jueves, 11 de septiembre de 2008

Capítulo decimotercero




Zealor Yahir miró al humano con desinterés mientras éste descabalgaba. Iba solo y eso fastidiaba más al Qiam de lo que seguro parecía a primera vista. ¡Esos idiotas de los hombres del príncipe...! Claro que sus hombres no habían resultado mucho mejores. Suspiró en su fuero interno, malhumorado, y saludó a Ishack.
-¿Y bien?
-Teníamos a la princesa, pero escapó.
-Sí, ya, las princesas siempre se os escapan –el Qiam no pudo evitar una cínica sonrisa-. Bueno, no puedo culparos, yo tampoco he dado aún con ese Yahir.
Hubo cierto brillo de alivio en los ojos del humano que no pasó desapercibido para Zealor.
-¿Y el muchacho?
-Oh, sí, el muchacho. No me preocupa más que Yahir –Zealor se encogió de hombros-, ya daré con él.
-Mi señor espera que te des prisa, elfo. No le gusta demasiado que ese par anden por ahí cuando queda tan poco para poner en marcha el plan.
-No fue de mis mazmorras de donde escaparon –puntualizó Zealor con una voz fría como la hoja de una daga. Ishack se guardo de tragar saliva, pero no pudo reprimir el escalofrío-. Y hablando del plan... ¿Ya ha ido tu señor a ver a vuestro rey?
-Sí, se encuentra allí en estos momentos. El rey no tardará en reclamar una prueba de lo que decimos.
-Cierto, y ahí era donde entraba Yahir –Zealor se dio cuenta de que con la agitación de los últimos días se le había olvidado el papel de Haze en su plan. En fin, tampoco era imprescindible. Tendrían que cambiar mucho las cosas antes de que el idiota de Haze fuese imprescindible para algo o para alguien-. Bueno, ya os pasaré algún otro elfo. Tengo un par de ancianos que irían muy bien para eso.
-¿Ancianos? ¿Pretendes meter el miedo en el cuerpo de mi gente con unos ancianos?
-Bueno, a falta de pan...


Myreah despertó aún abrazada a Haze. No se atrevía a abrir los ojos, por si todo había sido un sueño o algo así. Aún no podía creérselo. Haze la amaba, a ella. ¿Dónde debía de estar la trampa? ¿Cuándo iba a despertar del sueño para ver que no era más que una tomadura de pelo más del destino? Esperaba que nunca. Se estaba tan bien abrazada a él...
-¿Estás despierta, princesa? –Preguntó su voz.
La joven abrió los ojos. Sobre su cabeza se abría el bosque, verde y brillante, y junto a ella, el elfo, mirándola con ojos radiantes.
-Vamos, dormilona, hemos de empezar a movernos.
-¿Tan pronto...?
-El sol ha salido ya –fue la respuesta de Haze mientras se ponía en pie.
La humana protestó, incorporándose hasta quedar sentada. Una vez allí, se limitó a observar al elfo mientras se sacudía la hojarasca de los pantalones. Éste se volvió y la miró, interrogativo.
-¿Qué? ¿Qué pasa?
-Me preguntaba... ¿por qué yo?
-¿Qué quieres decir?
-Bueno, no entiendo que has visto en una mujer como yo.
-¿Qué no lo entiendes? –El elfo se acuclilló junto a ella, besándola-. No hay nada que entender. Eres mi princesa, y eso me basta.
-Pero... Soy tan fea...
-¿Quién te ha dicho eso?
-¿Crees que no tengo ojos en la cara?
-Sí, los dos ojos más hermosos que he visto nunca. Fue tu padre, ¿verdad? Él y sus hombres, incapaces de ver más allá de sus narices –Haze se sentó y la abrazó contra sí-. Alguien tendría que haberle enseñado a ver más allá, ¿no crees? A ver a través de tu radiante sonrisa, de las estrellas que brillan en tus ojos. No quiero volverte a oír decir eso o me enfadaré seriamente.
-Lo siento.
-Eso está mejor –Haze se apartó y se puso en pie de nuevo, tendiéndole una mano, ayudándola a incorporarse totalmente-. ¿Tienes hambre? –La princesa asintió-. Bueno, pues vamos a buscar algo para comer antes de ir a casa de Jaron.


Dhan Hund había salido al exterior de la cabaña hacía ya rato, harto del silencio de Yahir. Había tratado de razonar con él un par de veces al respecto del hijo de Sarai y de cómo debía recibirle cuando ese Ceorl lo trajera de vuelta, pero era cabezota como él solo. Sólo había podido arrancarle un: “No va a volver a pisar mi casa, eso puedo asegurártelo”. Pero eso no era lo peor, lo peor era que no sabía como plantearle lo de Haze.
Una cosa era hablar del muchacho, pues era, en cierto modo, lo que les había llevado hasta allí, y otra muy distinta nombrar a su hermano en su presencia. Así que... ¿Cómo decirle que le había dado las señas para encontrarle? De manera que casi había decidido que fuera una sorpresa, pero temía su reacción. Jaron era capaz de hacer una locura.
-Tardan mucho, ¿no crees? –Dijo de repente Jaron, saliendo de la cabaña.
-Sí, tal vez Ceorl no haya podido dar con ellos, después de todo.
-No, no creo que sea eso. Parecía un tipo de los que no se rinden. Ya era así cuando no levantaba más de un palmo.
-¿Entonces?
-Tal vez el mocoso no quiera volver.
-No me extrañaría. A mí se me hace difícil perdonarte...
-¿Ya empezamos con eso?
-No he sido yo quien ha sacado el tema.
Jaron se encogió de hombros y no dijo nada más, ni siquiera en defensa propia. El elfo simplemente no veía de qué tenía que defenderse. Hund decidió que ya estaba harto de la cuestión, así que tampoco dijo nada. Y se quedaron en silencio, apoyados los dos en la pared de la cabaña, durante un buen rato.
-¿Qué más hay, Dhan? ¿Qué es eso que no te atreves a decirme?
-No sé de qué me hablas.
-De eso que siempre te quedas con ganas de decir. Tanto tú como Ceorl me ocultasteis algo el otro día, me explicasteis la historia a medias.
Hund tomó aire, era el momento adecuado para sacar el tema. Solamente esperaba que su amigo se lo tomara sólo mal.
-Se trata de Haze. Está vivo –oyó a Jaron tomar una fuerte inspiración, pero Hund no se atrevió a volver el rostro-. Fue él quien... quien trajo al muchacho a mi casa, ¿sabes?
-Así que no había muerto. ¿Dónde ha estado, pues? ¿Escondido como la rata que es?
-La humana dijo que había estado encerrado, haciéndose pasar por ti, en el castillo del príncipe de Meanley.
-¿Humana? ¿Qué humana?
-La princesa, la hija del actual príncipe.
-¿De cuanta gente no me has hablado aún?
-Bueno, otro día no estabas como para hablarte de todo eso.
-Oh, vamos, no voy a saltarte al cuello ni nada por el estilo –el mohín de Jaron no se correspondía con sus palabras, pero Hund sabía que, a esas alturas, importaba bien poco.
Haze no iba a tardar en llegar y iba a ser mejor para todos que Jaron estuviera preparado.


Llegaron a un pueblo pequeño a media mañana. Jaron olvidó su aflicción por un momento, perdido en el bullicio del mercado. Alania había tomado su mano sólo adentrarse entre el gentío. “Para no perderte”, había dicho, y Jaron no había puesto objeción alguna. Y el tal Ceorl… Bueno, se confromaba con detenerse para darles prisa de vez en cuando y comprobar, de paso, que seguían ahí.
Finalmente se detuvo frente a una parada en la que vendían unos pinchos de carne de aspecto realmente delicioso. Nawar pidió uno para cada uno de ellos y luego siguió caminando. Alania, la boca aún medio llena, lo tomó de la manga.
-¿No pensarás hacernos correr mientras comemos? ¿No sabes que puede sentarnos mal?
Ceorl se volvió, un instante, y luego siguió caminando.
-Te recuerdo, niña, que tenemos prisa.
Alania insistió, tirando de nuevo de su brazo.
-Pensaba que eras más listo. Si enfermamos y tienes que cargar con ambos aún irás más lento, ¿no?
Ceorl clavó en la muchacha sus ojos marrones con el ceño muy fruncido, pero, finalmente, suspiró, encogiéndose de hombros. Por cabezota que fuera ese tipo, parecía que nadie ganaba a Alania. Nawar Ceorl había tropezado con la horma de su zapato.
-Cómo quieran los señoritos -gruñó, dejándose caer en un banco, cruzado de brazos.
-Oh, vamos, no te enfades -Alania se sentó junto a él y, tras dar otro mordisco a su pincho, continuó-. Has hecho lo más sabio.
-Mira, mocosa, he dejado que os sentéis a comer el maldito pincho, pero no se te ocurra ser condescendiente conmigo.
Alania miró al elfo, ofendida.
-Yo sólo trataba de ser amable.
-Pues sé amable con Yahir, que eso parece que se te da mejor, y a mí déjame en paz.
Jaron, que iba a sentarse junto a Alania, sintió que se sonrojaba ante el comentario y decidió que era menos humillante quedarse de pie. Alania y Nawar aún estuvieron discutiendo un buen rato como chiquillos, pero Jaron dejó de prestarles atención. Un grupo de músicos había llegado a la plaza y estaban tocando la más bonita melodía que el medioelfo había oído en su vida.
-¿Qué haces tan embelesado? Cualquiera diría que es la primera vez que oyes la canción -comentó Alania, a la cual parecía que Nawar había acabado por no dirigirle la palabra.
-Es que es la primera vez.
-Oh.
-Es muy bonita. ¿Tiene nombre?
-Tiene nombre y baile -Alania se puso en pie y dejó lo que quedaba del pincho sobre el banco-. Vigílame eso -le pidió a Ceorl, que gruñó. Luego se volvio hacia Jaron, tomándolo de las manos, obligándolo a seguirla al centro de la plaza-. ¿Quieres bailar?
Y Jaron se dio cuenta de que, a pesar de la pregunta, no tenía elección. Claro que tampoco le importaba demasiado. Nunca había bailado con una chica, y no se le ocurría mejor compañera para la primera vez que Alania.


Para el anochecer aún estaban en el maldito pueblo. Nawar no sabía como demonios había conseguido esa irritante muchacha que él hiciera todo lo que ella quería, pero… en fin, ahí estaban, en una posada, esperando la cena, dispuestos a pasar la noche ahí. Ceorl resopló al oír un comentario de la muchacha acerca de que no entendía por qué no habían viajado por caminos conocidos antes en vez de pasarse un día entero andurreando por el bosque.
-Estabais perdidos, ¿recuerdas? -Ladró, rompiendo por enésima vez su determinación de dejar de prestarle atención de una vez por todas.
La chica hizo un mohín, pero no respondió. Lo cual Ceorl agradeció enormemente. Empezaba a caerle mejor ese Jaron, tan callado y tan manso ahora que había comido algo, que la mocosa del demonio, y no era posible que un Yahir le cayera mejor que cualquier otra persona, fuera quien fuera.
-Nawar… -empezó a decir el muchacho-, mi tío… es decir, mi otro tío… ¿es de veras él el Kiam?
-Sí, lo es.
-No lo entiendo. Mi tío… Haze… dijo que le temía, que era la única persona del mundo a la que temía de veras.
Nawar no pudo evitar sonreír.
-Tu tío es un tipo más listo de lo que parece a primera vista.
-Pero… dijo de él tantas cosas horribles… ¿Es de veras tan malo?
Ceorl se tomó su tiempo para contestar, sintiendo las jóvenes miradas de sus dos acompañantes clavadas en su persona. ¿Que si Zealor era tan malo? Malo no era la palabra. Peor se adecuaba más.
-Sí, lo es -fue su escueta respuesta finalmente.
-Eso es cierto -intervino Alania-. Mi padre dice que el Qiam no es más que una serpiente, que traerá la perdición a la Nación.
Nawar esbozó una mueca que bailaba entre la sonrisa socarrona y la preocupación. Claro que iba a traer la perdición al Nación, hacia tiempo que él y su señor lo sabían, pero lo que nunca habían imaginado era que todos los parientes muertos del Qiam iban a resucitar un día para ayudarles a descubrir cómo. Estaba tan convencido de que todo lo relacionado con el muchacho y su nacimiento era la clave…
-Y es posible que yo sea hijo de ese tipo -Jaron suspiró, sacándolo de sus cavilaciones.
-Oh, vamos, sí, y de Haze, si te parece -Ceorl trató de animar al muchacho poniéndole una mano en el hombro.
Claro que no surtió mucho efecto. Cuando por fin les trajeron la cena, Jaron parecía tan confundido y abatido que apenas probó bocado.

El sol aún no había acabado de ponerse para cuando llegaron a la cabaña donde se suponía que vivía Jaron.
Haze se detuvo sólo verla. No podía dar un paso más, estaba muerto de miedo. De repente se dio cuenta de que tenía tanto miedo de Jaron como de Zealor. Un miedo distinto, cierto, pero miedo al fin y al cabo. Recordaba los ojos de su hermano la última vez que se habían visto, el odio que anidaba en ellos... ¿Le habría perdonado ya? Lo dudaba tanto... Si Hund le había recibido con un puñetazo... ¿cómo iba a recibirle Jaron? Seguro que no con una sonrisa.
Myreah, cogiéndole del brazo, lo devolvió a la realidad, obligándole a apartar la mirada de la cabaña, de la luz que escapaba por su ventana.
-¿Qué ocurre?
-Nada –mintió, arrancando a caminar de nuevo.
-¿Nada? Pero si estabas temblando.
Haze se volvió hacia ella con una sonrisa, besándola. No había nada que pudiera ocultarle a su princesa.
-Nada que pueda cambiarse o arreglarse –corrigió.
Ella le miró con un mohín de preocupación, pero no insistió, cosa que Haze agradeció.
Ya frente a la puerta, tuvo que tomar aire un par de veces antes de llamar. Trató de prepararse para el peor recibimiento de su vida, peor que el de sesenta y siete años atrás. “Jaron ha cambiado mucho en todo este tiempo, Haze”, le había dicho Dahn Hund, “pero no creo que su rabia haya cambiado también”.
Y entonces la puerta se abrió. El elfo de detrás de ésta le miró sombrío desde sus ojos violetas, su rostro irreconocible, devorada la belleza de antaño por el fuego.
-¿Haze? –Quiso saber su hermano mayor mientras escrutaba su rostro-. Así que eso de que estabas vivo no era una broma de mal gusto.
El elfo suspiró. No había sido un puñetazo, pero...
-No, Jaron, no lo era. Y, lo creas o no, a mí sí me alegra saber que sigues con vida.
Jaron le miró largamente antes de esbozar una mueca. Luego le indicó con un gesto que pasara. Sus ojos se clavaron en Myreah, que bajó la cabeza y se abrazó más a Haze.
-Así que te alegras, ¿eh? –Dijo finalmente-. No te alegrarás tanto cuando sepas que he enviado a tu sobrino a freír espárragos.
-Sabía que harías eso –fue su tranquila respuesta mientras trataba de sacudirse de encima el frío del tono de su hermano, el modo en que había pronunciado las palabras “tu sobrino”.
-Lo sabías y aún así... –Jaron se hundió en una silla y le indicó con un ademán indiferente que si quería sentarse se las apañara.
Haze no se sentó. Tal vez de pie podía disimular mejor lo incómodo que se sentía.
-Aún así ¿qué?
-Lo trajiste entre nosotros, a pesar de ser más que evidente que ese engendro es hijo de...
-¡No! –Le interrumpió Haze-. Eso no puedes saberlo. Y aunque fuese cierto, ¿qué? ¿Qué cambia eso? Es hijo de Sarai, ¡maldita sea! Es el hijo de la mujer a la que amabas, lo único que nos queda de ella.
-Pues si tan importante es ese mocoso para ti, ¡quédatelo! Yo no lo necesito para nada.
Haze desvió la mirada.
-A estas alturas ya debe odiarme –murmuró.
-¡Ja! Al menos no carece de sentido común –las palabras de Jaron se clavaron en él como un puñal de frío metal, un puñal como aquel con el que Zealor había marcado su piel, de esos que matan el alma.
-¡Jaron! –Le reprendió Hund, participando en al conversación por primera vez –Recuerda que me prometiste escucharle.
Jaron gruñó, poniéndose en pie.
-De acuerdo, pues que diga lo que tenga que decir, ¡y que lo diga rápido! Y luego, que cierre la boca para siempre.