sábado, 13 de marzo de 2010

segunda parte, capítulo cuatrigésimo tercero




La torre ostentaba el honor de ser la más alta del castillo y también la más antigua. La llamaban Torre de la Campana o Torre del Rey Muerto, pues una campana era lo único que guardaba en su interior y anunciar la muerte del rey la única función de esa campana.

Hacía más de siglo y medio desde la última vez que sonara. Casi dos siglos, de hecho. El Rey había llegado joven al poder y había vivido una vida larga y buena. Casi dos siglos desde la última vez que sonara la campana y aún así todos estaban preparados para cuando eso sucediera.

Tras las tres primeras campanadas desde la Torre del Rey Muerto otras campanas se le unieron. El sonido rompía la noche con facilidad y poco a poco más campanas fueron añadidas a su triste repicar.

El sonido viajó a lo largo de todo el reino, esparciéndose, contagiándose. Horas después de esas tres primeras campanadas todas las campanas del reino repicaban al unísono y el estruendo terrible y ominoso que anunciaba la muerte del buen monarca podía oírse, según decían, a kilómetros de distancia.

Todos los elfos del reino fueron despertados por las negras campanadas. Poco a poco, las plazas de los pueblos fueron llenándose de muestras de luto y condolencia y todo la Nación se preparó para aceptar la noticia de que su buen Rey había muerto.


Mireah tardó en reconocer qué era ese sonido que se introdujo en su sueño hasta despertarla. Como siempre desde que huyera de casa de su padre, abrió los ojos desorientada y confusa y tardó aún unos segundos en recordar que, para variar, dormía sobre una manta en medio del bosque.

Se sentó, preguntándose que hora sería y porqué se había despertado cuando reparó en el sonido. Era un tañido. No. No uno. Eran cientos de tañidos. Graves y constantes. Lejanos. Parecían provenir de todas partes y aún así…

Un extraño nudo se le agarró al estómago y pensó en despertar a Nawar, pero no hizo falta. Nerviosos por el estruendo que rompía su rutina, un grupo de pájaros alzo en vuelo entre graznidos, amplificando con sus voces la ominosa cacofonía.

El elfo, que parecía ser de los que podía dormir durante un terremoto, se despertó con un respingo, llevándose instintivamente la mano a la espada mientras miraba a su alrededor.

-¿Qué…?

El también tardó un momento en situarse y descubrir el origen de su sobresalto. Cuando lo hizo su rostro cambió. Por primera vez desde que le conociera todo atisbo de confianza desapareció de su mirada siendo substituido por un inmenso pesar.

-Oh… no…

-¿Qué pasa? –Mireah temió instintivamente lo peor-. Son las campanas, ¿verdad? ¿Qué significan?

-El Rey… Ha muerto –aspiró profundamente un par de veces como tratando de asegurarse de que era real. Luego, con su agilidad característica, se puso en pie y empezó a recoger sus cosas.

-¿Qué haces?

Mireah empezó a recoger a su vez, contagiada por su prisa.

-Debo volver con mi señor.

-¿Qué? ¡No! Tenemos que encontrar a Jaron, ¿recuerdas?

-¿Por qué? Jaron se fue porque le dio la gana. Es un niñato egoista y malcriado que no se merece vuestra preocupación ni la de su Alteza –metió de malos modos su manta sin doblar en el petate-. Mi rey ha muerto y mi lugar está junto a mi señor.

-No creo que eso sea… -trató de razonar la princesa.

-¡No gastes saliva! -la interrumpió el elfo-. No tienes ni la menor idea de los días que le esperan a Faris y si crees que voy a darle la espalda a mi señor por un Yahir...

-¡Nawar Ceorl! -Esta vez fue al princesa quien le cortó, harta de la actitud altiva y desdeñosa del elfo.- ¿Quién te crees que eres? Recibiste una orden directa de tu príncipe y señor y creo que le haces un flaco favor desobedeciéndole en el mismo momento en que deja se ser tu príncipe para convertirse en tu rey –la princesa suavizó su expresión-. ¿No crees que merece saber que puede confiar en ti sean cuales sean las circunstancias?

Nawar la miró fijamente durante unos segundos, en pie frente a ella, petate al hombro. Mireah tuvo la sensación de que el elfo iba a abandonarla en medio del bosque dijera lo que dijera, tal era la seriedad reflejada en sus ojos marrones.

El ambiente se tensó de tal modo en esos segundos que cuando el joven dejó caer el petate contra el suelo con rabia la humana no pudo contener un grito.

Nawar dio entonces una patada al fardo y se dejó caer sobre la hierba, los brazos cruzados sobre el pecho, quedando sentado frente a ella. Mireah le sostuvo la mirada pero pronto se rindió ante su obstinado silencio.

-Nawar, yo…

-¡Cállate, demonios! Tienes razón, ¿vale? Tienes razón y encima has sonado tal y como lo haría Faris si se me ocurre volver sin el mocoso –otra patada al fardo, esta más complicada al estar sentado-. ¡Mierda! Ya es suficientemente malo que tengas razón, encima no intentes endulzarlo con palabritas amables.

Aunque no era su intención meter más el dedo en la llaga, Mireah no pudo evitar la carcajada.

-¡Perdón! ¡Perdón! Pero es que… -trató sin éxito de aguantarse la risa-. ¡Tendrías que verte!

Nawar intentó a todas luces asesinarla con la mirada, nada feliz con la idea de que su justa indignación pudiera parecer graciosa, pero al ver que no funcionaba le lanzó el petate, que Mireah esquivó con facilidad.

-¡No tiene gracia!

-¡Sí la tiene! Oh, vamos… -Gateó hasta él y le puso una mano en el hombro-. ¿Sabes cuanto hacía que nada me hacía reír así?

El mohín de Nawar le indicó que sí lo sabía, o que al menos lo imaginaba. El joven relajó los hombros y el ceño y puso una mano sobre la de ella.

-Encontraremos a Jaron, Princesa.

Mireah asintió, agradecida.

-Siento lo de tu rey –le dijo.

-Fue un gran rey.

-Eso dijo Dhan.

Y se quedaron de nuevo en silencio, sentados en la oscuridad. Sólo las campanadas a lo lejos parecían tener vida aunque anunciaran muerte.

Finalmente Nawar se revolvió y, como el culo de mal asiento que era, se puso en pie de nuevo.

-Podríamos continuar –sugirió-. No serviría de nada intentar dormir con este ruido.

-¿Y caminar a oscuras servirá de algo?

-¿Por favor?

La súplica de Nawar, tal vez por lo inusual, tuvo el efecto esperado. Con un suspiro la humana se puso en pie y recogió su fardo, pasándole el suyo a Nawar.

-Anda, vamos. Siempre será mejor que tenerte refunfuñando durante horas.

-Yo no refunfuño.

-¡Claro que no! Ni tus orejas acaban en punta.



No hay comentarios: