sábado, 28 de marzo de 2009

Capítulo cuatrigésimo primero




Jaron llevaba ya un rato con el rostro hundido entre las manos, luchando contra el sueño y la desidia, ignorando hambre y agotamiento a partes iguales. Había leído el mensaje en el libro, escrito muy posiblemente porMireah en un muy rudimentario latín, pero simplemente no había querido compartirlo con Nawar. No aún, al menos. Haberle dicho a Nawar donde encontrar a los demás hubiera supuesto no detenerse en el camino, seguir andando y andando hasta llegar ve a saber donde y luego.. ¿que? ¿Volver a ocultarse hasta que el Qiam encontrara otro modo de llegar a ellos? Y cuanto iba a durar eso, ¿toda al vida?

Era un perspectiva de mierda.

Pasarse una vida entera encerrado en una cueva u otra, malviviendo de lo que encontraran en el bosque, temiendo ser descubiertos de un momento a otro... Y total, ¿por qué? ¿para qué? ¿Por una familia que no era familia ni era nada?

Mentiras, dolor y rencor. Esa era toda la herencia que le esperaba con los Yahir.

Jaron, su supuesto padre, era un hombre odioso. Rencoroso, amargado, egoísta y cobarde, y aún así el único que había sido sincero. No quería saber nada de él, lo había dejado muy claro, y el sentimiento era mutuo.

¿Y Haze? Haze le había ofrecido sus brazos, pero los había revestido de secretos y mentiras. Si tenía que creer al Qiam, Haze sólo se preocupaba por él porque era el hijo de Sarai. Eso era lo único que jamás le había importado a Haze. Sarai, Sarai, Sarai...

Pero claro, ¿por qué creer a Zealor? Parecía ser que en lo único que Haze había sido sincero había sido al hablarle de la maldad de su hermano. Y él había estado a punto de confiar en él, como en su momento había confiado en Haze, porque necesitaba desesperadamente encontrar a alguien en quien confiar, un lugar al que pertenecer, sin darse cuenta que él ya pertenecía a un lugar y no era ese.

No.

Rodwell había tenido razón desde el principio, aunque no como creía. No había nada bueno en las tierras de los elfos. No para él.

Pero estaba cansado, demasiado como para pensar con claridad. Cada pensamiento le costaba más que el anterior y todos ellos eran un poco más oscuros cada vez. Trató de pensar enMireah, pero sólo le sirvió para recordar que si su amiga había regresado a su lado había sido por Haze. Y Alania...

Bajó la cabeza y la recostó sobre los antebrazos cruzados sobre el libro, cerrando los ojos. No había tenido tiempo de decirle a Alania lo bien que le quedaba el vestido.

No, no era ahí a donde quería llegar...

Alania... Alania había sido la primera en remarcar la diferencia, la primera en llamarlo Medioelfo. La primera en recordarle que ese no era su lugar.

Y el vestido resaltaba sus ojos...

La parte consciente de Jaron hubiera protestado por el cambio de tema, pero era tarde. Finalmente se había quedado dormido.




Alania hacía rato que caminaba por pura inercia. Yahir no había vuelto a abrir la boca ni siquiera para decirle a donde iban y ella no había tenido ganas de escucharle más, así que no había preguntado. Pero llevaban horas andando y sus ropas eran incómodas y su calzado nada práctico y estaba tan cansada y hambrienta...

Contuvo de nuevo las lágrimas, recordándose que no pensaba llorar delante del elfo de la cara quemada. Y eso que tenía ganas, muchas ganas de llorar y chillar hasta quedarse afónica. No sabía nada de su padre ni de sus amigos y se negaba a creer, como Yahir, que estaban muertos. Tenían que estar bien. Si les hubiera pasado algo... No, mejor no pensar en ello. Mejor centrarse en cosas positivas, en cosas que pudiera hacer en ese momento.

Caminar. Podía caminar. Pero eso ya lo estaba haciendo, así que podía intentas adivinar hacia donde la llevaba Yahir fijándose en la posición del sol y en el musgo de los árboles y esas cosas. Su padre se lo había enseñado una vez. No es que le hubiera hecho mucho caso, pero algo se le había quedado.

Así que, si no se equivocaba, estaban caminando hacia el noroeste. Y al noroeste desde Suth Blaslead estaba...

-¿Me estas llevando a casa? -Preguntó, sorprendida. Era obvio y a la vez extraño.

-¿Dónde pretendes ir, si no?

Alania tuvo que admitir que razón no le faltaba.

-Será peligroso -fue lo único que acertó a decir.

-Lo sé, a estas alturas ya deben de haber enviado gente a vuestra casa. Por eso no te llevaré hasta la puerta.

-Ya. Claro... ¿Y qué harás luego? -odiaba cuando la trataba de tonta.

-No te importa.

-Bueno, cuando mi padre regrese querrá saber donde estás.

Yahir se volvió y clavó en ella sus ojos violeta tan fríos e indiferentes.

-Si es lo que quieres creer... -Luego continuó su camino-. No queda mucho ya. Guarda fuerzas.

Y eso acabó de nuevo con las pocas ganas que tuviera de intercambiar una sola palabra más con el elfo, así que continuaron en silencio aún un poco más. Hasta que finalmente llegaron a un camino que Alania conocía: a poco menos de doscientos metros se encontraba Leahpenn.

Yahir se detuvo y Alania hizo lo propio.

-Entonces, ¿aquí me dejas? -Le preguntó, desafiante.

-Aquí te dejo -no había rastro de vergüenza o duda en su voz-. Sabrás llegar -de nuevo, no lo ponía en duda.

La muchacha se contuvo. Abofetearlo de nuevo no serviría de nada. Además, ya no estaba su padre y no sabía cuan loco estaba realmente ese Yahir ni lo que podía hacer si lo contrariaba.

-¿Y qué se supone que he de hacer si me encuentra la guardia?

Jaron Yahir se encogió de hombros. Estaba claro que le importaba un comino.

Así que eso era todo. Iba a dejarla allí y lo que pasara a partir de ese punto ya no iba a ser asunto suyo. Bien. No importaba, no importaba en absoluto. Que se construyera una casa en el bosque y se tragara la llave si le apetecía. Era un tipo ruín y despreciable y todos iban a ser más felices sin él. Jaron el primero.

-Gracias por todo -le dijo, en un tono que dejase bien claro que en realidad él no había hecho nada de agradecer, y arremangándose las faldas del vestido empezó a caminar a grandes zancadas hacia Leahpenn.

¡Maldito Jaron Yahir! Ahí se pudrieran él y su rencor en algún lugar oscuro y profundo del bosque. ¡Maldito él y maldito el Qiam! ¡Y maldito su padre por no dejarla ir con ellos y tenerla sumida en esa angustia!

En cuanto llegara a casa comería algo, se cambiaría de ropa y saldría de nuevo hacia Suth Blaslead a buscarlos. Vaya que sí. No iba a quedarse cruzada de brazos, no. Por supuesto que no.

Comería, se cambiaría y saldría. Eso haría. Pan comido.

Claro que no contaba con que el pueblo iba a estar lleno de patrullas de soldados, ni con que su madre estaría esperándola junto a la puerta, angustiada y asustada, y que la abrazaría más fuerte de lo que nunca la había abrazado antes.

-Cielo, oh, cielo -dijo su madre entre lágrimas-. Han venido buscando a tu padre. Dicen que ha atacado al Qiam...

Y Alania, a pesar del miedo y de la zozobra que la invadieron, no pudo más que llorar de puro alivio. Si les andaban buscando era que estaban vivos.

Su madre debió de confundir el motivo de su llanto, pues la abrazó más fuerte contra sí. Claro que a Alania no se le ocurrió contradecirla no fuera a dejarla ir.

sábado, 21 de marzo de 2009

Capítulo Cuatrigésimo

(tarde, tardísimo, lo sé. No tengo perdón ni excusa)




Cuando llegaron por fin a la casa Secreta era tan tarde y habían pasado tantas horas que Nawar hubiera vendido a su madre por un plato de lentejas. O por un poco de pan con queso, que no era cuestión de ponerse quisquilloso.

Bueno, tal vez a su madre no, pero sí al medioelfo.

El chico no había vuelto a abrir la boca desde que dejaran libre a Zealor y eso le preocupaba. De acuerdo que nunca había sido demasiado hablador, pero ese silencio era muy amplio y no se llenaba con nada bueno. Y lo había intentado, de veras, pero no había logradoquele contara ni una sola palabra de lo hablado con el Qiam, que fuera lo que fuera no era recomendable seguro.

Había probado con indirectas y con directas y al final simplemente se había cansando. Ya hablaría con Mireah. Y si no con Alania. Total, seguro que era ver a la muchacha y perder la cara de perro.

Pero la Casa estaba vacía. Y no vacía del estilo "hemos salido un momento pero volvemos en cinco minutos", no. Más bien vacía estilo "enviadme las cartas a mi nueva dirección". Los trastos viejos, la mayoría, seguían en su caótico lugar (Nawar no pudo dejar de notar que el soldado de juguete de Haze había desaparecido), pero nada de los traído en losúltimso días quedaba ya en la cueva. Ni cacerolas, ni mantas, ni siquiera restos de comida. Habían hecho un trabajo estupendo. Nadie hubiera podido sospechar que aquello era algo más que un refugio infantil en desuso.

Nawar maldijo. Eso quería decir que seguía a solas con el medioelfo. Y lo peor era que no tenía ni idea de a donde ir. Su casa estaba más que descartada, por supuesto, y de momento no podía ni plantearse intentar contactar con su señor. Era demasiado peligroso. Así que estaba de fango hasta el cuello y encima tenía que cargar con un adolescente silencioso e irritable.

-Estupendo -resopló, dejándose caer en una de la piedras que hacían las veces de taburete. Luego se volvió hacia el muchacho quien, entrando detrás de él, se sentó a su vez-. Al menos podemos ver esto por la parte positiva: si se lo han llevado todo es que se fueron por su propio pie y nadie los ha detenido. Además, si aún no han encontrado esto, ya no lo van a hacer. A estas alturasZealor ya debe de haber llegado a Suth Blaslead y seguro que han detenido las búsquedas hasta que pueda dar nuevas órdenes -trató de sonreírle al chaval-. Podemos descansar aquí, dormir un poco, buscar algo de comer...

El muchacho se encogió de hombros, sus ojos glaucos mirando en cualquier otra dirección. ¿Aún seguía enfadado? ¿O era algo más? La verdad es que le daba igual en esos momentos, estaba demasiado cansado como para perder el tiempo intentando adivinar qué pasaba por la cabeza deJaron.

Así que en lugar de eso se puso en pie de nuevo.

-Trata de dormir -le dijo-. Yo iré a buscar algo para comer, lo que sea, y a ver si con un poco de suerte encuentro algún rastro.

-¿Y si no? -habló finalmente.

Ya era algo.

-Ya veremos -fue su respuesta, incapaz de confesar que no tenía la menor idea.

-¿No puedes hablar con tu gente? Dijiste que eran influyentes -Jaron seguía sin mirarle a la cara, sus ojos fijos en el libro abierto que había sobre la mesa.

Ouch. Ése era un tema aún más delicado que el hecho de que no supiera qué demonios hacer.

-Ahora mismo sería una pésima idea, créeme -probó.

-No sé por qué. ¿Qué va a hacer Zealor? ¿Encerrar al rey?

-¿El rey? ¿De qué estás hablando?

-Bueno, el rey o algún príncipe o princesa. Pero está claro que trabajas para la monarquía. Sólo el rey puede mandar sobre el Qiam -finalmente se volvió hacia él-. Lo dice este libro.

¡Maldito fuera Haze y su manía de esconder sus libros de texto! Al menos ya sabía que había algo más que un simple enfado, aunque no supiera muy bien qué.Jaron enfadado era pesado y repelente. Ese Jaron frío e indiferente solía ocultar algo más.

-Bien... -Nawar se sentó de nuevo, esta vez frente al medioelfo. Se llevo una mano a los cansados ojos mientras pensaba en las palabras que iba a usar-. Aunque esto fuera así, no es tan sencillo. Después de lo que hemos hecho esta noche lo más probable es que incluso mi gente esté buscándome para encerrarme donde no pueda volver a darles problemas. Lo mejor que podemos hacer ahora es escondernos, al menos durante una semana o dos.

Luego tal vez le ofreciera conocer de primera mano para quien trabajaba, pero mejor tocar ese tema cuando llegara el momento. De momento ni siquiera tenía muy claro que fueran a sobrevivir tanto tiempo.

El chico le miró durante unos segundos en silencio y luego bajó la vista hacia el libro.

-Posiblemente tengas razón -admitió, cerrándolo-. Seguramente es sólo que estoy cansado.

-Seguramente -le sonrió, poniéndose en pie y acariciándole la cabeza-. Duerme un poco, ¿vale? Lo veras todo mucho más sencillo cuando venga a despertarte con algo de comida.

Jaron le devolvió una sonrisa cansada y asintió.

-No le abras a nadie -bromeó antes de salir de la cueva, consiguiendo un amago de risa.

Eso acabó de relajarle. Fuera lo que fuera lo que había estado a punto de ocurrir, había podido evitarlo de momento. Podía dejar de preocuparse por el muchacho y centrarse en encontrar comida y rastros. Por ese orden a poder ser.

Sólo esperaba no haberse equivocado y que realmente el resto hubiera podido huir.

sábado, 14 de marzo de 2009

Capítulo trigésimo noveno





Apenas había amanecido cuando Faris, príncipe de la Nación élfica, llegó a Suth Blaslead. Era muy posiblemente la primera vez en su vida que ponía los pies en el lugar, pero su presencia sirvió para calmar a parte de la población, que aceptó reluctante regresar a sus hogares y sus quehaceres hasta que pudieran determinar lo que realmente había sucedido allí.

Varios testigos fueron llamados a declarar, dando nombres y detalles, y él fingió indiferencia cuando alguien nombró a Nawar Ceorl. Y siguió fingiendo una tranquilidad que en absoluto sentía a través de todo el relato.

¡Maldito fuera todo!
Todo ese asunto le había olido a chamusquina desde el momento en que, dos noches atrás, Nawar había venido a pedirle que interviniera a favor de su tía. Había investigado los cargos y la reaparición del nombre de Haze Yahir, muerto hacía 67 años, le había hecho suponer que intervenir a favor de Nawar iba a complicar las cosas. Había estado a punto, a punto de no hacerlo, de excusarse en su delicada posición para negarse a intervenir en tan turbio asunto y atraer la atención del Qiam sobre su persona. Pero finalmente le había podido la conciencia y la amistad.

Y ahora, como había predicho, todo se había complicado. Nawar Ceorl y tres cómplices habían secuestrado al Qiam y rescatado al traidor muerto que resultó no estarlo, pero que tal vez, dado el cuadro de la noche que le estaba llegando, iba a morir pronto de todos modos.Y él no podía interrogar a su activo en la zona porque su activo en la zona era Nawar Ceorl. Y había dormido poco, muy poco. Y su padre se encontraba tan mal la noche anterior...
Uno de los hombres del Qiam, el que lo había organizado todo hasta su llegada, le estaba acabado de dar su informe de la situación, pero Faris apenas le escuchaba.
Tal y como estaban las cosas iba a tener que redactar órdenes de búsqueda y captura contra Nawar. Y contra Dhan Hund, por supuesto... Dhan Hund, ¡por los dioses! ¡Sobrino de un miembro del congreso! Eso iba a ser un escándalo. El congreso iba a dividirse, cuanto menos, y todo eso si eran afortunados y el Qiam seguía vivo. No quería ni pensar en la posibilidad de que el Qiam hubiera muerto de forma violenta.

-¿Estáis bien, Alteza? -Preguntó el teniente.

-Sí, sí -el príncipe se pasó una mano por el corto cabello rubio con cansancio-. Sólo pensaba en que hemos de redoblar los esfuerzos para encontrar al Qiam antes de que sea demasiado tarde.

-¿Creéis de veras que sigue vivo?

-Eso espero, o alguien tendrá que responder por ello.






No fue hasta al cabo de dos horas que dieron finalmente con el Qiam. Una de las partidas de búsqueda le encontró. Iba solo y no parecía malherido, aunque su ropa y su rostro estuvieran llenos de pequeños cortes y de mugre. Venía tranquilo, sin el menor rastro de ansiedad en el gesto, agradeciendo las muestras de preocupación y el apoyo que recibió de sus antiguos vecinos, pidiendo por favor que le dejaran llegar a su hogar para poder adecentarse y ponerse a trabajar lo antes posible.

Faris le observó entre aliviado, fascinado y, porqué no admitirlo, asustado. Todo en él parecía indicar que a pesar de lo ocurrido Zealor Yahir se sentía el vencedor de la contienda y no le gustaba lo que eso podía significar. Había regresado solo, al fin y al cabo, por su propio pie. Necesitaba averiguar qué había sucedido con sus captores.

Bueno... qué había sucedido con Nawar. Lo que pasara con el resto en esos momentos le daba completa y absolutamente igual.

Así que se acercó al Qiam, que se mostró ligeramente sorprendido al reparar en él. Estaba claro que no le esperaba allí.

-Alteza -saludó, extendiendo sus manos hacia él en señal de respeto.

Faris las tomó entre las suyas.

-Qiam -saludó a su vez-. Nos alegramos enormemente de saber que los dioses no os han abandonado.

-Y yo me alegro de ver vuestra sincera preocupación, Alteza -luego soltó sus manos y le indicó con un gesto que le siguiera al interior de la casa Yahir-. Y me alegro también de vuestra presencia, pues tenemos asuntos graves que discutir.

El príncipe le siguió, ansioso por oír todo lo que tuviera que contarle.

Ya en el interior, el Qiam se disculpó un momento y le dejó a solas en la semi penumbra del amplio salón mientras se cambiaba de ropa. El joven se sentó y esperó, aprovechando el silencio y la soledad para calmar sus nervios e impaciencia.

Zealor tardó más de lo que el príncipe encontró necesario para cambiarse sus sucias ropas por una túnica ceremonial y bajar al salón, donde encontró a Faris de nuevo en pie, mirando por entre las cortinas hacia la calle.

-Sí, también los he visto desde mi ventana -dijo en tono casual refiriéndose a la multitud que empezaba a reunirse fuera de la casa, tan de repente que el príncipe se sobresaltó-. No podemos tardar en salir a explicar lo ocurrido.

-¿Y qué ha ocurrido?

El Qiam se sentó a la mesa y le indicó con un gesto que hiciera lo propio mientras uno de sus hombres colocaba una fuente de cordero sobre la mesa.

-Disculpad el servicio, Alteza. Como comprenderéis, con mis sirvientes cumpliendo condena en vuestras cocinas debo apañarme con lo que tengo.

-Por supuesto, lo comprendo.

Agradeciendo su comprensión con un gesto, Zealor se dejó servir un plato de cordero frío y espero a que Faris estuviera también servido antes de empezar a comer.

-Disculparéis también mi apetito, espero -añadió-. Apenas cené anoche y, por supuesto, no he desayunado hoy.

El príncipe asintió por pura cortesía. Al fin y al cabo, opinara lo que opinara de él, era el QIam de la Nación.

-Quien debe disculparme sois vos, Señoría, por mi impaciencia, pues me obliga pediros que me relatéis lo sucedido mientras almorzamos -fue su respuesta, eligiendo cada palabra con sumo cuidado. Siempre era preferible parecer un cretino empalagoso a mostrar el verdadero interés de uno.

-Alteza, no hay nada que disculpar. Culpabilizar a vuestra impaciencia sería culpabilizar a vuestra juventud, y ese es un pecado que no puede evitarse -Yahir sonrió benevolente, alzando su copa y bebiendo antes de continuar-. Supongo que lo que queréis saber es como escape de mis captores y qué ha sido de ellos.

-Es un buen resumen de mis inquietudes, sí -El Qiam rellenó su copa y aprovechó para llenar la del príncipe, que se vio obligado a dar al menos un sorbo de cortesía-. ¿Y bien?

Y el Qiam le contó la historia de cómo Nawar Ceorl le había tenido toda la noche andando en círculos para desorientarle y que no supiera ubicar el camino a su escondite. Le habló de amenazas de muerte y de como el muchacho, que nadie sabía bien de dónde había salido, había intervenido por él. Le dijo cuánto había tardado en reubicarse y encontrar el camino de vuelta. Y finalmente le confesó el gran alivio sentido al encontrar por fin una patrulla.

No era un mal relato. Sus captores habían escapado sanos y salvos, todos, por lo que parecía. Y con un poco de suerte se iban a esconder bien escondidos por una temporada.

-Pero eso, Alteza, no es el asunto grave del que hablaba antes -finalizó con seriedad Zealor, juntando las manos y recostando la barbilla sobre ellas-. No sé si mis hombres os habrán puesto ya sobre aviso o si por el contrario, haciendo gala de su discreción habitual, habrán esperado mi regreso para disponer de mi confirmación.

-¿Sobre aviso de qué? Nadie ha mencionado nada... A parte de lo ocurrido alrededor del cadalso, por supuesto

-Entonces, ¿no os han hablado de la mujer?

-¿La mujer? Sí, la mencionaron. Además de Dhan Hund y Ceorl, el sobrino de vuestros sirvientes, había un muchacho y una mujer. ¿Qué tiene de importante?

Yahir le miró largamente, como calculando sus palabras antes de volver a hablar.

-Lo tiene todo de importante, Alteza, pues esa mujer no era elfa.

-¿Cómo? ¿Qué queréis decir?

-Quiero decir, mi señor, que mi hermano menor fue rescatado por una criatura humana. Y quiero decir que si ayer hubo una aquí, en esta plaza, es muy posible que haya más. Y es muy posible que no anden demasiado lejos.

jueves, 5 de marzo de 2009

Capítulo trigésimo Octavo



El sol se había levantado hacía horas, pero una persistente nube gris ocultaba su luz y su calor. El Rey se le antojó una señal del cielo. El día amanecía oscuro porque oscuro era el camino que se abría ante ellos.

Se dejó vestir en silencio, cansado, ya que no había podido pegar ojo, y seguidamente se encaminó con gesto grave hasta la sala del trono, donde ya le esperaban sus cortesanos y caballeros. Los jefes de las más cercanas abadías estaban también allí y les indicó con un gesto que se acercaran a él.

-Os he reunido a todos aquí porque uno de mis Príncipes fronterizos dice haber descubierto una amenaza cerca de sus límites y deseo que vuestros ojos den fe,como los míos, de la veracidad de sus palabras-. Esperó a que los murmullos sea apagaran y con un además de su brazo, dio una orden a sus guardias-. Que entre.

Meanley entró, acompañado de tres de sus hombres y de una figura encapuchada y maniatada a la que hizo avanzar a empellones.

El embozado trastabilló y cayó de rodillas frente al Rey a la vez que dos hombres del Príncipe se situaban a sus lados.

-Majestad, señorías... - y de un modo absolutamente teatral, Jacob de Meanley alzó la capucha de su prisionero.

Los asistentes se tragaron una exclamación, pues esperaran lo que esperasen no era precisamente el bello rostro de un hombre joven cuya vista se mantenía en el suelo.

-Meanley, ¿qué significa esto? -El Rey se puso en pie, indignado-. Dijiste que traerías pruebas y ejecutas esta charada -acusó, más aliviado de lo que mostraba.

Pero Meanley sonrió y el Rey comprendió que esperaba esa pregunta precisamente. El noble agarró a su prisionero por el pelo, obligándolo a incorporar la cabeza. Sus ojos verdes como el helecho se clavaron en el Rey, pero no fue eso lo que levanto murmullos de admiración. No. La causa de los murmullos fue la puntiaguda oreja que quedó al descubierto.

-No os dejéis engañar, Alteza. Puede parecerse a nosotros, pero no lo es. Fijaos bien, mi señor. Fijaos bien todos -Y era imposible no hacerlo, pues además de los antinaturalmente verdes ojos y de las inusuales orejas la piel del elfo, pues eso era sin lugar a dudas, era blanca a inmaculada como la de una mujer -Puede parecer hermoso y delicado, mi señor, pero bajo esta grácil apariencia se esconden los monstruos que roban a nuestros niños por la noche y se alimentan con su sangre.

Con un gesto brusco, soltó el cabello del elfo, quien bajó la cabeza con un quejido.

Tras eso se hizo el silencio.

El Rey sabía que ahora le tocaba a él hablar, pero seguía demasiado anonadado como para reaccionar.

-¿Dónde le encontrasteis? -Quiso saber un abad.

-A unos dos kilómetros de nuestra frontera, Padre -respondió el Príncipe respetuoso. Luego, mirando al ser con desprecio, añadió-. Hemos tratado de interrogarle, pero de momento no hemos podido sacar nada en claro.

El Rey se dejó caer en su asiento sin apartar los ojos de la verdísima mirada del elfo.

-Pues habrá que conseguir información -dijo finalmente-, del modo que sea.

El ser no apartó la mirada, pero apretó los labios desafiante y fue en ese momento en que el Rey comprendió que el elfo entendía perfectamente sus palabras.

Eso del algún modo le dio más miedo aún que su aspecto. ¿Cómo podía ser que conociera su lengua? ¿Hacía tantos años que se infiltraban entre su gente que habían llegado a conocer su idioma a la perfección? ¿Cuantos más como él debía de haber en su reino?

-¿Señor? -Meanley le trajo de vuelta a la realidad, donde un grupo de cortesanos, abades y nobles esperaba sus órdenes.

¿Qué se suponía que tenía que decir?

-Llevadlo a los calabozos -ordenó-. Y dejadme solo. Necesito meditar.

Unos soldados tomaron al ser por los hombros y lo sacaron de allí. No fue hasta que estuvo fuera de la sala que pudo por fin deshacerse del influjo que ejercía sobre él y mirar a Jacob. Su sonrisa se le antojó fuera de lugar. ¿Qué tenía de divertida la situación?

Pero de nuevo no dijo nada, pues tenía demasiadas ganas de quedarse a solas. Así que dejó que uno a uno fueran abandonando la sala entre reverencias hasta que finalmente su chambelán cerró la puerta tras de sí.

Una vez a solas se permitió hundir la cabeza entre los hombros y llevarse las manos a la cara. Un elfo... En sus tierras... No. ¡En su castillo! Intuyó que los días que se avecinaban iban a ser de todo menos tranquilos.

Debían interrogar al ser, determinar el grado de la amenaza y actuar en consecuencia. Debía barrer el reino, buscar más abominaciones, eliminarlas allí donde las hayare... Se preguntó que habría hecho su padre, que habría hecho su hermano, de haberse visto en su lugar. Pero no podía saberlo. Nunca podría saberlo, pues ya no estaban allí. Así que sólo le quedaba su propio juicio para proceder.

No.

Los abades... Les había llamado precisamente por eso. Que idiota, por poco se olvida...

Sí, hablaría con los abades y pediría consejo. Al fin y al cabo los elfos debían ser sin duda criaturas infernales. Y el Infierno era competencia de la Iglesia. Ellos mejor que nadie le podrían aconsejar.