martes, 19 de abril de 2011

tercera parte, capítulo trigésimo quinto

No es que estuvieran de especial buen humor. En realidad estaban especialmente nerviosos. Saber qué tenía que ocurrir no lo hacía más fácil. Muchos de ellos habían pensado en la posibilidad de que algo fuera mal, de que se descubriese la traición y sus cabezas acabaran en picas o sus cuerpos colgando junto a un camino.

Por eso bromeaban y se hacían los bravos. Porque contagiando valor a los compañeros era más fácil sentirse valiente uno mismo.

El paripé del Luto debía estar siguiendo adelante en ese momento mientras la tensión, palpable incluso en las mazmorras, iba creciendo.

¿Dónde esta nuestro pusilánime príncipe heredero? Debía estar preguntándose el Consejo. ¿Dónde está el nuevo Rey? Se preguntaría el vulgo. Y mientras sólo ellos sabían que nunca iba a llegar, pues tenían órdenes de darle muerte si aparecía en escena antes de tiempo.

Eso también había contribuido a la desazón. Matar al príncipe heredero era una herejía demasiado atroz incluso para ellos, cuyos capitanes habían conspirado con su excelencia el Qiam para destruir el equilibrio de la Nación.

¡Demonios! Hubieran dado cualquier cosa por no ser precisamente ellos los elegidos para custodiar al incómodo prisionero mientras la Nación entera esperaba para enterrar a su último Rey.

De repente, entre chanza y chanza, un ruido súbito en la escalera los puso sobre alerta. En un momento sus alabardas apuntaban hacia el pie de la escalera, esperando que los pasos que sonaban llegaran a ellos.

-¿Quién va?

Los pasos se detuvieron unos segundos, como si su dueño deliberara, pero continuaron sin ofrecer respuesta. Quien fuera que bajaba no parecía preocupado en ocultar su llegada ni en resolver el misterio de su persona.

Finalmente apareció frente a ellos uy un asombro ahogado escapó de los labios de alguno de ellos.

Un humano. Tenían frente a sí a un humano.

Ninguno de ellos los había visto aún, aunque algún compañero más afortunado sí había cabalgado hacia sus tierras y había podido verles. Les habían hablado del pelo en el rostro y aún así les sobrecogió constatar que era cierto. Pelo en la barbilla y cejas tupidas que a la luz de las antorchas llenaban de sombras su cara. El humano no era especialmente corpulento, pero era más alto que el más alto de ellos y vestía una tosca armadura en la que ninguna pieza parecía encajar. En su mano derecha, guardada dentro de su vaina, llevaba una espada que no parecía ir a usar.

Intentó avanzar hacia ellos, brazos en alto, pero las alabardas le rodearon.

-No des un paso más.

-Eh, cuidado con eso, que pincha -dijo en tono despreocupado-. Oh, vaya… ¿no os avisaron de que mi llegada?

-¿De qué hablas?

-Me envían a buscar al prisionero.

Los hombres del Qiam se miraron de reojo sin acabar de perder de vista al humano.

-¿Te envían? ¿Quién?

-¿Tú que crees? –Hizo gesto de ir a bajar las manos, pero las lanzas se acercaron más-. ¡Oh, vamos! ¿Creéis que un humano hubiera llegado aquí sin ayuda? Mi señor me dijo que los hombres de Zealor Yahir eran competentes, pero tal vez deba ponerlo en duda.

El nombre de su señor en boca de esa abominación parecía la prueba definitiva de que sí, el humano venía de parte del Qiam.

-¿Para que quieres al prisionero? –dijo uno de ellos, que aunque no ostentaba un rango mayor sí hacía más años que formaba parte de la guardia.

Hizo a la vez un gesto para que sus compañeros se relajaran y permitió al humano bajar los brazos.

-No es mi lugar cuestionar el porqué de los caprichos de mis señores –respondió el humano moviendo los brazos para devolverles sensibilidad.

Los guardias del Qiam aún dudaron unos segundos, pero tal vez no había mucho tiempo que perder y no querían ni pensar qué ocurriría si les pillaban conversando con un humano en las mazmorras.

-De todos modos –continuó el elfo veterano mientras sacaba las llaves de la celda de su cinto y de dirigía a la puerta. Hizo un gesto al humano para que le siguiera-, esto es demasiado precipitado y peligroso. Es muy pronto para que haya un humano en el castillo real.

-Las cosas no están yendo como deberían –le explicó el humano mientras hacía girar las llaves en la cerradura.

-¿Quieres decir que el plan está fallando?

-Depende del punto de vista –el humano se encogió de hombros con una sonrisa-. El mío está saliendo a la perfección.

Y antes de que pudieran darse cuenta el humano golpeó al elfo en la cabeza con su espada envainada, tumbándolo. El resto de guardias quiso contraatacar, pero un alarido procedente de la escalera dividió su atención.

No eran más humanos. Eran simplemente un elfo joven y un muchacho pelirrojo. Y ni siquiera parecían muy peligrosos.

Hay que ver qué engañosos pueden resultar los sentidos.