viernes, 28 de agosto de 2009

segunda parte, capítulo decimoséptimo





-Tú también deberías dormir –le dijo Dhan Hund a Nawar después de ajustar la capa sobre los hombros de Mireah, que se había quedado dormida con envidiable facilidad.

-Y tú –respondió el más joven con acritud, los brazos cruzados sobre el pecho en un intento de que el calor no escapara de su cuerpo-, pero puesto que no podemos permitirnos que la persona de guardia se quede dormida nos tendremos que aguantar y mirar como duermen los tórtolos.

El pelirrojo se sentó junto a él en la raíz que hasta hacía poco ocupaba la princesa.

-No pareces de muy buen humor-observó.

-No estoy de buen humor -el rubio resopló, cansado-. ¿Cómo quieres que lo esté? Nada está saliendo como debería.

-¿Y cómo crees que debería estar saliendo?

-Yo debería haber regresado con el muchacho, Zealor no debería haber sabido donde encontrarnos, Haze debería haber podido descansar hasta recuperarse… ¿sigo?

Dhan guardó silencio, sopesando las quejas de Nawar. Permanecieron un rato así, sentados mirando el fuego, hipnotizados por su crepitar.

-Es curioso –dijo de repente Dhan-. Hace sesenta y siete años, después de sacar a Jaron de entre los cascotes, me dije lo mismo: “nada está saliendo como debería”. Sarai estaba desaparecida; Jaron, malherido y moribundo. Zealor había ganado y nosotros no habíamos sabido siquiera que estábamos en guerra con él hasta que había caído sobre nosotros como una losa –le mostró una mueca cargada de ironía-. “Nada está saliendo como debería”. En realidad es una chiquillada. Hay cosas que no están en nuestras manos, nuestros planes e ideas no van a salir siempre bien. Y sin embargo, cuando el mundo nos contraría nos decimos: “esto no está saliendo como debería”.

-¿Así que debería encogerme de hombros e ignorar todo lo malo que ha pasado?

-No he dicho eso. Sólo digo que no dejes que te agrie el humor. He visto lo que eso puede hacerle a la gente y no te lo recomiendo.

Esta vez le tocó a Nawar ponderar en silencio. Sin duda Dhan hablaba de Jaron Yahir, o tal vez de sí mismo. El joven miró de repente al pelirrojo con otros ojos. Él ya había pasado por eso, o al menos por algo muy parecido, y sabía de lo que hablaba. Posiblemente tuviera razón. Pero aún así no podía sacudirse la inquietud del cuerpo, ese malestar incesante, como un zumbido detrás de la oreja que le recordara incansable que desde hacía cuatro días nada estaba saliendo bien. Cada logro implicaba una nueva complicación, como si no hubiera victoria sin derrota, y nunca le había gustado demasiado perder.

¡Mierda!

Dhan no estaba tan lejos de la verdad, se dijo amargamente, se estaba comportando como un chiquillo contrariado.

-¿Crees que Yahir va a aguantar el camino? –preguntó finalmente por cambiar de tema.

-¿Francamente? Me sorprende que haya llegado tan lejos. Le pone mucha voluntad, eso no puedo negarlo.

-Así que tú también crees que no.

Dhan meneó la cabeza mientras esbozaba una sonrisa pesarosa.

-Lo logrará, estoy seguro, pero tendrá consecuencias. Zealor no ahorró en latigazos, esa sucia rata –su ceño se frunció al recordar al Qiam-. Eso hubiera dejado a cualquiera de nosotros al borde de la muerte, y Haze no era precisamente un elfo fuerte para empezar.

Nawar entendió qué quería decir. Tras pasar la mitad de su vida encerrado, mal alimentado y posiblemente peor atendido, lo sorprendente era que hubiera sobrevivido a aquella noche.

-Jaron sacó fuerzas de flaqueza de su odio para sobrevivir –le dijo Dhan cuando lo comentó en voz alta-, no me extrañaría que también fuera su caso.

Esta vez le tocó a Nawar negar con la cabeza.

-Haze no es de los que se mueven por odio. Ni siquiera de niño, cuando murieron sus padres y se sintió abandonado por sus hermanos, habló con odio de ninguno de ellos. Creo que lo único que buscaba era sentirse aceptado –y a medida que la idea se formaba, más cierta la sabía Nawar. Tantos veranos compartidos con Yahir y tenía que ser en ese momento en el que entendiera la motivación de su compañero de juegos.

-Odio o amor, todo viene a ser lo mismo –sentenció Hund solemnemente.

-A mi no me lo parece.

-Eres muy joven aún –Dhan se levantó para añadir leña al fuego-, ya lo irás aprendiendo. De todos modos, si te hace sentir mejor pensar que tu amigo saca fuerzas de su princesa…

Nawar se tragó lo que pensaba. Ni Haze era su amigo ni creía que sacara fuerzas precisamente de la princesa. No de esa princesa al menos Pero no era él quien debía levantar esa liebre si es que había de levantarse jamás.

-Me da igual de donde saque fuerzas –dijo finalmente, optando por una mentira a medias-, mientras llegue vivo a Palacio. Sus Altezas me matarían si se queda en el camino.

-¿Sus altezas?

-Mireah y Faris.

Dhan premió su malhumorada y resignada respuesta con una risa apagada.

-Aún se me hace extraño –confesó.

-¿El qué?

-Que nuestro príncipe no sea un imbécil redomado. Bueno, y que tú seas su amigo –añadió.

-Amigo es un término muy generoso –repuso Ceorl, quien sintió que se sonrojaba ligeramente a su pesar, pues al contrario de lo que su actitud daba a suponer había cosas de las que no le gustaba alardear.

Dhan se encogió de hombros y el silencio cayó de nuevo entre ellos. Nawar aprovechó para lamentarse un poco más, esta vez en silencio, pensando en todo lo que quedaba por hacer y todas las cosas que aún podían salir mal.

No le gustaba el riesgo que estaba corriendo su señor. Zealor les había encontrado porque simplemente había sumado dos y dos, porque él se había dejado coger como un idiota en Nanoin’ear y Fasqaid era el único motivo lógico por el que estar allí. ¿Quién le decía ahora que no iba a deducir de nuevo su ruta si ellos andaban dejando pistas por el camino? Pistas como un cerco de hollín, por poner un ejemplo.

Debió de gruñir para sí, pues el pelirrojo le palmeó el hombro.

-¿Estás seguro que no quieres dormir un poco? –Preguntó con sorna.

-Muy gracioso.

-No es enteramente broma –insistió Dhan, más serio esta vez-. A pesar de que la muchacha es fuerte, no podemos hacerla cargar mañana con un enfermo y dos elfos torpes y gruñones por falta de sueño.

De nuevo, Nawar tuvo que conceder entre dientes que tenía razón. Aún así, no era seguro. Si Hund se durmiera…

-No me obligues a darte un puñetazo –le dijo el elfo como si leyera su mente.

En cualquier otro momento, el joven hubiera discutido. Se hubiera hecho el bravo tras esa amenaza o simplemente se hubiera negado en redondo, dependiendo de su humor, pero lo cierto era que sí estaba cansado. Cansado y frío. En su casa le habían enseñado que, por cortesía, uno tenía que protestar cuando alguien se ofrecía a hacerte un favor. La vida, por otra parte, le había enseñado que con protestar una vez bastaba y él había protestado ya lo suficiente. Si Hund quería pasarse la noche en blanco, ¿quién era él para impedírselo?

Así que a regañadientes se sentó más cerca del fuego, con la espalda apoyada en el tronco de un árbol. Cerraría los ojos unos minutos, lo justo para contentar al pelirrojo y que los ojos dejaran de escocerle como si alguien les hubiera echado sal.

Sólo unos minutos, se repitió cuando su boca se abrió en un enorme bostezo, aunque para entonces ya se había dado cuenta de que era una mentira.

viernes, 21 de agosto de 2009

segunda parte, capítulo decimosexto




Era noche cerrada cuando sus hombres apagaron las últimas brasas. Zealor había visto arder hasta la última viga y no le cabía ninguna duda de que su hermano no estaba allí. Lo había estado, tan seguro como que de Fasqaid no quedaba ya más que un cerco negro de ceniza y ascuas, pero posiblemente habían huido al llegar Ceorl.

Hizo que revisaran las cenizas de todos modos, aunque sabía lo que iban a encontrar, y mandó algunas patrullas a peinar los alrededores, por si no se escondían muy lejos. Pero muy posiblemente ya fuera tarde.

Lástima. Quería dejar ese asunto cerrado.

Tragándose una maldición, dio las últimas instrucciones y volvió grupas junto con un pequeño grupo de escoltas. El imbécil de Haze ya le había hecho perder suficiente tiempo. Meanley no tardaría en actuar y él debía de estar en palacio cuando eso sucediera.




A través de los juncos habían avanzado sin ser vistos hasta estar suficientemente lejos. El sol estaba cayendo y en la orilla opuesta la casa aún humeaba para cuando se atrevieron a correr hasta el bosque más cercano.

No se detuvieron allí. Sin que hiciera falta hablarlo siguieron andando. Todos sabían que no estarían seguros hasta que estuvieran bien lejos del lugar. Así que, con Nawar abriendo la marcha, avanzaron por el bosque con la empapada ropa pegándose a su piel y el frío calando poco a poco en sus huesos.

Mireah estaba helada para cuando Nawar y Dhan dieron por fin el alto. Sin ninguna manta seca en la que arrebujarse, la princesa se sentó sobre una raíz que sobresalía, frotándose los brazos en un vano intento de entrar en calor. Nawar la imitó, pero Dhan y Haze se quedaron en pie. La princesa buscó a su elfo con la mirada, convencida de que la marcha forzada no le había hecho ningún bien, pero éste tenía la vista fija en el camino que habían abandonado.

-¿Cómo vamos a encender un fuego? –Quiso saber la joven, esperando que centrarse en cosas prácticas relajara a Haze.

-¿Fuego? No vamos a encender fuego alguno –le informó Nawar.

-¿Se puede saber por qué no?

-Porque si quisiéramos que nos cogieran estúpidamente nos hubiéramos quedado en la entrada de la casa con los brazos en alto.

Mireah hubiera replicado algo, pero se calló, avergonzada, porque seguramente Nawar tenía razón.

-No hay necesidad de ser desagradable –Haze llegó hasta ella y le puso la mano en el hombro, mirando al rubio con el ceño fruncido-. Estar cansado no es excusa para ser maleducado. Peligroso o no, deberíamos encender un fuego. Que muramos de una pulmonía ahora no le servirá de mucho a tu príncipe, ¿verdad?

La humana sintió el calor que desprendía Haze aún a través de la ropa y se dio cuenta con alarma que la fiebre le debía de haber vuelto. Estaban tan empapados que era difícil de distinguir, pero creyó ver gotas de sudor en su rostro cansado. Nawar también debió notarlo, porque se puso en pie sin discutir y, con una maldición, empezó a recoger leña. Dhan ayudó al joven y Mireah iba a hacer lo propio, pero Haze la obligó a sentarse otra vez.

-¿Estás bien? –Quiso saber-. Nawar puede tener muy poco tacto a veces, pero sabes que no lo hace de mala fe.

Se encogió de hombros.

-Estoy cansada, fría y hambrienta, pero a parte de eso creo que estoy bien.

-Bien –se sentó a su lado, apoyando la cabeza en su hombro-. Me alegro.

Mireah le puso una mano en la frente, confirmando sus sospechas.

-Esto no te va a sentar bien.

-Peor me hubiera sentado la visita de Zealor –bromeó con voz débil.

Luego guardó silencio y la princesa tuvo la sensación de que se había adormilado, así que se quedó sentada con sus manos entre las suyas mientras observaba los intentos de Gigantón y Fanfarrón por encender un fuego. Finalmente la técnica de Dhan resultó mejor que la del rubio y un pequeño fuego empezó a crepitar.

-Esto sigue sin gustarme –Nawar miraba la lumbre con el ceño fruncido. La luz aún era débil, pero si pretendían poder entrar en calor iba a tener que ser un fuego un poco más grande.

-Podríamos parapetarnos con las mantas y las capas -propuso Mireah, sintiéndose un poco culpable por estar cruzada de brazos mientras los demás trabajaban.

El elfo la miró enarcando una ceja.

-¿Otra idea sacada de los libros de tu padre?

La humana se sonrojó.

-Ésta es idea mía.

-Deja de tomarle el pelo a la princesa y ayúdame con esto –Dhan le paso uno de los fardos, de donde sacaron unas mantas-. La señorita tiene más ideas ella sola que todos nosotros juntos –y le dedicó una sonrisa de aprobación a la joven.

Mireah los observó trabajar de nuevo. Poco a poco los gruñidos de Nawar y los comentarios jocosos de Dhan a cada uno de estos lograron relajarla. La cabeza de Haze reposaba en su hombro y el calor del elfo le daba algo de calor a su vez. Estaba tan cansada…

Despertó de nuevo al sentir que el peso de Haze desaparecía de su hombro. Sobresaltada y desubicada, vio como Hund tomaba al elfo en brazos para dejarlo junto al fuego que quemaba, cálido y atrayente, en medio del improvisado campamento.

-Ni siquiera se ha despertado –acertó a comentar mientras se dejaba poner en pie por Nawar y se acercaba a su vez a la acogedora hoguera.

-Mañana estará repuesto, ya verás –le aseguró Ceorl, ayudándola a sentarse junto a Haze y echándole una capa casi seca por los hombros.

“Esto no hubiera pasado si no hubieras venido”, le hubiera querido decir, pero se dio cuenta de que estaba demasiado cansada para seguir enfadada.

-Habrá que hacer guardia –murmuró más que dijo, apoyando la cabeza y el tronco sobre el durmiente Haze-, por si nos siguen…

-Menos mal que piensas en todo.

Las palabras de Nawar fueron lo último que oyó antes de quedarse completamente dormida.

sábado, 15 de agosto de 2009

Segunda parte, capítulo décimoquinto




No había sido difícil despistar a la Señora Bantiar'na.

En cuanto su madre se había ido la vecina había subido y picado suavemente a su puerta, diciéndole que ella iba a quedarse mientras su mamá no estaba, que no tenía qué preocuparse, que cualquier cosa que necesitara sólo tenía que pedirla, que estaba allí para lo que quisiera. Alania había abierto entonces la puerta, la viva imagen de la llorosa niña boba muerta de miedo porque papá se ha portado mal con el Qiam.

Su vecina lo creyó a pies juntillas. ¿Porqué no iba a creerle, si ella era una niña adorable? Así que sólo tuvo que lloriquear un poco, pestañear y suspirar para que la señora Bantiar'na la dejara sola en el salón mientras iba a prepararle una merienda deliciosa que la haría sentir mejor.

-No quisiera molestarla, Señora Bantiar'na.

-Tonterías. No es molestia -dijo la elfa desde la cocina, su voz amortiguada por los diez metros de pasillo-. Ya verás como algo de té y unas pastas te sientan de maravilla, cielo.

El estómago de Alania estuvo de acuerdo con su vecina, pero no era momento de tomar té con pastitas. No tenía mucho tiempo. Así que se acercó a la ventana y, con cuidado de no hacer ruido, la abrió, sacando la cabeza para ver si había alguien cerca. Nadie. Nunca solía pasar nadie por la calle de detrás de su casa.

-¿Te gusta la vainilla, cielo? -Llegó la voz de la adulta desde la cocina.

-Me encanta, Señora Bantiar'na -gritó como respuesta.

-Llámame Eilun, querida.

-De acuerdo, Eilun.

Y mientras Eilun buscaba la vainilla en la despensa de su madre (le deseaba buena suerte con eso, mamá no solía tener nunca nada bueno en la despensa), Alania saltó por la ventana al jardín trasero.

No le costó encontrar el hato de ropa que había tirado por la ventana de su cuarto cuando su madre le había dicho que se iba, así que se cambió de ropa tras unos setos. Ropa de chico, de la que había conseguido su padre para Jaron los primeros días de tenerle allí. Los hombres del Qiam vigilaban a la hija pelirroja de Dhan Hund, pero no buscarían a un muchacho pelirrojo hijo de nadie, ¿verdad? Escondió el pelo bajo una gorra, pero algunos mechones se le escapaban. Tenía demasiado pelo.

En fin, se encargaría de perfeccionar eso más adelante. Guardó el resto de cosas que había lanzado desde la habitación en sus bolsillos (un abrecartas, unas monedas que le habían dado sus tías la última vez que habían venido de visita y que guardaba para una emergencia, el mapa para ir a Fasqaid y un poco de pan de la última comida) y saltó sin dificultades la valla. Ya en la calle ajustó el gorro y empezó a andar con un nudo en el estómago. El único sitio por el que podía salir del callejón de detrás de casa era por delante de uno de los hombres del Qiam. Al fin y al cabo el único motivo por el cual nadie vigilaba la parte trasera de la casa era porque esa calle no tenía salida.

El guardia estaba apostado en un sitio desde el cuál veía toda la parte delantera de la casa y parte de la cara derecha. ¿La habría visto lanzar el hato desde su ventana? La hubiera visto lanzar algo o no, no tenía por qué saber qué pretendía. Tal vez, somo todos, sólo pensara que era una niña tonta con una pataleta que se dedicaba a tirar cosas por la ventana de casa al jardín. No importaba mucho, iba a tener que pasar delante de sus narices prácticamente y apenas había nadie por la calle. La esperara o no, no marcaba mucha diferencia.

Suspiró, preparándose, y trató de recordar como caminaban los chicos. Jaron caminaba encogido de hombros, con paso enérgico, pero a la vez arrastrando un poco los pies. Practicó un par de pasos y casi se tropieza consigo misma. Se quedaría con los hombros caídos, pero iba a pasar de arrastrar los pies.

Así que se caló bien la gorra, bajó la cabeza, fijando la vista en sus propios pies (Jaron también hacía eso mucho), y enfiló la calle.

La suerte quiso que Eilun Bantiar'na saliera en ese momento por la puerta lateral hacia el jardín llamándola a gritos. Eso distrajo al guardia, que lo único que hizo fue apartar a un molesto muchacho de su camino para llegar a la casa de los Hund cuanto antes.

Para cuando hubieron hablado con la señora Bantiar'na el muchacho ya había echado a correr calle abajo y se hallaba lejos de allí.


viernes, 7 de agosto de 2009

Segunda parte, capítulo decimocuarto




La azulada luz que los rodeaba en su escondite cambió de color y tono y todos supieron que Fasqaid ardía de nuevo. Haze maldijo a su hermano y su indiferencia por todo lo que sus padres habían amado en silencio, pues Mireah había sido muy clara al respecto: debían malgastar el menor aire posible o su escondite sería una trampa tan mortal como la misma casa.

Aún le costaba creerse que hubiera funcionado. Eso le hacía pensar en que tal vez debería haber aprovechado más las clases cuando era niño. O tal vez incluso haber acudido a la escuela, ya puestos.

Claro que Nawar y Dhan se habían mostrado tan sorprendidos como él de que la idea funcionara…



Al ver llegar a Zealor se habían lanzado cuerpo a tierra. Nadie había dicho nada, pero todos sabían que no había adonde correr ni donde ocultarse.

-El agua –había dicho Nawar en un susurro-. Es el único modo.

-Nos abatirán con sus flechas antes de que podamos llegar al otro lado –había sido la opinión de Dhan.

-No si no nos ven.

-¿Así que ahora eres medio pez? Eso explica muchas cosas.

-Dhan tiene razón, no podemos bucear por tanto tiempo –Haze había intentando aplacar a Nawar ante el sarcasmo del pelirrojo con un poco de sentido común.

-Podríamos con una cámara de aire –había dicho de repente Mireah.

Y había tenido que explicar qué quería decir con ello, y explicar también que lo había leído en uno de los libros de su padre para dar más fuerza a su argumento. Y la verdad era que en ningún momento había creído que fuera a funcionar, pero Zealor estaba cada vez más cerca y ellos estaban total y absolutamente faltos de opciones. Y él se había acordado de la vieja barcaza, la que ya no se usaba cuando ellos eran niños…

Y a pesar de su escepticismo ahí estaban ahora, a unos metros del viejo embarcadero, el cuerpo en el agua, la cabeza apenas asomando al espacio que Mireah había llamado “cámara de aire”, esperando que Zealor se conformara con quemar la casa y no se le ocurriera mirar bajo la barcaza.




Los minutos pasaron, largos y lentos, y Haze empezó a creer que incluso pasaban horas. El aire estaba cada vez más enrarecido y le costaba terriblemente mover las piernas para mantenerse a flote.

A su alrededor todos parecían estar aguantando mejor que él, aunque igualmente tensos, y se alegró de estar situado en la retaguardia, donde pasaba desapercibido. Lo último que necesitaban era preocuparse por él cada vez que las piernas le fallaban y se hundía hasta media cabeza.

Trató de agarrarse a la barca, pero sólo consiguió balancearla.

Mireah se volvió hacia él.

-¿Estas bien? –su susurró sonó extraño en la abovedada cavidad.

Asintió, o lo intentó, pues volvió a hundirse ligeramente.

-Hemos de salir de aquí –oyó que opinaba la princesa cuando volvió a sacar la cabeza.

Pero nadie se movió, pues el fuego aún crepitaba fuera y era más que posible que sólo consiguieran exponerse si salían de su escondite.

Haze volvió a hundirse.

-¡Mierda! –Nawar le ayudó esta vez-. Voy a ver como está la situación y ahora os cuento –dijo el rubio, y se perdió bajo el agua.

Pasaron unos angustiosos minutos en los que permanecieron en silencio. Ningún movimiento brusco en el agua parecía indicar que Nawar se hubiera encontrado con problemas, y aún así...

Dhan alargó uno de sus brazos para sujetarle y Haze se dejó ayudar, aunque en su fuero interno maldijera una y mil veces su debilidad.

Finalmente Nawar regresó.

-Están todos demasiado ocupados con el fuego -anunció-. Es el momento de mover la barca hacia otra orilla.

-¿estas seguro?

-Del todo. Están demasiado lejos de la orilla para vernos.

Así que decidieron desplazarse, lentamente, lejos de la casa en llamas y del Qiam.

Nawar se puso a la cabeza, empujando desde proa, pues al haber podido sacar la cabeza tenía una idea aproximada de la dirección que debían tomar.

Dhan obligó a Haze a situarse en el medio y el elfo supo que lo hacía para poder rescatarlo cuando sus piernas cedieran y se hundiera de verdad. De nuevo no protestó. De nuevo, la amarga constatación de que era un inútil, un lastre del que harían mejor librándose.

Y así avanzaron, lenta y pesadamente, durante interminables minutos que parecían años o incluso siglos. En más de una ocasión creyó ir a desmayarse por el cansancio. Le dolía la espalda terriblemente, las piernas ya no le sostenían y los pulmones empezaban a arderle. Pero aguantó, dispuesto a no volver a mostrase débil. No al menos en lo que quedaba de día.

Finalmente Nawar se detuvo y dijo:

-Aquí.

Nadie preguntó como sabía que ya era seguro. Les importaba un rábano con tal de salir del agua.

Cuando sacaron la cabeza de debajo de la barca vieron que estaban rodeados de juncos, a unos cien metros de Fasqaid. Las llamas se alzaban, anaranjadas y furiosas, contra el cielo del ocaso y parecían querer competir con el sol poniente para iluminar el anochecer. Pero por fin estaban lejos. No lo suficiente como para salir a campo abierto y correr como alma que lleva el diablo en la dirección opuesta a la que se encontraba el Qiam, pero sí lo suficiente como para nadar hasta la orilla y dejarse caer, exhaustos, sobre la alta hierba.

¡Por todo lo sagrado! ¡Era la sensación más agradable del mundo!