jueves, 11 de diciembre de 2008

Capítulo vigesimosexto




Los monjes se alarmaron cuando su abad se detuvo entre toses.
Miekel, un novicio joven, corrió a su lado y, agarrándole con más firmeza que suavidad del brazo, lo acompañó hasta una roca, donde le obligó a tomar asiento.
-Os dijimos que no os convenía este viaje, Abad.
-¡Tonterías! Sólo es un poco de tos.
-Pero… -protestó otro de los hermanos-. Cualquiera de nosotros podría haberse encargado de ello.
-No estoy poniendo en duda vuestra capacidad, Willhem, pero sabes que no podía quedarme en la abadía. Soy una autoridad, al fin y al cabo, aunque no valga demasiado entre vosotros, desvergonzados.
El novicio sonrió a su abad.
-No he sido yo quien ha forzado el alto, padre Abad, si no la tos.
El anciano gruñó al deslenguado joven, pero en el fondo estaba agradecido de su presencia. Tener sangre joven alrededor le hacía olvidarse un poco de los 70 años que cargaba a hombros.
-El rey ha reclamado a varias abadías la presencia de sus respectivos abades en palacio, como autoridad espiritual y jueces de lo elevado, signifique eso lo que signifique, porque uno de sus príncipes dice haber hallado un elfo y quiere consejo y opinión –continuó-. ¡Un elfo! ¿Sabéis que puede querer decir?
-Claro que lo sabemos, padre. Podría tratarse de Jaron, pero…
Rodwell golpeó con su bastón en el suelo.
-¡Pero nada! El muchacho me necesita y no voy a dejarle solo –se puso en pie pesadamente, ayudado por Miekel-. Así que andando, que aún nos queda mucho trecho.
Y siguió su camino con más energía y determinación que sus preocupados hermanos.



Dan Hund había llegado a media mañana, tal y como predijera su hija, visiblemente alarmado. Tanto que ni regañó a Alania por estar allí. En lugar de eso la abrazó contra sí con fuerza.
-No vuelvas a hacerme esto, pequeña.
La muchacha le devolvió el abrazo.
-Lo siento, papi, pero no podía quedarme de brazos cruzados.
Hund le sonrió mientras la dejaba en el suelo y luego alzó los ojos hacia el resto.
-¿Cuándo vamos a rescatarlo? –dijo, como si no pudiera haber discusión alguna al respecto.
-Esta noche –respondió Nawar.
Dhan lo sopesó.
-Entiendo. ¿Y luego? ¿Dónde iremos?
-Buscaremos algo.
-Podemos ir a mi casa –ofreció el pelirrojo.
Jaron Yahir negó con la cabeza.
-Ni hablar. No podemos comprometer tu casa.
Hund le agradeció el gesto poniendo la mano en su hombro mientras buscaba donde sentarse. Luego, buscó dentro del saco que traía, de donde sacó un arco y un carcaj con algunas flechas.
-Dijiste que eras bueno con esto, chaval –dijo mientras le pasaba el arma al medioelfo-. Espero que no fuera un farol.
Jaron lo aceptó con gesto grave, probando la cuerda y decidiendo, aparentemente, que era un buen arco.
-No, no lo era –respondió finalmente mientras lo dejaba sobre la mesa.
-Bien –Hund asintió, ordenando sus ideas antes de volverse hacia Nawar, quien parecía liderar un poco en esos momentos-. ¿Y cual es el plan? Porque tendréis uno, ¿no?
El joven pasó una mano por sus desmandados rizos.
-Si quieres llamarlo así… El plan es esperar la noche, acercarnos sigilosamente, reducir a los guardias y sacarle de allí.
Dhan puso los ojos en blanco.
-Está bien –dijo con un tono que indicaba que él iba a encargarse de todo desde ahí-. Habrá que estudiar el terreno. ¿Cuantos guardias habrá? ¿Estará atado o encadenado? ¿Estará consciente? ¿Podrá andar? ¿Quiénes vamos a bajar y qué sabe hacer cada cual?
-Eso es un buen montón de preguntas –admitió Nawar, sacando papel y pluma de su petate-. Empecemos por lo fácil, ¿Quiénes vamos y qué sabemos hacer?
-Yo voy –dijo Jaron con convicción.
Nawar le miró con un mohín, pero finalmente suspiró resignado.
-Como quieras. Adolescente impulsivo con arco –anotó en su hoja de papel-. Me cuento a mí también –continuó-. Apuesto e ingenioso joven muy hábil con la espada –Alzó los ojos -¿Qué más?
-Yo aprendí a usar la espada observando a mi padre.
Se hizo un silencio incómodo mientras todos los ojos se volvían hacia Mireah.
-Princesa... -probó Hund con tono conciliador.
-¿Qué? Me manejo mejor que Haze y si fuera yo la prisionera a él le dejaríais ir.
-No es lo mismo.
-¿Por qué? ¿Por qué soy una humana o porque soy una mujer? -La joven frunció el ceño. Era la primera vez que ninguno de ellos la veía enfadada de veras-. Voy a ir a salvar la vida del hombre al que amo, con vosotros o sin vosotros -Sostuvo la mirada de Dhan, desafiante-. Me gustaría ir acompañada, pero iré sola si me obligáis a ello.
Nawar palmeó la espalda del pelirrojo, rompiendo la tensión.
-Los tiempos cambian, grandullón -dijo y luego sonrió a Mireah con aprobación-. Valiente princesa guerrera -anotó-. ¿Quién más?
-Yo -resopló Dhan Hund-. Y te puedo partir la columna de un rodillazo si sigues haciéndote el gracioso.
Nawar intercambió una mirada con Jaron y se encogió de hombros.
-De acuerdo. ¿Alania?
-Ella no viene -respondió su padre por la muchacha antes de que ésta pudiera abrir la boca.
-¡Por supuesto que sí! -replicó Alania, poniéndose en pie.
-¡Por supuesto que no!
-¡Jaron va! ¡Y Mireah! ¡Yo también voy a ir!
-Vas a esperarnos aquí y no vas a moverte hasta que regresemos -dijo Dhan de cara a su hija. Y luego, volviéndose hacia los demás, añadió-. Y no es algo que vayamos a discutir entre todos. Alania se queda.
La muchacha palideció y cruzó los brazos con gesto airado, mordiéndose en labio y tragándose las lágrimas que asomaban a sus ojos.
-Alania -trató de consolarla Jaron-, creo que es...
-¡Como me digas “que es lo mejor” te parto la cara! -Chilló, dando una patada al suelo y encaminándose furiosa hacia la salida de la cueva, donde se reclinó en la pared, dándoles la espalda a todos.
El chico la miró compungido y algo pálido mientras su padre se limitó a resoplar y farfullar algo sobre las hijas obedientes de sus parientes.
-Bieeen... -Nawar se frotó las manos, incómodo-. ¿Yahir? -Preguntó al elfo de la cara quemada, buscando un cambio de tema.
Éste le devolvió una mirada no exenta de cinismo y se tomó su tiempo antes de responder.
-Alguien ha de quedarse para asegurarse que la Pequeña Furia no escapa -dijo finalmente.
Mireah resopló y Jaron chascó la lengua pero el elfo no mudó su expresión.
-Jaron... -intentó Dhan, mas se calló al ver que Yahir tenía cara de ir a ignorar todo cuanto le dijeran.
-¡Oh! ¡Esto es increíble! -Alania, que se había vuelto hacia ellos de nuevo mientras discutían rompió el silencio-. ¿Además de antipático y egoísta eres un cobarde? Pues con él no me quedo -añadió con los brazos en jarras.
-No veo porqué no. Quiero decir, no me parece tan mala idea -dijo Nawar-. Alguien debe quedarse aquí, de todos modos. No para vigilarte -añadió veloz ante el ceño fruncido de la muchacha-, si no para cubrir la retaguardia y asegurarse que todo estará listo para huir en cuanto lleguemos. Tal vez necesitemos a alguien fresco. Además -el joven esbozó una mueca burlona-, recuerdo su esgrima de cuando era joven y era un patata.
La comisura de los labios de Dhan se tenso, reprimiendo una sonrisa, pero la pelirroja no le vio la gracia.
-Pues ya me dirás como va a defenderme si es un patata.
-¿Quién ha dicho que él vaya a defenderte a ti?
Esta vez sí, Dhan Hund profirió una sonora carcajada mientras Alania y Yahir trataban de asesinarles con la mirada.
-Muchacho -dijo, y la palmada que le dio en la espalda casi lo tira de su asiento-, si eres tan certero con la espada como con esa lengua tuya, no tendemos nada que temer.