viernes, 29 de mayo de 2009

Segunda parte, Capítulo cuarto




Un gran mapa había sido desplegado en la mesa central de la sala del trono y el Rey no podía apartar sus ojos del pequeño punto occidental que representaba Meanley, allá donde casi acababan sus dominios y comenzaba la tierra incógnita que, si debían creer aJacob, iba a dejar de ser incógnita en breve.

El Rey y sus consejeros escucharon al príncipe de Meanley en silencio mientras éste les daba la información obtenida del elfo. Todos sabían cómo se había conseguido esa información y tal vez era eso lo que los mantenían en ese tenso silencio. Ninguno de ellos era inocente a estas alturas y sabían que para combatir a los enemigos un hombre a veces ha de traicionar incluso los pilares en los que se sustenta su misma civilización, y aún así... Ninguno de ellos podía sacarse de la cabeza la antinatural belleza de la criatura, su aparente humanidad... Pero ese era su poder, Meanley lo había dicho y estaba en lo cierto. Se presentaban hermosos, casi humanos, y de ese modo atraían a sus víctimas, de ese modo raptaban doncellas y niños...

Así que no importaba qué medios se utilizaran mientras consiguieran lo que necesitaban. Y lo que necesitaban era una localización.

Pero la localización que les estaba dando Meanley era simplemente imposible. ¿Siempre habían estado tan cerca?

-¿Y como es que nunca antes hemos visto ninguno? -quiso saber uno de los consejeros más ancianos poniendo voz a los pensamientos de su Rey sin saberlo.

-¿Cómo va a ser? Magia negra. El elfo ha confesado ser conocedor de muchos hechizos.

Ningún murmullo se alzó en la mesa. La docena de hombres de confianza del rey no eran conocidos por ser impresionables, pero todo aquello empezaba a superarles.

Magia negra, por supuesto. ¿Y cómo se suponía que iban a luchar contra una raza entera de magos negros?

-¿Qué más ha confesado el elfo? -Quiso saber el Abad Rodwel, que se había mantenido, como el resto de los abades, en un discreto segundo plano. El anciano avanzó hacia la mesa apoyándose en su bastón-. ¿Comen nonatos las noches de luna llena? No sois ningunos niños. Sabéis de sobras que esa pobre criatura ha sido torturada. ¿Qué no confesaría el más valiente de los hombres después de tres días de tortura?

-Con todos los respetos, Padre Abad, pero esa criatura no es un hombre -Intervino Jacob con tono condescendiente.

-Eso no nos pertoca a nosotros decidirlo, Meanley, si no a Dios.

Esta vez sí se alzaron murmullos.

-¡No son criaturas de Dios si no del Diablo! -el príncipe alzó las manos con exasperación y se volvió a su rey, ignorando al anciano-. Majestad, debéis escucharme. La magia negra de esas criaturas afecta especialmente a los seres más inocentes. Es evidente que el Abad...

Un golpe de bastón sobre la mesa interrumpió a Meanley.

-¿Le has contado al Rey que el elfo habla nuestro idioma? -Quiso saber el anciano.

-Es evidente que el elfo habla nuestro idioma o no hubiésemos podido averiguar nada.

-¿Y nadie se ha preguntado cómo es eso? ¿Tan arrogantes somos? ¿Tan ignorantes? -El Abad estaba rojo de indignación.

-¿Y os habéis preguntado vos, Padre, si no lo han aprendido de los niños y las doncellas que han secuestrado a lo largo de los siglos? Mi propia tía,Sarai , una princesa, fue arrebatada a sus padres con apenas dieciocho años. Tal vez lo aprendieron de ella. ¿O es que sesenta y ocho años no os parecen suficientes para aprender un idioma?

El Abad, que había iniciado el ademán de levantar otra vez su bastón para dar su réplica bajó los brazos de nuevo y pareció desinflarse de repente.

-¿Vuestra tía fue robada por los elfos? -Se interesó.

Meanley, cuyo airado ceño había hecho temer al rey que intentara atacar al anciano si este seguía con la discusión, se relajó también. Como siempre que utilizaba esa baza, la mención de su desaparecida tía-abuela había logrado poner al auditorio de su parte de nuevo.

-Así es, Padre.

El anciano asintió, grave, pero no se movió de donde estaba. El rey se dio cuenta que, acabado el conflicto, todas las miradas estaban de vuelta sobre su persona, incluida las deJacob y Rodwell.

-Continúa -dijo al Príncipe.

Y mientras Meanley trazaba en el mapa el contorno de lo que, según su prisionero, debía abarcar lo que llamaba la Nación Élfica, el Rey no apartó su mirada del abad. Debería hablar con él a solas a la que la reunión terminara. La teoría de Meanley de la magia negra no sonaba del todo sólida y tal vez el abad y su sentido crítico tuvieran una explicación más convincente.

sábado, 23 de mayo de 2009

Segunda parte, Capítulo tercero




Al segundo día de ocultarse en Fasgaidh dejó Mireah de preocuparse por la salud de Haze y empezó a preocuparse por su ánimo.

El día anterior había despertado apenas, confuso y aún febroso, y se había dejado cuidar. Había preguntado poco, tal vez demasiado cansado como para indagar nada, tal vez simplemente demasiado delirante como para distinguir la realidad. Había recuperado fuerzas durante el día y por la noche, finalmente, había dejado la habitación para comer con ellos en la cocina.

No preguntó donde estaban pues era obvio que reconoció el lugar, ni preguntó por el estado de la casa. Tal vez lo intuyó, o no le importaba demasiado. Sin embargo, sí preguntó por el resto y tuvieron que admitir que no lo sabían, que se había separado y que, a pesar de haberles dejado pistas sobre su paradero, aún no sabían nada de ellos.

-¿Jaron está con Nawar?

-Sí -Mireah le tomó la mano al responder, ocultándole el hecho de que el Qiam estaba también con él la última vez que lo habían visto.

Había asentido, como quien confirma lo que ya sospechaba.

-Entonces llegarán.

Después comió en silencio. Poco, despacio, como si mascara pensamientos en lugar de correoso conejo.

Mireah había intercambiado una mirada con Dhan, pero el elfo le había indicado con un gesto que tuviera paciencia. La princesa sabía que tenía razón, así que se limitó a comer a su vez sin soltar la mano de su amado. Aún estaba débil y cansado. Necesitaba tiempo para descansar.

Pero al segundo día amaneció más fuerte, ya sin fiebre, mas igualmente silencioso y taciturno.

La princesa le encontró al despertar ya sentado al borde de la cama, con la cabeza apoyada en las manos juntas y la mirada en algún punto más allá del paisaje que se entreveía por la ventana mal cerrada. Se sobresaltó al sentir movimiento junto a él y se volvió. Algo ensombrecía su mirada, pero fue sólo un instante Pronto se relajó y volvió a ser el de siempre.

-Buenos días, dormilona -le dijo mientras se incorporaba, tan tranquilo, tan sereno...

-No deberías haberte levantado aún.

Haze agradeció con una de sus pesarosas sonrisas que la humana tratara de tomarle la temperatura y tomó la mano de la joven entre las suyas.

-Ya estoy bien, Princesa -le aseguró besando sus dedos.

-No lo parece -Mireah no podía sacudirse de encima el pesar de su primera mirada.

-Es sólo que estoy cansado. Y sorprendido. Esperaba despertar junto al verdugo y su hacha, y ya ves... Soy un elfo con suerte.

-Cualquiera lo diría -la joven acarició la espalda de Haze con delicadeza, sintiendo bajo su mano los toscos vendajes.

-Las heridas se curan -fue su respuesta, acompañada con otra sonrisa.

-Supongo que sí -y se abrazó a él, recostando su cabeza en su hombro.

-Por supuesto que sí. Tarde o temprano.

Mireah casi hubiera podido creerle. Casi. Pero algo en el modo inconsciente con el que el elfo acarició la cicatriz de su pecho, blanca y tersa por el paso del tiempo, le hizo pensar que no era cierto. Había heridas que no se curaban y sólo Dios sabía por cuántas sangraba Haze.





A media tarde del segundo día Dhan había empezado a dar muestras de nerviosismo, alejándose con la excusa de cazar, buscando tal vez cruzarse con algún viajero que pudiera ponerle al corriente de la situación del Reino. Mireah, nerviosa también por la tardanza de sus amigos y la forzosa inactividad, se entretuvo en adecentar las salas habitables de la casa: quitar el polvo, lavar sábanas, ventilar estancias... Cualquier cosa era mejor que pensar en los miles de motivos por los cuales Jaron y Nawar no se habían reunido aún con ellos.

Y Haze...

El elfo le había echado una mano aquí y allá, pero la mayor parte del tiempo se la pasó sentado a la orilla del lago, en un pequeño muelle donde tal vez antaño reposara alguna barca, mirando al horizonte. Si Mireah se le unía en algún descanso le explicaba historias de los veranos que había pasado allí, de si trepaba tal árbol, de si nadaba junto a tales rocas, pero no volvió a formular ninguna pregunta. No parecía interesado en los detalles de su rescate. Tal vez prefería no pensar en ello. Al fin y al cabo, uno de sus hermanos había tratado de matarle y el otro le había abandonado a su suerte. Y a pesar de la angustia que le roía las entrañas Mireah tampoco le preguntó. Conocía lo suficiente a su elfo como para saber que sólo iba a contarle lo que él le quisiera contar, así que prefirió no forzarle y escuchó con paciencia sus anécdotas, esperando que el conocer su pasado le ayudara a entender su presente.

-Tardan mucho -había opinado Dhan esa noche durante la cena.

-Sus motivos tendrán -Haze se encogió de hombros-. Ya llegarán.

-Pues espero que sea pronto -insistió Dhan-. No podemos quedarnos en esta casa eternamente. Zealor no tardará en buscar por aquí.

-Me sorprende que no lo haya hecho aún -fue la tranquila respuesta de Haze.

-¿Acaso quieres que te capturen de nuevo? -las mejillas de Hund enrojecieron de indignación.

-No. Pero me sorprende igualmente.

-Tal vez esté muerto -intervino Mireah, abriendo la boca por primera vez desde que se habían sentado a la mesa-. Tal vez Nawar le mató finalmente y no nos busca nadie.

Los dos elfos la miraron fijamente como si se hubiese vuelto loca. Finalmente Haze negó con la cabeza.

-Imposible -dijo Dhan.

-¿Y eso?

-Si el Qiam hubiese muerto nos habríamos enterado incluso aquí -Haze acarició su mano en un intento de aplacarla-. Zealor sigue vivo.

Dhan estuvo de acuerdo.

-Las alimañas no mueren así como así.




Al tercer día el humor de Dhan hizo más que evidente que iban a tener que sentarse a trazar algún tipo de plan de acción sin esperar a que sus compañeros se reunieran con ellos o el elfo iba a acabar explotando de pura inactividad.Parte del malhumor del pelirrojo era debida a la actitud pasiva de Haze y así se lo hizo saber a Mireah mientras hervían algo de agua para preparar un estofado.

-¿Te ha contado algo? -Quiso saber al respecto tras haber expresado su malestar.

La humana negó con la cabeza.

-No. Cuando habla conmigo actúa como si no ocurriera nada.

-Pero tú también lo has notado, ¿no?

Mireah se encogió de hombros, pero sí, lo había notado. No se había interesado ni en su rescate, ni en la huida, ni siquiera en los planes que había para el futuro, si es que había alguno. Tan solo se sentaba a la orilla del lago a esperar, ajeno a sus intentos por mantenerse activos.

-Creo que simplemente ha aprendido a ser paciente -aventuró la joven-. ¿Qué más da un día más o menos cuando se está en una celda?

Dhan arrugó el ceño, pero aceptó con un gruñido que podía tener razón.

-Pues su paciencia me pone nervioso -fue todo cuanto dijo.

La princesa rió.

-Y a mí -admitió, palmeando el brazo de su amigo.

Dhan sonrió, e iba añadir algo más cuando Haze, entrando de improviso por la puerta, les provocó un respingo.

-Se acerca alguien.

El pelirrojo se repuso pronto, alargando la mano hacia su espada, que reposaba sobre la mesa de la cocina. Haze y Mireah hicieron lo propio con las suyas, apoyadas en la pared.

-¿Te han visto? -Quiso saber Dhan, agazapado bajo una de las ventanas de la cocina, intentando ver al intruso sin ser visto.

-No estoy seguro -admitió Haze en un susurro, alargando el cuello a su vez.

Esperaron en silencio a que la figura que Haze había divisado se acercara. Fuera quien fuera venía solo y era más que evidente que su paso constante le llevaba hasta la casa.

-Tal vez sea sólo un niño curioso -opinó la princesa, que en lugar de agacharse había optado por colocarse junto a la ventana.

-O tal vez un explorador del Qiam.

Mireah hubiera regañado a Hund por ser siempre tan negativo si no fuera porque eso era precisamente lo que temía y no se atrevía a confesar.

-O tal vez Nawar con los brazos en alto, por si disponemos de algún arco o ballesta y estamos listos para disparar -Con un suspiro de alivio, Haze se puso en pie.- Será mejor que vaya a recibirle.

Y dejando la espada de nuevo apoyada en la pared, salió por la puerta, no sin antes tocar el hombro de la humana en un gesto que pretendía ser tranquilizador. Eso dejó a la joven de nuevo a solas con Dhan, que miraba por la ventana ceñudo hacia la rubia figura que se acercaba.

-¡Dita sea! Al final sí que ha llegado.

Pues ahora que estaba llegando a la verja podían ver que, efectivamente, era Nawar. Aún así, ver un rostro conocido no ayudó a calmar sus nervios.

Al contrario. El elfo venía solo y eso no auguraba nada bueno.

viernes, 15 de mayo de 2009

Segunda parte, Capítulo segundo







No sabía muy bien porqué había decidido no ir hasta Naoine'ar en persona cuando había llegado el primer mensajero, pero el Qiam se arrepintió pronto de ello con la llegada del segundo.

Bien, ¿para qué engañarse? En realidad sí lo sabía. El primer mensaje decía que habían capturado a un elfo cuya descripción coincidía con la de Nawar Ceorl, pero no lo aseguraba. No había querido desplazarse en vano. Además, en caso de ser cierto demostraba cuan poco le interesaba realmente Ceorl.

Pero medio día después de enviar a sus hombres hasta la otra punta del Reino recibió la visita de un segundo mensajero, esta vez de los suyos, con la noticia de que el prisionero había escapado.

-¿Cómo?

El mensajero bajó la cabeza.

-El Oficial al cargo del destacamento de Naoine'ar no estaba muy seguro, señor -reportó-. Por lo visto, la aldea fue atacada por bandidos y cuando quisieron darse cuenta el prisionero no estaba. No descartamos la posible negligencia del oficial, señor.

-¿Bandidos? ¿Tan al este?

-Dice el oficial que abundan en épocas de malas cosechas.

Zealor sonrió, poniéndose en pie. Empezaba a dibujarse una idea en su cabeza y no era del todo desagradable. Según las cuentas del estado la región este había pagado todos sus impuestos con prontitud ese año.

Cogió su capa y se la ciñó a los hombros.

-¿Te pareció que los campos estuvieran especialmente secos? -Le preguntó a su mensajero, indicándole que le siguiera.

-La verdad es que no, señor -respondió el elfo, caminando unos pasos por detrás como requería el protocolo-. Pero había signos más que evidentes de ataque en el pueblo, Señor, y los testigos así lo corroboraron...

-No dudo que fueran atacados, sólo dudo que fueran bandidos.

-¿Cómplices de Ceorl? -el joven mensajero era más rápido siguiendo su hilo de pensamiento que siguiendo sus pasos. Estaba quedándose atrás. Debía de estar realmente cansado.

Salieron al patio y Zealor se detuvo un momento a contemplar el cielo estrellado. La noche era avanzada, pero había suficiente luna como para viajar por los caminos principales.

-Eso mismo pensaba yo -fue todo cuanto dijo, empezando a caminar de nuevo hacia los establos.

Allí empezó a ensillar uno de los caballos él mismo.

-¿Vais a partir ahora? Señoría, Nanoine'ar está muy lejos.

Zealor sonrió de nuevo, divertido.

-Lo sé. Por eso vas a ir tu a Naoine'ar con el más veloz de mis caballos, a decirles a mis hombres que me vengan a buscar a paso de Cunnartan donde les estaré esperando -acabó de ceñir las correas de la silla y le ofreció las riendas al joven soldado.

El elfo las tomó sin protestar a pesar de las más que evidentes muestras de cansancio en su rostro. Varias preguntas bailaban en su ceño medio fruncido, pero no iba a formularlas. Era un buen soldado y por tanto sabía cuando su señor estaba dispuesto a compartir información y cuando no.

-¿Algo más, señor?

-Sí, que detengan al Oficial de guardia de ese pueblucho y lo sustituyan por alguien de confianza mientras se aclara este asunto.

El joven se cuadró.

-Así se hará.

-Y sobretodo no te entretengas, no quiero tener que esperar demasiado.

sábado, 9 de mayo de 2009

Segunda parte, Capítulo primero




SEGUNDA PARTE


Faris llegó a Naoine'ar temprano, cuando la ciudad apenas despertaba, amparado por la fina bruma del amanecer. Era un pueblo pequeño de la zona Oriental del reino. Sólo había estado allí una vez antes, durante unos festejos de aniversario en representación de su padre, el Rey. Lo único que recordaba del lugar era el gentío, los colores y la música, ninguno de los cuales le aguardaban en esa ocasión.

Su carruaje se detuvo frente a la puerta de la guardia, donde, avisados por un mensajero, le esperaban. Los soldados se cuadraron cuando descendió y el príncipe les devolvió el saludo con desgana y prisa.

-¿Donde está? -preguntó sin ceremonia alguna mientras entraba.

-En una de las celdas, señor.

-¿Ha sido avisado el Qiam? -Quiso saber mientras se deshacía de su capa de viaje y la dejaba
caer en una silla.

-Un mensajero estaba a punto de partir.

El joven elfo se relajó con un suspiro.

-Bien. Que parta.

-Sí, Alteza.

Dos de los soldados desaparecieron tras una puerta a una señal de su superior. Todas las órdenes había sido dadas de antemano, pero habían preferido esperarle. Eso le dejó a solas conEmín , el elfo al cargo de la pequeña guarnición. Él era quien le había enviado un mensajero urgente la tarde pasada, antes incluso que al mismísimo Qiam. Había enviado a su mensajero más veloz, que ahora descansaba en Palacio, y él había respondido con el suyo propio segundos antes de partir a su vez. El viaje, tan veloz como su carruaje había permitido, le había dejado cansado, dolorido y malhumorado.

-Quiero hablar con él -le pidió.

-Por supuesto, mi señor.

Emín le guió por los pasillos hasta la zona de las celdas.

-Está en la tercera.

-¿Tenéis más prisioneros?

-¿Aquí? No, señor. Nadie se ha discutido con su vecino por la altura de su seto esta semana.

El príncipe no sonrió. Tan sólo asintió, ceñudo.

-Déjanos solos.

El soldado se cuadró y saludó y dejó al joven a solas con el prisionero de la celda número tres. Faris contó hasta diez para calmarse y finalmente avanzó los quince metros que le faltaban para plantarse frente a la reja de la celda.

Allí, sentado sobre el jergón de paja, sucio y algo magullado, estaba Nawar Ceorl. Su expresión le dio a entender que le había oído conversar conEmín en la puerta y esperaba pacientemente su reprimenda. Eso no mejoró su humor.

-Debería dejar que el Qiam te colgara -fue lo que le dijo finalmente.

Nawar medio sonrió.

-Os agradezco que no lo hagáis, Mi Señor.

-No te hagas el gracioso conmigo. No estás en posición de hacerte el gracioso. ¿Cómo has podido ser tan estúpido?

-¿Habláis de cómo me han capturado?

-Entre otras cosas, sí -el joven resopló, acercándose más a los barrotes-. Se supone que sabes moverte por otras vías.

-Tenía mucho hambre -admitió algo sonrojado-, y realmente no pensé que el Qiam hubiera tenido tiempo de enviar mensajeros tan lejos. Y por supuesto nunca se me ocurrió que nadie fuera a reconocerme aquí.

-¿Quien fue?

-Tareq Gaoth-Nawar elevó las cejas con incredulidad. Sin duda aún pasadas las horas le sorprendía como había ocurrido todo-. ¿Podéis creerlo? No veía a ese idiota desde la escuela. Y resulta que ahora vive en el culo del reino...

Faris se pasó una mano por la cara con cansancio. ¿Le habían capturado porque un compañero de escuela con quien no se llevaba bien le había reconocido? No ganaba nadamaldiciendo y lanzando improperios, así que simplemente suspiró y miró a Nawar a los ojos.

-¿Estabas solo?

-Sí, Señor. Aún no había podido reunirme de nuevo con el resto.

-Pero hace ya tres días que atacásteis al Qiam.

-Lo sé. Quise dar un rodeo, despistar al Qiam si encontraba mi rastro...

-¿Cuan lejos estás de donde deberías?

-No mucho, la verdad. Si no me hubieran capturado hubiera llegado allí en un par de horas.

El príncipe se sentó en el suelo y apoyó la espalda contra la pared. Eso no era demasiado bueno.

-¿Por qué?

-¿Por qué que?

-¿Por qué arriesgarlo todo para rescatar a un traidor al Reino?

Nawar hizo un mohín. Sin duda esperaba la pregunta, pero no sabía muy bien como responderla.

-Haze Yahir posee información muy valiosa -dijo finalmente-. No podía dejarle morir.

-¿Sobre los humanos?

-¿Cómo...?

-El Qiam me dijo que había una humana con vosotros -Faris se dio cuenta que si seguía dando rodeos Nawar iba a seguir ocultándole cosas-. ¿Hay más? ¿De donde han salido? ¿En qué nos has metido exactamente?

-¡Yo no os he metido en nada! -protestó su subordinado-. Me he metido, en todo caso.

-Me hiciste intervenir a favor de tus tíos -le recordó- y he tenido que venir hasta, como tu lo llamas, el culo del Reino dejando desatendidos unamiriada de asuntos oficiales, así que no me vengas con cuentos y responde a mi pregunta.

Nawar suspiró.

-Al menos ya estáis sentado...



Cuando hubo acabado de relatarle a su príncipe todo lo que había podido averiguar en las últimas semanas, éste guardó silencio. Nawar hubiera querido poderposponer ese momento, pues todo cuanto tenían eran conjeturas y verdades a medias que no servían para nada. Pero claro, dadas las circunstancias... En el fondo era una suerte que Faris hubiera sido el primero en ir a verle. No iba a vivir mucho más, de todos modos, y si el Qiam le arrancaba lo que sabía mediante tortura, mejor que su señor estuviera también al corriente.

Finalmente Faris se puso en pie, pasando una mano por su corto cabello rubio. Sus ojos azules reflejaban determinación.

-Esto es lo que vamos a hacer -le dijo, andando arriba y abajo de la habitación-. El mensajero ha salido no hace mucho, así que Yahir no vendrá a por ti hasta bien entrada la tarde. Yo me iré, dejando instrucciones claras de que vayan preparándote para cuando llegue el Qiam. A media mañana, sin embargo, unos encapuchados atacarán el pueblo.Emín tiene apenas una docena de hombres, nadie podrá quedarse vigilándote.

-¿Emín dejará mi puerta abierta? -Quiso saber Nawar, que veía por donde iban los tiros. Pero aunque ese Emín fuera leal a su señor (¿Porque nunca le ponía al corriente de cuantos activos tenía en realidad?) era una maniobra muy arriesgada.

-Será un despiste más que comprensible. Yo mismo intercederé a su favor si hace falta.

-No deberías arriesgaros tanto -reprendió a su joven señor.

-Tú mismo lo has dicho, Haze Yahir posee información importante -respondió éste con un además de impaciencia-. Cuando seas libre, ve directo a por el resto yllévalos a Sealgaire'an.

-¿A Sealgaire'an? ¡Faris, eso es una locura! -le recordó, abandonando toda ceremonia.

-Quiero hablar con Haze Yahir, y no puedo ir hasta Fasqaid. No puedo pasar tanto tiempo lejos de mis obligaciones. Así que los llevaras donde yo te diga -el príncipe detuvo su deambular y le mirófijamente a los ojos, toda su real autoridad concentrada en su ceño fruncido-. Me debes eso y mucho más, Ceorl, así que no hagas que me arrepienta de haber confiado en ti.

-No, Señor -respondió de mala gana.

-Bien. ¿Lo has entendido todo?

-Sí. En cuanto me dejen solo me escapo, recojo a Yahir y quien esté con él y los llevo a vuestra residencia particular -masculló.

-Bien -repitió el príncipe-. Nos vemos en dos días entonces.

-¿Dos días?

Pero Faris ya no respondió. Tan sólo el dio la espalda y se encaminó hacia la puerta, dejando solo de nuevo. Sabía perfectamente que debería estar agradecido y aliviado de que existiera un plan de rescate, pero no le gustaba que su Señor se expusiera tanto.

En fin, no tenía mucha más opción, a no ser que no huir y dejar que el Qiam le cortara la cabeza contara. Así que lo mejor era que se fuera preparando para contarle a Haze que su sobrino se había largado a tierras humanas pero que no podían ir a buscarle porque el Príncipe de la Nación deseaba verle.

Sí, seguro que iba a ser fácil...

sábado, 2 de mayo de 2009

Capítulo cuatrigésimo sexto




Aún quedaba una pequeña franja de luz en el cielo cuando Jaron divisó por fin Leahpenn. Agotado, se detuvo un momento a tomar aire. Tras varias de caminar solo sin más ayuda que las confusas indicaciones de Nawar, el muchacho empezaba a pensar que tal vez se había precipitado. No era que no tuviera ganas de regresar a la abadía y olvidarse de los elfos de una vez, claro, pero...

"Pero igual tampoco tienes tantas ganas", se confesó a sí mismo.

El chico se dejó caer a plomo, sentándose sobre una raíz que sobresalía.

Todas estas horas de pensar y darle vueltas al asunto no le habían servido de nada excepto para confundirle más si cabía.

Por un lado, Nawar le había dejado marchar con relativa facilidad y eso le había descolocado enormemente. Él había dado por sentado que el elfo seguía con ellos porque siendo él un medioelfo, o un mediohumano, como fuera que quisieran verlo, podía interesar a la gente a la que trabajaba. Pero al final había resultado que era Haze y la información sobre Zealor que este pudiera poseer lo que le interesaba.

No era que tuviera demasiada importancia ni hubiera influido en nada en su decisión, por supuesto, pero vaya...

"No sirves ni como as en la manga", pensó con acritud, echándose un puñado de bayas en la boca.

Sobre su supuesta familia había tratado de no pensar, pero claro, no se le había dado muy bien. La verdad era que irse sin saber si Haze iba a estar bien había sido un poco egoísta por su parte. Aunque hubiese decidido que no quería vivir escondido junto a su tío el resto de su larga vida de elfo debía reconocer que Haze era el único que se había precupado algo por él. Vale, lo había hecho por motivos retorcidos que no alcanzaba a comprender, pero se había preocupado al fin y al cabo, como Mireah, y él huía de ellos con el rabo entre las piernas.

Decididamente, eso no había estado bien.

"Y además", pensó, mascando el último puñado de bayas que le quedaba, "no te has despedido de Alania..."

Nawar parecía muy seguro de que la muchacha había regresado a Leahpenn y aunque fuese un engreído y un fanfarrón, lo cierto era que el elfo no solía equivocarse en esas cosas.

Recordaba la casa de los HUnd, así que, amparado en la penumbra del ocaso, el chico se escurrió hasta la casa de su amiga por las vacías calles de la ciudad.

Había luz en su interior y se intuía algo de movimiento tras las cortinas. Parecía que sí había alguien en casa.

Quzás podría picar a su puerta, cenar algo y descansar en una cama, saber si Alania estaba bien, si sabía algo de lso demás, despedirse como Dios mandaba...

Iba a salir de su escondite cuando la puerta se abrió.

El corazón de Jaron dio un vuelco al ver salir de allí a Zealor Yahir, acompañado de dos soldados. El Qiam vestía de nuevo su túnica ceremonial mientras uno de sus soldados cerraba la puerta tras ellos.

Decenas de explicaciones acudieron a su mente, y las que no eran malas eran peores. ¿Habría capturado a los fugitivos y venía a comunicarlo a sus familias? ¿Estaba incumpliendo su promesa el Qiam y había venido a arrestar a al familia de Dhan?

De repente vio como el Qiam gesticulaba y sus dos hombres se apostaban a lado y lado de la calle, vigilando la puerta. Jaron los veía perfectamente desde su escondite, pero dedujo que no se les vería desde la puerta de los Hund. Pretendían espiar quien entraba y quien salía de la casa.

El medioelfo se recostó contra la pared y se dejó resbalar hasta el suelo. Ir a casa de Alania quedaba totalmente descartado.

Con un suspiro sacó del bolsillo el segundo mapa, el que indicaba el camino hasta Fasqaid, y lo miró durante unos segundos. Cuando Nawar se lo había entregado había sentido deseos de romperlo delante del elfo para demostrarle cuan poco le importaba lo que pudieran hacer a partir de ahora. Pero una parte de sí mismo, la que sabía que eso era mentira, le había impelido a guardarlo.Y ahora, a pocos kilómetros de la frontera con Meanley y por tanto a pocos kilómetros de tierras humanas, supo por fin para qué lo había guardado.

Buscó una piedra de un tamaño similar al de su puño y la envolvió con el mapa. Luego, siempre con cuidado de no ser visto por los soldados del Qiam, rodeó la casa de los Hund buscando la ventana de la habitación de Alania.

No tenía tan buena puntería a manos desnudas como con el arco, pero aún así no falló. La gruesa cortina amortiguó algo el ruido del cristal al romperse, pero aún así Jaron se quedó quieto en su sitio hasta que estuvo seguro que ningún guardia iba a venir corriendo hasta su posición para averiguar qué se había roto.

Lo que sí vio fue una luz encenderse en la habitación. La ventana se abrió y Alania se asomó, escudriñando las sombras, y junto a ella una elfa que el muchacho dedujo sería su madre. Jaron desechó la idea de salir de su escondite y saludarlas, por infructuosa e insensata, pero no se movió hasta que la elfa adulta obligó a Alania a entrar de nuevo, cerrando la ventana, no sin antes lanzar una última mirada hacia las calles, a medias asustada, a medias suspicaz.

Cuando Jaron finalmente siguió su camino hacia la dirección en la que más o menos sabía que se encontraba Meanley la noche ya había caído definitivamente y a pesar de las circunstancias apreció la ironía de estar escapando furtivamente al amparo de la noche del mismo lugar al que no hacía tanto entrara, furtivamente, al amparo del amanecer.




FIN DE LA PRIMERA PARTE