viernes, 31 de julio de 2009

Segunda parte, capítulo décimotercero




Rodwell estaba preocupado. Tres días antes el príncipe de Meanley había partido hacia sus dominios, muy seguro de sí mismo, después de haber conseguido permiso del rey para enviar un ejército a las supuestas tierras de los elfos. ¿Y qué había hecho él? Nada aún. Nada en absoluto. Rezar por Jaron y por el alma del elfo prisionero, que no tardaría en morir por sus heridas. Pobre criatura...

-Te estás haciendo viejo, Padre Abad -se dijo a sí mismo mientras se dejaba caer en uno de los bancos del jardín real.

No había compartido su inquietud con ninguno de sus hermanos, pues aunque todos conocían a Jaron y sabían la historia de su alumbramiento, ninguno de ellos conocía los detalles como él. Los detalles... Como que la madre de Jaron se llamaba Sarai. ¿Era casualidad que Sarai de Meanley hubiera desaparecido poco antes del nacimiento de su amigo? ¿Quería eso decir que Jaron era hijo de una princesa? Y si era así, ¿era Jaron fruto de una relación forzada como siempre habían temido en la abadía o por el contrario tenía razón el muchacho y su madre había amado a su padre? ¿Eran los elfos realmente malvados? ¿Debería tal vez contar lo que sabía al rey y evitar así una posible matanza absurda?

Un ruido a su derecha le sacó de sus funestos pensamientos. Cuando el Abad levantó al cabeza vio a un anciano que con gesto decidido se acercaba hasta él. Sabía quien era. Era el Duque de
Peann (Hienrich, se llamaba), un pequeño ducado cercano a Meanley cuya casa había visto tiempos mejores. Se decía que el anciano duque debería haberse retirado hacía años pero se aferraba al poder con puño de hierro y ninguno de sus nietos, pues había sobrevivido a todos sus hijos, esperaba heredar en breve. No le gustaba, tenía aspecto y aires de tirano, pero era evidente que quería hablar con él y no hubiera sido educado irse antes de que llegara hasta él. Además, por el paso firme del duque era evidente que a pesar de todo era más rápido.

Rodwell hizo gesto de levantarse para ayudarle cuando estuvo suficientemente cerca, pero el anciano lo desdeñó con la mano.

-Dejaos de monsergas, padre, y hacedme sitio en este banco.

El abad obedeció y el duque se sentó junto a él.

-¿Sabéis quien soy, padre Abad?

-Por supuesto, señoría.

-Bien, así no perderemos el tiempo con estupideces -Hienrich apoyó ambas manos en su bastón, repartiendo mejor el peso de su cuerpo-. Os he observado, Padre Abad, toda la semana. Apenas os sorprendisteis cuando Meanley mostró al elfo, pero luego le visitasteis, hablasteis con él. Y os vi en la reunión. Todas esas dudas razonables... Sin embargo, dejasteis de protestar cuando el príncipe mencionó a Sarai. Pero sois demasiado joven para haberla conocido antes de que desapareciera, ¿me equivoco?

-No sé donde queréis ir a parar.

-Vos ya habíais visto elfos antes.

-Yo no... -Rodwell trató de pensar en una excusa, pero de nuevo el anciano le cortó con un gesto de su mano.

-No os molestéis en mentirle a un viejo, Padre, ninguno de los dos tiene edad para andarse con tonterías. Además, no voy a contárselo a nadie, como vos no le contaréis a nadie que yo también los había visto ya.

-¿Vos ya habíais visto elfos antes?

-Hace muchos años. Entonces yo no era más que un muchacho y estaba prometido con Sarai de Meanley, la más hermosa mujer que Dios ha creado jamás -el anciano rió ante su cara de sorpresa-. Sí, yo debería haber desposado a la bella Sarai y ser el siguiente príncipe en Meanley de la mano de mi esposa, pero su padre permitió que esos planes se estropearan antes que perder el trato con el maldito elfo. Cuando me acuerdo de sus ojos verde claro mirándonos a todos con despectiva superioridad... Se creía mejor que todos nosotros, el muy hijo de puta. Un día se trajo a un maldito mocoso que osó reírse delante de nuestras narices por la desaparición de Sarai -Hienrich meneó la cabeza, como expulsando algún fantasma, mientras esbozaba una sonrisa torcida-. No supe interpretarlo entonces, pero era claro que ellos la tenían. Pero su propio padre pensó que era moneda de cambio barata por llevar a cabo su plan.

Escupió al suelo con furia.

-¿Qué plan? -Rodwell, a su pesar, se sentía fascinado por la historia. ¿Podía ser que el elfo de los ojos verde claro fuera el padre de su amigo?

-Un estúpido plan a largo plazo que nunca iba a ver finalizar. ¡Menudo imbécil! Un plan que se maduraría durante varias generaciones humanas, hasta que el elfo considerara que era el momento de actuar. Nunca pensé que realmente viviera para verlo.

-¿Queréis decir que la captura del elfo y su confesión son todo parte de un plan? ¿Un plan para qué?

-Para hacerse con el reino, hasta donde yo sé. La verdad es que desconozco los detalles, pues cuando estuvo claro que Sarai no iba a regresar se me apartó de las reuniones con el elfo.

Rodwell se sentía mareado. Posiblemente le hubiera subido la tensión. Definitivamente, estaba mayor para estas cosas.

-¿Y porqué me lo contáis a mí, Señoría?

Sonrió de nuevo, esa sonrisa torcida cargada de cinismo.

-Sé que no soy el mejor de los hombres y que mi reputación me precede, pero sé reconocer la bondad y la belleza cuando las veo y nunca hubo sobre la tierra nada más bello, más bueno y puro, que Sarai. Y ese maldito bastardo permitió que los elfos se la llevaran a cambio de que algún día sus descendientes pudieran gobernarnos a todos. Permitió que me la arrebataran, la única cosa buena que posiblemente tuve a mi alcance alguna vez -suspiró-. ¿Sabéis que la princesa Mireah ha desaparecido y su padre apenas la ha buscado? Jacob de Meanley es de la misma maldita calaña que su bisabuelo y no merece gobernar sobre nadie.

-Pero... ¡son acusaciones muy graves! ¡Sin duda el Rey debería saberlo!

-¿Un rey timorato y estúpido que no sabría que hacer sin consultarlo primero con todo el reino? No, gracias. Vos parecéis un hombre más sensato, y si de veras conocéis a algún elfo, sabréis ponerle sobre aviso. Ellos sí sabrán que hacer, espero.

El viejo se puso en pie con mucha menos dificultad de la que sus noventa años presuponían.

-Haced lo que creáis conveniente con esta información, Abad Rodwell, pero no me pongáis en ningún compromiso estúpido o yo os tendré que poner en un compromiso a vos.

Y se alejó, seguro y firme, sin apenas usar su bastón como apoyo.

Rodwell se quedó senado en el banco, más inquieto y agitado de lo que había estado en días. Todo era mucho más complicado de lo que había imaginado. Ya no se trataba sólo de la vida de Jaron, si no de todo el reino. ¿Y estaba en sus manos tomar una decisión?

Rodwell maldijo mientras se ponía en pie trabajosamente y, con ayuda de su bastón, caminó tan deprisa como pudo. Había algo en lo que estaba de acuerdo con Hienrich: había que avisar a los elfos, y él estaba demasiado mayor para esos trotes.

De camino rezó de nuevo por Jaron. No podía haber elegido peor momento para dejar el monasterio.


jueves, 23 de julio de 2009

Segunda parte, capítulo duodécimo



Los hombres del Qiam rodearon el derruido caserón sin que nadie les saliera al paso. Nadie opuso resistencia ni trató de salir huyendo. Alguien creyó intuir movimiento a lo lejos, pero cuando llegaron a la verja de entrada nada ni nadie se movía en el abandonado jardín.

¿Podía ser que se hubiera equivocado y Haze no se escondiera en Fasqaid?

No. Zealor estaba seguro de que tenía razón. El jardín presentaba ramas rotas y pisadas, la puerta de entrada estaba entreabierta. Estaban allí. O por lo menos lo habían estado. Dio una vuelta al caserón sin bajar del caballo, esperando ver algún movimiento en las ventanas que confirmara su intuición, pero no vio nada.

Chasqueó la lengua con fastidio plantándose de nuevo frente a la entrada principal. Recordaba haber estado en esa misma posición hacía sesenta y siete años. Entonces no llevó tantos hombres y su búsqueda no era oficial, pero la sensación era la misma. La certeza de que allí se ocultaba Jaron a pesar de la absoluta falta de pruebas. Entonces llamó a su hermano, le conminó a entregarse, y quemó la casa para hacerle salir de su ratonera. No salió exactamente como lo había planeado, pero se acercó bastante. Los gritos de dolor de Jaron le indicaron que estaba en lo cierto, pero el techo derrumbándose impidió que saliera al exterior y fuera capturado. No era matarle lo que pretendía, aunque una vez hecho no le importó. Pero había prometido que él no le mataría y le molestaba no cumplir sus promesas.

Claro que si estaba en lo cierto no iba a tener que preocuparse más por esa promesa aparentemente rota. Y, de igual modo, si estaba en lo cierto no podía permitirse cometer de nuevo el mismo error.

-Registrad la casa -ordenó, y varios de sus hombres bajaron de sus caballos para proceder.

Esperaron unos minutos hasta que éstos salieron indicando que no habían encontrado a nadie.

-¿Habéis mirado en los pisos superiores? -Quiso saber.

-La mayor parte de la segunda planta carece de suelo, Señoría. Nadie podría ocultarse allí.

Ya, claro. Nadie.

Y sin embargo, o se equivocaba o estaba escondidos en algún lugar.

-Capitán -dijo, llamando al elfo que estaba al mando-, estas ruinas son un peligro público. Cualquiera podría entrar y morir aplastado por un cascote.

-¿Queréis que aseguremos el lugar?

-Quiero que lo queméis. Quiero que arda hasta que todas y cada una de sus vigas, todas y cada una de sus paredes, se colapsen y cedan. Que no quede nada en pie -alejó un poco su caballo mientras daba las órdenes-, y quiero que una vez terminado registréis las cenizas.

El elfo asintió y procedió a dar órdenes a su vez.

Zealor se apartó a una distancia prudencial y observó como las primeras antorchas eran encendidas y lanzadas al interior de la casa. El fuego se lo tomó con calma, pues poco había aparte de rastrojos que quemar allí, pero a los pocos minutos ya crepitaba con fuerza y un humo denso y negro empezó a asomar por las ventanas.

El Qiam se permitió una sonrisa y se preparó para disfrutar del espectáculo. Con un poco de suerte los gritos de dolor le indicarían de nuevo que había dado en el clavo. Y si no... Bueno, una ruina menos de la que preocuparse. Al fin y al cabo, la casa era suya, podía hacer con ella lo que le viniera en gana. Además, nunca le había gustado ese empalagoso lugar.

domingo, 19 de julio de 2009

Segunda parte, capítulo undécimo






Lo primero que hizo Jaron al llegar al pueblo fue comprarse una gorra.

Bueno, lo segundo. Lo primero fue comprar algo caliente para comer. Llevaba tantos días aliméntandose a base de lo que encontraba por el bosque que casi había olvidado lo bien que podía saber un estofado. Fue luego, con el estómago caliente, que pensó en la gorra.

Por suerte aún llevaba encima algo de dinero humano (curiosamente, lo único que no le habían quitado en el castillo de Meanley) y pudo hacerse con una buena gorra. Se la caló, y entre ésta y su largo cabello negro, que había dejado suelto antes de entrar al pueblo, sus orejas quedaban completamente cubiertas. Eso le ayudó a calmar la sensación de peligro que se había agarrado a su estómago en el mismo momento que había puesto pie en el lugar.

Se había acostumbrado a caminar entre los elfos sin subterfugios ni disfraces y ahora regresar a ellos acentuaba su alerta y su soledad. Sobretodo su soledad. Apenas sí habia mirado a la cara a ninguno de los tenderos que le había atendido y no había saludado a nadie, fija como estaba su vista en sus pies por miedo a que vieran que no era humano. Pero ahora con la gorra se sentiría más seguro y por tanto podría hablar con la gente, integrarse y dejar de sentirse tan terriblemente solo.

Averiguó que aún estaba en el principado de Meanley, cerca de su frontera con el principado vecino. Y averiguó también el camino a seguir para regresar a la abadía.

-Vas muy lejos, muchacho -opinó una mujer al oírle pedir direcciones.

-Soy de muy lejos -respondió con cautela.

-Aún así, es un largo camino para alguien tan joven -dijo con una sonrisa. Jaron le devolvió la sonrisa. La ironía de la situación le divertía. Si esa mujer supiera que en realidad era mayor que ella... -¿Viajas solo?

-Sí.

La mujer lo miró con muy mal disimulada pena y luego sonrió de nuevo maternalmente.

-¿Porqué no vienes a cenar con nosotros, muchacho? No es una casa grande, pero podremos ofrecerte algo caliente que comer y un poco de compañía.

Ambas ofertas sonaron a música celestial en los oídos de Jaron, que decidió por una vez mandar al garete la discreción.

-Me encantaría, señora.

-Pues entonces sígueme -y empezó a caminar camino arriba.

Jaron se apresuró a ayudarla con la carga que portaba: dos cestos llenos de leños y ramas para el fuego.

-Eres muy amable.

-Es lo menos que puedo hacer.

La mujer se dejó ayudar hasta su casa y allí le presentó a su marido, que parecía tan amable como ella.

-¿Como te llamas, chico? -Quiso saber el hombre.

-Rodwell -mintió, recordando que su nombre era élfico. No quería llamar la atención más de lo necesario.

-Pues pasa, Rodwell. Si me ayudas con fuego veremos que se puede cocinar en él para esta noche.




Finalmente Jaron se quedó no sólo a cenar si no también a dormir y a almorzar. Meriela y Johannes, que así se llamaban sus anfitriones, no permitieron que fuera de otro modo.

-¿Y donde vas a dormir, criatura? -Había dicho la mujer. Y eso había zanjado el asunto.

Tenían camas de sobras ya que hasta no hacía mucho, le explicaron, sus hijos habían vivido con ellos. Tres, concretamente. Dos chicos y una chica, había añadido Johannes tomando lo mano de su mujer.

Jaron estaba demasiado cansado tras la cena como para pensar en nada, pero por la mañana, mientras desayunaba y disfrutaba de las atenciones de Meriela, recordó la conversación de la noche anterior y entonces sí sintió curiosidad.

-¿Y vuestros hijos? ¿Se casaron?

-La mayor sí. Se casó con un buen hombre -explicó la humana cortándole otra rebanada de pan-, pero los chicos siguen solteros.

-¿Y donde están?

La mujer hizo un mohín de disgusto.

-El príncipe los ha llamado a filas. Así, sin más -explicó-. Sus hombres pasaron por aquí hace un par de días y se llevaron a todos los varones hábiles. Johannes se libró porque cojea de un pie, pero mis hijos...

Meriela se puso en pie y fue hasta la cocina, a remover el potaje, sin duda para disimular las lágrimas que habían asomado a sus ojos.

-¿El príncipe está en guerra? ¿Contra quien?

Ella se volvió hacia él de nuevo, esta vez con una mueca de desdén.

-Contra los elfos. ¿puedes creerlo?

Era evidente que ella esperaba alguna reacción, pero Jaron se había quedado demasiado aturdido por la noticia. ¿Contra los elfos? ¿Cómo que contra los elfos? Eso tenía que ser cosa de Zealor, estaba seguro, pero... ¿qué ganaba Meanley guerreando contra los elfos? ¿Y qué ganaba el kiam?

-Rodwell, muchacho, ¿estás bien? -Meriela se había acercado a él.

-Yo.. s-sí. -La mente de Jaron regresó a la cocina de la humana a duras penas-. Es sólo que me ha sorprendido.

-A ti y a todos -replicó la mujer-. Ese príncipe loco se cree que puede venir a nuestro pueblo y robarnos a nuestros hombres, a nuestros niños, para ir a perseguir cuentos de hadas.

Cuentos de hadas...

Sólo que no eran cuentos de hadas. Eran gente de verdad. Gente que a pesar de todo se había portado bien con él. ¿Y él que había hecho? Los había abandonado cuando las cosas se habían puesto feas. ¿Feas? Más que feas. Espantosas. Meanley sin duda sabía donde estaban los poblados élficos, su amigo Zealor se habría encargado de eso.

Tenía que avisarles. Tenía que avisar a Haze y a Mireah. A Alania...

¿Y qué iban a hacer? ¡Nadie iba a escucharles! Pero sí a Nawar. Nawar tenía contactos con la realeza, podría avisar a gente importante.

Meriela seguí mirándole con preocupación, pero al medioelfo ya no le importaba lo que la humana pensara de él. Debía volver por donde había venido y regresar a la Nación. Y sobretodo rezar para que aún estuvieran en ese sitio llamado Fasqaid.

Debía llegar a ellos antes de que Meanley lo hiciera o la Nación estaba perdida.


viernes, 10 de julio de 2009

Segunda parte, Capítulo décimo




En cuanto se quedó a solas con Haze decidió Nawar que era su oportunidad. Había demasiados cabos sueltos por atar y aunque en el fondo no cambiara nada tener todas las piezas, los rompecabezas inacabados siempre le habían dado mucha rabia.


-¿Estas bien? -Se interesó para romper el hielo.

Haze se encogió de hombros con una media sonrisa.

-He tenido días peores.

-Ya.

Se hizo de nuevo el silencio. El humor negro del que hacia gala Haze de vez en cuando no acababa de gustarle, le hacía sentir incómodo. Hablaba de todo lo que Yahir había pasado sin necesidad de decir nada. Invitaba a dejar de preguntar, a no ahondar más en ello.


Pero él necesitaba ahondar. ¡Al cuerno con el victimismo de Haze!

-No os lo he contado todo -confesó.

-Lo imaginaba -Haze miró hacia la puerta por donde se habían perdido la princesa y Hund y bajó un poco la voz-. ¿Que pasó realmente con Jaron?

Nawar hizo un mohín.

-Le dejé a solas con Zealor un momento, mientras reconocía el terreno. Creo que le contó algo, pero el chico no quiso decirme el qué.

-Hace para mi querido hermano -respondió, pensativo.

Nawar le miró, sin saber muy bien como abordar el tema. Al fin y al cabo, era la única pista que se le había escapado a Jaron y podía ser importante a la larga. O no importar en absoluto, la verdad. Tenía que admitir que esta vez se trataba más de un interés personal que táctico y si no aprovechaba el momento no sabía cuando iban a volver a quedarse a solas ni por cuanto tiempo iban a estarlo.

-Creo... -empezó, deteniéndose para carraspear. De repente tenía la garganta algo seca-. Creo que le contó al chico que tú estabas enamorado de Sarai.

Haze le miró sin mudar su expresión un ápice aunque de repente Nawar sintió la tensión en el ambiente. ¿O tal vez eran sólo imaginaciones suyas?

-¿Eso le dijo?

-Es posible que no fuera lo único que le contara, claro, pero, en fin, que Jaron habló de tus celos y... -calló, expectante.

-Ya veo -fue todo cuanto contestó, pero desvió la mirada hacia la puerta.

-¿Y bien?

-¿Y bien qué?

-¿Es verdad?

-¿Tanto importa?

Una evasiva.


Demonios. Entonces era verdad.


Explicaba algunas cosas, sobretodo respecto a Jaron Yahir y su relación con su hermano pequeño. En realidad hubiera preferido que fuera una mentira del Qiam para confundir al chico, le hubiese hecho sentir mejor.

-¿Y Mireah?

-¿Que pasa con ella? -Haze frunció el ceño. Bueno, eso al menos era una reacción.

Nawar suspiró.

-No es justo que...

La puerta se abrió tras ellos y Nawar se interrumpió, pero le lanzó a Haze una mirada que pretendía querer decir: "ya hablaremos". El elfo le dedicó un gesto hosco y luego se puso en pie, yendo a ayudar a Mireah y a Dhan con lo que cargaban. Cogió uno de los fardos y se lo cargó a la espalda. Se le escapó un gesto de dolor, a lo que la princesa, como era previsible, protestó.


-Aún no estás recuperado -le recordó, tendiendo las manos hacia él-. Anda, dame eso -se ofreció, solícita.


Haze reaccionó apartándose de ella malhumorado, el fardo aún en su espalda.


-Déjalo ya, no estoy tullido.


Y mientras el elfo abandonaba la cocina en dirección a la biblioteca y, en algún momento, el exterior, Mireah, dolida, se volvió hacia Nawar con una mirada que hubiera podido helar el sol.


-¿Qué le has dicho?


-¿Yo? ¡Nada! -Mintió. A ella menos que a nadie podía confesarle de qué habían estado hablado, no al menos de momento.


La humana le sostuvo la mirada un momento y luego, airada, fue tras Haze, llamándolo por su nombre. Nawar se dio cuenta que muy probablemente acabara de perder definitivamente la simpatía de la joven. Y era una lástima pues la respetaba de veras.


Suspiró cansado y aceptó la mano que le ofrecía Hund para ponerse en pie.


-¿Tú no estas enfadado conmigo? -Preguntó con sorna.


-No. Sé cuan difíciles pueden resultar los Yahir -dijo, pasándole el fardo restante. Aturdido, Nawar lo cargó antes siquiera de darse cuenta de lo que hacía-. Aunque admito que siento una cierta curiosidad. Es la primera vez que veo a Haze malhumorado.


El joven gruñó, afianzando el saco.


-Hay una primera vez para todo, dicen.


Hund respondió con una risa y un manotazo en su hombro que casi lo desestabiliza. Luego ambos elfos se encaminaron hacia el exterior, siguiendo a la humana que a su vez había seguido a Yahir.


Nawar esperaba encontrarlos sumidos en un incómodo silencio de miradas furtivas, o tal vez muy cerca el uno del otro, cuchicheando disculpas, reconciliándose. Sin embargo, los encontraron fuera, tensos y callados, mirando hacia el frente.


-¿Qué...?


Nawar siguió su mirada y vio los jinetes no tan lejos. Quinientos metros, tal vez un poco menos. Las altas hierbas del jardín impedían que estos les vieran, pero era cuestión de minutos.


-Zealor-dijo Haze.


Todos supieron que era verdad. ¿Quién si no iba a llevar consigo un ejército hasta Fasqaid? Y eso quería decir que tenían apenas unos minutos para pensar en algo.

Nawar paseó la mirada rápido por el lugar mientras por su boca salía una larga perorata de improperios. No había bosques alrededor y el lago e inmediaciones no ofrecían ningún tipo de protección. No podían haber elegido peor lugar para ocultarse. Nada, allí no había nada. Se le antojó que era una forma de lo más estúpida de morir, en las ruinas señoriales de los Yahir, atrapados como ratas en un hermoso y privilegiado paraje sin árboles ni rocas.

¡Maldición, maldición, maldición!

Más le valía a Faris apreciar su esfuerzo si salían de esta.

viernes, 3 de julio de 2009

Segunda parte, Capítulo noveno




Alania no había salido de su habitación en tres días.

Estaba enfadada con su madre y no quería volver a verla nunca más. Lo único que le había impedido escaparse de casa era los dos guardias del Qiam que vigilaban constantemente su puerta. Estaba tan furiosa...

Cuando su madre le había pedido que le contara la verdad por un momento había pensado que juntas iban a poder hacer algo. La había escuchado sin interrumpirla. Si había algo que no creía o no entendía no dijo nada. De hecho, se había mostrado más sorprendida al oír hablar de Jaron Yahir que cuando ella mencionó a los humanos.

Finalmente, había asentido, grave, y se había acercado hasta las ventanas, a mirar al exterior. Alania recordaba el modo en que había maldecido al ver a los hombres del Qiam, sobretodo porque su madre nunca, nunca maldecía. Sin embargo había maldecido usando palabras muy feas y se había vuelto hacia ella.

E iba a hablar cuando algo había golpeado la ventana.

Cuando desplegaron el arrugado papel y vieron que era un mapa su madre, lívida, se lo había arrancado de las manos y lo había lanzado al fuego del hogar.

Aquí había empezado los gritos, que sólo habían parado en el momento en que la muchacha había decidido no hablarle a su madre más.

Alania no podía creerse que su madre hubiera tirado al fuego la única pista que tenían de donde encontrar a su padre y sus amigos. Su madre le prohibió entonces salir de la casa hasta nueva orden, cosa que no pensaba cumplir, por supuesto, pero era irritante igualmente.

Desde entonces llevaba tres días sin salir de su habitación.

Su madre había intentado durante el primer día aplacarla con las típicas excusas de los adultos ("es demasiado peligroso", "no sabemos si es una trampa", "tu padre lo querría así..."), pero ante su falta de respuesta acabó por rendirse. Ahora sólo golpeaba a su puerta para indicarle que le dejaba una bandeja con comida junto a la misma y volvía al piso inferior, a dedicarse a lo que fuera que hacía con sus aburridas horas del día.

Esa noche en cuestión Alania retomó la rutina de las últimas comidas cuando oyó el suave golpeteo de su madre junto a la puerta. Esperó un poco antes de alejarse de la rota ventana frente a la que pasaba horas y horas, para darle tiempo a irse y abrir cuando ya no estuviera, y avanzó hasta la puerta. Sin embargo, al contrario que otras veces, no oyó sus pasos alejarse por el pasillo. Así que se quedó callada justo a al puerta, esperando a que se fuera. Si su madre pensaba que iba a engañarla para salir...

-Alania, cielo -dijo de repente Layla desde el otro lado-, voy a salir. Tengo que hacer unas compras. No podemos pasarnos la vida encerradas en casa -argumentó.

Eso Alania ya lo sabía, pero no dijo nada. ¿Qué esperaba su madre que le dijera? ¿"Sí, adelante, sal a la calle, habla con tus vecinas y vete al mercado como si Papá no estuviera en peligro mortal"?

-No me gusta que te quedes sola- continuó-, así que le he pedido a la señora Bantiar'na que se quede contigo. Sé educada, por favor.

Alania sintió que se sonrojaba de pura rabia.

¿Sé educada? ¿eso era todo cuanto le preocupaba? Así que cuando su madre se despidió no le dijo nada. Esperó a oír sus pasos por la escalera y salió tras ella, asomándose al hueco. Desde allí pudo ver como su madre hablaba con la vecina y le daba instrucciones. La vio muy cansada y triste y sintió una punzada de culpabilidad, pero cuando su madre cerró la puerta y vio a la señora Bantiar'na empezar a subir las escaleras, corrió de nuevo a su habitación, preparándose mentalmente para jugar el papel de la niñita tonta y confundida que no entiende la gravedad de lo que ha hecho papá.

Que fuera educada, le había pedido su madre.

Educada, buena e inocente, eso es lo que iba a ser. No pensaba quedarse a esperar a que su padre o Jaron fueran detenidos y ajusticiados, así que tenía que aprovechar la oportunidad que le brindaba su madre.

De camino ya preguntaría como llegar al sitio ese al que llamaban Fasqaid. No podía estar muy lejos. Al fin y al cabo la nación no era tan grande.