domingo, 25 de octubre de 2009

segunda parte, capítulo vigésimo quinto






Tenía que reconocer que había dormido a pierna suelta. Hacía al menos una semana que no dormía en una cama y unos 106 que no lo hacía en una tan cómoda. De hecho, había dormido tan bien que el criado enviado a despertarle tuvo que insistir algo descortésmente para hacerle regresar al mundo de los vivos.

Nawar abrió los ojos y se sentó en la cama, algo desorientado y confuso, mientras el criado retiraba su edredón y le acercaba sus ropas y sus botas en una no muy discreta indirecta.

-Ya va, ya va... -murmuró molesto mientras se ponía en pie y se lavaba la cara en la jofaina. Al menos el agua estaba templada y, si sus sentidos no le engañaban, algo perfumada.

Suspiró, secándose la cara y las manos y dejándose ayudar por el impaciente criado.

-Su Alteza desea veros antes del desayuno -era todo cuanto le había podido arrancar. Estaba claro que no estaba muy contento de tener que servir a alguien a quien muy posiblemente consideraba su igual.

Nawar se contuvo antes de hacer ningún comentario, pero era tan típico de Faris… La noche anterior había tenido suerte de que estuviera tan cansado.

Cuando por fin se habían reunido con su anfitrión, la cena estaba lista. Había sido una buena cena, acompañada por un mejor vino y un más que correcto anfitrión. Faris se había interesado sobretodo en conocer a Mireah, a quien había sentado en la cabecera opuesta de la mesa, como exigía el protocolo con una princesa. La humana había intentado explicar que no era una princesa real, pero el joven elfo no había atendido a sus excusas y la había tratado con sus mejores modales, sin ocultar en ningún momento su fascinación.

Su Alteza real se había mostrado hablador y simpático. Demasiado. Nawar no conocía esa faceta de su señor y poco a poco se había ido sintiendo incómodo. En Nanoin'ear se había mostrado impaciente y sin embargo ahí estaba, comentando costumbres locales con Mireah y Dhan como si tuvieran todo el tiempo del mundo.

Al cabo de una hora habían acabado de cenar y él mismo les había excusado, anunciando que sus aposentos estaban listos, que entendía que estuvieran cansados y que no pretendía entretenerlos más de lo necesario. Y puesto que nadie había protestado cuando Salman había llegado para conducirlos de nuevo a sus habitaciones, él tampoco lo había hecho. Aún así se había llevado la inquietud a la cama, al menos hasta el momento de poner la cabeza sobre la almohada y descubrir que estaba en el Paraiso.

Y ahora lo despertaba a primera hora de la mañana, de malos modos, y ni siquiera el ofrecía un desayuno decente antes de ponerlo a trabajar. Porque de lo que no le cabía duda a Nawar era que Faris quería hablar de trabajo.

Así que se dejó guiar por el criado hasta el despacho de su señor, donde éste se encontraba rodeado de papeleo y mapas. Parecía que había madrugado, lo cual le debía haber hecho suponer que todos deseaban madrugar a su vez.

-Maese Nawar Ceorl -le anunció el criado.

Y un gesto del joven Príncipe señalando un asiento les indicó que podía pasar y ocuparlo.

Nawar se sentó, de nuevo incomodado por el estricto protocolo, mientras las puertas se cerraban tras él.

-¿Queríais verme, señor? -dijo ya que Faris parecía esperar que empezara él.

- Jaron Yahir no ha venido con vosotros.

“¡Buenos días, Nawar! ¿Qué tal fue el viaje? ¿Tuvisteis algún contratiempo? Me alegro de que hayáis llegado sanos y salvos.”

-Cuando me reuní con ellos en Fasqaid ya no estaba allí -explicó, intentando dejar claro en el fastidio de su voz que no era su culpa.

-Me hubiera gustado hablar con él -Faris frunció el ceño, apoyando la barbilla sobre sus manos entrelazadas-. Nos hubiera venido muy bien.

-No es un tipo muy colaborador, Alteza. No creo que hubiera servido de mucho.

El Príncipe chascó la lengua, poniéndose en pie y yendo hasta la ventana.

-He hecho llamar a un médico -le informó, apartando las cortinas para poder ver mejor el patio-. No debería tardar.

-Eso espero. Haze va a necesitarlo.

El príncipe se volvió hacia él, un mohín cruzando sus juveniles facciones.

-Fue una temeridad.

-¿Qué?

-No debiste venir tan deprisa. Tu tío dice que Yahir está muy malherido. El viaje podría haberle matado.

-¡Me dijisteis que estuviera aquí en dos días!

-Pues haberme desobedecido. No hubiera sido la primera vez -el joven se cruzó de brazos-. Deberíais haberos quedado en Fasqaid hasta que estuviera recuperado.

-¿Para que el Qiam nos cocinara a fuego lento?

Esta vez le tocó a Faris sorprenderse.

-¿Qué quieres decir?

-Zealor nos encontró -respondió-. Por suerte habíamos dejado la casa antes de que el fuego prendiera.

El príncipe heredero se sentó de nuevo, dejándose caer sobre una butaca junto a la ventana.

-No me habías dicho nada.

-No preguntasteis.

Su señor le miró largamente, como sopesando algo.

-En ese caso no teníais más remedio que moveros de allí -dijo finalmente, volviendo al tema inicial.

-Es un modo de verlo.

-Aún así... Haze Yahir podría haber muerto porque me enfadé contigo y decidí darte prisa. Debo ir con más cuidado.

Nawar guardó silencio porqué no supo que responder. El príncipe debió interpretar su silencio como una confirmación, pues suspiró, poniéndose en pie de nuevo y yendo hacia la mesa. Ceorl se dio cuenta de que tal vez debería haberle dicho que no era su culpa, que no podía saberlo, que no había más remedio, pero ya era tarde. El momento de absolver a su señor había pasado y ahora iba a sonar forzado y falso.

-En fin, lo hecho hecho está -dijo el joven pasando una mano por sus cortos cabellos, como solía hacer cuando estaba nervioso-. Yahir está aquí y el médico no tardará en llegar -empezó a remover sus mapas y papeles, buscando algo-. Todo irá bien.

-Por supuesto, señor -respondió, aún sintiéndose culpable por su silencio anterior.

Faris alzó los verdes ojos de los mapas y Nawar no supo interpretar su mirada. Pronto volvió a bajarla, indicándole con un gesto que se acercara.

-Por lo que comentó ayer la Princesa durante la cena, he calculado que los humanos deben encontrarse más o menos por esta zona -señaló un lugar en los mapas marcado como Tierra Incognita-. Tiene gracia.

-¿El qué? -Nawar no se la veía.

-De pequeño siempre me pregunté qué había en esa zona, pero pronto me acabé creyendo lo que nos contaron en la escuela: que no había nada, que ningún elfo había regresado con vida y que más nos valía ignorar el inhóspito mundo más allá de las fronteras del reino. ¿Y si a alguien se le hubiera ocurrido mirar?

-¿Queréis decir cómo los Yahir?

Eso arrancó una sonrisa al joven príncipe.

-De acuerdo, era una pregunta estúpida, pero da qué pensar, ¿no crees? Tal vez haya más elfos ahí fuera que saben que los humanos existen, pero guardan su particular secreto pensando que son los únicos. ¿Crees que muchos humanos se habrán aventurado hasta nuestras tierras?

Nawar se encogió de hombros. No le importaba demasiado. Faris sin embargo parecía fascinado por la idea de haber tenido a los humanos tan cerca toda su vida y no haberlo sabido. Aún estuvo especulando un rato en voz alta con las posibilidades que eso ofrecía mientras Nawar asentía, más impaciente cada vez. Nada de eso le interesaba realmente y empezaba a pensar que tal vez Faris le hubiera despertado solo para charlar, lo cual sería raro de narices de ser cierto.

De repente, alguien llamó a la puerta y acto seguido su tío Salman entró.

-El médico ha llegado, Alteza.

-Estupendo, condúcele a la habitación de Yahir de inmediato. Me reuniré con vosotros enseguida.

-Sí, señor.

-Ah, y, Salman...

-¿Sí?

-Asegúrate que el desayuno se sirva a mis invitados en sus habitaciones, por favor. Querrán estar listos cuando Yahir pueda recibirles.

-Alteza.

Y con una inclinación el anciano mayordomo, su tío abuelo para ser más exactos, se retiró, dejándoles de nuevo a solas. Faris ya se estaba poniendo una chaqueta sobre la camisa antes de que Nawar pudiera protestar porque a él no se le había servido desayuno. Pero la verdad es que en ese momento no importaba, porque la interrupción de Salman le había recordado un tema del que quería hablar seriamente con su señor y que casi había olvidado con todo el asunto de Jaron, Zealor y los humanos.

-¿Vamos? -le preguntó el príncipe una vez estuvo listo.

-¿Podemos hablar de una cosa primero?

Faris, que ya había llegado junto a la puerta, le miró extrañado.

-¿De qué?

-Ayer durante la cena no encontré el modo de sacarlo a colación y esta mañana casi conseguís que me olvide del tema, pero creo que hemos de hablar de mis tíos.

-No entiendo.

-Lo entendéis perfectamente, señor. No deberían estar aquí.

-Pensé que te alegrarías de verles -frunció el ceño sobre sus ojos verdes algo dolido.

-¡Y me alegro, pero es una temeridad! Zealor lo es todo menos estúpido. Si descubre que están aquí os relacionará conmigo.

-¿Y qué?

-¿Cómo que "y qué"?

-Soy el Príncipe Heredero, ¿qué va a hacerme? -Faris se encogió de hombros con suficiencia-. En el hipotético caso que el Qiam de la Nación se digne a bajar a las cocinas de mi padre para averiguar si Salman y Noaín Ceorl siguen allí, todo lo que tendría serían conjeturas. No va a arriesgar su posición en una lucha de poder conmigo, sobretodo teniendo en cuenta que todo el Consejo cree que soy un niño estúpido y que me va a poder manipular cuando Padre muera y por tanto me apoyarían con tal de tener una carta en contra de Zealor.

Eso descolocó un poco a Nawar, que no esperaba que su señor lo tuviera todo tan bien estudiado.

-Aún así, no deberíais haberos arriesgado tanto por mí.

-No te sobrevalores, Ceorl -el Príncipe, dando la discusión por vencida, abrió la puerta y empezó a andar hacia las habitaciones con la seguridad de quien sabe que va a ser seguido-. Si tus tíos están aquí me aseguro que no va a volver a usarlos para atrapar a Haze Yahir o a ti. Además, estoy convencido que tu rendimiento mejorará ahora que puedes estar tranquilo respecto a su seguridad.

-Mi rendimiento siempre es excelente -protestó para poder tener la última palabra mientras enfilaban la escalera de caracol de la torre.

-Excepto cuando no lo es -Faris parecía dispuesto a no darle esa satisfacción-. Y ahora yo si fuera tú iría a mi habitación antes de que llegase la bandeja del desayuno y no hubiera nadie para recibirla.