domingo, 7 de febrero de 2010

segunda parte, capítulo trigésimo octavo





Faris llegó a los aposentos de su padre con el corazón en un puño. Los médicos se apresuraron a dejarle entrar y se apartaron de la cama para que el joven pudiera acercarse al rey y tomar su mano.

Estaba fría. Aún no había muerto y su cuerpo ya estaba frío.

El rey no abrió los ojos ni dio muestras de saber que su hijo estaba junto a su cama, ni siquiera cuando el joven besó su frente y acarició sus cabello. Respiraba a bocanadas rápidas. Cortas y angustiosas. Su cabello, tan lustroso y fuerte antaño, era ahora apenas una maraña de hebras blancas enredadas por el sudor. Su padre siempre le había parecido tan grande y poderoso y sin embargo ahora le parecía que ocupaba tan poco espacio en la cama. Y estaba tan frío...

El Qiam tenía razón. No iba a sobrevivir a esa noche.

El joven se llevó una mano al puente de la nariz, tragándose las lágrimas y obgligándose a recuperar la tranquilidad y el control. No podía permitirse otro error, ni siquiera por su padre. Así que se serenó y se volvió hacia los médicos, que esperaban pacientes a que el príncipe centrara su atención en ellos.

Había tristeza en el rostro de los tres elfos, lo cual no hizo sino empeorar su sentimiento de culpa y frustración. Su padre se le iba y él, mientras tanto, se entretenía jugando a salvar la nación.

Esa misma mañana le había dicho a Dhan Hund que no jugaba, pero en ese momento se dio cuenta de que no era verdad. Hasta ahora había jugado a ser espía y estratega. Pero en pocas horas iba a convertirse en rey, lo quisiera o no, lo buscara o no, estuviera preparado o no. Su padre se moría y él no podría llorarle porque estaría demasiado ocupado en preparar su sucesión.

Maldijo y se acercó de nuevo a los doctores, dejando que le hablaran de cómo habá evolucionado la enfermedad, de cómo ciertos pacientes dan muestras de mejoría pocos días antes de morir, de que habían hecho todo lo que habían podido...

No les escuchó realmente. Se limitó a asentir y a fingir entenderlo todo mientras pensaba en cómo ponerse en contacto con Nawar.

Con su padre agonizante no iba a poder volver a Sealgaoin'ear esa noche y si además tenía que reunirse con Zealor para preparar la sucesión no iba a tener tiempo de nada. Eso iba a ser un problema. Tenía a Haze Yahir en su residencia, a donde ya no tendría sentido retirarse una vez fuera rey. La casa, en teoría, debería quedar cerrada ahora a la espera del nuevo príncipe heredero. Aún tendría unas semanas para llevarse sus cosas de allí y trasladarse definitivamente a los aposentos reales, pero...

No podía pensar en eso ahora y sin embargo era un asunto que no podía esperar. Tendría que enviar mensajeros y confiar en que los mensajes llegaran a sus destinatarios. Confiar en sus hombres y en su discreción.

Podía pedir un rato a solas para reflexionar. Escribir las cartas y enviarlas. Si se organizaban deprisa no tenía porque cambiar nada. Todos sus hombres sabrían qué hacer.

O casi todos.

No tenía ni idea de cómo contactar con Nawar.

-Le hemos suministrado una droga muy fuerte para el dolor, Alteza -estaba diciendo uno de los médicos cuando por fin se decidió a prestarles atención-. Es muy posible que ya no despierte.

-Comprendo -respondió, porque era lo que se respondía en momentos como ese, pero era mentira. No podía comprender ni quería comprender que su padre ya no iba a despertar. Lo aceptaría cuando sucediera, porque no se podía hacer nada más. Pero de momento se iba a permitir el lujo de la negación. Tal vez se equivocaran. Tal vez despertara al fin y al cabo y él pudiera despedirse de verdad.

-Volveré en un par de horas -les dijo a los médicos-. Avisadme si hubiese cualquier cambio.

Estos prometieron hacerlo y le dejaron salir. En la puerta le esperaba uno de los hombres del Qiam.

-Mi señor me ha enviado a comunicaros que en cuanto estéis libre os dirijáis a su despacho, Alteza.

No parecían dispuestos a dejarle respirar. Aún así, ya se había puesto en evidencia uan vez perdiendo los papeles delante del Qiam. No le convenía que Zealor sospechara. Habría tiempo para escribir misivas más tarde.

Así que asintió y siguió al soldado hasta el despacho del Qiam, a preparar su coronación mientras el cuerpo de su padre aún estaba caliente.

“No tan caliente” .

Ciero, no tan caliente. De nuevo se pellizcó el puente de la nariz, conteniendo el temblor y las lágrimas. Más le valía empezar a comportarse como una persona práctica si iba a tener que pasar las siguientes horas hablando de rituales de sucesión con Zealor Yahir.