sábado, 25 de abril de 2009

Capítulo cuatrigésimo quinto




La tarde estaba muriendo en Leahpenn cuando alguien llamó a la puerta. Alania, que había tenido tiempo de sobras de cambiarse, comer y dormir y llevaba ya un par de horas caminando arriba y abajo de la casa al borde de un ataque, corrió a abrir antes de que su madre pudiera detenerla.

¡Por fin!

Debían de haber dado esquinazo a los guardias y la buscaban para relatarle como había ido todo. Seguro que se morían de hambre y de sueño... ¡Pues no pensaba dejarles comer hasta que la pusieran al tanto del más pequeño detalle!

-¡Papi! -dijo, abriendo, tan feliz y aliviada-. ¡Te has olvidado...!

Calló a la vez que su madre, tras ella, se llevaba las manos a la boca, conteniendo un grito de sorpresa.

Alania no hubiera podido decir nada aunque hubiese querido.

Frente a ella, acompañado por dos guardias, había un elfo algo más joven que sus padres vestidos con galas ceremoniales.

Tenía uno que se muy tonto para no reconocer en él al Qiam. Al fin y al cabo, era como estar mirando a Jaron de frente, sólo que sin sus ojos verde-violeta y con unos cuantos años más.

-¡Qiam! -Su madre se apresuró a tomarla del brazo y sacarla de delante de la puerta, donde se había quedado petrificada, no sabía muy bien si de terror o de sorpresa-. Pasad, pasad, os lo ruego...

Zealor Yahir entró, seguido por sus guardias y saludó cortésmente a la mujer que le devolvió la reverencia, obligando a Alania a hacer lo propio con uno de sus característicos pellizcos de atención.

La muchacha obedeció, feliz de tener una excusa para apartar la mirada del Qiam.

-¿A qué debemos este honor? -Quiso saber la elfa, guiando al Qiam hasta el salón, donde le ofreció asiento.

Toda ella temblaba. Alania nunca había visto a su madre tan asustada. Sin duda, como ella misma, tenía las noticias que el Qiam pudiera traer.

Si habían capturado a su padre...

-Sé que no es el mejor de los momentos, Lady Hund, pero quisiera hablar con tu hija -dijo Zealor Yahir con una voz suave y agradable que nada tenía que ver con la terrible imagen la Alania tenía de él-. A solas.

-Señoría... -su madre la agarró del brazo-. Es sólo una niña...

El Qiam se limitó a sonreír mientras sus dos soldados avanzaban un paso hacia ellas.

-No temas, querida Layla, sólo deseo hablar con Alania, nada más -de algún modo, que conociera sus nombre se pila le puso los pelos de punta-. Es una mera formalidad.

Su madre no se movió. Se limitó a agarrarla más fuerte. Sabía que no podía negarse a una petición formal del Qiam y aún así se resistía. Pero si se resistía demasiado tal vez los guardas se la llevaran y entonces sus dos progenitores serían traidores a la Nación.

Así que obligó a su madre a soltarla y a mirarla a los ojos.

-Estaré bien -le dijo, más convencida de lo que en realidad estaba.

-Claro que sí -El Qiam hizo un gesto a sus guardias-. Además, mis guardias te harán compañía mientras Alania y yo charlamos.

Apretando su mano para infundirle valor (o tal vez para infundírselo a sí misma) su madre abandonó el salón, seguida muy de cerca por los dos guardias. Eso dejó a Alania a solas con el Qiam. La muchacha se quedó de pie con la vista fija en el suelo hasta que el adulto habló.

-Por favor, siéntate. Como si estuvieras en tu casa -añadió con tono cómplice-. Ya le he dicho a tu madre que esto no es más que una formalidad.

Alania obedeció, pero continuó con la vista fija en la punta de sus zapatos, las manos juntas sobre el regazo estrujando los faldones de su camisa.

"¡No puedes saber nada!" Le hubiera gustado decirle.

-¿Qué queréis de mi? -Dijo en su lugar.

-Bueno, supongo que habrá llegado hasta vosotras lo sucedido anoche en Suth Blaslead.

El Qiam guardó silencio y Alania supo que esperaba que ella lo llenara. Pues que esperara sentado. La elfa se limitó a asentir, manteniendo tercamente la mirada lejos del Qiam.

-Por supuesto, tu debes de haberte enterado más tarde, pues mis hombres me han comentado que has llegado hoy mismo a casa.

Otro asentimiento.

-¿De donde venías?

-De Mu'Siud -respondió, pues la pregunta directa la obligaba a hablar al fin.

-¿Y puede saberse que hacías allí?

-Mi padre me había dejado al cuidado de unas tías.

-Y te escapaste -dedujo Zealor.

Alania volvió a asentir.

-¿Y porqué te dejó tu padre con esos parientes?

-Mamá estaba fuera y él... Él tenía cosas que hacer.

-¿Y, claro, tu no sabrás que cosas eran esas?

Esta vez la muchacha negó, mintiéndole al Qiam por primera vez desde que se iniciara la conversación. La parte de sí misma que había sido educada en una de las mejores escuelas trató de recordarle que eso era delito, pero la hizo callar clavándose las uñas en el brazo.

-Los vecinos dicen que tuvisteis invitados en casa no hace mucho, que te vieron enseñarle el pueblo a un muchacho -prosiguió el QIam.

El corazón de Alania se aceleró de repente, alzando por fin la mirada. La sonrisa en la cara de Zealor no la ayudó a calmarse.

-Sí, señor -admitió, pues no podía hacer nada más-. Mi primo, señor.

-Por supuesto -el Qiam se inclinó hacia adelante, palmeando su rodilla-. En fin, volviendo al tema que nos ocupaba... ¿viniste directamente a casa desde Mu'siud?

-Sí, señoría.

-Pero tus tías han dicho que te escapaste anteayer y no hay tanto trecho desde Mu'Siud hasta Leahpenn. Así que, ¿donde estuviste, Alania?

-Me perdí -Y ya eran cuatro mentiras con esa.

El Qiam volvió a recostarse en su asiento y la escudriñó con su mirada glauca y altiva. Aterrada como estaba la muchacha sólo acertó a pensar en que realmente se parecía al medioelfo, y que aún así no tenía nada en absoluto que ver con su amigo.

-Vi a tu padre con mis propios ojos, muchacha -dijo finalmente-. Nada ni nadie podrá salvarle. Pero tú y tu madre podrías quedar libres de toda sospecha si estuvierais dispuestas a colaborar.

-No sé a qué se refiere Su Señoría. Pensaba que ahora mismo estaba colaborando.

De nuevo esa mirada, de nuevo silencio.

-Claro que sí -y sonrió de nuevo, cercano y tranquilo-. En realidad, me has ayudado enormemente.

El elfo se puso en pie y dio una palmada. Sus hombres entraron en la estancia, silenciosos y eficientes, seguidos por su madre. Ésta se apresuró a llegar junto a su hija y abrazarla.

-Lady Hund, vuestra hospitalidad y amabilidad serán recordadas -aseguró el Qiam en lo que a Alania se le antojó una amenaza velada-. Sabed que cuando mis hombres den con vuestro marido, seréis la primera en saberlo.

-Gracias, Señoría -Su madre se humilló de nuevo ante el Qiam-. Estoy segura de que todo tiene una explicación.

-Por supuesto que la tendrá, queridas, pero de momento el deber es el deber.

Con una última reverencia, Zealor Yahir se fue sin que su madre, que solía ser la personificación de los buenos modales, lo acompañara hasta la salida. Cuando estuvieron pro fin a solas su madre se separó de ella y, tomándola de las manos, le dijo:

-Explícame que está pasando.

-Ya se lo he dicho al Qiam, Mamá. No sé nada.

-Sé que eso es lo que le has dicho al Qiam, pero a mi no me mientas. Por favor.

-¿Y si te digo que Papá hizo lo que hizo por que es bueno?

-Te diré que eso es típico de él y que por eso me casé con él -respondió su madre con dolor-, pero necesitaré algo más para no entregarle en cuanto aparezca por la puerta si con eso te he de salvar a ti.

-¡Mamá, no puedes estar hablando en serio!

Su madre se sentó en el mismo lugar que ocupara el Qiam, retirando con gesto cansado algunas hebras de cabello castaño que se habían escapado de su moño y que ahora caían sobre su rostro.

-Alania, hablo muy en serio. No te pregunté antes porque aún esperaba que alguien viniera a decirme que había sido un error. Pero no lo es, ¿verdad que no? -Layla esperó a que Alania negara con la cabeza-. Cielo, quiero saber qué está ocurriendo, y lo quiero saber ahora. Si no he de volver a ver con vida a mi marido, quiero saber al menos que es por algo que vale la pena.

jueves, 16 de abril de 2009

Capítulo cuatrigésimo cuarto

(por si os lo perdísteis, el capitulo anterior fue publicado el lunes 13)



Lo que encontraron al llegar al lugar que Dhan Hund llamaba Fasgaid no se parecía a nada que Mireah hubiera imaginado de camino al lugar. Francamente, tras la cabaña y la cueva la princesa no esperaba una casa solariega entre las montañas. Solitaria y desolada, descansaba junto a un pequeño lago de aguas tan calmas y cristalinas que reflejaban el cielo y las montañas como si más que un reflejo fuerna otra realidad.

A medida que cubrían los últimos metros pudo ver la joven que la casa no solamente estaba en ruinas si no que parte de se hermosa fachada estaba ennegrecida, como consumida por un fuego voraz. El jardín era una selva salvaje de plantas que crecían altas y frondosas, caóticas y bellas en su descuidado desorden, ocupando cada rincón, ocultando caminos que tal vez una vez fueron, rincones de reflexión o de juegos.

Debía de hacer eones desde la última vez que alguien había puesto los pies allí.

-¿Y esto ha de ser más seguro? -Inquirió, deteniéndose junto a la oxidada verja.

-Parte de la casa sigue intacta -respondió el elfo, empujando la puerta con el pie y entrando con dificultad por la estrecha apertura que las plantas les permitían practicar. Mireah corrió a ayudarle, temerosa de que golpeara a Haze en la cabeza en algún movimiento brusco-. Además, el Qiam tardará en buscarnos aquí. Al fin y al cabo, un rayo no suele caer dos veces en el mismo lugar...

-Oh -Mireah comprendió de repente-. Así que aquí es donde Jaron...

Dhan asintió con la cabeza mientras la guiaba a través de la maleza hasta la entrada de la casa.

-Jaron no debía ocultarse aquí más de uno o dos días, pero cuando él y Sarai se separaron... -Hund no acabó la frase, pero la humana lo entendió perfectamente.

-¿Y porqué sólo dos días?

-Zealor no iba a tardar en comprobar este sitio.

-¿Y eso? -la princesa apartó algunas ramas con su espada, llegando hasta la casa.

Como respuesta, Dhan señaló con la cabeza sobra la puerta. Ennegrecido y semiderruido, se podía intuir un escudo. Era apenas reconocible, pero Mireah ya lo había visto antes en la casa Yahir.

-Era una antigua casa de Verano que nadie usaba desde que sus padres murieron, así que cuando Jaron conoció a Sarai y se casaron inventó que quería pasar parte de su tiempo aquí para tener un espacio para sí mismo. Zealor estaba ocupado con sus estudios y a Haze lo cuidaban los Ceorl, así que a nadie le extrañó que un elfo joven necesitara vivir solo una temporada.

-Pero en realidad vivían en otro sitio -dedujo Mireah.

-Por supuesto. No podía arriesgarse a que alguien viniera de visita y les encontrara. Pero de tanto en tanto nos reuníamos aquí para hablar y tramar.

-¿Tramar? -la joven abrió el portalón con dificultad, removiendo algunos cascotes. La verdad era que nada de todo aquello parecía muy bien afianzado.

-Un futuro mejor -Respondió con una media sonrisa, como excusándose de una estupidez de juventud.

Finalmente, entraron en la fría penumbra del recibidor y el elfo miró alrededor. La mitad este de la casa estaba completamente impracticable, así como una de las escaleras de subida, totalmente derrumbada. La escasa luz del anochecer se colaba por un agujero en el techo, por donde entraba también la hiedra. Un árbol, cuyas raíces habían levantado parte delos azulejos del suelo, se alzaba justo en el centro, como si en lugar del azar hubiera sido una fuerza deliberada la que hubiera plantado su semilla allí.

-Debería de haber una habitación de servicio en la planta baja -dijo el elfo, descartando las escaleras y dirigiéndose hacia la izquierda.

Mireah le siguió a través de una gran sala de estanterías caídas y libros estropeados por la humedad, el humo y el tiempo. Después pasaron a otra sala más pequeña cuya función la princesa no supo determinar y finalmente a una cocina muy amplia y tan sucia como el resto de la casa. Algunas ratas salieron a corriendo a su paso mientras Dhan abría la última puerta. Ésta daba a una pequeña habitación en la que aún aguantaban dos camas, una mesita y un armario.

Todo estaba cubierto por una no tan fina capa de polvo, pero al menos no parecía haber demasiadas alimañas y el techo estaba intacto.

-Y éste debe de ser el lugar más salubre...

El elfo se encogió de hombros y la princesa suspiró.

-Espera -le dijo y fue hasta el armario.

Una nube de polvo se levanto al abrirlo y le provocó un acceso de tos, pero el interior no estaba mal para llevar sesenta y siete años abandonado.

Con más energía de la que ella misma pensaba que le quedaba, buscó algunas sábanas no demasiado raídas del fondo y, después de sacudir los colchones lo mejor que pudo, cambió la ropa de cama.

-Trae -indicó a Dhan cuando hubo acabado, ayudándolo a dejar a Haze. La fiebre había regresado. La humana le acarició la frente con delicadeza sentándose en la cama-. Aquí podrás descansar -le prometió.

Suspiró, e iba a ponerse en pie de nuevo cuando Dhan la detuvo con un gesto.

-Descansa -le dijo.

-Hay que traer agua y buscar comida -protestó, no demasiado enérgicamente.

-Yo lo haré. Tú descansa.

Y Mireah no protestó más, no fuera a ser que Dhan cambiara de idea.

Cuando el elfo hubo salido, la joven se descalzó y se arrebujó en la cama, hecha un ovillo, junto a Haze. Acarició de nuevo su rostro y su pelo, preguntándose a donde habrían ido Jaron Yahir y Alania y si era la preocupación la que impedía que Dhan cayera redondo o si simplemente era tan fuerte como parecía, o aún más.

Luego pensó en Jaron y en Nawar y rezó para que el muchacho leyera y entendiera su mensaje.

-Ya veras cuando llegue Jaron -le dijo a Haze en un susurro, esbozando una sonrisa-. Va a odiar este lugar.

Y luego no añadió nada más, pues cayó profundamente dormida.

lunes, 13 de abril de 2009

Capítulo cuatrigésimo tercero





Nawar había localizado dos rastros. Uno partía hacia el Noroeste,otro hacia el este. Un trozo de tela azul enganchado en una rama le indicaba que Alania y Jaron Yahir habían ido en la primera dirección mientras que, muy probablemente, Mireah y Dhan (y Haze, con algo de suerte), habían ido en la otra.

Estaba claro cual de los dos caminos era prioritario, así que volvió con el muchacho, al que encontró durmiendo con la cabeza oculta entre los brazos.

Le envidió un poco mientras se sentaba junto a él, dándole unos minutos más para descansar. La noche había sido ya suficientemente dura y la verdad era que había aguantado muy bien a pesar de todo. Se merecía su pequeña recompensa. Además, tal vez descansado viera las cosas de otro modo. Tal vez le contara por fin lo que fuera que el Qiam le había dicho para cambiar tan radicalmente su humor.

El joven dejó los frutos que había encontrado sobre la mesa y aprovechó el momento de respiro para asegurarse que ninguna de sus heridas estaba infectada. Un poco tarde para ello, de acuerdo, pero mejor tarde que nunca. Un par de cortes tenían un color bastante feo, pero no parecía nada grave. Y si lo era tampoco podía hacer mucho de momento.

Finalmente, zarandeó al chico suavemente para despertarle.

Éste alzó la cabeza confuso y desorientado y tardó un segundo o dos en fijar su vista en Nawar. Fue entonces cuando pareció recordar dónde estaban y porqué y el reconocimiento en su mirada se tornó de nuevo hostilidad.

-Buenos días -le dijo, prefiriendo no ahondar en eso-. O tardes. Anda, come algo -añadió, señalando la escasa comida -El muchacho obedeció, demasiado hambriento como para poner pegas-. He encontrado un rastro. No sé si nos servirá de mucho, pero al menos tenemos una dirección.

Jaron le miró, tomandose unos segundos antes de contestar.

-Estan en un lugar llamado Fasgaidh.

-¿Cómo lo sabes?

Empujó el libro hacia él, abriéndolo.

-Mireah me dejó un mensaje.

-¿Y porqué no me lo has dicho antes? ¿Sabes el trabajo que me habría ahorrado?

El chico se encogió de hombros.

-Lo vi cuando ya te habías ido.

Nawar no le creyó, pero no tenía ganas de empezar ninguna estúpida discusión con un estúpido adolescente. Estaba cansado, hambriento y dolorido y lo último que necesitaba era añadir enfadado a su lista de estados de ánimo.

-Bueno, eso es más que una dirección, ciertamente. Al menos no está lejos -se puso en pie, ignorando a su cuerpo, que le pedía a gritos que no se moviera en un siglo o dos-. ¿Vamos? Cuanto antes salgamos, antes llegaremos.

-Yo no voy.

El elfo estaba preparado para cualquier respuesta excepto para esa.

-¿Qué?

-Yo no voy -repitió el chico, más firmemente esta vez.

Nawar trató de buscar una explicación razonable.

-Jaron Yahir y Alania se fueron por otro lado -le informó-, hacia Leahpenn. No tiene sentido quedarse a esperarles.

-No voy a quedarme a esperar a nadie -había un deje de irritación en su voz, como si le fastidiara que Nawar hubiera llegado a esa conclusión-. Simplemente he dicho que no voy a ir a Fasgar contigo.

-Fasgaidh -corrigió Nawar insconscientemente, aún demasiado anonadado como para ser brillante.

Jaron le dedicó una mirada que hubiese podido helar el sol.

-Lo que sea. Insistís en que aprenda a pronunciar vuestros estúpidos nombres elfos y ni siquiera os dais cuenta de que me importa un comino.

-No te importa un comino. ¿Cómo te va a importar un comino? Te has leído un aburridísimo libro sobre nuestro sistema político. ¡Claro que no te importa un comino!

-¡Pues ya no me importa! ¿Es lo que quieres oír? ¡Ya no me importa una mierda nada que tenga que ver con los elfos!

-¿De qué estás...? Esto tiene que ver con Zealor, ¿verdad? Ya te dije antes que no puedes creer nada de lo que diga.

-Ya sé lo que dijiste. Zealor es malo. Malísimo. Lo único que pretendía era engañarme y manipularme, lo dejaste muy claro. ¿Y eso en qué lo diferencia de cualquiera de vosotros?

-¿Que no vamos por ahí matando almas? ¿Qué mosca te ha picado de repente?

-¡Oh -el muchacho exageró un gesto de falso alivio-, que peso me quitas de encima! Con un argumento tal, puedo pasar por alto el hecho de que mi tío vendiera a mis padres por celos, o que a mi supuesto padre le de igual si vivo o muero. ¡Qué digo le da igual! Seguro que está escondido en algún rincón cruzando los dedos para que esta noche haya muerto a manos de algún soldado...

En algún punto de la diatriba del chico había aparecido un nuevo dato que explicaba muchas cosas, pero lamentablemente no era momento de detenerse a preguntar qué había querido decir con eso de los celos.

-Jaron, estás sacando las cosas de quicio -trató de calmarlo.

-¿Y que más te da, si no significamos nada para ti? Tú tienes tu mision y nos ayudas sólo porque te somos útiles. ¿Y cuándo dejemos de serlo? ¿Y si resulta que pasamos de ser útiles a ser un estorbo? Tu lealtad vale lo que ese montón de trastos de ahí -dijo, señalando los juguetes-, pasada la primera impresión uno se da cuenta que no es más que basura.

Oh, vaya.

Nawar hubiera rebatido ese argumento, pero había algo de verdad en ello, al fin y al cabo. Dolía oírlo en voz alta y en boca de otros, pero eso no lo hacía menos cierto. Así que en lugar de intentar justificarse a sí mismo probó de buscar ejemplos que demostraran que Jaron se equivocaba.

-Vale, bien. No soy un ciudadano ejemplar. Tampoco lo son tu padre ni tus tíos, ¿y? ¿Eso convierte a todos los elfos en malvados de golpe y porrazo? ¿Que hay de Dhan Hund? Lo ha arriesgado todo esta noche por salvar a un tipo que ni siquiera le cae bien. ¿Y Alania? ¿Se merece Alania que la metas en el mismo saco?

El medioelfo enrojeció, tal vez avergonzado al darse cuenta de que Nawar tenía razón, tal vez de ira al ver que el adulto trataba de cambiar su punto de vista. Fuera lo que fuera, el elfo descubrió pronto que no había sido demasiado buena idea, pues el muchacho salió de la cueva con gesto airado, empujándolo para hacerse camino.

-¡Jaron! -el elfo finalmente lo cogió del brazo con firmeza de modo que por más que se revolviera no pudiera escapar.

-¡Suéltame! -el chico trató de golpearlo, pero paró su puño con su brazo libre.

-¡Cálmate y piensa con la cabeza, demónios! -Jaron aún forcejeó unos segundos y Nawar esperó a que parara para continuar-. No has contestado a mi pregunta. ¿Qué hay de Dhan y Alania? ¿Qué hay de Mireah?

-¿Qué hay de ellos? No los veo por ningún sitio esperándonos, así que dímelo tu. ¿Qué hay de Dhan, Alania y Mireah?

-Ahora estás siendo injusto. Este lugar no era seguro.

-¡Y una mierda! Nosotros podríamos haber ido a ocultarnos a mil lugares que sin duda tu conoces y vinimos a este lugar que no es seguro por ellos, a buscarlos a ellos. ¿Dónde están? Está claro que lo único que les importa a todos es su propio pellejo.

-Mireah te dejó un mensaje -Nawar aflojó su presa cuando vio que Jaron ya no se revolvía cada dos palabras.

-Que detalle por su parte encontrar unos segundos para pensar en mi.

Nawar estuvo a muy poco de golpearle. Si había alguien que no merecía nada de todo eso era la princesa. Pero eso sólo hubiera empeorado las cosas, ¿verdad?

-Niñato de mierda -le dijo sin embargo-. Si tenías aún alguna duda de que tu padre es Jaron Yahir, olvídalo. Eres igual de mezquino y miserable que él.

El medioelfo tembló de pies a cabeza, pálido, y esta vez Nawar si pudo ver la ira y el dolor en sus ojos glaucos sin ninguna duda, pero a esas alturas, francamente, ya no le importaba. En otro momento, con la mente descansada y los ánimos en frío hubiera intentado razonar con él. O se lo hubiera cargado a la espalda y lo hubiera arrastrado consigo haciaFasgaidh. La opción que hubiera resultado más práctica.

Pero no era el sitio ni el lugar. Jaron ya no era el mismo mocoso que apenas hacía diez días se había cargado cual fardo, ni él era el mismo gallito convencido de que con la razón de su lado nada podía salir mal.

Nada estaba saliendo bien y él no podía siquiera ir a hablar con su señor para contarle realmente cuan mal estaban saliendo las cosas.

Así que cuando el muchacho apretó la mandíbula con gesto testarudo, decidió que le daba igual, por completo. Haze iba a cabrearse, pero eso también le daba igual. Y tal vez no era ni aconsejable ni sensato, ni mucho menos correcto, pero...

-Te voy a dar una última oportunidad de venir conmigo hasta Fasgaidh, junto con los tuyos -dijo, recuperando la calma.

-No son los míos -fue su respuesta, cortante y directa.

Y no había mucho más que decir.

-Bien -suspiró, dándose por vencido-. ¿Y donde vas a ir?

-Voy a volver a mi casa -su gesto también se relajó.

Eso sonaba tan triste y desesperado, tan poco inteligente...

-¿Sabes el camino al menos? -Se interesó.

-Llegué por mi propio pie hasta Meanley. Me las apañaré.

-No suena muy halagüeño.

Eso hizo sonreír a Jaron por algún motivo, pero fue sólo un reflejo, una sombra, y de hecho Nawar podría muy bien habérselo imaginado. Aún así fue suficiente para ablandar su consciencia.

-Espera -le dijo, y entró de nuevo en la cueva, cogiendo el libro y algo para escribir.

Buscó alguna página con espacio suficiente y dibujó un mapa. Mientras la arrancaba lo pensó mejor y dibujó otro en la pagina siguiente, arrancándola también.

Jaron le esperaba en la entrada de la cueva, intrigado. Nawar le tendió el primer mapa.

-No és muy detallado, pero tendría que servirte para llegar al menos hasta Leahpenn. Por lo que me dijo Haze, desde allí es fácil llegar a tierras humanas -El chico lo tomó y estaba observándolo cuando Nawar le tendió el segundo mapa-. Este es por si cambias de opinión. Sé que ahora mismo no te lo parece, aunque no entienda muy bien porqué, pero Haze y Mireah se preocupan realmente por ti.

Jaron tomó el segundo mapa y dudó, pero finalmente lo dobló y lo metió en el bolsillo de su casaca junto con el otro.

-Gracias -dijo, con cara de no saber qué más añadir. Hacía unos segundo habían estado a punto de acabar a los puños y ahora debían despedirse civilizadamente y estaba claro que el chico, como al mismo Nawar le sucedía, no sabía qué decir.

Era lo que tenía la adrenalina, cuando se acababa te dejaba exhausto y con cara de bobo.

-No lo hago por ti -dijo finalmente, de un modo muy estúpido, pues estaba claro que sí lo hácía por él.

-Lo sé, pero yo te lo agradezco igual.

-Sigue el rastro de lazos azules que ha dejado Alania -añadió-. No debería de ser dificil.

Otra sonrisa. Eso se estaba eternizando y si separarse era un idea estúpida, quedarse en pie a la entrada de una cueva esperando que cayera la noche era directamente una idea suicida.

-Buena suerte con el Kiam -dijo el chico finalmente, cambiando el peso de un pie a otro.

-Igualmente -dijo, y era muy sincero a ese respecto-. Y lárgate ya antes de que cambie de idea y te cargue como un saco de patatas.

Y por fin se fue. Nawar sabía perfectamente que eso no era lo que se suponía que tenía que suceder, pero la decisión ya estaba tomada. La había tomado el mismo Jaron mucho antes de que él supiera siquiera que iba a tener que decidir.

En fin, siempre habría tiempo de volver a buscarle cuando las cosas se calmaran. Seguro que la princesa sabía de donde venía Jaron. De momento la prioridad era Haze. Él tenía más información que el chico, al fin y al cabo.

Así que cuando el medioelfo se perdió de vista, el joven inventó una excusa y empezó a andar. Lo mejor era ir haciendo camino con la mentira ya hecha, así habría tenido tiempo de hacerla suya cuando llegara al lugar.

viernes, 3 de abril de 2009

Capítulo cuatrigésimo segundo




Rodwell bajó con dificultad las escaleras que conducían a los calabozos de su Majestad.

Los soldados que custodiaban las celdas se sorprendieron al verle allí pero el anciano insistió con firmeza en su decisión de ver al elfo en persona y, en vista de que no parecía una amenaza, le acompañaron finalmente hasta él.

El elfo alzó la cabeza al oírlos llegar y Rodwell comprobó que no le habían tratado bien. Tenía un ojo hinchado y amoratado y sangre seca bajo la nariz y en la barbilla. Y sintió pena por el ser, pues sabía que no habían hecho más que empezar con él. Sus ojos (ojo, de hecho, en esos momentos) del color de los helechos le miraron con suspicacia y cierta curiosidad. Rodwell calculó, en base a la edad de Jaron, que ese elfo debía de ser en realidad mucho mayor que él mismo, pero no sabía si entre ellos los habría tan ancianos o si era la primera persona de piel arrugada y cubierta de manchas con la que se encaraba el ser. Lo que estaba claro era que parte de las leyendas era cierta, pero que otras partes muy posiblemente no. No parecía especialmente demoníaco o mágico. No era más que un hombre capturado y torturado, y uno muy valiente dado su estoico silencio y su terquedad.

Rodwell hubiera deseado llenarlo de preguntas, saber cuantos más había, si cuidaban bien de los suyos, si Jaron iba a estar bien, pero sabía que los guardias no iban a dejarlo a solas con el elfo y no quería delatar a su abadía ni al muchacho.

Así que en lugar de eso se volvió hacia los guardias e inquirió:

-¿Se le ha dado ya comida y agua?

Uno de los soldados iba a contestar (negativamente, a juzgar por su expresión), pero su compañero se le adelantó:

-Nadie nos ha informado de qué comen estas criaturas, Padre Abad.

Rodwell gruñó, avanzando a golpe de bastón hasta la cercana mesa de los guardas.

-¿Qué van a comer? ¡Pan y Agua, como todas las criaturas del señor! -Y tomando un mendrugo de pan a medio roer de encima de la mesa regresó hacia la puerta de la celda.

Siguiendo su ejemplo, el guarda que había hablado acercó una jarra de agua y una copa.

Rodwell le sonrió como agradecimiento y luego se volvió hacia el elfo, tendiéndole el pan y el agua por entre los barrotes. El elfo le miró, desconcertado, pero debió comprender que el ofrecimiento era sincero pues finalmente tomó la copa y la bebió con avidez.

-¿Quieres más?

-Por favor.

Rodwell le sonrió, pasándole el pan y rellenado la copa.

-Así que hablas mi idioma, muchacho.

Las cejas del elfo volvieron a fruncirse, pero miró hacia otro lado, posiblemente intentando enmendar su error.

-Vamos, un poco tarde para fingir ahora.

-No hablo tu idioma, tú hablas el mío -admitió finalmente sin apartar los ojos del mendrugo de pan.

-Bien. Sea del modo en que sea, nos será más fácil entendernos si hablamos todos el mismo idioma, ¿no crees?

El elfo se bebió la segunda copa de agua, esta vez más moderadamente, pero no dijo nada más. Rodwell le observó comer en silencio, preguntándose si el elfo era consciente de cuanto iba a cambiar el mundo su mera presencia. Eso no iba a traer nada bueno, nada en absoluto. Había tenido que escuchar a los demás abades en la reunión con el rey y sus opiniones no habían tranquilizado al monarca. Ni a Rodwell. Ninguno de ellos había contemplado la posibilidad de que los elfos pudieran ser escuchados y mucho menos después de que el Rey les hablara de Sarai de Meanley, secuestrada por los elfos con apenas 18 años de edad.

La historia había exhaltado a los presentes y Rodwell no había sido una excepción. Por eso había querido ir a ver al prisionero en persona. Tal vez el elfo supiera de Sarai. Y si sabía de Sarai... ¿sabría de Jaron?

Pero mientras los guardias estuvieran alrededor lo único que podía hacer era aliviar el dolor del elfo y preocuparse por su querido hermano menor. La verdad, ninguna de las dos cosas iba a servir de mucho si no se le ocurría algo mejor.