jueves, 1 de enero de 2009

Capítulo vigesimonoveno




Haze supo que se acercaba el ocaso cuando los soldados de Zealor bajaron a buscarle. Le pusieron en pie sin mucho miramiento y, a empellones, le condujeron al piso superior. Allí fue escoltado hasta el salón, donde Zealor le esperaba sentad a la mesa.
Una extraña punzada de nostalgia le invadió al poner los pies en al sala y por un momento regresó a su mente una estampa de hacía casi ochenta años. Su padre sentado junto al hogar, jugando al ajedrez con Jaron, mientras Zealor, sentado en la misma mesa que ahora ocupaba, estudiaba. Como Zealor no despegaba su nariz de los libros y no le prestaba atención, se había sentado a los pies de Jaron y contemplaba cómo su hermano mayor movía las fichas siguiendo las silenciosas instrucciones de su madre que, sentada detrás de su padre, ayudaba a su primogénito sin que su marido lo supiera.
Cómo se había reído cuando papá lo había descubierto...
Esa había sido la última vez que el salón había estado tan vivo.
A los pocos días ocurrió el accidente y ellos quedaron huérfanos. Y Zealor se alejó aún más de ellos y Jaron se volvió taciturno y mandón y él empezó a escaparse a la que tenía ocasión. Todo se había ido al garete desde ahí.
En realidad, excepto por ese momento, en la mayoría de sus recuerdos el salón estaba como lo veía en ese momento: vacío, en penumbra, solo...
Aunque claro, los soldados eran una novedad.
Con un empujón éstos rompieron el hechizo y le obligaron a tomar asiento en la mesa, donde le esperaba una fuente de cordero.
-Tu última cena -le informó Zealor, indicando a sus hombres que les dejaran solos-. Creo recordar que era tu plato favorito.
Y lo era.
-No tengo hambre.
-Oh, vamos. No seas así. Si no comes no tendrás fuerzas para soportar los latigazos y entonces todo será más aburrido.
-No tengo hambre-repitió. Y esta vez era verdad.
-Lástima -Zealor atrajo el plato hacia sí y empezó a picotear alguna de las verduras del acompañamiento-. No te importa que lo aproveche, ¿verdad?
-¿Te diviertes?
-La verdad es que sí, más de lo que pensaba. No era esto lo que tenía pensado para ti, ¿sabes? Pero claro, me obligaste a cambiar de planes.
-Cuánto lo siento.
-Ya lo sentirás, ya... -Zealor levantó los ojos del plato y le dedicó una de sus crueles sonrisas-. Y antes de lo que crees.
Apartó de sí el plato tras llevarse la última zanahoria a la boca.
-En fin, sigamos con el protocolo. ¿Algún último deseo?
-¿Lo cumplirías de veras?
-Probablemente no, pero puedes intentarlo.
Haze suspiró.
-Sólo quiero saber si fuiste tú quien mató a Sarai.
-¿Yo? ¿Con estas manos? No, hermanito, ya te lo dije. Las manos del Qiam han de permanecer inmaculadas.
-Pero fue obra tuya.
Zealor se encogió de hombros teatralmente.
-Yo diría que es un mérito compartido. En parte obra mía, en parte obra de Meanley... en parte tuya... -ensanchó su sonrisa-. Todos pusimos nuestro granito de arena.
Haze guardó silencio, decidido a no darle a su hermano ninguna satisfacción extra. Aún así, no le faltaba razón. La muerte de Sarai fue en parte culpa suya.
-Oh, vamos -Zealor volvió a acercarle el plato de cordero- ¿De veras no quieres? Se supone que estas disfrutando de tu última cena. He pedido a mis hombres unos minutos de intimidad y no creo que tengas interés en matar el rato charlando.
-Pero tú te mueres de ganas, así que... ¿por qué no me lo cuentas de una vez lo que sea que quieras contarme y acabamos con esta farsa?
Zealor rió por lo bajo mientras acercaba su silla a la de su hermano, de nuevo fingiendo confidencialidad.
-¿Sabes quien estaba armando jaleo en la plaza esta mañana? ¿No? Ni más ni menos que Nawar Ceorl, ¿le recuerdas?
Oh, mierda.
-¿No era el sobrino de Noain? -el joven intentó fingir desconocimiento, aunque no sabía hasta que punto iba a servir de algo con Zealor.
-¡Buena memoria! Pues resulta que me han comentado unos carpinteros que él y un muchacho joven... Sesenta y pocos. Un primo suyo según me han comentado las vecinas. En fin, que han estado haciendo muchas preguntas esta mañana. Y que Nawar ha tenido que llevarse a su primo a rastras, pues le ha cogido un ataque de histeria o algo así.
¿Que hacían allí? No tenían que estar allí. Tenían que estar en la cueva, a salvo.
-Estarían preocupados por su tía -fue todo lo que se le ocurrió.
-Eso me he dicho yo. ¿Que otra cosa iba a hacer Nawar Ceorl en Suth Blaslaed si no? Pero entonces uno de los trabajadores ha dicho algo que... no sé... me ha dejado inquieto -Zealor se echó hacia atrás en la silla-. “¿Sabéis que es lo curioso, Mi Señor?” Ha dicho. “No, ¿el qué?” He respondido yo -y de repente, con un gesto brusco, volvió a inclinarse hacia adelante, hablando casi al oído de Haze.- “Lo mucho que el muchacho se parecía a vos”.
El corazón de Haze dio un vuelco, pero no se movió. Temía que el menor gesto delatara a su sobrino.
-¿Que crees que pueda significar eso, hermanito?
-No... No lo sé.
-¿No lo sabes? -Zealor se puso en pie, dando un par de palmadas-. Claro que lo sabes, Hazey. No me insultes, ¿quieres? -Dos soldados aparecieron en la puerta y el Qiam les indicó con un gesto que ya podían llevarse al prisionero-. Significa que voy a matar dos pájaros de un tiro esta noche: voy a matar a un traidor y a capturar una amenaza. Y lo mejor es que yo sólo voy a tener que sentarme a esperar. ¿No es maravillosa la vida?