domingo, 18 de octubre de 2009

segunda parte, capítulo vigésimo cuarto




Rodwell inició el camino de regreso a la abadía lleno de inquietud.

Decidió irse de palacio en el momento en que los cortesanos convencieron a su Majestad de colgar al elfo en la plaza pública a modo de declaración de intenciones. Tras días de tortura y dolor la criatura había perdido todo lo que le hacía bello y no era más que una lastimosa visión. El abad había visitado al prisionero una última vez antes de irse, para ofrecerle confesión y absolución, pero el elfo las había rechazado amablemente.

-Eres el único humano que me ha tratado bien, anciano -logró decir-. Ojalá al menos tú te salves.

Y las palabras crípticas del elfo le confirmaron su temor de que Heinrich no estuviera loco.

A pesar del horror que la idea le producía, tras mucho meditarlo se había ido sin hablarlo con el rey. El anciano conde había dicho que el rey no iba a hacer nada y, de algún modo, había sabido que era así. El rey no iba a hacer nada y para convencerle tal vez iba a tener que poner a Jaron en peligro, y eso era algo que no iba a hacer.

Se planteó enviar un mensajero hasta Miekel, ponerle sobre aviso, tal vez pedirle que regresara, pero no podía arriesgarse a que el mensaje fuera interceptado.

Iba a tener que pensar en algo mejor que rezar, pero no se le ocurría qué.





Jaron despertó algo más relajado al tercer día de estar en el ejército del príncipe de Meanley. Sabía perfectamente que tenía que huir de allí, que tenía que encontrar un modo de llegar hasta los elfos, pero era peligroso y complicado, así que había decidido darse un par de días para descansar y comer caliente. El ejército parecía no tener prisa y eso bien podía jugar a su favor.

Además, tenía que admitir que el hecho de no recibir más miradas suspicaces ayudaba a sentirse cómodo entre humanos de nuevo. Había que reconocer que Miekel parecía caer bien, sobretodo entre los jóvenes, y el hecho de que hablara con él el primer día le había abierto algunas puertas. Los otros chicos ya no se sentaban lejos a la hora de comer y alguno que otro se había interesado en su habilidad con el arco. Aún así, no le gustaba tener que mentir, de modo que contestaba sus preguntas con apenas monosílabos y correspondía su interés con encogimientos de hombros y eso no ayudaba a su popularidad.

Los adultos aún le miraban con cierto recelo, sobretodo los de la unidad de arqueros en la que había ido a parar.

Miekel compartía con él las horas de comida y le llenaba de preguntas que no sabía muy bien como responder. Dónde había estado, qué había visto, porqué no usaba su nombre. Quiso saber si había encontrado elfos y Jaron mintió. No le apetecía hablar de ello ni tener que dar explicaciones. El humano no lo hubiera entendido. Así que le dijo que no, no había encontrado elfos, pero había oído no hacía mucho acerca del ejército de Meanley y de su intención y había ido hacia la zona, con al esperanza de averiguar algo más.

El novicio, a su vez, le habló del elfo que Meanley había mostrado al rey y de las cosas que éste había confesado. Eran todo mentiras, las mismas mentiras que una vez leyera en los libros de Rodwell, pero tuvo que morderse la lengua si no quería traicionarse.

Pero no tenía ningún sentido, ¿porque iba nadie a confesar que practicaba la magia negra si era mentira? ¿Qué tramaban Zealor y el Príncipe de Meanley?

Estaba seguro que si podía hablar con Haze éste lo sabría, pero eso de nuevo chocaba con su problema principal: no tenía ni idea de como escapar de allí.

¿Y si pedía ayuda a Miekel? ¿Con qué pretexto? Bien podía decirle que no quería estar en ningún ejército, pero eso podía aplicarse a casi todos los chicos con los que compartía tienda, y Miekel seguro que le recomendaría no arriesgarse de ese modo. Es lo que él recomendaría a cualquiera de esos muchachos si alguno le propusiera huir: esperar. Esperar a algún momento de confusión para intentarlo. Pero él no podía esperar mucho más.

Así que lo mejor que podía hacer era intentar inventarse una buena excusa para querer huir, pues cada vez estaba más convencido de que solo no iba a llegar muy lejos.