sábado, 31 de octubre de 2009

segunda parte, capítulo vigésimo sexto






Lo primero que pensó Alania al encontrar el cartel era que el grabado no le hacía justicia. Parecía una niña de 40 años y no tenía, ni mucho menos, tantas pecas. Luego se regañó a sí misma por frívola e infantil, pero aquel era su modo de superar el shock de ver su rostro y el de su madre colgados en una pared del pequeño pueblo de Nanoin’ear.

Había llegado allí tras varios días de caminar después de que por fin alguien le indicara que era el pueblo más cercano al lugar llamado Fasqaid. Y una vez allí casi le da un patatús al ver a los hombres del Qiam. Estos apenas repararon en ella. Se acercaron a la pared y colgaron un cartel con ambos grabados y su leyenda asociada:

“Layla y Alania Hund, traidoras a la nación”.

La sorpresa no se la llevó al saber que el Qiam la buscaba. Había sabido que se metía de lleno en una vida de proscrita desde el momento en que había forjado el plan para huir de Leahpenn. No, lo sorprendente fue leer que su madre también había desaparecido y que Zealor la acusaba de traición junto con ella y su padre.

Bueno, al menos su madre sí salía guapa, aunque eso era porque era la elfa más guapa de la Nación.

La muchacha se caló la gorra bien calada, alegrándose de haberse cortado el pelo cuando había tenido ocasión, a pesar de lo que le había costado en su momento tomar la decisión. Por una vez ser un chicarrón iba a servir para algo.

No acababa de entender qué pintaba su madre en todo eso. ¿Habría salido a buscarla al regresar y ver que no estaba en casa? ¿La habría proscrito el Qiam para castigarla a ella? Al fin y al cabo, esa era la amenaza velada de su visita hacía una semana. Si ella colaboraba, todo iría bien. Pero no había colaborado, ¿verdad? Y Zealor Yahir había incluido a su madre en el castigo, para ejemplarizar.

Con el corazón encogido por la culpa y la preocupación, la elfa se apartó de la pared y caminó hasta la plaza. Allí se sentó en un banco y fingió estar anudando de nuevo los cordones de sus botas mientras escuchaba las conversaciones a su alrededor.

Fue así como descubrió que en ese pueblo habían detenido a Nawar Ceorl, pero que había escapado al poco, ayudado posiblemente por unos cómplices. Alania hubiera querido saber más al respecto. ¿Qué cómplices? ¿Alguien los había visto? ¿Alguno correspondía con la descripción de su padre o de Jaron? Pero tuvo miedo de llamar la atención, por lo que siguió escuchando con la esperanza de escuchar algo de utilidad, cambiando de pie para disimular mejor.

Por lo que escucho, los hombres del Qiam habían llegado poco después y que habían peinado la zona buscándolos.

-Dicen que se escondían en Fasqaid –dijo alguien con voz de enterado mientras descargaba fardos de un carro.

-¡No fastidies! ¿En las ruinas?

-Como lo oyes.

-No puedo creerlo. ¡Ni ese traidor de Haze Yahir tendría la desfachatez de volver allí después de lo que le hizo a su hermano! –opinó un tercero mientras les ayudaba con la descarga.

-Bueno, si pudo matar con tal solo cincuenta años…

La muchacha se mordió el labio para contenerse antes de decirles que era mentira, que Haze no había matado a su hermano y que si había un traidor en todo el asunto era Zealor. Pero la verdad era que le costaba mucho mantenerse tranquila con todo lo que estaba escuchando, pues todo parecía indicar que el Qiam les había encontrado. ¿Habría puesto a su madre en peligro para nada?

-¿Entonces, les han cogido? –Quiso saber el segundo.

-En absoluto. He oído que quemaron la casa antes de que el Qiam llegara y huyeron.

-Así que el tipo volvió para acabar el trabajo –el tercero dio un codazo a su compañero-. Al menos no podemos decir que no sea concienzudo.

Algunos rieron tras el comentario, pero Alania ya había escuchado bastante. Se puso en pie y se alejó en dirección contraria, hecha un manojo de nervios.

Por lo que había entendido, sus amigos habían huido del Qiam, pero... ¿y si no era así? La gente decía que Fasqaid había ardido. ¿Y si el Qiam había quemado la casa con ellos dentro? ¿Y si no habían escapado todos?

Y aunque hubieran escapado, ¿ahora qué? Fasqaid era su esperanza de encontrarse con ellos y acabab de esfumarse delante de sus narices. La muchacha mordisqueó sus nudillos mientras pensaba. Podía tal vez hablar con la madre de Nawar, ver si esta sabía algo. Pero lo más seguro era que no supiera nada y además el Qiam debía de vigilarla como los había vigilado a ellos.

¿Y si iba a ver a sus tías?

No, no acudiría a ellas. Aún en el supuesto que no la entregaran de cabeza al Qiam, no iban a poderla ayudar en nada y la muchacha no tenía ganas de escucharlas hablar mal de su padre. Ya solían hacerlo cuando era un ciudadano ejemplar así que prefería no imaginar cuánto debía de haberlas complacido la noticia de que siempre habían tenido razón respecto a él.

No, ni hablar, ni tías ni otros familiares.

Si se hubiera llevado bien con algún compañero de escuela, ahora tal vez podría contar con un lugar donde ocultarse mientras pensaba algo mejor, pero las demás niñas le habían parecido siempre cursis y repelentes y los niños demasiado bobos. Además, no podía fiarse de los padres de nadie. Los adultos tendían a no entender nada y no podía arriesgarse a acabar en manos del Qiam.

Así que tampoco podía contar con ningún amigo ya que, irónicamente, los mejores amigos que había hecho jamás se encontraban ahora en paradero desconocido y no tenía ninguna pista para encontrarlos.

¡Maldición! ¡Estaba tan cerca! Esa misma mañana estaba saboreando anticipadamente el reencuantro con Jaron y su padre y ahora...

La muchacha se tragó las ganas de echarse a llorar de pura frustración.

“Eso nunca ha ayudado a nadie, Alania. Tú solita te has metido en esto, tú solita saldrás.”

Así que apretó la mandíbula con resolución mientras pensaba en algo que se le pudiera haber pasado por alto. Tal vez alguno de sus amigos había mencionado a alguien, o algún lugar, o algo…

Nawar… no es que hubiera mencionado a nadie, pero siempre estaba alardeando de contactos, y cuando el Qiam había amenazado con matar a su tía, él había hablado con alguien, alguien suficientemente importante como para que tal vez pudiera hacer algo…

¡Por todos sus antepasados! ¡Nawar conocía al Rey!

¿Cómo no se había dado cuenta antes? Era lo que le habían enseñado en la escuela, que el único que estaba por encima del Qiam era el rey de la Nación. Y Nawar le conocía.

Con el corazón acelerado ante tamaña revelación, la elfa se dejó caer en el poyo de una casa cercana mientras repasaba su nueva estrategia, contenta de ser tan condenadamente lista. Iba a ser complicado encontrar una excusa para entrar en el castillo, pero ya se enfrentaría a eso una vez allí. Al fin y al cabo, tenía al menos dos días de viaje hasta la capital, tiempo de sobras para pensar.

Más tranquila ahora que tenía de nuevo un objetivo, la muchacha se puso en pie y se dirigió a la plaza de nuevo. Como había pensado que su viaje no iba a durar más casi había gastado todo su dinero, pero aún le quedaban algunas monedas para comprar provisiones para el camino. Tendría de sobras para dos días si se administraba bien.

Estaba un poco harta de caminar y caminar, pero iba a valer la pena sólo por ver la cara de Jaron y los demás cuando se dieran cuenta de que los había encontrado ella sola.





domingo, 25 de octubre de 2009

segunda parte, capítulo vigésimo quinto






Tenía que reconocer que había dormido a pierna suelta. Hacía al menos una semana que no dormía en una cama y unos 106 que no lo hacía en una tan cómoda. De hecho, había dormido tan bien que el criado enviado a despertarle tuvo que insistir algo descortésmente para hacerle regresar al mundo de los vivos.

Nawar abrió los ojos y se sentó en la cama, algo desorientado y confuso, mientras el criado retiraba su edredón y le acercaba sus ropas y sus botas en una no muy discreta indirecta.

-Ya va, ya va... -murmuró molesto mientras se ponía en pie y se lavaba la cara en la jofaina. Al menos el agua estaba templada y, si sus sentidos no le engañaban, algo perfumada.

Suspiró, secándose la cara y las manos y dejándose ayudar por el impaciente criado.

-Su Alteza desea veros antes del desayuno -era todo cuanto le había podido arrancar. Estaba claro que no estaba muy contento de tener que servir a alguien a quien muy posiblemente consideraba su igual.

Nawar se contuvo antes de hacer ningún comentario, pero era tan típico de Faris… La noche anterior había tenido suerte de que estuviera tan cansado.

Cuando por fin se habían reunido con su anfitrión, la cena estaba lista. Había sido una buena cena, acompañada por un mejor vino y un más que correcto anfitrión. Faris se había interesado sobretodo en conocer a Mireah, a quien había sentado en la cabecera opuesta de la mesa, como exigía el protocolo con una princesa. La humana había intentado explicar que no era una princesa real, pero el joven elfo no había atendido a sus excusas y la había tratado con sus mejores modales, sin ocultar en ningún momento su fascinación.

Su Alteza real se había mostrado hablador y simpático. Demasiado. Nawar no conocía esa faceta de su señor y poco a poco se había ido sintiendo incómodo. En Nanoin'ear se había mostrado impaciente y sin embargo ahí estaba, comentando costumbres locales con Mireah y Dhan como si tuvieran todo el tiempo del mundo.

Al cabo de una hora habían acabado de cenar y él mismo les había excusado, anunciando que sus aposentos estaban listos, que entendía que estuvieran cansados y que no pretendía entretenerlos más de lo necesario. Y puesto que nadie había protestado cuando Salman había llegado para conducirlos de nuevo a sus habitaciones, él tampoco lo había hecho. Aún así se había llevado la inquietud a la cama, al menos hasta el momento de poner la cabeza sobre la almohada y descubrir que estaba en el Paraiso.

Y ahora lo despertaba a primera hora de la mañana, de malos modos, y ni siquiera el ofrecía un desayuno decente antes de ponerlo a trabajar. Porque de lo que no le cabía duda a Nawar era que Faris quería hablar de trabajo.

Así que se dejó guiar por el criado hasta el despacho de su señor, donde éste se encontraba rodeado de papeleo y mapas. Parecía que había madrugado, lo cual le debía haber hecho suponer que todos deseaban madrugar a su vez.

-Maese Nawar Ceorl -le anunció el criado.

Y un gesto del joven Príncipe señalando un asiento les indicó que podía pasar y ocuparlo.

Nawar se sentó, de nuevo incomodado por el estricto protocolo, mientras las puertas se cerraban tras él.

-¿Queríais verme, señor? -dijo ya que Faris parecía esperar que empezara él.

- Jaron Yahir no ha venido con vosotros.

“¡Buenos días, Nawar! ¿Qué tal fue el viaje? ¿Tuvisteis algún contratiempo? Me alegro de que hayáis llegado sanos y salvos.”

-Cuando me reuní con ellos en Fasqaid ya no estaba allí -explicó, intentando dejar claro en el fastidio de su voz que no era su culpa.

-Me hubiera gustado hablar con él -Faris frunció el ceño, apoyando la barbilla sobre sus manos entrelazadas-. Nos hubiera venido muy bien.

-No es un tipo muy colaborador, Alteza. No creo que hubiera servido de mucho.

El Príncipe chascó la lengua, poniéndose en pie y yendo hasta la ventana.

-He hecho llamar a un médico -le informó, apartando las cortinas para poder ver mejor el patio-. No debería tardar.

-Eso espero. Haze va a necesitarlo.

El príncipe se volvió hacia él, un mohín cruzando sus juveniles facciones.

-Fue una temeridad.

-¿Qué?

-No debiste venir tan deprisa. Tu tío dice que Yahir está muy malherido. El viaje podría haberle matado.

-¡Me dijisteis que estuviera aquí en dos días!

-Pues haberme desobedecido. No hubiera sido la primera vez -el joven se cruzó de brazos-. Deberíais haberos quedado en Fasqaid hasta que estuviera recuperado.

-¿Para que el Qiam nos cocinara a fuego lento?

Esta vez le tocó a Faris sorprenderse.

-¿Qué quieres decir?

-Zealor nos encontró -respondió-. Por suerte habíamos dejado la casa antes de que el fuego prendiera.

El príncipe heredero se sentó de nuevo, dejándose caer sobre una butaca junto a la ventana.

-No me habías dicho nada.

-No preguntasteis.

Su señor le miró largamente, como sopesando algo.

-En ese caso no teníais más remedio que moveros de allí -dijo finalmente, volviendo al tema inicial.

-Es un modo de verlo.

-Aún así... Haze Yahir podría haber muerto porque me enfadé contigo y decidí darte prisa. Debo ir con más cuidado.

Nawar guardó silencio porqué no supo que responder. El príncipe debió interpretar su silencio como una confirmación, pues suspiró, poniéndose en pie de nuevo y yendo hacia la mesa. Ceorl se dio cuenta de que tal vez debería haberle dicho que no era su culpa, que no podía saberlo, que no había más remedio, pero ya era tarde. El momento de absolver a su señor había pasado y ahora iba a sonar forzado y falso.

-En fin, lo hecho hecho está -dijo el joven pasando una mano por sus cortos cabellos, como solía hacer cuando estaba nervioso-. Yahir está aquí y el médico no tardará en llegar -empezó a remover sus mapas y papeles, buscando algo-. Todo irá bien.

-Por supuesto, señor -respondió, aún sintiéndose culpable por su silencio anterior.

Faris alzó los verdes ojos de los mapas y Nawar no supo interpretar su mirada. Pronto volvió a bajarla, indicándole con un gesto que se acercara.

-Por lo que comentó ayer la Princesa durante la cena, he calculado que los humanos deben encontrarse más o menos por esta zona -señaló un lugar en los mapas marcado como Tierra Incognita-. Tiene gracia.

-¿El qué? -Nawar no se la veía.

-De pequeño siempre me pregunté qué había en esa zona, pero pronto me acabé creyendo lo que nos contaron en la escuela: que no había nada, que ningún elfo había regresado con vida y que más nos valía ignorar el inhóspito mundo más allá de las fronteras del reino. ¿Y si a alguien se le hubiera ocurrido mirar?

-¿Queréis decir cómo los Yahir?

Eso arrancó una sonrisa al joven príncipe.

-De acuerdo, era una pregunta estúpida, pero da qué pensar, ¿no crees? Tal vez haya más elfos ahí fuera que saben que los humanos existen, pero guardan su particular secreto pensando que son los únicos. ¿Crees que muchos humanos se habrán aventurado hasta nuestras tierras?

Nawar se encogió de hombros. No le importaba demasiado. Faris sin embargo parecía fascinado por la idea de haber tenido a los humanos tan cerca toda su vida y no haberlo sabido. Aún estuvo especulando un rato en voz alta con las posibilidades que eso ofrecía mientras Nawar asentía, más impaciente cada vez. Nada de eso le interesaba realmente y empezaba a pensar que tal vez Faris le hubiera despertado solo para charlar, lo cual sería raro de narices de ser cierto.

De repente, alguien llamó a la puerta y acto seguido su tío Salman entró.

-El médico ha llegado, Alteza.

-Estupendo, condúcele a la habitación de Yahir de inmediato. Me reuniré con vosotros enseguida.

-Sí, señor.

-Ah, y, Salman...

-¿Sí?

-Asegúrate que el desayuno se sirva a mis invitados en sus habitaciones, por favor. Querrán estar listos cuando Yahir pueda recibirles.

-Alteza.

Y con una inclinación el anciano mayordomo, su tío abuelo para ser más exactos, se retiró, dejándoles de nuevo a solas. Faris ya se estaba poniendo una chaqueta sobre la camisa antes de que Nawar pudiera protestar porque a él no se le había servido desayuno. Pero la verdad es que en ese momento no importaba, porque la interrupción de Salman le había recordado un tema del que quería hablar seriamente con su señor y que casi había olvidado con todo el asunto de Jaron, Zealor y los humanos.

-¿Vamos? -le preguntó el príncipe una vez estuvo listo.

-¿Podemos hablar de una cosa primero?

Faris, que ya había llegado junto a la puerta, le miró extrañado.

-¿De qué?

-Ayer durante la cena no encontré el modo de sacarlo a colación y esta mañana casi conseguís que me olvide del tema, pero creo que hemos de hablar de mis tíos.

-No entiendo.

-Lo entendéis perfectamente, señor. No deberían estar aquí.

-Pensé que te alegrarías de verles -frunció el ceño sobre sus ojos verdes algo dolido.

-¡Y me alegro, pero es una temeridad! Zealor lo es todo menos estúpido. Si descubre que están aquí os relacionará conmigo.

-¿Y qué?

-¿Cómo que "y qué"?

-Soy el Príncipe Heredero, ¿qué va a hacerme? -Faris se encogió de hombros con suficiencia-. En el hipotético caso que el Qiam de la Nación se digne a bajar a las cocinas de mi padre para averiguar si Salman y Noaín Ceorl siguen allí, todo lo que tendría serían conjeturas. No va a arriesgar su posición en una lucha de poder conmigo, sobretodo teniendo en cuenta que todo el Consejo cree que soy un niño estúpido y que me va a poder manipular cuando Padre muera y por tanto me apoyarían con tal de tener una carta en contra de Zealor.

Eso descolocó un poco a Nawar, que no esperaba que su señor lo tuviera todo tan bien estudiado.

-Aún así, no deberíais haberos arriesgado tanto por mí.

-No te sobrevalores, Ceorl -el Príncipe, dando la discusión por vencida, abrió la puerta y empezó a andar hacia las habitaciones con la seguridad de quien sabe que va a ser seguido-. Si tus tíos están aquí me aseguro que no va a volver a usarlos para atrapar a Haze Yahir o a ti. Además, estoy convencido que tu rendimiento mejorará ahora que puedes estar tranquilo respecto a su seguridad.

-Mi rendimiento siempre es excelente -protestó para poder tener la última palabra mientras enfilaban la escalera de caracol de la torre.

-Excepto cuando no lo es -Faris parecía dispuesto a no darle esa satisfacción-. Y ahora yo si fuera tú iría a mi habitación antes de que llegase la bandeja del desayuno y no hubiera nadie para recibirla.


domingo, 18 de octubre de 2009

segunda parte, capítulo vigésimo cuarto




Rodwell inició el camino de regreso a la abadía lleno de inquietud.

Decidió irse de palacio en el momento en que los cortesanos convencieron a su Majestad de colgar al elfo en la plaza pública a modo de declaración de intenciones. Tras días de tortura y dolor la criatura había perdido todo lo que le hacía bello y no era más que una lastimosa visión. El abad había visitado al prisionero una última vez antes de irse, para ofrecerle confesión y absolución, pero el elfo las había rechazado amablemente.

-Eres el único humano que me ha tratado bien, anciano -logró decir-. Ojalá al menos tú te salves.

Y las palabras crípticas del elfo le confirmaron su temor de que Heinrich no estuviera loco.

A pesar del horror que la idea le producía, tras mucho meditarlo se había ido sin hablarlo con el rey. El anciano conde había dicho que el rey no iba a hacer nada y, de algún modo, había sabido que era así. El rey no iba a hacer nada y para convencerle tal vez iba a tener que poner a Jaron en peligro, y eso era algo que no iba a hacer.

Se planteó enviar un mensajero hasta Miekel, ponerle sobre aviso, tal vez pedirle que regresara, pero no podía arriesgarse a que el mensaje fuera interceptado.

Iba a tener que pensar en algo mejor que rezar, pero no se le ocurría qué.





Jaron despertó algo más relajado al tercer día de estar en el ejército del príncipe de Meanley. Sabía perfectamente que tenía que huir de allí, que tenía que encontrar un modo de llegar hasta los elfos, pero era peligroso y complicado, así que había decidido darse un par de días para descansar y comer caliente. El ejército parecía no tener prisa y eso bien podía jugar a su favor.

Además, tenía que admitir que el hecho de no recibir más miradas suspicaces ayudaba a sentirse cómodo entre humanos de nuevo. Había que reconocer que Miekel parecía caer bien, sobretodo entre los jóvenes, y el hecho de que hablara con él el primer día le había abierto algunas puertas. Los otros chicos ya no se sentaban lejos a la hora de comer y alguno que otro se había interesado en su habilidad con el arco. Aún así, no le gustaba tener que mentir, de modo que contestaba sus preguntas con apenas monosílabos y correspondía su interés con encogimientos de hombros y eso no ayudaba a su popularidad.

Los adultos aún le miraban con cierto recelo, sobretodo los de la unidad de arqueros en la que había ido a parar.

Miekel compartía con él las horas de comida y le llenaba de preguntas que no sabía muy bien como responder. Dónde había estado, qué había visto, porqué no usaba su nombre. Quiso saber si había encontrado elfos y Jaron mintió. No le apetecía hablar de ello ni tener que dar explicaciones. El humano no lo hubiera entendido. Así que le dijo que no, no había encontrado elfos, pero había oído no hacía mucho acerca del ejército de Meanley y de su intención y había ido hacia la zona, con al esperanza de averiguar algo más.

El novicio, a su vez, le habló del elfo que Meanley había mostrado al rey y de las cosas que éste había confesado. Eran todo mentiras, las mismas mentiras que una vez leyera en los libros de Rodwell, pero tuvo que morderse la lengua si no quería traicionarse.

Pero no tenía ningún sentido, ¿porque iba nadie a confesar que practicaba la magia negra si era mentira? ¿Qué tramaban Zealor y el Príncipe de Meanley?

Estaba seguro que si podía hablar con Haze éste lo sabría, pero eso de nuevo chocaba con su problema principal: no tenía ni idea de como escapar de allí.

¿Y si pedía ayuda a Miekel? ¿Con qué pretexto? Bien podía decirle que no quería estar en ningún ejército, pero eso podía aplicarse a casi todos los chicos con los que compartía tienda, y Miekel seguro que le recomendaría no arriesgarse de ese modo. Es lo que él recomendaría a cualquiera de esos muchachos si alguno le propusiera huir: esperar. Esperar a algún momento de confusión para intentarlo. Pero él no podía esperar mucho más.

Así que lo mejor que podía hacer era intentar inventarse una buena excusa para querer huir, pues cada vez estaba más convencido de que solo no iba a llegar muy lejos.

domingo, 11 de octubre de 2009

segunda parte, capítulo vigésimo tercero

(en realidad, sería el 23a, pero como nunca lo he contado así...)




El baño de agua caliente había sido como una bendición. Su cuerpo había recuperado el calor y su espíritu se sentía restituido. De todos modos, había sido duro aceptar que el día no había acabado aún. Perdida la prisa, perdida la sensación de acuciante peligro, lo único que Mireah quería era dormir, pero sabía que que el Príncipe Faris les esperaba para cenar y por supuesto quedaba fuera de toda cuestión hacer esperar a su huésped.

Así que se dejo ayudar por las criadas elfas, que la miraban de reojo cuando creían que ella no miraba pero que no preguntaban pues ése no era su lugar. La ropa fue una decepción. Una de las criadas le explicó que habían intentado hallar un vestido de su talla, pero ninguno de los que se probó lo era. Era demasiado alta y delgada para las delicadas prendas que yacían ahora sobre la cama. Mireah tuvo que conformarse con ropas de hombre. Un cómodo pantalón y una casaca de suave seda y terciopelo, bordado en oro y azur, más elegante que cualquier cosa que su padre hubiera vestido jamás. Pero por hermosas que fueran, seguían siendo ropas de hombre y aunque sabía que era de lo último que debería preocuparse en ese momento no pudo evitar sentir una amarga punzada de resquemor.

También la peinaron y las doncellas alabaron su abundante y rizado cabello negro. A pesar de que muy posiblemente era su modo de compensarla por la decepción del vestido, Mireah lo agradeció.

-Su Alteza puede esperar en el pasillo -le indicó una de las elfas cuando estuvo lista-. El mayordomo de su Alteza Real vendrá a buscarles cuando todo esté a punto.

Y así salió al pasillo, donde Dhan ya esperaba. La humana había esperado ser la última (habían tardado tanto en encontrarle algo de ropa...), pero por lo visto Haze y Nawar no estaban aún.
El pelirrojo alzó una ceja al verla acercarse hasta donde él estaba, bajo el gran cuadro de una hermosa elfa de largos cabellos dorados.

-Curiosa elección -le comentó, divertido.

-Oh, no. No hablemos de eso -le pidió la joven.

-Estáis encantadora -le aseguró-, pero si deseáis un cambio de tema...

-Por favor.

-Bien -Dhan sonrió-. ¿Sabéis quién es la dama del cuadro? -Esperó a que la princesa negara con al cabeza-. Es la difunta reina, la madre del príncipe Faris.

Mireah observó el cuadro de nuevo. La hermosa elfa, de pálida piel de porcelana, ojos verdes y cabellos rubios, miraba gravemente al frente y la humana creyó intuir en sus ojos la misma mirada triste que siempre había percibido en el cuadro de Sarai.

-¿Qué le pasó?

-Murió repentinamente, oficialmente de una enfermedad.

-¿Oficialmente?

-La versión extraoficial -Dhan bajó la voz- es que murió de pena al saber de la muerte del elfo al que amaba.

-Es terrible.

-Aunque no lo creáis, es bastante común. O al menos lo era hasta que hace un par de siglos se cambiaron algunas leyes respecto al matrimonio. Claro que esas leyes no aplican a la realeza. Cuando se casaron el Rey estaba muy enamorado de ella, pero ella ya amaba a otro. Tarde o temprano iba a suceder -Dhan le sonrió al ver la incomprensión en su rostro-. A Sarai también le sorprendió este... mmm... "rasgo" de nuestra gente. Verás, por lo que ella me explicó una vez, los humanos tenéis una asombrosa capacidad de recuperación. Amáis como nosotros, con toda vuestra alma, pero si por cualquier motivo sale mal, podéis recuperaros, tal vez volver a amar en un futuro -Dhan clavó la vista en el cuadro-. Nosotros sólo amamos una vez, para toda la vida. Vivir sin el ser amado puede resultar traumático, insoportable...

-¿Sólo una vez? Pero... ¿qué ocurre si no eres correspondido?

El pelirrojo bajó la mirada hacia ella y esbozó una sonrisa extraña.

-No puedo imaginar un destino peor.

Mireah no supo que responder a eso, pues tenía la sensación de haber dado en el blanco sin saber siquiera que había un blanco al que apuntar. Así que se quedó allí, en silencio, sosteniendo la triste mirada verde de la difunta reina, intentando asimilar lo que Dhan le acababa de explicar.

Amar sólo una vez, para toda la vida... Sonaba hermoso y romántico al principio, pero a Mireah se le antojaba terríblemente solitario y triste. Recordó a Jaron Yahir, que había amado a Sarai y la había perdido en apenas un año, y creyó comprender de repente parte de la deferencia con la que lo trataban Haze y Dhan. Vivir cientos de años sabiendo que el amor nunca más te va a visitar...

¡Dios mío!

¿Y ella y Haze? Aunque la cosa fuera bien, aunque esquivaran al Qiam y vivieran largos años... ¿Cuantos años de soledad le esperaban a Haze una vez hubiera muerto ella? ¿Porqué no se lo había dicho nunca?

La humana sintió un nudo en la garganta y agradeció que la puerta de Nawar se abriera y el rubio saliera, torpe en sus elegantes ropajes, revolviendo el rizado cabello que sin duda alguien había intentado peinar.

Cuando les vio sus labios se fruncieron en una mueca que no escapó a Mireah. Apenas duró unos segundos, pero fueron suficientes para inquietarla.

-Veo que ya estamso todos -dijo con muy mal fingida naturalidad-. Deberíamos bajar a cenar.

-No estamos todos. Falta Haze y lo sabes.

De nuevo un aparente mohín de fastidio, pero la princesa empezaba a conocer a Nawar. El elfo parecía estar harto de dar malas noticias y, francamente, ella empezaba a estar harta de que las diera.

-Haze no bajará a cenar -suspiró ante sus miradas de impaciencia-. Duerme y deberíamos dejarle descansar.

¿Es que nunca iba a acabar esa angustia?

-Quiero verle -dijo, iniciando un ademán hacia la puerta.

Nawar la retuvo.

-Princesa...

Pero la humana se zafó.

-Quiero verle -repitió, y en dos zancadas llegó junto a la puerta y entró.

Haze dormía, como Nawar había indicado, boca abajo, su espalda descubierta en carne viva, mientras una elfa muy anciana le lavaba las heridas. Otra criada, una elfa joven, tal vez de la edad de Alania, confeccionaba vendas a partir de un paño de tela. Mireah corrió a su lado y se arrodilló junto a él. No parecía tener fiebre. Al contrario,estaba pálido y frío. Todo lo que habían ganado en Fasqaid se había perdido en estos dos días de camino.

-Cuando se quitó la camisa vieron que alguna heridas se habían abierto y habían supurado. Los vendajes estaban pegados a ellas. No se podía ver la magnitud del mal hasta que no las hubiésemos retirado -explicó Nawar desde la puerta-. Los criados avisaron a mi tío, que me avisó a su vez. Tuve que salir del baño a toda prisa... Aquello no tenía muy buena pinta.

-Tuve que subir yo para convencerle de que tomara algo para dormir antes de que empezáramos a arrancarle la piel a tiras -dijo de repente la elfa anciana, mojando amorosamente un trapo en agua y continuando su labor-. Nunca le ha gustado que lo cuiden, al muy cabezota.

Mireah comprendió.

-Usted es Noaín, al esposa de Salman.

-Y tú debes de ser la princesa humana de la que Haze me ha hablado antes de dormirse -la elfa le tomó la mano-. Me alegra ver que tiene quien se cuide de él. Lo necesita.

Mireah se sonrojó.

-Estará bien, querida -continuó Noaín sin soltarla-. Su Alteza ha hecho llamar un médico. Id a cenar, descansad y en cuanto se le pase el efecto de la droga te haré avisar.

-Pero...

Dhan le puso una mano en el hombro.

-Creo que está en buenas manos.

La humana miró a Haze y luego a Noaín, asintiendo.

-Gracias -le dijo a la elfa.

Y, poniéndose en pie, siguió a Nawar y a Dhan por los pasillos hacia el comedor.

Tan nerviosa estaba y tan ansiosa, que no fue hasta que llegaron y encontraron al joven elfo rubio esperando, presidiendo una mesa ricamente servida, que se dio cuenta Mireah que iba a conocer a la que era posiblemente la tercera persona más importante de la Nación.

Bueno, eso y que estaba muerta de hambre.




lunes, 5 de octubre de 2009

segunda parte, capítulo vigésimo segundo



Por suerte ya veían Sealgaire'an cuando empezó a llover.

No eran buenas noticias. La lluvia, por supuesto. Llegar por fin a la residencia privada de su señor iba a ser todo un alivio.

Tal y como Dhan había predicho, Haze había aguantado el camino, pero a duras penas. No había proferido una sola queja y se había esforzado por mantener el ritmo y no quedarse atrás, pero necesitaba con urgencia un lugar donde descansar adecuadamente y ser visitado por algún medico de verdad. Por eso la lluvia no era un buena noticia. Habían evitado coger una pulmonía por lo pelos tras el incidente en Fasqaid, pero Nawar no estaba seguro de que fueran a tener tanta suerte dos veces.

Mireah llegó junto a él, cubriéndose la cabeza con la capucha de su capa.

-¿Es allí? -Quiso saber, ansiosa, señalando el edificio que sobresalía de entre los árboles.

-Así es. Ahí se alza Sealgaire'an.

-Pues démonos prisa antes de que arrecie.

Y apretó el paso con sus largas zancadas. Nawar era tan alto como ella, pero había que conceder que le costaba seguirla cuando la joven humana aceleraba el ritmo.

-Ya la has oído -Dhan le adelantó también con un guiño.

-Déjales que corran -Haze se sitió a su altura. Él también se había calado la capucha sobre la cabeza y miraba al frente divertido-, llegaremos todos al mismo sitio.

-Creo que no se trata de cuando lleguemos, si no de cómo.

-Nos mojaremos de todos modos -Yahir se encogió de hombros-, pero si te vas a sentir mejor, apretemos el paso.

-¿Estás seguro? No tenemos porqué.

Haze resopló, poniendo los ojos en blanco.

-Dejad de tratarme como si fuera romperme -dijo con cansancio.

-Tal vez lo haríamos si no tuvieras aspecto de ir a colapsarte de un momento a otro.

El elfo rió.

-Hay una cosa llamada Tacto, ¿no te lo explicaron en la escuela?

-Creo que me salté esa clase.

-Me lo creo.

-¡Chicos! -Llamó Mireah desde casi cincuenta metros más adelante-. ¡Dáos prisa!

Los dos jóvenes se miraron y Haze le dedicó una sonrisa.

-No hagamos esperar a la dama.

Y aprentando el paso siguieron el camino hasta Sealgaire'an.






No era un palacio grande. Al contrario, apenas contaba con dos torres de tres plantas de alto y un edificio central, con una planta y un sótano donde se encontraban las cocinas, pero a Nawar siempre le había parecido un lugar hermoso, con sus sencillos arcos de media vuelta y sus ventanales policromados. El color arenoso de sus piedras resaltaba el verde del césped de su cuidado jardín, donde un solitario pozo constituía toda la decoración existente. Era la residencia particular de los príncipes herederos desde que la Nación era Nación y muy pocos cambios se habían hecho en su primera estructura. Claro que nada de todo eso podía verse en ese momento pues para cuando se acercaban ya a al verja de entrada la gruesa cortina de agua apenas dejaba intuir el aspecto de la torre oriental.

Un guardia les salió al paso tan pronto como les vio.

-¿Quien va? -Quiso saber.

-Nawar Ceorl. Su alteza Real, el Príncipe Faris, me espera.

Por fortuna, éste parecía haber dejado instrucciones al respecto, pues la verja se abrió para ellos y el guardia les apremió para que pasaran al patio interior.

-Llegáis antes de lo previsto -le informó, conduciéndolos hasta la entrada principal-. Su Alteza dijo que os esperáramos a partir de mañana.

-Ya -Nawar se guardó de opinar, pero Faris había dicho dos días y dos días eran los que habían transcurrido. ¿Acaso no confiaba en su diligencia?

-Por favor, por aquí.

Otro guardia les esperaba junto a la puerta. Saludó al primero y les dejó pasar al espacioso recibidor. Allí, a la luz de las antorchas, fueron recibidos por un grupo de criados que se apresuraron a quitarles las empapadas capas.

-El mayordomo de su alteza os mostrará el camino -dijo una de las mujeres señalando hacia una de las puertas.

Allí les esperaba un elfo anciano, alto y delgado, que sonrió al ver que por fin reparaban en él. Antes de que Nawar pudiera salir de su sorpresa Haze ya se había abrazado a él.

-¡Salman! -Yahir se separó de él sin soltar sus brazos-. ¡Pensé que nunca iba a volver a verte!

-Y yo a ti, muchacho -el anciano le miró con pesar-. Pensé que te habíamos perdido de nuevo.

-Siento haberos metido en todo esto -Haze bajó la vista-. Por mi culpa Zealor...

El anciano negó con la cabeza.

-Tu no hiciste nada malo. No podías saberlo.

-Pero debí haberlo imaginado.

Nawar carraspeó, incómodo por la situación y algo molesto. Su tío se volvió finalmente hacia él, recuperando la sonrisa. Soltó uno de los brazos de Yahir y apretó su hombro.

-Nawar, querido sobrino, ¡cuánto me alegro de verte!

El joven se dejó abrazar por su tío.

-¿Qué estás haciendo aquí? -Quiso saber.

-Estuvimos unos días en las cocinas de Palacio, pero hace dos días vinieron a decirnos que Su Alteza necesitaba personal aquí.

-¿Entonces Noaín está aquí también? -Quiso saber Haze.

-En las cocinas. Supongo que cuando estéis acomodados podréis ir a visitarla. Estará encantada de veros.

-Esto es increíble -Nawar se llevó una mano a la cara, cansado. Iba a tener que hablar muy seriamente con Faris. Pero eso sería luego, ahora había otros asuntos que atender. Así que sonrió-. Tío Salman, permíteme que te presente. Este es Dhan Hund.

-Le conozco -dijo Salman, saludando con una inclinación-. Era amigo personal de Jaron.

-Buena memoria, Señor Ceorl -Dhan le devolvió la inclinación con una sonrisa.

-Y esta es Mireah, la Princesa Mireah -y señaló a la joven, que se había quedado un poco atrás y estrujaba las manos con nerviosismo.

Salman la miró con sorpresa, pues sin duda era la primera vez que veía una humana. Sus ojos azules hicieron mil preguntas, pero el anciano conocía su trabajo y su lugar, así que en vez de formularlas se inclinó graciosamente.

-Alteza.

-¡Oh, no! -Mireah se sonrojó-. Aquí no soy...

-Claro que lo eres, princesa -Haze la tomó de la mano y la obligó a acercarse a ellos-. Este es Salman. Él y su esposa me cuidaron cuando mis padres murieron.

-Encantada -la muchacha seguía sonrojada, pero el contacto con Haze había surtido, como siempre, su efecto balsámico.

-Soy yo el que está encantado, Alteza -y sonrió en dirección a sus mano entrelazadas.

Luego les miró apreciativamente, con aire divertido, y asumió de nuevo su cargo y su papel.

-Sus señorías están empapadas. Permítanme que les muestre sus habitaciones. Allí podrán asearse y cambiarse de ropa. La cena está en camino y estoy seguro que Su Alteza Real estará encantado por la compañía.

Así que se dejaron guiar por Salman por los pasillos decorados con escenas de caza y juegos hacia una de las torres, donde cuatro habitaciones habían sido dispuestas. Allí les esperaban de nuevo los criados para ayudarles en lo que fuera menester. Dhan, Mireah y Haze desaparecieron detrás de sus respectivas puertas, pero Nawar aún se quedó un momento junto a su tío.

-¿Has visto el aspecto de Haze? -le preguntó en un susurro cuando estuvo seguro de estar a solas.

Salman asintió con tristeza. Era difícil no reparar en los surcos azulados bajo sus ojos o en la palidez de sus labios.

-¿Es por lo que le hizo Zealor?

-Sí. No ha podido curarse bien ni descansar como es debido. Temo que las heridas estén infectadas. Deberías hablar con Su Alteza para que envíe a buscar a un médico lo antes posible.

-Así lo haré -el anciano le dedicó una pesarosa sonrisa-. Y ahora ve y descansa a tu vez, que tú tampoco tienes mejor pinta.

Nawar obedeció con un gruñido y entró en la habitación, donde dos criadas parecían estar acabado de preparar un baño de agua caliente en ese momento. ¡Agua caliente! Y a pesar de no estar acostumbrado a que otros le ayudaran a desvestirse, Nawar les dejó hacer. ¡Por todos sus antepasados! ¡Un baño de agua caliente! Dejó que el calor del agua se fuera apoderando poco a poco de su aterido y dolorido cuerpo, de su cansancio y de sus preocupaciones. Ya habría tiempo para preocuparse cuando el agua se enfriara y tuviera que salir. De momento, disfrutaría de la agradable sensación. Además, algo le decía que ese era el último momento de relajación que iba a poder permitirse en mucho, mucho tiempo.