martes, 27 de abril de 2010

tercera parte, capítulo segundo






Las campanadas pararon súbitamente, sumiendo el bosque en un repentino silencio. Después de horas de ruido el cambio se le antojó angustioso. Duró apenas unos segundos, pero durante ese breve lapso de tiempo tuvo Mireah la sensación de que el mundo se había detenido.

Luego se puso en marcha de nuevo. Y a toda velocidad.

Tal vez si las campanas hubiesen seguido sonando no les hubieran oído. La verdad era que ni Mireah ni Nawar esperaban encontrar humanos tan lejos de las tierras del príncipe, de modo que permitieron que el agotamiento se sobrepusiera ala cautela, bajando la guardia ante el repetino silencio de las campanas.

-Ya llega el sol -dijo Nawar-. Deberíamos...

Mireah no pudo saber que era lo que debían hacer, pues de repente el elfo se llevó una mano a la nuca con gesto de dolor, cayendo de bruces. Entonces salieron media docena larga humanos que la princesa identificó por su uniforme como hombres de su padre. No eran demasiados, pero Nawar estaba fuera de combate y ella sola no tenía ninguna posibilidad. Lo supo con la misma certeza que supo qué haría su padre con ella cuando la llevaran hasta él.

-Ese sí va a ser un día de suerte -uno de ellos pisó la espalda de Nawar, que trataba de incorporarse, mientras otros dos cerraban filas alrededor de la joven-. Parece que vamos a poder rescatar a nuestra princesa de las garras de este sucio elfo.

-¿Qué hacéis aquí?

-Su Alteza dijo que le avisaramos cuando encontráramos elfos, pero creo que esto es mejor -continuó otro, ignarando su pregunta.

Los soldados se acercaron más a ella y la joven sacó su espada.

-¡No os acerquéis!

Sólo consiguió risas, aunque algunos de ellos desenvainaron a su vez. La joven dio un par de pasos atrás y los soldados se cerraron aún más a su alrededor.

-Vamos, Alteza, sed razonable. Vuestro padre lleva semanas buscándoos.

Mireah rechazó la mano que el hombre ofrecía con un movimiento de su espada.

-¡Cuidado! -Protestó el soldado

-Es culpa tuya, por idiota -le dijo otro, espada en mano-. Ya lo dijo Ishaack, que la gata mordía.

Mireah agarró la espada con más fuerza mientras los humanos se acercaban un par de pasos. Su única posibilidad era sorprenderles lo suficiente como para abrirse un hueco y... ¿Y qué? ¿Salir corriendo? ¿Abandonar a Nawar? Podía muy bien imaginar como iban a tratar al elfo si era arrastrado al castillo de su padre. O peor. ¿Y si le entregaba al Qiam?

Se mordió el labio, dando otro paso atrás mientras intentaba pensar con claridad y casi perdió la concentración al tropezar con una raíz.

-Oh, vamos, acabemos con esto de una vez. Es sólo una mujer asustada con una espa... -el humano no pudo acabar la frase, pues Nawar se revolvió bajo su pie, haciéndole caer y poniendose en pie en el mismo movimiento.

Los soldados habían estado demasiado pendientes de ella y se habían olvidado del elfo. Por lo visto Nawar no había estado tan inconsciente como ella pensaba, si no más bien esperando su oportunidad. Y no parecía dispuesto a desaprovecharla.

Tan ágilmente como se había levantado, desenvainó su espada y encaró a los soldados, proìnando una patada al humano del suelo para que no se pusiera en pie. Les miró con un mohín de desagrado.

-Siete contra uno... ¡y encima una Dama! ¿Es que los humanos además de feos no tenéis modales?

-¡Maldito engendro!

Dos de los soldados atacaron a la vez, subestimándole de nuevo. Nawar parecía bastante más inofensivo de lo que era en realidad y más posiblemente para los hombres de su padre. El elfo debía parecerles apenas entrado en la madurez. Pronto se dieron cuenta de su error, cuando Nawar desarmó a uno de ellos y logró abrirse paso hasta ella.

-¿No son tantos, verdad? -Le dijo sin mirarla, dándole la espalda, su cuerpo entre ella y los soldados.

-No. No lo son -Pero Mireah no las tenía todas consigo. Nawar sangraba por la herida de su cabeza.

-Claro que no, siete contra uno no son tantos.

-No, ni se te ocurra.

-Oh, sí. Sabes que sí, princesa. Sabes que no podemos hacerlo de otro modo.

-No voy a...

Los hombres de su padre no parecían interesados en dejarles acabar la conversación. Atacaron a la vez, intentando sobrepasar al elfo y llegar hasta ella también. Pero Nawar lo había previsto y se movió entre los árboles, bloqueando sus avances.

-Ahora o nunca, Alteza.

-¡No! ¡No vamos a dividirnos! ¡Cada vez que nos dividimos la cosa va a peor! ¡Déjame ayudarte!

Pero Nawar la empujo de malos modos hacia atrás cuando intentó acercarse.

-La cosa no puede ir peor -y aunque no le veía la cara Mireah pudo adivinar su sonrisa socarrona y cínica-. Encontrad al chaval y llevadlo con Faris.

Los humanos intuyeron lo que pretendían, pues se dividieron, dispuestos a llegar a ellos por otros caminos. Cuatro de ellos quedaron frente a Nawar, los otros tres iban a por ella.

-Princesa... No hay tiempo para esto.

-Pero...

-¡Corre! ¡Ahora!

Y Nawar se lanzó con su caracteristico grito sobre los tres soldados que tenía frente a él.

Con una maldición, Mireah salió corriendo.

No pensaba abandonar a Nawar, por supuesto que no, pero si ella corría tres de esos tipos la perseguirían, dejando sólo cuatro para Nawar. Cuando encontrara un lugar despejado se pararía. Se pararía y les plantaría cara. Podía con tres, por supuesto que podía. Sólo unos pasos más, para alejarlos de Nawar y...

Alguien tiró de ella hacia unos arbustos, tapando su boca e inmovilizándola. La princesa trató de patalear y golpear a su asaltante, pero Jaron apareció frente a ella, pidiéndole silencio. No tuvo tiempo de preguntar cuando la mano se separó de su cara. Los pasos de los hombres de su padre pasaron muy cerca.

-¿Donde se ha metido?

Jaron lanzó una piedra en dirección contraria. Ésta golpeó con un árbol y removió algunas ramas, asustando a algunos pájaros.

-¡Por allí!

Y los hombres se perdieron en esa dirección.

Aún se quedaron un rato agazapados y en silencio. El medioelfo cogió su mano a modo de saludo mientras que su acompañante, un humano joven de pelo tonsurado miraba atentamente al camino.

Cuando pareció estar satisfecho les hizo una señal para empezar a moverse sin ponerse aún en pie. La princesa les siguió mientras mil preguntas se formaban en su mente. Quiso pedirles que volvieran a por Nawar, pero estaba demasiado aturdida y sorprendida aún. Y aterrorizada. Cuanto más se alejaban de los hombres de su padre más cuenta se daba de lo real que había sido la posibilidad de volver a verle esta vez. Y no estaba preparada.

-Creo que podemos relajarnos -dijo el humano.

Mireah suspiró aliviada mientras, imtitando al joven, se sentaba, apoyando la espalda en un árbol.

-¿Estas bien? -Jaron se acercó a ella.

-No lo sé.

El medioelfo la abrazó.

-Te he echado de menos.

-Y yo a ti.

-¿Qué estás haciendo aquí? -Preguntó,separandose.

-¿Yo? ¡Buscarte! -Se puso en pie-. No hay tiempo para esto. Hemos de volver a por Nawar.

-¿Nawar? ¿Estaba él contigo? -Jaron se puso en pie con ella-. ¿Le han cogido?

-No lo sé, se ha quedado entreteniéndoles, pero no tenía buena pinta.

-¡Mierda! -Jaron se llevó una mano a la cabeza. Parecía que él tampoco había dormido esa noche-. Esta bien. Pensaremos en algo. No hay que alarmarse. Nawar estará bien.

-Jaron -el humano llamó su atención. Era el único que seguía sentado-. No tienes tiempo. Tienes que llegar a los elfos antes que el Príncipe.

-¿Qué ? ¿Mi padre?

-Jacob planea atacar a los elfos ahora que el rey ha muerto.

-¿Cómo sabe...? ¿Zealor?

Jaron asintió.

-Aún así, Nawar está en peligro y posiblemente es por mi culpa. No vamos a dejarle atrás.

-Por tu culpa, por tu culpa... ¿Te oyes a tí mismo? -El humano se puso en pie. Era alto, más que ella, y debía de tener más o menos su edad-. Cuando no te estás quejado te estás compadeciendo. Lo que será culpa tuya será negligir tu obligación con otra excusa. No hace falta dejar a nadie atrás. Podemos dividirnos.

-¿Qué propones?

-Yo puedo ayudar a vuestro amigo -se ofreció-. No será dificil distinguirle. Seguro que es el único elfo en algunos kilometros a la redonda. Mientras tanto tú y la princesa podéis llegar hasta las Tierras elfas. Ella debe pertenecer al grupo del que me hablaste, así que podrá conducirte hasta el resto. El tal Nawar me podrá conducir a mí cuando le encuentre. Y entonces lo celebramos todos juntos o lo que sea que hagan los elfos cuando todo sale bien.

-¿Otro de tus estúpidos planes sencillos?

-¿Qué? ¡Funcionan!

Mireah ni siquiera conocía al joven y ya le caía bien. Era listo, y rápido. Era agradable saber que Jaron había estado en buenas manos. Aún así...

-Puedo quedarme a ayudarte.

-¿Y quien guiará a Jaron?

-Pues me quedo yo -insitió Jaron con testarudez-. Mireah puede ir sola hasta tierras Elfas.

-¿Y si no se creen a una humana? Jaron, en serio. No tienes tiempo para perderlo discutiendo. Tienes que decidirte, aquí y ahora. Sabes que es lo más sensato.

Para sorpresa de Mireah, Jaron asintió con un gruñido.

-Tienes razón.

-Y me odias por ello, lo sé -el joven le palmeó el hombro amistosamente- Y ahora lárgate con la doncella antes de que te arrepientas.

Jaron gruñó de nuevo, pero se llevó las manos al cuello, desabrochando su medallón.

-Toma. Así Nawar sabrá que vienes de mi parte.

-O que te he matado y me he quedado con tu oro -el joven mostró una sonrisa torcida, pero se colgó el medallón al cuello-. Bueno... -supiró-. ¡Buena suerte!

Y sin decir más dio media vuelta y salió corriendo. Mireah y Jaron se quedaron mirando en su dirección durante unos segundos.

-Entonces va en serio que mi padre planea atacar a los elfos.

-Con la ayuda de Zealor, sí.

-Vamos, pues. Habrá que avisar a Faris y creo que no va a ser fácil.

-¿Faris?

La humana abrazó al muchacho por los hombros mientras empezaban a andar.

-Creo que tenemos tiempo de ponernos al día por el camino.

lunes, 19 de abril de 2010

Tercera parte, capítulo primero.





TERCERA PARTE



Cuando Faris vino a despertarla lo primero en que reparó Alania era que las campanas no habían enmudecido aún. Todavía era de noche.

Se sentó con un respingo, avergonzada por haberse quedado dormida a pesar de las campanas y el luto. No se sintió mejor al reparar en las ojeras del Príncipe, que no parecía haber dormido en absoluto mientras ella roncaba alegremente en su sofá. El joven se había cambiado de ropa y vestía una larga túnica ceremonial negra con delicados bordados grises en mangas y cuello. Sobre su cabeza reposaba una corona que lo identificaba como Príncipe de la Nación. No era Rey aún y su atuendo parecía querer remarcarlo.

-¿Has dormido bien?

-S-Sí, Alteza, el sofá es muy cómodo -luego se dio cuenta de lo que acababa de decir y se arrepintió-. Lo siento mucho, de veras.

-¿Sientes que mi sofá sea cómodo?

-¡No! Bueno, sí. No. O sea... lo que siento es haberme dormido, Alteza.

Faris sonrió cansado.

-No lo sientas. Me alegra que alguien haya dormido esta noche en la Nación. Lo único que lamento es tener que despertarte tan temprano, pero he podido escaparme para cambiarme de ropa y hemos de hacer algo contigo antes de que alguien te vea en mis aposentos.

Alania asintio por inercia mientras el príncipe le pasaba una camisa negra.

-Ponte esto -le dijo- o llamarías mucho la atención. A partir de ahora eres mi paje personal. Te llamas Taner y eres el sobrino de Berk Stiùr'adh, mi criado, a quien he enviado a Sealgaire'an a arreglar mis asuntos. Eres huérfano de padre y tu madre lleva tiempo queriendo que tu tío te consiga una posición en el Castillo. Mucha gente ha oído a Berk hablar de Taner, así que si te mantienes fiel a esta historia y no tratas de embellecerla no pasará nada.

-Pero...

-A ver, repítelo -le pidió el príncipe.

-Soy su paje, Taner. Mi tío se llama Beck. No tengo padre.

-Beck Stiùr'adh -insistió el joven-. ¿Y porqué no has empezado aún a vestirte?

Alania se sonrojó.

-¿Delante vuestro?

El joven suspiró pasandose una mano por el pelo con exasperación, pero aún así se puso en pie y le dio la espalda.

-Vendrás conmigo a la Sala del Consejo y te quedarás junto con los demás criados. Yo te iré guiando -explicó el príncipe tras unos segundos de silencio.

-¿A la sala del consejo? -Alania, que había empezado a vestirse con la camisa de luto, se detuvo a medio abrocharla-. ¿No estará el Qiam?

-Sí, por supuesto.

-No puedo ir, ¡el Qiam me conoce!

-El Qiam no le va a dedicar ni un segundo a un criado.

-¿Y mis tíos? -la muchacha se vio en la obligación de recordarselo a Faris-. Porque mi padre tiene parientes en el Consejo.

El príncipe se volvió con impaciencia.

-Créeme, niña, ningún miembro del Consejo o de la nobleza va a reparar en ti -el joven se acuclilló frente a ella y acabo de abotonar la camisa sin que Alania tuviera tiempo siquiera de protestar-. No lo hacen en días normales y no van a hacerlo hoy. Estarás entre los criados. Entre la plebe. Van a estar peleándose todos por mi atención. No van a tener tiempo de reparar en un paje mal abotonado y bajito por más adorable que este sea.

-¿Mal abotonado?

La muchacha miró con ojo crítico la camisa sólo para comprobar que el príncipe mentía. ¿Había sido un intento de broma? No tuvo tiempo de hacer ningún comentario. Su Alteza Real la cogió del brazo mientras se incorporaba, tirando de ella y oligandola a ponerse en pie.

-Vamos, Taner, hemos de estar en la sala antes de que callen las campanas.

Alania se dejó guíar por Faris deseando que éste le hubiera dejado ponerse al menos la gorra. Ella seguía sin tenerlas todas consigo. ¿Y si alguien la reconocía? ¿Y si le hacían preguntas para las que no tenía respuesta? Pero el príncipe parecía tan cansado y triste que no quería empeorar la situación con sus dudas.

Así que le siguió obediente por los pasillos mientras intentaba memorizar todas las normas de protocolo que el joven le iba dictando. ¿Por qué siempre salía de la sartén para caer en las brasas?

domingo, 11 de abril de 2010

segunda parte, capítulo cuatrigésimo quinto





Cuando en mitad de la noche dos hombres de su avanzadilla vinieron a buscarle para mostrarle algo Jacob de Meanley supo que había llegado por fín el momento. Sin duda debía tratarse de la señal de la que hablara el elfo. Aún así cuando llegó al lugar donde sus hombres estaban apostados no vio nada.

-¿Qué es lo que se supone que debo ver?

-No hay nada que ver, Alteza.

-¿Entonces?

-Escuchad... -susurró uno de los soldados con reverencia.

Y así lo hizo. Todos guardaron silencio de un modo casi ceremonial y Jacob pudo oir las campanadas. Lejanas, sí, pero a la vez tan claras, tan ciertas...

-Bastardo pomposo -masculló Ishaack y Meanley supo que hablaba del Qiam.

Debía reconocer que sabía administrar sus golpes de efecto. No era de extrañar que quienes desconocían el origen de las mismas hubieran forjado mitos de magia y espectros. Campanadas en la noche. Una vez cada... ¿Cien?¿Doscientos año? ¿Cuanto vivían esos engendros?

Bueno. Estas eran las últimas campanadas de los elfos. De eso se iba a encargar él.

-¿Cuánto hace que suenan?

-Dos horas, señor.

Jacob de Meanley sonrió y volvió grupas.

-Estad listos para salir al alba -dijo a sus hombres-. Ya conocéis las órdenes. Dispersáos, que no os vean. Y en cuanto veáis un elfo guardad posiciones y traedme en seguida las nuevas.

Y él e Ishaack volvieron hacia el campamento, ansiosos por poner en fin en marcha el plan. Jacob de Meanley, el segundo, el nieto, iba a culminar por fin el plan de su abuelo. Se acabó ser príncipe en una minúscula provincia. Se acabó el vasallaje servil.

Jacob I, el conquistador.

Por fin llegaba el momento de hacer Historia.



Fin de la segunda parte

jueves, 1 de abril de 2010

seguimos con la carta de ajuste

como esta semana tampoco va a haver capítulo, os dejo un par de chorradas hechas aquí.

Tristemente, son la ultima expresión artística con mi mano buena antes del accidente T_T





hale, Jaron, Nawar y Faris, respectivamente.

La otra semana prometo que volvera la acción.