sábado, 25 de abril de 2009

Capítulo cuatrigésimo quinto




La tarde estaba muriendo en Leahpenn cuando alguien llamó a la puerta. Alania, que había tenido tiempo de sobras de cambiarse, comer y dormir y llevaba ya un par de horas caminando arriba y abajo de la casa al borde de un ataque, corrió a abrir antes de que su madre pudiera detenerla.

¡Por fin!

Debían de haber dado esquinazo a los guardias y la buscaban para relatarle como había ido todo. Seguro que se morían de hambre y de sueño... ¡Pues no pensaba dejarles comer hasta que la pusieran al tanto del más pequeño detalle!

-¡Papi! -dijo, abriendo, tan feliz y aliviada-. ¡Te has olvidado...!

Calló a la vez que su madre, tras ella, se llevaba las manos a la boca, conteniendo un grito de sorpresa.

Alania no hubiera podido decir nada aunque hubiese querido.

Frente a ella, acompañado por dos guardias, había un elfo algo más joven que sus padres vestidos con galas ceremoniales.

Tenía uno que se muy tonto para no reconocer en él al Qiam. Al fin y al cabo, era como estar mirando a Jaron de frente, sólo que sin sus ojos verde-violeta y con unos cuantos años más.

-¡Qiam! -Su madre se apresuró a tomarla del brazo y sacarla de delante de la puerta, donde se había quedado petrificada, no sabía muy bien si de terror o de sorpresa-. Pasad, pasad, os lo ruego...

Zealor Yahir entró, seguido por sus guardias y saludó cortésmente a la mujer que le devolvió la reverencia, obligando a Alania a hacer lo propio con uno de sus característicos pellizcos de atención.

La muchacha obedeció, feliz de tener una excusa para apartar la mirada del Qiam.

-¿A qué debemos este honor? -Quiso saber la elfa, guiando al Qiam hasta el salón, donde le ofreció asiento.

Toda ella temblaba. Alania nunca había visto a su madre tan asustada. Sin duda, como ella misma, tenía las noticias que el Qiam pudiera traer.

Si habían capturado a su padre...

-Sé que no es el mejor de los momentos, Lady Hund, pero quisiera hablar con tu hija -dijo Zealor Yahir con una voz suave y agradable que nada tenía que ver con la terrible imagen la Alania tenía de él-. A solas.

-Señoría... -su madre la agarró del brazo-. Es sólo una niña...

El Qiam se limitó a sonreír mientras sus dos soldados avanzaban un paso hacia ellas.

-No temas, querida Layla, sólo deseo hablar con Alania, nada más -de algún modo, que conociera sus nombre se pila le puso los pelos de punta-. Es una mera formalidad.

Su madre no se movió. Se limitó a agarrarla más fuerte. Sabía que no podía negarse a una petición formal del Qiam y aún así se resistía. Pero si se resistía demasiado tal vez los guardas se la llevaran y entonces sus dos progenitores serían traidores a la Nación.

Así que obligó a su madre a soltarla y a mirarla a los ojos.

-Estaré bien -le dijo, más convencida de lo que en realidad estaba.

-Claro que sí -El Qiam hizo un gesto a sus guardias-. Además, mis guardias te harán compañía mientras Alania y yo charlamos.

Apretando su mano para infundirle valor (o tal vez para infundírselo a sí misma) su madre abandonó el salón, seguida muy de cerca por los dos guardias. Eso dejó a Alania a solas con el Qiam. La muchacha se quedó de pie con la vista fija en el suelo hasta que el adulto habló.

-Por favor, siéntate. Como si estuvieras en tu casa -añadió con tono cómplice-. Ya le he dicho a tu madre que esto no es más que una formalidad.

Alania obedeció, pero continuó con la vista fija en la punta de sus zapatos, las manos juntas sobre el regazo estrujando los faldones de su camisa.

"¡No puedes saber nada!" Le hubiera gustado decirle.

-¿Qué queréis de mi? -Dijo en su lugar.

-Bueno, supongo que habrá llegado hasta vosotras lo sucedido anoche en Suth Blaslead.

El Qiam guardó silencio y Alania supo que esperaba que ella lo llenara. Pues que esperara sentado. La elfa se limitó a asentir, manteniendo tercamente la mirada lejos del Qiam.

-Por supuesto, tu debes de haberte enterado más tarde, pues mis hombres me han comentado que has llegado hoy mismo a casa.

Otro asentimiento.

-¿De donde venías?

-De Mu'Siud -respondió, pues la pregunta directa la obligaba a hablar al fin.

-¿Y puede saberse que hacías allí?

-Mi padre me había dejado al cuidado de unas tías.

-Y te escapaste -dedujo Zealor.

Alania volvió a asentir.

-¿Y porqué te dejó tu padre con esos parientes?

-Mamá estaba fuera y él... Él tenía cosas que hacer.

-¿Y, claro, tu no sabrás que cosas eran esas?

Esta vez la muchacha negó, mintiéndole al Qiam por primera vez desde que se iniciara la conversación. La parte de sí misma que había sido educada en una de las mejores escuelas trató de recordarle que eso era delito, pero la hizo callar clavándose las uñas en el brazo.

-Los vecinos dicen que tuvisteis invitados en casa no hace mucho, que te vieron enseñarle el pueblo a un muchacho -prosiguió el QIam.

El corazón de Alania se aceleró de repente, alzando por fin la mirada. La sonrisa en la cara de Zealor no la ayudó a calmarse.

-Sí, señor -admitió, pues no podía hacer nada más-. Mi primo, señor.

-Por supuesto -el Qiam se inclinó hacia adelante, palmeando su rodilla-. En fin, volviendo al tema que nos ocupaba... ¿viniste directamente a casa desde Mu'siud?

-Sí, señoría.

-Pero tus tías han dicho que te escapaste anteayer y no hay tanto trecho desde Mu'Siud hasta Leahpenn. Así que, ¿donde estuviste, Alania?

-Me perdí -Y ya eran cuatro mentiras con esa.

El Qiam volvió a recostarse en su asiento y la escudriñó con su mirada glauca y altiva. Aterrada como estaba la muchacha sólo acertó a pensar en que realmente se parecía al medioelfo, y que aún así no tenía nada en absoluto que ver con su amigo.

-Vi a tu padre con mis propios ojos, muchacha -dijo finalmente-. Nada ni nadie podrá salvarle. Pero tú y tu madre podrías quedar libres de toda sospecha si estuvierais dispuestas a colaborar.

-No sé a qué se refiere Su Señoría. Pensaba que ahora mismo estaba colaborando.

De nuevo esa mirada, de nuevo silencio.

-Claro que sí -y sonrió de nuevo, cercano y tranquilo-. En realidad, me has ayudado enormemente.

El elfo se puso en pie y dio una palmada. Sus hombres entraron en la estancia, silenciosos y eficientes, seguidos por su madre. Ésta se apresuró a llegar junto a su hija y abrazarla.

-Lady Hund, vuestra hospitalidad y amabilidad serán recordadas -aseguró el Qiam en lo que a Alania se le antojó una amenaza velada-. Sabed que cuando mis hombres den con vuestro marido, seréis la primera en saberlo.

-Gracias, Señoría -Su madre se humilló de nuevo ante el Qiam-. Estoy segura de que todo tiene una explicación.

-Por supuesto que la tendrá, queridas, pero de momento el deber es el deber.

Con una última reverencia, Zealor Yahir se fue sin que su madre, que solía ser la personificación de los buenos modales, lo acompañara hasta la salida. Cuando estuvieron pro fin a solas su madre se separó de ella y, tomándola de las manos, le dijo:

-Explícame que está pasando.

-Ya se lo he dicho al Qiam, Mamá. No sé nada.

-Sé que eso es lo que le has dicho al Qiam, pero a mi no me mientas. Por favor.

-¿Y si te digo que Papá hizo lo que hizo por que es bueno?

-Te diré que eso es típico de él y que por eso me casé con él -respondió su madre con dolor-, pero necesitaré algo más para no entregarle en cuanto aparezca por la puerta si con eso te he de salvar a ti.

-¡Mamá, no puedes estar hablando en serio!

Su madre se sentó en el mismo lugar que ocupara el Qiam, retirando con gesto cansado algunas hebras de cabello castaño que se habían escapado de su moño y que ahora caían sobre su rostro.

-Alania, hablo muy en serio. No te pregunté antes porque aún esperaba que alguien viniera a decirme que había sido un error. Pero no lo es, ¿verdad que no? -Layla esperó a que Alania negara con la cabeza-. Cielo, quiero saber qué está ocurriendo, y lo quiero saber ahora. Si no he de volver a ver con vida a mi marido, quiero saber al menos que es por algo que vale la pena.