sábado, 23 de mayo de 2009

Segunda parte, Capítulo tercero




Al segundo día de ocultarse en Fasgaidh dejó Mireah de preocuparse por la salud de Haze y empezó a preocuparse por su ánimo.

El día anterior había despertado apenas, confuso y aún febroso, y se había dejado cuidar. Había preguntado poco, tal vez demasiado cansado como para indagar nada, tal vez simplemente demasiado delirante como para distinguir la realidad. Había recuperado fuerzas durante el día y por la noche, finalmente, había dejado la habitación para comer con ellos en la cocina.

No preguntó donde estaban pues era obvio que reconoció el lugar, ni preguntó por el estado de la casa. Tal vez lo intuyó, o no le importaba demasiado. Sin embargo, sí preguntó por el resto y tuvieron que admitir que no lo sabían, que se había separado y que, a pesar de haberles dejado pistas sobre su paradero, aún no sabían nada de ellos.

-¿Jaron está con Nawar?

-Sí -Mireah le tomó la mano al responder, ocultándole el hecho de que el Qiam estaba también con él la última vez que lo habían visto.

Había asentido, como quien confirma lo que ya sospechaba.

-Entonces llegarán.

Después comió en silencio. Poco, despacio, como si mascara pensamientos en lugar de correoso conejo.

Mireah había intercambiado una mirada con Dhan, pero el elfo le había indicado con un gesto que tuviera paciencia. La princesa sabía que tenía razón, así que se limitó a comer a su vez sin soltar la mano de su amado. Aún estaba débil y cansado. Necesitaba tiempo para descansar.

Pero al segundo día amaneció más fuerte, ya sin fiebre, mas igualmente silencioso y taciturno.

La princesa le encontró al despertar ya sentado al borde de la cama, con la cabeza apoyada en las manos juntas y la mirada en algún punto más allá del paisaje que se entreveía por la ventana mal cerrada. Se sobresaltó al sentir movimiento junto a él y se volvió. Algo ensombrecía su mirada, pero fue sólo un instante Pronto se relajó y volvió a ser el de siempre.

-Buenos días, dormilona -le dijo mientras se incorporaba, tan tranquilo, tan sereno...

-No deberías haberte levantado aún.

Haze agradeció con una de sus pesarosas sonrisas que la humana tratara de tomarle la temperatura y tomó la mano de la joven entre las suyas.

-Ya estoy bien, Princesa -le aseguró besando sus dedos.

-No lo parece -Mireah no podía sacudirse de encima el pesar de su primera mirada.

-Es sólo que estoy cansado. Y sorprendido. Esperaba despertar junto al verdugo y su hacha, y ya ves... Soy un elfo con suerte.

-Cualquiera lo diría -la joven acarició la espalda de Haze con delicadeza, sintiendo bajo su mano los toscos vendajes.

-Las heridas se curan -fue su respuesta, acompañada con otra sonrisa.

-Supongo que sí -y se abrazó a él, recostando su cabeza en su hombro.

-Por supuesto que sí. Tarde o temprano.

Mireah casi hubiera podido creerle. Casi. Pero algo en el modo inconsciente con el que el elfo acarició la cicatriz de su pecho, blanca y tersa por el paso del tiempo, le hizo pensar que no era cierto. Había heridas que no se curaban y sólo Dios sabía por cuántas sangraba Haze.





A media tarde del segundo día Dhan había empezado a dar muestras de nerviosismo, alejándose con la excusa de cazar, buscando tal vez cruzarse con algún viajero que pudiera ponerle al corriente de la situación del Reino. Mireah, nerviosa también por la tardanza de sus amigos y la forzosa inactividad, se entretuvo en adecentar las salas habitables de la casa: quitar el polvo, lavar sábanas, ventilar estancias... Cualquier cosa era mejor que pensar en los miles de motivos por los cuales Jaron y Nawar no se habían reunido aún con ellos.

Y Haze...

El elfo le había echado una mano aquí y allá, pero la mayor parte del tiempo se la pasó sentado a la orilla del lago, en un pequeño muelle donde tal vez antaño reposara alguna barca, mirando al horizonte. Si Mireah se le unía en algún descanso le explicaba historias de los veranos que había pasado allí, de si trepaba tal árbol, de si nadaba junto a tales rocas, pero no volvió a formular ninguna pregunta. No parecía interesado en los detalles de su rescate. Tal vez prefería no pensar en ello. Al fin y al cabo, uno de sus hermanos había tratado de matarle y el otro le había abandonado a su suerte. Y a pesar de la angustia que le roía las entrañas Mireah tampoco le preguntó. Conocía lo suficiente a su elfo como para saber que sólo iba a contarle lo que él le quisiera contar, así que prefirió no forzarle y escuchó con paciencia sus anécdotas, esperando que el conocer su pasado le ayudara a entender su presente.

-Tardan mucho -había opinado Dhan esa noche durante la cena.

-Sus motivos tendrán -Haze se encogió de hombros-. Ya llegarán.

-Pues espero que sea pronto -insistió Dhan-. No podemos quedarnos en esta casa eternamente. Zealor no tardará en buscar por aquí.

-Me sorprende que no lo haya hecho aún -fue la tranquila respuesta de Haze.

-¿Acaso quieres que te capturen de nuevo? -las mejillas de Hund enrojecieron de indignación.

-No. Pero me sorprende igualmente.

-Tal vez esté muerto -intervino Mireah, abriendo la boca por primera vez desde que se habían sentado a la mesa-. Tal vez Nawar le mató finalmente y no nos busca nadie.

Los dos elfos la miraron fijamente como si se hubiese vuelto loca. Finalmente Haze negó con la cabeza.

-Imposible -dijo Dhan.

-¿Y eso?

-Si el Qiam hubiese muerto nos habríamos enterado incluso aquí -Haze acarició su mano en un intento de aplacarla-. Zealor sigue vivo.

Dhan estuvo de acuerdo.

-Las alimañas no mueren así como así.




Al tercer día el humor de Dhan hizo más que evidente que iban a tener que sentarse a trazar algún tipo de plan de acción sin esperar a que sus compañeros se reunieran con ellos o el elfo iba a acabar explotando de pura inactividad.Parte del malhumor del pelirrojo era debida a la actitud pasiva de Haze y así se lo hizo saber a Mireah mientras hervían algo de agua para preparar un estofado.

-¿Te ha contado algo? -Quiso saber al respecto tras haber expresado su malestar.

La humana negó con la cabeza.

-No. Cuando habla conmigo actúa como si no ocurriera nada.

-Pero tú también lo has notado, ¿no?

Mireah se encogió de hombros, pero sí, lo había notado. No se había interesado ni en su rescate, ni en la huida, ni siquiera en los planes que había para el futuro, si es que había alguno. Tan solo se sentaba a la orilla del lago a esperar, ajeno a sus intentos por mantenerse activos.

-Creo que simplemente ha aprendido a ser paciente -aventuró la joven-. ¿Qué más da un día más o menos cuando se está en una celda?

Dhan arrugó el ceño, pero aceptó con un gruñido que podía tener razón.

-Pues su paciencia me pone nervioso -fue todo cuanto dijo.

La princesa rió.

-Y a mí -admitió, palmeando el brazo de su amigo.

Dhan sonrió, e iba añadir algo más cuando Haze, entrando de improviso por la puerta, les provocó un respingo.

-Se acerca alguien.

El pelirrojo se repuso pronto, alargando la mano hacia su espada, que reposaba sobre la mesa de la cocina. Haze y Mireah hicieron lo propio con las suyas, apoyadas en la pared.

-¿Te han visto? -Quiso saber Dhan, agazapado bajo una de las ventanas de la cocina, intentando ver al intruso sin ser visto.

-No estoy seguro -admitió Haze en un susurro, alargando el cuello a su vez.

Esperaron en silencio a que la figura que Haze había divisado se acercara. Fuera quien fuera venía solo y era más que evidente que su paso constante le llevaba hasta la casa.

-Tal vez sea sólo un niño curioso -opinó la princesa, que en lugar de agacharse había optado por colocarse junto a la ventana.

-O tal vez un explorador del Qiam.

Mireah hubiera regañado a Hund por ser siempre tan negativo si no fuera porque eso era precisamente lo que temía y no se atrevía a confesar.

-O tal vez Nawar con los brazos en alto, por si disponemos de algún arco o ballesta y estamos listos para disparar -Con un suspiro de alivio, Haze se puso en pie.- Será mejor que vaya a recibirle.

Y dejando la espada de nuevo apoyada en la pared, salió por la puerta, no sin antes tocar el hombro de la humana en un gesto que pretendía ser tranquilizador. Eso dejó a la joven de nuevo a solas con Dhan, que miraba por la ventana ceñudo hacia la rubia figura que se acercaba.

-¡Dita sea! Al final sí que ha llegado.

Pues ahora que estaba llegando a la verja podían ver que, efectivamente, era Nawar. Aún así, ver un rostro conocido no ayudó a calmar sus nervios.

Al contrario. El elfo venía solo y eso no auguraba nada bueno.

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