viernes, 5 de junio de 2009

Segunda parte, Capítulo quinto






Hacía tres días que había salido de Leahpenn y apenas había hecho otra cosa que caminar. Demasiado preocupado por ser descubierto, no había cazado nada para no tener que encender ningún fuego, así que todo su alimento habían sido las raíces y bayas que hubiera podido encontrar. Y no era mucho. Así que estaba literalmente al límite de sus fuerzas cuando se dejó caer pesadamente junto al hito que marcaba la bifurcación.

Suspiró, mirando hacia arriba, hacia la considerable altura del mojón. No hubiera sabido decir si el monolito en el que se había recostado era de manufactura élfica o humana, la verdad.

El muchacho miró a los dos caminos que se abrían frente a sí con cierta desesperación. ¿Iba por el buen camino e iban a tierras humanas o por el contrario llevaban de vuelta a la Nación de los Elfos? No tenía sentido. Lo único que sabía con certeza era que su hogar, la abadía, quedaba terriblemente lejos y que él no tenía fuerzas para hacer un paso más.

Estaba perdido.

No geográficamente, claro. Sabía donde quedaban los puntos cardinales y la dirección general que debía seguir (este, siempre al este). Pero había perdido cualquier tipo de motivación. Le quedaban al menos tres semanas de camino. Y al contrario que el largo camino que le había llevado a Meanley por primera vez, lleno de emoción e intriga, lleno de promesas de un futuro diferente, esto era una huida, un regreso a todo aquello que le asfixiaba y le hastiaba. Y aún así... ¿Donde más podía ir? ¿Qué más tenía? Nada. Nada en absoluto. Y eso era lo peor, esa sensación de que nada de lo que hiciera, ningún lugar al que fuera, iba a cambiar el hecho de que él no pertenecía a ese mundo. ¿Que más daba si se quedaba allí sentado para siempre, a la espera de que el hambre, el cansancio y la sed hicieran su trabajo?

Se llevó las manos a los ojos, tapándolos, impidiendo que les llegara la luz. Y se quedó así, a oscuras, sintiendose tan cansado y hambriento, tan miserable y solo...

De repente, unos pajaros discutiendo furiosos en las ramas sobre su cabeza la trajeron de vuelta a la realidad. Alzo los ojos y los vio, frenéticos. Y vio también las nubes grises que se acercaban, poniendo nerviosos a los pájaros, amenazando llover.

-No -dijo. Y él mismo no supo muy bien si negaba la inminente lluvia o si por el contrario negaba su desamparo y debilidad.

Tal vez ambas cosas, pues logró ponerse en pie y se decidió al fin por uno de los caminos. Al este, siempre al este.

Le quedaba un buen trecho, eso era verdad, pero en pronto estaría suficientemente lejos de Meanley como para atreverse a buscar un pueblo. Allí podría buscar algún trabajillo, intentar conseguir algo de dinero, o incluso encontrar a alguien que pudiera ayudarle, carromatos que fueran en esa dirección...

Sí, un día más. Una noche más de bosque y soledad. Sólo eso. El resto sería sencillo.

Y tal vez llegara a casa antes de lo que había calculado. Con Rodwell, con su hermano... Él escucharía todo lo que le había sucedido y le ayudaría a entenderlo, tal vez incluso supiera distinguir las verdades de las mentiras. Esas cosas se le daban bien a Rodwell. Incluso cuando ambos eran jóvenes esas cosas se le daban bien. Y, ¿quién sabe? Tal vez cuando lo entendiera todo pudiera regresar. Tal vez cuando no doliera de ese modo, cuando no fuera todo confuso y traicionero...

Y así siguió caminando, porque caminar en realidad era sencillo. Le ayudaba a no pensar. Y ahora mismo no necesitaba pensar. Ya pensaría en casa, con Rodwell. Ya pensaria cuando pudiera descansar.