jueves, 21 de agosto de 2008

Capítulo décimo



Aquel lugar no era agradable, lo sabía. Más de una vez había tenido que sacar de ahí a algún amigo después de una pelea nocturna. Pero tener que ir a por sus tíos... Nawar Ceorl apenas podía creerlo. Aún tenía la esperanza de que todos aquellos vecinos de su tío se hubiesen equivocado. ¿Quién iba a querer encarcelar a unos ancianos?

El joven llegó hasta el guardia de la puerta, que le miró tan sombrío como sólo un carcelero sabía. El hombre esbozó un mohín de desagrado cuando Nawar le preguntó por Salman Ceorl.

-Sí, está aquí, en una de las celdas.

-¡Eso es imposible! ¡No ha hecho nada! ¿De qué se le acusa?

-De alta traición.

-¿Traición? ¡Eso es una estupidez!

-Si el Qiam dice que son traidores, lo son. Y opinar lo contrario es traición.

Nawar se mordió el labio, conteniéndose. ¡El Qiam...! ¡Pero si sus tíos habían cuidado de los Yahir toda su vida! ¿Cómo podía ese Zealor hacerles eso?

-Debo verles.

-Imposible.

-¡Por los dioses! ¡Son unos ancianos! Déjame al menos que les haga saber que me preocupo por ellos.

-¿Son tus abuelos?

-Tíos.

El hombre gruñó entre dientes, pero le dejó pasar, guiándolo hasta la celda de su tío.

-La mujer está en otra prisión –dijo, y en su voz había algo parecido a una disculpa-. Tienes cinco minutos, muchacho, no más.

Nawar asintió, mascullando un “gracias”, más por cortesía que por sentimiento. Luego se volvió hacia la celda. Su tío lo miraba entre apenado y avergonzado, sin rastro alguno de esperanza en su anciano rostro.

-Nawar, muchacho, ¿qué haces aquí?

-¿Que qué hago? ¿Qué haces tú? ¿Qué es eso de que el Qiam os ha acusado de traición a ti y a tía Noain?

-No tiene sentido discutir eso ahora. El Qiam ha hablado y su palabra es ley. Ya lo sabes.

-Su palabra... ¡Ese Zealor Yahir es una rata!

-No, Nawar. Estoy seguro de que incluso las ratas cuidan de los suyos.

El joven no entendía adónde quería llegar su tío, ni veía la importancia de matizar qué tipo de animal rastrero era Zealor. Nunca le habían gustado los Yahir, y mucho menos ése en concreto.

-Tengo que sacaros de aquí.

-No, eso es imposible. Lo sabes tan bien como yo.

-Pero... Debe haber algo que yo pueda hacer. ¿Crees que mi abuelo me perdonaría que no ayudara a su hermano en un momento así? ¿Qué tipo de Ceorl sería?

Su tío sonrió, tomando sus manos por entre los barrotes.

-Si tantas ganas tienes, sí hay algo que puedes hacer por mí. No creo que sirva para sacarnos de aquí, pero sí tranquilizará a mi querida Noain.

-Lo que sea.

-Busca a Haze Yahir y ayúdalo.

Nawar soltó las manos de su tío.

-¿Haze Yahir? ¿El mismo Haze Yahir que era catorce años mayor que yo? ¿El mismo que cuando cumplió los cuarenta ya no quería jugar conmigo porque era demasiado mayor? ¿El mismo por el que mi tía se desvivía? ¿El Haze Yahir que murió hace casi setenta años?

-Sí, ése Haze Yahir.

-Pero...

-Me temo que no puedo aclararte las dudas, mi querido Nawar.

-¿Por qué debería ayudarle?

-Dijiste que lo que fuera.

-Sé lo que dije, ¡demonios! Es sólo que... Sabes que no le soportaba.

-Por favor, el Qiam le persigue y temo por su vida.

-¿El Qiam? ¿Quieres decir que si ayudo a Haze fastidiaré a Zealor? –Una sonrisa se dibujo en los labios del joven. Haze Yahir podía haber sido un mocoso engreído e insoportable, pero por mal que le cayese nunca podría revolverle tanto como su hermano mayor-. Haberlo dicho antes.

-Entonces... ¿lo harás?

-Por mi tío, lo que sea.



El bullicio del mercado hacía que Haze Yahir se sintiera bien. Todo ese ir y venir de gente... casi lo había olvidado. Pero allí, en medio de aquella muchedumbre, estaba seguro, no era nadie, sólo un elfo más curioseando entre los mercaderes y los agricultores. Por más que le buscara, Zealor no iba a encontrarle ahí. Lástima que el mercado fuera sólo un día a la semana.

Haze tocó la bolsa que colgaba de su cintura. Había conseguido algo de dinero a cambio de un par de joyas, patrimonio de los Yahir desde hacía generaciones. No le había gustado tener que hacerlo, pero su hermano las recuperaría, en cuanto, siguiendo sus pasos, lo descubriese.

O no.

Su hermano era suficientemente retorcido como para dejarle con eso pesando sobre su persona para siempre.

El elfo suspiró y soltó la bolsa. Se le habían quitado las ganas de comer tortas, no podía gastarse el precio de su honor en eso.

Chocó contra alguien, un elfo de más o menos su edad que le miró fijamente antes de sacudir su cabeza y seguir su camino. Parecía haberlo mirado como si lo conociese. El joven se asustó, pero luego cayó en la cuenta de que podía tratarse de alguno de sus compañeros de juegos. ¿Por qué no? Que su cara le sonase no quería decir que tuviese que acordarse de su nombre o de qué lo conocía siquiera. Pero Haze se sentía ya intranquilo, así que se alejó del mercado y del bullicio para entrar en una taberna. Comería algo y luego... Luego, ¿qué?

Tenía que reconocerlo, no tenía ni idea de qué iba a hacer. Lo único que tenía claro era que iba a permanecer entre los elfos mientras pudiese, el miedo no iba a apartarlo de todo eso ahora que lo había recuperado. Podía... ¿Qué? ¿Regresar junto a su sobrino y la princesa? ¿Iban ellos a quererle a su lado ahora que sabían la verdad? No, claro que no. Pero es que estaba tan seguro de que Zealor iba a buscar también al muchacho... ¡Ojalá estuvieran bien!

Tuvo que desviar su atención de sus propios pensamientos cuando el tabernero se acercó a preguntar qué quería. Pidió algo, lo que fuera mientras fuera acompañado de una jarra de hidromiel, y siguió cavilando acerca de qué hacer. Ocultarse y seguir ocultándose era lo único sensato que se le ocurría, pero eso no iba a poder hacerlo eternamente.

Entonces nuevamente algo interrumpió su hilo de pensamiento. Una mano se posó en su hombro. Un sudor frío recorrió a Haze mientras se volvía hacia el mismo desconocido con el que había chocado en el mercado.

-¿Quién...?

-Sabía que eras tú, Yahir. Así que es cierto que estás vivo –el joven se sentó frente a él.

-No sé de quién me hablas –mintió Haze, desviando la mirada.

-Mentiroso. Sigues teniendo la misma nariz de siempre. Yo te la partí, ¿recuerdas? Jugando a la guerra.

Haze empezó a creer que realmente le conocía, pero no podía recordarle. ¿Que él le había roto la nariz? ¿No la había tenido rota siempre? Además, le daba mala espina. ¿Qué era eso de “así que es cierto que estás vivo”? ¿Quién se lo había dicho? ¿Qué quería de él?

-No me recuerdas, ¿verdad? ¡Maldita sea! ¿Cómo...? Te juro que como no me recuerdes no te ayudaré, diga lo que diga mi tío. Después de todo, nunca me gustaste.

¿Debía recordarle? ¡Por los dioses! Cabello rubio y rizado, ojos del color de la miel... Y había nombrado a su tío...

-¿Nawar? ¿Nawar Ceorl? –El joven sonrió, satisfecho-. ¿Tú me rompiste la nariz? ¿Y qué es eso de que nunca te gusté?

-¿Ya me recuerdas?

-S-sí... ¡Dioses! ¡Has crecido mucho!

-Bueno, Yahir, te lo dije una vez, ¿recuerdas? Yo sería más alto que tú.

Haze le observó de nuevo con incredulidad. Nawar Ceorl... Y parecía haberlo estado buscando... No hacía ni cuatro días que había visitado a Salman y ahora...

-¿Te envía tu tío?

-Sí, Yahir. Quiere que te ayude.

-¿Ayudarme? No, no debes. Tus tíos ya me han ayudado todo cuanto necesitaba. No quiero meteros en problemas.

-Creo que ya lo has hecho, Yahir.

-¿Qué?

-No sé a santo de qué, pero mis tíos han sido encarcelados por el Qiam.

Haze se llevó las manos a la cara. ¡No, eso no! Noain y Salman ¿en la cárcel? ¿Cómo podía Zealor? ¿Es que su odio no tenía fin?

-¡Dioses! Yo no quería... Si lo hubiese sabido...

-¿Por qué, Yahir? ¿Qué le has hecho a tu hermano para que castigue así a mis tíos por tu culpa?

-Nada, Nawar, aparte de saber más cosas sobre él de las que nadie sabe.

-Pues yo también quiero saberlas.

-No, no te conviene. Mi hermano ahora tiene casi tanto poder como el mismo rey. La verdad es lo que él dice, sea lo que sea lo que sepan los demás.

-Mira, Yahir, si es cierto que debo ayudarte, y lo voy a hacer digas lo que digas, quiero saber lo mismo que tú sabes.



Nawar revolvió sus propios cabellos con expresión de desconcierto.

-¿Pretendes hacerme creer que los humanos existen? –Dijo al fin.

-No pretendo nada, tú querías la verdad y yo te la he dado.

El joven resopló. ¿Humanos? Tenía ciento seis años, ya no creía en esas cosas. Pero... podía tener sentido. Si él hubiese sido Qiam y mantuviese relaciones cordiales con humanos, también desearía acabar con todo aquel que lo supiese. Eso sin duda podía acabar con la buena imagen de cualquiera.

-De acuerdo, pongamos que te creo... Resumiendo... que corretea por ahí un muchacho que es hijo de una humana y un elfo, ¿no? Y que crees que el Qiam tiene muy poco interés en que se sepa de su existencia, prueba más que fehaciente de que existen los humanos y de que no son tan monstruosos.

-Más o menos.

-Y mi tío quiere que te ayude...

Yahir esbozó una sonrisa, a lo que Nawar estuvo a punto de responder con otro bufido. El elfo había cambiado mucho en todos esos años, posiblemente debido al encierro que decía haber sufrido, pero seguía poseyendo aquello que siempre, siempre había provocado su antipatía: el cariño de sus tíos.

-Pues bien, Yahir, te ayudaré, pero no pienso ser yo quien piense el cómo.

-No es necesario, creo que ya sé como me vas a ayudar –el elfo levantó los ojos violeta del contenido de su jarra-. Hay cierto lugar al que no me puedo acercar sin temor a recibir un puñetazo. ¿Comprobarías por mí si aquellos a los que dejé están bien?



Nawar Ceorl llegó esa noche a su casa con la cabeza hecha un lío. Su madre enseguida le llenó de preguntas acerca del estado de su tío. El joven rehuyó las respuestas más directas, le dijo que su tío estaba bien, que no sabía de qué lo acusaban y un montón de mentiras más que su madre hizo ver que creía. Luego le sirvió la cena, pero Nawar no tenía nada de apetito.

-Mañana voy a Leahpenn, ¿quieres que te traiga algo?

Su madre le miró, seria.

-¿Y qué se te ha perdido allí?

-Algo que podría sacar a tío Salman de la cárcel.

Ella fue a replicar algo, pero alguien llamó a la puerta, interrumpiéndola. Nawar se puso en pie. Era mejor que fuera a abrir él, por si al loco de Yahir se le ocurría presentarse en su casa. Pero no, no era Haze.

-¿Nawar Ceorl? –Preguntó uno de los soldados del otro lado de la puerta-. El Qiam reclama tu presencia.

El joven elfo tragó saliva. ¿El Qiam? No había tenido tiempo aún de ayudar a Yahir y su hermano mayor ya lo reclamaba. ¡Maldita familia! Los odiaba, a todos. Aún así, no le quedaba otro remedio que seguir a aquel guardia y descubrir que era lo que ese Zealor Yahir quería de él ahora.

-Voy a por mi capa –dijo, pero el guardia lo tomó del brazo.

-La noche no es tan fría, Ceorl.

Y se lo llevaron. Podía haber puesto mucha más resistencia, patalear e incluso insultarlos, pero eso sólo hubiese servido para recibir una paliza y poner más nerviosa a su madre.



Cuando las puertas de su despacho se abrieron, dando paso a Nawar Ceorl, el Qiam, Zealor Yahir, ni siquiera se movió. Esperó a que los soldados salieran, dejándolos a solas. Entonces se puso en pie, indicando con un gesto a su invitado que podía tomar asiento mientras él servía un par de copas de hidromiel.

-Prefiero quedarme en pie, si no os importa, Qiam –el tono rebelde del joven Ceorl hizo sonreir a Zealor. Siempre le había parecido un mocoso impertinente, y los años parecían no haberlo cambiado en absoluto.

-Como gustes, no eres mi prisionero, si es eso lo que te preocupa.

-¿Ah, no?

-No, eres mi invitado –y Zealor le tendió una copa que, como era de suponer, el joven rechazó.

-Pues tiene vuestra excelencia un modo muy extraño de enviar invitaciones.

Zealor rió. Hacía mucho tiempo que nadie se atrevía a decirle esas cosas.

-Cierto que no es una invitación de cortesía, Nawar, pero no por eso deja de ser una invitación.

-Si no es mucha molestia, excelencia, ¿os importaría dejaros de rodeos e ir al grano? Mi madre parecía preocupada cuando vuestros soldados se me han llevado a la fuerza y me gustaría regresar cuanto antes junto a ella.

-De acuerdo, Nawar. Sé que esta mañana has hablado con tu tío y quiero saber sobre qué.

-¿Qué de qué hablamos? ¿A vos qué os parece? Quería saber qué podía haber hecho mi tío para merecer el encierro. Por cierto, él no supo responder. ¿Lo sabéis vos?

-Eso, querido Nawar, es secreto.

El joven sonrió. Parecía querer replicar algo, pero se contuvo. Al fin y al cabo era más inteligente de lo que cabía suponer a su actitud.

-¿Y bien? Aún no has respondido a mi pregunta, ¿qué te dijo tu tío?

-Mi tío me reprendió por insinuar que vos erais una rata por encerrar a aquellos que habían cuidado de vuestra familia durante tanto tiempo.

Zealor detuvo unos segundos su ademán de sentarse al oír esto. Fue involuntario, por supuesto, la sorpresa era un símbolo de debilidad que no le gustaba mostrar. O ese tipo estaba loco o era el elfo más estúpido y simple que jamás había conocido.

-No os ofendáis, excelencia, sólo trato de no ocultaros nada.

-Está bien, está bien –Zealor le disculpó con un gesto de su mano-. Comprendo que estabas ofuscado en ese momento, todos somos de carne y hueso, al fin y al cabo.

-Aunque algunos lo parezcamos más que otros. En efecto, excelencia, todos lo somos.

Ojalá hubiese habido algún rastro de burla en su voz, ojalá una sonrisa hubiese cruzado su cara, algo, alguna excusa para hacerlo encerrar. Aquel niñato se estaba burlando de él en su propia cara. Pero le necesitaba, necesitaba saber todo lo que él sabía, si es que sabía algo.

Zealor carraspeó.

-Bien, Nawar, ¿y qué sabes de mi hermano?

-¿Vuestro hermano? Jaron murió hace casi setenta años, ¿porqué preguntáis ahora por él?

¿Jaron? ¿Quién había preguntado por él? Ese Ceorl estaba acabando con su paciencia. Si actuaba, estaba haciéndolo francamente bien.

-No, cielos, no es por Jaron por quien pregunto.

-Ah, preguntáis por el otro, por... ¿Haze? También está... en fin, muerto, excelencia.

-Sí, ya sé, muerto –Zealor alzó sus ojos y los clavó en Nawar-. Sabes que está prohibido mentirle al Qiam, ¿verdad?

-Por supuesto que lo sé, señoría. ¿Qué clase de estúpido no sabría que no se puede mentir al Qiam?

Sí, claro, ¿qué clase de estúpido no lo sabría? Eso no quería decir nada, por supuesto. Saberlo no era lo mismo que ejercerlo, él lo sabía muy bien. Pero ese Ceorl parecía sincero. Bajo ese aspecto desdeñoso y altivo parecía haber más sensatez de la que uno creía poder suponer. Además, no podía arriesgarse a decirle más cosas de las que tal vez sabía. No, era mejor que se fuese por donde había venido. Si sabía algo o no ya lo descubriría a su manera. Sus hombres eran buenos espías.



Nawar volvió a su casa junto a su madre y durmió allí. Fue hacia el mediodía cuando partió en dirección a Leahpenn, besando a su madre en la mejilla y prometiéndole que estaría de vuelta a la mañana siguiente. Los hombres del Qiam le siguieron tal y como su señor les había ordenado, aunque empezaran a pensar que se había equivocado de hombre. ¿Cómo iban a encontrar algún rastro de traición en un joven como ese?

Por eso les sorprendió que a medio camino dejara el sendero y se introdujera en el bosque. Tal vez conocía un atajo, o tal vez no iba a Leahpenn después de todo. Aún así continuaron, siguiéndole de cerca sin ser vistos. Aunque no por mucho tiempo. De repente Nawar Ceorl se detuvo y se volvió, clavando sus ojos color de miel en la dirección en la que ellos se habían ocultado.

-¿Creéis que ya estamos suficientemente lejos de las miradas indiscretas? –Preguntó mientras desenfundaba la espada que pendía de su cinturón-. Sé lo que hacéis, seguirme por orden del Qiam, intentando averiguar si soy un peligro para él. Os confesaré un secreto: lo soy. Lástima que no vayáis a podérselo comunicar por el momento.



-Llegas tarde –le recriminó su señor al verlo llegar.

Nawar se encogió de hombros.

-Lo siento, mi señor, tuve que atender un par de asuntos primero.

-He oído que el Qiam te requirió anoche, ¿qué quería?

-Tranquilo, no me asoció con vos –Nawar se apoyó en un árbol, aún le dolía el brazo a causa del golpe propinado por aquel guardia-. Tiene más que ver con el hecho que mi tío haya sido encarcelado.

-Oh, eso. ¿Conoces la razón?

-Sí, mi señor, y creo que podrá sernos útil para nuestra causa. Incluso el Qiam tendría que dar explicaciones ante algo así.

-Sí, ¿Qué? ¿Qué sabes? –El joven elfo captó la excitación en la voz de su señor y no pudo reprimir una sonrisa.

-Lo siento, mi señor, pero antes prefiero comprobar que no me han tomado el pelo.

Su señor resopló.

-¿Entonces, me has hecho venir hasta aquí para nada?

-No, mi señor, en realidad quería pediros algo. Quería pediros que intercedierais a favor de mi tío. Sé que no podéis cambiar la acusación del Qiam, pero...

Otro bufido escapó de debajo de la capucha de su señor, pero este era casi un suspiro de resignación.

-Puedes estar tranquilo, Nawar, haré lo que pueda por él. Pero tú cuídate del Qiam, por favor. Si descubriese lo que pretendemos...

-Vos correríais más peligro que yo.

-Tal vez –su señor sacó una mano desde las profundidades de su capa y Nawar se arrodilló ante él, besando su anillo-. Ve pues, y tráeme buenas noticias cuando vuelvas.

-No temáis, mi señor, lo serán.