse en pie.
-¿Sabes que tenías una cabeza enorme cuando eras pequeño?

viernes, 10 de octubre de 2008

Capítulo decimoséptimo




La Casa Secreta sorprendió a Mireah.
Tal vez era que, como hija única (e hija del Príncipe, para más inri) nunca había tenido otros niños con los que jugar. O tal vez era que nunca había jugado “a las cabañas”, como lo había llamado Jaron. Fuera como fuera, cuando Haze y Nawar habían hablado de la Casa Secreta ella no había imaginado una pequeña cueva cubierta de zarzas y maleza, con una piedra fingiendo ser una mesa sin mucho talento y un montón de juguetes viejos desperdigados.
-Vaya, no éramos muy ordenados de pequeños –comentó Haze divertido, agachándose a recoger algunos de los juguetes, los ojos violeta llenos de nostalgia-. Aquí estabas, ¿eh? ¿Me has echado de menos? –Le dijo a un muñeco vestido de soldado al que dejo cuidadosamente sobre un saliente de la pared que hacía las veces de estantería.
El resto de juguetes fueron depositados un rincón con algo menos de ceremonia pero con el mismo cuidado entre exclamaciones y alguna que otra risa.
-Ya veréis cuando llegue Nawar… -Les dijo, poniéndose en pie, sacudiéndose el polvo de los pantalones-. En fin... Ahora debería haber algo más de espacio.
Mireah le devolvió la sonrisa algo incómoda.
Se sentía totalmente fuera de lugar ahí, en esa cueva llena de recuerdos infantiles en forma de juguetes y grabados en la pared. Era como estar mirando la vida de otro, invadiendo los recuerdos de alguien que no podía ser el mismo elfo cansado y delgado que los miraba como disculpándose por el desorden de hacía setenta años.
El silencio de su hermano y su sobrino no ayudaba a mitigar la situación.
Alania, que debía sentirse tan incómoda como ella, carraspeó.
-¿Y ahora? Habrá que hacer algo más que apelotonar los juguetes en un rincón, ¿no? Tendremos que decidir donde dormimos y donde cocinamos -La muchacha, enérgica como siempre, se agachó junto a los juguetes y empezó a rebuscar-. ¡Chicos! No hay ni un plato. ¿Dónde pensabais poner la comida Nawar y tú cuando os escapabais? ¿Sobre hojas de parra?
-Er… No sé. Nunca llegamos a enfrentarnos a ese problema –confesó Haze.
-Tal vez Nawar los traiga junto con las provisiones –aventuró Jaron.
-Sí, claro. Me juego lo que quieras a qué es en lo último que piensa –La muchacha se remangó-. Pues habrá que hacer algo con esa… mesa –concluyó con un mohín-. Jaron, ayúdame.
El muchacho, que observaba pensativo las paredes de la cueva, dio un respingo.
-Sí.
Y mientras Jaron y Alania, quien dirigía enérgicamente la operación, movían la “piedra-mesa”, colocándola en un lugar que estorbara menos, Haze la tomó del brazo.
-Alania tiene razón, harán falta más cosas de las que habíamos previsto. Bajaré al pueblo y…
-¿Al pueblo? –Jaron casi se atrapa un pie bajo la mesa al dejarla caer de golpe-. Pero, si te encuentra el kiam…
-No creo que me busque aquí precisamente. Además, se supone que estoy muerto, así que nadie va a reconocerme porque nadie esperará verme allí.
Mireah vio al muchacho fruncir el ceño y le entendió. A ella tampoco le hacía gracia que el elfo fuera solo, pero Haze no iba a permitir que Jaron se arriesgara. Y empezar una discusión no iba a servir de nada.
Bueno, no tenía porqué ir Jaron.
-Te acompaño –dijo finalmente la princesa.
-¿Qué? ¡No! –Haze se volvió hacia ella, pero la humana ya estaba echándose una capa sobre los hombros, cubriendo su cabeza.
-Estoy harta de estar escondida y de no servir para nada –viendo la cara de preocupación de Haze, le sonrió-. Además, lo llevas claro si crees que te voy a dejar solo para que flirtees por ahí con alguna belleza elfa.
Esto consiguió arrancar una resignada sonrisa del elfo.
-Esta bien, pero recuerda que harás lo que yo haga y pisarás…
-Donde yo pise –terminaron Jaron y Mireah por él en un eco de sus palabras la primera vez que habían pisado territorio élfico.
Otro mohín, esta vez más relajado, mientras Alania se reía sin disimulo alguno.
-Muy bien, listilla, ¿estás preparada?
-Sí, señor –y se caló la capucha sobre los ojos.
-¿Estaréis bien? –preguntó a su sobrino.
-Todo controlado, en serio.
Entonces se volvió hacia su hermano, que no se había movido del rincón de la pared en que se había recostado al entrar. Era difícil leer su expresión debido a las cicatrices de su rostro, por lo que el elfo probó suerte.
-¿Y tú? ¿Estarás bien? ¿Necesitas algo?
-¿Qué vuelvas a morirte? -respondió, malhumorado.
Haze esbozó una mueca entre cínica y triste.
-Lo tomaré como un no -se encogió de hombros como si no importara demasiado y, tomando a Mireah de la mano, se dirigió hacia el exterior- No hagáis nada estúpido mientras no estoy aquí –dijo, tal vez a su sobrino y a Alania, tal vez a su hermano.
Una vez en el exterior, sin soltar su mano, empezó a caminar en silencio.
La princesa esperó unos minutos antes de obligarlo a detenerse.
-Eh –Dijo, tirando de su brazo. Haze la miró, interrogativo-. Te has olvidado de preguntarle a alguien si estaría bien.
-Estaré bien –dijo sonriendo. Pero Mireah estaba empezando a aprender a interpretar sus sonrisas.
-No, no lo estarás mientras tu horrible hermano siga tratándote así.
Frunció el ceño ligeramente, desviando la mirada.
-Mi hermano no es horrible.
-Sí lo es. No le he oído una sola palabra amable desde que lo conozco. Ni a ti, ni a Jaron. Ni siquiera a Alania.
-Ha sufrido mucho –le justificó.
-¿Y tu no?
-No puede compararse –Haze le soltó la mano, continuando el camino-. Tú no le conoces. Jaron es… -suspiró-. Era joven, instruido, guapo, fuerte, valiente... Era… era bueno, noble, algo impetuoso y vehemente en todas sus decisiones. Estaba tan lleno de ideales... Tenía tantos amigos, tantos sueños… Tenía una esposa y un hijo en camino. Tenía una pequeña revolución cultural en marcha… Y sus hermanos, de quienes se encargó desde que nuestros padres murieron, le traicionaron y le arrancaron todo cuanto poseía y amaba. ¿Cómo te sentirías tú?
Mireah no supo qué contestar a eso. La verdad es que no había imaginado a Jaron Yahir de ningún modo que no fuera el elfo hosco de rostro deformado por el fuego que había conocido hacía tan solo tres días.
Pero no fue eso lo que le preocupó del discurso de Haze, si no el otro esqueleto en el armario. De nuevo, no negaba ninguna de las acusaciones que había sobre su persona.
-Trataría de hablar con mi hermano pequeño y averiguar qué le motivo a traicionarme, si es que realmente fue una traición –dijo finalmente, esperando hacerle hablar.
Pero no lo hizo. Sólo le sonrió de nuevo, esta vez agradecido, y, tomando otra vez su mano, la condujo por el bosque camino al pueblo.
-Anda, vamos, que al final nos va a anochecer y aún estaremos discutiendo por tonterías en el bosque.


Zealor llegó tarde y malhumorado a sus aposentos esa noche. Llevaba demasiados días cambiando de planes. Demasiados días durmiendo apenas lo imprescindible. Y aunque era un tipo gregario y sabía aceptar los sacrificios necesarios para su causa, no dejaba de ser molesto.
¡Ese imbécil de Haze!
Debería haberle matado hacía 67 años.
Zealor se deshizo de su casaca ceremonial con un gesto airado.
En realidad Haze no había sido más que un estorbo desde el día en que nació. Ahogarlo en la cuna es lo que debería haber hecho mientras no era más que una bola rosa y llorona.
No fue menos violento el gesto con el que se descalzó, descargando su frustración sobre sus botas.
Y ahora había tenido que cambiar de planes después de años de estudiada estrategia porque al imbécil no se le ocurría otra cosa que escaparse justo dos semanas antes del principio del fin.
Lo que más le molestaba del asunto era el ridículo que estaban haciendo. Para cuando sus hombres habían llegado al lugar donde sus compañeros habían sido derrotados, la cabaña ya estaba vacía.
El inútil de su hermano se le escapaba de nuevo, ayudado sin duda por Nawar Ceorl y por alguien más que aún no había podido adivinar. Había habido un luchador muy hábil y otro muy fuerte en la refriega y Haze no respondía a ninguna de las dos descripciones.
Se dejó caer sobre la cama, los ojos fijos en el techo, esperando que los suaves cojines ayudaran a calmar su ánimo. Pero era en vano,
La cabaña, esa cabaña en medio de la nada… ¿qué significaba? No podía dejar de darle vueltas a todo el asunto. A la cabaña, a Haze y al mocoso. Jaron, había dicho Meanley que se llamaba. ¿El hijo de Sarai? Muy posiblemente. El hijo de una humana y un elfo…
“Lo que está claro es que pertenece tu familia, elfo”
Decía Meanley que se le parecía. La idea arrancó por fin una sonrisa torcida de sus labios. Lo que Haze hubiera sentido al respecto bien valía la pena, al fin y al cabo. No significaba nada, por supuesto, y mucho menos cambiaba en lo más mínimo sus planes, pero era un giro interesante de los acontecimientos.
Unos nudillos en su puerta lo trajeron de vuelta a la realidad.
-Adelante -dijo, incorporándose.
Un soldado se cuadró al entrar.
-Los prisioneros están listos para el traslado.
Los prisioneros…
Casi se había olvidado del asunto. Hubiera preferido enviar al idiota de su hermano, pero los Ceorl iban a tener que servir.
Aunque, claro… uno de ellos era más que suficiente, ¿verdad?
El Qiam se puso en pie, ciñéndose una camisa y recogiendo su largo cabello negro con gesto pensativo.
-Enseguida estoy allí.
El soldado se cuadró de nuevo y salió, dejándolo solo.
Zealor se calzó de nuevo las botas y sonrió, recuperado su humor. Había tenido una iluminación. Una epifanía, por llamarlo de algún modo.
Iba a sacar a la rata de su agujero y esos vejestorios que habían tratado siempre a Haze como si fuera su dulce y tierno retoño iban a entregárselo en bandeja de plata sin siquiera proponérselo