martes, 15 de junio de 2010

tercera parte, capítulo noveno






Pasadas las dos horas de receso la reunión había continuado. El Príncipe había regresado puntual y Zealor aprovechó la ocasión para, de nuevo, hacer saber a todos que si Faris se había retirado había sido con su venia. El príncipe tampoco reaccionó esta vez a su provocación. No era que Zealor esperara que el joven se le enfrentara allí mismo, pero le admiraba el modo en que su expresión permanecía impasible.

Estaba convencido de que le ocultaba algo y no se encontraba demasiado cómodo ante la idea de que algo se le hubiera escapado justo el día en que por fin arrancaba el plan.

No, dadas las circunstancias le hubiera gustado tener algo más de tiempo. Seguía sin saber qué había sido de Haze y del medioelfo ni que pintaba Dhan Hund en todo aquello. Pero ya era tarde. Tras años agonizando al final el Rey había muerto demasiado pronto. ¿Quién lo iba a decir?

Dejó a los nobles discutir por nimiedades. Ninguno de ellos había organizado nunca un funeral real y todos querían parecer sumamente preocupados ante su Alteza. Al Qiam ya le iba bien así. Si todo iba según sus cálculos, Meanley atacaría Leahpenn al amanecer. No tenía nada mejor que hacer hasta entonces y al fin y al cabo los recargados homenajes que algunos de los miembros del consejo planeaban nunca iban a llevarse a cabo.

Finalmente se decidió seguir la tradición y preparar el salón del trono a modo de Capilla Ardiente como se había hecho con los tres reyes anteriores, dando dos días al pueblo para pasar a presentar sus respetos antes de oficiar el funeral. No se habló de la coronación. Hubiera sido impropio y de mal gusto, pero el tema flotaba en el ambiente. En su lugar se habló de temas de seguridad en Palacio, de cómo iba a tener la guardia que ir con ojo andando como andaban traidores sueltos por la Nación y de que, lástima de luto, no iban a poder seguir buscándolos en un momento tan delicado para todos.

El Príncipe no aportó nada a las discusiones, pero no parecía, en absoluto, distraido. Al contrario, miraba con intensidad a quien fuera que tuviera la palabra en ese momento. Nadie más parecía darse cuenta, pero Zealor andaba buscando señales en Faris, algo que hablara de esa voluntad que creyó intuir la tarde anterior. El Príncipe no aportaba nada porque estaba demasiado ocupado midiendo a sus consejeros.

Así que cuando se dio por concluída la reunión del Consejo y tras las órdenes pertinentes todo el mundo se levantó para retirarse a descansar, fue Zealor quien se dedicó a observar y medir a su alteza. Varios nobles que no formaban parte del consejo pero que habían asistido como oyentes a la reunión como parte del protocolo se acercaron al joven para darle su pésame, entreteniendolo junto a la puerta, donde le esperaba su paje.

La atención de Zealor se desvió del Principe al muchacho, que mantenía la cabeza gacha y los hombros hundidos. Había algo en ese mozo pelirrojo que...

-Qiam -uno de los miembros del Consejo se acercó a él, obligándole a apartar los ojos del paje. Conocía al elfo, era el tío de Dhan Hund y uno de lso que más salícitos se había mostrado en la reunión, posiblemente buscando desvincularse de su sobrino y su traición-. ¿Puedo robaros unos segundos de vuestro tiempo? -El elfo de canosa melena esperó a que Zealro asintiera para continuar-. Es sobre mi sobrina...

-¿Vuestra sobrina? -Zealor fingió desconocimiento para demostrarle al elfo cuan poco importante era para el Qiam quien era y quienes integraban su familia.
-Layla Hund, señor, la esposa de mi sobrino Dhan.

-Oh, cierto, estais emparentado con Dhan Hund.

-Os juro, Excelencia, que ninguno de nosotros nos explicamos qué ha podido sucederle a Dhan para que os atacara de ese modo.

-Por supuesto, por supuesto. Nadie os acusa de nada.

-Por supuesto -repitió, lívido.

-Vuestra sobrina, ¿decíais? ¿Qué ocurre con ella?

-La acusáis también de traición, señor, junto con su hija, Alania. Debe de haber un error, Señoría.

-¿Insinuas que me he equivocado?

-¡Oh, no, Excelencia! Pero estuvimso hablandolo con mi esposa y creemos que es muy posible que Layla y Alania esten siendo obligadas por mi sobrino a seguirle. Si las capturaséis, pro favor, dejadme hablar con ella. Estoy convencido de que podría hacerla entrar en razón.

El Qiam casi sonrió. ¿Qué mas iba a dar nada de todo aquello al día siguiente? Así que se limitó a asentir, comprensivo.

-No creo que haya ningún inconveniente. Si existe la menor posibilidad de que pueda demostrarse la inocencia de tan dulces criaturas, no dudéis que yo y mis hombres haremos cuanto esté en nuestra mano. Y ahora, si me disculpáis...

El elfo asintió, pero para cuando el Qiam se volvió el príncipe ya se había retirado. Tal vez había vuelto a sus aposentos, o tal vez se dirigía a la habitación de su padre. El cuerpo ya debía de haber sido embalsamado y pronto empezarían los preparativos para instalar la Capilla Ardiente.

Zealor maldijo en su fuero interno y decidió que averiguaría de dónde había salido el nuevo paje del príncipe antes de iniciar sus propios preparativos. Debía asegurarse en ser el primero en reaccionar en cuanto les llegara la noticia del ataque de los humanos a Leahpenn.

Y debía asegurarse también de que el Príncipe era una de las primeras bajas. Muerto el perro, se acabó la rabia. Y con él fuera de juego ya no tendría que preocuparse de lo que fuera que tramaba con su fingida estupidez.

Le esperaba una noche muy larga.