sábado, 22 de octubre de 2011

tercera parte, capítulo trigésimo noveno



Cuando las campanas empezaron a sonar, Nawar se detuvo tan de repente que casi deja caer a Jaron Yahir. Miekel se apresuró a agarrar mejor al elfo mientras el rubio se acercaba a la ventana y sacaba la cabeza sin ninguna sutileza, intentando ver algo desde su posición.

-¿Qué ocurre? –Se interesó el humano mientras ayudaba a Jaron a apoyarse en la pared. Puede que el Qiam no hubiera roto sus piernas, pero estaba claro que apenas podía mantenerse en pie solo-. ¿Han dado la voz de alarma?

-No son campanas de alarma –masculló Yahir mirando fijamente la espalda de Nawar. O algún punto por encima de su hombro. Era difícil de discernir con un rostro tan maltratado como el suyo-. El funeral ha empezado.

-¿El funeral? Pero.. ¿entonces…?

-¡Faris ha llegado! –Alania corrió hacia le ventana junto a Nawar, intentando, de puntillas, ver lo mismo que estaba viendo el rubio.

-O Zealor le sabe muerto.

La muchacha se volvió de nuevo hacia ellos, su delicado ceño fruncido en dirección al elfo del rostro quemado. Parecía estar acusándole de algo, pero fuera lo que fuera lo que pensaba no dijo nada.

Fue Nawar quien habló. Se volvió despacio hacia ellos, su mirada tan indescifrable como la de de Yahir.

-Puede que sólo lo sospeche –A Miekel no le sonó tan seguro como solía, pero no quiso contradecirle-. Pero no importará mucho para la gente del pueblo. Si el Qiam anuncia ahora la desaparición del príncipe la gente no sabrá que interpretar. La Coronación…

Dejó la frase morir a medias y se volvió de nuevo hacia la ventana como si así pudiera adivinar qué estaba sucediendo.

-La Coronación… -Ladró Yahir al silencio y Miekel tardó en darse cuenta de que eso había sido una risotada amarga-. Nada de todo esto va a importar lo más mínimo cuando lleguen los humanos.

-Importará más que nunca –respondió el rubio sin apenas volverse-. Zealor tendrá más autoridad que Faris si no se lleva a cabo.

-¿Más autoridad? No puedes ser tan estúpido como para ni siquiera entender que la Corona no va a significar nada cuando todo lo que quede de la Nación sean cenizas.

-Hablas como si ya hubieramos perdido –protestó Alania, brazos en jarra. Sus ojos mostraban de nuevo el tono acusador de antes y Miekel entendía ya porqué. Cada vez que el elfo abría la boca la derrota parecía más inminente.

Su boca sin labios se torció en lo que bien podría haber sido una sonrisa si sus ojos la hubieran acompañado, pero no replicó a la muchacha. En su lugar le indicó a Miekel con un gesto que le ayudara a sentarse.

El humano le acompañó hasta el saliente de un pie de columna donde le ayudó a recostarse y esperó, pues estaba claro que el elfo tenía algo en mente.

-Deberías seguir sin mí –dijo-. Os estoy retrasando.

-Tonterías –replicó Miekel.

El elfo hizo un gesto de ir a contestar, pero Alania se adelantó, desdeñosa.

-Déjalo. Ya se está rindiendo otra vez.

-¿Rindiendo? No sabes de qué hablas, mocosa.

-¿Ah, no? Es como en la cueva. Te rendiste, los diste por muertos y nos fuimos sin esperar cuando podríamos haber aguantado unas horas más sin correr ningún peligro.

-¿Y qué? ¿Crees que eso habría cambiado algo? ¿Qué mágicamente habríamos vencido a Zealor con la fuerza de nuestra amistad imperecedera y hubiéramos comido perdices?

-¡Al menos hubiéramos estado juntos! - La muchacha pestañeó, furiosa, luchando por mantener a raya las lagrimas que asomaban a sus ojos -Mi madre estaría a salvo en casa, Faris no estaría desaparecido y a ti no te habrían torturado.

Concluyó en un susurro, los puños firmemente cerrados a los lados, temblando ligeramente pero con el rostro seco y decidido en lo que se le antojó a Miekel un ejercicio milagroso.

Los ojos violeta de Jaron relampagueron un momento con un brillo casi febril, pero se disipo enseguida y de nuevo les ofreció la mueca que el humano creía reconocer como una sonrisa derrotada.

-¡Demonios! Eres peor que tu padre y tu madre juntos… -masculló, menenado la cabeza.

Eso pareció calmar a la muchacha momentaneamente, o al menos la convenció de que el adulto iba a bandonar el cinismo por un rato. Se secó los ojos con el dorso de la mano y dijo:

-¿Seguimos, entonces?

Fue entonces cuando repararon en que Nawar no sólo no había participado en la conversación si no que no se había separado de la ventana. De hecho, e4 asomaba tanto por ella quye tenía meio torso fuera.

-¿Nawar?

La efa tocó el hombro del rubio y éste pareció despertar de repente. Se volvió un momento hacia ellos y les hizo un gesto para que se acercaran.

-Venid a ver esto.

Alania corrió a situarse junto a él aunque su altura no le permitía ver mucho. Miekel, sin embargo, al ser más alto que los elfos se asomó sin dificultad. Le costó ver qué señalaba Nawar con el dedo, pero cuando lo hizo supo porqué le había llamado la atención.
El patio estaba abarrotado y todo el mundo miraba en dirección a la entrada de lo que Miekel dedujo era la capilla o el templo o lo que fuera donde los elfos iban a rezar. Sólo una figura encapuchada parecía estar abriéndose paso entre los curiosos y los dolientes. Cualquiera podría pensar que tratabar de conseguir un sitio mejor, pero no era hacia el funeral hacia donde avanzaba.

-¿Crees que...?

Pero el humano no terminó la frase, porque no tenía mucho sentido. Si hubiera sido el famoso Faris, ¿no habría entrado directamente por el pasadizo secreto que daba a su habitación?

-Puede que tema a los guardas del Qiam -dijo Nawar, que más que leerle la mente sin duda compartía sus dudas y hablaba más para sí que para el novicio-. Tal vez quiera ver qué se cuece antes de aparecer ante ellos.

Durante unos segundos se quedaron los tres como hipnotizados, viendo los esfuerzos de la figura por avanzar, hasta que Miekel se apartó de la ventana, consciente de que no tenían mucho tiempo que perder mirando por las ventanas de un castillo repleto de guardias del Qiam.

Eso rompió el hechizo y Nawar y Alania se apartaron también. El rubio parecía estar rumiando algo.

-¿Y bien? -Quiso saber Jaron -¿Se trata de vuestro principito?

-Sólo hay un modo de averiguarlo.

Jaron gruñó.

-Es una idea pésima. Alguien va acabar por dar la alarma tarde o temprano.

-Razón de más -repuso Nawar-. Su Alteza no sabe al peligro que se expone. No tiene ni idea de que estamos aquí ni de lo que hemos hecho, ni mucho menos sabe que los hombres del Qiam tienen órdenes de asesinarle en cuanto le vean. Hemos de avisarle.

Y como si esperar a que alguien opinara en contra fuera a minar su voluntad, el elfo se volvió y echó a correr.

-Esperad aquí -dijo.

Pero, por supuesto, Alania no le hizo ni caso.

-Sí, hombre -y salió corriendo tras él.

Miekel se preguntó si todos los elfos estaban igual de locos antes de llamarlos.

-¡Hey!

Ambos frenaron y se volvieron. Alania soprendida, Nawar con cara de fastidio.

-¿Qué?

Señaló con a cabeza a Jaron que le dedicó una de sus miradas indescifrables pero aceptó la mano que le ofrecía para ponerse en pie.

-¿Crees que podrás correr?

-¿Hacía la boca del lobo? -Miró hacia la muchacha y Nawar, que esperaban, una con los brazos en jarras y el otro con los brazos cruzados y tamboriliando con el pie-. De verdad que deberíais dejarme aquí. Sólo voy a retrasaros. Total... -añadió mirandose las mutiladas manos-. ya no sirvo para nada.

-Todos servimos para algo, aunque a veces cueste ver para qué -fue la respuesta de Miekel mientras pasaba un brazo por la espalda del malogrado elfo y le obligaba a agarrarse a él-. Pero si de algo está convencido el Abad Rodwell es de que el Señor tiene un papel reservado para cada uno de nosotros en su gran plan.

-¿El Señor?

-Dios.

Con un resoplido que tanto podía ser de exasperación como de resignación, Jaron empezó a caminar, siguiendo sin rechistar su ritmo acelerado. Cuando llevaban cuatro o cinco pasos Nawar pareció decidir que eso quería decir que iban a seguirle y arrancó a correr de nuevo.