jueves, 31 de diciembre de 2009

INTERLUDIO 2: Futuro

¡Feliz año nuevo!




La mujer se arrebujó en su capa intentando que el frío que le helaba los huesos no llegara a sus entrañas. La cueva era húmeda y oscura pero no se atrevió a encender un fuego, como no se había atrevido en las últimas semanas. Ni siquiera para cocinar. Claro que para cocinar unas raíces, hongos y frutos secos no hacía falta mucho fuego…



Tenía tanta hambre y tan poco alimento. No era suficiente para los dos.



Palpó en la oscuridad su vientre y sintió a su bebe moverse al contacto, como buscándola. Su consuelo era que ahí dentro su pequeño no podía sentir el lacerante frío que acompañaba las primeras nieves. Ni el frío ni, con suerte, el hambre.



Se tapó bien de nuevo y masticó sin mucho ánimo las insípidas raíces que había podido recolectar. Pensó en su amado, que estaría buscándola por toda su pequeña nación. Tal vez creería que había muerto. Tal vez el que había muerto era él.



No, eso no. No podía siquiera concebirlo.



Se movió, tratando de repeler la idea que intentaba abrirse paso en su cabeza, y al moverse sintió de nuevo el dolor en el hombro, donde la sangre volvía a empapar el tosco vendaje que había logrado improvisar.



Maldijo. Así no iba a llegar muy lejos.



Lloró. No pudo evitarlo. Intentaba no hacerlo con todas sus fuerzas pero era imposible. En cuanto paraba de caminar, o a veces incluso caminando, sus fuerzas le podían y lloraba, de angustia y miedo, de rabia, de soledad. Por su bebé, por su amor, por sus amigos y por ella misma. Lloraba tanto que le dolía la cabeza y le costaba respirar y así no iba allegar muy lejos.



Había salido ya de las tierras de su padre, eso lo sabía, pero no por eso habían abandonado la persecución. Y la última vez habían estado tan cerca…



“Entrégate y no te pasará nada. Nos desharemos del engendro y podrás volver a tu lugar.”



Recordaba las palabras de su hermano y el odio volvió a invadirla mientras se abrazaba su vientre.



“Nos desharemos del engendro.”



En su desesperación había matado a uno de los soldados, de pura suerte, pero eso los había sorprendido y le había dado margen para huir.



“¡Si te vas ahora no podré salvarte!”



Su hermano lo había dicho como si ella le importara de veras, como si ella aún fuera una niña inocente que no supiera que lo único que les interesaba de ella era casarla con el horrible Heinrich de Peann para así poder ampliar su poder.



Habían pasado tres días desde que derramara sangre con sus propias manos y la herida del hombro, recibida en la refriega, no se cerraba. Cualquier movimiento la hacía sangrar de nuevo. Y dolía. Dolía tanto…



Oh, si le hubiera escuchado o al menos le hubiera dicho a donde quería ir…



Pero él no lo hubiera entendido. A pesar de las muchas virtudes de su amor la mujer sabía muy bien cuales eran sus defectos. Era terco y rencoroso y no hubiera entendido que ella hubiera querido volver a por el chico.



Había podido seguir la pista del muchacho hasta las tierras de su padre, donde sin duda ya debían haberle dado muerte. Pobre Haze. Dulce y tierno Haze…



Y entonces la habían visto y había empezado la persecución, que duraba ya días, tal vez semanas. Había corrido en dirección contraria a la Nación, esperando dar una oportunidad a Jaron y a sus amigos. Todas las noches rezaba para que no fuera en vano.




“Si es niño se llamará como su abuelo”



“¿Cómo cual de los dos?”



Ella había bromeado pero él no la había entendido, o tal vez sí y sólo le había seguido el hilo.



“Bueno, Jacob es un buen nombre”



“¡No! ¡No como mi padre!”





-Fedir, te llamarás Fedir.



Porque iba a ser un niño. De algún modo lo sabía. Un niño valiente y noble como su padre. Su pequeño rayo de esperanza.







Se adormiló. No supo por cuanto rato, pero adormiló. La despertó el viento golpeando contra las ramas de los árboles en el exterior. Se había levantado una tormenta. Llegó hasta la entrada d ela cueva para mirar al exterior y vio la densa cortina de nieva creada por el viento. Estaba cansada y débil, perdiendo sangre y fuerzas a cada paso que daba. Podía sentir la fiebre en los ojos que apenas podía abrir. La nieve creaba una cortina densa y uno no podía distinguir un pie delante del otro sin esforzarse de veras.


Era su oportunidad.


No, no su oportunidad, pero sí la de su niño.


La mujer salió de su refugio y forzó a su cansado cuerpo a seguir adelante, un paso y luego otro, entre la nieve y el viente, ignorando el hambre y el frío, ignorando el dolor de cabeza y las nauseas. Un paso y otro y otro.


Vio luces no muy lejos y recordó haber visto no hacía muchos días un monasterío desde lo alto de una loma. Si llegaba....


Tropezó y se puso en pie de nuevo, usando la espada como bastón. Y dio un paos y otro y otro. Si llegaba, si lo lograba, su rayo de luz nacería. Y cuando creciera... Cuando creciera le hablaría de su padre. De su padre y de sus tíos y de su abuelo. Sí, eso haría.


Y así la mujer dio un paso y otro y otro hacia las luces llena de esperanza en el futuro que había cargado durante nueve meses en el vientre.



domingo, 27 de diciembre de 2009

segunda parte, capítulo trigésimo tercero





Cuando había despertado sus amigos ya se habían ido. Mireah y Nawar a buscar al chico. Dhan...

Lo lógico sería pensar qué había ido a por su familia, pero era un estupidez ir en persona y Faris no le había parecido el tipo de persona que te daba una montura y un escolta para que fueras a cometer una estupidez. No es que él lo hubiera visto, claro, pero Salman le había contado la partida de Dhan y cómo esta se había producido al menos dos horas después que la de Mireah y Nawar. No. Dhan no había ido a por su familia lo cual tal vez quería decir que había ido a por Jaron. El mayor. Su hermano. No estaba muy seguro de sentirse feliz ante la prespectiva.

Haze suspiró, doblando otra esquina.

Según Salman, Faris tampoco estaba ya en Sealgaoin'ear. Un mensajero había llegado y el príncipe había partido poco después. Así que estaba solo en la residencia oficial de los príncipes herederos, un lugar lleno de historia, la misma historia que nunca se molestó en estudiar cuando tuvo ocasión y por la que ahora le avergonzaba preguntar. Bueno, no exactamente solo, tenía a Salman y a Noaín, pero echaba de menos a su princesa. ¡Demonios! Incluso echaba de menos a Nawar. Y sobretodo echaba de menos ser de utilidad para alguien.

Se había depertado sintiendose mejor y, después de asegurarse que se acababa su comida, Salman le había dado permiso para salir de su habitación mientras él se encargaba de su tareas. Pensó en bajar a las cocinas, saludar a Noaín, pero se confundió de pasillo y cuando quiso darse cuenta estaba en el ala opuesta del palacio buscando alguna puerta que diera a alguna sala conocida.

No la halló. En su lugar encontró unas escaleras que subían y las siguió. Pronto se vio en una espaciosa terraza, en lo alto de una de las torres, desde donde se dominaba gran parte de bosque y el valle que se abría más allá del castillo. Hacía buena tarde y el sol aún iba a tardar en ponerse. El verano acababa de empezar y pronto las temperaturas empezarían a subir y las lluvias que les habían estado acompañando en los últimos días se harían más y más escasas durante un mes o dos. Pero en ese momento la temperatura era pefecta en lo alto de la torre y Haze se permitió cerrar los ojos y dejar la mente en blanco por un segundo. Se le daba bastante bien no pensar en nada, llevaba muchos años de práctica a la espalda.

De todos modos, era más fácil unos meses atras.

Pronto la brisa le produjo un escalofrío y se acordó de Zealor y de su interés por el muchacho. Recordó el hacha de metal y la insinuación de Nawar de que la muerte de sus padres no había sido accidental.

Abrió los ojos y miró al horizonte, al punto lejano donde las tierras de los humanos empezaban y deseó que encontraran a su sobrino sano y salvo, y a la vez deseó que no lo encontraran nunca, que el chico hubiera regresado a su casa, lejos de las garras de Zealor, donde ningun miembro de su estropeada familia pudiera herirle nunca más.

Se agachó y buscó alguna piedra que estuviera suelta.

“¿Sabes que día fue ayer, muchacho?” Le había preguntado Salman al traerle junto con la comida algunas galletas de las que solía hacer Noaín.

Claro que lo sabía. No con exactitud, pero sí a grosso modo. Nunca había dejado de contar realmente. Nunca se dejaba de contar. Era un hábito demasiado arraigado.

“68 años y sigo con vida.” Gravó en una esquina.

-Feliz cumpleaños, Haze -murmuró y lanzó la piedra con toda la fuerza que el dolor le permitió.

¡Mierda! ¿Por qué no le habían dejado morir? ¿Por qué habían tenido que complicarlo todo de ese modo por salvarle a él?

Formuló para sí mismo el amargo deseo de cumpleaños de que Zealor resbalara al salir de la bañera y pudieran por fin librarse de él. Hacía tiempo que sabía que ese deseo de cumpleaños no se cumplía por más que lo repitiera, pero no perdía nada intentándolo.


sábado, 19 de diciembre de 2009

segunda parte, capítulo trigésimo primero







Estaban aún en la puerta observando como partían Nawar y la humana cuando Dhan Hund dijo:

-Alteza, tenemos que hablar.

Faris guió al pelirrojo hacia su despacho intuyendo de qué querría hablar. Era lógico y completamente comprensible. Lo mínimo que se podía esperar de Hund por como lo había descrito Nawar era que le pidiera sin rodeos que pusiera a alguno de sus hombres al cargo de la seguridad de su familia. Por eso, porque creía saber de lo que iba a hablarle el elfo, le sorprendió hacia donde se dirigió al conversación.

-¿Cuántos elfos tenéis en vuestro grupo? -preguntó tan pronto se hubieron sentado alrededor de la mesa de su despacho.

-Suficientes -al joven no le gustó lo abruto de la preguntó y optó por ponerse a la defensiva.

-¿Suficientes? -Pareció meditar la respuesta-. ¿Suficientes para qué?

-Para lo que tenga que ser.

El pelirrojó suspiró, mirandole con preocupación sincera en sus ojos azules.

-No pretendo ser irrespetuoso, Alteza, pero nosotros también jugamos en nuestro momentoa ser rebeldes al orden establecido y no salió bien.

-¿Créeis que juego? -Su desfachatez costaba de creer.

-Creó que no os dais cuenta de que lo hacéis y lo que temo es que no os daréis cuenta hasta que la cosa se ponga fea. Y Zealor Yahir no juega, no lo ha hecho nunca.

Faris se puso en pie, malhumorado.

-Sé que creéis que vuestra experiencia puede compararse a lo que estoy haciendo, maese Hund, pero no tiene nada que ver. ¿Cuantos érais en vuestro grupo? ¿Cuatro? ¿Cinco?

-Seis, contando a Sarai.

-Sólo mis redes de comunicación duplican esa cifra -dijo con altivez.

Hund sonrió.

-Y aún así... -alzó las manos, pidiendo paz-. No pretendo desanimaros. Nada más lejos de mi intención, pero si pretendemos sobrevivir esta vez más nos vale no confiarnos. Haze es una buena baza, pero tal vez no sepa tantas cosas del Qiam como creemos, o tal vez lo que sepa no pueda usarse sin pruebas. Vamos a necesitar a toda la gente que podamos reunir.

-Por eso he mandado a Nawar a por el chico.

-Necesitaremos algo más que a un muchacho testarudo que no sabe lo que quiere ni a quien, Alteza.

-Entonces, ¿estás pensando en tu familia?

Ahora sí, Dhan Hund rió.

-Oh, no. Layla me mataría si la arrastro a algo así. Mi mujer está más segura en casa y yo estoy más seguro aquí.

Faris sonrió a su pesar aunque estaba perplejo. Si no hablaba del medioelfo ni de su familia y la noche anterior había dejado claro que no podían contar con jaron Yahir, ¿entonces quien?

-Vos lo habéis dicho antes, alteza, no éramos un grupo grande, pero éramos un grupo entusiasta. Si pudiese contactar con ellos...

Faris se relajó. Así que era eso. No le parecía mal, francamente. Al fin y al cabo Hund tenían razón. Cuantos más fueran, mejor preparados estarían.

-Me parece buena idea -admitió-. Si tuviera sus nombres, por eso, podría decirte si ya forman parte de mi grupo o no -intentadoque el elfo no olvidara lo gran de que era su red de contactos.

-No, no creo. Pusimos especial cuidado en ocultar bien nuestro odio al Qiam. Además, enviaríasi a alguien ha hablar con ellos y no es recomendable. El tiempo nos convirtió a todos en paranoicos y tus hombres no serían bien recibidos.

Esta vez le tocó a Faris sonreir con sorna.

-Pues a mi no me parece sensato que vayáis vos en persona cuando todo la Nación os busca, Maese Hund.

Dhan le devolvió la sonrisa, está vez con un deje de admiración.

-¿Y cómo sabéis que iba a pronoper eso?

-Creo que empiezo a ver cómo habéis llegado a la situación actual -El joven príncipe se sentó de nuevo, dándose por vencido-. ¿Aceptaríais al menos que uno de mis hombres de confianza os acompañara?

-¿Se parecen todo vuestros hombres a Nawar?

El príncipe rió con ganas.

-Me temo que Nawar Ceorl es único.

-Entonces, Alteza, no tengo inconveniente alguno en la compañía.

Y así fue como se decidió que Dhan Hund también partiría de la seguridad de la residencia real.

domingo, 13 de diciembre de 2009

segunda parte, capítulo trigésimo primero




Bas'il los condujo hasta una sala que se le antojó a Layla una mezcla entre una sala de recepciones y una biblioteca. Tenía el tamaño y disposición de la primera, pero sus paredes estaban cubuiertas de estanterías y libros. La elfa nunca había visto tanto conocimiento junto.

Su anfitrión les indicó que se sentaran alrededor de una de las mesas mientras él se acercaba a un mueble y sacaba unas copas y una botella de licor. Sus ojos no dejaban de observar a Yahir, como tratando de asegurarse de que no era un fantasma. O tal vez sólo intentaba acostumbrarse a su aspecto, aunque Layla sabía que eso era imposible. Ella llevaba días con él y aún le costaba mirarle directamente a los ojos.

Aprovechó la pausa para quitarse la capa, pues empezaba a tener calor.

-Layla Hund, claro -dijo su anfitrión minetras dejaba una copa delante suyo-. Debí haber imaginado que estaríais vos bajo la capucha.

-Tan lejos ha llegado la noticia de mi fuga?

-Cuando al Quiam le interesa, mi señora, las noticias vuelan.

Layla sonrió, admintiendo la verdad en ello.

-Confieso que no salgo d emi asombro -continuó el señor de Dheireadh mientras se sentaba junto a ellos-. Sabía que ocurría algo pero nunca imaginé que... ¡Por mi alma que esto es increíble de veras! ¡Tienes que contarmelo todo!

-No hay mucho que contar. Nos separamos, me escondi, Zealor me quemó vivo...

-¡Oh, vamos! Esa es la parte que todos conocemos. Todos estos años... ¿Qué has estado haciendo?

Jaron alzó la copa y bebió. Se humedeció los labios, ceñudo, y Layla creyó que iba a responder, pero se equivocaba.

-¿No se puso Dhan en contacto contigo? -Preguntó a su vez.

Bas¡il pareció sorprendido por la pregunta, tal vez porque esperaba una respuesta.

-Hace un par de semana -admitió-. Me llegó una carta. Confieso que me sorprendió. Sí que es cierto que al principio habíamos intentado mantener el contacto, pero después de que el futuro Qiam te ofreciera un funeral ofcial por todo lo alto nos desanimamos. Dhan nos convenció de que lo mejor era dejarlo, que ya no había causa y que era peligroso. Tres personas habían muerto, o al menos eso creíamos -añadió en tono más jocoso que acusador, pero definitivamente dolido-. Nos convencimos que lo mejor era guardar las distancias un tiempo. Desde entonces dejamos de reunirnos y fingimo sser solo viejos conocidos para la Sociedad. Sólo un viejo cabo saludando al que fue su cadete en sus tiempos de juventud. Ni siquiera me permití asistir a vuestra boda -le dedicó a Layla una sonrisa triste-. Ya veis, señora, cuan asustados estábamos.

-Fue lo mejor -opinó Jaron.

-No sé. Si Dhan nos hubiera dicho que seguías vivo...

-¿Qué te dijo Dhan en su carta? -Yahir volvió a cambair de tema.

-Poco. Decía que debíamos reunirnos, que estuviera preparado, que pronto me diría el día y el lugar. Estuve días espernado otra nota y de repente... Cuando me llegó el anuncio de que Dhan Hund había tricionado al Qiam rescatando a haze Yahir supe que tenía que ver con la extrña carta. Y francamente, no entiendo nada. Después de que nos traicionara Dhan ni siquiera pronunciaba el nombre de tu hermano menor. ¿Qué hacía Dhan arriesgandose de ese modo por él? ¿y donde había estado haze todo este tiempo?

-Estaba prisionero de los humanos, o al menos es lo que contó -le aclaró Layla en vista de que Jaron no parecía ir a abrir la boca.

El elfo del rostro quemado gruñó, peor no añadió nada más, ni para bien ni para mal, y se hizo un silencio incómodo. Bas'il acabó el contenido de su copa y se sirvió una segunda antes de carraspear.

-Entonces, ¿venía por la carta de Dhan? Ha llegado el momento de ponerse en marcha de nuevo.

Jaron ladró una carcajada.

-¿De nuevo? Nunca estuvimos en marcha. No realmente.

-Ya sabes a qué me refiero. Lo qe sea que estéis preparando, contad conmigo.

-No estamso preparando nada -jaron frnó el entusiasmo d esu antiguo amigo antes de que pudiera exaltarse-. Tal vez Dhan sí tenía intención de intentar algo. No lño sé. La verdad es que contactaros fue idea suya, como fue idea suya echarlo todo a perder pro rescatar a mi hermano. Ahora ya es imposible hacer nada.

-Pero, ¿entonces?

Layla entendío la frustración de Bas'il. Entonces, ¿a qué has venido? ¿Porqué has llenaod mi casa de fantasmas si no quieres nada d emi?

-Layla -fue la respuesta de Yahir-. No puede regresar a su casa y necesita un lugar donde esconderse.

-Además, es posible que Dhan se ponga en contacto contigo de nuevo.

-¿No sabéis donde está?

La elfa negó con la cabeza y bas'il entendió parte de la situación. Sólo parte, se veía en su ceño fruncido que lo que no se le estaba contando era mucho. Layla trataría de rellenar los huecos con lo que Alania le había contado cuando no estuviera Yahir. Por el momento, sólo podía esperar que el elfo le dejara quedarse.

-Entiendo -dijo finalmente-. Por supuesto que os podéis quedar, mi señora. ¿Y vuestra hija? Podíasi haberla traido con vos.

-¿Alania? no. Preferí dejarla al cargo de los vecinos. Es posibel que ahora mismo esté enfadada conmigo, pero era lo mejor.

El rostro del elfo se ensombreció. Su expresión en parte confusa y en parte preocupoada le dio a entender que algo iba mal. La elfa sintió un nudo en el estómago. ¿Qué pasaba con su niña?

-¿No escapó contigo?

-¡Claro que no! No podía condenarla a esta vida a ella también.

Bas'il se puso en pie, evidentemente nervioso. paseó por la sala antes de detenerse de nuevo frente a ellos con una expresión de sincera preocupación en el rostro.


-layla, el Qiam tambiñen la busca.

-¿Qué?

-También escapó. Pensaba que...

Le hubiera gustado creer que bromeaba, peor era evidente que no. No era una broma. Alania se había escapado. Si la conocía, ni siquiera había esperado a que ella estuviera muy lejos.

-Hemos de volver a fasqaid -Layla se puso en pie, tomando su capa y empezando a abrocharla.

-¿Fasqaid?

-Es donde habá ido. Era la única pista que teníamos.

-No podemos volver allí, sabes que no hay nada.

-Pero ella no lo sabe.

-Se razonable -Yahir trató de calmarla-. A estas alturas ya debe de haberlo descubierto.

-¿Qué me estas pidiendo? ¿Que haga como tu y le de la espalda a lso míos para salvar mi vida? Es mi hija!! Que a ti no te importe el destino de tu propio hijo no quier decir que yo vaya a abandonar a mi niña.

-¿Hijo? ¿Sarai llegó a tener el bebe?

Jaron dio un golpe a la mesa, poniendose en pie él a su vez.

-Estas hablado más de la cuenta, mujer.

-¿Porqué? ¿Acaso es un secreto que eres un cobarde?

La expresión del elfo le dio miedo en ese momento. No estaba segura de qué hubeira ocurrido si hubiesen estado a solas. Por suerte, Bas'il estaba allí y Jaron se volvió un momento hacia su antiguo instructor antes de volverse de nuevo hacia ella y hablar.

-Yo ya he cumplido mi parte -le dijo-. Si tu quieres suicidarte buscando a esa mocosa, ya no es cosa mía.

-¿Vas a irte? -Bas'il parecía querer preguntar mil cosas pero el elfo era suficientemente sabio para intuir que no era el momento.

El elocuente silencio de Jaron lo dijo por todo por ellos. Se iría. Le daba igual Alania, Dhan o cualquiera que no fuera él. le odió en ese momento, le odió profundamente por todo lo que su marido había hecho por él y lo mucho que eso le había quitado a ella. Y deseó que se fuera para no verle más, pues entendió finalmente que no era precisamente su rostro lo que el fuego había calcinado y deformado y no estaba muy segura de querer averiguar hasta que punto se había malogrado su alma.


jueves, 3 de diciembre de 2009

segunda parte, capítulo trigésimo






Conocía el lugar hacia donde Jaron Yahir la había guiado y conocía la casa a la que se habían dirigido, pero debía reconocer que no conocía esa entrada. Era la casa de Bas'il Dheireadh, en Cóign'ear, antiguo conocido de su marido, con un pie en el ejército y otro en el consejo, al que no veía desde hacía casi cinco años, pero era la primera vez en toda su vida que utilizaba una entrada de servicio. Aún así Layla Hund se dejó conducir por el elfo de la cara quemada al que había creído muerto durante 67 años, feliz de saber que habían llegado a su destino. No sólo estaba agotada y decepcionada, si no que los dos últimos días de viaje había sido largos y tediosos. La compañía de Jaron ya no era como ella la recordaba. El elfo que ella conociera tal vez no era el más jovial de los mortales, pero era agradable al trato, simpático e ingenioso. Ahora sin embargo no sólo era hosco y taciturno, sino que además era amargo y desagradable. Había intentado conversar con él, saber qué había de verdad en todo lo que le había contado Alania, pero no había conseguido arrancarle más que gruñidos y sarcasmos.

Así que cuando llamaron a la puerta trasera de la casa de los Dheireadh se sintió terriblemente aliviada ante la prespectiva de librarse de su compañía.

La criada que abrió no esperaba la horrible visión del rostro de Jaron y palideció, pero supo mantenerse en su lugar y no salir corriendo, que era lo que cualquiera deseaba hacer la primera vez que veía a Yahir.

-¿Está tu señor? -Preguntó éste mientras bajaba su capucha como si no hubiera reparado en la reacción de la elfa.

-¿Qui-Quien pregunta por él?

-Un viejo amigo.

La mujer asintió y la puerta se cerró. Hubo algún cuchicheo tras ella antes de que se abriera y apareciera esta vez un criado. Parecían haber decidido que Yahir podía ser peligroso. No les culpaba.

-Pasen, por favor.

Layla no dejó de notar que a pesar de la cortesía no les hacían entrar más allá de la cocina. El elfo que les había franqueado el paso les observaba con recelo mientras una de las criadas les indicaba que se sentaran. Fue a cogerles las capas, y Layla iba a deshacerese de su capucha gustosa, pero un gesto de Yahir se lo impidió.

-Estamos bien, gracias. Sólo avisa a tu señor.

Layla se dejó caer en una silla junto a él.

-No hacía falta ser grosero -le susurró.

-Estoy desfigurado y muerto, nadie me va a buscar o reconocer, pero tu cara debe de estar en todos los mercados -fue su respuesta, desdeñosa y fría-. No te quites la capucha hasta que veamos a Bas'il.

-Oh -fue todo cuanto acertó a decir. Con otra persona, en otras circunstancias, se hubiera disculpado, pero algo en las maneras de Jaron le impidió hacerlo.

De modo que se quedó allí sentada con la capucha puesta en contra de todas las normas de buena educación, como si en lugar de la cocina de una casa decente fuera una taberna cualquiera, a la espera de que el señor de la casa se dignara a bajar.

Las dudas que no la habían abandonado del todo en ningún momento la asaltaron de nuevo durante la espera. ¿Y si Jaron se equivocaba y Bas'il no estaba de su parte? En lo poco que había dicho al respecto, Yahir había asegurado que el elfo había conocido a su esposa humana hacía años y que era de los suyos, pero ¿y si el tiempo le había cambiado? No veía al señor de Dheireadh desde hacía cinco años, ¡y había sido en un acto oficial! Su marido y él no habían dado grandes muestras de conocerse. Tal vez era cierto que hacía años habían formado parte del mismo grupo, pero... ¿y si Bas'il se había acomodado como les había sucedido a tantos?

No se dio cuenta de lo tensa que estaba en realidad hasta que la puerta de la cocina se abrió, provocándole un respingo.

Bas'il Dheireadh entró en la cocina, el ceño fruncido sobre sus ojos verdes. Les miró, aún sin entender nada, y se plantó ante Jaron.

-¿Quien se dice amigo mío y llama a mi puerta de servicio exigiendo mi presencia?

Jaron se puso en pie y Layla creyó ver algo parecido a una sonrisa en sus ojos violeta. La dura linea que eran sus labios se relajó al hablar.

-Sé que han pasado unos años y que tu pelo está más blanco que la última vez, pero no pensé que estuvieras tan viejo que no me reconocerías.

El elfo, que ciertamente era algo mayor que ellos y ya mostraba algunas canas en su cabello castaño, abrió los ojos con sorpresa al oir la voz y se sujetó a una de las sillas, como buscando estabilidad.

-¡Por todos los...! Creí... Creimos...

Y de repente abrazó a Jaron y esté le devolvió el abrazo. Ésto sorprendió a Layla aún más que su sonrisa.

-Cuando oí lo de tu hermano y lo de Dhan... -Bas'il se separó de él, una mueca incrédula pintada en sus labios-. Debí haberlo imaginado. Pero como iba...

Jaron perdió el gesto afable del rostro tan deprisa que la elfa creyó haberlo imaginado. Miró de soslayo a los criados, que fingían dedicarse a sus labores.

-Aquí no. Vamos a un lugar más privado.

-Por supuesto -su anfitrión les señaló la puerta aún con ese gesto de incredulidad en los ojos-. Hay tantas cosas que tienes que contarme... Sarai, ¿ella también...?

-Aquí no -insistió Yahir y Layla entendió perfectamente que quería decir: “aquí no ni en ningún otro lugar”, pero Bas'il aún no llevaba sufciente tiempo con él como para haberse dado cuenta de que el Jaron al que acababa de abrazar no era el Jaron que él recordaba.

Ya se daría cuenta. Y si empezaba a preguntarle por su esposa muerta eso iba a suceder más pronto que tarde.