viernes, 28 de noviembre de 2008

Capítulo vigesimocuarto



El nudo en el estómago de Jaron creció hasta límites insospechados al leer el comunicado real. Miró a Nawar de soslayo e intuyó que éste iba a decir algo, pero no le apetecía oírlo, así que, ignorándolo, se dirigió hacia la ominosa construcción del centro de la plaza.
Los elfos que estaban en ese momento acabando de afianzar la estructura levantaron sus ojos hacia él al darse cuenta de que parecía esperar algo.
-¿Si?
-¿Para qué es esto?
Los elfos se miraron entre sí.
-Para la ejecución -respondió uno.
-Pero, Noain Ceorl no va a ser ajusticiada, ¿no? ¿No deberíais desmontarlo?
Su interlocutor se encogió de hombros.
-A mí que me cuentas, chaval. El Qiam querrá aprovechar el trabajo para algún otro reo.
Y, dando la discusión por zanjada, siguió a la suyo.
Jaron les observó como en sueño. Uno de esos sueños absurdos en que nada tiene sentido y todo parece mezclarse. Si Rodwel hubiera aparecido de repente para regañarle por abandonar sus estudios, no le hubiera sorprendido en lo más mínimo.
Nawar estirando de su manga le distrajo.
-Estamos llamando la atención -masculló el rubio en su oreja.
Y el muchacho asintió torpemente, porque en ese absurdo sueño era lo que tocaba hacer. Asentir y seguir a Nawar.
Salir de la plaza.
Buscar a Haze.
Pero tan pronto se volvieron para irse una elfa de unos cincuenta años...

(“No, idota, ¡entonces sería una niña!”
“Oh, cierto. ¿Doscientos? ¿Trescientos?”
“¿De veras te importa?”)

Lo que fuera. Una mujer, de mediana edad en todo caso, les salió al paso tomando al joven del Brazo.
-¡Nawar, muchacho! ¿No has oído la buena noticia?
El elfo se volvió hacia la mujer esbozando una sonrisa que a Jaron se le antojó tensa pero que la elfa no pareció notar.
-¡Yente! Sí, ahora mismo acabo de leerlo.
-menudo alivio -confesó la mujer con un afectado suspiro-, Nos hemos quitado todos un peso de encima. No es que nadie creyera que Noain pudiera ser una traidora, por supuesto. Pero claro... como lo decía el Qiam...
-Por supuesto -Nawar miró nervioso hacia Jaron mientras le seguía el hilo a la elfa-. Sus razones tendría... -comentó, posiblemente por añadir algo.
-¡Oh, y tanto que las tenía! ¿No te has enterado? ¿Acaso acabas de llegar?
-Sí, hemos llegado ahora mismo -Jaron vio al joven fruncir el ceño, suspicaz-. ¿Enterarme de qué?
-Pues resulta que tus tíos habían estado escondiendo a un criminal en su casa todos estos años.
-¿Qué? Eso son bobadas.
-Eso pensamos todos. Hasta que supimos de quién se trataba.
-¿Quién? -Jaron intervino en la conversación, harto de cháchara y rodeos.
La elfa le miró y luego volvió la vista hacia la casa Yahir.
-Ni más ni menos que Haze Yahir -dijo, bajando la voz como si fuera el más terrible de los secretos.
-¡Eso es mentira! Haze estaba...
Un codazo de Nawar calló a Jaron a tiempo.
-Muerto, sí. Eso pensábamos todos. Y ya ves...
-¿Y dice el Qiam que mis tíos le han estado ocultando?
-Oh, no te preocupes, cielo, conociendo a Noain y el delirio que tenía por ese Yahir cuando no era más que un niño, cualquiera comprenderá que fueron engañados por ese traidor. ¡Tal vez incluso coaccionados!
-¿Cómo sabéis todo eso? -Jaron se mordió la lengua esta vez.
-Pues parece que por fin el Qiam ha dado con él. ¿No es una suerte? Eso ha salvado a Noain y a Salman -Yente bajó la voz de nuevo-. Pobre Qiam...Su propio hermano... Se dice que es posible incluso que Haze esté tras la desaparición del mayor. ¿Cómo se llamaba?
-Jaron -respondió el muchacho, que sentía las entrañas arderle como si hubiera tragado un puñado de brasas-.Se llamaba Jaron.
Nawar le tocó el brazo, como pidiéndole calma, pero el chico lo retiró. Sólo podía mirar a esa elfa y esperar a que confirmara lo que él ya sabía que iba a decir. La sensación de irrealidad que sintiera hacía unos minutos había empeorado. O tal vez era sólo un mareo. En todo caso, era como si el mundo se hubiera difuminado y nada pareciera ya sólido. La sangre le martilleaba en los oídos, pero aún así oyó a la mujer responder:
-Eso mismo. Que informado veo a este muchacho -Yente le sonrió con aprobación-. ¿Algún primo, Nawar, cielo?
-Sí, por parte de madre -mintió el joven.
-Así me gusta -la elfa le tocó el hombro amistosamente-, apoyando a la familia. En fin... cuando ese Yahir sea ejecutado todo quedará resuelto y entonces seguro que el Qiam deja que tus tíos regresen a su casa.
Jaron vio a Nawar devolverle a la mujer una sonrisa mientras intercambiaba fórmulas de cortesía, pero apenas les escuchó. Había confirmado lo que ya sabía desde hacía varios minutos. Desde hacía varias horas, de hecho. Haze... Haze...
Se volvió hacia el cadalso y, tomando mecánicamente uno de los martillos que reposaban por allí, empezó a golpear la estructura.
-¡Jaron! -Nawar corrió hacia él, quitándole el martillo y sujetándolo para que no escapara, evitando a su vez que trabajadores y curiosos se abalanzaran sobre él.
-¡Suéltame! ¡No me toques!
-No es el momento -masculló Nawar mientras lo alejaba de allí -Son los nervios. Es muy excitable -iba diciendo en voz alta a la gente que les miraba como decidiendo si ir a aviar a la guardia o no-. Será mejor que le lleve a casa.
-¡No!
El muchacho consiguió por fin zafarse y echó a correr sin importarle hacia donde corría. Sólo quería estar lejos. Dejar atrás el hacha y el cadalso y el tocón. Y a los curiosos y a las vecinas chismosas. Y a Nawar. Sobretodo a Nawar.
Peor el elfo fue tras él y no tardó en darle alcance al cabo de algunas calles.
-¡Jaron! ¿Se puede saber qué mosca te ha picado? ¿Te has vuelto loco? -dijo, agarrándolo del brazo de nuevo y guiándolo para que fuera con él.
El chico se soltó de nuevo. O lo intentó. Porque el forcejeo le hizo tropezar y cayó al suelo cuan largo era.
Allí, derrotado y abatido, rompió a llorar.
-Eh... vamos... -Nawar, más calmado, le puso una mano en el hombro, pero Jaron le rehuyó de nuevo.
-¡No me toques! ¿Mi tío a cambio de los tuyos? ¿Ese era tu plan? ¿Eso es lo que fuiste a hacer ayer con tanta prisa? ¿Venderle al Kiam?
Jaron había reculado como había podido hasta chocar contra una pared. Seguía hipando incontrolablemente, pero sus puños, cerrados con furia, estaban listos para golpear a Nawar si volvía a acercarse.
-¿Qué? ¿Eso crees? ¡No! Yo nunca...
-¡Y una mierda! Por eso estabas tan tranquilo, ¿verdad? Sabías que no íbamos a encontrarle por más que buscáramos.
-¡No! ¡Dioses, no! ¡Te juro que ni siquiera se me pasó por la cabeza! -El joven se acercó a él y tras un pequeño forcejeo tomó sus puños entre sus manos, obligándolo a mirarle-. Jaron... por favor... Lo que fui a hacer ayer... Lo que no os podía contar... -Nawar suspiró-. Formo parte de un grupo de gente que buscamos derrotar al Qiam. Mi señor, nuestro jefe... es alguien muy influyente. Fui a verle para pedirle que intercediera por mi tía. Te juro por el alma de mi padre que Haze ni siquiera salió en la conversación.
Jaron hubiera dado cualquier cosa por no creerle, por leer cualquier otra cosa en sus sinceros ojos color miel. Cualquier cosa por tener a quien culpar. Porque si Nawar era sincero, si él no tenía la culpa... entonces...
-Es mi culpa -el muchacho rompió a llorar de nuevo, hundiendo la cabeza entre los hombros-. Yo quise bajar al pueblo. Por eso le han cogido. Por mi culpa... Haze va a morir por mi culpa.
Nawar le rodeó con un brazo y esta vez no lo rehuyó.
-Eh, vamos -el joven le apartó el negro pelo de la cara- ¿quien ha dicho que vaya a morir?
-Pero...
-No vamos a rendirnos. No ahora, ¿de acuerdo? No hemos llegado hasta aquí para nada, ¿verdad?
El muchacho negó con la cabeza, secándose las lágrimas. Por suerte, su carrera le había alejado del centro del pueblo y no había curiosos a su alrededor.
-¿Cómo vamos a decírselo a Mireah? -preguntó mientras dejaba que Nawar le ayudara a ponerse en pie.
El joven le pasó un brazo por los hombros y esbozó una mueca a medio camino entre la sonrisa y el mohín.
-Ya lo pensaremos por el camino, ¿vale? De momento, vamos a buscar una fuente para que puedas lavarte la cara.
Jaron asintió y se dejó guiar, ordenando de repente toda la información recibida en tan poco tiempo.
-Tú señor... ¿tiene suficiente poder como para hacer cambiar de parecer al Kiam? -Quiso saber.
-A veces.
-Ya veo...
-¿Ya ves? ¿Que ves?
-Es interesante.
Y no dijo nada más durante buena parte del camino.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Capítulo vigésimotercero




La noche había sido larga.
Había tenido que cambiar órdenes y rehacer el papeleo para que todo estuviera listo a la hora acordada. Hacía rato que había desechado la idea de dormir más de cuatro o cinco horas, pero, por una vez, el trabajo no le había importado. El imbécil de Haze volvía a estar en sus manos y eso era tan buena noticia que ni la falta de sueño podía empañarla.
Era tarde, muy tarde, cuando el Qiam salió de sus oficinas para dirigirse a sus aposentos, dispuesto a dormir mejor de lo que lo había hecho en varios días. Por eso le sorprendió encontrar a alguien en el pasillo.
-Qiam –en cuanto le vio aparecer, la figura avanzó en su dirección, acercándose a su vela y, por tanto, revelando su rostro.
Se trataba de Faris, hijo del rey y por tanto príncipe de la nación. Era un muchacho joven, de apenas 90 años, que había tenido que abandonar sus estudios prematuramente ante la enfermedad de su padre. Aunque en teoría era el regente en su lugar, apenas se inmiscuía en los asuntos de estado, dando bastante libertad al consejo y a sí mismo.
Y sin embargo ahí estaba, esperándolo a las tantas de la noche, y para un asunto grave dada su agitación.
Eso consiguió despertar su curiosidad.
-¿Alteza?
-Vengo de ver a mi padre.
“¿A estas horas?”
-¿Cómo se encuentra hoy su majestad? –preguntó, a pesar de la evidente mentira.
-Bien. Lúcido –el joven hizo un mohín y sus azules ojos se ensombrecieron, pues era evidente que tener que remarcar ese hecho le resultaba doloroso.-Hemos oído sobre la ejecución de mañana.
Zealor se guardó de hacer un mohín.
-Sabéis que intento no molestar a vuestro padre con nimiedades.
-Creemos que, dada la edad de la ofensora, la medida resulta excesiva.
Zealor estuvo apunto de replicar que no era él quien debía decidirlo. Incluso estuvo a punto de revelar que la anciana no iba a ser ejecutada al fin y al cabo sólo para que le dejara irse a dormir. Pero resultaba tan sorprendente que el príncipe mostrara ninguna iniciativa que prefirió esperar a ver qué sugería.
-¿Y qué proponéis?
-Creemos que una conmutación de la pena mostraría nuestra firmeza a la vez que nuestra compasión.
-¿Conmutación?
-Proponemos que los bienes de los Ceorl pasen a manos de la Nación, puesto que no tienen hijos conocidos, y que ellos sean trasladados a nuestras cocinas, donde trabajaran para la Nación a cambio de techo y alimento. Así pagarán su deuda con nuestra sociedad y para con nos a la vez que podremos demostrar a la Nación que su gobierno no carece de clemencia.
-¿En vuestras cocinas?
-Siempre bajo la atenta mirada de vuestros hombres, por supuesto. No querríamos restaros autoridad.
Zealor lo pensó.
Era mejor que devolver a la vieja a su casa y que chismorreara con las vecinas. Además, siendo una orden real se evitaba dar explicaciones.
-Veo que habláis en plural –apuntó, viendo el que podía ser el único problema en todo el asunto.
-Ella y su esposo serán traídos a palacio. Nuestra clemencia debe extenderse a ambos o no sería clemencia en absoluto.
¿Por qué nunca podía salir nada como uno lo planeaba?
-Por supuesto, Alteza. Podéis decirle a vuestro padre que así se hará. Nadie podrá decir que los gobernantes de la Nación carecen de corazón.
-No esperábamos menos -luego inclinó su rubia cabeza, dando la conversación por zanjada-. Qiam.
Zealor lo observó alejarse maldiciendo entre dientes. ¿Cómo se había enterado? ¿Y a cuento de qué había venido todo eso? La verdad es que era a la vez bueno y malo. Por un lado se libraba de tener que liberar a la anciana, y el destino de ésta ya no importaba demasiado ahora que había cumplido su función. Por otro...
Iba a tener que enviar un par de hombres al Castillo de Meanley a buscar a Salman antes de que el principe llevara al vejestorio ante su rey.
Con un suspiro entró en su habitación y se sentó en su escritorio, empezando a redactar una nota mientras con la campana llamaba a uno de sus criados.
A este paso la ejecución de Haze iba a pillarle sin haber pegado ojo.


Al amanecer estaban Nawar y Jaron en el promontorio desde donde se veía todo Suth Blaslead.
-Algo no va bien -dijo el muchacho señalando a la plaza-. Dijiste que te habías encargado de todo, pero no han dejado de trabajar en toda la noche.
Y era cierto
El cadalso estaba prácticamente acabado y Nawar no sabía qué podía significar. Tal vez su señor no había podido hacer nada, al fin y al cabo, o tal vez simplemente las órdenes no habían llegado hasta el pueblo aún.
Fuera lo que fuera, todo parecía seguir su curso dando la sensación de que, como bien decía Jaron, algo no iba bien.
-Vamos a buscar a Haze, ¿vale? El resto ya se verá -le dijo al muchacho, obligándolo a apartar la vista del pueblo, donde los guardas parecían estar reponiendo el comunicado que la noche anterior arrancaran Jaron y Mireah.
La princesa y Yahir se habían quedado en la cueva, por si el elfo regresaba por otro camino y porque, para ser francos, con todo el movimiento de tropas que parecía haber en la zona, lo último que necesitaban era que los pillaran junto a una humana.
Nawar rastreó la zona lo mejor que pudo, pero le fue imposible saber si todo el más que aparente movimiento que intuía entre los hierbajos y arbustos había sido Haze o las patrullas que él mismo sorteara ayer.
Todo el bosque andaba removido.
-Vamos al pueblo -dijo al fin, dándose por vencido-. Si Haze ha oído de la ejecución irá allí para ver a mi tía.
Jaron asintió gravemente, pero no dijo lo que pensaba y Nawar lo agradeció. No necesitaba pensamientos negativos empañando su juicio.
Ya en el pueblo la gente iba y venía nerviosa. Los quehaceres cotidianos parecían interrumpidos y la plaza estaba llena de curiosos que observaban a los carpinteros trabajar con gran interés.
-Vamos -propuso de repente Jaron, tirando de su manga-. Quiero ver el papel.
-¿Que?
-El papel nuevo, el que han colgado hoy. Quiero leerlo.
Nawar iba a replicar que no tenía importancia, que sería el mismo que leyeran el día anterior, pero de repente ya no estaba tan seguro. Así que siguió al muchacho hasta el centro de la plaza, donde el cadalso seguía construyéndose, ultimando detalles. El hacha que reposaba junto al tocón en lo alto no hablaba precisamente de buenos augurios.
De modo que cuando llegó junto al chico, cuyo rostro se había ensombrecido, y leyó el comunicado se sintió a partes iguales aliviado e inquieto.
Aliviado porque el papel decía que el Rey, Su majestad, en su infinita misericordia, había conmutado la pena de la rea Noaín Ceorl y de su esposo Salman al considerar a los ofensores demasiado mayores para suponer un peligro real.
E inquieto porque, si su tía estaba a salvo, entonces... ¿para quien era el hacha que reposaba en el cadalso?

jueves, 13 de noviembre de 2008

Capítulo vigésimosegundo




Nawar no regresó a su casa esa noche como había sido su primera intención, si no que envió una nota a su madre diciéndole que, oyera lo que oyera, no se preocupara, que él se encargaba de todo, y, después de asegurarse de que iba a ser entregado, regresó a la Casa Secreta.
La conversación con su señor le había tranquilizado enormemente, pues le había arrancado una promesa. Y, opinara lo que opinara de él en otros aspectos (era demasiado cauto, por ejemplo, y eso no era siempre una virtud), sabía que nunca rompía una promesa.
Así que sabiendo a su tía Noaín en buenas manos, había regresado a la cueva. El ambiente que había dejado era cuanto menos tenso y, al contrario que su señor, ninguno de los habitantes de la cueva había dado muestras de ser excesivamente sensato.
Y cuando llegó a la cueva y encontró a la princesa en la entrada, de pie, antorcha en mano, rígida como un palo y temblorosa como una hoja, sus peores sospechas se vieron confirmadas.
-¡Haze! -La humana se volvió hacia él con un respingo al oírlo llegar. El alivio de su rostro se tornó decepción en cuanto le vio-. Oh. Eres tú.
Nawar se guardó de bromear, pues vio que no era el momento. En lugar de eso, se acercó a la princesa en un par de zancadas mientras los dos Jarons salían al exterior y le dedicaban sendas miradas de “vaya, es sólo Nawar.”
-¿No ha regresado?
La humana negó con la cabeza, tal vez en un intento de serenarse y tragarse las lágrimas que asomaban a sus ojos.
-La zona está llena de patrullas. Seguro que está escondido esperando el mejor momento -Nawar trató de quitarle hierro al asunto con un ademán.
-Tú los has sorteado -le recordó Jaron, el joven, en ese tono frío que Nawar empezaba a reconocer y al que había bautizado como su “caparazón”.
-Cierto. Pero yo soy ágil, hábil, hermoso y modesto -comentó, enumerando sus virtudes con l0so dedos-. Y Haze no -intentó una sonrisa que no fue muy bien recibida, así que suspiró-. Pero Haze es cauto y tiene dos dedos de frente.
-Sí, cautísimo -murmuró el otro Jaron, mostrando que estaba realmente preocupado, aunque Nawar no supiera si por su hermano o por sí mismo.
El joven elfo miró hacia el cielo. Era tarde, demasiado. No era el momento de andar buscando a nadie por el bosque. Haze ya era mayorcito. Sabría cuidarse solo. Y si no... Al fin y al cabo, lo más importante era proteger al muchacho. El mismo Haze se lo había dicho en más de una ocasión.
-Sea como sea, ahora no podemos hacer nada. Lo único que conseguiríamos sería perdernos nosotros.
-Eso mismo ha dicho Mireah -masculló el muchacho con resquemor, posiblemente enfadado porque ningún adulto parecía ir a hacer nada.
-Pues me alegro mucho que hubiera alguien con cerebro por aquí en mi ausencia -fue la respuesta de Nawar, que no tenía ganas de alargarse en ridículas discusiones con un adolescente-. Y ahora vamos para adentro antes de que los soldados anteriormente mencionados vean nuestra luz.
-Pero... -la humana apretaba la antorcha con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos.
Nawar le pasó una mano por el hombro a ella y otra a Jaron mientras los conducía al interior de la cueva con delicadeza.
-Haze estará bien, ya veréis. ¿Creéis de veras que se va a dejar coger cuando tiene tan buenos motivos para seguir libre?


Zealor estaba acabado de ordenar y firmar unos papeles en su despacho cuando alguien llamó a su puerta. Uno de sus soldados asomó la cabeza con gesto nervioso.
-Sé que habéis dicho que no se os moleste, mi señor, pero alguien quiere veros -carraspeó-. Dice que es muy importante.
-Y tú le habrás dicho que estoy ocupado y que no voy a recibir a nadie -el Qiam no lo preguntaba.
-S-sí, señor. Pero ha insistido. Ha dicho que cuando le presentara estarías interesado.
-¿Y bien? -A su pesar, la curiosidad de Zealor se vio agitada.
-Dijo llamarse Haze... Haze Yahir, señor.
El gesto huraño de Zealor se convirtió en una sonrisa.
-El hijo pródigo regresa por su propio pie -se puso en pie-. Hazle pasar. No está bien hacer esperar a la familia.
El soldado, las cualidades del cual incluían el no hacer preguntas estúpidas, se cuadró y salió, entrando acto seguido con Haze.
El Qiam observó a su hermano, a quien no había visto desde hacía tal vez quince o dieciséis años. Era delgado y no parecía muy fuerte, y su pelo surcad de canas le confería una edad que no tenía aún, todo debido al encierro y a mala alimentación. Aún así, en sus rasgos se adivinaba parte de la belleza Yahir. Zealor observó con ironía que, de haber crecido en libertad, Haze se hubiera parecido terriblemente a Jaron.
-Déjanos -le dijo al soldado.
Y este obedeció. Eso le dejó a solas y en silencio, con tiempo para observarse y sopesarse. Al fin y al cabo, Haze tampoco le había visto a él en dieciséis años.
-Vaya, vaya... ¿Quien lo iba a decir? Haze... ¿No vas a abrazar a tu hermano?
Haze torció el gesto.
-Vete al cuerno, Zealor. Sabes perfectamente por qué estoy aquí.
La sonrisa del Qiam se ensanchó.
-Por supuesto. Por la buena, encantadora e inocente Noaín.
Haze asintió, tenso.
Zealor se sentó y le indicó a su hermano con un gesto que hiciera lo propio. El joven se sentó, pero no se relajó en lo más mínimo.
-¿Y que te hace pensar, mi querido hermano, que vas a poder hacer algo al respecto?
Haze tomó una fuerte inspiración antes de hablar. Luego suspiró largamente. La verdad es que le estaba poniendo agallas al asunto.
-Por que yo te intereso más. Si la dejas libre, me entregaré.
Zealor estalló en una carcajada.
-¡Pero si ya lo has hecho, imbécil! ¿Crees de veras que vas a salir de aquí?
Esta vez le tocó a Haze sonreír.
-No, sé que no. Pero no puedes arriesgarte a forzar mi encierro y seguir con la ejecución de Noaín.
-¿Ah, no? -Zealor estaba cada vez de mejor humor. Ni planeado le hubiera podido salir más redondo. Así que decidió permitir a su hermano su segundo de gloria. ¡Qué demonios! Se lo merecía-. ¿Tienes un as en la manga?
-Tal vez. Porque no tienes la menor idea de donde está el muchacho. Y apuesto lo que quieras a que tanto tú como Meanley daríais lo que fuera por saber donde encontrar a la princesa.
-¿Y tú me vas a decir donde están?
-No seas estúpido, Zealor, no te pega.
-¿Entonces?
-Si las cosas no salen como han de salir, si Noaín no es liberada mañana... Tal vez otras personas les encuentren antes que tú. Tal vez he dejado instrucciones, direcciones a las que acudir...
Zealor aplaudió de buena gana.
-Bravo por mi hermanito, que ya es todo un hombre. ¿Es un farol improvisado o llevas toda la tarde preparándolo?
-Arriésgate -No había titubeo en sus ojos violeta.
Zealor mantuvo su sonrisa sin ocultar un pequeño atisbo de orgullo. Todo un hombre, sin lugar a dudas. ¿Quién lo hubiera dicho del idiota de Haze?
Y al fin y al cabo, la vieja le importaba un comino.
-Trato hecho -y le tendió una mano-. Noaín será liberada mañana.
-¿Y Salman?
-No tientes tu suerte, tú tampoco te puedes arriesgar.
El menor de los Yahir tomó su mano, sellando el pacto. O casi.
-Promételo.
-Haze... Lo estabas haciendo muy bien...
-Por papá y mamá. Promételo.
Zealor rió de nuevo.
-¿No estás siendo melodramático?
-Promételo -insistió el joven.
-Está bien. Lo prometo, por el alma de nuestros padres, esté donde esté en estos momentos.
Y eso pareció satisfacer a Haze, que apretó un momento su mano antes de soltarla con un gesto de aversión.
Luego miró alrededor con el mismo mohín de desagrado.
-No mereces nada de todo esto.
-Claro que sí, Hazey. Estudié durante muchos años para llegar hasta aquí.
-Sabes a qué me refiero.
-Oh, por supuesto. Maté a mi hermano y a mi cuñada. Pero fue todo por el bien de la Nación, peque.
-No me llames así.
Zealor se acercó a la puerta para avisar a sus hombres y que llevaran a Haze al lugar que le correspondía, algún agujero oscuro, húmedo y maloliente como aquel del que no debería haber salido jamás. Sin embargo antes de abrir se detuvo, rindiéndose a un instinto de no sabía muy bien qué. ¿Curiosidad? ¿Interés? ¿Simple malicia?
Se volvió de nuevo a su hermano y sin dejar de sonreír, preguntó:
-¿Es cierto que se parece a mí?
El ceño de Haze se frunció, pero no pudo ocultar su miedo.
-Olvídate de él. No vas a ponerle un dedo encima a ese chico.
-¿Y quien va impedirlo?
Su hermano menor apretó la mandíbula, callándose todo lo que sin duda pasaba por su cabeza.
-Alguien te parará los pies, Zealor -fue todo cuanto dijo finalmente.
¿Melodramático, había dicho antes? Tragicómico, eso es lo que era Haze.
Zealor le sonrió una última vez antes de volverse para abrir la puerta.
-Tal vez sí, pero ¿sabes qué? Tú no vas a estar vivo para verlo. Y eso, mi queridísimo hermano, va a hacer que todo esto valga la pena.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Capítulo vigésimoprimero



El pueblo era mas pequeño de que Jaron había imaginado. No había más de treinta o treinta y cinco casas en total, contando las granjas de las afueras y la imponente casa Yahir.
Mireah, que ya había estado allí con Haze, lo condujo hasta ella sin cruzarse apenas con nadie. A esa hora todo el mundo parecía ocupado, y los ancianos con los que intercambiaron saludos no se veían muy interesados en un par de extranjeros que parecían llevar prisa.
Jaron había visto casas señoriales en otras ocasiones, pero algo en la sobriedad de la Mansión Yahir le hacía sobrecogerse. Esa no era una casa más. Era la casa de su familia, de sus abuelos... sus raíces. Por más misteriosas que estas fueran.
Hubiera dado lo que fuera por poder atravesar la alta verja y pasear por el descuidado jardín hasta la puerta. Y franquearla. Y descorrer las cortinas que se adivinaban tras las oscuras ventanas para permitir a la luz entrar en la casa de nuevo. Y ver si había cuadros o tapices en las paredes y aprender las historias que contaban. Aprender cosas sobre su tío, sobre sus abuelos y sus bisabuelos… sus tatarabuelos… sus tataatarabuelos…
Mireah debió adivinar que pensaba, pues le puso una mano en el hombro, obligándolo a relajar las espaldas.
-Es casi tan grande como el castillo de mi padre –observó. Luego ladeó la cabeza apreciativamente-. Tal vez estás incluso en la línea de sucesión –bromeó.
-Igual –Jaron se sintió raro al pensarlo y no le vio la gracia.
Guardaron silencio durante un rato hasta que la princesa lo volvió a romper de nuevo.
-¿Los elfos tienen rey?
-Sí – Jaron respondió sin dejar de mirar la casa-. Leí en uno de los libros de Haze que el rey es la máxima autoridad en la nación élfica, el máximo juez y ejecutor. Todas las decisiones son suyas en última instancia, aunque en realidad es el Consejo, equitativamente constituido por elfos nobles y artesano, quien compone las leyes y toma las decisiones importantes. El rey se limita a ratificarlas o a rechazarlas.
-Vaya –Mireah sonrió-. Pareces todo un experto.
Jaron se encogió de hombros, torciendo el gesto.
-El texto me interesó –confesó-, hablaba también del Kiam.
-Oh.
-Por lo visto es casi tan importante como el rey, pero a otro nivel. Es una especie de custodio de las costumbres y la moral. Es infalible y su palabra es ley. Sólo el rey podría discutir sus decisiones, y aún así… Mentirle al Kiam es traición, dudar de su palabra es traición, contradecirle es traición…
Mireah silbó de un modo muy poco decoroso.
-Y yo que pensaba que mi padre tenía demasiado poder.
-¿Crees de veras que es tan malo como dice Haze? Quiero decir…
-Bueno, no creo que sea una hermanita de la caridad. –La humana hizo un mohín-. ¿Dudas de lo que Haze te ha contado?
-Lo que no me ha contado, más bien.
-Ya –la princesa guardó silencio durante unos segundos-. Sé que a ti te sirve de poco, pero no es fácil aceptar que alguien de tu familia quiere hacerte daño.
-¿Lo dices por tu padre? -De repente Jaron se sintió culpable -. Lo siento. Ni siquiera me he preguntado como debías sentirte… Todos estos días…
La joven sonrió triste.
-Bueno, míralo de este modo: hace dos semanas mi vida se reducía a levantarme por las mañanas, bordar, leer, pasear y esperar a que mi padre decidiera con quien me iba a casar. Ahora vivo en una cueva con mi amor y un tío abuelo que es más joven que yo y con la posibilidad de propósito en el horizonte.
-¿Propósito? ¿Crees que todo esto tiene un propósito?
-¿Tú no?
El chico se encogió de hombros de nuevo.
-No lo había pensado. ¿Y cual crees que es?
Esta vez le tocó a la princesa dudar.
-Ya se verá –Rodeó el hombro de Jaron con uno de sus brazos-. De momento, nuestro propósito era ver la casa y ya lo hemos hecho.
-¿Hemos de volver ya?
-A Haze le dará un ataque si llega y no estamos.
El muchacho asintió, lanzando una última mirada a la casa.
Luego él y la princesa empezaron a caminar en silencio, sin levantar demasiado la vista del suelo para no llamar demasiado la atención. Y entonces, al pasar por la plaza, vieron a la multitud.
Minutos antes el pueblo entero había estado casi vacío y sin embargo ahora la plaza bullía con una actividad agitada y tensa. La gente estaba reunida alrededor de un poste, murmurando algunos, otros lamentándose o maldiciendo en voz alta. Todos parecían visiblemente afectados por lo que estaban leyendo.
Jaron sabía que no era una idea sabia, pero también supo, de algún modo, que debían enterarse de lo que ocurría. Parecía algo importante.
-Vamos a ver que pasa.
-¡Jaron! –Mireah masculló entre dientes, pero fue tras él cuando el chico se adentró en el gentío, tratando de llegar al motivo de su agitación.
Ambos se detuvieron junto al poste, en el que había colgado un papel de aspecto oficial.
-Está firmado por el Qiam –murmuró Mireah, agarrándolo del brazo.
Jaron le devolvió el apretón, pues el también lo había visto y, de algún modo, eso había hecho crecer el nudo en su estómago.
Leyeron juntos el papel y luego lo releyeron aún una vez más.
-Esto no es bueno –opinó Mireah, recalcando lo obvio.
Porque no lo era. Nada bueno.
Jaron maldijo, arrancando el papel del poste aunque eso fuera a atraer a todas las miradas hacia su persona y, tirando de la sorprendida humana, salió corriendo antes de que nadie pudiera reaccionar.


Nawar llegó a la casa Secreta un poco más tarde ese día. Había tenido que evitar algunas patrullas que parecían estar congregándose en la zona sin motivo aparente.
Tal vez era que el Qiam empezaba a sospechar donde estaban, o tal vez simplemente que había deducido que, tarde o temprano, Haze caería en la tentación de acercarse a la casa familiar. Fuera lo que fuera, le habían obligado a dar un rodeo y ya caía el sol para cuando llegó.
Iba a tener que pasar allí la noche, y ya pasaba suficiente tiempo fuera de casa. Su madre iba a acabar por sospechar que ocurría algo y lo último que le faltaba era una madre suspicaz.
Empezaba a estar harto de todo el asunto y a arrepentirse de haber hecho promesas que parecía que no iba a poder cumplir. Le había prometido a su tío que ayudaría a Haze y, aunque algo estaba haciendo a ese respecto, no estaba muy seguro de hasta donde debía extenderse esa promesa. También le había prometido a su señor que involucrarse en esa historia iba a servir a sus objetivos, pero cada vez lo dudaba más y más. Y finalmente, se había prometido a sí mismo que nunca iba a desvivirse por los Yahir del modo en que su familia lo había hecho durante generaciones. Y ahí estaba, de correveidile oficial del chico y de Haze.
Y ni siquiera estaba más cerca de entender nada. Por lo poco, poquísimo que le había explicado Haze, estaba claro que Zealor llevaba años buscando activamente difundir y perpetuar el miedo a los humanos, extender las leyendas sobre raptos y armas de metal que mataban el alma y todas las demás sandeces en las que hacía tiempo que no creía. Pero, ¿por qué? ¿Qué ganaba con eso el Qiam? No podía ser más poder del que ya tenía, ¿verdad? ¿Y por qué encerrar a Haze durante 67 años? ¿Por qué matar a su hermano mayor si ya creía haber matado a su cuñada y su retoño? Sin la humana y el medioelfo, sin pruebas, ¿hubiera podido Jaron Yahir hacer algo?
Eran demasiados porqués y demasiadas posibles respuestas y él estaba quedándose sin recursos. Su señor iba a pedirle resultados pronto y él no sabía si iba a servir de algo involucrar a los Yahir en más conjuras.
Tal vez si lo hablaba con Haze…
Sí, eso haría. Le hablaría a Haze acerca de su señor y sobre los deseos de éste de conocerlos y le convencería de que era lo mejor para todos. No podían pasarse la vida escondidos en una cueva a las afueras del pueblo.
Un poco más animado, se recolocó el fardo a la espalda y enfiló el último tramo de roca un poco más escarpada.
Cuando llegó encontró a Jaron Yahir sentado en la entrada de una cueva inusualmente silenciosa. El elfo le miró sin decir nada, pero Nawar creyó adivinar un brillo divertido en sus ojos.
-¿Pasa algo? ¿Dónde está todo el mundo?
-Haze fue a por agua –respondió-, y el engendro y la humana me han dicho que iban a por moras.
-A por moras… -Nawar resopló, descargando el fardo y sentándose en una roca a su vez-. Pero tú no les has creído.
Yahir sonrió cínicamente.
-¿Porqué iba a dudar de su palabra?
El joven elfo reprimió las ganas de golpearle como lo había hecho Alania, y en lugar de ello se puso en pie de nuevo. Cuanto menos tiempo pasara con Yahir, más fácil le sería recordar que lo necesitaba de su parte. Aunque fuera sólo ligeramente.
-Esperemos que regresen antes que Haze –dijo, pues fue la única respuesta no ofensiva que se le ocurrió.
-¿Quien ha de regresar antes que yo?
Nawar se volvió hacia Haze que, cumpliendo todas las leyes de lo inoportuno y lo dramático, se había acercado a ellos sin que lo oyeran llegar. El elfo fruncía el ceño preocupado, porque intuía la respuesta. Maldijo entre dientes ante su silencio y dejó los odres en el suelo con un gesto brusco.
Miró a su hermano, visiblemente enfadado y suspiró con cansancio.
-Será mejor que vaya a buscarles.
-Te acompaño –se ofreció Nawar.
-No. Si vuelven por otro lado prefiero que haya alguien útil esperándoles.
Nawar, que iba a protestar, se quedó sin palabras, pues si no se equivocaba era la primera vez que oía a Haze reprender a su hermano, aunque fuera indirectamente.
Así que se quedó junto a un huraño Jaron Yahir mientras Haze se cubría la cabeza con la capucha y se iba en dirección al pueblo.
El elfo se entretuvo entrando el agua en al cueva y empezando a preparar algo de cena, intentando no pensar en que estaba cocinando para los Yahir, cumpliendo finalmente con la tradición familiar.
Pero cuando hubo terminado y nadie había regresado aún, empezó a impacientarse. El pueblo no estaba a más de un cuarto de hora de camino, veinte minutos a lo sumo si uno daba un pequeño rodeo para evitar dejar un rastro claro.
-Tardan mucho –dijo Jaron, entrando, como un eco de sus propios pensamientos-. ¿No crees que deberías ir a ver que pasa?
Nawar, sorprendido por su súbito interés, se le quedó mirando como un bobo durante unos segundos antes de reaccionar. Luego cogió su capa, porque Yahir tenía razón, pensando en si debía decir algo, algo del estilo: “Tú espera aquí” o “No tardaré”. Y pensando también en lo ridículo y absurdo que estaba resultando todo.
Y entonces, cuando se había vuelto hacia el elfo con alguna frase estúpida en la punta de la lengua, Jaron y Myreah entraron corriendo. Se detuvieron al verles, faltos de resuello y visiblemente agitados, mirándole como si no hubieran esperado que fuera él precisamente quien fuera a recibirlos.
-¿Pasa algo? –Quiso saber.
Los dos se miraron, dudando, y finalmente el muchacho le tendió un papel.
-Es tu apellido –le dijo, como si eso lo explicara todo- . Hemos creído que era importante.
Y Nawar, que ya estaba de los nervios, estuvo a punto de sacudirle para que hablara más claro, pero en lugar de eso cogió el papel que el chico le tendía.
Resultó ser un documento oficial de la oficina del Qiam que anunciaba que en veinticuatro horas la traidora Noain Ceorl iba a ser ajusticiada en la plaza de Suth Blaslaed.
Yahir, que leía por encima de su hombro, maldijo.
-Ese hijo de puta… -fue todo cuanto dijo, y parecía tan sincero que Nawar olvidó por un momento toda hostilidad hacia él.
-Tengo que irme –le dijo-, mi madre... debo tranquilizarla...
El elfo asintió, grave.
-Tranquilo, yo me encargo de todo.
Nawar rozó apenas con una mano el hombro de Myreah y de Jaron.
-Tengo que irme –repitió como un mantra.
Ahora no tenía tiempo de sentirse atado a juramentos y obligaciones. Su tía… Ese mal nacido de Zealor pretendía ajusticiar a su tía.
Los dos asintieron a su vez, como lo había hecho el adulto, aunque en sus caras había más confusión que en la de Yahir.
Aún así, junto a la puerta se dio cuenta de algo y se detuvo una última vez.
-¡Mierda! Decidle a Haze cuando vuelva que no se mueva, que yo me encargo de todo –luego lo pensó -. O mejor aún… No le digáis nada. Nada de nada.
Otra vez hubo asentimientos y esta vez sí se volvió y se fue por donde había venido, pero no en dirección a su casa.
Su señor le debía más de un favor y ya iba siendo hora que se los devolviera.