domingo, 21 de noviembre de 2010

tercera parte, capítulo vigésimo sexto






En cuanto el príncipe se había marchado el anciano se había ofrecido para hacer algo de desayuno para todos ellos mientras subían a sus habitaciones y cambiaban sus ropas. Unos a una muda límpia después de camianr por el bosque toda la noche, otros por algo de ropa más adecuada para un desayuno que para dormir.

Jaron seguió al tío de Nawar escaleras arriba, hacia una de las muchas habitaciones, mientras el resto se dirigían a sus respectivos cuartos sin guía alguna. Aunque no hubo presentaciones oficiales, dedujo que la hermosa elfa que estaba con Dhan era la madre de Alania. Si ella estaba allí... ¿quería decir que habían escapado del Qiam? Y si ese era el caso, ¿dónde estaba Alania? Le hubiera gustado preguntar, peor los Hund subieron por delante suyo a toda prisa murmurando entre sí y no estaba muy seguro de que el anciano Salman Ceorl fuera a saber nada.

-¿La esposa de Dhan? -Oyó que murmuraba Mireah, que subía agarrada del brazo de su tío un poco por detrás-. ¿Y Alania?

Haze contestó algo, pero no pudo oírlo. La voz por costumbre calma de Haze era apenas audible cuando susurraba. Algo sobre Faris. Aún así vio por el rabillo del ojo que Mireah se tranquilizaba así que dedujo que era algo bueno.

Así que Alania estaba con Faris...

No le había gustado el Príncipe de la Nación. Esa especie de examen al que le había sometido. ¿Y qué había querido decir que ra tal y como Nawar le habí adicho? ¿Qué le habría contado Nawar? Nada bueno ni objetivo, seguro.

¡Maldición!

Cumplido su objetivo de avisar a la Nación volvían a asaltarle las dudas. ¿Qué demoniso pintaba él allí? Sabía que debía volverse hacia su tío, preguntarle cómo estaba, qué tal se estaba recuperando, pero...

-Podéis asearos aquí, Jaron -le indicó Salman abriendo una puerta y sacándole de sus sombríos pensamientos.-. Hay agua en la jofaina -continuó el anaciano, acompñçandole al interior de una habitación que tenía al menos tres veces el tamaño de las celdas del monasterio en el que se había criado, y bastante más luminosa. De hecho, Jaron no recordaba haber estado nunca en una habitación así de elegante-, aunque me temo que no estará caliente.

-No.. No importa -consiguió decir, un poco sobrecogido.

Salman le sonrió.

-Mandaré a alguna de las muchachas con algo de ropa límpia, señor.

Y con una inclinación le dejó solo. Jaron se paseó por la habitación mientras esoeraba la ropa límpia sin saber muy bien cómo comportarse en esos casos. ¿Debía estar desvestido y lavado cuando se lo trajeran o por elcontrario no debñia quitarse la ropa hasta tene rla límpia? Nunca nadie le había llevado la ropa lñimpia a su habitación o le había llamado señor y no estaba muy seguro de encontrarse cómodo en esa situación.

Se sentó en la cama, por probar el colchón, que era tan cómodo como parecía, y supuso qeu no pasaba nada por tumbarse sobre lso cojines un momento. Por saber cómo se sentía. Se echaría en ese cómodo colchón hasta que llegara la muchacha con la ropa límpia y luego...

Luego...

No sabía muy bien qué haría luego, pero tampoco tuvo mucho tiempo para pensarlo pues cayó dormido incluso antes de que llegara su ropa.