sábado, 26 de septiembre de 2009

segunda parte, capítulo vigésimo-primero




No sabía muy bien a donde ir, así que tiró hacia Fasqaid de modo inconsciente, aunque era el último lugar del mundo al que quería regresar. No había nada en aquella casa más que malos recuerdos y una promesa de muerte grabada a fuego en las paredes que no podía borrarse. Había intentado regresar a vivir allí cuando las cosas se habían calmado hacía más de sesenta años, antes de instalarse en la cabaña del bosque, pero había sido inútil. Se asfixiaba en esas cuatro paredes y le había sido imposible conciliar el sueño ni una sola noche, temeroso de que el Qiam cayera sobre él en cualquier momento. Aún así, ¿donde podía ir? Ahora que su único contacto con el mundo había muy posiblemente muerto, él volvía a estar muerto también. Zealor no volvería a buscarle allí y él no pensaba volver a buscar a Zealor.

Pero cuando llegó, bien entrada la tarde, vio el movimiento.

Una parte de sí se alegró de que Dhan estuviera vivo, pero una pequeña parte no tanto. Si Dhan seguía vivo su vínculo con el mundo también. No se acercó. No quería seguir vivo para el mundo. Así que se quedó por el bosque, esperando a que se fueran y dejaran su tumba vacía.

Desde lejos los observó por tres días. Vio a la humana salir y entrar de la casa varias veces durante el primer día. Dhan también iba y venía. Si lo conocía bien debía estar hecho un manojo de nervios a punto de explotar. Se preguntó porqué seguía allí con ellos en lugar de irse a su casa y dedujo que era porque no podía.

A partir del segundo día vio también a Haze. Seguía vivo, lo cual quería decir que la misión había sido un éxito. Qué bien… De nuevo la sensación de que debería alegrarle que su hermano pequeño viviera chocaba de frente contra su rencor. Además, no vio ni rastro de Nawar o del chico. ¿Estarían muertos? No sentía un aprecio especial por ninguno de los dos, pero le parecía un mal cambio por la vida de su hermano. Haze no valía dos vidas y el exilio forzado de Dhan.

Ese día pasó lento y largo y Jaron llegó a creerse que no tenían intención de dejar Fasqaid jamás. Pero al tercer día, cuando ya se había hecho a la idea de irse en busca de algún otro lugar en el que esconderse del mundo, llegó Nawar.

Solo, sin el chico, pero vivo. ¿Estaría también vivo el muchacho? Tal vez lo había puesto a buen recaudo, con alguno de los contactos que decía poseer. Haze hizo entrar al rubio y durante más de media hora no hubo movimiento alguno en la casa.

Y entonces llegó el Qiam y rodeó la casa y Jaron observó como de nuevo las llamas tomaron Fasqaid con un extraños nudo en las entrañas.





Se había detenido a pasar la noche en un pueblo del cual ni siquiera había preguntado el nombre, agotada después de horas y horas de andar, y allí, al amanecer, había conseguido que alguien la llevara en carro hasta el cruce de caminos.

-Hace años que nadie pregunta por el caserón -le explicó el buhonero-. Desde que la curiosidad por la muerte del difunto Señor Yahir se enfrío que uno apenas oye nombrarla a algún chiquillo que otro.

Mintió a medias. Dijo ser amiga de la familia, hacer años desde la última vez que visitara el lugar. Iba a presentar sus respetos, nada más. El elfo asintió, comprensivo, y se ofreció a venir a recogerla más tarde en el mismo lugar.

-No es necesario. Había pensado caminar luego hasta Nanoin'ear por el viejo camino.

El elfo pareció alegrarse de que alguien aún recordara los viejos caminos de montaña, pero le advirtió que la maleza se había adueñado de muchos de ellos, que fuera con cuidado. Ella prometió que lo tendría y el buhonero finalmente la dejó. Layla Hund se encontró sola en el camino que conducía a Fasqaid, lar solariega de los Yahir. La elfa suspiró y arrancó a andar, tratando de no pensar en cómo reaccionaría al ver a su marido sin mucho éxito.





El corazón le dio un vuelco al ver las cenizas.

Las vio a lo lejos y se sintió impelida a correr, en la dirección que fuera, para no verlas, pero su cuerpo no quiso escucharla. Él siguió hasta el solar donde una vez se alzara la casa, ahora negro de hollín, cenizas y cascotes. No quedaba nada. No quedaba nadie...

Paseó como aturdida por los restos del leviatán, lo suficiente como para intuir que aquello era reciente. No hacía falta ser un experto para darse cuenta que esas ruinas no eran de hacía sesenta y siete años. No hacía falta ser un experto para sumar dos y dos.

Se dejó caer sobre lo que tal vez fue un día una columna y hundió el rostro entre las manos. No iba a llorar, no por él. Dhan había sido estúpido y se había metido donde no debía, había metido a Alania donde no debía. Él solo se había buscado problemas con el Qiam, había traicionado a la Nación...

No hubiera sabido cuanto tiempo estuvo allí, llorando como una chiquilla, cuando una mano se posó en su hombro.

Con un respingo se puso en pie y se volvió hacia un elfo de rostro quemado. Sabía quien era, Alania había sido muy fiel en su descripción.

-Jaron Yahir...

-No estaban en la casa, Layla -le dijo.

Ella sintió que iba a echarse a llorar de nuevo, así que se mordió el labio por dentro y esperó a que el elfo continuara.

-Vi el gesto de fastidio de Zealor cuando se fue. No estaban en la casa cuando ardió. Tu marido sigue vivo.

La elfa cerró los ojos y tomó una fuerte inspiración. Jaron no mentía, lo podía sentir en su voz. No era una mentira piadosa. Dhan estaba vivo en algún lugar.

Abrió los ojos de nuevo y abofeteó a Yahir.

-¡Todo esto es por tu culpa!

-¿Por mi culpa? ¿Te has vuelto loca, mujer?

-¡Años! ¡Llevo años pensando que mi marido tenía una amante en algún lugar! -sintió lágrimas de nuevo en los ojos pero estaba demasiado enfadada para contenerse-. ¡Años pensando que se había casado conmigo por conveniencia, que en realidad amaba a otra! ¡Y era tú, maldita sea! ¿Por qué demonios tuviste que fingir que estabas muerto? ¿Por qué todo este maldito teatro y secretismo?

-Zealor nunca me hubiera dejado en paz -se defendió irritado.

-¡Podíais haber contado la verdad! ¡La Nación te adoraba! ¡Te hubiesen creído! Podíais haber impedido que Zealor llegara hasta donde ha llegado y os callasteis como dos estúpidos cobardes.

-No tenía motivos para seguir viviendo, no quería que nadie más supiera de mí.

-Excepto Dhan -fue su réplica, más clamada pero aún furiosa con él. No. No con él. Estaba furiosa con Dhan, pero no le tenía a mano.

-Si no fuera por tu marido, yo estaría muerto.

-Y si tu estuvieras muerto, mi marido ahora estaría en casa, con su familia -le espetó. Para alguien que no quería seguir vivo, parecía muy agradecido de estarlo-. le prohibiste que dijera nada, y él prefirió complacerte a ti que complacerme a mi. Podíais habérmelo contado. Yo también era tu amiga, hubiera guardado tu secreto.

Jaron Yahir no respondió a esto y el silencio cayó entre ellos. Era evidente que él no tenía nada más que decirle a ella y ella estaba demasiado cansada como para seguir esa discusión.

Se llevó las manos a la cara, secándose los ojos y serenándose. Cuando las bajó Jaron Yahir le daba la espalda y miraba hacia el lago.

-Alania y yo creíamos que se escondían en esta casa-le dijo, tratando de llenar el incómodo silencio.

-Y se escondían en ella, sólo que escaparon a tiempo -el elfo apenas volvió un poco la cabeza, ofreciéndole su perfil bueno. Visto así casi podía reconocer al apuesto elfo que su marido, entonces prometido, le presentara una tarde otoño. Claro que aquel elfo sonreía la mayor parte del tiempo.

-¿Como sabes todo eso? -Layla frunció de nuevo el ceño. Su armisticio no había durado mucho-. Estabas escondido otra vez -no lo preguntó.

-Dhan eligió ayudar a mi hermano. Ya no es asunto mío.

Layla tuvo que hacer acopio de voluntad para no abofetearlo de nuevo.

-No eras tan cobarde cuando te conocí.

-Esto no tiene nada que ver con el valor.

-Claro que lo tiene, pero si te sientes mejor mintiéndote a ti mismo... -suspiró, cansada. No iba a sacar nada de Jaron Yahir, ni ayuda ni consuelo -¿Y que vas a hacer ahora? ¿Esconderte en el bosque como un animal el resto de tu vida?

Vio en el relampagueo de sus ojos violeta que había metido el dedo un la llaga, en una de ellas al menos. Pero Yahir, como ella misma, tampoco parecía querer una discusión. Por fin se volvió de nuevo y de nuevo el rostro maltrecho estaba frente a ella, destruyendo la ilusión. Ese era Jaron Yahir ahora, feo, hosco y triste. Debía dejar atrás el recuerdo que conservaba si quería que doliera menos.

-No deberías haber venido, Layla. Regresa a tu casa, cuida de tu hija, llora a Dhan como si hubiera muerto ya. Será lo mejor para todos.

La elfa tragó saliva, desanudando su garganta antes de volver a hablar.

-¿Crees que puedo regresar a casa? ¿De veras eres tan idiota como para creer que Zealor no me busca a mi también?

-Tu no sabías nada -y por primera vez su preocupación parecía genuina.

-Vino a interrogar a Alania, puso guardias alrededor de mi casa -le explicó-. Me escapé de su vigilancia porque en Leahpenn todo el mundo quiere a Dhan y me ayudaron a planear una fuga. Si no fuera por ellos, seguiría encerrada en casa, con una hija que no me habla porque cree que he abandonado a su padre a su suerte y dos soldados en guardia constante vigilando mi puerta. Creí que le encontraría -"y le chillaría y le gritaría y lloraría y le abrazaría", pensó, pero no lo dijo-. No había planeado esto... -señaló las ruinas-. No tengo a donde ir.

Yahir suspiró y alzó los ojos al cielo, como buscando una respuesta.

-Dhan había entrado en contacto con alguna gente -le dijo, aún mirando el cielo, aún rehuyendo su mirada-. Gente que conoció a Sarai, que vivió aquellos días... Puedo llevarte hasta alguno de ellos. Estoy seguro que te ocultarían gustosos.

-¿Y qué? ¿Pasarme el resto de mi vida encerrada?

-Layla, has desafiado a Zealor. No sé si entiendes realmente lo que eso significa. No sólo porque sea el Qiam.

-Me estás pidiendo que me rinda.

-Te estoy ofreciendo sobrevivir -fue su tranquila respuesta-. Dhan parecía muy seguro de que el regreso de mi hermano Haze podía ayudarnos a hundir al Qiam. ¿Quién sabe si lleva razón? Te ofrezco llevarte a un lugar donde puedas ocultarte hasta que lo sepamos.

Layla lo pensó, pero no tenía mucha opción, ¿verdad? O daba vueltas por los bosques de toda la Nación buscando a su marido, arriesgándose a que los hombres del Qiam dieran con ella, o esperaba al menos a tener noticias de Dhan. Buenas, si podía ser.

-De acuerdo, llévame.

sábado, 19 de septiembre de 2009

segunda parte, capítulo vigésimo





Zealor había dormido apenas tres horas esa noche después de un infructuoso viaje de ida y vuelta a la otra punta de la nación. Ya no tenía 130 años, su resistencia no era la de antes. Podía sentirlo en su resentida espalda y sus doloridas piernas. Por no mencionar la sensación de que Haze se le había escapado de entre los dedos, otra vez.

Así que cuando entró el capitán de su guardia en su despacho a darle la noticia de que tanto la esposa como la hija de Hund se habían escapado de la vigilancia de sus hombres no estaba de humor para ser clemente.

-De modo que dos mujeres se han escapado de la vigilancia de mis Guardia Personal, la supuesta élite de la Nación. ¿Se puede saber cómo ha sucedido? ¿O tampoco sabéis eso?

-Lady Hund salió a comprar al mercado, Señoría. Mis hombres la siguieron hasta allí y estuvieron vigilándola mientras compraba. Según fui informado, no había nada sospechoso en su actitud. Sin embargo, cuando mis hombre la siguieron al interior de una taberna ya no estaba allí.

-Las mujeres no se desvanecen en el aire, Capitán.

-Lo sabemos, señor. Por eso buscamos por todo el local, pero no encontramos nada. Ni trampillas ni falsas puertas. Nada.

-¿Y la niña?¿ También se desvaneció?

-Creemos que se escapó aprovechando que su madre la había dejado al cuidado de una vecina.

El Qiam cruzó las manos y apoyó la barbilla en los pulgares con cansancio. Contó hasta diez, despacio, reteniendo el control sobre sí mismo.

-¿Ha sido interrogada la vecina?

-Se encuentra detenida ahora mismo, señor. Dice no saber nada.

-Como tampoco sabrá nada el dueño del local donde desapareció Lady Hund.

-Tanto él como sus trabajadores están ahora mismo bajo custodia, Señoría, a la espera de esclarecer los hechos.

-Esclarecedlo, pues -Estaba realmente muy cansado como para ser molestado con nimiedades-. Y tomad el local también. Tendremos que subastarlo para sufragar los gastos del juicio al que serán sometidos.

-Dadlo por hecho, Señoría.

-Eso espero. ¿Y los guardias que se encargaban de su vigilancia?

-A la espera de sus órdenes, Excelencia.

Zealor lo pensó. Podía acusarlos de traición y decir que ayudaron a las elfas a escapar, pero sería admitir una fisura en sus tropas, corrupción y debilidad, y las tropas del Qiam no podían ser débiles.

-Los quiero degradados -dijo finalmente-, en infantería. Quiero que, si se diera el triste caso de que estalle una guerra, estén en primera linea.

-Suele haber muchas bajas en infantería –opinó el Capitán casualmente, el atisbo de una sonrisa curvando sus labios.

Eso era lo que le gustaba de su Capitán, uno no tenía que entrar en engorrosos detalles.

-En cuanto a las damas...

-¿Señor?

-Creo que su fuga demuestra que no son inocentes del crimen de traición cometido por su cabeza de familia -mientras hablaba, Zealor empezó a redactar la orden-. Quiero que toda la nación sepa que Layla y Alania Hund han de ser consideradas, a partir de este momento, traidoras a la Nación y por tanto enemigas de todos los elfos. Ofreced recompensa por ellas, si puede ser vivas, y avisad que todo aquel que las ayude deberá atenerse a las consecuencias. Así mismo, estableced vigilancia en todas las propiedades de los restantes miembros de la familia Hund, independientemente de su importancia o rango. Y esta vez poned a alguien competente al frente de esa labor.

-Así se hará. Excelencia.

-Ve, pues -dijo, firmando el papel y entregándoselo-, y que sea la última vez que los hombres bajo tu mando me avergüenzan.

-Señoría.

El Capitán se inclinó a modo de despedida e iba a irse, dejando solo a su señor en su despacho cuando el Qiam lo llamó de nuevo.

-Un momento, Capitán -esperó a que el soldado volviera la vista hacia él-. Y tal vez deberíamos continuar con nuestra vigilancia de la casa de los Hund. Sería terriblemente desafortunado que vándalos y ladrones la destrozaran mientras no hay nadie en ella.

-Una auténtica desgracia, señor -fue todo cuanto dijo el Capitán con una nueva inclinación antes de irse definitivamente.

Realmente esperaba que esta vez no le decepcionaran. Iba a ser difícil encontrar a alguien que sustituyera al agudo Capitán.

Con un suspiro de resignación, Zealor se pasó una mano por la cara antes de ponerse manos a la obra. En unos días no iba a importar demasiado, pero por ahora tenía que guardar las apariencias. Tenía varias sentencias que firmar, castigos que imponer, ejemplos que sentar... De veras que no veía el momento de que los burdos humanos entraran con su ejército y acabaran con el tedioso gobierno de la Nación.

viernes, 11 de septiembre de 2009

segunda parte, capítulo decimonoveno




En los corrillos que se formaban aquí y allá se hablaba de muchas cosas. Unos comentaban, sotovocce y en confidencia, que sin duda el Príncipe debía de haber enloquecido. No pocos habían oído el rumor de la desaparición de Mireah, su hija, y la opinión general era que Jacob había preferido creer que los elfos la habían secuestrado antes que aceptar que muy posiblemente había huído con algún hombre. O alguna mujer, decían los maliciosos recordando lo poco femenina que les pareció siempre la princesa.

Otros aceptaban que tal vez el príncipe tuviera razón. Quien más quien menos tenía un pariente que alguna vez había creído oír algo en el bosque, algún conocido que había muerto o desaparecido sin explicación. No eran pocos los que conocían historias de niños robados durante la noche, niños que nunca habían de regresar.

Otros hablaban de cosas más prácticas: las tiendas, las armas que portaban y que no sabían usar, que si Fulano le debía tanto de aquella compra, que si Mengano se iba a casar en un mes...

En los corrillos se hablaba de muchas cosas para evitar hablar de cómo los hombres de su señor los habían arrancado de sus casas, de sus mujeres, de sus madres, de sus hijas, para vestirles de hierro y armarles y lanzarles de cabeza a un mundo que no era suyo, a una guerra que no les importaba lo más mínimo pero que, si su señor no estaba loco, iban a tener que luchar igualmente.

Esa mañana el tema de conversación con el que intentaban llenar el vacío era Rodwell, el muchacho reclutado la tarde anterior. Por lo visto era bueno con el arco, muy bueno, y nadie sabía muy bien de donde había salido.

-Te digo yo que no de mi pueblo no es -afirmaban algunos.

-Pues en el nuestro no lo habíamos visto nunca antes.

-Tal vez ha venido de algún otro principado.

-¿A luchar contra leyendas?

-Ya sabes como son los jóvenes -concluían.

Pero el tema no moría, porque era mejor que volver a hablar de los elfos o de la guerra o de sus madres y sus esposas.




Jaron no se sentía cómodo allí, pero no sabía como escapar de esa situación. Los instructores habían visto el arco y habían querido saber si sabía usarlo. Jaron sabía que había sido un error. Hubiera tenido que fallar a posta, así le hubieran dado una pica como a los otros chicos y le hubieran dejado en paz. Pero entonces tal vez le hubieran arrebatado el arco y le aterraba pensar en que un arco élfico llegara a manos del Príncipe.

Para variar, estaba atrapado entre dos aguas y se dejaba llevar por la corriente.

Los demás chicos habían abandonado su actitud indiferente para substituirla por otra más bien recelosa. A estas alturas ya habían hablado todos entre sí y llegado a la conclusión de que nadie le conocía. ¿Quien era y dónde salía? Su nombre no era de la zona. Parecía no tener donde caerse muerto, ¿de donde había sacado ese arco? Podía intuir las preguntas a su alrededor, los cuchicheos y las miradas desconfiadas. Sólo a los hombres del príncipe parecía importarles un comino de donde hubiera salido mientras supiera pelear, lo cual no era ningún consuelo.

Así que cuando por fin dejaron de pedirle que disparara aquí o allá, y ahora más lejos y ahora más difícil y ahora más peligroso, Jaron se dejó caer sobre un tocón, agotado, y centró su atención en lo único bueno que tenía toda esa situación: estofado caliente.

De repente alguien se sentó junto a él.

-Procura no parecer muy sorprendido cuando alces la cabeza -le dijo una voz tranquila y joven.

El medioelfo levantó los ojos del estofado para encontrarse cara a cara con un humano joven al que conocía. Era un novicio de la abadía de Rodwell, llegado apenas unos meses antes de su partida. Jaron se dio cuenta con cierta vergüenza que no recordaba su nombre.

-¿Así que tu eres el Rodwell del que todos hablan?

Jaron sólo acertó a asentir. No sabía muy bien qué estaba haciendo allí el humano y se sentía intranquilo. No se le había ocurrido en ningún momento que nadie de por allí pudiera conocer su secreto y ahora...

-He oído que se te reclutó a la fuerza, como a muchos otros -Continuó el novicio-. Ya es casualidad.

-¿Qué quieres de mí? -dijo Jaron finalmente.

El humano alzó las cejas, sorprendido.

-¿Charlar? ¿Asegurarme de que estás bien? ¿Averiguar qué has estado haciendo estos últimos meses? El Abad ya estaba bastante preocupado por ti, pero cuando Meanley le mostró el elfo al rey...

¿Que Meanley había hecho qué? ¿Porqué? ¡Si hacía años que tenían tratos con los elfos! Jaron había supuesto que Zealor sabía del inminente ataque del Príncipe humano, pero igual se equivocaba y Meanley le había traicionado. Pero, ¿qué ganaba el humano con todo eso?

Era frustrante. Cuantas más cosas averiguaba sobre las familias de sus padres, menos entendía.

-¿Te envía Rodwell? -se interesó, tratando de averiguar si podía fiarse del humano.

-Más o menos. El Abad se mostró preocupado cuando el Príncipe Jacob habló de enviar un ejército. Por algún motivo estaba convencido de que estarías por estas tierras, cosa que ha resultado ser verdad -se encogió de hombros-. La cuestión es que le convencí de que si enviaba a uno de nosotros con Meanley habría alguien de tu parte en el caso hipotético de que te metieras en un lío. Cosa que aparentemente has hecho, así que menos mal que se me ocurrió.

Aunque no se parecían en nada (el humano era más alto y llevaba el corto cabello castaño tonsurado al modo de la abadía), algo en su actitud le recordó a Nawar y eso le irritó sobremanera.

-No necesito ayuda -masculló.

-¿Seguro? Porque tal vez alguien que te hable y haga que la gente de por aquí deje de murmurar acerca de ti te convenga. Al fin y al cabo, me ha dado la sensación de que querías pasar desapercibido, Rodwell.

Jaron tuvo que admitir que tenía razón. Y además sonaba bien tener con quien hablar. Aún así no pensaba darle la satisfacción de admitirlo, por lo que se acabó el estofado antes de volver a hablar.

-¿Y de qué vas disfrazado? -le preguntó, cambiando radicalmente de tema.

El novicio miró sus ropas con una media sonrisa. En lugar del acostumbrado hábito llevaba una suerte de armadura hecha a base de pedazos de otras armaduras sobre una camisa oscura y unos pantalones del mismo color.

-Se supone que he abandonado el noviciado y me he unido voluntario al ejército de Meanley atraído por la novedad de cazar elfos. Es mejor excusa que enviar al novicio como guía espiritual. En fin... -el humano se puso en pie-. Si hemos de aparentar que no nos conocemos ya hemos hablado bastante para una primera vez. Búscame más tarde. Pregunta por mi por ahí. Así la gente verá que nos conocemos y dejarán de preguntarse de donde sales.

-¡Espera! -Jaron detuvo al joven cogiéndole de la pernera antes de que pudiera irse-. No... -se sonrojó-. No recuerdo tu nombre- admitió.

El humano rió.

-Miekel -replicó, burlón-. ¿Te acordarás o te lo apunto?

El sonrojo del medioelfo empeoró, así que se limitó a gruñir, malhumorado, mientras el humano se alejaba, riendo para sí y meneando la cabeza.

Cuando se quedó a solas de nuevo se dio cuenta que no le había preguntado acerca de lo del elfo y el rey, de cómo había ocurrido y de qué se había dicho y hecho. Y la verdad es que sonaba terriblemente importante. Tomó nota mental de preguntárselo la próxima vez que hablasen, así como de interesarse por Rodwell. Eso también había sido muy descortés.

No estaba solo. Tenía un aliado. Su parte cínica y pesimista no pudo evita preguntarse cuánto iba a tardar en decepcionarle este.






viernes, 4 de septiembre de 2009

segunda parte, capítulo decimoctavo




Jaron había dejado el poblado humano tan pronto como había oído hablar del ejército de Meanley, desoyendo el consejo de sus anfitriones de alejarse del conflicto lo más posible, intentando deshacer el camino andado y llegar a Leahpenn antes que los humanos. Allí podría hablar con Alania y ponerla sobre aviso. A ella y a todos los elfos, por supuesto.

Al menos ese había sido su plan inicial y mientras lo había acariciado como posible había sentido de nuevo la mecha del propósito encender su espíritu.

No había durado mucho.

Pasadas las horas veía la absurdidad de su idea con total claridad y empezaba a desesperar, aunque no por eso detuvo su decidida marcha. Pero a cada minuto que pasaba, más peros encontraba a su pretensión.
Aunque realmente llegara a Leahpenn antes que el ejército humano, ¿qué? ¿Cómo iba a acercarse a la casa de Alania sin que los guardias del Kiam le vieran? Y aunque lo consiguiera, ¿Qué iban a poder hacer? Nada, nada en absoluto. Lo único que estaba haciendo era regresar por su propio pie a la boca del lobo dejándose llevar por los acontecimientos como venía haciendo desde que había comenzado toda esa aventura.

De este funesto humor estaba cuando, poco antes de caer la noche, llegó al pueblo.

Maldijo entre dientes, tragándose las ganas de echarse a llorar de pura frustración. No había pasado por ningún pueblo en su camino de ida, así que el hecho de encontrarse de repente allí sólo podía significar una cosa: se había perdido.

Derrotado y agotado se dejó caer en el poyo de la iglesia mientras el sol empezaba su descenso por el oeste. ¿Cómo podía haberse desviado del camino de ese modo? El medioelfo se quitó la gorra, que le producía un calor sofocante, y revolvió un poco su cabello pegado por el sudor intentando refrescar la cabeza y, de paso, las ideas.

Lo que estaba claro es que era idiota. Completa y absolutamente idiota. Hacía casi una semana que había tomado la decisión más estúpida y egoísta de su vida y ahora ni siquiera era capaz de enmendarse porque era demasiado tonto como para seguir un camino recto.

Además tenía hambre de nuevo y las pocas provisiones que le quedaban de las que le había dado Meriela no iban a saciarle. No por primera vez en los últimos días, recordó las palabras de Rodwell antes de su marcha, su discurso acerca del mundo exterior que no conocía y las dificultades con las que se iba a encontrar. Entonces estaba enfadado con los humanos, por supersticiosos y mezquinos, y no había querido escuchar.

Luego se había enfadado con los elfos por mentirosos y complicados y de nuevo se había negado a escuchar.

-Nawar tenía razón –dijo a la gorra con la que jugueteaba entre las manos a falta de un auditorio mejor-, soy un niñato mezquino.

Con un suspiro se caló el sombrero de nuevo y metió las mano en los bolsillo, buscando el trozo de pan que aún le quedaba y las uvas, que estaban un poco pochas del camino pero aún se podían comer.

Masticó pensativo, intentando recuperar el ímpetu de la mañana. En cuanto acabara de cenar continuaría su camino. Tampoco se debía de haber desviado tanto y si caminaba de noche podría guiarse con las estrellas y encontrar mejor la dirección a seguir.

La cena y su nueva resolución lograron levantarle un poco el ánimo. Él podía practicar caminos que un ejército no podía. Sin duda podía lograrlo y poner a sus amigos sobre aviso.

Se puso en pie para seguir su camino a la vez que la puerta de la cercana posada se abría, dejando salir a un grupo de hombres vestidos como soldados. No iban lo que se dice uniformados, pero todos ellos llevaban una banda roja atada al brazo que indicaba que formaban parte de algún ejército. El chico bajó un poco la cabeza y aceleró el paso cuando vio que uno de ellos le señalaba.

-¡Eh, chaval! ¿Dónde crees que vas?

Le hubiese gustado hacerse el loco, pero era un poco difícil cuando cinco humanos adultos le cerraban el paso.

-Er... Yo... -intentó pensar en algo, pero no se le ocurría qué. Ni siquiera podía acertar a pensar qué querrían de él.

-¿Intentado escabullirte de tus obligaciones?

-No sé de qué estáis hablando -dijo finalmente, intentando continuar su camino sin mucho éxito. Los humanos le había rodeado.

-Oh, no sabe de que estamos hablando -se mofó uno mirando a sus compañeros-. No sabe nada de las órdenes de su señor.

-Y nosotros pensando que quería desertar.

-Informémosle entonces -dijo un tercero.

Jaron vio con horror como se las había apañado para acorralarlo contra la pared y aferró el arco bajo la capa, sabiendo que aunque le dieran opción a usarlo no iba a poder hacer nada en su posición.

-¿No sabes que su Alteza Jacob, el Príncipe de Meanley, ha ordenado que todos los hombres hábiles se presenten para formar parte de su ejército?

El medioelfo se dio cuenta de que esos hombres le habían tomado por un muchacho del pueblo y querían obligarlo a alistarse.

-No lo había oído -mintió, tratando de pensar en algo más brillante.

-Pues ahora que ya lo has oído puedes acompañarnos. Te mostraremos donde dormís los nuevos reclutas -el que parecía ser el cabecilla le sonrió con sarcasmo, como retándolo a darle alguna excusa más.

A Jaron le hubiera gustado tener alguna. Dudaba que decirles que no era vasallo del Príncipe fuera a servir de nada. Y no podía negarse demasiado vehementemente. Iniciar una pelea sólo atraería la atención sobre su persona, y lo último que quería era la atención de Jacob de Meanly.

¡Maldición!

No le quedaba más remedio que seguirles de momento. Así que finalmente se dejó guiar por los humanos a las afueras del pueblo, donde se apiñaban grandes carromatos y alguna improvisada tienda, y donde, alrededor de varios fuegos, los hombres hábiles del principado se agrupaban.

Condujeron a Jaron hasta una tienda donde había varios muchachos de entre catorce y veintipocos que le miraron con recelo mientras el oficial que los vigilaba le daba una manta y le pedía su nombre.

-Rodwell -mintió de nuevo.

El hombre apuntó su nombre y pueblo en una hoja y le señaló un rincón en el que podía acomodarse.

-Mañana veremos qué sabes hacer con ese arco -le dijo el humano, dándole la espalda y yéndose a ocupar de cualquier otra cosa.

Jaron se apresuró a esconder el arco con su capa al darse cuenta que varias personas lo miraban con ojo crítico. Era un buen arco. Seguro que no había muchos así. Lo último que le faltaba era que alguien le robara el arco mientras dormía.

Así que se apresuró a sentarse en su rincón y arrebujarse con su manta a pesar de que no tenía demasiadas ganas de dormir. Pronto los chicos de su alrededor se cansaron de la novedad y volvieron a sus conversaciones. Muchos de ellos parecían conocerse entre sí y un chico nuevo al que no conocía nadie no parecía interesarles demasiado.

Jaron pensó que tal vez podría esperar a que todo el mundo se durmiera y, al amparo de la noche, intentar escapar de aquella locura.

En realidad era un plan pésimo que no hubiera ido a ninguna parte, así que fue una suerte que a pesar del miedo y la incertidumbre le venciera el agotamiento y se quedara dormido pasada apenas media hora.