jueves, 31 de diciembre de 2009

INTERLUDIO 2: Futuro

¡Feliz año nuevo!




La mujer se arrebujó en su capa intentando que el frío que le helaba los huesos no llegara a sus entrañas. La cueva era húmeda y oscura pero no se atrevió a encender un fuego, como no se había atrevido en las últimas semanas. Ni siquiera para cocinar. Claro que para cocinar unas raíces, hongos y frutos secos no hacía falta mucho fuego…



Tenía tanta hambre y tan poco alimento. No era suficiente para los dos.



Palpó en la oscuridad su vientre y sintió a su bebe moverse al contacto, como buscándola. Su consuelo era que ahí dentro su pequeño no podía sentir el lacerante frío que acompañaba las primeras nieves. Ni el frío ni, con suerte, el hambre.



Se tapó bien de nuevo y masticó sin mucho ánimo las insípidas raíces que había podido recolectar. Pensó en su amado, que estaría buscándola por toda su pequeña nación. Tal vez creería que había muerto. Tal vez el que había muerto era él.



No, eso no. No podía siquiera concebirlo.



Se movió, tratando de repeler la idea que intentaba abrirse paso en su cabeza, y al moverse sintió de nuevo el dolor en el hombro, donde la sangre volvía a empapar el tosco vendaje que había logrado improvisar.



Maldijo. Así no iba a llegar muy lejos.



Lloró. No pudo evitarlo. Intentaba no hacerlo con todas sus fuerzas pero era imposible. En cuanto paraba de caminar, o a veces incluso caminando, sus fuerzas le podían y lloraba, de angustia y miedo, de rabia, de soledad. Por su bebé, por su amor, por sus amigos y por ella misma. Lloraba tanto que le dolía la cabeza y le costaba respirar y así no iba allegar muy lejos.



Había salido ya de las tierras de su padre, eso lo sabía, pero no por eso habían abandonado la persecución. Y la última vez habían estado tan cerca…



“Entrégate y no te pasará nada. Nos desharemos del engendro y podrás volver a tu lugar.”



Recordaba las palabras de su hermano y el odio volvió a invadirla mientras se abrazaba su vientre.



“Nos desharemos del engendro.”



En su desesperación había matado a uno de los soldados, de pura suerte, pero eso los había sorprendido y le había dado margen para huir.



“¡Si te vas ahora no podré salvarte!”



Su hermano lo había dicho como si ella le importara de veras, como si ella aún fuera una niña inocente que no supiera que lo único que les interesaba de ella era casarla con el horrible Heinrich de Peann para así poder ampliar su poder.



Habían pasado tres días desde que derramara sangre con sus propias manos y la herida del hombro, recibida en la refriega, no se cerraba. Cualquier movimiento la hacía sangrar de nuevo. Y dolía. Dolía tanto…



Oh, si le hubiera escuchado o al menos le hubiera dicho a donde quería ir…



Pero él no lo hubiera entendido. A pesar de las muchas virtudes de su amor la mujer sabía muy bien cuales eran sus defectos. Era terco y rencoroso y no hubiera entendido que ella hubiera querido volver a por el chico.



Había podido seguir la pista del muchacho hasta las tierras de su padre, donde sin duda ya debían haberle dado muerte. Pobre Haze. Dulce y tierno Haze…



Y entonces la habían visto y había empezado la persecución, que duraba ya días, tal vez semanas. Había corrido en dirección contraria a la Nación, esperando dar una oportunidad a Jaron y a sus amigos. Todas las noches rezaba para que no fuera en vano.




“Si es niño se llamará como su abuelo”



“¿Cómo cual de los dos?”



Ella había bromeado pero él no la había entendido, o tal vez sí y sólo le había seguido el hilo.



“Bueno, Jacob es un buen nombre”



“¡No! ¡No como mi padre!”





-Fedir, te llamarás Fedir.



Porque iba a ser un niño. De algún modo lo sabía. Un niño valiente y noble como su padre. Su pequeño rayo de esperanza.







Se adormiló. No supo por cuanto rato, pero adormiló. La despertó el viento golpeando contra las ramas de los árboles en el exterior. Se había levantado una tormenta. Llegó hasta la entrada d ela cueva para mirar al exterior y vio la densa cortina de nieva creada por el viento. Estaba cansada y débil, perdiendo sangre y fuerzas a cada paso que daba. Podía sentir la fiebre en los ojos que apenas podía abrir. La nieve creaba una cortina densa y uno no podía distinguir un pie delante del otro sin esforzarse de veras.


Era su oportunidad.


No, no su oportunidad, pero sí la de su niño.


La mujer salió de su refugio y forzó a su cansado cuerpo a seguir adelante, un paso y luego otro, entre la nieve y el viente, ignorando el hambre y el frío, ignorando el dolor de cabeza y las nauseas. Un paso y otro y otro.


Vio luces no muy lejos y recordó haber visto no hacía muchos días un monasterío desde lo alto de una loma. Si llegaba....


Tropezó y se puso en pie de nuevo, usando la espada como bastón. Y dio un paos y otro y otro. Si llegaba, si lo lograba, su rayo de luz nacería. Y cuando creciera... Cuando creciera le hablaría de su padre. De su padre y de sus tíos y de su abuelo. Sí, eso haría.


Y así la mujer dio un paso y otro y otro hacia las luces llena de esperanza en el futuro que había cargado durante nueve meses en el vientre.



domingo, 27 de diciembre de 2009

segunda parte, capítulo trigésimo tercero





Cuando había despertado sus amigos ya se habían ido. Mireah y Nawar a buscar al chico. Dhan...

Lo lógico sería pensar qué había ido a por su familia, pero era un estupidez ir en persona y Faris no le había parecido el tipo de persona que te daba una montura y un escolta para que fueras a cometer una estupidez. No es que él lo hubiera visto, claro, pero Salman le había contado la partida de Dhan y cómo esta se había producido al menos dos horas después que la de Mireah y Nawar. No. Dhan no había ido a por su familia lo cual tal vez quería decir que había ido a por Jaron. El mayor. Su hermano. No estaba muy seguro de sentirse feliz ante la prespectiva.

Haze suspiró, doblando otra esquina.

Según Salman, Faris tampoco estaba ya en Sealgaoin'ear. Un mensajero había llegado y el príncipe había partido poco después. Así que estaba solo en la residencia oficial de los príncipes herederos, un lugar lleno de historia, la misma historia que nunca se molestó en estudiar cuando tuvo ocasión y por la que ahora le avergonzaba preguntar. Bueno, no exactamente solo, tenía a Salman y a Noaín, pero echaba de menos a su princesa. ¡Demonios! Incluso echaba de menos a Nawar. Y sobretodo echaba de menos ser de utilidad para alguien.

Se había depertado sintiendose mejor y, después de asegurarse que se acababa su comida, Salman le había dado permiso para salir de su habitación mientras él se encargaba de su tareas. Pensó en bajar a las cocinas, saludar a Noaín, pero se confundió de pasillo y cuando quiso darse cuenta estaba en el ala opuesta del palacio buscando alguna puerta que diera a alguna sala conocida.

No la halló. En su lugar encontró unas escaleras que subían y las siguió. Pronto se vio en una espaciosa terraza, en lo alto de una de las torres, desde donde se dominaba gran parte de bosque y el valle que se abría más allá del castillo. Hacía buena tarde y el sol aún iba a tardar en ponerse. El verano acababa de empezar y pronto las temperaturas empezarían a subir y las lluvias que les habían estado acompañando en los últimos días se harían más y más escasas durante un mes o dos. Pero en ese momento la temperatura era pefecta en lo alto de la torre y Haze se permitió cerrar los ojos y dejar la mente en blanco por un segundo. Se le daba bastante bien no pensar en nada, llevaba muchos años de práctica a la espalda.

De todos modos, era más fácil unos meses atras.

Pronto la brisa le produjo un escalofrío y se acordó de Zealor y de su interés por el muchacho. Recordó el hacha de metal y la insinuación de Nawar de que la muerte de sus padres no había sido accidental.

Abrió los ojos y miró al horizonte, al punto lejano donde las tierras de los humanos empezaban y deseó que encontraran a su sobrino sano y salvo, y a la vez deseó que no lo encontraran nunca, que el chico hubiera regresado a su casa, lejos de las garras de Zealor, donde ningun miembro de su estropeada familia pudiera herirle nunca más.

Se agachó y buscó alguna piedra que estuviera suelta.

“¿Sabes que día fue ayer, muchacho?” Le había preguntado Salman al traerle junto con la comida algunas galletas de las que solía hacer Noaín.

Claro que lo sabía. No con exactitud, pero sí a grosso modo. Nunca había dejado de contar realmente. Nunca se dejaba de contar. Era un hábito demasiado arraigado.

“68 años y sigo con vida.” Gravó en una esquina.

-Feliz cumpleaños, Haze -murmuró y lanzó la piedra con toda la fuerza que el dolor le permitió.

¡Mierda! ¿Por qué no le habían dejado morir? ¿Por qué habían tenido que complicarlo todo de ese modo por salvarle a él?

Formuló para sí mismo el amargo deseo de cumpleaños de que Zealor resbalara al salir de la bañera y pudieran por fin librarse de él. Hacía tiempo que sabía que ese deseo de cumpleaños no se cumplía por más que lo repitiera, pero no perdía nada intentándolo.


sábado, 19 de diciembre de 2009

segunda parte, capítulo trigésimo primero







Estaban aún en la puerta observando como partían Nawar y la humana cuando Dhan Hund dijo:

-Alteza, tenemos que hablar.

Faris guió al pelirrojo hacia su despacho intuyendo de qué querría hablar. Era lógico y completamente comprensible. Lo mínimo que se podía esperar de Hund por como lo había descrito Nawar era que le pidiera sin rodeos que pusiera a alguno de sus hombres al cargo de la seguridad de su familia. Por eso, porque creía saber de lo que iba a hablarle el elfo, le sorprendió hacia donde se dirigió al conversación.

-¿Cuántos elfos tenéis en vuestro grupo? -preguntó tan pronto se hubieron sentado alrededor de la mesa de su despacho.

-Suficientes -al joven no le gustó lo abruto de la preguntó y optó por ponerse a la defensiva.

-¿Suficientes? -Pareció meditar la respuesta-. ¿Suficientes para qué?

-Para lo que tenga que ser.

El pelirrojó suspiró, mirandole con preocupación sincera en sus ojos azules.

-No pretendo ser irrespetuoso, Alteza, pero nosotros también jugamos en nuestro momentoa ser rebeldes al orden establecido y no salió bien.

-¿Créeis que juego? -Su desfachatez costaba de creer.

-Creó que no os dais cuenta de que lo hacéis y lo que temo es que no os daréis cuenta hasta que la cosa se ponga fea. Y Zealor Yahir no juega, no lo ha hecho nunca.

Faris se puso en pie, malhumorado.

-Sé que creéis que vuestra experiencia puede compararse a lo que estoy haciendo, maese Hund, pero no tiene nada que ver. ¿Cuantos érais en vuestro grupo? ¿Cuatro? ¿Cinco?

-Seis, contando a Sarai.

-Sólo mis redes de comunicación duplican esa cifra -dijo con altivez.

Hund sonrió.

-Y aún así... -alzó las manos, pidiendo paz-. No pretendo desanimaros. Nada más lejos de mi intención, pero si pretendemos sobrevivir esta vez más nos vale no confiarnos. Haze es una buena baza, pero tal vez no sepa tantas cosas del Qiam como creemos, o tal vez lo que sepa no pueda usarse sin pruebas. Vamos a necesitar a toda la gente que podamos reunir.

-Por eso he mandado a Nawar a por el chico.

-Necesitaremos algo más que a un muchacho testarudo que no sabe lo que quiere ni a quien, Alteza.

-Entonces, ¿estás pensando en tu familia?

Ahora sí, Dhan Hund rió.

-Oh, no. Layla me mataría si la arrastro a algo así. Mi mujer está más segura en casa y yo estoy más seguro aquí.

Faris sonrió a su pesar aunque estaba perplejo. Si no hablaba del medioelfo ni de su familia y la noche anterior había dejado claro que no podían contar con jaron Yahir, ¿entonces quien?

-Vos lo habéis dicho antes, alteza, no éramos un grupo grande, pero éramos un grupo entusiasta. Si pudiese contactar con ellos...

Faris se relajó. Así que era eso. No le parecía mal, francamente. Al fin y al cabo Hund tenían razón. Cuantos más fueran, mejor preparados estarían.

-Me parece buena idea -admitió-. Si tuviera sus nombres, por eso, podría decirte si ya forman parte de mi grupo o no -intentadoque el elfo no olvidara lo gran de que era su red de contactos.

-No, no creo. Pusimos especial cuidado en ocultar bien nuestro odio al Qiam. Además, enviaríasi a alguien ha hablar con ellos y no es recomendable. El tiempo nos convirtió a todos en paranoicos y tus hombres no serían bien recibidos.

Esta vez le tocó a Faris sonreir con sorna.

-Pues a mi no me parece sensato que vayáis vos en persona cuando todo la Nación os busca, Maese Hund.

Dhan le devolvió la sonrisa, está vez con un deje de admiración.

-¿Y cómo sabéis que iba a pronoper eso?

-Creo que empiezo a ver cómo habéis llegado a la situación actual -El joven príncipe se sentó de nuevo, dándose por vencido-. ¿Aceptaríais al menos que uno de mis hombres de confianza os acompañara?

-¿Se parecen todo vuestros hombres a Nawar?

El príncipe rió con ganas.

-Me temo que Nawar Ceorl es único.

-Entonces, Alteza, no tengo inconveniente alguno en la compañía.

Y así fue como se decidió que Dhan Hund también partiría de la seguridad de la residencia real.

domingo, 13 de diciembre de 2009

segunda parte, capítulo trigésimo primero




Bas'il los condujo hasta una sala que se le antojó a Layla una mezcla entre una sala de recepciones y una biblioteca. Tenía el tamaño y disposición de la primera, pero sus paredes estaban cubuiertas de estanterías y libros. La elfa nunca había visto tanto conocimiento junto.

Su anfitrión les indicó que se sentaran alrededor de una de las mesas mientras él se acercaba a un mueble y sacaba unas copas y una botella de licor. Sus ojos no dejaban de observar a Yahir, como tratando de asegurarse de que no era un fantasma. O tal vez sólo intentaba acostumbrarse a su aspecto, aunque Layla sabía que eso era imposible. Ella llevaba días con él y aún le costaba mirarle directamente a los ojos.

Aprovechó la pausa para quitarse la capa, pues empezaba a tener calor.

-Layla Hund, claro -dijo su anfitrión minetras dejaba una copa delante suyo-. Debí haber imaginado que estaríais vos bajo la capucha.

-Tan lejos ha llegado la noticia de mi fuga?

-Cuando al Quiam le interesa, mi señora, las noticias vuelan.

Layla sonrió, admintiendo la verdad en ello.

-Confieso que no salgo d emi asombro -continuó el señor de Dheireadh mientras se sentaba junto a ellos-. Sabía que ocurría algo pero nunca imaginé que... ¡Por mi alma que esto es increíble de veras! ¡Tienes que contarmelo todo!

-No hay mucho que contar. Nos separamos, me escondi, Zealor me quemó vivo...

-¡Oh, vamos! Esa es la parte que todos conocemos. Todos estos años... ¿Qué has estado haciendo?

Jaron alzó la copa y bebió. Se humedeció los labios, ceñudo, y Layla creyó que iba a responder, pero se equivocaba.

-¿No se puso Dhan en contacto contigo? -Preguntó a su vez.

Bas¡il pareció sorprendido por la pregunta, tal vez porque esperaba una respuesta.

-Hace un par de semana -admitió-. Me llegó una carta. Confieso que me sorprendió. Sí que es cierto que al principio habíamos intentado mantener el contacto, pero después de que el futuro Qiam te ofreciera un funeral ofcial por todo lo alto nos desanimamos. Dhan nos convenció de que lo mejor era dejarlo, que ya no había causa y que era peligroso. Tres personas habían muerto, o al menos eso creíamos -añadió en tono más jocoso que acusador, pero definitivamente dolido-. Nos convencimos que lo mejor era guardar las distancias un tiempo. Desde entonces dejamos de reunirnos y fingimo sser solo viejos conocidos para la Sociedad. Sólo un viejo cabo saludando al que fue su cadete en sus tiempos de juventud. Ni siquiera me permití asistir a vuestra boda -le dedicó a Layla una sonrisa triste-. Ya veis, señora, cuan asustados estábamos.

-Fue lo mejor -opinó Jaron.

-No sé. Si Dhan nos hubiera dicho que seguías vivo...

-¿Qué te dijo Dhan en su carta? -Yahir volvió a cambair de tema.

-Poco. Decía que debíamos reunirnos, que estuviera preparado, que pronto me diría el día y el lugar. Estuve días espernado otra nota y de repente... Cuando me llegó el anuncio de que Dhan Hund había tricionado al Qiam rescatando a haze Yahir supe que tenía que ver con la extrña carta. Y francamente, no entiendo nada. Después de que nos traicionara Dhan ni siquiera pronunciaba el nombre de tu hermano menor. ¿Qué hacía Dhan arriesgandose de ese modo por él? ¿y donde había estado haze todo este tiempo?

-Estaba prisionero de los humanos, o al menos es lo que contó -le aclaró Layla en vista de que Jaron no parecía ir a abrir la boca.

El elfo del rostro quemado gruñó, peor no añadió nada más, ni para bien ni para mal, y se hizo un silencio incómodo. Bas'il acabó el contenido de su copa y se sirvió una segunda antes de carraspear.

-Entonces, ¿venía por la carta de Dhan? Ha llegado el momento de ponerse en marcha de nuevo.

Jaron ladró una carcajada.

-¿De nuevo? Nunca estuvimos en marcha. No realmente.

-Ya sabes a qué me refiero. Lo qe sea que estéis preparando, contad conmigo.

-No estamso preparando nada -jaron frnó el entusiasmo d esu antiguo amigo antes de que pudiera exaltarse-. Tal vez Dhan sí tenía intención de intentar algo. No lño sé. La verdad es que contactaros fue idea suya, como fue idea suya echarlo todo a perder pro rescatar a mi hermano. Ahora ya es imposible hacer nada.

-Pero, ¿entonces?

Layla entendío la frustración de Bas'il. Entonces, ¿a qué has venido? ¿Porqué has llenaod mi casa de fantasmas si no quieres nada d emi?

-Layla -fue la respuesta de Yahir-. No puede regresar a su casa y necesita un lugar donde esconderse.

-Además, es posible que Dhan se ponga en contacto contigo de nuevo.

-¿No sabéis donde está?

La elfa negó con la cabeza y bas'il entendió parte de la situación. Sólo parte, se veía en su ceño fruncido que lo que no se le estaba contando era mucho. Layla trataría de rellenar los huecos con lo que Alania le había contado cuando no estuviera Yahir. Por el momento, sólo podía esperar que el elfo le dejara quedarse.

-Entiendo -dijo finalmente-. Por supuesto que os podéis quedar, mi señora. ¿Y vuestra hija? Podíasi haberla traido con vos.

-¿Alania? no. Preferí dejarla al cargo de los vecinos. Es posibel que ahora mismo esté enfadada conmigo, pero era lo mejor.

El rostro del elfo se ensombreció. Su expresión en parte confusa y en parte preocupoada le dio a entender que algo iba mal. La elfa sintió un nudo en el estómago. ¿Qué pasaba con su niña?

-¿No escapó contigo?

-¡Claro que no! No podía condenarla a esta vida a ella también.

Bas'il se puso en pie, evidentemente nervioso. paseó por la sala antes de detenerse de nuevo frente a ellos con una expresión de sincera preocupación en el rostro.


-layla, el Qiam tambiñen la busca.

-¿Qué?

-También escapó. Pensaba que...

Le hubiera gustado creer que bromeaba, peor era evidente que no. No era una broma. Alania se había escapado. Si la conocía, ni siquiera había esperado a que ella estuviera muy lejos.

-Hemos de volver a fasqaid -Layla se puso en pie, tomando su capa y empezando a abrocharla.

-¿Fasqaid?

-Es donde habá ido. Era la única pista que teníamos.

-No podemos volver allí, sabes que no hay nada.

-Pero ella no lo sabe.

-Se razonable -Yahir trató de calmarla-. A estas alturas ya debe de haberlo descubierto.

-¿Qué me estas pidiendo? ¿Que haga como tu y le de la espalda a lso míos para salvar mi vida? Es mi hija!! Que a ti no te importe el destino de tu propio hijo no quier decir que yo vaya a abandonar a mi niña.

-¿Hijo? ¿Sarai llegó a tener el bebe?

Jaron dio un golpe a la mesa, poniendose en pie él a su vez.

-Estas hablado más de la cuenta, mujer.

-¿Porqué? ¿Acaso es un secreto que eres un cobarde?

La expresión del elfo le dio miedo en ese momento. No estaba segura de qué hubeira ocurrido si hubiesen estado a solas. Por suerte, Bas'il estaba allí y Jaron se volvió un momento hacia su antiguo instructor antes de volverse de nuevo hacia ella y hablar.

-Yo ya he cumplido mi parte -le dijo-. Si tu quieres suicidarte buscando a esa mocosa, ya no es cosa mía.

-¿Vas a irte? -Bas'il parecía querer preguntar mil cosas pero el elfo era suficientemente sabio para intuir que no era el momento.

El elocuente silencio de Jaron lo dijo por todo por ellos. Se iría. Le daba igual Alania, Dhan o cualquiera que no fuera él. le odió en ese momento, le odió profundamente por todo lo que su marido había hecho por él y lo mucho que eso le había quitado a ella. Y deseó que se fuera para no verle más, pues entendió finalmente que no era precisamente su rostro lo que el fuego había calcinado y deformado y no estaba muy segura de querer averiguar hasta que punto se había malogrado su alma.


jueves, 3 de diciembre de 2009

segunda parte, capítulo trigésimo






Conocía el lugar hacia donde Jaron Yahir la había guiado y conocía la casa a la que se habían dirigido, pero debía reconocer que no conocía esa entrada. Era la casa de Bas'il Dheireadh, en Cóign'ear, antiguo conocido de su marido, con un pie en el ejército y otro en el consejo, al que no veía desde hacía casi cinco años, pero era la primera vez en toda su vida que utilizaba una entrada de servicio. Aún así Layla Hund se dejó conducir por el elfo de la cara quemada al que había creído muerto durante 67 años, feliz de saber que habían llegado a su destino. No sólo estaba agotada y decepcionada, si no que los dos últimos días de viaje había sido largos y tediosos. La compañía de Jaron ya no era como ella la recordaba. El elfo que ella conociera tal vez no era el más jovial de los mortales, pero era agradable al trato, simpático e ingenioso. Ahora sin embargo no sólo era hosco y taciturno, sino que además era amargo y desagradable. Había intentado conversar con él, saber qué había de verdad en todo lo que le había contado Alania, pero no había conseguido arrancarle más que gruñidos y sarcasmos.

Así que cuando llamaron a la puerta trasera de la casa de los Dheireadh se sintió terriblemente aliviada ante la prespectiva de librarse de su compañía.

La criada que abrió no esperaba la horrible visión del rostro de Jaron y palideció, pero supo mantenerse en su lugar y no salir corriendo, que era lo que cualquiera deseaba hacer la primera vez que veía a Yahir.

-¿Está tu señor? -Preguntó éste mientras bajaba su capucha como si no hubiera reparado en la reacción de la elfa.

-¿Qui-Quien pregunta por él?

-Un viejo amigo.

La mujer asintió y la puerta se cerró. Hubo algún cuchicheo tras ella antes de que se abriera y apareciera esta vez un criado. Parecían haber decidido que Yahir podía ser peligroso. No les culpaba.

-Pasen, por favor.

Layla no dejó de notar que a pesar de la cortesía no les hacían entrar más allá de la cocina. El elfo que les había franqueado el paso les observaba con recelo mientras una de las criadas les indicaba que se sentaran. Fue a cogerles las capas, y Layla iba a deshacerese de su capucha gustosa, pero un gesto de Yahir se lo impidió.

-Estamos bien, gracias. Sólo avisa a tu señor.

Layla se dejó caer en una silla junto a él.

-No hacía falta ser grosero -le susurró.

-Estoy desfigurado y muerto, nadie me va a buscar o reconocer, pero tu cara debe de estar en todos los mercados -fue su respuesta, desdeñosa y fría-. No te quites la capucha hasta que veamos a Bas'il.

-Oh -fue todo cuanto acertó a decir. Con otra persona, en otras circunstancias, se hubiera disculpado, pero algo en las maneras de Jaron le impidió hacerlo.

De modo que se quedó allí sentada con la capucha puesta en contra de todas las normas de buena educación, como si en lugar de la cocina de una casa decente fuera una taberna cualquiera, a la espera de que el señor de la casa se dignara a bajar.

Las dudas que no la habían abandonado del todo en ningún momento la asaltaron de nuevo durante la espera. ¿Y si Jaron se equivocaba y Bas'il no estaba de su parte? En lo poco que había dicho al respecto, Yahir había asegurado que el elfo había conocido a su esposa humana hacía años y que era de los suyos, pero ¿y si el tiempo le había cambiado? No veía al señor de Dheireadh desde hacía cinco años, ¡y había sido en un acto oficial! Su marido y él no habían dado grandes muestras de conocerse. Tal vez era cierto que hacía años habían formado parte del mismo grupo, pero... ¿y si Bas'il se había acomodado como les había sucedido a tantos?

No se dio cuenta de lo tensa que estaba en realidad hasta que la puerta de la cocina se abrió, provocándole un respingo.

Bas'il Dheireadh entró en la cocina, el ceño fruncido sobre sus ojos verdes. Les miró, aún sin entender nada, y se plantó ante Jaron.

-¿Quien se dice amigo mío y llama a mi puerta de servicio exigiendo mi presencia?

Jaron se puso en pie y Layla creyó ver algo parecido a una sonrisa en sus ojos violeta. La dura linea que eran sus labios se relajó al hablar.

-Sé que han pasado unos años y que tu pelo está más blanco que la última vez, pero no pensé que estuvieras tan viejo que no me reconocerías.

El elfo, que ciertamente era algo mayor que ellos y ya mostraba algunas canas en su cabello castaño, abrió los ojos con sorpresa al oir la voz y se sujetó a una de las sillas, como buscando estabilidad.

-¡Por todos los...! Creí... Creimos...

Y de repente abrazó a Jaron y esté le devolvió el abrazo. Ésto sorprendió a Layla aún más que su sonrisa.

-Cuando oí lo de tu hermano y lo de Dhan... -Bas'il se separó de él, una mueca incrédula pintada en sus labios-. Debí haberlo imaginado. Pero como iba...

Jaron perdió el gesto afable del rostro tan deprisa que la elfa creyó haberlo imaginado. Miró de soslayo a los criados, que fingían dedicarse a sus labores.

-Aquí no. Vamos a un lugar más privado.

-Por supuesto -su anfitrión les señaló la puerta aún con ese gesto de incredulidad en los ojos-. Hay tantas cosas que tienes que contarme... Sarai, ¿ella también...?

-Aquí no -insistió Yahir y Layla entendió perfectamente que quería decir: “aquí no ni en ningún otro lugar”, pero Bas'il aún no llevaba sufciente tiempo con él como para haberse dado cuenta de que el Jaron al que acababa de abrazar no era el Jaron que él recordaba.

Ya se daría cuenta. Y si empezaba a preguntarle por su esposa muerta eso iba a suceder más pronto que tarde.

sábado, 28 de noviembre de 2009

segunda parte, capítulo vigésimo noveno





Cuando dieron la orden de recoger las tiendas y desmontar el campamento supo Jaron que debía empezar a moverse. Escabullirse mientras todos los militares del príncipe de Meanley estaban vigilándolos de sol a sol hubiera sido un suicidio, pero en cuanto tuvieran que ponerse en marcha tendrían demasiado que hacer como para controlarlos a todos ellos.

Jaron se despertó esa mañana con la determinación de aprovechar la más pequeña distracción para intentar escapar. La gente iba arrriba y abajo, desmontando tiendas, cargando carros y preparándose para la incierta marcha. Nadie le prestaba más atención de la debida. Si aprovechaba la hora del almuerzo para cuando alguien le echara de menos ya sería demasiado tarde.

Al menos esa era la idea que el muchacho había ido forjando en las primeras horas de la mañana. Y lo hubiera hecho, aunque no contar con Miekel le hiciera sentir culpable, aunque fuera peligroso, aunque no estuviera muy seguro de como iba a llegar hasta el lugar llamado Fasqaid ni como iba a ser recibido. De veras que hubiera escapado de allí y hubiera corrido durante días de ser necesario si la visita a sus tropas del príncipe de Meanley no hubiera cambiado sus planes.

Él y otros muchacho estaban acabando de doblar una lona cuando uno d elo hombres de Meanley vino a buscarles y a apremiarles para que se reunieran con el resto.

-Su Alteza va a dirigiros unas palabras -consiguió arrancarle uno de los muchachos más mayores mientras eran conducidos al lugar donde estaban conducidos el resto de los hombres.

¿Su Alteza? Jaron tardó un poco en darse cuenta de que su alteza era Jacob de Meanley, el padre de Mireah y el humano que le había reconocido como elfo tan sólo oir su nombre.

¡Maldición! Jaron se caló más el sombrero que nunca se quitaba en presencia de los demás y bajó la cabeza, fijando la vista en sus pies, esperando que les dejaran quedarse en una discreta última fila.

Por encima de la cabeza de los humanos vio la figura del príncipe, montado a caballo, grave y severo.

-¡El príncipe en persona! -Dijo Miekel llegando junto a él-. Esto se pone feo.

Jaron se guardó de decirle al novicio que no sabía bien cuan feo se podía llegar a poner, pero agradeció su presencia. El humano era más grande que él y podía usarlo de parapeto para pasar desapercibido.

A su alrededor los murmullos empezaban a decrecer a medida que los hombres del príncipe mandaban a callar a sus tropas. Cuando todo sonido hubo muerto, Jacob de Meanley empezó a hablar:

-Sé que muchos de vosotros creéis que he enloquecido y que en mi locura he arrastrado a nuestro rey. A todos esos les pido paciencia, pronto veréis que no persigo quimeras y leyendas, que los elfos son tan reales como el compañero que tenéis a vuestro lado. El resto, los que sabéis que es cierto, los que habéis percibido su presencia en medio de la noche, aquellos a los que se os ha arrebatado algún familiar en el bosque, niños, mujeres… A esos os pido fuerza, que no desfallezcáis. La tarea que nos espera es demasiado grande para fracasar. No os preocupéis, no lo haremos. Tal vez el demonio esté de su parte, pero Dios está de la nuestra.

El príncipe tiró de las riendas de su caballo, que se agitaba inquieto al alzar éste ligeramente la voz.

Jacob continuó hablando, pero Jaron hubiera preferido no escucharle. Siguió enardeciendo a sus hombres a golpe de mentiras acerca de los elfos, hilvanando atrocidades, una detrás de otra, y falsas acusaciones que el medioelfo escuchó sin poder protestar. Medio escondido detrás de Miekel, con la gorra bien calada y la cabeza gacha, era muy consciente que ahora más que nunca debía se invisible, así que ni siquiera alzó la vista para ver qué efecto tenían las palabras de Meanley en su auditorio.

-Sabéis que no hablo por hablar –continuó el humano con su voz atronadora-. La casa de Meanley no ha quedado eximida de la maldición de esas criaturas. Todos conocéis la historia de Sarai. Embrujada, apartada de los suyos, una princesa joven y hermosa que desapareció una noche y nunca se la volvió a ver.

La mención de su madre y el codazo que le propinó Miekel le hicieron alzar la cabeza por fin.

-¿No era ese el nombre de tu madre? –susurró el novicio cuando le miró interrogante y algo enfadado por el golpe.

-Puede ser casualidad –probó, aún reacio a compartir la verdad.

-Sí, claro. ¿Secuestrada por los elfos? Tal vez huía de ellos cuando llegó a la abadía –insistió.

-Chist. No me dejas escuchar.

Y se volvió hacia Jacob de Meanley, realmente interesado en lo que estaba contando. Sabía por Mireah que el nonbre de Sarai había estado casi prohibido en el principado, que su historia no se contaba, y que si se hacía se acusaba a su madre de brujería y herejía. Y sin embargo ahí estaba el príncipe, hablando de como los elfos había secuestrado a la hermosa Sarai para no devolverla jamás.

Claro que su sorpresa fue aún mayor cuando Jacob añadió a Mireah a su discurso y habló de que la historia se repetía, que había llegado el momento de hacer algo en contra de los elfos y que eran afortunados de formar parte del grupoq eu iba a cambiar la historia y devolver la gloria al principado de Meanley.

El príncipe acabó su arenga y sus hombres vitorearon. Algunos convencidos, algunos contagiados por el ambiente, otros tal vez simplemente asustados pos las conseqüencias. Pero fuera por el motivo que fuese, los brazos se alzaron y las armas repicaron contra los escudos. Meanley asintió, complacido, y dio algún tipo de orden a sus hombres, que empezaron a dispersar al grupo devolviendo cada cual a sus quehaceres.

Jaron lo observó a alejarse en compañía de sus soldados de más alto rango preguntándose qué debía de tener en mente. ¿Sabía Zealor que el príncipe de Meanley estaba a punto de enviar un ejército contra la Nación o le había traicionado el humano?

Miekel le tocó el hombro y le devolvió a la realidad.

-Hemos de volver al trabajo.

Jaron asintió, aún un poco ausente, pero el humano no lo notó. O eso pensaba Jaron, porque tan pronto se puso todo el munco en marcha el novicio le tomó del brazo y le obligó a quedarse un poc atrás.

-¿Por qué no me cuentas qué pasa para que pueda ayudarte?

-¿Qué? ¿De qué hablas?

-¿Crees que no me he dado cuenta? Prácticamente te has escondido tras de mí para que Jacob no te viera.

-Odia a los elfos. ¿Crees que quiero llamar su atención?

Miekel hizo un mohín, no le creía, pero no se le ocurría ningún argumento contra eso.

-Sabes que estoy de tu parte, ¿verdad?

-Eso dices.

-Rodwell me envió para ayudarte -el humano sonaba dolido.

Jaron se mordió el labio por dentro. Sabía que Miekel tenía razón. Mientras le ocultara cosas no podría ayudarle, pero una parte de sí no se fiaba de él aún.

No, mentira.

Una parte de sí no quería fiarse de nadie nunca más.

-Pues entonces ayúdame a doblar las tiendas. Esa lona pesa toneladas.

Y siguió andando en dirección al grupo. Esperaba que Miekel se diera por aludido y no insistiera. No quería ponerse en contra del único posible vínculo con la abadía. Al fin y al cabo, que no se fiara de él no quería decir que no fuera agradable tener con quien hablar de vez en cuando.



domingo, 22 de noviembre de 2009

segunda parte, capítulo vigésimo octavo





Mireah se había sentado junto a él en la cama y le tomaba las manos mientras que Nawar y Dhan se quedaron un poco atrás. Haze agradeció que todos se hubiesen abstenido de abrazarle mientras les explicaba que el doctor acababa de recolocar su brazo, intentando que la anécdota sonara más divertida que dolorosa. En realidad se sentía demasiado cansado para tanto alboroto, pero no sabía muy bien como negarse a sus atenciones. Además, tener sus manos entre las de Mireah era tan agradable…

-Debiste avisarnos de que te dolía –le riñó la princesa acariciando su frente.

-No quería molestar –fue su respuesta.

Era mentira, y sus miradas de preocupación y sus sonrisas de indulgencia le hacían sentir aún más miserable, pero era preferible dejarles creer que era mejor persona de lo que en realidad era que confesar que simplemente había perdido la costumbre de quejarse, que hacía demasiados años ya había decidido que no iba a volver a llorar ni a quejarse de dolor, que no servía más que para recibir más dolor. Una costumbre de cincuenta años es difícil de perder, pero no lo hubieran entendido y hubiera generado protestas y preguntas a las que no tenía ganas de responder.

Por suerte para él la puerta se abrió en ese momento, dejando entrar al príncipe Faris. Era un muchacho serio, de eso se había dado cuenta a los pocos minutos de conocerle, pero ahora se mostraba más serio de lo habitual. Un gesto suyo y el criado, que había acabado de vendar la espalda de Haze y se encontraba recogiendo las gasas empapadas en sangre, salió de la habitación con una inclinación.

-Sentaos, por favor -ofreció a Nawar y Dhan, y ambos acercaron sendas sillas. El príncipe, sin embargo, permaneció en pie -Espero que hayáis dormido bien -dijo cuando estuvieron acomodados-. Ciertamente, se os ve más descansados.

-Hemos dormido muy bien, Alteza -respondió Dhan-. Vuestra hositalidad ha sido un honor inesperado.

-Una bendición -añadió Mireah.

-Mi hogar es vuestro hogar mientras dure este desafortunado asunto -el joven elfo se veía incómodo, o al menos eso le pareció a Haze. Posiblemente se movía bien en los eventos públicos y en el trato con sus hombres, pero ellos no eran ni lo uno ni lo otro y no sabía muy bien como actuar. Carraspeó-Supongo que Nawar os ha puesto al día de porqué estáis aquí.

-Pensáis utilizarnos para derrocar a mi hermano –Haze lo dijo casi sin pensar y se preguntó si el sueño que poco a poco se estaba apoderando de él estaba anulando sus ya de por si escasas dotes sociales.

Una ceja alzada por parte del príncipe, un pellizco en la pierna por parte de la princesa le indicaron que posiblemente así era.

-Bueno, es un resumen algo más crudo del que yo hubiera hecho -el muchacho carraspeó de nuevo, pasando una mano por su corto cabello-, pero sí, creo que podéis poseer información útil al respecto de Zealor Yahir. Me gustaría que Maese Yahir me contara todo lo que sabe de su hermano.

-Puede llevarnos un rato, Alteza

-Lo imagino -logró por fin arrancar una sonrisa del joven-, y por lo que Na’im ha dicho no va a poder ser esta mañana.

-¿Por qué no? -Quiso saber Mireah.

-Me han dado un calmante y no tardaré en quedarme dormido, me temo.

-¿Otra vez? -la humana hizo un mohín.

-El médico me ha preescrito descanso y tranqulidad -trató de bromear para aliviar la preocupada frente de la joven.

-Descanso y tranquilidad... -repitió Nawar, burlón, mientras se recostaba en su silla-. No nos va a venir mal.

-Na'im sólo lo ha recomendado para Maese Yahir -le recordó Faris.

-¿Qué? ¡No! ¡Acabamos de llegar! -Pretestó Nawar, que sin duda conocía al príncipe mejor que los demás y entendió antes que ellos a donde quería ir a parar.

-Y has podido comer y descansar.

-¡No es justo!

El príncipe ladeó la cabeza, alzando la misma ceja que alzara antes.

-Tengo una misión para ti -dijo finalmente-. Quiero que me traigas al muchacho medioelfo.

Hubo un corto silencio lleno de sorpresa. Ninguno de ellos se esperaba que el príncipe fuer aa estar interesado también en el chico.

Nawar se apresuró a romperlo.

-¿Qué traiga a Jaron? ¡Pero si puede estar en cualquier sitio!

-No me importa -Faris fue tajante-. Dejar que el chico se fuera fue una estupidez por tu parte y es responsabilidad tuya recuperarlo.

Haze no pudo evitar notar que el príncipe abandonaba las formalidades cuando hablaba con Nawar. Era más autoritario, pero también más cercano, como si con Nawar no necesitara tantos circunloquios para llegar al asunto. Por supuesto, conociendo al joven Ceorl éste no debía de haber notado más que el tono autoritario de su señor y refunfuñaría por las esquinas para cualquiera que quisiera escucharle.

-Pues ya me diréis como voy a encontrarle después de una semana… -masculló.

-Es tu problema, no el nuestro.

-Yo puedo ayudarte –se ofreció Mireah.

-¿Vos?

-¡No! –protestó Haze antes de que la princesa pudiera contestar- Ni hablar.

-Oh, vamos -Mireah apretó sus manso como si así fuera a hacerle entrar en razón-. Si hemos de entrar en tierras de humanos, Nawar estará más seguro conmigo.

-¿Tierras de humanos? No tengo ninguna intención de adentrarme en tierras de humanos.

-Entrarás donde haga falta.

-Mireah, si vas de nuevo a tierras de humanos, tu padre… -Haze decidió ignorar a Faris y a Nawar e intentó hacer entrar en razón a su princesa.

-Puedo evitar las tierras de mi padre -Mireah le interrumpió- como estoy segura que Jaron las habrá evitado también. Sé donde queda su abadía. Sabes que tengo razón. Si Nawar va solo no tiene ninguna posibilidad. Y hemos de encontrar a Jaron antes de que le pase nada.

Haze suspiró. Por supuesto que sabía que tenía razón, pero eso no quería decir que le gustara la situación, sólo que no se le ocurrían argumentos en contra. O tal vez era simplemente que le costaba mantener los ojos abiertos. No se sentía con ánimos para discutir.

-Esta bien, pero si tu vas yo también voy.

-Eso sí que no.

-No voy a perderte de vista. No otra vez.

-Tienes que descansar -insitió la humana, suplicante.

-Su Alteza tiene razón, Maese Yahir. Vos no podéis acompañarles, estáis demasiado débil.

Haze se volvió hacia el príncipe. Hubiera querido decirle que él no era uno de sus soldaditos para que le diera órdenes aquí o allá, pero en el fondo sabía que tenía razón. Mireah tenía razón. Y Na'im, el médico, también tenía razón. Si iba con ellos se convertiría de nuevo en una carga y su debilidad podía costarles la vida. Además, sabía que Mireah estaba muerta de preocupación por Jaron. Y la verdad era que él también.
En pocas semanas se había acostumbrado a tenerle cerca y a pesar de seguir creyendo que el chico estaba mejor sin él ahora no podía dejar de pensar en todo lo malo que podría ocurrirle. Pero dejar que ella se fuera sin saber qué iba a encontrar... ¿Y si tampoco regresaba? ¿Y si la perdía como lo había perdido todo?

¡Demonios! Tenía tanto sueño...

-¿Podemos discutirlo luego? -Pidió, llegvándose una mano a la cabeza. No se dió cuenta que era el brazo derecho hasta que un ligero dolor en la espalda se lo recordó-. Creo que... creo que la droga ya está haciendo efecto.

-Claro que sí, amor, lo discutiremos luego -le dijo Mireah ayudándolo a acostarse y acariciando su frente.

Oyó ruido de sillas y supo que Nawar y Dhan se habían puesto en pie. Supo sin lugar a dudas que ellos se retirarían antes que Mireah, que le darían a su princesa un poco de tiempo a solas con él. Al fin y al cabo, ella iba a irse mientras él dormía, lo había presentido en su voz.

Quiso tomar su mano bien fuerte, asegurarse que no podría irse sin él, pero tan pronto como cerró los ojos supo que no aguantaría más que unos segundos más despierto.

"No me dejes, princesa" quiso decirle, lo pensó con toda claridad, pero nunca pudo saber si las palabras habían salido de sus labios.


sábado, 14 de noviembre de 2009

INTERLUDIO 1: Y que cumplas muchos más.

Era su cumpleaños, o al menos era el día que él creía que era su cumpleaños. Estaba seguro de no estar demasiado confundido al respecto, pero siempre cabía la posibilidad de que se hubiera descontado por un día o dos. Fuera como fuese, era la semana de su cumpleaños y el muchacho la marcó en la piedra con una raya más gruesa que las demás, como hacía cada año para no olvidarlo.

El chico se separó un poco de la pared, apartando el largo flequillo de delante de sus ojos mientras observaba su obra y calculaba el espacio que le quedaba. Una de las paredes ya estaba completamente llena de rallotes y garabatos, pero aún le quedaban dos paredes y media libres. Aún tenía espacio para al menos veinte años más.

No había empezado a contar de inmediato, esa era la verdad. No había sido hasta el segundo año cuando el miedo a perder la noción del tiempo y la cabeza le impulsaron a hacer algo con sus horas, algo más que sentarse en un rincón de su celda a esperar la comida, único indicativo de que había pasado un día más. Sacando su delgado brazo por el ventanuco ese día se había hecho con una piedra y había marcado la primera semana de muchas que habrían de venir hasta contar cincuenta y dos. “2 años y sigo con vida” Escribió el día de la quincuagésimo segunda raya, y así siguió contando, y contando, y contando, hasta el año que hacía veinte.

“20 años y sigo vivo. Ya no cuento más” había grabado mientras se mordía el labio y se tragaba las lágrimas, porque hacía al menos quince años que había decidido que no iba a llorar más. Nunca más. Y ese año había decidido que lo que no iba a hacer más era contar los días, que era demasiado deprimente.

Un año después, mientras escribía con pulso irregular “21 años. Era mentira”, casi sintió ganas de reírse de su ingenuo yo de hacía un año, que creía que iba a encontrar un modo mejor de esquivar la locura que marcar las semanas en la fría piedra de la pared.

Lo había intentado, eso había que concedérselo. Había intentado llenar el vacío escribiendo y dibujando todo aquello que no quería olvidar. Su nombre, primero el verdadero, luego el falso; la forma de las estrellas, de los árboles, de las flores, de Sarai… La bella Sarai a la que ya nunca iba a volver a ver. Su cabello negro y rizado, sus grandes ojos, su sonrisa…

La había dibujado al menos diez veces ya en diez rincones diferentes y eso era una estupidez, puesto que a ella no tenía ninguna posibilidad de olvidarla. Ninguna. Sus profesores de arte hubieran estado orgullosos de él, pues su perseverancia estaba dando sus frutos y su técnica era cada vez mejor.

Y hoy, el día que cumplía 75 años y llegaba a su mayoría de edad, el muchacho elfo repasó los rizos de su último garabato preguntándose dónde estaría ahora, qué aspecto tendría su sobrino y si su hermano le odiaba aún o si por el contrario le habría perdonado. De seguir en casa estaría preparándose para su servicio militar obligatorio, preparándose para hacerse cargo de sus obligaciones. Pero no estaba en casa y cumplir 75 años significaba exactamente lo mismo que cumplir 74, 73, 72, 71… Significaba sólo que Zealor no se había cansado aún de tenerle allí.

Oyó los pasos de los guardas y, sorprendido, dejó lo que estaba haciendo y se asomó a la puerta de su celda.

Dos hombres del príncipe llevaban a un tercero a rastras seguidos de cerca por el señor de Meanley en persona. No era el padre de Sarai. Éste hacía ya unos años que había muerto. Lo sabía porque había visto los pies de la comitiva fúnebre cuando había sido enterrado con toda la pompa que correspondía a su cargo. No, él actual Príncipe era su hermano, cuyo envejecimiento no dejaba de sorprender al chico. Tan sólo había pasado 21 años desde que lo conociera y el humano ya era un hombre de mediana edad, canoso y barbudo, con un hijo a su vez. Ninguno de los dos eran mejores personas que el difunto Príncipe de Meanley y lo demostraba el trato abusivo que estaba recibiendo el prisionero que sus hombres acaban de lanzar de malos modos a la celda contigua a la suya.

Una vez había entablado conversación con uno de los otros prisioneros, pero no fue buena idea. Cuando después de tres días el hombre fue ejecutado sólo consiguió sentirse más triste y solo cuando había creído que eso no era posible. Así que ahora no se interesaba por los demás prisioneros. Dolía menos.

De modo que, satisfecha su curiosidad, el muchacho de alejó de la puerta y se dedicó a sus quehaceres diarios, como asomarse al ventanuco e intentar adivinar qué hacían los afanosos pies que veía aquí y allá.

No era, ni mucho menos, el peor modo de pasar el día allá abajo.



viernes, 6 de noviembre de 2009

segunda parte, capítulo vigésimo séptimo





Faris observó al médico trabajar en la espalda de Haze Yahir apoyado en la puerta. Le admiraba el elfo, que apenas sí mostró alguna mueca de dolor mientras le aplicaban sus curas. Al contrario, aprovechó para devorar su almuerzo y con una sonrisa dio conversación al médico y al criado que le ayudaba.

Na'im, el médico, era otro de sus hombres, uno de los muchos que odiaban al Qiam y estaban resueltos a ayudarlo en su cruzada. Era médico de campaña y estaba acostumbrado a las urgencias. Había llegado y se había puesto manos a la obra sin rechistar. Posiblemente una vez acabado su trabajo le llenaría de preguntas y Faris esperaba tener las respuestas para cuando eso sucediera.

Por lo que Nawar le había contado, Yahir tenía apenas 120 años, pero parecía mayor. Supuso que era por las canas que surcaban ya su cabello castaño y los marcados pómulos. Además de los latigazos en su espalda, que iban sin duda a dejar marcas permanentes, podía ver que su cuerpo estaba surcado de cicatrices antiguas aquí y allá. Si lo que le había contado Nawar era cierto, y no había razón alguna para que le hubiese mentido, todo eso no era más que el fruto de sus largos años de encierro en una mazmorra humana.

Pero las demás cicatrices y señales de su cuerpo no eran nada comparadas con la que marcaba al elfo junto encima de su corazón. Era una cicatriz antigua, blanca y clara. A la luz del día se distinguía a la perfección la antigua y desusada grafía. Era una costumbre ya perdida de la que sólo se hablaba en los libros de texto y en las leyendas, hacía siglos que no se marcaba a los traidores con la esa antigua inicial, y sin embargo allí, delante de sus narices, Haze Yahir mostraba la ignominiosa marca sobre su pecho.

A pesar de que ya no se usaba cualquiera podía reconocer esa marca, por supuesto, pues algunos de los héroes de los más famosos cuentos infantiles cargaban con ella, siempre injustamente, siempre como una especie de irónica prueba de su auténtica lealtad a la Nación en contra de los intereses de los corruptos poderosos que les habían gobernado siglos atrás. Algo le decía que la marca de Yahir no era tampoco justa ni merecida, pero muy posiblemente el elfo no debía encontrarlo ni heroico ni romántico.

El médico obligando a su paciente a levantar los brazos por encima de la cabeza le trajo de vuelta a la realidad y le hizo apartar los ojos de la cicatriz.

-¿Sabes? Si no te quejas no puedo saber si duele –dijo en un tono profesional mientras ayudaba al elfo a bajar el brazo izquierdo.

-Perdona –se disculpó Yahir con una sonrisa-, es la costumbre. Prometo quejarme a partir de ahora.

-Bien, pues –el médico le tomó el brazo derecho como para levantarlo, pero Yahir le detuvo con un ademán de su mano.

-No hace falta. Duele cada vez que lo levanto por encima de la cabeza.

El médico le dedicó una mirada recriminadora por no haberlo dicho antes, pero continuó con su trabajo.

-¿Con que intensidad?

-Bueno, depende lo alto que lo levante, pero un poco más de esta altura –Yahir lo ilustró levantando el brazo apenas unos centímetros, lo justo para llevarse la comida a la boca y, tal vez, rascarse la nariz- me hace ver las estrellas.

-¿Y el izquierdo?

-Sin problemas.

El médico meditó, puso una mano en el hombro derecho de Haze y le cogió el brazo por el codo.

-Te va a doler –le avisó, moviendo el brazo.

Faris vio que Haze hacía una mueca de dolor cuando el médico echó su brazo hacia atrás, pero no dijo nada.

-Tienes que quejarte –le recordó el médico, levantando ahora el brazo hacia arriba.

-Pues ahora mismo duele como mil demonios –dijo el elfo con los dientes apretados pero sin perder el humor.

Na'im bajó el brazo y rumió, moviendo el brazo izquierdo de su paciente. Luego volvió al derecho, tanteando el hombro.

-¿Cuánto rato estuviste colgado?

-No sabría decirte –respondió Haze-. Estuve inconsciente todo el tiempo.

-Por la hora aproximada en la que fuiste rescatado –intervino Faris, hablando por primera vez desde que había entrado en la habitación-, calculo que unas tres horas.

El médico siguió toqueteando su hombro en silencio.

-Este hombro está fuera de sitio –anunció-. Tal vez deberías morder algo, porque voy a recolocarlo–añadió, metiendo la mano en su bolsa y sacando una tira de cuero que el criado se apresuró a colocar entre los dientes de Yahir.- Alteza, agradecería una mano. Sujetad el otro brazo.

Faris obedeció algo torpemente, pues no esperaba tener que participar. Entre él y el criado sujetaron a Yahir, que apenas sí gimió cuando Na'im sacó su hombro de sitio y lo volvió a colocar. Aún así el príncipe sintió como el cuerpo del elfo temblaba como una hoja una vez el doctor hubo terminado. Éste, inmutable, rebuscó en su bolsa, sacando un pequeño frasco.

-Esto te aliviará un poco el dolor.

Yahir lo tomó con manos aún temblorosas y, usando el brazo izquierdo, bebió del vial.

-Gracias.

-Dáselas a Su Alteza por despertarme a horas intempestivas -Na'im sonrió finalmente, aparentemente satisfecho de su trabajo.

-Gracias, Alteza.

Y a pesar de su cordialidad, Faris no supo interpretar su mirada. Cuando había entrado en la habitación y tanto el criado como Na'im le habían saludado, Haze Yahir le había dedicado una cortés inclinación, pero luego apenas le había prestado atención. El príncipe no sabía si era porque se sentía cohibido o si por el contrario estaría resentido por la prisa indirectamente exigida.

Incómodo, el joven carraspeó.

-¿Cómo te sientes?

-Ahora mismo, agotado. Pero bien.

-Pues espera que haga efecto la droga.

-¿Cómo lo ves, entonces? -Le preguntó Faris al médico.

-Las heridas sanarán ahora que están limpias, así como su hombro, siempre que se les conceda reposo y tranquilidad -mientras hablaba el médico iba recogiendo sus cosas, como muestra de que no iban a necesitarlas más.

-¿Reposo y tranquilidad? -Yahir rió, aparentemente divertido y el príncipe se preguntó si no estaría haciendo efecto ya el narcótico-. ¿Podríais ponerlo por escrito?

-Si de ese modo lo cumples...

-¿Puede recibir visitas? -Faris hacía rato que había oído ruido en el pasillo y eso sólo podía significar que Nawar y los demás habían acabado de desayunar.

-Si no son muy largas... No bromeaba respecto al efecto de la droga.

-Tranquilo, no lo serán.

Y el príncipe en persona abrió la puerta. Tras ella estaban Nawar y la princesa Mireah, ambos con el inocente aspecto de quien ha estado a punto de ser pillado infraganti. Dhan Hund esperaba unos pasos más atrás mientras charlaba con Salman Ceorl.

-¿Queréis pasar? –Les preguntó, dedicándole a Nawar un elocuente arqueo de sus cejas. Nunca había sido especialmente modoso, pero últimamente empezaba a pasar de castaño a oscuro.

Sus invitados se apresuraron a dedicarle una inclinación y a entrar cuando él les cedió el paso. La humana corrió a sentarse junto a Yahir, a tomarle las manos y a interesarse por su estado. El elfo le besó la frente con el mismo tranquilo ademán con el que lo hacía todo.

Faris dejó que sus compañeros hablaran con él, que se tranquilizaran acerca de su estado y que sus ánimos se relajaran mientras Na’im acababa de recoger sus aperos de médico y se despedía. Salió con él al pasillo, en parte para darle espacio a los amigos, en parte para acompañar al médico hasta la puerta y así ponerle al día, pero Na'im se le adelantó.

-¡Esa mujer no es una elfa! -dijo tan pronto la puerta se cerró tras ellos.

-Muy observador -pero Faris se maldijo por no haber preparado al médico para la sorpresa.

-¿Qué está pasando aquí? ¿Porqué alojáis en vuestro hogar a tres prófugos y a esa... criatura? -añadió finalmente con gesto de disgusto.

El príncipe le tomó del brazo y le alejó de la puerta con gesto autoritario. A pesar de ser casi cien años mayor y al menos dos veces más fuerte, Na'im entendió el gesto y obedeció.

-Esa criatura, como tú la llamas, es una princesa humana, así que habla con un poco más de respeto.

-¿Humana? Los humanos no existen, mi señor.

-Ya. Y el Qiam es infalible y vela por el bien de la Nación -Faris empezó a andar y Na'im pronto se unió a él a pesar de que en sus ojos grises podía leer lo poco que le gustaba todo ese asunto.

-Sigo sin entender dónde os estáis metiendo, Alteza, o por qué. Haze Yahir es un traidor a la Nación. No he querido decir nada delante suyo, pues al fin y al cabo es vuestro invitado, pero...

-Sin sermones -cortó Faris, que ya había tenido bastante con la reprimenda de Nawar-. Técnicamente, tú y yo también somos traidores a la Nación, querido doctor, así que un poco de solidaridad para con un colega no me parece tan fuera de lugar.

-¿Me vais a contar qué está pasando aquí?

-¿Vas a dejar de exclamarte por todo?

Cuando su médico gruñó a modo de adquiescencia, el príncipe heredero de la Nación empezó a hablar. Aprovechó bien aprovechado el tramo que aún les quedaba hasta la puerta principal, donde un criado ya estaba esperando con el caballo de Na'im ensillado y preparado para partir. para cuando el médico montaba su expresión ya no era de disgusto si no de preocupación.

-No sé si me gusta todo esto, señor.

-Nos guste o no, es lo mejor que tenemos.

Na'im frunció el ceño en desacuerdo con su señor, pero no añadió ninguna protesta más. Se limitó a ceñirse mejor la capa al cuerpo y cubrir su cabello negro con la capucha.

-Mañana vendré a ver como sigue el paciente -dijo a modo de despedida.

-Aquí seguiremos.

Una media sonrisa sin humor fue lo último que le dedicó el elfo antes de espolear a su caballo y partir.

Faris suspiró. Si había resultado tan difícil con uno de los suyos, ¿cómo iban a hablar a la Nación entera de los humanos sin que se organizase un tumulto? Iba a ser una tarea mucho más dura de lo que esa misma mañana había imaginado.



sábado, 31 de octubre de 2009

segunda parte, capítulo vigésimo sexto






Lo primero que pensó Alania al encontrar el cartel era que el grabado no le hacía justicia. Parecía una niña de 40 años y no tenía, ni mucho menos, tantas pecas. Luego se regañó a sí misma por frívola e infantil, pero aquel era su modo de superar el shock de ver su rostro y el de su madre colgados en una pared del pequeño pueblo de Nanoin’ear.

Había llegado allí tras varios días de caminar después de que por fin alguien le indicara que era el pueblo más cercano al lugar llamado Fasqaid. Y una vez allí casi le da un patatús al ver a los hombres del Qiam. Estos apenas repararon en ella. Se acercaron a la pared y colgaron un cartel con ambos grabados y su leyenda asociada:

“Layla y Alania Hund, traidoras a la nación”.

La sorpresa no se la llevó al saber que el Qiam la buscaba. Había sabido que se metía de lleno en una vida de proscrita desde el momento en que había forjado el plan para huir de Leahpenn. No, lo sorprendente fue leer que su madre también había desaparecido y que Zealor la acusaba de traición junto con ella y su padre.

Bueno, al menos su madre sí salía guapa, aunque eso era porque era la elfa más guapa de la Nación.

La muchacha se caló la gorra bien calada, alegrándose de haberse cortado el pelo cuando había tenido ocasión, a pesar de lo que le había costado en su momento tomar la decisión. Por una vez ser un chicarrón iba a servir para algo.

No acababa de entender qué pintaba su madre en todo eso. ¿Habría salido a buscarla al regresar y ver que no estaba en casa? ¿La habría proscrito el Qiam para castigarla a ella? Al fin y al cabo, esa era la amenaza velada de su visita hacía una semana. Si ella colaboraba, todo iría bien. Pero no había colaborado, ¿verdad? Y Zealor Yahir había incluido a su madre en el castigo, para ejemplarizar.

Con el corazón encogido por la culpa y la preocupación, la elfa se apartó de la pared y caminó hasta la plaza. Allí se sentó en un banco y fingió estar anudando de nuevo los cordones de sus botas mientras escuchaba las conversaciones a su alrededor.

Fue así como descubrió que en ese pueblo habían detenido a Nawar Ceorl, pero que había escapado al poco, ayudado posiblemente por unos cómplices. Alania hubiera querido saber más al respecto. ¿Qué cómplices? ¿Alguien los había visto? ¿Alguno correspondía con la descripción de su padre o de Jaron? Pero tuvo miedo de llamar la atención, por lo que siguió escuchando con la esperanza de escuchar algo de utilidad, cambiando de pie para disimular mejor.

Por lo que escucho, los hombres del Qiam habían llegado poco después y que habían peinado la zona buscándolos.

-Dicen que se escondían en Fasqaid –dijo alguien con voz de enterado mientras descargaba fardos de un carro.

-¡No fastidies! ¿En las ruinas?

-Como lo oyes.

-No puedo creerlo. ¡Ni ese traidor de Haze Yahir tendría la desfachatez de volver allí después de lo que le hizo a su hermano! –opinó un tercero mientras les ayudaba con la descarga.

-Bueno, si pudo matar con tal solo cincuenta años…

La muchacha se mordió el labio para contenerse antes de decirles que era mentira, que Haze no había matado a su hermano y que si había un traidor en todo el asunto era Zealor. Pero la verdad era que le costaba mucho mantenerse tranquila con todo lo que estaba escuchando, pues todo parecía indicar que el Qiam les había encontrado. ¿Habría puesto a su madre en peligro para nada?

-¿Entonces, les han cogido? –Quiso saber el segundo.

-En absoluto. He oído que quemaron la casa antes de que el Qiam llegara y huyeron.

-Así que el tipo volvió para acabar el trabajo –el tercero dio un codazo a su compañero-. Al menos no podemos decir que no sea concienzudo.

Algunos rieron tras el comentario, pero Alania ya había escuchado bastante. Se puso en pie y se alejó en dirección contraria, hecha un manojo de nervios.

Por lo que había entendido, sus amigos habían huido del Qiam, pero... ¿y si no era así? La gente decía que Fasqaid había ardido. ¿Y si el Qiam había quemado la casa con ellos dentro? ¿Y si no habían escapado todos?

Y aunque hubieran escapado, ¿ahora qué? Fasqaid era su esperanza de encontrarse con ellos y acabab de esfumarse delante de sus narices. La muchacha mordisqueó sus nudillos mientras pensaba. Podía tal vez hablar con la madre de Nawar, ver si esta sabía algo. Pero lo más seguro era que no supiera nada y además el Qiam debía de vigilarla como los había vigilado a ellos.

¿Y si iba a ver a sus tías?

No, no acudiría a ellas. Aún en el supuesto que no la entregaran de cabeza al Qiam, no iban a poderla ayudar en nada y la muchacha no tenía ganas de escucharlas hablar mal de su padre. Ya solían hacerlo cuando era un ciudadano ejemplar así que prefería no imaginar cuánto debía de haberlas complacido la noticia de que siempre habían tenido razón respecto a él.

No, ni hablar, ni tías ni otros familiares.

Si se hubiera llevado bien con algún compañero de escuela, ahora tal vez podría contar con un lugar donde ocultarse mientras pensaba algo mejor, pero las demás niñas le habían parecido siempre cursis y repelentes y los niños demasiado bobos. Además, no podía fiarse de los padres de nadie. Los adultos tendían a no entender nada y no podía arriesgarse a acabar en manos del Qiam.

Así que tampoco podía contar con ningún amigo ya que, irónicamente, los mejores amigos que había hecho jamás se encontraban ahora en paradero desconocido y no tenía ninguna pista para encontrarlos.

¡Maldición! ¡Estaba tan cerca! Esa misma mañana estaba saboreando anticipadamente el reencuantro con Jaron y su padre y ahora...

La muchacha se tragó las ganas de echarse a llorar de pura frustración.

“Eso nunca ha ayudado a nadie, Alania. Tú solita te has metido en esto, tú solita saldrás.”

Así que apretó la mandíbula con resolución mientras pensaba en algo que se le pudiera haber pasado por alto. Tal vez alguno de sus amigos había mencionado a alguien, o algún lugar, o algo…

Nawar… no es que hubiera mencionado a nadie, pero siempre estaba alardeando de contactos, y cuando el Qiam había amenazado con matar a su tía, él había hablado con alguien, alguien suficientemente importante como para que tal vez pudiera hacer algo…

¡Por todos sus antepasados! ¡Nawar conocía al Rey!

¿Cómo no se había dado cuenta antes? Era lo que le habían enseñado en la escuela, que el único que estaba por encima del Qiam era el rey de la Nación. Y Nawar le conocía.

Con el corazón acelerado ante tamaña revelación, la elfa se dejó caer en el poyo de una casa cercana mientras repasaba su nueva estrategia, contenta de ser tan condenadamente lista. Iba a ser complicado encontrar una excusa para entrar en el castillo, pero ya se enfrentaría a eso una vez allí. Al fin y al cabo, tenía al menos dos días de viaje hasta la capital, tiempo de sobras para pensar.

Más tranquila ahora que tenía de nuevo un objetivo, la muchacha se puso en pie y se dirigió a la plaza de nuevo. Como había pensado que su viaje no iba a durar más casi había gastado todo su dinero, pero aún le quedaban algunas monedas para comprar provisiones para el camino. Tendría de sobras para dos días si se administraba bien.

Estaba un poco harta de caminar y caminar, pero iba a valer la pena sólo por ver la cara de Jaron y los demás cuando se dieran cuenta de que los había encontrado ella sola.





domingo, 25 de octubre de 2009

segunda parte, capítulo vigésimo quinto






Tenía que reconocer que había dormido a pierna suelta. Hacía al menos una semana que no dormía en una cama y unos 106 que no lo hacía en una tan cómoda. De hecho, había dormido tan bien que el criado enviado a despertarle tuvo que insistir algo descortésmente para hacerle regresar al mundo de los vivos.

Nawar abrió los ojos y se sentó en la cama, algo desorientado y confuso, mientras el criado retiraba su edredón y le acercaba sus ropas y sus botas en una no muy discreta indirecta.

-Ya va, ya va... -murmuró molesto mientras se ponía en pie y se lavaba la cara en la jofaina. Al menos el agua estaba templada y, si sus sentidos no le engañaban, algo perfumada.

Suspiró, secándose la cara y las manos y dejándose ayudar por el impaciente criado.

-Su Alteza desea veros antes del desayuno -era todo cuanto le había podido arrancar. Estaba claro que no estaba muy contento de tener que servir a alguien a quien muy posiblemente consideraba su igual.

Nawar se contuvo antes de hacer ningún comentario, pero era tan típico de Faris… La noche anterior había tenido suerte de que estuviera tan cansado.

Cuando por fin se habían reunido con su anfitrión, la cena estaba lista. Había sido una buena cena, acompañada por un mejor vino y un más que correcto anfitrión. Faris se había interesado sobretodo en conocer a Mireah, a quien había sentado en la cabecera opuesta de la mesa, como exigía el protocolo con una princesa. La humana había intentado explicar que no era una princesa real, pero el joven elfo no había atendido a sus excusas y la había tratado con sus mejores modales, sin ocultar en ningún momento su fascinación.

Su Alteza real se había mostrado hablador y simpático. Demasiado. Nawar no conocía esa faceta de su señor y poco a poco se había ido sintiendo incómodo. En Nanoin'ear se había mostrado impaciente y sin embargo ahí estaba, comentando costumbres locales con Mireah y Dhan como si tuvieran todo el tiempo del mundo.

Al cabo de una hora habían acabado de cenar y él mismo les había excusado, anunciando que sus aposentos estaban listos, que entendía que estuvieran cansados y que no pretendía entretenerlos más de lo necesario. Y puesto que nadie había protestado cuando Salman había llegado para conducirlos de nuevo a sus habitaciones, él tampoco lo había hecho. Aún así se había llevado la inquietud a la cama, al menos hasta el momento de poner la cabeza sobre la almohada y descubrir que estaba en el Paraiso.

Y ahora lo despertaba a primera hora de la mañana, de malos modos, y ni siquiera el ofrecía un desayuno decente antes de ponerlo a trabajar. Porque de lo que no le cabía duda a Nawar era que Faris quería hablar de trabajo.

Así que se dejó guiar por el criado hasta el despacho de su señor, donde éste se encontraba rodeado de papeleo y mapas. Parecía que había madrugado, lo cual le debía haber hecho suponer que todos deseaban madrugar a su vez.

-Maese Nawar Ceorl -le anunció el criado.

Y un gesto del joven Príncipe señalando un asiento les indicó que podía pasar y ocuparlo.

Nawar se sentó, de nuevo incomodado por el estricto protocolo, mientras las puertas se cerraban tras él.

-¿Queríais verme, señor? -dijo ya que Faris parecía esperar que empezara él.

- Jaron Yahir no ha venido con vosotros.

“¡Buenos días, Nawar! ¿Qué tal fue el viaje? ¿Tuvisteis algún contratiempo? Me alegro de que hayáis llegado sanos y salvos.”

-Cuando me reuní con ellos en Fasqaid ya no estaba allí -explicó, intentando dejar claro en el fastidio de su voz que no era su culpa.

-Me hubiera gustado hablar con él -Faris frunció el ceño, apoyando la barbilla sobre sus manos entrelazadas-. Nos hubiera venido muy bien.

-No es un tipo muy colaborador, Alteza. No creo que hubiera servido de mucho.

El Príncipe chascó la lengua, poniéndose en pie y yendo hasta la ventana.

-He hecho llamar a un médico -le informó, apartando las cortinas para poder ver mejor el patio-. No debería tardar.

-Eso espero. Haze va a necesitarlo.

El príncipe se volvió hacia él, un mohín cruzando sus juveniles facciones.

-Fue una temeridad.

-¿Qué?

-No debiste venir tan deprisa. Tu tío dice que Yahir está muy malherido. El viaje podría haberle matado.

-¡Me dijisteis que estuviera aquí en dos días!

-Pues haberme desobedecido. No hubiera sido la primera vez -el joven se cruzó de brazos-. Deberíais haberos quedado en Fasqaid hasta que estuviera recuperado.

-¿Para que el Qiam nos cocinara a fuego lento?

Esta vez le tocó a Faris sorprenderse.

-¿Qué quieres decir?

-Zealor nos encontró -respondió-. Por suerte habíamos dejado la casa antes de que el fuego prendiera.

El príncipe heredero se sentó de nuevo, dejándose caer sobre una butaca junto a la ventana.

-No me habías dicho nada.

-No preguntasteis.

Su señor le miró largamente, como sopesando algo.

-En ese caso no teníais más remedio que moveros de allí -dijo finalmente, volviendo al tema inicial.

-Es un modo de verlo.

-Aún así... Haze Yahir podría haber muerto porque me enfadé contigo y decidí darte prisa. Debo ir con más cuidado.

Nawar guardó silencio porqué no supo que responder. El príncipe debió interpretar su silencio como una confirmación, pues suspiró, poniéndose en pie de nuevo y yendo hacia la mesa. Ceorl se dio cuenta de que tal vez debería haberle dicho que no era su culpa, que no podía saberlo, que no había más remedio, pero ya era tarde. El momento de absolver a su señor había pasado y ahora iba a sonar forzado y falso.

-En fin, lo hecho hecho está -dijo el joven pasando una mano por sus cortos cabellos, como solía hacer cuando estaba nervioso-. Yahir está aquí y el médico no tardará en llegar -empezó a remover sus mapas y papeles, buscando algo-. Todo irá bien.

-Por supuesto, señor -respondió, aún sintiéndose culpable por su silencio anterior.

Faris alzó los verdes ojos de los mapas y Nawar no supo interpretar su mirada. Pronto volvió a bajarla, indicándole con un gesto que se acercara.

-Por lo que comentó ayer la Princesa durante la cena, he calculado que los humanos deben encontrarse más o menos por esta zona -señaló un lugar en los mapas marcado como Tierra Incognita-. Tiene gracia.

-¿El qué? -Nawar no se la veía.

-De pequeño siempre me pregunté qué había en esa zona, pero pronto me acabé creyendo lo que nos contaron en la escuela: que no había nada, que ningún elfo había regresado con vida y que más nos valía ignorar el inhóspito mundo más allá de las fronteras del reino. ¿Y si a alguien se le hubiera ocurrido mirar?

-¿Queréis decir cómo los Yahir?

Eso arrancó una sonrisa al joven príncipe.

-De acuerdo, era una pregunta estúpida, pero da qué pensar, ¿no crees? Tal vez haya más elfos ahí fuera que saben que los humanos existen, pero guardan su particular secreto pensando que son los únicos. ¿Crees que muchos humanos se habrán aventurado hasta nuestras tierras?

Nawar se encogió de hombros. No le importaba demasiado. Faris sin embargo parecía fascinado por la idea de haber tenido a los humanos tan cerca toda su vida y no haberlo sabido. Aún estuvo especulando un rato en voz alta con las posibilidades que eso ofrecía mientras Nawar asentía, más impaciente cada vez. Nada de eso le interesaba realmente y empezaba a pensar que tal vez Faris le hubiera despertado solo para charlar, lo cual sería raro de narices de ser cierto.

De repente, alguien llamó a la puerta y acto seguido su tío Salman entró.

-El médico ha llegado, Alteza.

-Estupendo, condúcele a la habitación de Yahir de inmediato. Me reuniré con vosotros enseguida.

-Sí, señor.

-Ah, y, Salman...

-¿Sí?

-Asegúrate que el desayuno se sirva a mis invitados en sus habitaciones, por favor. Querrán estar listos cuando Yahir pueda recibirles.

-Alteza.

Y con una inclinación el anciano mayordomo, su tío abuelo para ser más exactos, se retiró, dejándoles de nuevo a solas. Faris ya se estaba poniendo una chaqueta sobre la camisa antes de que Nawar pudiera protestar porque a él no se le había servido desayuno. Pero la verdad es que en ese momento no importaba, porque la interrupción de Salman le había recordado un tema del que quería hablar seriamente con su señor y que casi había olvidado con todo el asunto de Jaron, Zealor y los humanos.

-¿Vamos? -le preguntó el príncipe una vez estuvo listo.

-¿Podemos hablar de una cosa primero?

Faris, que ya había llegado junto a la puerta, le miró extrañado.

-¿De qué?

-Ayer durante la cena no encontré el modo de sacarlo a colación y esta mañana casi conseguís que me olvide del tema, pero creo que hemos de hablar de mis tíos.

-No entiendo.

-Lo entendéis perfectamente, señor. No deberían estar aquí.

-Pensé que te alegrarías de verles -frunció el ceño sobre sus ojos verdes algo dolido.

-¡Y me alegro, pero es una temeridad! Zealor lo es todo menos estúpido. Si descubre que están aquí os relacionará conmigo.

-¿Y qué?

-¿Cómo que "y qué"?

-Soy el Príncipe Heredero, ¿qué va a hacerme? -Faris se encogió de hombros con suficiencia-. En el hipotético caso que el Qiam de la Nación se digne a bajar a las cocinas de mi padre para averiguar si Salman y Noaín Ceorl siguen allí, todo lo que tendría serían conjeturas. No va a arriesgar su posición en una lucha de poder conmigo, sobretodo teniendo en cuenta que todo el Consejo cree que soy un niño estúpido y que me va a poder manipular cuando Padre muera y por tanto me apoyarían con tal de tener una carta en contra de Zealor.

Eso descolocó un poco a Nawar, que no esperaba que su señor lo tuviera todo tan bien estudiado.

-Aún así, no deberíais haberos arriesgado tanto por mí.

-No te sobrevalores, Ceorl -el Príncipe, dando la discusión por vencida, abrió la puerta y empezó a andar hacia las habitaciones con la seguridad de quien sabe que va a ser seguido-. Si tus tíos están aquí me aseguro que no va a volver a usarlos para atrapar a Haze Yahir o a ti. Además, estoy convencido que tu rendimiento mejorará ahora que puedes estar tranquilo respecto a su seguridad.

-Mi rendimiento siempre es excelente -protestó para poder tener la última palabra mientras enfilaban la escalera de caracol de la torre.

-Excepto cuando no lo es -Faris parecía dispuesto a no darle esa satisfacción-. Y ahora yo si fuera tú iría a mi habitación antes de que llegase la bandeja del desayuno y no hubiera nadie para recibirla.


domingo, 18 de octubre de 2009

segunda parte, capítulo vigésimo cuarto




Rodwell inició el camino de regreso a la abadía lleno de inquietud.

Decidió irse de palacio en el momento en que los cortesanos convencieron a su Majestad de colgar al elfo en la plaza pública a modo de declaración de intenciones. Tras días de tortura y dolor la criatura había perdido todo lo que le hacía bello y no era más que una lastimosa visión. El abad había visitado al prisionero una última vez antes de irse, para ofrecerle confesión y absolución, pero el elfo las había rechazado amablemente.

-Eres el único humano que me ha tratado bien, anciano -logró decir-. Ojalá al menos tú te salves.

Y las palabras crípticas del elfo le confirmaron su temor de que Heinrich no estuviera loco.

A pesar del horror que la idea le producía, tras mucho meditarlo se había ido sin hablarlo con el rey. El anciano conde había dicho que el rey no iba a hacer nada y, de algún modo, había sabido que era así. El rey no iba a hacer nada y para convencerle tal vez iba a tener que poner a Jaron en peligro, y eso era algo que no iba a hacer.

Se planteó enviar un mensajero hasta Miekel, ponerle sobre aviso, tal vez pedirle que regresara, pero no podía arriesgarse a que el mensaje fuera interceptado.

Iba a tener que pensar en algo mejor que rezar, pero no se le ocurría qué.





Jaron despertó algo más relajado al tercer día de estar en el ejército del príncipe de Meanley. Sabía perfectamente que tenía que huir de allí, que tenía que encontrar un modo de llegar hasta los elfos, pero era peligroso y complicado, así que había decidido darse un par de días para descansar y comer caliente. El ejército parecía no tener prisa y eso bien podía jugar a su favor.

Además, tenía que admitir que el hecho de no recibir más miradas suspicaces ayudaba a sentirse cómodo entre humanos de nuevo. Había que reconocer que Miekel parecía caer bien, sobretodo entre los jóvenes, y el hecho de que hablara con él el primer día le había abierto algunas puertas. Los otros chicos ya no se sentaban lejos a la hora de comer y alguno que otro se había interesado en su habilidad con el arco. Aún así, no le gustaba tener que mentir, de modo que contestaba sus preguntas con apenas monosílabos y correspondía su interés con encogimientos de hombros y eso no ayudaba a su popularidad.

Los adultos aún le miraban con cierto recelo, sobretodo los de la unidad de arqueros en la que había ido a parar.

Miekel compartía con él las horas de comida y le llenaba de preguntas que no sabía muy bien como responder. Dónde había estado, qué había visto, porqué no usaba su nombre. Quiso saber si había encontrado elfos y Jaron mintió. No le apetecía hablar de ello ni tener que dar explicaciones. El humano no lo hubiera entendido. Así que le dijo que no, no había encontrado elfos, pero había oído no hacía mucho acerca del ejército de Meanley y de su intención y había ido hacia la zona, con al esperanza de averiguar algo más.

El novicio, a su vez, le habló del elfo que Meanley había mostrado al rey y de las cosas que éste había confesado. Eran todo mentiras, las mismas mentiras que una vez leyera en los libros de Rodwell, pero tuvo que morderse la lengua si no quería traicionarse.

Pero no tenía ningún sentido, ¿porque iba nadie a confesar que practicaba la magia negra si era mentira? ¿Qué tramaban Zealor y el Príncipe de Meanley?

Estaba seguro que si podía hablar con Haze éste lo sabría, pero eso de nuevo chocaba con su problema principal: no tenía ni idea de como escapar de allí.

¿Y si pedía ayuda a Miekel? ¿Con qué pretexto? Bien podía decirle que no quería estar en ningún ejército, pero eso podía aplicarse a casi todos los chicos con los que compartía tienda, y Miekel seguro que le recomendaría no arriesgarse de ese modo. Es lo que él recomendaría a cualquiera de esos muchachos si alguno le propusiera huir: esperar. Esperar a algún momento de confusión para intentarlo. Pero él no podía esperar mucho más.

Así que lo mejor que podía hacer era intentar inventarse una buena excusa para querer huir, pues cada vez estaba más convencido de que solo no iba a llegar muy lejos.

domingo, 11 de octubre de 2009

segunda parte, capítulo vigésimo tercero

(en realidad, sería el 23a, pero como nunca lo he contado así...)




El baño de agua caliente había sido como una bendición. Su cuerpo había recuperado el calor y su espíritu se sentía restituido. De todos modos, había sido duro aceptar que el día no había acabado aún. Perdida la prisa, perdida la sensación de acuciante peligro, lo único que Mireah quería era dormir, pero sabía que que el Príncipe Faris les esperaba para cenar y por supuesto quedaba fuera de toda cuestión hacer esperar a su huésped.

Así que se dejo ayudar por las criadas elfas, que la miraban de reojo cuando creían que ella no miraba pero que no preguntaban pues ése no era su lugar. La ropa fue una decepción. Una de las criadas le explicó que habían intentado hallar un vestido de su talla, pero ninguno de los que se probó lo era. Era demasiado alta y delgada para las delicadas prendas que yacían ahora sobre la cama. Mireah tuvo que conformarse con ropas de hombre. Un cómodo pantalón y una casaca de suave seda y terciopelo, bordado en oro y azur, más elegante que cualquier cosa que su padre hubiera vestido jamás. Pero por hermosas que fueran, seguían siendo ropas de hombre y aunque sabía que era de lo último que debería preocuparse en ese momento no pudo evitar sentir una amarga punzada de resquemor.

También la peinaron y las doncellas alabaron su abundante y rizado cabello negro. A pesar de que muy posiblemente era su modo de compensarla por la decepción del vestido, Mireah lo agradeció.

-Su Alteza puede esperar en el pasillo -le indicó una de las elfas cuando estuvo lista-. El mayordomo de su Alteza Real vendrá a buscarles cuando todo esté a punto.

Y así salió al pasillo, donde Dhan ya esperaba. La humana había esperado ser la última (habían tardado tanto en encontrarle algo de ropa...), pero por lo visto Haze y Nawar no estaban aún.
El pelirrojo alzó una ceja al verla acercarse hasta donde él estaba, bajo el gran cuadro de una hermosa elfa de largos cabellos dorados.

-Curiosa elección -le comentó, divertido.

-Oh, no. No hablemos de eso -le pidió la joven.

-Estáis encantadora -le aseguró-, pero si deseáis un cambio de tema...

-Por favor.

-Bien -Dhan sonrió-. ¿Sabéis quién es la dama del cuadro? -Esperó a que la princesa negara con al cabeza-. Es la difunta reina, la madre del príncipe Faris.

Mireah observó el cuadro de nuevo. La hermosa elfa, de pálida piel de porcelana, ojos verdes y cabellos rubios, miraba gravemente al frente y la humana creyó intuir en sus ojos la misma mirada triste que siempre había percibido en el cuadro de Sarai.

-¿Qué le pasó?

-Murió repentinamente, oficialmente de una enfermedad.

-¿Oficialmente?

-La versión extraoficial -Dhan bajó la voz- es que murió de pena al saber de la muerte del elfo al que amaba.

-Es terrible.

-Aunque no lo creáis, es bastante común. O al menos lo era hasta que hace un par de siglos se cambiaron algunas leyes respecto al matrimonio. Claro que esas leyes no aplican a la realeza. Cuando se casaron el Rey estaba muy enamorado de ella, pero ella ya amaba a otro. Tarde o temprano iba a suceder -Dhan le sonrió al ver la incomprensión en su rostro-. A Sarai también le sorprendió este... mmm... "rasgo" de nuestra gente. Verás, por lo que ella me explicó una vez, los humanos tenéis una asombrosa capacidad de recuperación. Amáis como nosotros, con toda vuestra alma, pero si por cualquier motivo sale mal, podéis recuperaros, tal vez volver a amar en un futuro -Dhan clavó la vista en el cuadro-. Nosotros sólo amamos una vez, para toda la vida. Vivir sin el ser amado puede resultar traumático, insoportable...

-¿Sólo una vez? Pero... ¿qué ocurre si no eres correspondido?

El pelirrojo bajó la mirada hacia ella y esbozó una sonrisa extraña.

-No puedo imaginar un destino peor.

Mireah no supo que responder a eso, pues tenía la sensación de haber dado en el blanco sin saber siquiera que había un blanco al que apuntar. Así que se quedó allí, en silencio, sosteniendo la triste mirada verde de la difunta reina, intentando asimilar lo que Dhan le acababa de explicar.

Amar sólo una vez, para toda la vida... Sonaba hermoso y romántico al principio, pero a Mireah se le antojaba terríblemente solitario y triste. Recordó a Jaron Yahir, que había amado a Sarai y la había perdido en apenas un año, y creyó comprender de repente parte de la deferencia con la que lo trataban Haze y Dhan. Vivir cientos de años sabiendo que el amor nunca más te va a visitar...

¡Dios mío!

¿Y ella y Haze? Aunque la cosa fuera bien, aunque esquivaran al Qiam y vivieran largos años... ¿Cuantos años de soledad le esperaban a Haze una vez hubiera muerto ella? ¿Porqué no se lo había dicho nunca?

La humana sintió un nudo en la garganta y agradeció que la puerta de Nawar se abriera y el rubio saliera, torpe en sus elegantes ropajes, revolviendo el rizado cabello que sin duda alguien había intentado peinar.

Cuando les vio sus labios se fruncieron en una mueca que no escapó a Mireah. Apenas duró unos segundos, pero fueron suficientes para inquietarla.

-Veo que ya estamso todos -dijo con muy mal fingida naturalidad-. Deberíamos bajar a cenar.

-No estamos todos. Falta Haze y lo sabes.

De nuevo un aparente mohín de fastidio, pero la princesa empezaba a conocer a Nawar. El elfo parecía estar harto de dar malas noticias y, francamente, ella empezaba a estar harta de que las diera.

-Haze no bajará a cenar -suspiró ante sus miradas de impaciencia-. Duerme y deberíamos dejarle descansar.

¿Es que nunca iba a acabar esa angustia?

-Quiero verle -dijo, iniciando un ademán hacia la puerta.

Nawar la retuvo.

-Princesa...

Pero la humana se zafó.

-Quiero verle -repitió, y en dos zancadas llegó junto a la puerta y entró.

Haze dormía, como Nawar había indicado, boca abajo, su espalda descubierta en carne viva, mientras una elfa muy anciana le lavaba las heridas. Otra criada, una elfa joven, tal vez de la edad de Alania, confeccionaba vendas a partir de un paño de tela. Mireah corrió a su lado y se arrodilló junto a él. No parecía tener fiebre. Al contrario,estaba pálido y frío. Todo lo que habían ganado en Fasqaid se había perdido en estos dos días de camino.

-Cuando se quitó la camisa vieron que alguna heridas se habían abierto y habían supurado. Los vendajes estaban pegados a ellas. No se podía ver la magnitud del mal hasta que no las hubiésemos retirado -explicó Nawar desde la puerta-. Los criados avisaron a mi tío, que me avisó a su vez. Tuve que salir del baño a toda prisa... Aquello no tenía muy buena pinta.

-Tuve que subir yo para convencerle de que tomara algo para dormir antes de que empezáramos a arrancarle la piel a tiras -dijo de repente la elfa anciana, mojando amorosamente un trapo en agua y continuando su labor-. Nunca le ha gustado que lo cuiden, al muy cabezota.

Mireah comprendió.

-Usted es Noaín, al esposa de Salman.

-Y tú debes de ser la princesa humana de la que Haze me ha hablado antes de dormirse -la elfa le tomó la mano-. Me alegra ver que tiene quien se cuide de él. Lo necesita.

Mireah se sonrojó.

-Estará bien, querida -continuó Noaín sin soltarla-. Su Alteza ha hecho llamar un médico. Id a cenar, descansad y en cuanto se le pase el efecto de la droga te haré avisar.

-Pero...

Dhan le puso una mano en el hombro.

-Creo que está en buenas manos.

La humana miró a Haze y luego a Noaín, asintiendo.

-Gracias -le dijo a la elfa.

Y, poniéndose en pie, siguió a Nawar y a Dhan por los pasillos hacia el comedor.

Tan nerviosa estaba y tan ansiosa, que no fue hasta que llegaron y encontraron al joven elfo rubio esperando, presidiendo una mesa ricamente servida, que se dio cuenta Mireah que iba a conocer a la que era posiblemente la tercera persona más importante de la Nación.

Bueno, eso y que estaba muerta de hambre.




lunes, 5 de octubre de 2009

segunda parte, capítulo vigésimo segundo



Por suerte ya veían Sealgaire'an cuando empezó a llover.

No eran buenas noticias. La lluvia, por supuesto. Llegar por fin a la residencia privada de su señor iba a ser todo un alivio.

Tal y como Dhan había predicho, Haze había aguantado el camino, pero a duras penas. No había proferido una sola queja y se había esforzado por mantener el ritmo y no quedarse atrás, pero necesitaba con urgencia un lugar donde descansar adecuadamente y ser visitado por algún medico de verdad. Por eso la lluvia no era un buena noticia. Habían evitado coger una pulmonía por lo pelos tras el incidente en Fasqaid, pero Nawar no estaba seguro de que fueran a tener tanta suerte dos veces.

Mireah llegó junto a él, cubriéndose la cabeza con la capucha de su capa.

-¿Es allí? -Quiso saber, ansiosa, señalando el edificio que sobresalía de entre los árboles.

-Así es. Ahí se alza Sealgaire'an.

-Pues démonos prisa antes de que arrecie.

Y apretó el paso con sus largas zancadas. Nawar era tan alto como ella, pero había que conceder que le costaba seguirla cuando la joven humana aceleraba el ritmo.

-Ya la has oído -Dhan le adelantó también con un guiño.

-Déjales que corran -Haze se sitió a su altura. Él también se había calado la capucha sobre la cabeza y miraba al frente divertido-, llegaremos todos al mismo sitio.

-Creo que no se trata de cuando lleguemos, si no de cómo.

-Nos mojaremos de todos modos -Yahir se encogió de hombros-, pero si te vas a sentir mejor, apretemos el paso.

-¿Estás seguro? No tenemos porqué.

Haze resopló, poniendo los ojos en blanco.

-Dejad de tratarme como si fuera romperme -dijo con cansancio.

-Tal vez lo haríamos si no tuvieras aspecto de ir a colapsarte de un momento a otro.

El elfo rió.

-Hay una cosa llamada Tacto, ¿no te lo explicaron en la escuela?

-Creo que me salté esa clase.

-Me lo creo.

-¡Chicos! -Llamó Mireah desde casi cincuenta metros más adelante-. ¡Dáos prisa!

Los dos jóvenes se miraron y Haze le dedicó una sonrisa.

-No hagamos esperar a la dama.

Y aprentando el paso siguieron el camino hasta Sealgaire'an.






No era un palacio grande. Al contrario, apenas contaba con dos torres de tres plantas de alto y un edificio central, con una planta y un sótano donde se encontraban las cocinas, pero a Nawar siempre le había parecido un lugar hermoso, con sus sencillos arcos de media vuelta y sus ventanales policromados. El color arenoso de sus piedras resaltaba el verde del césped de su cuidado jardín, donde un solitario pozo constituía toda la decoración existente. Era la residencia particular de los príncipes herederos desde que la Nación era Nación y muy pocos cambios se habían hecho en su primera estructura. Claro que nada de todo eso podía verse en ese momento pues para cuando se acercaban ya a al verja de entrada la gruesa cortina de agua apenas dejaba intuir el aspecto de la torre oriental.

Un guardia les salió al paso tan pronto como les vio.

-¿Quien va? -Quiso saber.

-Nawar Ceorl. Su alteza Real, el Príncipe Faris, me espera.

Por fortuna, éste parecía haber dejado instrucciones al respecto, pues la verja se abrió para ellos y el guardia les apremió para que pasaran al patio interior.

-Llegáis antes de lo previsto -le informó, conduciéndolos hasta la entrada principal-. Su Alteza dijo que os esperáramos a partir de mañana.

-Ya -Nawar se guardó de opinar, pero Faris había dicho dos días y dos días eran los que habían transcurrido. ¿Acaso no confiaba en su diligencia?

-Por favor, por aquí.

Otro guardia les esperaba junto a la puerta. Saludó al primero y les dejó pasar al espacioso recibidor. Allí, a la luz de las antorchas, fueron recibidos por un grupo de criados que se apresuraron a quitarles las empapadas capas.

-El mayordomo de su alteza os mostrará el camino -dijo una de las mujeres señalando hacia una de las puertas.

Allí les esperaba un elfo anciano, alto y delgado, que sonrió al ver que por fin reparaban en él. Antes de que Nawar pudiera salir de su sorpresa Haze ya se había abrazado a él.

-¡Salman! -Yahir se separó de él sin soltar sus brazos-. ¡Pensé que nunca iba a volver a verte!

-Y yo a ti, muchacho -el anciano le miró con pesar-. Pensé que te habíamos perdido de nuevo.

-Siento haberos metido en todo esto -Haze bajó la vista-. Por mi culpa Zealor...

El anciano negó con la cabeza.

-Tu no hiciste nada malo. No podías saberlo.

-Pero debí haberlo imaginado.

Nawar carraspeó, incómodo por la situación y algo molesto. Su tío se volvió finalmente hacia él, recuperando la sonrisa. Soltó uno de los brazos de Yahir y apretó su hombro.

-Nawar, querido sobrino, ¡cuánto me alegro de verte!

El joven se dejó abrazar por su tío.

-¿Qué estás haciendo aquí? -Quiso saber.

-Estuvimos unos días en las cocinas de Palacio, pero hace dos días vinieron a decirnos que Su Alteza necesitaba personal aquí.

-¿Entonces Noaín está aquí también? -Quiso saber Haze.

-En las cocinas. Supongo que cuando estéis acomodados podréis ir a visitarla. Estará encantada de veros.

-Esto es increíble -Nawar se llevó una mano a la cara, cansado. Iba a tener que hablar muy seriamente con Faris. Pero eso sería luego, ahora había otros asuntos que atender. Así que sonrió-. Tío Salman, permíteme que te presente. Este es Dhan Hund.

-Le conozco -dijo Salman, saludando con una inclinación-. Era amigo personal de Jaron.

-Buena memoria, Señor Ceorl -Dhan le devolvió la inclinación con una sonrisa.

-Y esta es Mireah, la Princesa Mireah -y señaló a la joven, que se había quedado un poco atrás y estrujaba las manos con nerviosismo.

Salman la miró con sorpresa, pues sin duda era la primera vez que veía una humana. Sus ojos azules hicieron mil preguntas, pero el anciano conocía su trabajo y su lugar, así que en vez de formularlas se inclinó graciosamente.

-Alteza.

-¡Oh, no! -Mireah se sonrojó-. Aquí no soy...

-Claro que lo eres, princesa -Haze la tomó de la mano y la obligó a acercarse a ellos-. Este es Salman. Él y su esposa me cuidaron cuando mis padres murieron.

-Encantada -la muchacha seguía sonrojada, pero el contacto con Haze había surtido, como siempre, su efecto balsámico.

-Soy yo el que está encantado, Alteza -y sonrió en dirección a sus mano entrelazadas.

Luego les miró apreciativamente, con aire divertido, y asumió de nuevo su cargo y su papel.

-Sus señorías están empapadas. Permítanme que les muestre sus habitaciones. Allí podrán asearse y cambiarse de ropa. La cena está en camino y estoy seguro que Su Alteza Real estará encantado por la compañía.

Así que se dejaron guiar por Salman por los pasillos decorados con escenas de caza y juegos hacia una de las torres, donde cuatro habitaciones habían sido dispuestas. Allí les esperaban de nuevo los criados para ayudarles en lo que fuera menester. Dhan, Mireah y Haze desaparecieron detrás de sus respectivas puertas, pero Nawar aún se quedó un momento junto a su tío.

-¿Has visto el aspecto de Haze? -le preguntó en un susurro cuando estuvo seguro de estar a solas.

Salman asintió con tristeza. Era difícil no reparar en los surcos azulados bajo sus ojos o en la palidez de sus labios.

-¿Es por lo que le hizo Zealor?

-Sí. No ha podido curarse bien ni descansar como es debido. Temo que las heridas estén infectadas. Deberías hablar con Su Alteza para que envíe a buscar a un médico lo antes posible.

-Así lo haré -el anciano le dedicó una pesarosa sonrisa-. Y ahora ve y descansa a tu vez, que tú tampoco tienes mejor pinta.

Nawar obedeció con un gruñido y entró en la habitación, donde dos criadas parecían estar acabado de preparar un baño de agua caliente en ese momento. ¡Agua caliente! Y a pesar de no estar acostumbrado a que otros le ayudaran a desvestirse, Nawar les dejó hacer. ¡Por todos sus antepasados! ¡Un baño de agua caliente! Dejó que el calor del agua se fuera apoderando poco a poco de su aterido y dolorido cuerpo, de su cansancio y de sus preocupaciones. Ya habría tiempo para preocuparse cuando el agua se enfriara y tuviera que salir. De momento, disfrutaría de la agradable sensación. Además, algo le decía que ese era el último momento de relajación que iba a poder permitirse en mucho, mucho tiempo.