sábado, 28 de noviembre de 2009

segunda parte, capítulo vigésimo noveno





Cuando dieron la orden de recoger las tiendas y desmontar el campamento supo Jaron que debía empezar a moverse. Escabullirse mientras todos los militares del príncipe de Meanley estaban vigilándolos de sol a sol hubiera sido un suicidio, pero en cuanto tuvieran que ponerse en marcha tendrían demasiado que hacer como para controlarlos a todos ellos.

Jaron se despertó esa mañana con la determinación de aprovechar la más pequeña distracción para intentar escapar. La gente iba arrriba y abajo, desmontando tiendas, cargando carros y preparándose para la incierta marcha. Nadie le prestaba más atención de la debida. Si aprovechaba la hora del almuerzo para cuando alguien le echara de menos ya sería demasiado tarde.

Al menos esa era la idea que el muchacho había ido forjando en las primeras horas de la mañana. Y lo hubiera hecho, aunque no contar con Miekel le hiciera sentir culpable, aunque fuera peligroso, aunque no estuviera muy seguro de como iba a llegar hasta el lugar llamado Fasqaid ni como iba a ser recibido. De veras que hubiera escapado de allí y hubiera corrido durante días de ser necesario si la visita a sus tropas del príncipe de Meanley no hubiera cambiado sus planes.

Él y otros muchacho estaban acabando de doblar una lona cuando uno d elo hombres de Meanley vino a buscarles y a apremiarles para que se reunieran con el resto.

-Su Alteza va a dirigiros unas palabras -consiguió arrancarle uno de los muchachos más mayores mientras eran conducidos al lugar donde estaban conducidos el resto de los hombres.

¿Su Alteza? Jaron tardó un poco en darse cuenta de que su alteza era Jacob de Meanley, el padre de Mireah y el humano que le había reconocido como elfo tan sólo oir su nombre.

¡Maldición! Jaron se caló más el sombrero que nunca se quitaba en presencia de los demás y bajó la cabeza, fijando la vista en sus pies, esperando que les dejaran quedarse en una discreta última fila.

Por encima de la cabeza de los humanos vio la figura del príncipe, montado a caballo, grave y severo.

-¡El príncipe en persona! -Dijo Miekel llegando junto a él-. Esto se pone feo.

Jaron se guardó de decirle al novicio que no sabía bien cuan feo se podía llegar a poner, pero agradeció su presencia. El humano era más grande que él y podía usarlo de parapeto para pasar desapercibido.

A su alrededor los murmullos empezaban a decrecer a medida que los hombres del príncipe mandaban a callar a sus tropas. Cuando todo sonido hubo muerto, Jacob de Meanley empezó a hablar:

-Sé que muchos de vosotros creéis que he enloquecido y que en mi locura he arrastrado a nuestro rey. A todos esos les pido paciencia, pronto veréis que no persigo quimeras y leyendas, que los elfos son tan reales como el compañero que tenéis a vuestro lado. El resto, los que sabéis que es cierto, los que habéis percibido su presencia en medio de la noche, aquellos a los que se os ha arrebatado algún familiar en el bosque, niños, mujeres… A esos os pido fuerza, que no desfallezcáis. La tarea que nos espera es demasiado grande para fracasar. No os preocupéis, no lo haremos. Tal vez el demonio esté de su parte, pero Dios está de la nuestra.

El príncipe tiró de las riendas de su caballo, que se agitaba inquieto al alzar éste ligeramente la voz.

Jacob continuó hablando, pero Jaron hubiera preferido no escucharle. Siguió enardeciendo a sus hombres a golpe de mentiras acerca de los elfos, hilvanando atrocidades, una detrás de otra, y falsas acusaciones que el medioelfo escuchó sin poder protestar. Medio escondido detrás de Miekel, con la gorra bien calada y la cabeza gacha, era muy consciente que ahora más que nunca debía se invisible, así que ni siquiera alzó la vista para ver qué efecto tenían las palabras de Meanley en su auditorio.

-Sabéis que no hablo por hablar –continuó el humano con su voz atronadora-. La casa de Meanley no ha quedado eximida de la maldición de esas criaturas. Todos conocéis la historia de Sarai. Embrujada, apartada de los suyos, una princesa joven y hermosa que desapareció una noche y nunca se la volvió a ver.

La mención de su madre y el codazo que le propinó Miekel le hicieron alzar la cabeza por fin.

-¿No era ese el nombre de tu madre? –susurró el novicio cuando le miró interrogante y algo enfadado por el golpe.

-Puede ser casualidad –probó, aún reacio a compartir la verdad.

-Sí, claro. ¿Secuestrada por los elfos? Tal vez huía de ellos cuando llegó a la abadía –insistió.

-Chist. No me dejas escuchar.

Y se volvió hacia Jacob de Meanley, realmente interesado en lo que estaba contando. Sabía por Mireah que el nonbre de Sarai había estado casi prohibido en el principado, que su historia no se contaba, y que si se hacía se acusaba a su madre de brujería y herejía. Y sin embargo ahí estaba el príncipe, hablando de como los elfos había secuestrado a la hermosa Sarai para no devolverla jamás.

Claro que su sorpresa fue aún mayor cuando Jacob añadió a Mireah a su discurso y habló de que la historia se repetía, que había llegado el momento de hacer algo en contra de los elfos y que eran afortunados de formar parte del grupoq eu iba a cambiar la historia y devolver la gloria al principado de Meanley.

El príncipe acabó su arenga y sus hombres vitorearon. Algunos convencidos, algunos contagiados por el ambiente, otros tal vez simplemente asustados pos las conseqüencias. Pero fuera por el motivo que fuese, los brazos se alzaron y las armas repicaron contra los escudos. Meanley asintió, complacido, y dio algún tipo de orden a sus hombres, que empezaron a dispersar al grupo devolviendo cada cual a sus quehaceres.

Jaron lo observó a alejarse en compañía de sus soldados de más alto rango preguntándose qué debía de tener en mente. ¿Sabía Zealor que el príncipe de Meanley estaba a punto de enviar un ejército contra la Nación o le había traicionado el humano?

Miekel le tocó el hombro y le devolvió a la realidad.

-Hemos de volver al trabajo.

Jaron asintió, aún un poco ausente, pero el humano no lo notó. O eso pensaba Jaron, porque tan pronto se puso todo el munco en marcha el novicio le tomó del brazo y le obligó a quedarse un poc atrás.

-¿Por qué no me cuentas qué pasa para que pueda ayudarte?

-¿Qué? ¿De qué hablas?

-¿Crees que no me he dado cuenta? Prácticamente te has escondido tras de mí para que Jacob no te viera.

-Odia a los elfos. ¿Crees que quiero llamar su atención?

Miekel hizo un mohín, no le creía, pero no se le ocurría ningún argumento contra eso.

-Sabes que estoy de tu parte, ¿verdad?

-Eso dices.

-Rodwell me envió para ayudarte -el humano sonaba dolido.

Jaron se mordió el labio por dentro. Sabía que Miekel tenía razón. Mientras le ocultara cosas no podría ayudarle, pero una parte de sí no se fiaba de él aún.

No, mentira.

Una parte de sí no quería fiarse de nadie nunca más.

-Pues entonces ayúdame a doblar las tiendas. Esa lona pesa toneladas.

Y siguió andando en dirección al grupo. Esperaba que Miekel se diera por aludido y no insistiera. No quería ponerse en contra del único posible vínculo con la abadía. Al fin y al cabo, que no se fiara de él no quería decir que no fuera agradable tener con quien hablar de vez en cuando.