sábado, 2 de mayo de 2009

Capítulo cuatrigésimo sexto




Aún quedaba una pequeña franja de luz en el cielo cuando Jaron divisó por fin Leahpenn. Agotado, se detuvo un momento a tomar aire. Tras varias de caminar solo sin más ayuda que las confusas indicaciones de Nawar, el muchacho empezaba a pensar que tal vez se había precipitado. No era que no tuviera ganas de regresar a la abadía y olvidarse de los elfos de una vez, claro, pero...

"Pero igual tampoco tienes tantas ganas", se confesó a sí mismo.

El chico se dejó caer a plomo, sentándose sobre una raíz que sobresalía.

Todas estas horas de pensar y darle vueltas al asunto no le habían servido de nada excepto para confundirle más si cabía.

Por un lado, Nawar le había dejado marchar con relativa facilidad y eso le había descolocado enormemente. Él había dado por sentado que el elfo seguía con ellos porque siendo él un medioelfo, o un mediohumano, como fuera que quisieran verlo, podía interesar a la gente a la que trabajaba. Pero al final había resultado que era Haze y la información sobre Zealor que este pudiera poseer lo que le interesaba.

No era que tuviera demasiada importancia ni hubiera influido en nada en su decisión, por supuesto, pero vaya...

"No sirves ni como as en la manga", pensó con acritud, echándose un puñado de bayas en la boca.

Sobre su supuesta familia había tratado de no pensar, pero claro, no se le había dado muy bien. La verdad era que irse sin saber si Haze iba a estar bien había sido un poco egoísta por su parte. Aunque hubiese decidido que no quería vivir escondido junto a su tío el resto de su larga vida de elfo debía reconocer que Haze era el único que se había precupado algo por él. Vale, lo había hecho por motivos retorcidos que no alcanzaba a comprender, pero se había preocupado al fin y al cabo, como Mireah, y él huía de ellos con el rabo entre las piernas.

Decididamente, eso no había estado bien.

"Y además", pensó, mascando el último puñado de bayas que le quedaba, "no te has despedido de Alania..."

Nawar parecía muy seguro de que la muchacha había regresado a Leahpenn y aunque fuese un engreído y un fanfarrón, lo cierto era que el elfo no solía equivocarse en esas cosas.

Recordaba la casa de los HUnd, así que, amparado en la penumbra del ocaso, el chico se escurrió hasta la casa de su amiga por las vacías calles de la ciudad.

Había luz en su interior y se intuía algo de movimiento tras las cortinas. Parecía que sí había alguien en casa.

Quzás podría picar a su puerta, cenar algo y descansar en una cama, saber si Alania estaba bien, si sabía algo de lso demás, despedirse como Dios mandaba...

Iba a salir de su escondite cuando la puerta se abrió.

El corazón de Jaron dio un vuelco al ver salir de allí a Zealor Yahir, acompañado de dos soldados. El Qiam vestía de nuevo su túnica ceremonial mientras uno de sus soldados cerraba la puerta tras ellos.

Decenas de explicaciones acudieron a su mente, y las que no eran malas eran peores. ¿Habría capturado a los fugitivos y venía a comunicarlo a sus familias? ¿Estaba incumpliendo su promesa el Qiam y había venido a arrestar a al familia de Dhan?

De repente vio como el Qiam gesticulaba y sus dos hombres se apostaban a lado y lado de la calle, vigilando la puerta. Jaron los veía perfectamente desde su escondite, pero dedujo que no se les vería desde la puerta de los Hund. Pretendían espiar quien entraba y quien salía de la casa.

El medioelfo se recostó contra la pared y se dejó resbalar hasta el suelo. Ir a casa de Alania quedaba totalmente descartado.

Con un suspiro sacó del bolsillo el segundo mapa, el que indicaba el camino hasta Fasqaid, y lo miró durante unos segundos. Cuando Nawar se lo había entregado había sentido deseos de romperlo delante del elfo para demostrarle cuan poco le importaba lo que pudieran hacer a partir de ahora. Pero una parte de sí mismo, la que sabía que eso era mentira, le había impelido a guardarlo.Y ahora, a pocos kilómetros de la frontera con Meanley y por tanto a pocos kilómetros de tierras humanas, supo por fin para qué lo había guardado.

Buscó una piedra de un tamaño similar al de su puño y la envolvió con el mapa. Luego, siempre con cuidado de no ser visto por los soldados del Qiam, rodeó la casa de los Hund buscando la ventana de la habitación de Alania.

No tenía tan buena puntería a manos desnudas como con el arco, pero aún así no falló. La gruesa cortina amortiguó algo el ruido del cristal al romperse, pero aún así Jaron se quedó quieto en su sitio hasta que estuvo seguro que ningún guardia iba a venir corriendo hasta su posición para averiguar qué se había roto.

Lo que sí vio fue una luz encenderse en la habitación. La ventana se abrió y Alania se asomó, escudriñando las sombras, y junto a ella una elfa que el muchacho dedujo sería su madre. Jaron desechó la idea de salir de su escondite y saludarlas, por infructuosa e insensata, pero no se movió hasta que la elfa adulta obligó a Alania a entrar de nuevo, cerrando la ventana, no sin antes lanzar una última mirada hacia las calles, a medias asustada, a medias suspicaz.

Cuando Jaron finalmente siguió su camino hacia la dirección en la que más o menos sabía que se encontraba Meanley la noche ya había caído definitivamente y a pesar de las circunstancias apreció la ironía de estar escapando furtivamente al amparo de la noche del mismo lugar al que no hacía tanto entrara, furtivamente, al amparo del amanecer.




FIN DE LA PRIMERA PARTE