jueves, 26 de febrero de 2009

Capítulo trigésimo séptimo



Nawar se sorprendió al escuchar voces a su regreso. Parecía que Jaron y Zealor conversaban y eso no le hacía ninguna gracia. Esa rata ponzoñosa seguro que no tenía nada bueno que contar.
Así que se acercó en silencio, esperando poder averiguar de qué hablaban.
-Tu abuelo, a quien por cierto nos parecemos ambos, era un elfo muy influyente. La casa Yahir era altamente respetada y el rey escuchaba a su cabeza de familia siempre que éste tenía consejo que ofrecer -estaba contando Zealor en el más conversacional de los tonos-. En el momento en que el anterior Qiam enfermó todo el mundo supo enseguida que el siguiente Qiam sería un Yahir. Claro que nadie hubiera apostado por mí entonces...
-¿Qué quieres decir?
La pregunta del muchacho molestó a Nawar, y le alarmó. No era sólo que Zealor estuviera contando cosas. Aún peor. Jarone staba escuchando.
Maldijo.
Debía de haber sido más cuidadoso.
-Quiere decir que Jaron debería haber sido Qiam y no él -informó, sacando la cabeza y sobresaltando al muchacho.
Zealor no se inmutó y eso sólo consiguió acrecentar su nerviosismo. El chico, por otro lado, le miraba entre avergonzado y fastidiado.
-¡Vamos! -Y tomó bruscamente al Qiam por el brazo, poniéndolo en pie-. No hay nadie. Podemos seguir.
Y obligó a Yahir a salir del escondite.
-¿A donde? -Quiso saber Jaron, saliendo tras ellos.
-Tu y yo, a donde deberíamos haber llegado hace horas.
-¿Y el Kiam?
Nawar le miró un momento y luego miró a Zealor, tan tranquilo, tan calmo, con esa medio sonrisa en los labios.. Verle temblar de miedo aunque sólo fuera por un segundo...
-Lo más fácil sería matarle aquí y ahora.
-¡No vamos a hacer eso!
-¿No? -Nawar no se lo había planteado seriamente, de veras que no, pero la negativa rotunda del chico de algún modo logró sacarlo de sus casillas-. ¿Y por qué no deberíamos? ¿He de recordarte que este malnacido iba a matar a su hermano con una pesada hacha de metal? -Jaron le miró con extrañeza, haciendo que el joven lo comprendiera de repente-. ¡Estupendo! No tienes ni idea de que significa, ¿verdad?
-Se crió entre humanos, Ceorl. Esos bárbaros tienen otras costumbres...
-¡Tú cállate! Nadie te ha dado vela en este entierro. No sé que ideas has metido en la cabeza del chaval mientras he estado fuera y, francamente, no me importa, pero si vuelves a abrir la boca una sola vez más yo mismo iré a buscar un puñal de hierro para rebanarte el gaznate -amenazó, tal vez no muy brillantemente.
-¡Deja de decir eso! -El chico le obligó a bajar el dedo con el que apuntaba hacia Zealor-. Nadie va a rebanar el gaznate a nadie. Y no necesito que nadie me meta ideas en la cabeza, gracias. Sé pensar por mi mismo.
Nawar se llevó las manos a la cabeza y le dio la espalda, porque si nó el cuello que iba a rebanar iba a ser el de Jaron.
Lo que le faltaba...
Pensaba que después de lo ocurrido los últimos días el muchacho había madurado y sentado cabeza, pero estaba claro que no. Dos minutos a solas con Zealor y ya estaba comportándose de nuevo como un idiota integral.
¡Dioses! ¡De veras que odiaba a los Yahir!
-No tenemos tiempo para esto -informó, volviéndose hacia él de nuevo-. De acuerdo, no le matamos. ¿Qué hacemos con él entonces?
Jaron calló, mirandole enfadado. Luego se volvió hacia el Qiam quien, por una vez, no dijo nada. Se miraron más rato del que Nawar encontró necesario y finalmente el chico habló.
-Que se vaya.
Genial. Brillante.
-¿Así sin más?
-¿Por qué no? Está desarmado y solo, no va a atacarnos.
Era la gota que colmaba el vaso.
Nawar tomó al chico del brazo y lo atrajo hacia sí, hablando en su oído.
-Vale. ¿De qué va todo esto?
-No sé de qué hablas.
-¡Una mierda! Ya habíamos superado la frase "niño malcriado que no escucha a nadie" hace días, así que aquí hay algo más. ¿Qué te ha contado?
-Nada -Jaron se zafó, pero seguía hablando en susurros.
-Jaron, no puedes creer una palabra que salga de su boca... -rogó.
Pero el chico no contestó.
Nawar maldijo de nuevo, mas no podían discutir eternamente. Y aunque pensaba que dejar que Zealor se fuera por si solo era una idea pésima, la verdad era que tampoco tenía muchas más alternativas. Matar al Qiam en esas circunstancias, por tentador que sonara, sólo iba a traer caos y con el rey enfermo no era el mejor momento para provocar una lucha de poder.
¡Mierda! No era eso lo que buscaba.
-¡Joder! Vale, que se vaya, pero con una condición -Nawar se acercó al Qiam y tomó sus manos para desatarlas, sosteniendo su mirada glauca-. Vas a dejar en paz a nuestras familias. A nuestros tíos, nuestras madres, esposas o hijos. No la tomarás con los que no saben nada. No usarás ese truco nunca más.
Zealor sonrió.
-¿Y si no lo prometo me matarás?
-No me tientes. Sólo promételo.
-Lo prometo.
-Por tu alma inmortal, así se pudra por siempre en algún limbo.
-Por mi alma inmortal, así se pudra por siempre en algún limbo si jamás tomo represalias contra quien no lo merece -repitió no sin cierta sorna-. Sólo los culpables deberán temerme.
A Nawar no le gustó ni su sonrisa ni su tono, como no le gustó que el Qiam intercambiara una mirada con el muchacho de reojo, pero no tenía más remedio que cumplir su parte y contentarse con lo que había conseguido.
Así que desató sus manos y dijo:
-Vete.
Y Zealor, que a pesar de ser muchas cosas no era estúpido, se fue.
Jaron y Nawar le observaron hasta que el bosque y la neblina se lo tragaron. El elfo quería asegurarse que realmente se perdía de vista antes de empezar a andar.
-Vamos -le dijo al chico cuando creyó que ya era seguro.
El medioelfo le siguió en silencio un rato, pero no duró mucho.
-Me avisó de que querrías matarle -dijo súbitamente.
-No pensaba matarle, ¿vale? Sólo quería asustarle un poco, arrancarle una promesa -le informó, un poco molesto por su tono. ¿Quién se creía que era para pedirle explicaciones?
Caminaron otro trecho sin hablarse, pero el silencio cansado se había convertido de repente en un silencio tenso y reporbador.
-¿Por qué ayudas a Haze? -Interpeló de repente el chico.
-¿Qué?
-Haze no te cae bien, tú mismo lo dijiste. Dijiste que le ayudabas para salvar a tu tío, pero eso ya lo has conseguido, ¿no? ¿Por qué le ayudas? ¿Por qué arriesgas tu vida por él?
-¿Estás insinuando que debería haberle dejado morir?
-Yo no he dicho eso. Sólo tengo curiosidad. ¿Es por tu señor? ¿O crees que Haze no es ningún traidor y que era injusto que muriera así?
Nawar hizo un mohín.
-¿Eso es de lo que habéis hablado?
-No has contestado a mi pregunta.
Resopló.
-He arriesgado mi vida porque eso es lo que hago -admitió.
-Lo suponía.
-Ya, claro... Responde tú ahora la mía. ¿Es eso de lo que habéis hablado? ¿De Haze?
-No sólo de Haze -dijo con un encogimiento de hombros.
El rubio contuvo las ganas de darle un bofetón.
-No puedes creer nada de lo que Zealor diga -le recordó.
Otro encogimiento.
-Al menos él me ha contado cosas.
Nawar no podía continuar esa discusión en marcha, así que se detuvo y se volvió, encarando al mediolefo.
-¿Te has parado a pensar en que si Haze y Jaron callan es porque tal vez lo que ocurrió sea demasiado doloroso para ellos?
-Eso decís todos.
Nawar tomó al muchacho de los hombros para evitar que desviara la mirada.
-Jaron... por favor... Cuando decimos que Zealor es malvado no es porque no nos sea simpático. No es un caso de creencias equivocadas o de que haga sacrificios por un bien mayor. No es nada de todo eso -Nawar vio como el chico fruncia el ceño, dispuesto a replicar y decidió adelantarse-. ¿Recuerdas lo que te dije antes? ¿Lo del hacha de metal?
Su ceño se relajó, más curioso que enojado de repente.
-Dijiste que había algo que no entendía.
-Los elfos no usamos armas de metal, ¿no te has fijado? No es que no conozcamos las técnicas para trabajarlo. Simplemente está prohibido.
-¿Por qué? ¿Qué tienen de malo?
-Matan el alma además del cuerpo -explicó, soltándole, sabiendo que ya tenía su atención de todos modos-. Aquel que muere por hoja de metal no regresa nunca junto a los suyos, en ningún modo o forma. Se pierde por siempre.
Vio en los ojos del chico que luchaba por entender el concepto.
-¿Créeis que las almas regresan?
-Siempre encuentran el camino de vuelta, de un modo u otro. Excepto... -Calló, pues el chico apretó la mandíbula y supo que no era el momento-. Sé que quieres respuestas, Jaron, pero el camino fácil raramente es el correcto.
El medioelfo le miró y, tomando una fuerte inspiración, siguió su camino sin esperarle.
Nawar le dio unos metros de espacio antes de seguirle. Necesitaba pensar y calmarse. Necesitaban calmarse ambos, de hecho. Ya le abordaría más tarde, cuando se hubieran reunido todos y hubieran podido respirar al fin. Aún seguía interesado en saber exáctamente qué le había contado el Qiam.
Maldijo de nuevo.
Como no se presentara con algo jugoso frente a su señor era elfo muerto.

viernes, 20 de febrero de 2009

capítulo trigésimo-sexto

(Corto de veras, pero no he podido hacer más. Os compensaré, lo prometo)




Tras interminables horas andando _ y tropezando y cayendo y golpeándose y andando de nuevo_ por el bosque, Nawar había dado por fin el alto. Había encontrado, decía, un escondite pasable. Unos arbustos y la copa de un árbol caído ocultaban un hueco suficientemente grande para esconder a dos niños con cierta holgura. Jaron entendió perfectamente lo que quería decir: iban a estar un poco justos ahí dentro, pero no podían elegir, ¿verdad?
El rubio había hecho entrar al Kiam, a quien hacía rato que había maniatado, sin mucho miramiento y luego le había dicho:
-Si intenta escapar, le metes una flecha entre ceja y ceja.
-¿Qué? ¿Y tú?
-El sol está saliendo -había cierta preocupación en su voz-. Voy a ver como está el patio.
Y le había dejado a solas con Zealor Yahir.
Jaron se entretuvo un rato mirando la punta de sus botas, pues no sabía muy bien como debía tratar a un rehén.
-Deberías haber sido sincero con él, medioelfo -habló el Kiam cuando Nawar se hubo perdido definitivamente de vista.
-¿De qué hablas?
-De que no vas a hacer nada si intento escapar.
-¿Tú que sabes?
Zealor se encogió de hombros, indiferente, y le miró fijamente con sus ojos glaucos hasta que Jaron desvió la mirada, incómodo.
-Tengo curiosidad -admitió finalmente-. ¿Llegaste a Meanley por casualidad o había dejado Sarai instrucciones?
-¿Mi madre? ¿Por qué debía dejar instrucciones?
-Así que fue casualidad -continuó, ignorando la pregunta-. Qué típico. Uno se pasa años andando con pies de plomo y finalmente es derrotado por un capricho del azar.
-¿Qué instrucciones? -Insistió Jaron-. ¿Que has querido decir?
Zealor simplemente sonrió.
-Nada. Era su hogar, tu herencia, al fin y al cabo. Tal vez te había dicho de donde venías, eso es todo.
El muchacho no supo discernir si mentía o no. Aunque sonaba lógico. Si Sarai hubiese sobrevivido lo suficiente como para contar algo... ¿hubiera dicho que era princesa? ¿Hubiera indicado dónde llevar al bebé?
-¿Sabes? -Continuó el Kiam, tal vez entendiendo su silencio como una invitación para conversar-. La gente tiene razón. Es increíble cuánto nos parecemos. Aunque tienes la boca de tu madre. ¿No te lo han dicho? Era la humana más hermosa que ha habido. Pero claro, eso ya te lo habrá contado Haze.
Jaron se mordió el labio y fingió estar muy interesado en ver si Nawar regresaba. La conversación le estaba poniendo muy nervioso. No le gustaba oírle hablar de Sarai con esa clama y esa sonrisa.
-Estás complicándolo todo tan innecesariamente... -Zealor siguió hablando en el mismo tono casual y tranquilo, como si de veras sólo fueran un tío y un sobrino que hace tiempo que no se veían-. Si te hubieras quedado en el castillo de Meanley, si yo hubiese llegado a ti antes... -suspiró-. Y ahora acabas de salvar a un traidor, secuestrar al Qiam y, posiblemente, asesinar a alguno de sus guardias.
-Haze no es un traidor -protestó Jaron, sintiendo que era un punto que debía dejar muy claro, aunque él mismo no supiera muy bein porqué.
-Veo que en dos semanas te has hecho una idea muy clara de su carácter.
Jaron desvió de nuevo la mirada hacia cualquier otro sitio para no tener que darle la razón: apenas conocía Haze.
Apenas conocía a nadie, de hecho.
Hacía una semana larga, el día que habían regresado junto con Nawar a la casa de Jaron Yahir, recordaba pensar precisamente eso: que Haze era un traidor, que no quería saber nada de él. Pero entonces su tío había arriesgado su vida por Nawar y le había tratado como si nada hubiera ocurrido entre ellos.
Y ese día había decidido confiar en él, esperar a que le contara su versión, que seguro que era diferente de la de Jaron. Y se había acostumbrado a pensar en él como en su tío, su familia, alguien a quien confiar y tal vez querer... Además, Mireah le quería. Y estaba seguro de que su amiga nunca querría a una mala persona, ¿no? En fin…
¿Qué estaba diciendo? Tampoco conocía tanto a Mireah, si se ponía a pensar en ello.
¿Y si la versión de Haze no era diferente de la de Jaron? ¿Y si era la único que había? ¿Qué sabía de ninguno de ellos, al fin y al cabo?
Quienes tenían respuestas a sus preguntas nunca habían querido darlas. Y ahora tenía frente a sí a alguien que conocía los hechos tan bien como sus hermanos. Pero… ¿podía fiarse de sus respuestas?
-Si te pido que me cuentes más cosas… ¿me dirás la verdad?
Zealor le miró con las cejas enarcadas.
-¿Y porqué debería contarte algo? No me habéis tratado muy bien que digamos. No creo deberte nada.
-Parecías muy interesado en contarme cosas –protestó.
-Porque tú no parecías muy interesado en escucharlas. Si ahora te interesa tendrás que darme algo a cambio. Sería lo justo, ¿no?
-No voy a decirte donde se esconden mis amigos -se apresuró en aclararle.
El Kiam rió.
-Ni yo voy a pedírtelo. Pero puedes hacer otra cosa por mi –dijo, poniéndose tan serio de repente que Jaron se sintió inquieto-. No quiero que mi cuerpo se pudra en el bosque. Cuando Ceorl regrese, por favor, intercede para que deje mi cadáver donde la gente pueda hallarlo.
-¿Cadáver? -La sola palabra provocó un escalofrío al muchacho.
-Bueno, está claro que tal y como están las cosas, no voy a llegar a ver otro amanecer… si es que veo este. Pero al menos me gustaría que mi gente me pudiera enterrar.
-¡Nadie va a matarte!
El adulto le sonrió.
-Eres aún muy inocente, muchacho. Ojalá el tiempo no te obligue a cambiar como nos obligó a nosotros -cambió de postura, como para ponerse más cómodo-. Está bien, creo que puedo confiar en ti. Te contaré lo que quieres saber. Despues de todo, no tengo nada que perder.

viernes, 13 de febrero de 2009

Capítulo trigésimo quinto



El sol empezaba a despuntar para cuando Dhan condujo a Mireah por fin hasta la Casa Secreta. Habían dado un rodeo tal que la humana se había desorientado por completo. Y ahora, con la cueva a la vista, su cuerpo se atrevió a recordarle finalmente cuán cansada estaba, y cuán dolorida.
Pero algo no iba bien.
Habían llegado hasta la entrada y nadie había salido a recibirles. Ni Alania, a quien había imaginado nerviosa y enfurruñada, ni Jaron Yahir. Ni por supuesto Nawar o Jaron.
Nadie.
La Casa Secreta estaba vacía.
-Vaya -fue todo lo que dijo Dhan por encima de su hombro.
Pero Mireah estaba demasiado cansada, demasiado asustada y abatida, como para encogerse de hombros y aceptarlo sin más.
-Nos ha abandonado -le hizo notar a Hund.
-Más bien ha oído las alarmas y se ha puesto a salvo, y de paso a mi hija -Dhan dejó a Haze con delicadeza sobre la mesa con la ayuda de la princesa, dejando su maltrecha espalda al descubierto.
-¡Qué detalle por su parte no abandonarla a ella también! -Masculló ésta a la vez que colocaba su capa como almohada para que el elfo estuviera más cómodo.
Seguía inconsciente, aunque en algún momento había abierto los ojos, sonriendo débilmente al reconocerla, para acto seguido volver a desvanecerse. Dhan decía que le había bajado la fiebre y ahora estaba frío como el mármol.
Mireah tomó su mano y acarició su mejilla. Estaba tan pálido...
-Ahora no es momento de discutir -el pelirrojo le puso una mano en el hombro, conciliador-. Limpiemos sus heridas y luego le echaremos un vistazo a las tuyas.
La humana asintió. El elfo tenía razón, no era momento de discutir. Y mucho menos por un tipo como Jaron Yahir.
Así que entre ella y Dhan atendieron como pudieron las heridas de Haze. Las limpiaron con agua, pues no tenían nada más, y las vendaron con los jirones de una vieja camisa de las que Nawar había traído en una de sus visitas.
El hecho que hubiese proferido algún que otro quejido era, según Dhan, buena señal. No iba a tardar en recuperar la conciencia, y esta vez tal vez se mantuviese despierto.
Así que le taparon con una manta para que recuperar el calor perdido y lo dejaron descansar mientras Dhan echaba un vistazo a los cortes del brazo de la princesa.
La joven le dejó hacer en silencio, tan agotada que ni siquiera protestó por el dolor.
-Sé que no os cae bien, pero Jaron no es como pensáis -dijo Dhan de repente mientras acababa de vendar su brazo.
-¿No es un rencoroso mezquino que no se ha esforzado lo más mínimo por acercarse a su hermano?
El elfo se sentó frente a ella con una sonrisa pesarosa en los labios.
-Bueno, entonces un poco sí es como pensáis -concedió-. Pero creo que sabes a qué me refiero.
-Haze también dijo que debía entenderle -admitió la joven-, pero no sé que se supone que tengo que entender.
-Para empezar, si las cosas hubieran ido como debían, Jaron hubiera sido el Qiam más joven de la historia de la Nación -explicó Dhan-. En lugar de eso sus padres murieron y él tuvo que dejar sus estudios para cuidar de la casa y la hacienda. Conoció a Sarai, se casaron, Zealor fue nombrado Qiam... Bueno, ya sabes el resto.
-En realidad no. No sé nada, y creo que tú tampoco -opinó la princesa con franqueza.
-Sigues sin creer que Haze fuera capaz de traicionar a su hermano.
-¿Y tú? ¿Sigues creyéndole capaz?
El elfo miró hacia Haze con cansancio en sus ojos azules.
Suspiró.
-Fue capaz. Lo hizo. Admito que esta última semana me ha hecho reflexionar sobre muchas cosas, pero los hechos son los hechos. Él mismo lo confesó en su momento, que le había dicho a Zealor donde encontrarlos.
-Pero...
Dhan le indicó con un gesto que le dejara a acabar.
-Durante todos estos años he creído la versión de Jaron, que Haze le había traicionado por despecho y envidia, pero ahora ya no estoy tan seguro. Aunque es innegable que los delató, no creo que los traicionara realmente. No sé si me explico bien -el elfo sonrió a modo de disculpa-. Lo siento, las palabras no son lo mío.
Mireah aceptó su disculpa con su propia sonrisa y acarició la mano de Haze.
-Sé que te sonará egoísta, pero a mí no me importa -dijo tras un silencio-. ¿Qué más da ahora? Si se le escapó delante de su hermano mayor o si los delató en una pataleta, si fue una chiquillada o si sabía lo que se hacía... ¿No ha pagado ya con creces su error? Sesenta y siete años... Sé que son pocos para vosotros, pero a mí me da vértigo sólo de pensarlo.
Dhan se puso en pie y, en silencio, caminó encorvado hasta la entrada de la cueva. Su cuerpo casi tapaba la abertura por completo, dejando a la humana en la penumbra.
-Es casi mediodía, no deberíamos quedarnos aquí mucho más -dijo, cambiando de tema.
-Aún no han regresado -le hizo notar.
-Nawar es un tipo con recursos. Estarán bien. Tal vez mejor que nosotros.
La humana sabía que tenía razón, pero...
-¿Dónde iremos?
-Conozco un lugar -Dhan se volvió hacia ella-. Jaron también lo conoce. Con un poco de suerte le encontraremos allí.
-¿Y es seguro?
-Bastante más que este.
-¿Y por qué no fuimos allí en primer lugar?
El elfo se encogió de hombros.
-Entonces había mucho en juego. Ahora... ya no viene de ahí.
Mireah comprendió. El Qiam le había reconocido. Ya no tenía mucho más que perder.
-¿Y dónde queda?
-No muy lejos. A medio día de camino si vamos a buen paso.
-¿No puedes ser más concreto? -Pero la joven ya se estaba poniendo en pie y rebuscando entre los trastos de Nawar y Haze.
Dhan le leyó las intenciones.
-No podemos dejar un mensaje. No sabemos quién lo leerá.
Esta vez le tocó a Mireah volverse y sonreír como quien ha tenido una brillante idea, que era el caso.
-Jaron se crió en un monasterio -le explicó a Dhan, como si éste tuviera que saber lo que era-. Puedo dejarle un mensaje en latín.
-¿Latín?
-Un idioma antiguo. Sé algunas palabras. Pocas, pero tal vez sena suficientes.
El elfo lo pensó e hizo un gesto de aprobación.
-No perdemos nada por intentarlo -admitió, empezando a rebuscar entre los trastos con ella-. Ahora sólo nos falta encontrar algo con lo que escribir entre todos estos cacharros.

viernes, 6 de febrero de 2009

Capítulo trigésimo cuarto





Tras el tercer intento de fuga de Alania, Jaron y ella habían llegado a una especie de acuerdo, aceptado a regañadientes por ambas partes. El elfo había accedido a acercarse hasta la loma desde la que se divisaba el pueblo a cambio de que la muchacha dejara de intentar escapar.
No había sido una buena idea.
Tras horas de total inactividad habían podido ver como la plaza de llenaba de luz y de gente, pero desde su posición apenas podían distinguir quien era quien o qué estaba ocurriendo. Dedujeron que habían podido escapar cuando las cornetas empezaron a sonar y las partidas de búsqueda , cinco o seis, partían hacia el bosque. Pero más allá de eso... Más allá de eso nada. Ninguna noticia.
Hacía ya un buen rato que las alarmas se habían callado, tal vez horas, pero aún se podía oír movimiento en el bosque aquí y allá. Y de nuevo tuvo Jaron la sensación de hacía sensenta y siete años, la sensación de no ser más que una codiciada pieza de caza.
Lo más irónico era que la luna también estaba en creciente aquella noche, cuando el maldito Haze había irrumpido en su casa anunciando que los había vendido al Qiam y ellos habían huído, dispersádose, separándose... Aquella noche en que había cogido la mano de Sarai por última vez mientras corrían por el bosque, con sus amigos tomando largos caminos para regresar a sus casas, a crear coartadas y excusas plausibles, a salvaguardar su secreto y... ¿Y qué? ¿Salvar la causa? Una causa que nunca había sido más causa que construir castillos en el aire alrededor de la encantadora sonrisa de Sarai y que había desaparecido con ella aquella noche en que no tan lejos las patrullas de soldados humanos rompían el silencio del bosque.


“Debemos separarnos, mi amor. Tendremos más posibilidades.”


Y él se había negado, por supuesto, pero ella era muy testaruda y estaban perdiendo terreno con esa discusión y...


“Te veré en el otro escondite al salir el sol.”


Y se habían besado y se habían separado y Jaron había llegado al lugar con el sol y había esperado, y esperado, y esperado... Hasta que al cuarto amanecer empezó a pensar que tal vez nunca más iba a volver a verla, que la había perdido a ella y al pequeño que estaba por nacer.

Con una maldición, apartó los dolorosos recuerdos de su mente. No era el momento de pensar en ella. No era el momento de lamentarse. No. A lo lejos el cielo empezaba a cambiar de color. Aún tenían una buena media hora antes de que el sol saliera definitivamente.
Se volvió hacia Alania, que finalmente se había quedado dormida, y la zarandeó con suavidad para despertarla. Ésta tardó unos segundos en reaccionar, pero en cuanto lo hizo buscó a su alrededor.
-¿Han vuelto? -preguntó, nerviosa, poniéndose en pie, recolocándose la incómoda falda del voluminoso vestido.
Era, por supuesto, una pregunta retórica así que Jaron no se molestó en contestarla.
-Nos vamos -le dijo sin embargo-, este lugar no es seguro.
Y empezó a caminar.
-¿Qué? ¿A donde? ¿A la Casa Secreta? -La muchacha se apresuró a colocarse a su altura.
-Sólo para recoger cuatro cosas. Ya te he dicho que no es seguro. Hay guardias por todo el bosque y es sólo cuestión de tiempo que encuentren la cueva.
-¿Es una broma? -la chiquilla se detuvo-. Aún no han vuelto.
-Ni van a volver -le informó, irritado por la pérdida de tiempo-. ¿Has visto que hora es?
Alania abrió la boca para replicar pero no le salió nunguna palabra, así que cerró la temblorosa mandíbula y le miró, furiosa.
-¿Qué? ¿Va a abofetearme otra vez? Es la verdad y más te vale que la aceptes. Quedarse es una estupidez.
-¿Ah, sí? ¿Y tú que sabes?
Jaron sonrió sin ganas.
-¿Yo qué sé, niña? Nada, a parte de que la última vez que me quedé en un lugar con la absurda esperanza de que mi esposa iba a llegar de un momento a otro los hombres del Qiam lo encontraron y le prendieron fuego conmigo dentro.
Los ojos azules de la muchacha se abrieron con horror mientras se llevaba una mano a la boca, tal vez para tragarse una exclamación, tal vez para frenar el temblor de su mandíbula. Pero Jaron no quería ni necesitaba la compasión de una niñata malcriada, así que, sabiendo que le seguiría, siguió su camino a grandes zancadas.
Efctivamente, la elfa se situó junto a él en silencio y le siguió hasta la cueva que llamaban La Casa Secreta.
Recogerían cuatro cosas y se irían. Llevaría a la niña a algún lugar seguro y se escondería de nuevo. Se había dejado arrastrar por todo ese asunto, pero ahora, para bien o para mal, ya se había acabado. Protegería a Alania porque era lo mínimo que podía hacer por Dhan, pero lo que ocurriera después no era asunto suyo.