sábado, 14 de marzo de 2009

Capítulo trigésimo noveno





Apenas había amanecido cuando Faris, príncipe de la Nación élfica, llegó a Suth Blaslead. Era muy posiblemente la primera vez en su vida que ponía los pies en el lugar, pero su presencia sirvió para calmar a parte de la población, que aceptó reluctante regresar a sus hogares y sus quehaceres hasta que pudieran determinar lo que realmente había sucedido allí.

Varios testigos fueron llamados a declarar, dando nombres y detalles, y él fingió indiferencia cuando alguien nombró a Nawar Ceorl. Y siguió fingiendo una tranquilidad que en absoluto sentía a través de todo el relato.

¡Maldito fuera todo!
Todo ese asunto le había olido a chamusquina desde el momento en que, dos noches atrás, Nawar había venido a pedirle que interviniera a favor de su tía. Había investigado los cargos y la reaparición del nombre de Haze Yahir, muerto hacía 67 años, le había hecho suponer que intervenir a favor de Nawar iba a complicar las cosas. Había estado a punto, a punto de no hacerlo, de excusarse en su delicada posición para negarse a intervenir en tan turbio asunto y atraer la atención del Qiam sobre su persona. Pero finalmente le había podido la conciencia y la amistad.

Y ahora, como había predicho, todo se había complicado. Nawar Ceorl y tres cómplices habían secuestrado al Qiam y rescatado al traidor muerto que resultó no estarlo, pero que tal vez, dado el cuadro de la noche que le estaba llegando, iba a morir pronto de todos modos.Y él no podía interrogar a su activo en la zona porque su activo en la zona era Nawar Ceorl. Y había dormido poco, muy poco. Y su padre se encontraba tan mal la noche anterior...
Uno de los hombres del Qiam, el que lo había organizado todo hasta su llegada, le estaba acabado de dar su informe de la situación, pero Faris apenas le escuchaba.
Tal y como estaban las cosas iba a tener que redactar órdenes de búsqueda y captura contra Nawar. Y contra Dhan Hund, por supuesto... Dhan Hund, ¡por los dioses! ¡Sobrino de un miembro del congreso! Eso iba a ser un escándalo. El congreso iba a dividirse, cuanto menos, y todo eso si eran afortunados y el Qiam seguía vivo. No quería ni pensar en la posibilidad de que el Qiam hubiera muerto de forma violenta.

-¿Estáis bien, Alteza? -Preguntó el teniente.

-Sí, sí -el príncipe se pasó una mano por el corto cabello rubio con cansancio-. Sólo pensaba en que hemos de redoblar los esfuerzos para encontrar al Qiam antes de que sea demasiado tarde.

-¿Creéis de veras que sigue vivo?

-Eso espero, o alguien tendrá que responder por ello.






No fue hasta al cabo de dos horas que dieron finalmente con el Qiam. Una de las partidas de búsqueda le encontró. Iba solo y no parecía malherido, aunque su ropa y su rostro estuvieran llenos de pequeños cortes y de mugre. Venía tranquilo, sin el menor rastro de ansiedad en el gesto, agradeciendo las muestras de preocupación y el apoyo que recibió de sus antiguos vecinos, pidiendo por favor que le dejaran llegar a su hogar para poder adecentarse y ponerse a trabajar lo antes posible.

Faris le observó entre aliviado, fascinado y, porqué no admitirlo, asustado. Todo en él parecía indicar que a pesar de lo ocurrido Zealor Yahir se sentía el vencedor de la contienda y no le gustaba lo que eso podía significar. Había regresado solo, al fin y al cabo, por su propio pie. Necesitaba averiguar qué había sucedido con sus captores.

Bueno... qué había sucedido con Nawar. Lo que pasara con el resto en esos momentos le daba completa y absolutamente igual.

Así que se acercó al Qiam, que se mostró ligeramente sorprendido al reparar en él. Estaba claro que no le esperaba allí.

-Alteza -saludó, extendiendo sus manos hacia él en señal de respeto.

Faris las tomó entre las suyas.

-Qiam -saludó a su vez-. Nos alegramos enormemente de saber que los dioses no os han abandonado.

-Y yo me alegro de ver vuestra sincera preocupación, Alteza -luego soltó sus manos y le indicó con un gesto que le siguiera al interior de la casa Yahir-. Y me alegro también de vuestra presencia, pues tenemos asuntos graves que discutir.

El príncipe le siguió, ansioso por oír todo lo que tuviera que contarle.

Ya en el interior, el Qiam se disculpó un momento y le dejó a solas en la semi penumbra del amplio salón mientras se cambiaba de ropa. El joven se sentó y esperó, aprovechando el silencio y la soledad para calmar sus nervios e impaciencia.

Zealor tardó más de lo que el príncipe encontró necesario para cambiarse sus sucias ropas por una túnica ceremonial y bajar al salón, donde encontró a Faris de nuevo en pie, mirando por entre las cortinas hacia la calle.

-Sí, también los he visto desde mi ventana -dijo en tono casual refiriéndose a la multitud que empezaba a reunirse fuera de la casa, tan de repente que el príncipe se sobresaltó-. No podemos tardar en salir a explicar lo ocurrido.

-¿Y qué ha ocurrido?

El Qiam se sentó a la mesa y le indicó con un gesto que hiciera lo propio mientras uno de sus hombres colocaba una fuente de cordero sobre la mesa.

-Disculpad el servicio, Alteza. Como comprenderéis, con mis sirvientes cumpliendo condena en vuestras cocinas debo apañarme con lo que tengo.

-Por supuesto, lo comprendo.

Agradeciendo su comprensión con un gesto, Zealor se dejó servir un plato de cordero frío y espero a que Faris estuviera también servido antes de empezar a comer.

-Disculparéis también mi apetito, espero -añadió-. Apenas cené anoche y, por supuesto, no he desayunado hoy.

El príncipe asintió por pura cortesía. Al fin y al cabo, opinara lo que opinara de él, era el QIam de la Nación.

-Quien debe disculparme sois vos, Señoría, por mi impaciencia, pues me obliga pediros que me relatéis lo sucedido mientras almorzamos -fue su respuesta, eligiendo cada palabra con sumo cuidado. Siempre era preferible parecer un cretino empalagoso a mostrar el verdadero interés de uno.

-Alteza, no hay nada que disculpar. Culpabilizar a vuestra impaciencia sería culpabilizar a vuestra juventud, y ese es un pecado que no puede evitarse -Yahir sonrió benevolente, alzando su copa y bebiendo antes de continuar-. Supongo que lo que queréis saber es como escape de mis captores y qué ha sido de ellos.

-Es un buen resumen de mis inquietudes, sí -El Qiam rellenó su copa y aprovechó para llenar la del príncipe, que se vio obligado a dar al menos un sorbo de cortesía-. ¿Y bien?

Y el Qiam le contó la historia de cómo Nawar Ceorl le había tenido toda la noche andando en círculos para desorientarle y que no supiera ubicar el camino a su escondite. Le habló de amenazas de muerte y de como el muchacho, que nadie sabía bien de dónde había salido, había intervenido por él. Le dijo cuánto había tardado en reubicarse y encontrar el camino de vuelta. Y finalmente le confesó el gran alivio sentido al encontrar por fin una patrulla.

No era un mal relato. Sus captores habían escapado sanos y salvos, todos, por lo que parecía. Y con un poco de suerte se iban a esconder bien escondidos por una temporada.

-Pero eso, Alteza, no es el asunto grave del que hablaba antes -finalizó con seriedad Zealor, juntando las manos y recostando la barbilla sobre ellas-. No sé si mis hombres os habrán puesto ya sobre aviso o si por el contrario, haciendo gala de su discreción habitual, habrán esperado mi regreso para disponer de mi confirmación.

-¿Sobre aviso de qué? Nadie ha mencionado nada... A parte de lo ocurrido alrededor del cadalso, por supuesto

-Entonces, ¿no os han hablado de la mujer?

-¿La mujer? Sí, la mencionaron. Además de Dhan Hund y Ceorl, el sobrino de vuestros sirvientes, había un muchacho y una mujer. ¿Qué tiene de importante?

Yahir le miró largamente, como calculando sus palabras antes de volver a hablar.

-Lo tiene todo de importante, Alteza, pues esa mujer no era elfa.

-¿Cómo? ¿Qué queréis decir?

-Quiero decir, mi señor, que mi hermano menor fue rescatado por una criatura humana. Y quiero decir que si ayer hubo una aquí, en esta plaza, es muy posible que haya más. Y es muy posible que no anden demasiado lejos.

No hay comentarios: