jueves, 30 de octubre de 2008

Capítulo vigésimo



Jacob, el príncipe de Meanley, paseaba junto a su rey por los jardines de palacio, en la capital. Eran unos jardines impresionantes y sólo la distancia entre la capital y su pequeño feudo impedían que paseara por allí más a menudo. El anterior rey había hecho traer árboles de todo lo largo y ancho del reino -eucapliptus, cerezos, robles, hayas, pinos...- que crecían frondosos y esbeltos, franqueados por rosales y setos esquisitamente posados que marcaban el camino a seguir. En los calurosos días de verano, la mezcla de olores era tan intensa y la sombra tan fresca que uno no podía más que senterse a meditar en alguno de los labrados bancos de piedra.
Pero no hacía calor ese día, ni era para meditar para lo que se había reunido con su señor. Tenía algo mucho más urgente entre manos, y el elfo había sido muy explícito en cuanto plazos a cumplir.
-¿Y estás seguro de ello, Jacob?
-Más que seguro, Majestad. Nunca os molestaría por un simple cuento de hadas.
-Lo sé, lo sé, pero...
-Siempre lo hemos sabido, mi señor, en lo más hondo de nuestro corazones. ¿Cuantos niños han desaparecido en la noche en los últimos veinte años? ¿Cuantos hombres muertos en el camino sin motivo aparente? Y en Meanley es peor...
-Sí, sí -el rey apartó sus argumentos con un ademán-. Meanley parece ser la frontera con sus tierras.
-Exacto. Mi familia lo sabe mejor que nadie, mi propia tía..
El rey se sentó, de nuevo haciéndole un gesto para que no continuara.
-Todo el reino sabe la historia de Sarai. No hace falta recordarla.
-Entonces, ¿qué me decís? ¿Ayudaréis a Meanley ahora que os necesitamos?
-Necesitaré más pruebas que tu palabra, Jacob.
El príncipe llevaba toda la mañana esperando que el rey dijera esas misama palabras, pero aún así fingió consternación.
-¿Sería suficiente prueba si os traigo a uno de esos engendros?
El rey guardó silencio durante un rato, pensando No llevaba demasiados años en el trono y no era un hombre de acción. En realidad su hermano debería de haber heredado el trono tras la muerte de su padre, pero murió muy joven y fue su hermano menor, que no había sido criado para gobernar ni para tomar decisiones, quien heredó el peso de la corona.
Y ahora estaba pensándolo, lo cual era buena señal.
-Traelo, Jacob, y entonces decidiremos -Esperó a que Meanley asintiera antes de continuar-. Y ahora, retírate, tengo mucho que pensar.
El príncipe obedeció a su rey con una revenrencia. Ya le tenía donde le quería, no hacía falta alargarlo más. Y cuando el elfo le proporcionara su prueba, nada ni nadie iba a impedir que su familia obtuviera el lugar que le correspondía.


Habían pasado cuatro días y medio desde que a Haze se le ocurriera la genial idea de que era más seguro para Alania regresar a su casa, junto a su madre. Y aunque en el fondo de su corazón (e incluso de su razón) Jaron sabía que era una idea sensata, aún no estaba seguro de haber perdonado a su tío.
Sí, Mireah estaba allí con él para hacerle compañía, pero…echaba mucho de menos la vivacidad de la muchacha. Se había acostumbrado a ella después de tantos días juntos y ahora se le hacía extraño.
Claro que se guardaba mucho de decirlo en voz alta, ya que a Mireah seguro que le daba por pensar que estaba enamorado de Alania o algo. Y no era eso, por supuesto que no. Simplemente que, con tanta cara larga a su alrededor, la capacidad de acción de la elfa hubiera sido contagiosa.
Además, al final no había tenido tiempo de tocas nada para ella.
El muchacho suspiró, llevándose la flauta de nuevo a los labios, tocando mecánicamente una melodía cualquiera.
Cuando habían enseñado los juguetes a Nawar, éste había recordado una suerte de escondite secreto detrás de un saliente donde, entre otras cosas, había una flauta. El elfo no recordaba qué hacía allí, pero Haze sí. Por lo visto odiaba sus clases de música y la había escondido para no tener que tocarla nunca más.
-Toda tuya –le había dicho cuando Jaron había expresado su deseo de quedársela.
Era muy sencilla y tosca y había tenido que limpiarla con cuidado, pero cumplía su función. Y mientras no pudieran moverse de la ratonera que había resultado ser la Casa Secreta era lago que hacer.
Mireah se había mostrado encantada al escucharle la primera vez e incluso le acompañaba de vez en cuando con su voz. Era algo grave, pero melodiosa y a Jaron le gustaba oírla cantar.
Haze se sentaba junto a ellos cuando esto sucedía y sonreía, tomando la mano de la humana. Puesto que Jaron y Mireah sólo sabían canciones humanas, el elfo no se podía unir a ellos, pero parecía tener suficiente con escuchar.
Excepto la vez en que había tocado una canción antigua.
Tanto Haze como su hermano, que apenas les prestaba atención normalmente, se había puesto en pie de improviso, pálidos.
Jaron Yahir le había arrebatado la flauta de entre las manos.
-¡Eh!
-No vuelva a tocar esa maldita canción –había dicho, devolviéndosela con el mismo gesto brusco antes de salir de la cueva.
Jaron y Mireah se habían mirado interrogantes y luego habían buscado a Haze.
-Era la canción favorita de Sarai –había dicho.
Y luego él también había salido. Tal vez para tratar de consolar a su hermano, tal vez para regañarle por su brusquedad. Tanto daba, francamente.
Sarai era un tema tabú.
De eso se había dado cuenta hacía ya días. Haze respondía con vaguedades y Yahir... Yahir se limitaba a espetar que no volviera a decir ese nombre en su presencia
si al muchacho se le escapaba por casualidad.
Y Jaron seguía en la más completa oscuridad con respecto a su madre. Mireah no podía aportar más de lo que ya había aportado, pues ni siquiera ella podía aflojar la lengua de Haze a ese respecto.
Y los días habían ido pasando y el muchacho había repartido su tiempo entre tocar la flauta, leer los libros de Haze y ver como Mireah intentaba enseñar al elfo al menos a coger la espada correctamente.
Nawar también se había ido, pero él iba y venía. Y entonces él y Haze cuchicheaban durante unos segundos antes de que el elfo se sentara con ellos a compartir algo de té y pastas que solía traer del pueblo.
-Estoy preocupado –había dicho al segundo día-.Nadie me sigue desde el incidente del bosque.
-¿Y? Eso es bueno, ¿no?
-Suena bueno. Por eso, posiblemente, es malo.
-¿Lo decís por el Kiam?
Haze había hecho un mohín.
-Conociendo a Zealor, o tiene lo que quería, o ha encontrado otro modo de conseguirlo.
Y eso era todo lo que tenía del tercer Yahir, del tipo que, según Jaron Yahir, podía ser su padre. Que era malvado, que era retorcido y que no se detenía ante nada.
Oh, y que se le parecía físicamente.
No era mucho, la verdad.
A ratos tenía sensación de saber menos sobre sus padres ahora de lo que sabía cuando vivía en el convento. Al menos allí había estado seguro de que su madre era Sarai y su padre se llamaba Jaron y de que ambos se habían querido con locura.
Dos de tres tampoco estaba mal.
Frustrado y cansado hasta de la música, el muchacho dejó la flauta con un resoplido, maldiciendo por enésima vez que Nawar pareciera incapaz de conseguirle un arco.
Haze había ido a por agua a una fuente que había unos kilómetros más allá y Jaron los ignoraba lo mejor que sabía, ojeando un libro de cuentos junto a la entrada, donde había más luz. Mireah, sentada a la mesa, jugueteaba con un caballito de madera con aire distraído.
Y el muchacho iba a explotar de pura inactividad.
-¡Vamos al pueblo! –dijo a la princesa, tomándola del brazo y poniéndola en pie.
-¿Qué? ¿Estás loco?
-¡Oh, vamos! Tú estás tan aburrida como yo…
-No se trata de si estamos o no aburridos, Jaron. Es peligroso. Haze…
-Haze no tiene que enterarse. Por favor. Sólo quiero echar un vistazo a la casa Yahir y volver. Sólo eso…
El muchacho puso su mejor cara de cordero degollado y la humana resopló.
-¡Esta bien! Pero más te vale…
-Si me dices que pise donde tú pises, te juro que me largo solo.
La muchacha puso los ojos en blanco y fingió ir a darle un capón mientras, entre risas, Jaron cogía las capas y salía de la cueva.
-Vamos a buscar moras –le dijo a Yahir, que los miró al pasar.
Éste tan solo se encogió de hombros y Jaron pudo adivinar en su mirada que por él, como si se iban a buscar al Kiam.
Mireah le apremió, abriendo el paso.
-Más te vale que regresemos antes de que Haze vuelva o yo misma me encargaré de castigarte.

viernes, 24 de octubre de 2008

Capítulo decimonoveno



Cuando Dhan llegó al exterior, Jaron le esperaba con el rostro desencajado.
-Te juro que como esa mocosa…
-¿Como esa mocosa qué? Recuerda que es mi hija.
-Pues átala más corto. La tienes muy consentida.
-Creo que no eres quien para hablar de cómo tratar a la familia.
Jaron sólo gruñó. No era un mal comienzo. Un gruñido era mejor que un puñetazo.
No era que temiera los puños del elfo, pero prefería no enemistarse con él si no era necesario. Habían continuado con su amistad a pesar de todo con la esperanza, al menos él, de restituir un día el nombre de su amigo y su posición. Por amistad, pero también por justicia. Y ahora, le gustara o no a Jaron, tenían una oportunidad.
-Dejémoslo, ¿de acuerdo? No está siendo una buena semana para nadie.
-¿Alguna otra obviedad?
-Sí -suspiró-. Yo no puedo quedarme aquí para siempre.
-Ni tú, ni nadie.
-Sabes a qué me refiero. Tengo una esposa, una posición. La gente hablará si no regreso a casa pronto.
Otro gruñido.
-Así que me dejas solo con el engendro y mi hermano.
-Y Mireah y Nawar.
-¡Menudo consuelo! –Resopló-. ¿Y para eso teníamos que salir fuera?
Dhan dudó, pero… ¡Demonios! Tenían una oportunidad y no había tiempo de dudar y dejar que escapara.
-He pensado que podríamos reunir al grupo.
-¿Al grupo?
-Ya sabes… Éramos unos cuantos antes de que Zealor empezara a darnos caza.
-Sé que grupo dices. Lo que no sé es para qué vamos a reunir a nadie.
-Pues para terminar lo que quedo a medias. Acabar lo que empezamos. Es ahora o nunca.
Jaron lo pensó.
-¿Sigues en contacto?
-Sabes que sí. Con la mayoría al menos.
Se mordió el labio, meditabundo.
La idea pareció interesarle, pues sonrió. Una mueca torcida que le dio escalofríos, pero una sonrisa al fin y al cabo.
-De acuerdo, hagámoslo –dijo al fin-. Contacta con ellos, con todos. Y si alguien sigue interesado…
-¿Lo traigo aquí?
-¿Aquí? No, ¡por Dios! Ya pensaremos en algún otro lugar.
-¿Y el resto?
-¿Qué resto?
-Quiero decir… Tu hermano posee información de primera mano. Y la humana y el chico…
-No les necesitamos. A ninguno de ellos.
Dhan suspiró. Era mentira. Iban a necesitar toda la ayuda del mundo. Pero era mejor dejarlo así. A muy malas prescindiría de su opinión llegado el momento.
-Bien. Pues en cuanto vuelva tu hermano, cojo a mi hija y me voy a casa.
Jaron torció el gesto.
-Me gustará ver eso.
Esta vez le tocó a Dhan gruñir mientras sacaba su pipa del bolsillo interior de su chaqueta.
-Muy gracioso, Yahir. Muy gracioso.



Cuando volvieron a la casa secreta encontraron a Hund y a Jaron sentados en unas rocas junto a la entrada, compartiendo la pipa del pelirrojo, ceñudos y severos.
Saludaron apenas con un cabeceo. Bueno, Dhan saludó con un cabeceo e hizo un gesto para que se acercara. Haze, sintiéndose intranquilo de repente, se detuvo junto a ellos mientras Mireah se escudó en su fardo para escurrirse al mucho más acogedor interior de la cueva.
-¿Ha ocurrido algo? –quiso saber
-Nada grave –respondió el elfo, tomando la pipa y dando una larga calada- Era sólo para decirte que Alania y yo nos vamos a casa.
-Oh –fue todo cuanto se le ocurrió decir, sorprendido por la deferencia.
-Es lo mejor, dadas las circunstancias.
Haze lo sabía, él también lo había pensado. Tanto por temas de espacio como por otro millar de razones _no era nada seguro para Alania, para empezar_ era mucho mejor que ese par regresara mientras aún estaban a tiempo. Si no lo había expresado en voz alta era porque, egoístamente, había esperado ser el único en pensar en ello. Parecía que Dhan era capaz de controlar a Jaron y no sabía que iba a hacer su hermano una vez se hubieran ido.
Además, Alania y el muchacho parecían hacer muy buenas migas y le parecía injusto que se quedara sin su amiga. Pero al menos iba a tener a Mireah.
-¿Por eso estáis fuera? ¿Porque Alania ha montado en cólera al saberlo? –bromeó.
Dhan sonrió.
-Que va. Aún no se lo he dicho.
-Esa niña no necesita de nadie para montar en cólera –masculló Jaron, sorprendiendo a Haze, que no esperaba que fuera a abrir la boca en su presencia.
-Jaron… -Hund empezó a regañarle con cierto hastío.
-¿Me he perdido algo?
-Nada grave –repitió Dhan con un gesto vago-. Pero digamos que no es el mejor momento para decirle que nos vamos a casa. Por eso te lo he contado a ti primero.
-No te sigo.
-Quiero que hagas ver que es idea tuya.
-¿Qué? ¿Por qué?
-Bueno, parece que los chiquillos empiezan a tenerte en estima…
-¡Precisamente! ¿Es su idea? –Haze señaló a Jaron, realmente dolido-. ¿Es alguna idea retorcida de mi hermano porque cree que no merezco el cariño de mi sobrino?
-No digas sandeces –Jaron esbozo una especie de sonrisa torcida-. Lo que ese engendro haga o deje de hacer me es completamente indiferente. Es este cobarde, que no quiere pelear con su hija.
-Tú no la conoces –dijo de cara a su amigo-. Si la obligo, si no se va convencida, se escapará a la primera de cambio –Sus ceñudos ojos azules reflejaban auténtica preocupación-. Y a ninguno nos interesa que pase eso.
Haze resopló, sentándose a su vez. Tomó la pipa y dio una calada. No había fumado en su vida, pero si iban a usarle en sus pequeñas conjuras más les valía incluirlo en sus rituales conspiracioncitas.
Aquello era lo más asqueroso que había probado nunca, pero se guardó mucho de toser mientras le devolvía la pipa a Hund.
-¿Qué te hace pensar que yo la convenceré? -preguntó finalmente cuando la garganta dejó de escocerle como si hubiera tragado cristal.
Dhan rió, divertido, palmeándole la espalda tan fuerte que casi lo tira al suelo.
-No la convencerás, muchacho. Se enfadará tanto contigo que no querrá volver a verte, al menos durante unos días.
-Y eso nos hace ganar tiempo, ¿no?
-Y el tiempo es oro.
Haze gruñó. Y de paso posiblemente también Jaron iba a enfadarse con él. Y Mireah, porque pensaría que estaba tomando decisiones sin consultarla. ¿Y qué importaba? Nada, por lo visto. No al menos a su hermano y a Dhan.
¿Por qué no se lo habían pedido a Nawar?
“No seas chiquillo” se dijo a sí mismo mientras rechazaba cortésmente la pipa que le ofrecía Hund.
Al menos estaban contando con él.
-Quiero que quede claro que si lo hago es por Alania.
-Y yo te lo agradezco.
-Sí, ya, claro… -Haze se puso en pie con cansancio, estirándose-. Anda, vamos para dentro. Al menos querréis cenar antes de iros, ¿no?
-Pues…
-Era una pregunta retórica, Hund. Si vamos a separar a los muchachos, al menos vamos a esperar a que tengan el estómago lleno.

viernes, 17 de octubre de 2008

Capítulo decimoctavo




Cuando Haze y Mireah se hubieron ido, Jaron y Alania volvieron a ocuparse de la tarea de adecentar la cueva, como si realmente fueran a pasar allí más de un día o dos. Era el mejor modo que se le ocurría a Alania de mantener al medioelfo distraído. Cuando no estaba distraído sus ojos se desviaban invariablemente hacia Jaron Yahir y su rostro se ensombrecía. Y ese tipo no se merecía la preocupación de su amigo.
-Estos juguetes son prehistóricos –comentó mientras buscaba un lugar mejor para un caballo de madera-. Ni siquiera es articulado –lo dejó junto al soldado de juguete-. En fin, podríamos guardar los que estén mejor.
-¿Para qué? –Pero Jaron ya estaba ojeando un libro de cuentos con ojo crítico.
-¿Cómo que para qué? Supongo que Haze querrá que sus hijos jueguen con ellos cuando los tenga -a sus espaldas, Jaron Yahir resopló, pero Alania no iba a darle la satisfacción de responderle-. Además, aún tiene que verlos Nawar.
-¿Nawar? –El medioelfo cerró el libro y alzó los ojos hacia ella.
-Bueno, algo de todo esto será suyo –Alania le mostró una espada de madera-. N.C. ¿Ves?
El muchacho hizo un mohín, pero buscó en el interior del libro.
-H.Y. Éste es de Haze –dijo, dejándolo sobre la mesa.
-Y éste –Alania dejó un tablero de algún juego de mesa que no supo identificar.
Sin darse cuenta empezaron a organizar tres pilas de juguetes: la de Haze, la de Nawar, y la de los juguetes sin nombre, olvidándose por completo de su intención de deshacerse de los que estuvieran más rotos. Alania se sentía un poco como una exploradora que ha encontrado un tesoro oculto de alguna civilización desaparecida, tratando de comprender algo de los propietarios de esos juguetes a partir del contenido de los pilones.
La mayoría de los juguetes de Nawar eran espadas, escudos, soldados e incluso un casco de madera que, vista la mancha de sangre en su interior, no le había servido para parar todos los golpes que se habían propinado.
Los juguetes de Haze no mostraban un interés tan claro por la guerra. Eran cosas más personales (algunos libros, juegos de mesa, miniaturas…) que denotaban no sólo que Haze era algo mayor si no que, como bien había puntualizado Nawar, él era el único que se había planteado seriamente escaparse de casa e instalarse allí. Su pila era también la más grande y Alania sospechaba que era porque la mayoría de cosas de la pila sin nombre debían de haber pertenecido a Nawar.
-¿Qué hacemos ahora con todo esto? -Le preguntó al medioelfo, dejando el casco de Nawar sobre la mesa.
No obtuvo respuesta, así que se volvió hacia el chico, dispuesta a regañarle por no prestarle atención, y le encontró mirando el interior de uno de los libros que quedaban por clasificar.
Su cara, entre reverente y apenada, le indicó que no era el momento de una regañina.
-¿Qué pasa?
Como respuesta el medioelfo le mostró lo que estaba leyendo.
-Así como las palabras por si solas no componen poesía, el conocimiento por si solo no da la sabiduría –leyó la muchacha-. Pero aún así, hay que aprender.
‘Aprovecha la escuela, mi pequeño.
‘Te quiere,
‘Papá.
El silencio que siguió a esa palabra hubiera podido cortarse.
-Es un libro de texto de iniciación –observó Alania, por decir algo.
-Es la letra de mi abuelo… -Jaron pasó la mano por la página.
-Murió poco después de escribir eso –dijo de repente la voz de Jaron Yahir, sobresaltándolos.
Los dos jóvenes elfos se volvieron hacia el adulto, que se había acercado a ellos sin que se dieran cuenta. Su indescifrable rostro, al cual Alania no se había acostumbrado aún, unido a su tono inflexible hicieron que la muchacha deseara de repente cambiar de tema.
Sin embargo no era cosa suya.
-¿Cómo? –Se atrevió a preguntar Jaron.
-No lo sé bien. Yo estaba estudiando fuera, como es costumbre en las familias pudientes –el elfo tomó el libre de las manos del muchacho, pasando la vista por la inscripción-. Él y madre murieron una noche mientras volvían a casa de una recepción en palacio. Fue un accidente. O eso dicen.
-¿No lo crees?
-Con el tiempo uno aprende a no creer en nada –respondió, críptico, arrancando la hoja del libro antes de devolvérselo a Jaron-, ni en nadie.
Alania hubiera protestado mientras Yahir doblaba el papel con cuidado y lo guardaba en un bolsillo de su casaca, pero no sabía muy bien qué objetar.
“No deberías robar los recuerdos de tu hermano” sonaba adecuado, pero el elfo estaba siendo más o menso amable con ellos después de todo y no quería estropearle eso a Jaron.
El muchacho debía de pensar lo mismo. O tal vez la novedad de que su padre le hablara finalmente había hecho que ni siquiera reparara en la profanación.
-Entonces… ¿crees que les asesinaron?
El elfo clavó sus ojos violetas en los ojos glaucos del muchacho, e iba a contestar cuando una voz tronó junto a la entrada.
-No metas tus intrigas en la cabeza de los muchachos.
Alania se volvió.
-¡Papi! –Exclamó, lanzándose a sus brazos.
Dhan la abrazó antes de volverse hacia Nawar, que entraba tras él.
-Creo que pequeño no es la palabra que yo usaría para describir este agujero, Ceorl. Diminuto se acerca más. Y tal vez estoy siendo magnánimo.
-Eso eres tú, que eres enorme –Opinó Alania sin descolgarse de su abrazo, feliz no sólo de saberle sano y salvo si no de tener a alguien que pudiera romper la tensión.
Su padre gruñó, dejando las cosas que traía sobre la mesa. Había algo de pan, queso y otros encurtidos, así como alguna pieza de fruta. Nawar, por su parte, iba cargado con un fardo de bastante buen tamaño.
-¿Qué traes?
El joven sonrió, abriendo su fardo.
-Cuatro cosillas para defendernos si fuera menester –dijo, sacando tres espadas cortas, cuatro puñales y algo parecido a una navaja. Si a eso le sumaban las armas robadas a los espías del Qiam, ya tenían un pequeño arsenal.
-¿De donde has sacado todo eso? –Quiso saber Yahir.
-De aquí, de allí... Uno tiene sus contactos.
El elfo frunció el ceño. Parecía no gustarle demasiado Nawar. Claro que parecía no gustarle demasiado nadie, así que Alania no le dedicó más tiempo e inspeccionó las armas con interés.
-¿No hay ningún arco? -Jaron había cogido una espada (una sencilla pieza de hueso decorada algo toscamente) y la miraba con aire de indiferencia.
-¿Arco? ¿Para qué iba a traer un arco?
-¿Para cazar? –El muchacho le miró son suficiencia-. Además, me sería útil. Soy muy bueno con el arco, ¿sabes?
Nawar enarcó una ceja.
-Ese es el tipo de información que deberías haber facilitado antes.
-No me preguntaste –Jaron se encogió de hombros-. Asumisteis que soy un niño inútil y no os interesasteis por saber si sirvo de algo.
Esta vez fueron ambas cejas las que Nawar enarcó, sorprendido por el tono del muchacho. Era una verdad como un templo, pero aún así sorprendió a Alania volver a ver a Jaron adoptar esa actitud fría que tuviera el día en que se habían conocido.
Dhan carraspeó.
-¿Y Haze? –dijo, cambiando de tema.
-Bajó al pueblo a comprar cuatro cosas –respondió su hija.
-¿Solo?
-No, con Mireah.
-¿Está loco? –Nawar, que había empezado a curiosear entre los juguetes, se volvió hacia ellos.
-¿Cómo no los detuvisteis? –Dhan se cruzó de brazos mirando severamente a los dos muchachos.
-Bueno… fueron bastante convincentes… -fue todo cuanto se le ocurrió a Alania.
-¿Y tú? -Dhan se volvió hacia su amigo-. ¿Cómo no hiciste nada?
-¿Y perder la oportunidad de que se despeñe por un barranco y se desnuque?
Alania no fue demasiado consciente de haber tenido intención de abofetear a Yahir hasta que ya lo había hecho. Y debió haberlo hecho fuerte, pues cuando retiró la mano la palma le picaba a rabiar.
-¡Maldita mocosa!
Yahir hizo gesto de ir a devolver el golpe, pero su padre le detuvo.
-¡Calma, Jaron! –luego se volvió hacia ella-. ¿Se puede saber qué haces?
-¿Se puede saber qué haces tú? ¿Por qué permites que diga todas esas cosas horribles? Sólo abre la boca para soltar veneno, ¡y estoy harta de escucharle!
El aludido forcejeó con Dhan, sus ojos meras rendijas clavadas en la muchacha, que se agarró a la manga del medioelfo instintivamente.
-¡Calma, he dicho! –Su padre obligó a su amigo a dar un par de pasos atrás-. Vamos a salir afuera, a que nos dé el aire, ¿vale? -Hablaba muy lentamente, bajando poco a poco el brazo de Yahir-. Además, hay algo que te quería comentar… -esto pareció llamar la atención del elfo lo suficiente como para desviar su atención de Alania y volverse hacia su padre, interrogativo-. Fuera, mejor –fue todo cuanto dijo Dhan.
Yahir finalmente pareció relajarse y, no sin antes mirarlos a todos con desprecio, salió hacia el exterior. Dhan miró a su hija, a medias reprochador, a medias contrito.
-Luego hablamos –le dijo, y salió en pos de su amigo.
Cuando se hubieron ido Alania permitió que el terror que había sentido se apoderara de ella, dejándose caer al suelo temblorosa.
-¿Estas bien? -se interesó Nawar.
Ella asintió torpemente con la cabeza.
-Lo siento –dijo de cara a Jaron, que había palidecido y ahora empezaba a recuperar el color.
Él también movió la cabeza, sentándose junto a ella.
-No lo sientas. De hecho, me alegro que lo hayas hecho. Yo nunca me hubiera atrevido y él llevaba rato mereciéndolo –pasó un brazo por sus hombros, apretando el abrazo unos segundos como para darle valor-. Va, ¿seguimos con lo que estábamos haciendo? Aún le hemos de enseñar a Nawar lo que hemos encontrado.
-¿Lo que habéis encontrado?
La muchacha sonrió, animada de nuevo, dejando que el adulto la ayudara a ponerse en pie.
-¿Sabes que tenías una cabeza enorme cuando eras pequeño?

viernes, 10 de octubre de 2008

Capítulo decimoséptimo




La Casa Secreta sorprendió a Mireah.
Tal vez era que, como hija única (e hija del Príncipe, para más inri) nunca había tenido otros niños con los que jugar. O tal vez era que nunca había jugado “a las cabañas”, como lo había llamado Jaron. Fuera como fuera, cuando Haze y Nawar habían hablado de la Casa Secreta ella no había imaginado una pequeña cueva cubierta de zarzas y maleza, con una piedra fingiendo ser una mesa sin mucho talento y un montón de juguetes viejos desperdigados.
-Vaya, no éramos muy ordenados de pequeños –comentó Haze divertido, agachándose a recoger algunos de los juguetes, los ojos violeta llenos de nostalgia-. Aquí estabas, ¿eh? ¿Me has echado de menos? –Le dijo a un muñeco vestido de soldado al que dejo cuidadosamente sobre un saliente de la pared que hacía las veces de estantería.
El resto de juguetes fueron depositados un rincón con algo menos de ceremonia pero con el mismo cuidado entre exclamaciones y alguna que otra risa.
-Ya veréis cuando llegue Nawar… -Les dijo, poniéndose en pie, sacudiéndose el polvo de los pantalones-. En fin... Ahora debería haber algo más de espacio.
Mireah le devolvió la sonrisa algo incómoda.
Se sentía totalmente fuera de lugar ahí, en esa cueva llena de recuerdos infantiles en forma de juguetes y grabados en la pared. Era como estar mirando la vida de otro, invadiendo los recuerdos de alguien que no podía ser el mismo elfo cansado y delgado que los miraba como disculpándose por el desorden de hacía setenta años.
El silencio de su hermano y su sobrino no ayudaba a mitigar la situación.
Alania, que debía sentirse tan incómoda como ella, carraspeó.
-¿Y ahora? Habrá que hacer algo más que apelotonar los juguetes en un rincón, ¿no? Tendremos que decidir donde dormimos y donde cocinamos -La muchacha, enérgica como siempre, se agachó junto a los juguetes y empezó a rebuscar-. ¡Chicos! No hay ni un plato. ¿Dónde pensabais poner la comida Nawar y tú cuando os escapabais? ¿Sobre hojas de parra?
-Er… No sé. Nunca llegamos a enfrentarnos a ese problema –confesó Haze.
-Tal vez Nawar los traiga junto con las provisiones –aventuró Jaron.
-Sí, claro. Me juego lo que quieras a qué es en lo último que piensa –La muchacha se remangó-. Pues habrá que hacer algo con esa… mesa –concluyó con un mohín-. Jaron, ayúdame.
El muchacho, que observaba pensativo las paredes de la cueva, dio un respingo.
-Sí.
Y mientras Jaron y Alania, quien dirigía enérgicamente la operación, movían la “piedra-mesa”, colocándola en un lugar que estorbara menos, Haze la tomó del brazo.
-Alania tiene razón, harán falta más cosas de las que habíamos previsto. Bajaré al pueblo y…
-¿Al pueblo? –Jaron casi se atrapa un pie bajo la mesa al dejarla caer de golpe-. Pero, si te encuentra el kiam…
-No creo que me busque aquí precisamente. Además, se supone que estoy muerto, así que nadie va a reconocerme porque nadie esperará verme allí.
Mireah vio al muchacho fruncir el ceño y le entendió. A ella tampoco le hacía gracia que el elfo fuera solo, pero Haze no iba a permitir que Jaron se arriesgara. Y empezar una discusión no iba a servir de nada.
Bueno, no tenía porqué ir Jaron.
-Te acompaño –dijo finalmente la princesa.
-¿Qué? ¡No! –Haze se volvió hacia ella, pero la humana ya estaba echándose una capa sobre los hombros, cubriendo su cabeza.
-Estoy harta de estar escondida y de no servir para nada –viendo la cara de preocupación de Haze, le sonrió-. Además, lo llevas claro si crees que te voy a dejar solo para que flirtees por ahí con alguna belleza elfa.
Esto consiguió arrancar una resignada sonrisa del elfo.
-Esta bien, pero recuerda que harás lo que yo haga y pisarás…
-Donde yo pise –terminaron Jaron y Mireah por él en un eco de sus palabras la primera vez que habían pisado territorio élfico.
Otro mohín, esta vez más relajado, mientras Alania se reía sin disimulo alguno.
-Muy bien, listilla, ¿estás preparada?
-Sí, señor –y se caló la capucha sobre los ojos.
-¿Estaréis bien? –preguntó a su sobrino.
-Todo controlado, en serio.
Entonces se volvió hacia su hermano, que no se había movido del rincón de la pared en que se había recostado al entrar. Era difícil leer su expresión debido a las cicatrices de su rostro, por lo que el elfo probó suerte.
-¿Y tú? ¿Estarás bien? ¿Necesitas algo?
-¿Qué vuelvas a morirte? -respondió, malhumorado.
Haze esbozó una mueca entre cínica y triste.
-Lo tomaré como un no -se encogió de hombros como si no importara demasiado y, tomando a Mireah de la mano, se dirigió hacia el exterior- No hagáis nada estúpido mientras no estoy aquí –dijo, tal vez a su sobrino y a Alania, tal vez a su hermano.
Una vez en el exterior, sin soltar su mano, empezó a caminar en silencio.
La princesa esperó unos minutos antes de obligarlo a detenerse.
-Eh –Dijo, tirando de su brazo. Haze la miró, interrogativo-. Te has olvidado de preguntarle a alguien si estaría bien.
-Estaré bien –dijo sonriendo. Pero Mireah estaba empezando a aprender a interpretar sus sonrisas.
-No, no lo estarás mientras tu horrible hermano siga tratándote así.
Frunció el ceño ligeramente, desviando la mirada.
-Mi hermano no es horrible.
-Sí lo es. No le he oído una sola palabra amable desde que lo conozco. Ni a ti, ni a Jaron. Ni siquiera a Alania.
-Ha sufrido mucho –le justificó.
-¿Y tu no?
-No puede compararse –Haze le soltó la mano, continuando el camino-. Tú no le conoces. Jaron es… -suspiró-. Era joven, instruido, guapo, fuerte, valiente... Era… era bueno, noble, algo impetuoso y vehemente en todas sus decisiones. Estaba tan lleno de ideales... Tenía tantos amigos, tantos sueños… Tenía una esposa y un hijo en camino. Tenía una pequeña revolución cultural en marcha… Y sus hermanos, de quienes se encargó desde que nuestros padres murieron, le traicionaron y le arrancaron todo cuanto poseía y amaba. ¿Cómo te sentirías tú?
Mireah no supo qué contestar a eso. La verdad es que no había imaginado a Jaron Yahir de ningún modo que no fuera el elfo hosco de rostro deformado por el fuego que había conocido hacía tan solo tres días.
Pero no fue eso lo que le preocupó del discurso de Haze, si no el otro esqueleto en el armario. De nuevo, no negaba ninguna de las acusaciones que había sobre su persona.
-Trataría de hablar con mi hermano pequeño y averiguar qué le motivo a traicionarme, si es que realmente fue una traición –dijo finalmente, esperando hacerle hablar.
Pero no lo hizo. Sólo le sonrió de nuevo, esta vez agradecido, y, tomando otra vez su mano, la condujo por el bosque camino al pueblo.
-Anda, vamos, que al final nos va a anochecer y aún estaremos discutiendo por tonterías en el bosque.


Zealor llegó tarde y malhumorado a sus aposentos esa noche. Llevaba demasiados días cambiando de planes. Demasiados días durmiendo apenas lo imprescindible. Y aunque era un tipo gregario y sabía aceptar los sacrificios necesarios para su causa, no dejaba de ser molesto.
¡Ese imbécil de Haze!
Debería haberle matado hacía 67 años.
Zealor se deshizo de su casaca ceremonial con un gesto airado.
En realidad Haze no había sido más que un estorbo desde el día en que nació. Ahogarlo en la cuna es lo que debería haber hecho mientras no era más que una bola rosa y llorona.
No fue menos violento el gesto con el que se descalzó, descargando su frustración sobre sus botas.
Y ahora había tenido que cambiar de planes después de años de estudiada estrategia porque al imbécil no se le ocurría otra cosa que escaparse justo dos semanas antes del principio del fin.
Lo que más le molestaba del asunto era el ridículo que estaban haciendo. Para cuando sus hombres habían llegado al lugar donde sus compañeros habían sido derrotados, la cabaña ya estaba vacía.
El inútil de su hermano se le escapaba de nuevo, ayudado sin duda por Nawar Ceorl y por alguien más que aún no había podido adivinar. Había habido un luchador muy hábil y otro muy fuerte en la refriega y Haze no respondía a ninguna de las dos descripciones.
Se dejó caer sobre la cama, los ojos fijos en el techo, esperando que los suaves cojines ayudaran a calmar su ánimo. Pero era en vano,
La cabaña, esa cabaña en medio de la nada… ¿qué significaba? No podía dejar de darle vueltas a todo el asunto. A la cabaña, a Haze y al mocoso. Jaron, había dicho Meanley que se llamaba. ¿El hijo de Sarai? Muy posiblemente. El hijo de una humana y un elfo…
“Lo que está claro es que pertenece tu familia, elfo”
Decía Meanley que se le parecía. La idea arrancó por fin una sonrisa torcida de sus labios. Lo que Haze hubiera sentido al respecto bien valía la pena, al fin y al cabo. No significaba nada, por supuesto, y mucho menos cambiaba en lo más mínimo sus planes, pero era un giro interesante de los acontecimientos.
Unos nudillos en su puerta lo trajeron de vuelta a la realidad.
-Adelante -dijo, incorporándose.
Un soldado se cuadró al entrar.
-Los prisioneros están listos para el traslado.
Los prisioneros…
Casi se había olvidado del asunto. Hubiera preferido enviar al idiota de su hermano, pero los Ceorl iban a tener que servir.
Aunque, claro… uno de ellos era más que suficiente, ¿verdad?
El Qiam se puso en pie, ciñéndose una camisa y recogiendo su largo cabello negro con gesto pensativo.
-Enseguida estoy allí.
El soldado se cuadró de nuevo y salió, dejándolo solo.
Zealor se calzó de nuevo las botas y sonrió, recuperado su humor. Había tenido una iluminación. Una epifanía, por llamarlo de algún modo.
Iba a sacar a la rata de su agujero y esos vejestorios que habían tratado siempre a Haze como si fuera su dulce y tierno retoño iban a entregárselo en bandeja de plata sin siquiera proponérselo

jueves, 2 de octubre de 2008

Capítulo decimosexto



Hacía más de un cuarto de hora que habían entrado en la cabaña y al menos diez minutos que nadie decía nada.
Jaron, sentado junto a Mireah, su mano en la de la princesa, se cansó de observar la punta de sus botas y alzó los ojos, buscando a Alania. La muchacha, refugiada en el regazo de su padre, rodeada por sus fuertes brazos, estaba inusualmente callada. Su cabeza reposaba en el hombro de Dhan y sus ojos estaban fijos en la escena que se desarrollaba a escasos pasos de ellos.
Haze había insistido en atender la herida de Nawar y él y su pa… y Jaron Yahir trataban de lavarla y vendarla con lo que tenían a mano. No hablaban ni se miraban. Sólo trabajaban. Y Nawar les dejaba hacer, pensativo.
Jaron reparó al fijarse mejor en que su tío (porque, fuera de quien fuera hijo, Haze era su tío, ¿verdad?) estorbaba más que ayudaba, pero cuando Nawar hizo gesto de vendarse él mismo Haze insistió en hacerlo, deseoso de ser útil.
¿Cuántas cosas debía de haberse perdido? Si de veras tenía 53 años cuando lo encerraron… En fin, se había pasado más años encerrado que libre. ¿Cuántas cosas estaba haciendo por primera vez?
Nawar poniéndose en pie y mirando el vendaje con ojo crítico le distrajo de esos pensamientos.
-Deberíamos irnos de aquí –dijo-. Vuestro hermanito no tardará en venirnos a buscar.
Se hizo el silencio durante unos instantes en que todos parecieron muy interesados en las manchas del techo y de la pared hasta que finalmente Haze suspiró, levantándose a su vez y llevando la palangana hasta la pica.
-Nawar tiene razón. No podemos quedarnos aquí.
-¿Ah sí, listillo? –Ladró de repente su hermano mayor-. ¿Y donde propones que vayamos? Porque no he sido yo quien, para variar, le he mostrado a Zealor el camino a mi escondite.
Haze se mordió el labio. Por lo visto no iba a responderle.
Jaron se puso en pie a pesar de los intentos de la princesa de impedirlo.
-No ha sido su culpa.
El otro Jaron volvió hacia él su rostro quemado y el muchacho reprimió un escalofrío.
-Cierto. Es culpa tuya, mocoso del demonio. Pero fue él quien os llevó hasta Dhan. Él quien, sabiendo lo que eres, te trajo a estas tierras.
-¿Lo que soy? ¿Y qué soy?
-¡Basta! –Haze se interpuso entre ellos, cortando la discusión antes de que el adulto pudiera responder-. Esto es absurdo. Da igual de quien es la culpa. Ya tendremos tiempo para eso. Ahora hemos de salir de aquí –se volvió hacia Nawar-. ¿Qué hay de La Casa Secreta?
Nawar frunció el ceño, lo cual quería decir que estaba pensando en ello.
-¿La Casa Secreta? ¿Crees que cabríamos todos?
-Justos, pero sí. Y será temporal.
-Mmm...… -Nawar cruzó los brazos-. Y desde allí tendríamos una cierta movilidad. Aunque habría que conseguir comida. Y armas que pudieras usar –añadió con una sonrisa burlona.
-¿De qué habláis? –Pidió Dhan-. ¿Qué Casa Secreta?
Los dos jóvenes pusieron cara de recordar en ese momento que no estaban solos.
-Bueno, cuando éramos críos Nawar y yo jugábamos a menudo a escaparnos de casa.
-Nah. Tú te escapabas. Yo sólo te hacía compañía. A mí si me querían en casa.
Haze sonrió.
-Lo que sea. La cuestión es que teníamos una cueva a la que yo llamaba La Casa Secreta porque ni Zealor ni Jaron sabían donde estaba. Allí ganaremos tiempo.
Jaron Yahir miró a su hermano largamente, como dándose cuenta de algo por primera vez, pero no dijo nada.
Jaron también miró a su tío. Empezaba a pensar que tal vez la cosa no fuera como Dhan les había explicado. Al fin y al cabo, Alania tenía razón. Se había arriesgado al llevarlos hasta Dhan Hund y a pesar del miedo que tenía a su hermano (a sus hermanos, le corrigió una voz interior) estaba allí, echando una mano, sin reprochar nada a nadie.
-A mí me parece buena idea –dijo el muchacho finalmente.
Y cuando su tío le sonrió agradecido se sintió mejor de lo que había sentido en varios días.


Finalmente se habían dividido. Dhan y Nawar iban a por provisiones y agua mientras Haze conducía al resto a la cueva que él llamaba La Casa Secreta. Jaron Yahir caminaba en silencio detrás de la humana y de la hija de Dhan y de vez en cuando sus ojos se desviaban hacia su hermano menor, convertido ahora en un adulto.
Una parte de sí mismo insistía en recordarle que debería alegrarse de saberle vivo, pero era tan débil y pequeña como las partes de su cuerpo no quemadas por el fuego y era fácil de ignorar. No pensaba olvidar que era él quien le había traicionado, arrebatándole todo cuanto tenía. Su vida, su amor, su esperanza…
“En mi casa sí me querían” había dicho Ceorl.
Y recordó que era cierto. Haze siempre estaba escapándose de casa, de clase… de todas partes. Pero no era cierto que no le quisieran. No entonces. Al menos él sí le había querido cuando no era más que un niño, antes que le vendiera a Zealor y a los humanos. Pero ya hacía demasiado de ello.
“La humana dijo que era prisionero de Meanley en tu nombre”, recordó.
La humana…
Intentaba ignorarla, aunque no le salía muy bien. Una descendiente de la familia de Sarai... No se parecía en nada a su esposa y sin embargo… algo en su gesto y en sus ojos negros… Fruncía el ceño del mismo modo y las pocas veces que había sonreído al muchacho mientras este le relataba sus aventuras había podido comprobar cómo se iluminaba su rostro.
Por eso evitaba mirarla. Porque no era ella y sin embargo no podía dejar de recordarla al mirarla.
¿Y qué le quedaba si ignoraba a su hermano y a la humana? La niña y el maldito medioelfo.
Por lo que Haze le había dicho, secundado por Dhan y la humana, éste no quería saber nada de su tío. Y sin embargo ahora caminaba junto a él, en silencio, con algo parecido a la confianza en la mirada.
Niñato veleta.
Jaron desvió la vista de nuevo hacia el paisaje esperando que fuera menos doloroso, pero en realidad no era así. Estaba andando por caminos que hacía más de sesenta años que no practicaba, por bosques y paisajes otrora familiares y acogedores y que ahora le hacían sentir un extraño.
Estaban cerca de Suth Blaslead cuando Haze les indicó con un gesto que le siguieran en silencio.
Les llevó hasta un promontorio desde donde se podía ver todo el pueblo, No era un pueblo excesivamente grande, pero Jaron sintió una punzada de nostalgia como ya no creía poder sentir. No había pisado su pueblo natal desde… Desde el día en que había muerto a ojos de todos.
Y allí estaba, la plaza en la que se montaba el mercado los jueves, y la fuente y el abrevadero y, dominándolo todo, la casa de los Yahir, tan antigua, tan señorial e imponente…
-Mira, Jaron –dijo Haze de repente y él tardó en darse cuenta de que se dirigía al medioelfo-. Esa de ahí es la casa de los Yahir.
El muchacho abrió los ojos con sorpresa.
-Es enorme. ¡Parece la casa de un noble!
Haze sonrió, pero fue Alania quien respondió.
-Claro, zote, sólo un noble puede llegar a ser Qiam.
-¿Sois nobles?
-Somos –Haze puso una mano en el hombro del muchacho-. Recuerda que tú también eres un Yahir.
Jaron gruñó ante esto, pero prefirió ignorar la evidente provocación de su hermano.
-Quería que conocieras tu hogar antes de seguir –continuó hablando Haze al muchacho- ¿Vamos? –Y, con la mano aún en su hombro, empezó a guiarlos otra vez.
El chico, sonrojado, continuó tras su tío, dedicando una última mirada a la casa y, de reojo, a él mismo. Jaron le ignoró, pero no pudo evitar mirar él también hacia la casa Yahir. Tan vacía, tan sola…
“Quería que conocieras tu hogar antes de seguir”
La rabia volvió a sus entrañas.
Eso sí que no. El engendro de Zealor no iba a vivir en esa casa nunca. No si él podía evitarlo.