miércoles, 23 de julio de 2008

Capítulo sexto



Al final, Haze Yahir se salió con la suya. Al caer la noche llegaron junto al río. El elfo, que no había abierto la boca más que para pedirles que corrieran más o que por favor no se detuvieran, se apresuró en encender un fuego –la facilidad con que lo hizo no dejó de sorprender a Myreah- y se puso a trabajar en una piedra que había encontrado hacía ya rato.

-¿Qué haces? –Jaron, que se había dejado caer en la hierba sólo llegar, se acercó a su tío.

-Construir un arma.

-¿Picando una piedra contra otra?

Haze miró a su sobrino con resignación, o eso le pareció a la princesa. Luego, con un suspiro, dijo:

-No es una piedra cualquiera, ¿vale? Ya sé que es mejor usar un hueso o algo así, pero es lo único que tengo a mano. Y querréis limpiar el pescado que cocinemos, ¿no?

-¿Vas a pescar la cena?

-Sí, y si me buscas un par de ramas delgadas como un dedo y largas como una pierna, te enseñaré a hacerlo al estilo elfo.

Jaron, a pesar de que hacía sólo unos segundos se estaba quejando por el cansancio, se puso en pie de un salto y corrió a buscar lo que su tío le había pedido. Eso dejó al elfo a solas con Myreah. La joven, incapaz de encontrar un tema de conversación, se limitó a observarlo mientras trabajaba.

-Oye, princesa, ¿me harás un favor? –Haze levantó hacia ella sus ojos violeta y la joven se vio incapaz de decir nada. Acababa de pillarla mirándolo fijamente-. Mientras Jaron y yo pescamos, ¿podrías lavar mis ropas y ponerlas a secar? Lo justo para que se intuya de qué color era la camisa cuando me la dieron hace treinta años.

Myreah hubiese protestado, pero eso al menos iba a ser algo que hacer mientras los dos elfos se entretenían jugando a los machos cazadores.


Haze realmente enseñó a Jaron a pescar a la manera de los elfos, pero fue todo cuanto pudo hacer. Sesenta y siete años de inactividad eran demasiados. No pudo pescar un solo pez. Menos mal que su sobrino parecía ser un muchacho avispado y hábil y éste sí pescó lo suficiente para los tres. Eso y las bayas que habían ido recogiendo durante toda la tarde (si es que la princesa había dejado alguna) iba a tener que ser suficiente para llenar sus estómagos hasta el día siguiente.

Jaron resultó ser bastante más locuaz de lo que aparentaba y en el tiempo que estuvieron pescando y aseándose puso a su tío al corriente de lo que había sido su vida. Claro que para eso tampoco se necesitaba mucho tiempo. Su sobrino parecía haber llevado una vida muy tranquila, al menos hasta hacía pocos meses. Haze no pudo evitar reírse cuando el muchacho le confesó que había medio creído todo lo que los libros humanos decían de los elfos.

-¿Qué hubieses hecho tú? –Se defendió.

-Lo siento, lo siento. Es que se me hace rara la idea de un elfo creyendo todas esas sandeces. Tienes la mente demasiado humanizada, muchacho.

-¿Y eso es malo?

-No en exceso. Tendré que ir solucionando algunos problemas sobre la marcha, pero la mente humana no es mucho peor que la elfa.

Jaron se encogió de hombros, probablemente le daba igual estar humanizado o no, al menos de momento. Estuvieron nadando juntos aún un rato más, hasta que Haze decidió que ya tocaba empezar a cocinar la cena. Así que envió a su sobrino a que echara una mano a Myreah.

-¿Y tú qué? –Pero, a pesar de sus protestas, el muchacho salió del agua y empezó a vestirse.

-Mi ropa debe de estar aún mojada.

Lo oyó resoplar, pero no dijo nada más hasta que se puso la última bota.

-Haze, ¿quién es el tipo ese al que le tienes tanto miedo?

Hay personas que simplemente inspiran temor, sin explicación alguna. Zealor era una de esas personas. Haze podía sentir su cuerpo estremecerse en contra de su voluntad cada vez que la glauca mirada de su hermano se clavaba en su persona. Y aún así seguía viviendo bajo su mismo techo. ¿Qué hacer sino cuando se tienen cincuenta y tres años y se está muerto de miedo? Si hubiese sido mayor se hubiese largado de casa sólo empezar toda aquella locura, pero no lo era y nadie parecía dispuesto a echarle una mano.


-¿Que quién es? –Haze sabía que la pregunta iba a salir tarde o temprano, pero le apetecía tan poco responderla... Instintivamente se llevó la mano al pecho, a la cicatriz que tenía sobre el corazón-. El Qiam.

-¿Kiam? –Haze no pudo evitar sonreír ante la pronunciación tan humana de su sobrino.

-Qiam –lo corrigió-, uno de los más altos cargos dentro de la estructura sacerdotal élfica. Un pez muy, muy gordo.

-¿Y por qué le temes?

-Si le temo es porque le conozco mejor que nadie. Y te aseguro, muchacho, que no he conocido a nadie con el corazón más oscuro y corrompido en toda mi vida. Su mente es tan retorcida que ningún pensamiento lógico te llevara a los suyos -Haze esbozó una mueca amarga-. No ama a nadie ni creo que lo haya hecho nunca. Es simplemente malo, sin matices, el ser más cruel que pueda existir sobre la Tierra.

Jaron no dijo nada. Miró a su tío con incredulidad y luego, con un carraspeo, se despidió y corrió hacia donde estaba Myreah.

Cuando se quedo solo, Haze suspiró.

¡Dioses! No podía hablar de Zealor sin que el corazón se le acelerase de terror. ¿Cuándo iba a poder escapar de su influencia? Nunca, probablemente. Sólo la muerte de uno de los dos iba a acabar con todo ese miedo y todo ese odio. Y matar al Qiam era tan difícil que casi podía decirse que era imposible. Además, para matarlo tenía que enfrentarlo, y eso iba a evitarlo mientras le fuese posible.

Haze se sumergió de nuevo en las frías y cristalinas aguas, tratando de disfrutar de la largamente añorada sensación, tratando de olvidar a su hermano por el momento. Tal vez Zealor les estuviese siguiendo la pista, pero había dado un rodeo lo suficientemente grande como para que esa noche pudiesen descansar tranquilos. En cuanto saliese el sol iba a llevar al chico con alguien que realmente pudiese cuidar de él y luego... Bueno, lo que estaba claro era que no iba a ser bien recibido, por lo que dudaba que le fuese a ser posible permanecer allí.


Cuando Jaron llegó junto a Myreah la joven daba evidentes muestras de estar muy aburrida, clavada su mirada en las ropas de Haze, que colgaban de una rama a distancia prudencial de la hoguera. Sonrió al verle llegar.

-¿Qué tal ha ido? –Preguntó.

Jaron le mostró los pocos peces pescados. No tenía muchas ganas de hablar.

-Dice Haze que empecemos a preparar la cena –casi gruñó.

-¿No te has divertido?

-Oh, sí, pero... –Jaron se sentó junto al fuego para que su cuerpo acabara de entrar en calor. Un suspiro escapó de sus labios-. Ese tipo, Haze,... ¿realmente es mi tío? Quiero decir que... es tan frío... –la lengua de Jaron se desató ante la mirada de preocupación de la joven-. Desde que decidí buscar pistas sobre mi gente había pensado que cuando encontrase a algún familiar iba a ser de otro modo, más... más como una familia –el muchacho hundió la cabeza entre las rodillas-. Es un buen tipo, y muy agradable, pero no se comporta como si se alegrara de verme. Tengo la sensación de que mi presencia le recuerda algo triste. Tal vez es que no soportaba a mi padre o algo así.

-Si no le hubiese soportado no se hubiese hecho pasar por él para salvarle, ¿no crees?

Jaron se encogió de hombros, sonaba lógico. Pero entonces, ¿qué era? ¿Por qué Haze era tan frío con él? ¿Por qué se lo pensaba siempre dos veces antes de contestar a sus preguntas y nunca las respondía de forma directa? Era el hermano menor de su padre, o eso decía, pero aún no le había explicado nada, ni de su padre ni de su madre, y eso que Jaron había dado claras muestras de desear saber cuantas más cosas mejor. ¿Quién había sido su madre? ¿Cómo había conocido a su padre? ¿Por qué habían tenido que huir? Demasiadas preguntas sin respuesta. Y la persona que podía tenerlas todas no parecía muy dispuesta a colaborar.

-¿Sabes que creo? –Dijo Myreah rompiendo el silencio-. Que aún ha de acostumbrarse a la idea de que tiene un sobrino. Hasta hace unas horas ni siquiera creía posible volver a ver la luz del sol. Se preocupa por nosotros tanto como su propia preocupación por continuar libre se lo permite.

Jaron miró a la princesa. Sus ojos brillaban de un modo distinto a la luz de la hoguera, pero no era cosa del fuego.

-Realmente te gusta ese tipo, ¿eh?

Myreah se sonrojó, bajando los ojos.

-¡No! Bueno... No es que me guste, sólo... ¿Se nota mucho?

-Si se notase un poco más lo llevarías escrito en la frente –Jaron no sonrió al hacer el comentario, no estaba de humor. Él venía lamentándose del modo de comportarse de Haze y ella le ponía ojitos tiernos-. No lo entiendo, ¿qué ves en él? Apenas nos ha hablado en todo el día.

-No sé. Tal vez es que es el primer hombre que conozco que no se comporta como mi padre y sus amigos.

De nuevo, la mención del príncipe pareció entristecer a la joven. Debía haber sido duro para ella descubrir qué tipo de hombre era su padre. Jaron hubiese intentado hablar del tema, pero no quería que Myreah se pusiese aún más triste. Tenía una sonrisa demasiado bonita.


Capítulo quinto



Jaron recuperó la consciencia débilmente al principio.

Lo primero que recordó fue la paliza. Bueno, las palizas. Hubo un momento en que llegó a creer que realmente esperaban hasta que empezaba a recuperarse de los efectos de la anterior para volver a golpearle. Luego recordó a Myreah. La recordó entre nieblas, su rostro preocupado recortándose contra un cielo lleno de estrellas. ¿Había sido un sueño? Hubiese podido serlo, sin duda, pero el hecho de que notara algo parecido a un colchón bajo su cuerpo le indicaba que probablemente la princesa sí había intercedido por él.

Finalmente, para salir de dudas, abrió los ojos lo cual le costó más de lo que había esperado.

Allí estaba ella. La joven dormía recostada en una tosca pared de piedra, manchado su vestido de barro y polvo. ¿Habría estado velándole hasta caer rendida? ¿Y porqué estaban en lo que parecía ser una cabaña y no en el castillo? Jaron intentó incorporarse, pero sólo consiguió que le doliera todo.

Su quejido despertó a Myreah, que se apresuró a llegar junto a él.

-Cuidado, no debes moverte tan bruscamente –dijo ayudándolo a sentarse.

-Siento haberte despertado –fue todo cuanto acertó a decir.

-Tonterías, lo que te ha ocurrido es en cierto modo culpa mía –la joven rechazó sus disculpas con un ademán y arregló las mantas de modo que el muchacho pudiese encontrarse más cómodo.

-¿Dónde estamos?

-En el bosque, ocultándonos de mi padre.

Jaron hubiese querido hacer algún comentario acerca del príncipe, pero el tono de Myreah le previno de hacerlo. Parecía tan triste...

-¿Cómo salimos del castillo? –Preguntó, cambiando de tema.

Myreah abrió la boca para contestar, pero otra voz se le adelantó.

-¿Cómo, muchacho? Con la ayuda de la más valiente de todas las mujeres que he conocido.

Jaron se volvió hacia la puerta de la cabaña, desde dónde le sonreía un hombre delgado que cubría su cabeza con una capucha.

-¿Quién...?

-Sólo soy otro prisionero que tuvo la suerte de cruzarse en el camino de nuestra querida princesita, ¿verdad? –Jaron se volvió hacia Myreah, que asintió con la cabeza-. Además de ser lo mismo que tú.

-¿A qué te refieres?

Por toda respuesta, el hombre bajó su capucha, mostrándole un par de puntiagudas orejas, exactamente iguales a las suyas. El muchacho se quedó tan sorprendido que no pudo articular ninguna palabra por más que lo intentó.

-No hace falta que digas nada, no al menos por ahora.

Jaron asintió, anonadado aún.

Entonces era cierto que había más como él. Y por lo visto nada de lo que se decía sobre ellos era cierto. ¿O tal vez ese tipo fingía ser amable para atacarlos a traición más tarde?

Myreah carraspeó, rompiendo el silencio.

-Aún no os he presentado. Jaron, este es...

-Haze Yahir, a tu disposición –el elfo de ojos violeta le tendió la mano.

Jaron iba a responder a su saludo –más por costumbre que por confianza- cuando Myreah se le adelantó, tomando al tal Haze de la mano, reclamando su atención.

-¿Haze? Pero si dijiste que tu nombre era...

-Lo sé, princesa. Es una larga historia.

-Bueno, ¿quién tiene prisa? –La joven se cruzó de brazos.

-Nosotros –fue la respuesta del elfo-. ¿Cuánto crees que tardará tu padre en buscar por aquí? Además, quiero llegar cuanto antes hasta el río.

-¿El río?

-Princesa, llevo sesenta y siete años sin recibir más agua que la que se me permitía beber. Necesito un baño.


Haze Yahir caminaba un par de pasos por delante del muchacho elfo y la princesa. Le parecía tan increíble volver a tener el sol sobre su cabeza y la hierba bajo sus pies... Había sido un encierro tan largo... Pero ahora era libre y podría saber qué había sido de aquellos a los que había conocido en su infancia.

Si los encontraba.

Pero iba a hacerlo. Sesenta y siete años eran muchos años, cierto, pero no en el lugar al que iban. No para los elfos.

-Haze –llamó la princesa. El elfo se detuvo a esperarla. Cuando llegó junto a él continuó-. Jaron y yo queremos saber algo.

-¿Y bien?

-Bueno, sobre Sarai... ¿La conociste?

Sarai...


La primera vez que Haze vio a Sarai él tenía unos cincuenta años. Se había escapado de la escuela, harto de recibir lecciones de aritmética y música. Nunca le habían gustado los números, y la música perdía toda su belleza cuando ya no tenía secretos. Así que hacía novillos cuando podía y se alejaba lo más posible del pueblo, lejos de sus hermanos mayores.

Ese día oyó un llanto y corrió hacia allí. La primera reacción al ver a una humana en el bosque fue de incredulidad. La segunda, de miedo. Luego se calmó. Un ser tan delicado como aquel, con aquella larga melena de negros rizos, no podía suponer ningún peligro para él. Así que se acercó.

-Hola –saludó, incapaz de encontrar una coletilla de entrada mejor.

La humana se volvió asustada. Sus hermosos ojos se abrieron de par en par. Era la criatura más bella que había visto en toda su vida.

-¿Estás bien? –Preguntó tímidamente.

La muchacha humana pestañeó –con pestañas largas y sugerentes- sorprendida.

-Yo... –se secó las lágrimas mientras esbozaba una sonrisa de alivio-. Sí, gracias. Es sólo que me he peleado con mis padres.

-Oh, son un agobio, ¿eh? Los padres, quiero decir. Bueno, en realidad no tengo padres, pero mis dos hermanos mayores se aseguran de que no los eche en falta. Se creen que porque tienen treinta y dos y treinta y ocho años más que yo debo hacer lo que ellos quieran.

La muchacha sonrió, comprensiva.

-¿Eres un elfo?

-Sí.

-No lo pareces. No tienes aspecto fiero ni de ser sediento de sangre.

-¡Hala! Esos son los humanos.

La muchacha rió.

-¿En serio? ¿Te parezco un monstruo sediento de sangre?

Haze sintió que se sonrojaba cuando la muchacha acercó su rostro.

-N-no –logró articular, perdido en sus ojos negros.

Ella rió de nuevo y le tendió la mano.

-Mi nombre es Sarai.


Sarai...

-Sí, la conocí.

-¿De veras? –El muchacho llamado Jaron se acercó hasta él-. ¿Y crees posible que ella...? En fin, que el príncipe lo insinuó, que yo podía ser su hijo.

-¿Su hijo? Por supuesto, ¿qué otra humana iba a tener un hijo elfo? –Haze se dio entonces cuenta de algo-. ¿No conociste a tu madre?

-No, los monjes que me criaron me dijeron que murió incluso antes de darme a luz.

-Murió... –Haze había perdido la esperanza de volverla a ver viva con el paso de los años, los humanos no vivían tanto, pero nunca hubiese imaginado que Sarai hubiese muerto tan joven-. ¿Cómo? ¿Por el parto?

-No, asesinada, creo. Por bandidos o algo así. Los monjes no lo supieron nunca.

¿Asesinada? ¡Dioses! Sarai asesinada. Bandidos... ¡ja! A no ser que ahora los bandidos tuviesen altos cargos en la jerarquía élfica.

-Otra pregunta, Haze. Si conociste a mi madre, debes saber quién era el Jaron del medallón.

Haze miró al muchacho mientras éste le mostraba una pequeña placa dorada que colgaba de su cuello.


Desde el día en que había conocido a Sarai se veían cada semana, unas horitas, las suficientes para que su amistad fuese creciendo sin que sus mayores los echaran de menos. Haze la amaba cada día más y más, pues cada día que pasaba se hacía más hermosa. Sarai era un cúmulo de sueños hecho realidad y su sonrisa valía más que todo el oro del mundo.

Un día, llegó furiosa. Su padre pensaba casarla con un hombre al que no amaba sin su consentimiento. La noticia golpeó al elfo como un puñetazo en el estómago. ¿Sarai casada? No, no podía permitirlo.

-¡Huye de casa! Puedes venir a vivir a la mía, si quieres. Pero no te cases.

La humana sonrió y Haze se dio cuenta de que su amiga era ya mayor que él. Besó su mejilla con dulzura y dijo:

-Gracias, pero hay cosas de las que no se puede huir.

Y entonces ocurrió lo que tenía que ocurrir.

Tal vez si hubiese ocurrido antes, mientras Sarai era aún una niña como él, todo hubiese sido distinto. O tal vez no. Posiblemente el destino hubiese seguido su curso de todos modos.

Una voz sonó a sus espaldas, una voz que hizo que Haze supiera que le iba a caer una buena bronca.

Haze Yahir! ¿Se puede saber qué haces aquí?

El elfo se volvió hacia su hermano mayor, Jaron. También lo hizo Sarai, y Haze se dio cuenta en el modo en que lo miraba de que la había perdido para siempre. Tampoco su hermano parecía ajeno a la belleza de la humana, a la que tomó la mano para besarla.

-¿No vas a presentarme a tu amiga?

Haze no se llevó ninguna bronca, pero tuvo que ver como su hermano y la chica a la que amaba se enamoraban a primera vista sin poder hacer nada para evitarlo.


-¿Jaron? Claro. Ese Jaron es Jaron Yahir, mi hermano mayor.

El muchacho abrió los ojos de par en par.

-¿Tu hermano mayor?

-Sí. Él y tu madre eran marido y mujer –continuó Haze-. A escondidas, por supuesto, porque Jaron temía que la intolerancia acabara con su matrimonio.

-¿Por qué?

-Bueno, muchacho, piensa un poco. ¿Un matrimonio entre un elfo y una humana.? No había mucha gente dispuesta a aceptarlo. Había demasiado miedo y demasiado odio, y continúa habiéndolo supongo.

O tal vez ahora era incluso peor, pensó con acritud.

-Oh. Pero, entonces... si Jaron era tu hermano... ¡Tú eres mi tío!

Haze se volvió hacia el muchacho con una sonrisa, al menos sabía sumar dos y dos.

-Eso parece.

Jaron puso cara de anonadamiento. No le extrañaba, no todos los días recibe uno respuesta a tantas preguntas a la vez.

-Jaron Yahir... Ése es el nombre que hiciste servir cuando te conocí –Myreah se situó junto a él-. ¿Por qué?

-Porque es quién tu padre creía que yo era.

-¿Qué quieres decir?

-Hace sesenta y siete años me hice pasar por mi hermano para que él y Sarai tuviesen tiempo de huir.

-¿Y nunca los sacaste de su error?

-¿Hubiese servido de algo?

La falta de repuesta de la joven fue aprovechada por Haze para volver a adelantarse. Estaban hablando más de la cuenta sobre un tema que aún dolía demasiado.

El elfo no pudo evitar sonreírse ante las ironías del destino. Salvado de su encierro por una descendiente de la familia de Sarai y por su sobrino, la existencia del cuál ya ni recordaba. Y seguro que iba a salir de la sartén para meterse de lleno en las brasas, lo contrarío era impensable en la vida de Haze Yahir.

Claro que un poco de felicidad para variar tampoco le hubiese molestado.


A media mañana aún no se habían detenido a descansar. Comprendía el miedo de Haze de volver a ser hecho prisionero, pero Jaron aún estaba débil y, sino se detenía él, ella y el muchacho sí iban a hacerlo. Así que Myreah se dejó caer sentada en la hierba, cruzada de brazos.

Haze Yahir se volvió hacia ella.

-¿Qué haces?

-Descansar.

-Oh, vamos, princesa, no seas así. El río ya no queda lejos.

Myreah resopló.

-El río... Pues si tantas ganas tienes de llegar al río, ve tú solo.

Esta vez fue el elfo quien bufó.

-No puedo dejaros atrás. Si os pasase algo sería mi culpa.

-¿Qué va a pasarnos? Ten en cuenta que llevábamos horas fuera cuando mi padre debe de haber regresado. Y aún así tenía que darse cuenta de que no estábamos y mandar a sus hombres a buscarnos. No van a dar con nosotros.

-¿Tu padre salió anoche?

-Sí.

-¡Mierda! ¿Y por qué no me lo dijiste antes? –Haze la tomó del brazo y la puso en pie. No parecía enfadado, más bien terriblemente asustado.

-¿Qué importancia tiene?

-¡Toda! ¡Oh, Dioses! Tendremos que olvidarnos del río y darnos prisa.

Y, sin dejarla ir, empezó a caminar a grandes zancadas. Myreah hubiese protestado, pero el miedo que reflejaban sus ojos lilas la hizo callar. ¿Qué sabía que no les hubiese dicho? ¿Y por qué ese miedo repentino?

-¿Qué ocurre, Haze? –Quiso saber Jaron- ¿De qué huimos?

-No de qué, de quién.

-Pues, ¿de quién?

Yahir se detuvo un momento y clavó su mirada en el muchacho.

-De la única persona a la que he temido en toda mi vida. Y, creedme, haréis bien en temerle vosotros también.

Fue todo cuanto pudieron sacar de él en mucho, mucho rato.

viernes, 18 de julio de 2008

Capítulo cuarto



Cuando después de buscar y rebuscar por todo el castillo Myreah no pudo dar con Jaron, la joven se encaminó a grandes zancadas hasta la sala en dónde su padre y sus hombres solían reunirse aún a sabiendas de que eso podía suponer su puesta en ridículo. Estaba preocupada por su amigo y algo le decía que su padre sabía dónde se encontraba.

Encontró al príncipe sentando en su silla forrada de piel de oso, acariciando a uno de sus grandes mastines. Su padre la miró con desdén al verla entrar, pero no dijo nada. Ningún comentario irónico. Ningún insulto.

-¿Querías algo, hija? –Le preguntó, casi solícito.

-¿Dónde está?

-¿Quién?

-Jaron, mi amigote.

-Oh, él. No lo he visto. Debe de haberse marchado.

-Mentira.

-¿Osas llamarme mentiroso, niña? –En ese punto los ojos de su padre brillaron. Estaba esperando un paso en falso por su parte.

-No, padre. Me confundí de palabra. Quise decir que lo encontraba improbable, pero si vos decís que debe de haberse marchado...

Su padre asintió, indulgente.

-Si eso es todo, niña, ve a encargarte de tus obligaciones.

Myreah bajó la cabeza y dejó a su padre solo de nuevo. No era que le creyese, pero no quería enfrentarse a él. Su padre se había portado demasiado amablemente. Debía averiguar qué era lo que su padre le ocultaba y debía averiguarlo cuanto antes.

El problema era, ¿cómo?

No tuvo que pensar demasiado en ello.

A la hora de comer una joven sirvienta se acercó hasta ella y le pidió si podía escucharla lejos de los hombres de su padre. La princesa, llena de curiosidad, accedió. Cuando estuvieron solas, la muchacha habló:

-Sé qué le ha ocurrido a vuestro amigo.

-Dilo pues –la joven, impaciente, tomó a la muchacha por los hombros.

-Vuestro padre lo mandó prender y lo encerró en los calabozos.

-¿Qué?

-Oh, Alteza. Lo vi todo. Lo encontró mirando el retrato y lo hizo prender. Debéis creerme.

Myreah cerró los ojos, tratando de pensar con claridad. El problema estaba en que creía a la sirvienta. Pero, ¿porqué? Mirar el retrato no era un delito tan grave, por repudiado que estuviese el nombre de Sarai. ¿Por qué temía que se hubiese aprovechado de ella? No, esa razón le parecía aún más absurda que la anterior. ¿Por qué? ¿Por qué razón iba su padre a querer encerrar a Jaron? ¡Por el amor de Dios, si era casi un niño!

-Por favor, Alteza, olvidaos de él. No podéis enfrentaros a vuestro padre.

-¿Qué me olvide? ¡No puedo hacer eso! Yo traje a ese muchacho a este castillo. No puedo permitir que le pase nada malo a mi invitado.

La sirvienta suspiró.

-Pues vais a necesitar un plan muy bueno si queréis sacarlo de allí.


Aquella noche Myreah se retiró pronto. Su intención no era dormir, por supuesto, pero le interesaba que su padre la creyese dormida poco después de cenar. Su plan era esperar a que su padre y sus hombres se emborracharan y cayeran, pero tuvo aún mucha más suerte. Su padre salió esa noche. La joven sirvienta que la pusiera al corriente de la situación de Jaron vino a avisarla de esto. ¡Bien! Sin su padre en la torre todo iba a ser mucho más fácil.

Con cuidado de no hacer excesivo ruido, la joven salió de sus aposentos y se dirigió hacia las mazmorras. La sirvienta iba unos cuantos escalones por delante de ella con un par de humeantes tazas de té. Su padre, en un exceso de confianza, había apostado tan sólo dos hombres en la puerta de la mazmorra. ¿Para qué más? Sólo había un prisionero allí, y era Jaron. ¿Quién iba a atacar para rescatar a un vagabundo que buscaba a su madre?

Myreah bajó veinte escalones desde la primera planta y se detuvo a escuchar, unos treinta escalones más abajo de esa tortuosa escalera de caracol la sirvienta se encontró con los dos guardias. Los oyó hablar con la muchacha, tirarle los tejos y decir un montón de obscenidades y sandeces. Iban tan borrachos como cabía esperar en un par de hombres de su padre. Eso iba a facilitar las cosas.

Al cabo de unos minutos la sirvienta subió, asintiendo al pasar junto a ella. El brebaje, fuese lo que fuese, había surtido efecto. La princesa se lo agradeció en silencio y seguidamente empezó a bajar. Encontró a los dos hombres totalmente dormidos. Las llaves de las celdas pendían del cinturón de uno de ellos. Una vez las tuvo en su haber, encaró las mazmorras y lo que vio la descorazonó. Eran mucho más amplias de lo que esperaba. ¿Cómo saber cual era la celda de Jaron? Sólo había una manera.

-Jaron, ¿dónde estás? ¿Jaron? –Susurró.

No hubo respuesta.

-Jaron. Jaaarooon –dijo, algo más alto.

Un silencio. Cuando la joven ya creía que nadie iba a contestar, una voz le llegó desde una celda cercana.

-Aquí. Aquí.

La joven vio una mano asomar por el enrejado ventanuco de una puerta. Corrió hacia allí y se asomó con rapidez.

-¡Tú no eres Jaron!

El hombre del interior de la celda la miró sorprendido desde sus extraños ojos claros.

-¿Cómo que no? Mi nombre es Jaron, Jaron Yahir.

-Bueno, pues no eres el Jaron que busco –y se volvió, dispuesta a irse.

-¡Espera, muchacha! –Myreah asomó la cabeza de nuevo-. ¿Hay otro Jaron aquí?

-Sí, y ahora haz el favor de no alborotar tanto o despertarás a los guardias.

-¿No irás a dejarme aquí? ¡No puedes hacerme eso!

-¿Cómo que no? Algo habrás hecho para acabar aquí encerrado, ¿no? No voy a ser yo quien te saque.

La mano de aquel hombre salió de la celda y la tomó por la manga cuando la joven intentó retirarse, haciéndole soltar un grito involuntario.

-Por favor, llevo tantos años aquí metido que casi no recuerdo lo que es ver el sol.

Myreah, repuesta del susto, miró al tipo a los ojos. Ya sabía que tenían de extraño, eran violeta. No parecía tener más de treinta años, pero su largo cabello castaño estaba surcado de hebras plateadas. Tal vez sí necesitaba salir de ahí, pero...

-Suéltame –la joven tiró de su manga, liberándose.

Oyó al hombre que decía llamarse Jaron suspirar, dándose por vencido.

-Si buscas al otro prisionero, al que han traído esta mañana, está en la última celda.

-Gracias.

La joven echó un último vistazo al hombre de la celda, que le sonrió tristemente. Luego se apresuró a llegar hasta la celda en la que, según Jaron Yahir, estaba su amigo. Cuando miró en su interior, lo vio. Estaba tendido en el suelo, hecho un ovillo, de espaldas a la puerta. Lo llamó varias veces y, al ver que no obtenía respuesta, abrió la celda. Le costó dar con la llave, pues le temblaban las manos y apenas veía nada en aquella penumbra, pero lo consiguió. Una vez la puerta estuvo abierta, la princesa corrió hasta Jaron y se arrodilló junto a él.

Pronto descubrió porqué no le había respondido: su amigo estaba inconsciente, posiblemente debido a una paliza. Eso arruinaba por completo su plan. Si Jaron no iba a poder huir por su propio pie iba a tener que sacarlo ella, pero no iba a poder hacerlo sola.

Se puso en pie y regresó junto al otro prisionero. Al verla acercarse, los ojos violeta del hombre resplandecieron.

-Te liberaré –le dijo-, pero con la condición de que me ayudes a sacar a mi amigo.

-Te ayudaría a sacar a todos los amigos que quisieras, muchacha.

La princesa asintió sin demasiado convencimiento, dando a entender al hombre que le bastaba eso. Luego abrió. La sonrisa de felicidad de Jaron Yahir era tan evidente que pronto Myreah olvidó todo su recelo.

-Le han dado una paliza –explicó.

-Oh, sí, creo que se lo llama “bienvenida calurosa” aquí abajo. Lo conozco.

-¿Lo hacen a menudo?

-¿A menudo? No, sólo cuando entra alguno nuevo. Hacía bastante tiempo que el príncipe de Meanley no invitaba a nadie a pasar unas cuantas noches en sus mazmorras.

Myreah miró al hombre sin atreverse a confesarle que ella era hija del príncipe. Su padre parecía haberlo tratado muy mal. La joven se limitó a caminar deprisa hasta Jaron, el otro Jaron, y a señalarlo con el dedo.

-Es éste.

El hombre se agachó junto al muchacho y lo tomó en brazos. No parecía un hombre excesivamente fuerte, pero Jaron pesaba tan poco que iba a ser fácil sacarlo de ahí.

-¿Y bien? ¿Por dónde? ¿O pensabas salir por la puerta principal?

La princesa guió al hombre hasta la pared del fondo. Allí, siguiendo las indicaciones de la sirvienta, buscó la piedra con una muesca en forma de U y la pulsó. Al instante se abrió la pared, con un crujido tan fuerte que Myreah temió que hubiese resonado por todo el castillo. Entonces se volvió hacia su imprevisto compañero, al que sorprendió arreglando el cabello de Jaron.

-¿Qué haces? -Le preguntó, suspicaz.

El hombre se encogió de hombros.

-Esperar a que des la orden.

La muchacha resopló. Ella no estaba dando órdenes.

-Sígueme.

Se introdujo en el oscuro túnel intentando recordar todas las indicaciones dadas por su sirvienta, el hermano de la cual había descubierto todos los rincones del castillo en sus años de niñez. Debía avanzar hasta dar con una bifurcación. La de la derecha daba a la cocina, así que debía tomar el camino de la izquierda. Entonces debía esperar al siguiente cruce de caminos, dónde debía tomar el del centro, más estrecho pero el único que daba al exterior.

Una vez salieron de los túneles, Jaron Yahir alzó sus ojos al estrellado cielo.

-¡Dioses! Sigue siendo tan hermoso como lo fue siempre.

Myreah clavó en él su mirada. Visto a la luz de la luna resultaba menos temible. Era un hombre enjuto y delgado, posiblemente debido a los años de encierro, pero había algo en su fino rostro de marcados pómulos que lo hacía terriblemente atractivo. La joven dejó que sus ojos se perdieran en Yahir hasta que, sorprendida, los abrió de par en par. Su larga melena castaña, sucia y enredada, no ocultaba del todo sus orejas, extrañamente largas y puntiagudas. Entonces comprendió el porqué de los ojos lilas, así como se dio cuenta de lo que acababa de hacer.

-¡Dios mío! Eres... ¡Eres un elfo! ¡He liberado a un elfo! –Myreah dio un par de pasos atrás.

Yahir se volvió sorprendido.

-¿No lo sabías?

-¡Claro que no! ¿Cómo iba a saberlo? ¡No existen los elfos! ¡Son sólo cuentos para asustar a los niños!

-Bueno, si te sirve de consuelo, vosotros tampoco existís para mi pueblo –el elfo sonrió.

-¿Qué quieres decir?

-Que entre los elfos son los humanos los seres devoradores de sangre que vienen en medio de la noche a llevarse a los niños desobedientes.

Myreah se sentía ahora avergonzada de haber reaccionado de un modo tan pueril. ¿Qué habría pensado Yahir de ella? Seguro que creía que era boba.

-Pero... si existís y no sois exactamente como se dice que sois... ¿por qué iba a querer mi padre tener un elfo en sus mazmorras?

El elfo la miró un momento, como calculando algo. Abrió la boca pero la volvió a cerrar enseguida. Cuando habló, la joven estaba más que convencida de que no iba a decirle toda la verdad.

-Tal vez es que tu padre cree todo lo que se dice sobre mi pueblo, princesa.

La joven gruñó, no le creía. Aún así sabía que no iba a poderle sacar nada en claro, lo había advertido en el modo en que sus ojos violeta habían perdido el brillo durante un segundo. Tendría que conformarse con eso.

-Bueno, hija del príncipe de Meanley, ¿puedo preguntar yo ahora? –La joven se encogió de hombros. No veía porqué no-. ¿Qué hace una muchacha como tú rescatando al prisionero de su padre en mitad de la noche?

Myreah tenía que reconocer que era una buena pregunta. La joven explicó lo mejor que supo todo lo sucedido mientras Jaron Yahir depositaba a su tocayo en el suelo con delicadez. El elfo se sentó a escuchar con total atención, convertido su rostro en una inexpresiva máscara.

-Así que lo que quería ver tu amigo era el retrato de Sarai...

-¿Tienes alguna idea de por qué mi padre lo encerró?

La sonrisa cínica de Yahir le informó de que sí, el elfo parecía haberse hecho al menos una pequeña idea.

-Ven, acércate –le indicó-. Mira esto.

Yahir retiró el cabello que cubría la oreja de Jaron. La joven dejó escapar una exclamación muy poco decorosa al darse cuenta de que las orejas de ambos Jaron tenían el mismo aspecto.

-¿Quieres decir que mi padre sabía que Jaron era un elfo? ¿Pero cómo? Yo pase mucho más tiempo con él y no me di cuenta.

-Bueno, princesa, tu padre, al contrario que tú, cree en los elfos. Y estoy convencido de que sabe reconocer a uno cuando lo ve, o cuando lo oye nombrar.

-Vaya –fue todo lo que Myreah pudo decir. Era demasiada información en un solo día. ¿Cómo iba a asimilar todo eso?

Entonces Jaron se movió. Un casi imperceptible quejido escapó de sus labios mientras el muchacho abría los ojos. Miró a la joven con mirada brumosa y sonrió aliviado. Myreah sintió el aliento de Yahir junto a su oreja al hablarle el elfo.

-No le hables de mí aún, princesa, espera a que se recupere.

Y esa sensación la turbó de tal modo que no pudo siquiera devolverle la sonrisa a Jaron antes de que el muchacho se volviera a desmayar.

jueves, 10 de julio de 2008

Capítulo tercero



La visión del castillo decepcionó un poco a Jaron. No sabía bien qué era lo que había esperado, pero desde luego no se parecía a aquella recia torre defensiva apenas ampliada con el paso de los años. ¿Ahí había vivido su madre? Pues era más bien un lugar feo. Claro que no lo comentó a Myreah. Después de todo no dejaba de ser su hogar. La joven se adelantó con un par de sus largas zancadas, gritando para que le abrieran el portalón. Jaron la alcanzó junto a la puerta, mientras las pesadas hojas de madera se abrían con lentitud.

Cuando entraron al patio varios sirvientes salieron a recibirles.

-¡Alteza! –Una mujer mayor y con aspecto de ser muy severa tomó a Myreah del brazo-. Si vuestro padre os ve con esas ropas de hombre se enfadará y con razón. ¿No sabéis que ya no tenéis edad de ir haciendo chiquilladas?

-Oh, vamos, aya, ni que fuese tan mayor.

-Cumpliréis veinte años el próximo otoño, ¿os parece poco?

La joven puso cara de fastidio y miró a Jaron como disculpándose.

-Será un momento, ¿vale?

Y la sirvienta se la llevó casi a rastras. Jaron se sintió un poco violento al darse cuenta de que se había quedado solo con todos aquellos extraños.

-¿Y vos sois...? –Preguntó uno de ellos.

-¿Yo? Bueno... Soy un amigo de la princesa –dijo. No se le ocurría que otra cosa podía ser.

El hombre le miró suspicaz pero, finalmente, se encogió de hombros.

-Por aquí –y, con un ademán de su mano, indicó a Jaron que le siguiera.


Myreah estaba dejando que las criadas acabaran de abrochar la enésima capa de su vestido cuando las puertas de sus aposentos se abrieron. Su padre, vestido con su ropa de caza, entró, mirándola severamente.

-Alteza, no podéis entrar aquí. Vuestra hija se está vistiendo –protestó el aya, con los brazos en jarras.

-Dejadnos solos –fue todo cuanto el príncipe contestó.

La mujer lo miró severamente. Llevaba tantos años cuidando de la princesa que casi la consideraba más hija suya que de sus propios padres. Aún así, acabó por resoplar y, dando palmadas para llamar la atención de las otras sirvientas, se fue, dejando a Myreah sola con su enfadado padre.

-¿Dónde has estado?

-Ya lo sabes, papá, en el bosque.

-¿Ah, sí? ¿En el bosque? Ven, acércate –su padre le indicó con un gesto que fuera hasta él. La joven receló, su padre parecía muy enfadado. Pero no podía negarse, así que, finalmente, se acercó a él. En el mismo instante en que la joven se situó junto a él, la mano de su padre cruzó su mejilla con tanta fuerza que casi la tira al suelo-. ¿Te crees que soy idiota?

Myreah, incapaz de decir una palabra, se limitó a contener las lágrimas. ¿Qué había hecho ahora?

-Sabes que no me gusta que salgas por ahí. Eres una mujer y tu lugar está aquí, en el castillo. Y encima tienes la desfachatez de traerte a ese amigote. ¡Furcia!

-N-no es un amigote –se defendió la joven.

-¿No? Además de zorra, estúpida –su padre la cogió de un brazo, haciéndole daño-. ¡Mírate bien! Eres la mujer menos agraciada que conozco, niña boba. Si ese tipo se ha interesado por ti ha sido por tu posición, nada más. Y tú abriéndote de piernas por ahí.

-¡Basta! –Myreah rompió a llorar. ¿Por qué tenía su padre que decirle siempre esas cosas horribles?- ¡No he hecho nada de todo eso! Jaron es sólo un vagabundo que me invitó a compartir hoguera con él anoche. Quise... quise devolverle el favor invitándolo a comer algo.

Su padre dejó ir su brazo y miró un momento a su hija con incredulidad y sorpresa.

-¿Jaron, has dicho?

La joven, que trataba sin éxito de calmarse y dejar de hipar, asintió tímidamente. Tal vez decir el nombre de su amigo había sido un error, tal vez su padre no iba a creerla ahora. Cerró los ojos, esperando otro bofetón, pero no sucedió. En lugar de eso, su padre abandonó la habitación tan deprisa que casi derriba la puerta a su paso.

Su aya entró casi al instante y la abrazó contra sí con ternura, lo cual hizo que el llanto de la joven se reavivara.

-Tranquila, mi dulce niña, ya pasó todo.

Pero Myreah no podía sacarse de encima la sensación de que eso no era así, de que aún no había pasado nada.


Jaron fue conducido por los sirvientes a un gran salón con una gran chimenea. El muchacho no había dejado de buscar el cuadro del que Myreah le había hablado mientras era guiado escaleras arriba, pero no lo había visto. Así que supuso que debía de encontrarse en alguno de los pisos superiores. Por eso, en cuanto se quedó solo, salió en su busca.

No fue hasta el tercer piso que dio con él.

Un enorme retrato adornaba una sala que, de no ser por el cuadro y el hogar, hubiese sido la sala más deprimente que Jaron hubiese visto jamás. Pero ese cuadro parecía llenar de luz y de vida toda la sala. La mujer del retrato era tan hermosa como Myreah había dicho, o tal vez más. Su larga melena negra y rizada le llegaba hasta los pies y miles de pequeñas estrellas parecían brillar en sus ojos color marrón.

Jaron no pudo más que contemplar el retrato boquiabierto, aprendiendo todos y cada uno de los rasgos de su pálido rostro. ¿Así que ésa era Sarai? Pero, ¿cómo saber si esa Sarai era la Sarai que él andaba buscando? La sola idea de que esa magnífica mujer fuera su madre lo llenaba de orgullo.

-¿Te gusta? –Preguntó una voz a su espalda.

El elfo se volvió, arreglando con un gesto estudiado el pelo que cubría sus orejas. En la puerta se encontraba un hombre de unos cincuenta años, de espeso bigote y pelo cano. Jaron buscó sus ojos en un intento de discernir sus intenciones, pero no pudo leer nada en ellos. De hecho, apenas sí pudo verlos bajo sus pobladas cejas.

-Ese retrato fue dibujado por uno de los más prestigiosos artistas del sur. Pero su belleza no es sólo mérito del artista. Sarai fue una mujer extraordinaria. Si se hubiese comportado de otro modo hubiese sido el orgullo de la familia hace setenta años. Pero no. Tuvo que rebelarse y negarse a obedecer a su padre. Me temo que eso es un rasgo inherente en todas las mujeres de esta familia –el hombre esbozó una sonrisa-. Soy el padre de Myreah –aclaró-. Mi hija me ha dicho que tu nombre es Jaron.

-S-Sí, señor -respondió éste, incómodo por el tono del príncipe.

-Jaron... Es un nombre muy poco común. No es de estas tierras. De hecho, si no me equivoco, ni siquiera es humano.

El muchacho miró al hombre con sorpresa, pero este pareció no notarlo, porque continuó.

-¿Qué edad tienes? Por tu aspecto no te pondría más de sesenta y cuatro, pero debes de tener sesenta y siete como mínimo, ¿no?

Y antes de que Jaron pudiese reaccionar alguien lo cogió por los brazos desde detrás.

La sala se había llenado de guardias y él no se había dado ni cuenta pendiente como había estado de las palabras del príncipe.

-¿Qué es esto?

-Eso mismo me pregunto yo –el príncipe se acercó a él con parsimonia-. Así que Sarai tuvo un hijo, ¿no?

-No sé de qué me habláis.

-Por supuesto que lo sabes, elfo –el hombre tiró de sus cabellos, dejando sus orejas al descubierto. Jaron apretó los dientes, reprimiendo un grito de dolor. Si aquel tipo tiraba más del pelo se lo iba a arrancar de raíz-. ¿Ves cómo sí? Sé de alguien que va a estar encantado de saber de ti.

Jaron se revolvió, pero no pudo zafarse de su captor.

-Encerradlo hasta que me ponga en contacto con el Qiam.

-Sí, señor.

-E id con cuidado con lo que hacéis. Que no muera hasta que el Qiam lo vea.

viernes, 4 de julio de 2008

Capítulo segundo.



Jaron se dejó caer sobre la blanda hierba sin siquiera cerciorarse de que no hubiese piedras bajo ella. Estaba realmente cansado. Había caminado sin parar desde que había salido de aquel pueblo... ¿Cómo se llamaba...? ¿Y qué importaba el nombre del dichoso pueblo? La cuestión es que lo había dejado antes del mediodía y que ya empezaba a anochecer. Y todo porque aquel tipo había podido darle por fin una pista sólida que seguir. ¡Por Dios! Había tardado tres meses en dar con alguien que pudiera ponerlo en el buen camino, ¿le venía ahora de un par de días? Pues por lo visto sí.

Claro que eso se lo decía a sí mismo porque estaba cansado y no tenía nadie más con quien discutir, pero en realidad sí le venía de un par de días, o al menos eso era lo que sentía, que no podía esperar a corroborar si lo que le habían dicho era cierto. Después de todo no había hecho otra cosa desde que había salido del monasterio que buscar la pista de su madre, de Sarai. Y todos le habían dado la misma respuesta, que el mundo estaba lleno de Sarais. Jaron había sabido desde el principio que buscar una pista perdida sesenta y siete años atrás iba a ser difícil, pero nunca había imaginado que tanto.

Ese nombre era originario de Meanley, un principado al oeste del imperio, o eso le habían dicho, pero en el último siglo se había extendido por todo el imperio, así que esa información no era garantía de nada. Pero puesto que era lo único que tenía, hacia Meanley se había dirigido. Y, a medida que se había ido acercando, más Sarais le habían salido al paso, pero ninguna correspondía con la imagen que de ella le había dado Rodwell.

Excepto una.

-Creo que sé de quien hablas, muchacho –le había dicho un anciano tras oír su descripción -. Hubo una Sarai por aquí, hace muchos años. Dicen que era princesa y que la echaron de sus dominios por hacer pactos con seres oscuros. Pero yo no lo creo, ¿sabes? Yo la conocí, sí, señor. Cierto que yo era apenas un crío, pero la conocí y la recuerdo.

Jaron le había pedido que le hablara de ella antes de poder darse cuenta de que estaba cometiendo un grave error, estaba rompiendo la regla número uno: nunca le pidas información a un anciano con evidentes ganas de cháchara. Tras una hora y media de hablar de todo y de nada el hombre le había dicho que, si de veras quería saber más de esa Sarai, que se dirigiera al castillo del príncipe. Si la Sarai de la que hablaban era realmente una princesa, allí aún sería recordada. Y el consejo le había parecido bueno.

Pero el castillo del príncipe estaba más lejos de lo que Jaron había deducido de las señas del anciano. En medio día aún no había dado con él y ni siquiera sabía orientarse lo suficiente como para calcular cuánto debía de quedarle.

Con un suspiro se puso en pie. Si quería conseguir algo para la cena tendría que empezar a moverse. No le costó mucho cazar un ave. O algo así. No estaba muy seguro de qué era exactamente lo que había cazado. Fuese lo que fuese, volaba y estaba cubierto de plumas. Lo que le fastidiaba de cazar pajarracos era tener que desplumarlos antes de poderlos cocinar. A uno se le pasaba el hambre antes de haber podido siquiera ponerlos en el fuego. Pero estaba demasiado cansado como para no conformarse con el primer ser vivo susceptible de convertirse en alimento con el que topara.

Cuando tuvo el fuego listo y a su cena sobre él, cociéndose, se le olvidó por completo que había tenido que pasarse más tiempo del que pensaba desplumándolo. Olía de maravilla... Claro que debía de ser porque no había comido nada desde esa mañana, si es que a aquello se le podía llamar comer. Incluso en los días de ayuno en el monasterio había llenado más el estómago de lo que lo había hecho esa mañana.

-Eso huele que alimenta –opinó una voz a sus espaldas.

Jaron se puso en pie de un salto y se volvió, encontrándose con la mujer más alta que había visto en su vida. Había una sonrisa cordial dibujada en su rostro, una muy hermosa sonrisa. De hecho era lo único hermoso de ella, larguirucha y delgada como era.

-¿Quién eres? –Preguntó Jaron, menos receloso de lo que sabía que debía de haber estado.

-Mi nombre es Myreah. Espero no haberte asustado, me pareció que hacía ruido suficiente mientras me acercaba.

-No importa –el elfo se arregló instintivamente el pelo de forma que tapara bien sus orejas-. Si quieres sentarte –ofreció. No sabía si realmente quería la compañía de la extraña joven, pero no se ocurría que más podía hacer -. Mi nombre es Jaron.

-Jaron, ¿eh? No eres de por aquí, ¿verdad? –Quiso saber Myreah mientras se sentaba junto a él.

-¿Por qué lo dices?

-Bueno, sólo un forastero desconocería que está prohibido cazar en los bosques del príncipe. Por cierto, ¿qué has cazado? –La joven estiró uno de sus delgados brazos y se hizo con una de las cobrizas plumas. Sus ojos negros se abrieron como platos al destellar la pluma bajo la luz de la hoguera -¡Un ave de fuego!

-¿A-ave de fuego? –Jaron no sabía que era eso, pero no le había gustado el tono reverente que había usado la joven. Sonaba a problemas-. A mí me pareció más bien un cuervo rojo.

-¿Un cuervo rojo? Bastante grande para ser un cuervo, ¿no? Cuando papá sepa que has matado un ave de fuego te despellejará vivo.

-¡Un momento! ¿Despellejarme? Si no sabía que... –Jaron se detuvo a media protesta. ¿Había usado la joven la palabra “papá”?

-Sí, despellejarte. A mi padre le encantan esos bicharracos carroñeros, ¿sabes? –Luego suspiró-. Claro que no tiene porque saberlo –la joven volvió a sonreír-. Será nuestro secreto.

-¿Nuestro?

-Bueno, ambos vamos a comérnoslo, ¿no?

-¿Cómo que ambos?

-He creído entender antes que le tienes cierto aprecio a tu piel, así que te interesa que yo mantenga la boca cerrada –Jaron gruñó como respuesta-. Eso está mejor. Creo que tú y yo vamos a ser grandes amigos.

Cenaron en silencio, lo cual no dejó de sorprender a Jaron, confuso aún por la elocuencia de la que había hecho gala la joven justo después de su aparición. El muchacho aún estaba molesto con ella por haberse invitado a compartir con él hoguera y cena, pero sentía demasiada curiosidad como para mantener el silencio mucho tiempo más.

-Cuando antes has dicho “papá”... ¿te referías a...? –Preguntó tímidamente.

-Oh, lo lamento. Qué mala educación la mía. Pensé que me conocerías por el nombre, pero claro, eres extranjero. Soy la hija del príncipe.

-La hija del príncipe... Entonces... ¡Vos debéis saberlo! ¿Sabéis? Iba de camino al castillo de vuestro padre, Alteza.

-¿De camino a casa? Pues ya podías haber caminado unos kilómetros más, que está aquí mismo –la joven le mostró una de sus francas sonrisas-. Claro que entonces no nos hubiésemos encontrado. ¿Y para qué ibas a allí?

-Busco información sobre una persona, una tal Sarai que dicen que vivió en el castillo del príncipe.

-Sarai... ¿Por qué?

-Creo que podría ser mi madre –explicó Jaron antes de caer en la cuenta de su aspecto juvenil. Olvidaba qué era con tanta facilidad...

-Entonces no puede ser ésa Sarai. La Sarai de mi familia desapareció hace casi setenta años.

-Oh –fue todo lo que se le ocurrió decir mientras intentaba contener la emoción. Era tan posible que fuera esa misma Sarai...

-Lo siento –dijo la joven, y parecía sincera-. Para serte franca, creo que te he ahorrado un desagradable trago. A mi padre no le hubiera hecho mucha gracia que alguien se presentara en su casa preguntando por Sarai.

-¿Qué quieres decir?

-Es una historia larga y extraña. ¿Quieres oírla? –Jaron asintió acercándose más a la chica casi por instinto-. Era la hermana de mi abuelo, una mujer bellísima. ¿Sabes que tenemos un gran retrato suyo? Me encantaba mirarlo, de hecho me sigue gustando mirarlo aún ahora. Pero nunca supe quién era hasta hace diez años. Cuando preguntaba por la mujer del retrato, todo el mundo decía lo mismo, que no era nadie. Oí el nombre de Sarai por primera vez de boca de un criado muy viejo, cuando yo apenas contaba nueve años. Aquel anciano me habló de ella, de que era una mujer decidida que había tenido que escoger entre su libertad o su deber como hija a los dieciocho años. Por lo visto su padre la expulsó del hogar cuando ella se negó a casarse con el hombre que su padre le imponía y desde entonces su nombre fue repudiado y nunca más se pronunció entre las paredes del castillo. O eso fue lo que dijo el criado.

“Yo era una cría y no pude evitar ir a confirmar la historia en labios de mi padre, que me castigó al oírme pronunciar ese nombre. Al criado lo apalearon y luego lo expulsaron –Myreah fijó los ojos en las llamas, tal vez afligida por sus propios remordimientos-. Mi padre intentó corregir el error del criado explicándome la historia oficial, que Sarai había sido expulsada porque era una bruja que pactó con los demonios y los elfos.

-¿Con demonios y elfos? –Jaron se sintió molesto por un momento al ver a ambos en la misma categoría.

-Vaya una estupidez, ¿verdad? Nunca creí la historia de mi padre, todo el mundo sabe que los elfos y los demonios no existen. Sarai era una mujer que prefirió el repudio de su familia a la humillación de someterse a la voluntad paterna. Me gustaría ser tan fuerte como ella.

Jaron miró a la joven con renovado interés. Así que era posible que esa chica fuera su sobrina, o prima... o algo. Se fijó en los rizados cabellos de la muchacha, tan negros como los suyos. Su sobrina... la nieta del hermano de su madre... Tenía que asegurarse.

-¿Y crees que yo podría... ver ese retrato?

-¿De veras quieres verlo? –Los ojos de la joven brillaron, feliz al ver que había despertado el interés de su nuevo amigo –Supongo que sí. Si te invito al castillo yo misma... Pero no le digas a nadie que vas sólo para ver el retrato o se me caerá el pelo.

Cuando, a la mañana siguiente, partieron, la curiosidad de Jaron pudo más que él y, finalmente, preguntó:

-Myreah,... er... Alteza, si de veras sois quien decís ser... ¿qué hacéis pasando la noche en el bosque?

La joven, que se había colocado a la delantera, se volvió mientras reía.

-Bueno, de vez en cuando me gusta salir por ahí, alejarme de mi familia y de las ridículas normas sociales. Claro que nunca salgo de los bosques de mi padre, me mataría si lo hiciera sin su permiso. No sabes lo que es pasarse la vida entre cuatro paredes, día y noche, noche y día. Si no me escapara de vez en cuando me volvería loca.

¿Que no lo sabía? Él mejor que nadie conocía la sensación de encierro. Pero no era ese tema el que quería tratar.

-Habláis de vuestro padre como si fuese un hombre terrible.

-Oh, y lo es. Es un hombre rudo e iracundo, despiadado con sus enemigos. Si fuera un poco más indulgente sería un gran hombre –la joven suspiró-. Y hazme un favor, ¿quieres? –Myreah rodeó los hombros de Jaron con uno de sus largos brazos-. No vuelvas a tratarme de Vos, no soy tan mayor.

-No, seguro que no lo eres.