martes, 30 de marzo de 2010

interumpimos la emision

esta semana no hubo capítulo porque mientras tenia que estar escrbiendo me entretuve en el quirofano, dejando que los doctores Ballesteros y Oliver me cosieran los tendones del pulgar y todo lo demas ya puestos.

Lo estoy haciendo sonar fatal a posta. No es tan grave si hoy ya puedo estar auí, peleandome con el raton y el teclado.

En fin, que en cuanto pueda continuo con esto, pero de momento os pido paciencia ante el inesperado parón.

domingo, 21 de marzo de 2010

segunda parte, capítulo cuatrigésimo cuarto







-¡Dios mío!

-¿Crees que es la señal?

Jaron y Miekel se miraron mientras a su alrededor los pájaros, molestos por el ruido que llegaba de lejos, empezaban a piar furiosos en sus ramas. Las campanadas habían llegado inesperadamente mientras los dos jóvenes avanzaban a tientas por el bosque.

El plan de Miekel, por llamarlo de algún modo, había funcionado de un modo absurdamente fácl. El humano insistía en que ese era el truco en realidad, no complicar las cosas. Las cosas sencillas siempre funcionaban.

-¿Has comido alguna vez una tortilla que no estuviera buena? -Había añadido a modo de ejemplo.

Jaron creía más bien que había sido suerte, pero estaba demasiado feliz de dejar por fin el campamento como para discutirlo. Además, tenían un largo camino por delante y no había que malgastar aliento.

Habían avanzado durante un par o tres de horas en la dirección que Jaron creía recordar como correcta sin mucho convencimiento y a un ritmo más bien lento debido a la falta de luz, pero de algún modo las fantasmales campanadas resonando en medio de la noche confirmaron al medioelfo que la dirección era la adecuada.

-¿La señal? -Repitió el novicio, que miraba a su alrededor tratando de averiguar de donde provenía el estruendo-. ¿Insinuas que las campanadas vienen de tierras elfas?

-¿De donde si no? No hay más pueblos en muchos kilómetros.

Miekel se santiguó inmediatamente después de soltar una exclamación muy poco decorosa.

-Nunca había imaginado algo así. Es como si todo el bosque diera la voz de alarma.

-No todo el bosque. Todo el mundo.Para los elfos no hay nada más allá de estas tierras -Jaron cerró los ojos, intentando distinguir la dirección exacta de las campanadas-. Toda la Nación llora al rey -añadió finalmente, dándose por vencido. Era imposible mientras los pájaros no callaran-. Lo leí en un libro, pero ni se me había pasado por la cabeza que fuera algo así.

-¿Así que eso crees que significa? ¿El rey de los elfos ha muerto?

-Sí. Es la señal de la que hablaba Meanley, la que Zealor le dijo que reconocería cuando le llegara. ¡Mierda! -El muchacho golpeó el árbol maś cercano, descargando su frustración-. ¡Llego tarde! ¡Debería haberme escapado hace días!

-No hay porqué desesperar. Aún podemos llegar antes que el ejército.

-¿Y? Aunque logre encontrar a mis amigos a tiempo... Mi esperanza era que Nawar pudiera avisar al Rey, pero ahora éste ha muerto y hasta que el nuevo rey no sea coronado el Kiam tiene todo el poder.

-Oh. El kiam este del que hablas es el mismo que ha pactado con Meanely para que el ejército humano ataque, ¿verdad? -Miekel esperó a que Jaron asintiera, pero el joven estaba llegando a la misma conclusión que el medioelfo-. ¿Cuanto dura la ceremonia de coronación?

-El libro no lo especificaba, pero sí decía algo de los días de luto y de que el Kiam precisamente era quien oficiaba el cambio de monarca, al igual que el monarca era quien oficiaba el cambio de Kiam.

-Así que lo lógico es deducir que espera que el luto se rompa por culpa de la guerra para ser coronado rey cuando esta termine.

-Sólo que Meanley le matará, junto con todos los demás elfos.

-Eso si gana, ¿no?

Jaron no dijo nada, pero tenía serias dudas sobre las posibilidades de los elfos una vez empezara la confrontación. Sus armas de hueso y de madera contra las armas de metal de los humanos. Eso sin contar el terror de luchar creyendo que si mueres tu alma muere contigo. No. Los elfos tenían las de perder si los humanos les pillaban desprevenidos.

-Estamos perdiendo el tiempo -opinó.

Miekel suspiró. Posiblemente creía que estaba siendo pesimista y derrotista.

-Pues continuemos. Que el tiempo es oro -y con un gesto teatral le pidió que le mostrara el camino.

El medioelfo gruñó, pero empezó a andar. El ruido le confundía aún más que la oscuridad y la noche, por lo que deseó con todas sus fuerzas estar siguiendo el camino correcto. Ahora mismo era la única esperanza de la Nación. No podía permitirse perderse.



sábado, 13 de marzo de 2010

segunda parte, capítulo cuatrigésimo tercero




La torre ostentaba el honor de ser la más alta del castillo y también la más antigua. La llamaban Torre de la Campana o Torre del Rey Muerto, pues una campana era lo único que guardaba en su interior y anunciar la muerte del rey la única función de esa campana.

Hacía más de siglo y medio desde la última vez que sonara. Casi dos siglos, de hecho. El Rey había llegado joven al poder y había vivido una vida larga y buena. Casi dos siglos desde la última vez que sonara la campana y aún así todos estaban preparados para cuando eso sucediera.

Tras las tres primeras campanadas desde la Torre del Rey Muerto otras campanas se le unieron. El sonido rompía la noche con facilidad y poco a poco más campanas fueron añadidas a su triste repicar.

El sonido viajó a lo largo de todo el reino, esparciéndose, contagiándose. Horas después de esas tres primeras campanadas todas las campanas del reino repicaban al unísono y el estruendo terrible y ominoso que anunciaba la muerte del buen monarca podía oírse, según decían, a kilómetros de distancia.

Todos los elfos del reino fueron despertados por las negras campanadas. Poco a poco, las plazas de los pueblos fueron llenándose de muestras de luto y condolencia y todo la Nación se preparó para aceptar la noticia de que su buen Rey había muerto.


Mireah tardó en reconocer qué era ese sonido que se introdujo en su sueño hasta despertarla. Como siempre desde que huyera de casa de su padre, abrió los ojos desorientada y confusa y tardó aún unos segundos en recordar que, para variar, dormía sobre una manta en medio del bosque.

Se sentó, preguntándose que hora sería y porqué se había despertado cuando reparó en el sonido. Era un tañido. No. No uno. Eran cientos de tañidos. Graves y constantes. Lejanos. Parecían provenir de todas partes y aún así…

Un extraño nudo se le agarró al estómago y pensó en despertar a Nawar, pero no hizo falta. Nerviosos por el estruendo que rompía su rutina, un grupo de pájaros alzo en vuelo entre graznidos, amplificando con sus voces la ominosa cacofonía.

El elfo, que parecía ser de los que podía dormir durante un terremoto, se despertó con un respingo, llevándose instintivamente la mano a la espada mientras miraba a su alrededor.

-¿Qué…?

El también tardó un momento en situarse y descubrir el origen de su sobresalto. Cuando lo hizo su rostro cambió. Por primera vez desde que le conociera todo atisbo de confianza desapareció de su mirada siendo substituido por un inmenso pesar.

-Oh… no…

-¿Qué pasa? –Mireah temió instintivamente lo peor-. Son las campanas, ¿verdad? ¿Qué significan?

-El Rey… Ha muerto –aspiró profundamente un par de veces como tratando de asegurarse de que era real. Luego, con su agilidad característica, se puso en pie y empezó a recoger sus cosas.

-¿Qué haces?

Mireah empezó a recoger a su vez, contagiada por su prisa.

-Debo volver con mi señor.

-¿Qué? ¡No! Tenemos que encontrar a Jaron, ¿recuerdas?

-¿Por qué? Jaron se fue porque le dio la gana. Es un niñato egoista y malcriado que no se merece vuestra preocupación ni la de su Alteza –metió de malos modos su manta sin doblar en el petate-. Mi rey ha muerto y mi lugar está junto a mi señor.

-No creo que eso sea… -trató de razonar la princesa.

-¡No gastes saliva! -la interrumpió el elfo-. No tienes ni la menor idea de los días que le esperan a Faris y si crees que voy a darle la espalda a mi señor por un Yahir...

-¡Nawar Ceorl! -Esta vez fue al princesa quien le cortó, harta de la actitud altiva y desdeñosa del elfo.- ¿Quién te crees que eres? Recibiste una orden directa de tu príncipe y señor y creo que le haces un flaco favor desobedeciéndole en el mismo momento en que deja se ser tu príncipe para convertirse en tu rey –la princesa suavizó su expresión-. ¿No crees que merece saber que puede confiar en ti sean cuales sean las circunstancias?

Nawar la miró fijamente durante unos segundos, en pie frente a ella, petate al hombro. Mireah tuvo la sensación de que el elfo iba a abandonarla en medio del bosque dijera lo que dijera, tal era la seriedad reflejada en sus ojos marrones.

El ambiente se tensó de tal modo en esos segundos que cuando el joven dejó caer el petate contra el suelo con rabia la humana no pudo contener un grito.

Nawar dio entonces una patada al fardo y se dejó caer sobre la hierba, los brazos cruzados sobre el pecho, quedando sentado frente a ella. Mireah le sostuvo la mirada pero pronto se rindió ante su obstinado silencio.

-Nawar, yo…

-¡Cállate, demonios! Tienes razón, ¿vale? Tienes razón y encima has sonado tal y como lo haría Faris si se me ocurre volver sin el mocoso –otra patada al fardo, esta más complicada al estar sentado-. ¡Mierda! Ya es suficientemente malo que tengas razón, encima no intentes endulzarlo con palabritas amables.

Aunque no era su intención meter más el dedo en la llaga, Mireah no pudo evitar la carcajada.

-¡Perdón! ¡Perdón! Pero es que… -trató sin éxito de aguantarse la risa-. ¡Tendrías que verte!

Nawar intentó a todas luces asesinarla con la mirada, nada feliz con la idea de que su justa indignación pudiera parecer graciosa, pero al ver que no funcionaba le lanzó el petate, que Mireah esquivó con facilidad.

-¡No tiene gracia!

-¡Sí la tiene! Oh, vamos… -Gateó hasta él y le puso una mano en el hombro-. ¿Sabes cuanto hacía que nada me hacía reír así?

El mohín de Nawar le indicó que sí lo sabía, o que al menos lo imaginaba. El joven relajó los hombros y el ceño y puso una mano sobre la de ella.

-Encontraremos a Jaron, Princesa.

Mireah asintió, agradecida.

-Siento lo de tu rey –le dijo.

-Fue un gran rey.

-Eso dijo Dhan.

Y se quedaron de nuevo en silencio, sentados en la oscuridad. Sólo las campanadas a lo lejos parecían tener vida aunque anunciaran muerte.

Finalmente Nawar se revolvió y, como el culo de mal asiento que era, se puso en pie de nuevo.

-Podríamos continuar –sugirió-. No serviría de nada intentar dormir con este ruido.

-¿Y caminar a oscuras servirá de algo?

-¿Por favor?

La súplica de Nawar, tal vez por lo inusual, tuvo el efecto esperado. Con un suspiro la humana se puso en pie y recogió su fardo, pasándole el suyo a Nawar.

-Anda, vamos. Siempre será mejor que tenerte refunfuñando durante horas.

-Yo no refunfuño.

-¡Claro que no! Ni tus orejas acaban en punta.



lunes, 8 de marzo de 2010

segunda parte, capítulo cuatrigésimo segundo






Alania despertó cuando alguien tiró de su brazo, obligándola a ponerse en pie y a salir de su escondite en el hueco de detrás de una estatua. El patio estaba totalmente a oscuras excepto por un par de antorchas al otro lado del mismo y adormilada como estaba le costó darse cuenta de que quien tiraba de ella era un guardia. Un guardia que la empujaba hacia un compañero, que se apresuró en sujetarla por los dos brazos.

-¡Mira qué tenemos aquí!

-¡Ei! -Alania trató de revolverse y soltarse. Se había dormido. Se había quedado dormida como una tonta y ahora iba a acabar en un calabozo lleno de delincuentes sin ninguna posibilidad de encontrar a Jaron o a su padre.

-Quieto -el guardia que la había sacado de su escondite se llevó la mano al cinto, donde reposaba su espada.

Alania obedeció de inmediato.

-No he hecho nada -protestó cuando empezaban a llevársela.

-Eso lo determinaremos nosotros, chaval. ¿Qué hacías ahí escondido? ¿No sabes que les pasa a los intrusos que no respetan el cierre de las puertas?

-¡Me he dormido! Vine a traer unas mercancías y me he dormido.

-He oído excusas mejores. ¿Qué esperabas? ¿Robar algo de las cocinas? ¿O era algo más?

-¡No! -La muchacha trató de soltarse de nuevo a pesar de las amenazas-. ¡No es eso!

-No, claro -el tipo que la sujetaba rió-. Todos los tipos que he pillado a lo largo de mi vida eran honestos, ¿verdad?

-De pies a cabeza -el elfo hosco le dio un empujón y de no ser por el guardia que la sujetaba la muchacha hubiera perdido el equilibrio.

-¡Eh!

-Déjate de quejas y camina.

Otro empujón, este por parte de su captor. No había escapatoria. Estaba perdida y lo peor era que no podía decir al verdad porque podía poner a sus amigos en peligro. Y a ella misma. El Qiam la buscaba por traición a la corona. ¿Y si alguno de los guardias había visto los grabados y la reconocía? No quería tener que volver a hablar con Zealor Yahir. La mirada del Qiam le daba aún más miedo que la idea de acabar en una celda.

Necesitaba pensar algo, algo bueno de verdad. Necesitaba...

El guardia que la sujetaba se detuvo, obligándola a pararse en seco. Junto a ellos, su compañero se cuadró. Alania levantó la mirada de sus pies para encontrarse frente a frente con un joven rubio de mirada seria que les bloqueaba el paso.

-¿Qué es este jaleo a estas horas? -Preguntó el joven, malhumorado. Tenía cara de estar muy cansado, o eso le pareció a Alania.

-Hemos pillado a un ratero, señor -el guardia la obligó a dar un paso adelante.

-No he robado nada -protestó.

-Porque te hemos pillado antes -argumentó el guardia hosco.

-Si hubiese querido robar algo no me habría dormido -¿Es que ningún adulto iba a usar la lógica?

-¡Basta! -el joven rubio se pellizcó el puesnte de la nariz con una mano mientras con la otra indicaba a los guardias que no hablaran-. ¿Donde lo habéis encontrado?

-Escondido en el patio, señor.

-¿Dormido?

El guardia gruñó.

-Sí, dormido.

-¿Qué hacías allí?

-Yo... -La pregunta directa pilló a la muchacha por sorpresa.

-¡Y bien?

-Me habái dormido.

-Hasta ahí habíamos llegado -había un deje de impaciencia en su voz.

-Vine a traer unas mercancías esta tarde y me senté a descansar. Debí quedarme dormido. No pretendía quedarme después de que cerraran las puertas.

El joven alzó una ceja escéptico. Aún así pareció decidir que no era peligrosa, pues esbozó algo parecido a una sonrisa.

-Soltadle.

-Pero...

-Si es un ratero es el peor ratero de la historia y no creo que corramos ningún peligro -esperó a que el guardia obedeciera antes de volver a hablar-. ¿Como te llamas, chico?

-Jaron, señor -volvió a mentir.

El serio ceño del joven se frunció un momento, pero Alania realmente no se dio cuenta hasta más tarde.

-¿Sabes en qué lío podías haberte metido? -Le preguntó.

“Tu eres el que no sabe en qué follón me podía haber metido”, pensó.

-Sí, señor -repondió sin embargo.

-Bien -luego se volvió hacia los guardas-. Hoy no es una noche para la sospecha y las acusaciones sin fundamento, señores. Al contrario. Hoy es una noche para el perdón y la buena voluntad, ¿no os parece?

Los dos guardias asintieron sin mucho convencimiento.

-Aún así, señor...

-Volved a vuestro deber -el joven ignoró la protesta del guardia hosco- y seguid ejecutándolo con el mismo celo y diligencia. Yo me encargaré de que esta noche Jaron duerma en un lugar más cómodo que el patio y que mañana deje el castillo con la primera luz.

-Pero, Alteza...

¿Alteza? Alania miró con renovada reverencia al elfo que ya la había agarrado del brazo con más fuerza que gentileza. ¿Alteza? ¿Ese joven era el Príncipe Faris?

-Es una orden, señores, y no la repetiré.

De mala gana, pues estaba bastante claro que no estaban de acuerdo con la decisión del príncipe, ambos hombres se cuadraron y, después de saludar, se dieron la vuelta y deshicieron el camino andado para regresar al patio. El príncipe, por su parte, le dio un pequeño tirón para reclamar su atención.

-Sígueme.

Claro que hubiera sido dificil no seguirle dado que la tenía bien agarrada del brazo y la obligaba a caminar a grandes zancadas como estaba haciendo él.

Finalmente, tras doblar un par de esquinas en la penumbra, el príncipe abrió una puerta y se introdujo en ella. Era una sala grande y espaciosa, con bancos a ambos lados y una mesa con su respectiva silla al fondo. La poca luz que había entraba por tres grandes ventanales tan altos como la pared, pero era suficiente para que Alania imaginara la magnificencia del lugar a plena luz del día. Aún así, no parecía un luga rmuy cómodo para dormir.

-¿Qué estas haciendo aquí? -preguntó de repente Faris, obligándola a tomar asiento en uno de los bancos.

-¿Qué?

-Envié a Nawar a buscarte. ¡Se suponía que habías regresado a tu casa!

-¿Conocéis a Nawar? -Alania se llevó las manos al pecho-. ¡Vos sois su contacto! Pensé que era el rey. No os ofendáis, pero mi padre no habla muy bien de vos.

-¿De qué estás hablando? ¿Tu padre... ? -El joven le quitó la gorra y, tras mirarla fijamente unos segundos, se dejó caer en un banco a su vez-. Esto es de locos. ¿Eres la hija de Hund?

-Me llamo Alania -le recordó.

-No, no, no, no -el joven se llevó las manos a la cara y se masajeó las sienes-. ¿Se puede saber qué haces aquí vestida de muchacho y usando el nombre del medioelfo?

-Bueno, cuando llegué a Fasqaid ya no había nadie y se me ocurrió que, dado que Nawar tenía contactos importantes... ¡Un momento! ¿Me habéis confundido con Jaron? Eso quiere decir que no le conocéis... ¿Qué es eso de que ha vuelto a su casa? ¿Por qué?

-¿Como quieres que lo sepa? -El joven chascó al lengua, poniéndose en pie-. En fin. Hoy ha sido un día muy largo y extraño. Vamos a buscarte dónde dormir y mañana te llevaré a un lugar donde puedas reunirte con tu...

La primera campanada interrumpió al príncipe. La segunda le hizo palidecer y la tercera dobló sus rodillas., sentándolo de nuevo en el baco del que acabab de levantarse.

-No... -masculló mientras las campanadas proseguían y crecían en intensidad-. Se suponía que tenían que avisarme... que...

Las campanadas empezaron a multiplicarse meintras más y más campanas empezaban a sonar a la vez. Alania era demasiado joven para haber sido testigo de ese fenómeno, pero le habían hablado de ello en clase. Esas campanadas sólo podían significar uan cosa.

-El rey ha muerto... -susurró con un nudo en a garganta, pues el príncipe había escondido la cabeza entre las manos y parecía a punto de echarse a llorar.

Incómoda, la muchacha trató de consolar al joven poniéndole una mano en el hombro. Faris reaccionó con un respingo y mirándola como si la viera por primera vez. Con un gesto rápido se secó los ojos.

-Lo primero es lo primero -dijo, pasando una mano por su corto cabello rubio-. Tengo que llevarte a algún lugar seguro.

-Puedo esconderme aquí -se ofreció Alania, consciente de que posiblemente ese no era el lugar donde debía estar el príncipe.

Eso arrancó una sonrisa torcida al joven.

-¿En la sala del consejo? Créeme, esta va a ser la sala más concurrida del castillo en menos de una hora.