viernes, 11 de septiembre de 2009

segunda parte, capítulo decimonoveno




En los corrillos que se formaban aquí y allá se hablaba de muchas cosas. Unos comentaban, sotovocce y en confidencia, que sin duda el Príncipe debía de haber enloquecido. No pocos habían oído el rumor de la desaparición de Mireah, su hija, y la opinión general era que Jacob había preferido creer que los elfos la habían secuestrado antes que aceptar que muy posiblemente había huído con algún hombre. O alguna mujer, decían los maliciosos recordando lo poco femenina que les pareció siempre la princesa.

Otros aceptaban que tal vez el príncipe tuviera razón. Quien más quien menos tenía un pariente que alguna vez había creído oír algo en el bosque, algún conocido que había muerto o desaparecido sin explicación. No eran pocos los que conocían historias de niños robados durante la noche, niños que nunca habían de regresar.

Otros hablaban de cosas más prácticas: las tiendas, las armas que portaban y que no sabían usar, que si Fulano le debía tanto de aquella compra, que si Mengano se iba a casar en un mes...

En los corrillos se hablaba de muchas cosas para evitar hablar de cómo los hombres de su señor los habían arrancado de sus casas, de sus mujeres, de sus madres, de sus hijas, para vestirles de hierro y armarles y lanzarles de cabeza a un mundo que no era suyo, a una guerra que no les importaba lo más mínimo pero que, si su señor no estaba loco, iban a tener que luchar igualmente.

Esa mañana el tema de conversación con el que intentaban llenar el vacío era Rodwell, el muchacho reclutado la tarde anterior. Por lo visto era bueno con el arco, muy bueno, y nadie sabía muy bien de donde había salido.

-Te digo yo que no de mi pueblo no es -afirmaban algunos.

-Pues en el nuestro no lo habíamos visto nunca antes.

-Tal vez ha venido de algún otro principado.

-¿A luchar contra leyendas?

-Ya sabes como son los jóvenes -concluían.

Pero el tema no moría, porque era mejor que volver a hablar de los elfos o de la guerra o de sus madres y sus esposas.




Jaron no se sentía cómodo allí, pero no sabía como escapar de esa situación. Los instructores habían visto el arco y habían querido saber si sabía usarlo. Jaron sabía que había sido un error. Hubiera tenido que fallar a posta, así le hubieran dado una pica como a los otros chicos y le hubieran dejado en paz. Pero entonces tal vez le hubieran arrebatado el arco y le aterraba pensar en que un arco élfico llegara a manos del Príncipe.

Para variar, estaba atrapado entre dos aguas y se dejaba llevar por la corriente.

Los demás chicos habían abandonado su actitud indiferente para substituirla por otra más bien recelosa. A estas alturas ya habían hablado todos entre sí y llegado a la conclusión de que nadie le conocía. ¿Quien era y dónde salía? Su nombre no era de la zona. Parecía no tener donde caerse muerto, ¿de donde había sacado ese arco? Podía intuir las preguntas a su alrededor, los cuchicheos y las miradas desconfiadas. Sólo a los hombres del príncipe parecía importarles un comino de donde hubiera salido mientras supiera pelear, lo cual no era ningún consuelo.

Así que cuando por fin dejaron de pedirle que disparara aquí o allá, y ahora más lejos y ahora más difícil y ahora más peligroso, Jaron se dejó caer sobre un tocón, agotado, y centró su atención en lo único bueno que tenía toda esa situación: estofado caliente.

De repente alguien se sentó junto a él.

-Procura no parecer muy sorprendido cuando alces la cabeza -le dijo una voz tranquila y joven.

El medioelfo levantó los ojos del estofado para encontrarse cara a cara con un humano joven al que conocía. Era un novicio de la abadía de Rodwell, llegado apenas unos meses antes de su partida. Jaron se dio cuenta con cierta vergüenza que no recordaba su nombre.

-¿Así que tu eres el Rodwell del que todos hablan?

Jaron sólo acertó a asentir. No sabía muy bien qué estaba haciendo allí el humano y se sentía intranquilo. No se le había ocurrido en ningún momento que nadie de por allí pudiera conocer su secreto y ahora...

-He oído que se te reclutó a la fuerza, como a muchos otros -Continuó el novicio-. Ya es casualidad.

-¿Qué quieres de mí? -dijo Jaron finalmente.

El humano alzó las cejas, sorprendido.

-¿Charlar? ¿Asegurarme de que estás bien? ¿Averiguar qué has estado haciendo estos últimos meses? El Abad ya estaba bastante preocupado por ti, pero cuando Meanley le mostró el elfo al rey...

¿Que Meanley había hecho qué? ¿Porqué? ¡Si hacía años que tenían tratos con los elfos! Jaron había supuesto que Zealor sabía del inminente ataque del Príncipe humano, pero igual se equivocaba y Meanley le había traicionado. Pero, ¿qué ganaba el humano con todo eso?

Era frustrante. Cuantas más cosas averiguaba sobre las familias de sus padres, menos entendía.

-¿Te envía Rodwell? -se interesó, tratando de averiguar si podía fiarse del humano.

-Más o menos. El Abad se mostró preocupado cuando el Príncipe Jacob habló de enviar un ejército. Por algún motivo estaba convencido de que estarías por estas tierras, cosa que ha resultado ser verdad -se encogió de hombros-. La cuestión es que le convencí de que si enviaba a uno de nosotros con Meanley habría alguien de tu parte en el caso hipotético de que te metieras en un lío. Cosa que aparentemente has hecho, así que menos mal que se me ocurrió.

Aunque no se parecían en nada (el humano era más alto y llevaba el corto cabello castaño tonsurado al modo de la abadía), algo en su actitud le recordó a Nawar y eso le irritó sobremanera.

-No necesito ayuda -masculló.

-¿Seguro? Porque tal vez alguien que te hable y haga que la gente de por aquí deje de murmurar acerca de ti te convenga. Al fin y al cabo, me ha dado la sensación de que querías pasar desapercibido, Rodwell.

Jaron tuvo que admitir que tenía razón. Y además sonaba bien tener con quien hablar. Aún así no pensaba darle la satisfacción de admitirlo, por lo que se acabó el estofado antes de volver a hablar.

-¿Y de qué vas disfrazado? -le preguntó, cambiando radicalmente de tema.

El novicio miró sus ropas con una media sonrisa. En lugar del acostumbrado hábito llevaba una suerte de armadura hecha a base de pedazos de otras armaduras sobre una camisa oscura y unos pantalones del mismo color.

-Se supone que he abandonado el noviciado y me he unido voluntario al ejército de Meanley atraído por la novedad de cazar elfos. Es mejor excusa que enviar al novicio como guía espiritual. En fin... -el humano se puso en pie-. Si hemos de aparentar que no nos conocemos ya hemos hablado bastante para una primera vez. Búscame más tarde. Pregunta por mi por ahí. Así la gente verá que nos conocemos y dejarán de preguntarse de donde sales.

-¡Espera! -Jaron detuvo al joven cogiéndole de la pernera antes de que pudiera irse-. No... -se sonrojó-. No recuerdo tu nombre- admitió.

El humano rió.

-Miekel -replicó, burlón-. ¿Te acordarás o te lo apunto?

El sonrojo del medioelfo empeoró, así que se limitó a gruñir, malhumorado, mientras el humano se alejaba, riendo para sí y meneando la cabeza.

Cuando se quedó a solas de nuevo se dio cuenta que no le había preguntado acerca de lo del elfo y el rey, de cómo había ocurrido y de qué se había dicho y hecho. Y la verdad es que sonaba terriblemente importante. Tomó nota mental de preguntárselo la próxima vez que hablasen, así como de interesarse por Rodwell. Eso también había sido muy descortés.

No estaba solo. Tenía un aliado. Su parte cínica y pesimista no pudo evita preguntarse cuánto iba a tardar en decepcionarle este.