viernes, 21 de noviembre de 2008

Capítulo vigésimotercero




La noche había sido larga.
Había tenido que cambiar órdenes y rehacer el papeleo para que todo estuviera listo a la hora acordada. Hacía rato que había desechado la idea de dormir más de cuatro o cinco horas, pero, por una vez, el trabajo no le había importado. El imbécil de Haze volvía a estar en sus manos y eso era tan buena noticia que ni la falta de sueño podía empañarla.
Era tarde, muy tarde, cuando el Qiam salió de sus oficinas para dirigirse a sus aposentos, dispuesto a dormir mejor de lo que lo había hecho en varios días. Por eso le sorprendió encontrar a alguien en el pasillo.
-Qiam –en cuanto le vio aparecer, la figura avanzó en su dirección, acercándose a su vela y, por tanto, revelando su rostro.
Se trataba de Faris, hijo del rey y por tanto príncipe de la nación. Era un muchacho joven, de apenas 90 años, que había tenido que abandonar sus estudios prematuramente ante la enfermedad de su padre. Aunque en teoría era el regente en su lugar, apenas se inmiscuía en los asuntos de estado, dando bastante libertad al consejo y a sí mismo.
Y sin embargo ahí estaba, esperándolo a las tantas de la noche, y para un asunto grave dada su agitación.
Eso consiguió despertar su curiosidad.
-¿Alteza?
-Vengo de ver a mi padre.
“¿A estas horas?”
-¿Cómo se encuentra hoy su majestad? –preguntó, a pesar de la evidente mentira.
-Bien. Lúcido –el joven hizo un mohín y sus azules ojos se ensombrecieron, pues era evidente que tener que remarcar ese hecho le resultaba doloroso.-Hemos oído sobre la ejecución de mañana.
Zealor se guardó de hacer un mohín.
-Sabéis que intento no molestar a vuestro padre con nimiedades.
-Creemos que, dada la edad de la ofensora, la medida resulta excesiva.
Zealor estuvo apunto de replicar que no era él quien debía decidirlo. Incluso estuvo a punto de revelar que la anciana no iba a ser ejecutada al fin y al cabo sólo para que le dejara irse a dormir. Pero resultaba tan sorprendente que el príncipe mostrara ninguna iniciativa que prefirió esperar a ver qué sugería.
-¿Y qué proponéis?
-Creemos que una conmutación de la pena mostraría nuestra firmeza a la vez que nuestra compasión.
-¿Conmutación?
-Proponemos que los bienes de los Ceorl pasen a manos de la Nación, puesto que no tienen hijos conocidos, y que ellos sean trasladados a nuestras cocinas, donde trabajaran para la Nación a cambio de techo y alimento. Así pagarán su deuda con nuestra sociedad y para con nos a la vez que podremos demostrar a la Nación que su gobierno no carece de clemencia.
-¿En vuestras cocinas?
-Siempre bajo la atenta mirada de vuestros hombres, por supuesto. No querríamos restaros autoridad.
Zealor lo pensó.
Era mejor que devolver a la vieja a su casa y que chismorreara con las vecinas. Además, siendo una orden real se evitaba dar explicaciones.
-Veo que habláis en plural –apuntó, viendo el que podía ser el único problema en todo el asunto.
-Ella y su esposo serán traídos a palacio. Nuestra clemencia debe extenderse a ambos o no sería clemencia en absoluto.
¿Por qué nunca podía salir nada como uno lo planeaba?
-Por supuesto, Alteza. Podéis decirle a vuestro padre que así se hará. Nadie podrá decir que los gobernantes de la Nación carecen de corazón.
-No esperábamos menos -luego inclinó su rubia cabeza, dando la conversación por zanjada-. Qiam.
Zealor lo observó alejarse maldiciendo entre dientes. ¿Cómo se había enterado? ¿Y a cuento de qué había venido todo eso? La verdad es que era a la vez bueno y malo. Por un lado se libraba de tener que liberar a la anciana, y el destino de ésta ya no importaba demasiado ahora que había cumplido su función. Por otro...
Iba a tener que enviar un par de hombres al Castillo de Meanley a buscar a Salman antes de que el principe llevara al vejestorio ante su rey.
Con un suspiro entró en su habitación y se sentó en su escritorio, empezando a redactar una nota mientras con la campana llamaba a uno de sus criados.
A este paso la ejecución de Haze iba a pillarle sin haber pegado ojo.


Al amanecer estaban Nawar y Jaron en el promontorio desde donde se veía todo Suth Blaslead.
-Algo no va bien -dijo el muchacho señalando a la plaza-. Dijiste que te habías encargado de todo, pero no han dejado de trabajar en toda la noche.
Y era cierto
El cadalso estaba prácticamente acabado y Nawar no sabía qué podía significar. Tal vez su señor no había podido hacer nada, al fin y al cabo, o tal vez simplemente las órdenes no habían llegado hasta el pueblo aún.
Fuera lo que fuera, todo parecía seguir su curso dando la sensación de que, como bien decía Jaron, algo no iba bien.
-Vamos a buscar a Haze, ¿vale? El resto ya se verá -le dijo al muchacho, obligándolo a apartar la vista del pueblo, donde los guardas parecían estar reponiendo el comunicado que la noche anterior arrancaran Jaron y Mireah.
La princesa y Yahir se habían quedado en la cueva, por si el elfo regresaba por otro camino y porque, para ser francos, con todo el movimiento de tropas que parecía haber en la zona, lo último que necesitaban era que los pillaran junto a una humana.
Nawar rastreó la zona lo mejor que pudo, pero le fue imposible saber si todo el más que aparente movimiento que intuía entre los hierbajos y arbustos había sido Haze o las patrullas que él mismo sorteara ayer.
Todo el bosque andaba removido.
-Vamos al pueblo -dijo al fin, dándose por vencido-. Si Haze ha oído de la ejecución irá allí para ver a mi tía.
Jaron asintió gravemente, pero no dijo lo que pensaba y Nawar lo agradeció. No necesitaba pensamientos negativos empañando su juicio.
Ya en el pueblo la gente iba y venía nerviosa. Los quehaceres cotidianos parecían interrumpidos y la plaza estaba llena de curiosos que observaban a los carpinteros trabajar con gran interés.
-Vamos -propuso de repente Jaron, tirando de su manga-. Quiero ver el papel.
-¿Que?
-El papel nuevo, el que han colgado hoy. Quiero leerlo.
Nawar iba a replicar que no tenía importancia, que sería el mismo que leyeran el día anterior, pero de repente ya no estaba tan seguro. Así que siguió al muchacho hasta el centro de la plaza, donde el cadalso seguía construyéndose, ultimando detalles. El hacha que reposaba junto al tocón en lo alto no hablaba precisamente de buenos augurios.
De modo que cuando llegó junto al chico, cuyo rostro se había ensombrecido, y leyó el comunicado se sintió a partes iguales aliviado e inquieto.
Aliviado porque el papel decía que el Rey, Su majestad, en su infinita misericordia, había conmutado la pena de la rea Noaín Ceorl y de su esposo Salman al considerar a los ofensores demasiado mayores para suponer un peligro real.
E inquieto porque, si su tía estaba a salvo, entonces... ¿para quien era el hacha que reposaba en el cadalso?