lunes, 8 de marzo de 2010

segunda parte, capítulo cuatrigésimo segundo






Alania despertó cuando alguien tiró de su brazo, obligándola a ponerse en pie y a salir de su escondite en el hueco de detrás de una estatua. El patio estaba totalmente a oscuras excepto por un par de antorchas al otro lado del mismo y adormilada como estaba le costó darse cuenta de que quien tiraba de ella era un guardia. Un guardia que la empujaba hacia un compañero, que se apresuró en sujetarla por los dos brazos.

-¡Mira qué tenemos aquí!

-¡Ei! -Alania trató de revolverse y soltarse. Se había dormido. Se había quedado dormida como una tonta y ahora iba a acabar en un calabozo lleno de delincuentes sin ninguna posibilidad de encontrar a Jaron o a su padre.

-Quieto -el guardia que la había sacado de su escondite se llevó la mano al cinto, donde reposaba su espada.

Alania obedeció de inmediato.

-No he hecho nada -protestó cuando empezaban a llevársela.

-Eso lo determinaremos nosotros, chaval. ¿Qué hacías ahí escondido? ¿No sabes que les pasa a los intrusos que no respetan el cierre de las puertas?

-¡Me he dormido! Vine a traer unas mercancías y me he dormido.

-He oído excusas mejores. ¿Qué esperabas? ¿Robar algo de las cocinas? ¿O era algo más?

-¡No! -La muchacha trató de soltarse de nuevo a pesar de las amenazas-. ¡No es eso!

-No, claro -el tipo que la sujetaba rió-. Todos los tipos que he pillado a lo largo de mi vida eran honestos, ¿verdad?

-De pies a cabeza -el elfo hosco le dio un empujón y de no ser por el guardia que la sujetaba la muchacha hubiera perdido el equilibrio.

-¡Eh!

-Déjate de quejas y camina.

Otro empujón, este por parte de su captor. No había escapatoria. Estaba perdida y lo peor era que no podía decir al verdad porque podía poner a sus amigos en peligro. Y a ella misma. El Qiam la buscaba por traición a la corona. ¿Y si alguno de los guardias había visto los grabados y la reconocía? No quería tener que volver a hablar con Zealor Yahir. La mirada del Qiam le daba aún más miedo que la idea de acabar en una celda.

Necesitaba pensar algo, algo bueno de verdad. Necesitaba...

El guardia que la sujetaba se detuvo, obligándola a pararse en seco. Junto a ellos, su compañero se cuadró. Alania levantó la mirada de sus pies para encontrarse frente a frente con un joven rubio de mirada seria que les bloqueaba el paso.

-¿Qué es este jaleo a estas horas? -Preguntó el joven, malhumorado. Tenía cara de estar muy cansado, o eso le pareció a Alania.

-Hemos pillado a un ratero, señor -el guardia la obligó a dar un paso adelante.

-No he robado nada -protestó.

-Porque te hemos pillado antes -argumentó el guardia hosco.

-Si hubiese querido robar algo no me habría dormido -¿Es que ningún adulto iba a usar la lógica?

-¡Basta! -el joven rubio se pellizcó el puesnte de la nariz con una mano mientras con la otra indicaba a los guardias que no hablaran-. ¿Donde lo habéis encontrado?

-Escondido en el patio, señor.

-¿Dormido?

El guardia gruñó.

-Sí, dormido.

-¿Qué hacías allí?

-Yo... -La pregunta directa pilló a la muchacha por sorpresa.

-¡Y bien?

-Me habái dormido.

-Hasta ahí habíamos llegado -había un deje de impaciencia en su voz.

-Vine a traer unas mercancías esta tarde y me senté a descansar. Debí quedarme dormido. No pretendía quedarme después de que cerraran las puertas.

El joven alzó una ceja escéptico. Aún así pareció decidir que no era peligrosa, pues esbozó algo parecido a una sonrisa.

-Soltadle.

-Pero...

-Si es un ratero es el peor ratero de la historia y no creo que corramos ningún peligro -esperó a que el guardia obedeciera antes de volver a hablar-. ¿Como te llamas, chico?

-Jaron, señor -volvió a mentir.

El serio ceño del joven se frunció un momento, pero Alania realmente no se dio cuenta hasta más tarde.

-¿Sabes en qué lío podías haberte metido? -Le preguntó.

“Tu eres el que no sabe en qué follón me podía haber metido”, pensó.

-Sí, señor -repondió sin embargo.

-Bien -luego se volvió hacia los guardas-. Hoy no es una noche para la sospecha y las acusaciones sin fundamento, señores. Al contrario. Hoy es una noche para el perdón y la buena voluntad, ¿no os parece?

Los dos guardias asintieron sin mucho convencimiento.

-Aún así, señor...

-Volved a vuestro deber -el joven ignoró la protesta del guardia hosco- y seguid ejecutándolo con el mismo celo y diligencia. Yo me encargaré de que esta noche Jaron duerma en un lugar más cómodo que el patio y que mañana deje el castillo con la primera luz.

-Pero, Alteza...

¿Alteza? Alania miró con renovada reverencia al elfo que ya la había agarrado del brazo con más fuerza que gentileza. ¿Alteza? ¿Ese joven era el Príncipe Faris?

-Es una orden, señores, y no la repetiré.

De mala gana, pues estaba bastante claro que no estaban de acuerdo con la decisión del príncipe, ambos hombres se cuadraron y, después de saludar, se dieron la vuelta y deshicieron el camino andado para regresar al patio. El príncipe, por su parte, le dio un pequeño tirón para reclamar su atención.

-Sígueme.

Claro que hubiera sido dificil no seguirle dado que la tenía bien agarrada del brazo y la obligaba a caminar a grandes zancadas como estaba haciendo él.

Finalmente, tras doblar un par de esquinas en la penumbra, el príncipe abrió una puerta y se introdujo en ella. Era una sala grande y espaciosa, con bancos a ambos lados y una mesa con su respectiva silla al fondo. La poca luz que había entraba por tres grandes ventanales tan altos como la pared, pero era suficiente para que Alania imaginara la magnificencia del lugar a plena luz del día. Aún así, no parecía un luga rmuy cómodo para dormir.

-¿Qué estas haciendo aquí? -preguntó de repente Faris, obligándola a tomar asiento en uno de los bancos.

-¿Qué?

-Envié a Nawar a buscarte. ¡Se suponía que habías regresado a tu casa!

-¿Conocéis a Nawar? -Alania se llevó las manos al pecho-. ¡Vos sois su contacto! Pensé que era el rey. No os ofendáis, pero mi padre no habla muy bien de vos.

-¿De qué estás hablando? ¿Tu padre... ? -El joven le quitó la gorra y, tras mirarla fijamente unos segundos, se dejó caer en un banco a su vez-. Esto es de locos. ¿Eres la hija de Hund?

-Me llamo Alania -le recordó.

-No, no, no, no -el joven se llevó las manos a la cara y se masajeó las sienes-. ¿Se puede saber qué haces aquí vestida de muchacho y usando el nombre del medioelfo?

-Bueno, cuando llegué a Fasqaid ya no había nadie y se me ocurrió que, dado que Nawar tenía contactos importantes... ¡Un momento! ¿Me habéis confundido con Jaron? Eso quiere decir que no le conocéis... ¿Qué es eso de que ha vuelto a su casa? ¿Por qué?

-¿Como quieres que lo sepa? -El joven chascó al lengua, poniéndose en pie-. En fin. Hoy ha sido un día muy largo y extraño. Vamos a buscarte dónde dormir y mañana te llevaré a un lugar donde puedas reunirte con tu...

La primera campanada interrumpió al príncipe. La segunda le hizo palidecer y la tercera dobló sus rodillas., sentándolo de nuevo en el baco del que acabab de levantarse.

-No... -masculló mientras las campanadas proseguían y crecían en intensidad-. Se suponía que tenían que avisarme... que...

Las campanadas empezaron a multiplicarse meintras más y más campanas empezaban a sonar a la vez. Alania era demasiado joven para haber sido testigo de ese fenómeno, pero le habían hablado de ello en clase. Esas campanadas sólo podían significar uan cosa.

-El rey ha muerto... -susurró con un nudo en a garganta, pues el príncipe había escondido la cabeza entre las manos y parecía a punto de echarse a llorar.

Incómoda, la muchacha trató de consolar al joven poniéndole una mano en el hombro. Faris reaccionó con un respingo y mirándola como si la viera por primera vez. Con un gesto rápido se secó los ojos.

-Lo primero es lo primero -dijo, pasando una mano por su corto cabello rubio-. Tengo que llevarte a algún lugar seguro.

-Puedo esconderme aquí -se ofreció Alania, consciente de que posiblemente ese no era el lugar donde debía estar el príncipe.

Eso arrancó una sonrisa torcida al joven.

-¿En la sala del consejo? Créeme, esta va a ser la sala más concurrida del castillo en menos de una hora.