miércoles, 23 de julio de 2008

Capítulo sexto



Al final, Haze Yahir se salió con la suya. Al caer la noche llegaron junto al río. El elfo, que no había abierto la boca más que para pedirles que corrieran más o que por favor no se detuvieran, se apresuró en encender un fuego –la facilidad con que lo hizo no dejó de sorprender a Myreah- y se puso a trabajar en una piedra que había encontrado hacía ya rato.

-¿Qué haces? –Jaron, que se había dejado caer en la hierba sólo llegar, se acercó a su tío.

-Construir un arma.

-¿Picando una piedra contra otra?

Haze miró a su sobrino con resignación, o eso le pareció a la princesa. Luego, con un suspiro, dijo:

-No es una piedra cualquiera, ¿vale? Ya sé que es mejor usar un hueso o algo así, pero es lo único que tengo a mano. Y querréis limpiar el pescado que cocinemos, ¿no?

-¿Vas a pescar la cena?

-Sí, y si me buscas un par de ramas delgadas como un dedo y largas como una pierna, te enseñaré a hacerlo al estilo elfo.

Jaron, a pesar de que hacía sólo unos segundos se estaba quejando por el cansancio, se puso en pie de un salto y corrió a buscar lo que su tío le había pedido. Eso dejó al elfo a solas con Myreah. La joven, incapaz de encontrar un tema de conversación, se limitó a observarlo mientras trabajaba.

-Oye, princesa, ¿me harás un favor? –Haze levantó hacia ella sus ojos violeta y la joven se vio incapaz de decir nada. Acababa de pillarla mirándolo fijamente-. Mientras Jaron y yo pescamos, ¿podrías lavar mis ropas y ponerlas a secar? Lo justo para que se intuya de qué color era la camisa cuando me la dieron hace treinta años.

Myreah hubiese protestado, pero eso al menos iba a ser algo que hacer mientras los dos elfos se entretenían jugando a los machos cazadores.


Haze realmente enseñó a Jaron a pescar a la manera de los elfos, pero fue todo cuanto pudo hacer. Sesenta y siete años de inactividad eran demasiados. No pudo pescar un solo pez. Menos mal que su sobrino parecía ser un muchacho avispado y hábil y éste sí pescó lo suficiente para los tres. Eso y las bayas que habían ido recogiendo durante toda la tarde (si es que la princesa había dejado alguna) iba a tener que ser suficiente para llenar sus estómagos hasta el día siguiente.

Jaron resultó ser bastante más locuaz de lo que aparentaba y en el tiempo que estuvieron pescando y aseándose puso a su tío al corriente de lo que había sido su vida. Claro que para eso tampoco se necesitaba mucho tiempo. Su sobrino parecía haber llevado una vida muy tranquila, al menos hasta hacía pocos meses. Haze no pudo evitar reírse cuando el muchacho le confesó que había medio creído todo lo que los libros humanos decían de los elfos.

-¿Qué hubieses hecho tú? –Se defendió.

-Lo siento, lo siento. Es que se me hace rara la idea de un elfo creyendo todas esas sandeces. Tienes la mente demasiado humanizada, muchacho.

-¿Y eso es malo?

-No en exceso. Tendré que ir solucionando algunos problemas sobre la marcha, pero la mente humana no es mucho peor que la elfa.

Jaron se encogió de hombros, probablemente le daba igual estar humanizado o no, al menos de momento. Estuvieron nadando juntos aún un rato más, hasta que Haze decidió que ya tocaba empezar a cocinar la cena. Así que envió a su sobrino a que echara una mano a Myreah.

-¿Y tú qué? –Pero, a pesar de sus protestas, el muchacho salió del agua y empezó a vestirse.

-Mi ropa debe de estar aún mojada.

Lo oyó resoplar, pero no dijo nada más hasta que se puso la última bota.

-Haze, ¿quién es el tipo ese al que le tienes tanto miedo?

Hay personas que simplemente inspiran temor, sin explicación alguna. Zealor era una de esas personas. Haze podía sentir su cuerpo estremecerse en contra de su voluntad cada vez que la glauca mirada de su hermano se clavaba en su persona. Y aún así seguía viviendo bajo su mismo techo. ¿Qué hacer sino cuando se tienen cincuenta y tres años y se está muerto de miedo? Si hubiese sido mayor se hubiese largado de casa sólo empezar toda aquella locura, pero no lo era y nadie parecía dispuesto a echarle una mano.


-¿Que quién es? –Haze sabía que la pregunta iba a salir tarde o temprano, pero le apetecía tan poco responderla... Instintivamente se llevó la mano al pecho, a la cicatriz que tenía sobre el corazón-. El Qiam.

-¿Kiam? –Haze no pudo evitar sonreír ante la pronunciación tan humana de su sobrino.

-Qiam –lo corrigió-, uno de los más altos cargos dentro de la estructura sacerdotal élfica. Un pez muy, muy gordo.

-¿Y por qué le temes?

-Si le temo es porque le conozco mejor que nadie. Y te aseguro, muchacho, que no he conocido a nadie con el corazón más oscuro y corrompido en toda mi vida. Su mente es tan retorcida que ningún pensamiento lógico te llevara a los suyos -Haze esbozó una mueca amarga-. No ama a nadie ni creo que lo haya hecho nunca. Es simplemente malo, sin matices, el ser más cruel que pueda existir sobre la Tierra.

Jaron no dijo nada. Miró a su tío con incredulidad y luego, con un carraspeo, se despidió y corrió hacia donde estaba Myreah.

Cuando se quedo solo, Haze suspiró.

¡Dioses! No podía hablar de Zealor sin que el corazón se le acelerase de terror. ¿Cuándo iba a poder escapar de su influencia? Nunca, probablemente. Sólo la muerte de uno de los dos iba a acabar con todo ese miedo y todo ese odio. Y matar al Qiam era tan difícil que casi podía decirse que era imposible. Además, para matarlo tenía que enfrentarlo, y eso iba a evitarlo mientras le fuese posible.

Haze se sumergió de nuevo en las frías y cristalinas aguas, tratando de disfrutar de la largamente añorada sensación, tratando de olvidar a su hermano por el momento. Tal vez Zealor les estuviese siguiendo la pista, pero había dado un rodeo lo suficientemente grande como para que esa noche pudiesen descansar tranquilos. En cuanto saliese el sol iba a llevar al chico con alguien que realmente pudiese cuidar de él y luego... Bueno, lo que estaba claro era que no iba a ser bien recibido, por lo que dudaba que le fuese a ser posible permanecer allí.


Cuando Jaron llegó junto a Myreah la joven daba evidentes muestras de estar muy aburrida, clavada su mirada en las ropas de Haze, que colgaban de una rama a distancia prudencial de la hoguera. Sonrió al verle llegar.

-¿Qué tal ha ido? –Preguntó.

Jaron le mostró los pocos peces pescados. No tenía muchas ganas de hablar.

-Dice Haze que empecemos a preparar la cena –casi gruñó.

-¿No te has divertido?

-Oh, sí, pero... –Jaron se sentó junto al fuego para que su cuerpo acabara de entrar en calor. Un suspiro escapó de sus labios-. Ese tipo, Haze,... ¿realmente es mi tío? Quiero decir que... es tan frío... –la lengua de Jaron se desató ante la mirada de preocupación de la joven-. Desde que decidí buscar pistas sobre mi gente había pensado que cuando encontrase a algún familiar iba a ser de otro modo, más... más como una familia –el muchacho hundió la cabeza entre las rodillas-. Es un buen tipo, y muy agradable, pero no se comporta como si se alegrara de verme. Tengo la sensación de que mi presencia le recuerda algo triste. Tal vez es que no soportaba a mi padre o algo así.

-Si no le hubiese soportado no se hubiese hecho pasar por él para salvarle, ¿no crees?

Jaron se encogió de hombros, sonaba lógico. Pero entonces, ¿qué era? ¿Por qué Haze era tan frío con él? ¿Por qué se lo pensaba siempre dos veces antes de contestar a sus preguntas y nunca las respondía de forma directa? Era el hermano menor de su padre, o eso decía, pero aún no le había explicado nada, ni de su padre ni de su madre, y eso que Jaron había dado claras muestras de desear saber cuantas más cosas mejor. ¿Quién había sido su madre? ¿Cómo había conocido a su padre? ¿Por qué habían tenido que huir? Demasiadas preguntas sin respuesta. Y la persona que podía tenerlas todas no parecía muy dispuesta a colaborar.

-¿Sabes que creo? –Dijo Myreah rompiendo el silencio-. Que aún ha de acostumbrarse a la idea de que tiene un sobrino. Hasta hace unas horas ni siquiera creía posible volver a ver la luz del sol. Se preocupa por nosotros tanto como su propia preocupación por continuar libre se lo permite.

Jaron miró a la princesa. Sus ojos brillaban de un modo distinto a la luz de la hoguera, pero no era cosa del fuego.

-Realmente te gusta ese tipo, ¿eh?

Myreah se sonrojó, bajando los ojos.

-¡No! Bueno... No es que me guste, sólo... ¿Se nota mucho?

-Si se notase un poco más lo llevarías escrito en la frente –Jaron no sonrió al hacer el comentario, no estaba de humor. Él venía lamentándose del modo de comportarse de Haze y ella le ponía ojitos tiernos-. No lo entiendo, ¿qué ves en él? Apenas nos ha hablado en todo el día.

-No sé. Tal vez es que es el primer hombre que conozco que no se comporta como mi padre y sus amigos.

De nuevo, la mención del príncipe pareció entristecer a la joven. Debía haber sido duro para ella descubrir qué tipo de hombre era su padre. Jaron hubiese intentado hablar del tema, pero no quería que Myreah se pusiese aún más triste. Tenía una sonrisa demasiado bonita.


Capítulo quinto



Jaron recuperó la consciencia débilmente al principio.

Lo primero que recordó fue la paliza. Bueno, las palizas. Hubo un momento en que llegó a creer que realmente esperaban hasta que empezaba a recuperarse de los efectos de la anterior para volver a golpearle. Luego recordó a Myreah. La recordó entre nieblas, su rostro preocupado recortándose contra un cielo lleno de estrellas. ¿Había sido un sueño? Hubiese podido serlo, sin duda, pero el hecho de que notara algo parecido a un colchón bajo su cuerpo le indicaba que probablemente la princesa sí había intercedido por él.

Finalmente, para salir de dudas, abrió los ojos lo cual le costó más de lo que había esperado.

Allí estaba ella. La joven dormía recostada en una tosca pared de piedra, manchado su vestido de barro y polvo. ¿Habría estado velándole hasta caer rendida? ¿Y porqué estaban en lo que parecía ser una cabaña y no en el castillo? Jaron intentó incorporarse, pero sólo consiguió que le doliera todo.

Su quejido despertó a Myreah, que se apresuró a llegar junto a él.

-Cuidado, no debes moverte tan bruscamente –dijo ayudándolo a sentarse.

-Siento haberte despertado –fue todo cuanto acertó a decir.

-Tonterías, lo que te ha ocurrido es en cierto modo culpa mía –la joven rechazó sus disculpas con un ademán y arregló las mantas de modo que el muchacho pudiese encontrarse más cómodo.

-¿Dónde estamos?

-En el bosque, ocultándonos de mi padre.

Jaron hubiese querido hacer algún comentario acerca del príncipe, pero el tono de Myreah le previno de hacerlo. Parecía tan triste...

-¿Cómo salimos del castillo? –Preguntó, cambiando de tema.

Myreah abrió la boca para contestar, pero otra voz se le adelantó.

-¿Cómo, muchacho? Con la ayuda de la más valiente de todas las mujeres que he conocido.

Jaron se volvió hacia la puerta de la cabaña, desde dónde le sonreía un hombre delgado que cubría su cabeza con una capucha.

-¿Quién...?

-Sólo soy otro prisionero que tuvo la suerte de cruzarse en el camino de nuestra querida princesita, ¿verdad? –Jaron se volvió hacia Myreah, que asintió con la cabeza-. Además de ser lo mismo que tú.

-¿A qué te refieres?

Por toda respuesta, el hombre bajó su capucha, mostrándole un par de puntiagudas orejas, exactamente iguales a las suyas. El muchacho se quedó tan sorprendido que no pudo articular ninguna palabra por más que lo intentó.

-No hace falta que digas nada, no al menos por ahora.

Jaron asintió, anonadado aún.

Entonces era cierto que había más como él. Y por lo visto nada de lo que se decía sobre ellos era cierto. ¿O tal vez ese tipo fingía ser amable para atacarlos a traición más tarde?

Myreah carraspeó, rompiendo el silencio.

-Aún no os he presentado. Jaron, este es...

-Haze Yahir, a tu disposición –el elfo de ojos violeta le tendió la mano.

Jaron iba a responder a su saludo –más por costumbre que por confianza- cuando Myreah se le adelantó, tomando al tal Haze de la mano, reclamando su atención.

-¿Haze? Pero si dijiste que tu nombre era...

-Lo sé, princesa. Es una larga historia.

-Bueno, ¿quién tiene prisa? –La joven se cruzó de brazos.

-Nosotros –fue la respuesta del elfo-. ¿Cuánto crees que tardará tu padre en buscar por aquí? Además, quiero llegar cuanto antes hasta el río.

-¿El río?

-Princesa, llevo sesenta y siete años sin recibir más agua que la que se me permitía beber. Necesito un baño.


Haze Yahir caminaba un par de pasos por delante del muchacho elfo y la princesa. Le parecía tan increíble volver a tener el sol sobre su cabeza y la hierba bajo sus pies... Había sido un encierro tan largo... Pero ahora era libre y podría saber qué había sido de aquellos a los que había conocido en su infancia.

Si los encontraba.

Pero iba a hacerlo. Sesenta y siete años eran muchos años, cierto, pero no en el lugar al que iban. No para los elfos.

-Haze –llamó la princesa. El elfo se detuvo a esperarla. Cuando llegó junto a él continuó-. Jaron y yo queremos saber algo.

-¿Y bien?

-Bueno, sobre Sarai... ¿La conociste?

Sarai...


La primera vez que Haze vio a Sarai él tenía unos cincuenta años. Se había escapado de la escuela, harto de recibir lecciones de aritmética y música. Nunca le habían gustado los números, y la música perdía toda su belleza cuando ya no tenía secretos. Así que hacía novillos cuando podía y se alejaba lo más posible del pueblo, lejos de sus hermanos mayores.

Ese día oyó un llanto y corrió hacia allí. La primera reacción al ver a una humana en el bosque fue de incredulidad. La segunda, de miedo. Luego se calmó. Un ser tan delicado como aquel, con aquella larga melena de negros rizos, no podía suponer ningún peligro para él. Así que se acercó.

-Hola –saludó, incapaz de encontrar una coletilla de entrada mejor.

La humana se volvió asustada. Sus hermosos ojos se abrieron de par en par. Era la criatura más bella que había visto en toda su vida.

-¿Estás bien? –Preguntó tímidamente.

La muchacha humana pestañeó –con pestañas largas y sugerentes- sorprendida.

-Yo... –se secó las lágrimas mientras esbozaba una sonrisa de alivio-. Sí, gracias. Es sólo que me he peleado con mis padres.

-Oh, son un agobio, ¿eh? Los padres, quiero decir. Bueno, en realidad no tengo padres, pero mis dos hermanos mayores se aseguran de que no los eche en falta. Se creen que porque tienen treinta y dos y treinta y ocho años más que yo debo hacer lo que ellos quieran.

La muchacha sonrió, comprensiva.

-¿Eres un elfo?

-Sí.

-No lo pareces. No tienes aspecto fiero ni de ser sediento de sangre.

-¡Hala! Esos son los humanos.

La muchacha rió.

-¿En serio? ¿Te parezco un monstruo sediento de sangre?

Haze sintió que se sonrojaba cuando la muchacha acercó su rostro.

-N-no –logró articular, perdido en sus ojos negros.

Ella rió de nuevo y le tendió la mano.

-Mi nombre es Sarai.


Sarai...

-Sí, la conocí.

-¿De veras? –El muchacho llamado Jaron se acercó hasta él-. ¿Y crees posible que ella...? En fin, que el príncipe lo insinuó, que yo podía ser su hijo.

-¿Su hijo? Por supuesto, ¿qué otra humana iba a tener un hijo elfo? –Haze se dio entonces cuenta de algo-. ¿No conociste a tu madre?

-No, los monjes que me criaron me dijeron que murió incluso antes de darme a luz.

-Murió... –Haze había perdido la esperanza de volverla a ver viva con el paso de los años, los humanos no vivían tanto, pero nunca hubiese imaginado que Sarai hubiese muerto tan joven-. ¿Cómo? ¿Por el parto?

-No, asesinada, creo. Por bandidos o algo así. Los monjes no lo supieron nunca.

¿Asesinada? ¡Dioses! Sarai asesinada. Bandidos... ¡ja! A no ser que ahora los bandidos tuviesen altos cargos en la jerarquía élfica.

-Otra pregunta, Haze. Si conociste a mi madre, debes saber quién era el Jaron del medallón.

Haze miró al muchacho mientras éste le mostraba una pequeña placa dorada que colgaba de su cuello.


Desde el día en que había conocido a Sarai se veían cada semana, unas horitas, las suficientes para que su amistad fuese creciendo sin que sus mayores los echaran de menos. Haze la amaba cada día más y más, pues cada día que pasaba se hacía más hermosa. Sarai era un cúmulo de sueños hecho realidad y su sonrisa valía más que todo el oro del mundo.

Un día, llegó furiosa. Su padre pensaba casarla con un hombre al que no amaba sin su consentimiento. La noticia golpeó al elfo como un puñetazo en el estómago. ¿Sarai casada? No, no podía permitirlo.

-¡Huye de casa! Puedes venir a vivir a la mía, si quieres. Pero no te cases.

La humana sonrió y Haze se dio cuenta de que su amiga era ya mayor que él. Besó su mejilla con dulzura y dijo:

-Gracias, pero hay cosas de las que no se puede huir.

Y entonces ocurrió lo que tenía que ocurrir.

Tal vez si hubiese ocurrido antes, mientras Sarai era aún una niña como él, todo hubiese sido distinto. O tal vez no. Posiblemente el destino hubiese seguido su curso de todos modos.

Una voz sonó a sus espaldas, una voz que hizo que Haze supiera que le iba a caer una buena bronca.

Haze Yahir! ¿Se puede saber qué haces aquí?

El elfo se volvió hacia su hermano mayor, Jaron. También lo hizo Sarai, y Haze se dio cuenta en el modo en que lo miraba de que la había perdido para siempre. Tampoco su hermano parecía ajeno a la belleza de la humana, a la que tomó la mano para besarla.

-¿No vas a presentarme a tu amiga?

Haze no se llevó ninguna bronca, pero tuvo que ver como su hermano y la chica a la que amaba se enamoraban a primera vista sin poder hacer nada para evitarlo.


-¿Jaron? Claro. Ese Jaron es Jaron Yahir, mi hermano mayor.

El muchacho abrió los ojos de par en par.

-¿Tu hermano mayor?

-Sí. Él y tu madre eran marido y mujer –continuó Haze-. A escondidas, por supuesto, porque Jaron temía que la intolerancia acabara con su matrimonio.

-¿Por qué?

-Bueno, muchacho, piensa un poco. ¿Un matrimonio entre un elfo y una humana.? No había mucha gente dispuesta a aceptarlo. Había demasiado miedo y demasiado odio, y continúa habiéndolo supongo.

O tal vez ahora era incluso peor, pensó con acritud.

-Oh. Pero, entonces... si Jaron era tu hermano... ¡Tú eres mi tío!

Haze se volvió hacia el muchacho con una sonrisa, al menos sabía sumar dos y dos.

-Eso parece.

Jaron puso cara de anonadamiento. No le extrañaba, no todos los días recibe uno respuesta a tantas preguntas a la vez.

-Jaron Yahir... Ése es el nombre que hiciste servir cuando te conocí –Myreah se situó junto a él-. ¿Por qué?

-Porque es quién tu padre creía que yo era.

-¿Qué quieres decir?

-Hace sesenta y siete años me hice pasar por mi hermano para que él y Sarai tuviesen tiempo de huir.

-¿Y nunca los sacaste de su error?

-¿Hubiese servido de algo?

La falta de repuesta de la joven fue aprovechada por Haze para volver a adelantarse. Estaban hablando más de la cuenta sobre un tema que aún dolía demasiado.

El elfo no pudo evitar sonreírse ante las ironías del destino. Salvado de su encierro por una descendiente de la familia de Sarai y por su sobrino, la existencia del cuál ya ni recordaba. Y seguro que iba a salir de la sartén para meterse de lleno en las brasas, lo contrarío era impensable en la vida de Haze Yahir.

Claro que un poco de felicidad para variar tampoco le hubiese molestado.


A media mañana aún no se habían detenido a descansar. Comprendía el miedo de Haze de volver a ser hecho prisionero, pero Jaron aún estaba débil y, sino se detenía él, ella y el muchacho sí iban a hacerlo. Así que Myreah se dejó caer sentada en la hierba, cruzada de brazos.

Haze Yahir se volvió hacia ella.

-¿Qué haces?

-Descansar.

-Oh, vamos, princesa, no seas así. El río ya no queda lejos.

Myreah resopló.

-El río... Pues si tantas ganas tienes de llegar al río, ve tú solo.

Esta vez fue el elfo quien bufó.

-No puedo dejaros atrás. Si os pasase algo sería mi culpa.

-¿Qué va a pasarnos? Ten en cuenta que llevábamos horas fuera cuando mi padre debe de haber regresado. Y aún así tenía que darse cuenta de que no estábamos y mandar a sus hombres a buscarnos. No van a dar con nosotros.

-¿Tu padre salió anoche?

-Sí.

-¡Mierda! ¿Y por qué no me lo dijiste antes? –Haze la tomó del brazo y la puso en pie. No parecía enfadado, más bien terriblemente asustado.

-¿Qué importancia tiene?

-¡Toda! ¡Oh, Dioses! Tendremos que olvidarnos del río y darnos prisa.

Y, sin dejarla ir, empezó a caminar a grandes zancadas. Myreah hubiese protestado, pero el miedo que reflejaban sus ojos lilas la hizo callar. ¿Qué sabía que no les hubiese dicho? ¿Y por qué ese miedo repentino?

-¿Qué ocurre, Haze? –Quiso saber Jaron- ¿De qué huimos?

-No de qué, de quién.

-Pues, ¿de quién?

Yahir se detuvo un momento y clavó su mirada en el muchacho.

-De la única persona a la que he temido en toda mi vida. Y, creedme, haréis bien en temerle vosotros también.

Fue todo cuanto pudieron sacar de él en mucho, mucho rato.