jueves, 25 de diciembre de 2008

Capítulo vigesimoctavo





La plaza estaba llena para cuando llegaron al pueblo. Dhan había insistido en la necesidad de estar allí antes de que la ejecución empezara para poder evaluar la situación.
-Pero tu no hace falta que vengas -le había dicho a Mireah una última vez-. De veras.
Pero la joven sólo había negado con la cabeza, dando a entender que de eso no se iba ni a hablar.
Así que los cuatro se había presentado en el pueblo a eso de las seis de la tarde, cuando el sol empezaba a alargar las sombras y la necesidad de una capucha sobre sus cabezas no llamaba en exceso la atención.
Jaron, que caminaba entre Nawar y Mireah, asía con fuerza su arco bajo la capa. Dhan había dicho que no iban a usar la fuerza si no era necesario, pero el muchacho se sentía más seguro así. Era como llevar una reliquia o un amuleto bendito. Rodwell solía decir que uno podía estar casi seguro de que era falso, pero... ¡Demonios! Esa era la gracia de tener fe.
El muchacho se dio cuenta de que se quedaba atrás cuando Nawar tiró de él sin mucho miramiento y lo obligó a situarse a su altura.
-No te separes, esto estará lleno de guardias del Qiam.
Y con esa advertencia, volvió de nuevo al plan.
El plan...
Era una mierda de plan.
Se suponía que debía estar mirando alrededor, evaluando la situación, calculando el espacio, los posibles ángulos de tiro, el número de guardias, por donde entraban, por donde salían... Pero cada vez que alzaba la mirada se sentía atraído irremisiblemente por el cadalso. El cadalso, el tocón y, por supuesto, el hacha. Esa horrible hacha.
No podía quitarse de la cabeza las palabras del otro Jaron acerca de la tortura.
“A veces incluso mutilación.”
¿Y si le cortaban la lengua o le sacaban los ojos? ¿Y si le cortaban una mano o le destrozaban la cara? ¿Y si le dejaban sin pies? ¿O sin piernas?
Imágenes de viejos grabados venían a su mente. Imágenes que viera en el libro que una vez leyó en la abadía. De monstruos horribles torturando y devorando inocentes. Los elfos de las historias de los humanos regresaron a su mente con tal viveza que por un momento no pudo respirar.
Tuvo que recordarse a sí mismo que eran mentiras, que los elfos no eran peores que los humanos. Ni mejores. Que sólo eran eso, elfos, y que él estaba allí para salvar a una buena persona.
-¡Eh! -Nawar llamó su atención de nuevo y esta vez incluso Mireah se volvió hacia él con un mohín.
Ella, tan entera a pesar de todo... Y él estaba allí, pensando estupideces y dejándose llevar por el pánico.
-Lo siento -dijo, caminando hasta ellos.
-¿Has visto algo interesante? -Preguntó Nawar con cierto fastidio cuando llegó, bajando la voz.
-No -admitió.
-Yo sí. Veo sólo unos seis soldados del Qiam, y eso no me gusta.
-¿Por qué no?
-Ayer me crucé con un par de patrullas, ¿recordáis? Una docena larga en total, más estos seis y los que estén con su señor... Debería haber unos 30 soldados como mínimo. Y sólo seis están a la vista.
Jaron lo pensó.
-¿Crees que el Qiam sabe que intentaremos rescatar a Haze?
-Creo que cuenta con ello -los ojos color miel del joven reflejaban preocupación.
-¿Y? No cambia nada -replicó Mireah fríamente.
-En realidad sí, princesa. Lo complica todo un poco.
-Pues yo no pienso rendirme.
-¿Quién ha hablado de rendirse? Esto sólo lo hace más interesante y divertido.
Pero esta vez su fanfarronada no logró ocultar del todo su preocupación y eso no hizo sino empeorar el peso en las entrañas de Jaron.
-Deberíamos acercarnos más -dijo Dhan finalmente, rompiendo el silencio-. Tal vez nos de alguna pista de si va a estar atado o encadenado.
-Que halagüeño.
-Tanto como tú, Ceorl.
Y sin una palabra más se adentraron entre el gentío. Jaron iba a seguirles cuando Mireah le tomó del brazo.
-Esperémosles aquí -dijo cuando el muchacho se volvió hacia ella-. No quiero acercarme más a eso.
El chico lo entendió y, como muestra de apoyo, tomó su mano. La humana lo agradeció apretándola con fuerza un segundo.
-Tengo mucho miedo, Jaron -confesó.
-Y yo.
Hubo unos segundos de silencio mientras, sin hablar, medioelfo y humana compartían todos sus temores.
-Lo lograremos, ¿verdad? Le salvaremos –Quiso saber Mireah.
-Nawar cree que sí.
-¿Confías en él?
Jaron se encogió de hombros.
-Haze confía en él –fue su respuesta.
-Tendrá que ser suficiente.
El chico esbozó una sonrisa triste.
-Supongo que sí.
La princesa apretó su mano una vez más antes de soltarla.
-Por ahí vuelven Fanfarrón y Gigantón -le informó, señalando con la barbilla.
El chico rió a su pesar.
-¿Fanfarrón y Gigantón? -Preguntó, poniéndose de puntillas para ver lo que estaba viendo la joven.
-Bueno, es descriptivo, ¿no? -Mireah le mostró por fin una de sus sonrisas-. Y tú, a ratos, eres El Tontolaba. ¿O acaso te crees que Nawar es el único que sabe poner motes?

viernes, 19 de diciembre de 2008

Capítulo vigesimosépitmo



El carruaje negro del Qiam llegó a Suth Blaslead un poco antes de la hora de comer.
El vehículo, tirado por cuatro esbeltos caballos blancos, abría la tétrica caravana. Justo detrás suyo, un pequeño grupo de soldados a caballo precedía el segundo carromato, negro también como la noche, casi hermético excepto por un pequeño ventanuco. Cuatro soldados más cerraban la retaguardia, aunque era excesivo. ¿Quien iba a atacar al Qiam para rescatar a un traidor?
Zealor Yahir, hijo predilecto de la ciudad, salió de su carro majestuosamente y saludó con una sonrisa a los que se habían acercado a verle. Muchos de ellos le habían visto crecer y comentaban orgullosos en mercados y ferias cómo el Qiam más joven de la historia de la Nación se acordaba aún de ellos cuando regresaba a casa.
Luego se volvió hacia sus hombres y dio algunas órdenes antes de partir hacia la casa Yahir con algunos de ellos. El resto se acercó al carromato y abrió la puerta, obligando a su ocupante a bajar con muy poca ceremonia.
Los murmullos no tardaron en alzarse.
Allí estaba Haze Yahir, el traidor, al que habían supuesto muerto todos estos años e incluso habían llegado a llorar.
Era normal, opinaban algunos. Sin unos padres junto a los que crecer, malcriado por los Ceorl... Sus pobres hermanos hicieron lo que pudieron por él y ya ves...
Haze Yahir fue empujado sin mucho miramiento para que empezar a caminar hacia la mansión. El elfo lanzó una mirada indescifrable hacia la casa antes de empezar a andar pesadamente, arrastrando grilletes y cadenas, hacia el que una vez fuera su hogar.
Y los curiosos, tras unos segundos más de murmullos y exclamaciones, se dispersaron, pues había mucho que hacer antes de la puesta de sol.
Aquello era una tragedia, se decían unos a otros. Una auténtica tragedia... Y nadie parecía querer perdérsela.




Los soldados lo habían conducido al interior de la casa y, a empellones, le habían hecho bajar a la bodega, el único rincón de toda la casa que carecía de luz natural.
Le habían sentado en una silla, le habían atado y, tras asegurarse que no podía huir, se habían ido escaleras arriba llevándose con ellos el candelabro y, por tanto, la luz.
Haze no supo muy bien cuánto tiempo pensaban tenerle así, a oscuras, solo, dándole espacio para reflexionar. Para pensar y recordar. Para arrepentirse de casi todo lo que había hecho en esta vida, y de lo que no había hecho. ¡Demonios! Decir que estaba resignado y que no tenía miedo hubiese sido mentir.
Lo había meditado mucho antes de entregarse y cuando lo había hecho había sido consciente de lo que iba a venir. Y lo aceptaba. Por supuesto que lo aceptaba, pero...
Si cerraba los ojos podía intentar imaginar que aún estaba sentado bajo el sol, con Jaron, con Mireah, libre... Libre después de sesenta y siete años de oscuridad, humedad y resignación. ¿Y cuánto le había durado? Un par de semanas apenas. Un par de semanas y volvía a estar a oscuras.
No ayudaba saber que Zealor estaba a escasos metros sobre su cabeza, ultimando los preparativos de su muerte.
Pero había salvado a Noaín y de eso no se arrepentía. Por primera vez había hecho algo cuyo resultado final era bueno, y eso era más que suficiente.
Así que trató de serenarse y no pensar en sus hermanos ni en Sarai. No pensar en Jaron, ni en Mireah. Ni en la nación, ni en Meanley, ni en nada. Pero la verdad era que no se le daba muy bien. Y los minutos pasaban y las horas se acumulaban, y junto con las horas los recuerdos y los reproches.
Entonces, en algún punto de la tarde, oyó unos pasos en la escalara y creyó ver una luz que descendía. ¡Vaya! El tiempo había volado. ¿Tan tarde era que ya bajaban a por él?
Pero no eran los soldados que bajaban para llevárselo, sino Zealor quien, candil en mano, bajaba a verle.
-¿Aburrido? _preguntó al llegar.
-¿Qué quieres ahora?
Zealor sonrió, dejando el candil sobre una cuba y recostándose sobre otra.
-¿Dónde están los modales que te dieron tus padres?
-A saber. Tal vez en el mismo lugar donde tú perdiste la moral.
El Qiam se rió con ganas.
-Muy agudo -luego se serenó-. En fin, hermano, se acerca tu final y me he dado cuenta que nadie ha tenido el deferencia de ponerte al corriente de los detalles. Porque nadie te ha explicado como va a ser tu ejecución, ¿verdad?
Haze se limitó a apretar la mandíbula. No iba a mostrar miedo delante de Zealor. Eso nunca más.
-Ya veo que no -dedujo su hermano ante su silencio. Luego suspiró teatralmente-. Primero me tocará a mí subir a la tarima y leer los cargos y todo el numerito ese. En realidad, podría delegarlo, pero ya sabes como son esas cosas de la costumbre y la tradición. Eres mi querido hermano, al fin y al cabo. Hablaré con gran pesar en el corazón y todos sabrán cuanto me va a doler tu muerte. Pero como Qiam no debo dejar que mi dolor empañe mi razón.
-Ya. Pobre Qiam.
-Sí, pobre, pobre Qiam... -Otro suspiro-. En fin, luego recibirás sesenta y siete latigazos, uno por cada año de más que te dejé vivir. Aunque claro, a esta gente le diremos que son por todos los años de mentiras en que hiciste sufrir a los tuyos. Acabados los latigazos, estés o no consciente, se te colgará por los brazos, bien alto, y así permanecerás durante la noche -Zealor se agachó, como quien cuenta una confidencia-. Esto será por el asesinato de tu hermano mayor -le explicó-. Y finalmente, al alba, serás decapitado, por traidor a la Nación.
El corazón de Haze latía con fuerza de puro dolor anticipado, pero de nuevo no lo mostró.
-¿Traidor? ¿Y se puede saber en qué he traicionado yo a la Nación?
-¿Te parece poco haber atentado contra el heredero de una de las más influyentes familias de la Nación?
Por supuesto.
-Qué hábil -admitió-. Dos castigos por una sola muerte.
Zealor sonrió con un gesto de falsa modestia.
-Pero es que eso no es todo.
-¿Ah, no? ¿Después de decapitarme aún vas a hacerme algo más? Espero que no quieras ahorcarme, porque entonces querrá decir que se te ha escapado un pequeño detalle.
-Ah, muy gracioso, hermanito. Pero es que no es tu cuerpo lo que pretendo destruir.
-¿Qué quieres decir?
-Pues que, y esto sólo lo sabremos tu y yo, así que no se lo cuentes a nadie, tal vez vaya a haber una pequeña confusión con el hacha y ésta no sea precisamente de piedra o de hueso. Aunque será una imitación muy buena, eso te lo aseguro.
Y por primera vez desde que se iniciara la conversación sintió Haze un pánico tal que no se acordó siquiera de disimularlo.
-No osarás.
-¡Claro que sí! Si ya está todo arreglado.
-¡No puedes matar mi alma!
-¿Que te juegas, Hazey?
-Pero... ¿Y la tuya? ¿No te preocupa lo más mínimo?
-¿Mi alma? No veo porqué debiera preocuparme. No soy yo quien va a empuñar el hacha. En todo caso, eso deberías preguntárselo al verdugo.
Eso desarmó al elfo, que se hundió en su silla, derrotado.
-Claro, no vaya a ser que hagas tú el trabajo sucio.
-Eh. Soy el Qiam. Mis manos deben permanecer inmaculadas por el bien de la Nación.
Haze no le dio el placer de responder a su provocación esta vez y Zealor, dándose por satisfecho, tomó el candil y empezó a encaminarse hacia las escaleras. Apenas había subido dos peldaños cuando se detuvo de nuevo y se volvió.
-Casi lo olvido. ¿Quieres oír algo muy gracioso? -Dijo-. Justo cuando acababas de entregarte me llegó una orden real para conmutar la pena de Noaín. ¿No es irónico? -Le mostró una sonrisa fría como un cuchillo y la luz del candil sobre su rostro le confirió por un momento el aspecto de un depredador-. Vas a morir en menos de veinticuatro horas y al final va a ser por nada.
Y ahora sí, se fue, dejando a Haze más a oscuras de lo que había estado en su vida y con un terror tal en las entrañas que no pudo más que desear que el techo se hundiera sobre su cabeza y acabara con todo de una vez.
No ocurrió, por supuesto, y tampoco fue una sorpresa. Al fin y al cabo, sus deseos raras veces se cumplían.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Capítulo vigesimosexto




Los monjes se alarmaron cuando su abad se detuvo entre toses.
Miekel, un novicio joven, corrió a su lado y, agarrándole con más firmeza que suavidad del brazo, lo acompañó hasta una roca, donde le obligó a tomar asiento.
-Os dijimos que no os convenía este viaje, Abad.
-¡Tonterías! Sólo es un poco de tos.
-Pero… -protestó otro de los hermanos-. Cualquiera de nosotros podría haberse encargado de ello.
-No estoy poniendo en duda vuestra capacidad, Willhem, pero sabes que no podía quedarme en la abadía. Soy una autoridad, al fin y al cabo, aunque no valga demasiado entre vosotros, desvergonzados.
El novicio sonrió a su abad.
-No he sido yo quien ha forzado el alto, padre Abad, si no la tos.
El anciano gruñó al deslenguado joven, pero en el fondo estaba agradecido de su presencia. Tener sangre joven alrededor le hacía olvidarse un poco de los 70 años que cargaba a hombros.
-El rey ha reclamado a varias abadías la presencia de sus respectivos abades en palacio, como autoridad espiritual y jueces de lo elevado, signifique eso lo que signifique, porque uno de sus príncipes dice haber hallado un elfo y quiere consejo y opinión –continuó-. ¡Un elfo! ¿Sabéis que puede querer decir?
-Claro que lo sabemos, padre. Podría tratarse de Jaron, pero…
Rodwell golpeó con su bastón en el suelo.
-¡Pero nada! El muchacho me necesita y no voy a dejarle solo –se puso en pie pesadamente, ayudado por Miekel-. Así que andando, que aún nos queda mucho trecho.
Y siguió su camino con más energía y determinación que sus preocupados hermanos.



Dan Hund había llegado a media mañana, tal y como predijera su hija, visiblemente alarmado. Tanto que ni regañó a Alania por estar allí. En lugar de eso la abrazó contra sí con fuerza.
-No vuelvas a hacerme esto, pequeña.
La muchacha le devolvió el abrazo.
-Lo siento, papi, pero no podía quedarme de brazos cruzados.
Hund le sonrió mientras la dejaba en el suelo y luego alzó los ojos hacia el resto.
-¿Cuándo vamos a rescatarlo? –dijo, como si no pudiera haber discusión alguna al respecto.
-Esta noche –respondió Nawar.
Dhan lo sopesó.
-Entiendo. ¿Y luego? ¿Dónde iremos?
-Buscaremos algo.
-Podemos ir a mi casa –ofreció el pelirrojo.
Jaron Yahir negó con la cabeza.
-Ni hablar. No podemos comprometer tu casa.
Hund le agradeció el gesto poniendo la mano en su hombro mientras buscaba donde sentarse. Luego, buscó dentro del saco que traía, de donde sacó un arco y un carcaj con algunas flechas.
-Dijiste que eras bueno con esto, chaval –dijo mientras le pasaba el arma al medioelfo-. Espero que no fuera un farol.
Jaron lo aceptó con gesto grave, probando la cuerda y decidiendo, aparentemente, que era un buen arco.
-No, no lo era –respondió finalmente mientras lo dejaba sobre la mesa.
-Bien –Hund asintió, ordenando sus ideas antes de volverse hacia Nawar, quien parecía liderar un poco en esos momentos-. ¿Y cual es el plan? Porque tendréis uno, ¿no?
El joven pasó una mano por sus desmandados rizos.
-Si quieres llamarlo así… El plan es esperar la noche, acercarnos sigilosamente, reducir a los guardias y sacarle de allí.
Dhan puso los ojos en blanco.
-Está bien –dijo con un tono que indicaba que él iba a encargarse de todo desde ahí-. Habrá que estudiar el terreno. ¿Cuantos guardias habrá? ¿Estará atado o encadenado? ¿Estará consciente? ¿Podrá andar? ¿Quiénes vamos a bajar y qué sabe hacer cada cual?
-Eso es un buen montón de preguntas –admitió Nawar, sacando papel y pluma de su petate-. Empecemos por lo fácil, ¿Quiénes vamos y qué sabemos hacer?
-Yo voy –dijo Jaron con convicción.
Nawar le miró con un mohín, pero finalmente suspiró resignado.
-Como quieras. Adolescente impulsivo con arco –anotó en su hoja de papel-. Me cuento a mí también –continuó-. Apuesto e ingenioso joven muy hábil con la espada –Alzó los ojos -¿Qué más?
-Yo aprendí a usar la espada observando a mi padre.
Se hizo un silencio incómodo mientras todos los ojos se volvían hacia Mireah.
-Princesa... -probó Hund con tono conciliador.
-¿Qué? Me manejo mejor que Haze y si fuera yo la prisionera a él le dejaríais ir.
-No es lo mismo.
-¿Por qué? ¿Por qué soy una humana o porque soy una mujer? -La joven frunció el ceño. Era la primera vez que ninguno de ellos la veía enfadada de veras-. Voy a ir a salvar la vida del hombre al que amo, con vosotros o sin vosotros -Sostuvo la mirada de Dhan, desafiante-. Me gustaría ir acompañada, pero iré sola si me obligáis a ello.
Nawar palmeó la espalda del pelirrojo, rompiendo la tensión.
-Los tiempos cambian, grandullón -dijo y luego sonrió a Mireah con aprobación-. Valiente princesa guerrera -anotó-. ¿Quién más?
-Yo -resopló Dhan Hund-. Y te puedo partir la columna de un rodillazo si sigues haciéndote el gracioso.
Nawar intercambió una mirada con Jaron y se encogió de hombros.
-De acuerdo. ¿Alania?
-Ella no viene -respondió su padre por la muchacha antes de que ésta pudiera abrir la boca.
-¡Por supuesto que sí! -replicó Alania, poniéndose en pie.
-¡Por supuesto que no!
-¡Jaron va! ¡Y Mireah! ¡Yo también voy a ir!
-Vas a esperarnos aquí y no vas a moverte hasta que regresemos -dijo Dhan de cara a su hija. Y luego, volviéndose hacia los demás, añadió-. Y no es algo que vayamos a discutir entre todos. Alania se queda.
La muchacha palideció y cruzó los brazos con gesto airado, mordiéndose en labio y tragándose las lágrimas que asomaban a sus ojos.
-Alania -trató de consolarla Jaron-, creo que es...
-¡Como me digas “que es lo mejor” te parto la cara! -Chilló, dando una patada al suelo y encaminándose furiosa hacia la salida de la cueva, donde se reclinó en la pared, dándoles la espalda a todos.
El chico la miró compungido y algo pálido mientras su padre se limitó a resoplar y farfullar algo sobre las hijas obedientes de sus parientes.
-Bieeen... -Nawar se frotó las manos, incómodo-. ¿Yahir? -Preguntó al elfo de la cara quemada, buscando un cambio de tema.
Éste le devolvió una mirada no exenta de cinismo y se tomó su tiempo antes de responder.
-Alguien ha de quedarse para asegurarse que la Pequeña Furia no escapa -dijo finalmente.
Mireah resopló y Jaron chascó la lengua pero el elfo no mudó su expresión.
-Jaron... -intentó Dhan, mas se calló al ver que Yahir tenía cara de ir a ignorar todo cuanto le dijeran.
-¡Oh! ¡Esto es increíble! -Alania, que se había vuelto hacia ellos de nuevo mientras discutían rompió el silencio-. ¿Además de antipático y egoísta eres un cobarde? Pues con él no me quedo -añadió con los brazos en jarras.
-No veo porqué no. Quiero decir, no me parece tan mala idea -dijo Nawar-. Alguien debe quedarse aquí, de todos modos. No para vigilarte -añadió veloz ante el ceño fruncido de la muchacha-, si no para cubrir la retaguardia y asegurarse que todo estará listo para huir en cuanto lleguemos. Tal vez necesitemos a alguien fresco. Además -el joven esbozó una mueca burlona-, recuerdo su esgrima de cuando era joven y era un patata.
La comisura de los labios de Dhan se tenso, reprimiendo una sonrisa, pero la pelirroja no le vio la gracia.
-Pues ya me dirás como va a defenderme si es un patata.
-¿Quién ha dicho que él vaya a defenderte a ti?
Esta vez sí, Dhan Hund profirió una sonora carcajada mientras Alania y Yahir trataban de asesinarles con la mirada.
-Muchacho -dijo, y la palmada que le dio en la espalda casi lo tira de su asiento-, si eres tan certero con la espada como con esa lengua tuya, no tendemos nada que temer.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Capítulo vigesimoquinto



Los sirvientes estaban recogiendo el desayuno cuando Ishaack avisó a su príncipe de la visita de los elfos. Eran dos soldados del Qiam y decían venir con un mensaje para él.
Jacob los recibió en el sótano, como siempre, lejos de las miradas inquisitivas.
El elfo de mayor rango le saludó con gesto grave antes de entregarle un pergamino en el que, supuso, venía el mensaje del Qiam.
Meanley lo leyó y luego miró a los elfos con fastidio.
-Le encontráis aquí por los pelos -les informó.
-Lo sabemos, y el Qiam envía sus más sinceras disculpas. Son causas de fuerza mayor.
-Ya... -Jacob se calló lo que opinaba acerca de las causas de fuerza mayor del Qiam-. Seguidme.
Y condujo a los elfos hacia las mazmorras, deteniéndose frente a una de las celdas.
-Ishaack, ábrela.
-Sí, señor.
Su capitán obedeció y pudieron ver al ocupante de la misma. Era un elfo anciano que, maniatado y con los ojos vendados, se hallaba sentado en una banqueta, cabizbajo y resignado. El prisionero levantó la cabeza al oírlos entrar, pero no dijo nada.
El elfo que hablara antes, el de mayor rango, se acercó a él.
-Tranquilo, señor Ceorl, va a volver usted a casa.
-¿Y Noain? -Habló por fin el anciano.
-Ella ya le está esperando.
Y con suma delicadeza el elfo ayudó a Salman Ceorl a ponerse en pie. Meanley le observó mientras salía de la celda y luego miró al otro elfo, que caminaba unos pasos por detrás.
-¿Lo sabe? -Preguntó al de más rango.
-Me temo que no, señor. Cuesta tantoencontrar voluntarios en estos tiempos...
-Ya veo.
E hizo un gesto a Ishaack quien, tan traicioneramente como sólo él sabía, golpeó al soldado elfo en la nuca. Éste cayó al suelo con un golpe sordo y no se levantó. Jacob miró el cuerpo inconsciente del joven elfo, sin duda mucho más fuerte, y por tanto más amenazador, que el anciano o incluso que el tal Jaron Yahir que tantos años pasara en esa celda.
-Comprueba que sigue vivo antes de cerrar la puerta -le dijo a Ishaack-. Un elfo muerto no nos sirve de nada.
El humano sonrió maliciosamente mientras se acuclillaba a comprobar el estado del elfo.
-Vivirá -decidió.
Y, poniéndose en pie, salió de la celda junto a su señor y el oficial elfo, que les miraba impasible.
-Yo y el señor Ceorl nos vamos ya. Y vos deberíais hacer lo mismo, Alteza. El Qiam me ha dicho que os recuerde que con vuestra hija y el muchacho a la fuga no hay mucho tiempo que perder.
Meanley gruñó, pero no dijo nada mientras seguía al elfo escaleras arriba. Necesitaba a esa serpiente que los elfos llamaban Qiam para sus propósitos y todo estaba demasiado avanzado como para estropearlo por un poco de orgullo.
Daba igual. Que se confiara. Que creyera que mandaba sobre su persona si eso le hacía feliz.
Cuando todo hubiera terminado, cuando los Meanley no le necesitaran más, él mismo se encargaría de matarlo con sus propias manos tal y como prometiera a su abuelo en su lecho de muerte tantos años atrás. Y ese día se darían cuenta los malditos elfos de quien era realmente su superior.


Jaron había hecho casi todo el camino en silencio, cabizbajo, pensando en el mejor modo de darle la noticia a Mireah. La verdad era que no se le ocurría ningún buen modo de dar una noticia como esa, y además... ¿Como reaccionaría Mireah? ¿Y si le culpaba? ¿Y si le odiaba? No se veía con valor de soportar nada de todo eso. Y tampoco tenía ganas de ver a Jaron Yahir. ¿Y si no le importaba la noticia? O peor. ¿Y si se alegraba? No sabía si iba a poder contenerse si ese era el caso y pelearse con el elfo no iba a servir de nada a Haze ni a nadie.
¿Y si dejaba que fuera Nawar quien se encargara de todo? El elfo era bueno tomando la iniciativa. Seguro que sabía manejar la situación.
No. Haze era su tío. Era su culpa. Era su responsabilidad.
¿Lo era? ¿Por qué? Todo ese asunto de Haze y el Kiam venía de lejos, ¿no? ¿Por qué tenía que verse él envuelto si ni le iba ni le venía?
“¿Te estás oyendo a ti mismo?”
Sí, se oía. Y resultaba patético y pueril. Y eso era lo que él era, ¿no?
Patético y pueril...
Tal era el estado de confusión y nervios en el que se encontraba que cuando la entrada de la Casa Secreta apareció ante ellos una arcada le obligó a detenerse y doblarse. Puesto que llevaba el estómago vacío sólo pudo vomitar bilis y saliva. La primera le quemó la garganta. La segunda no sirvió para limpiar el horrible sabor que quedó en su boca.
-Chaval, ¿estas bien? -Se interesó Nawar, llegando junto a él.
El chico asintió mientras se limpiaba la comisura de los labios con la manga. Pero era mentira, pues cuando alzo la vista y vio a Mireah avanzar decidida hacia ellos una segunda arcada le subió por la garganta.
En dos grandes zancadas la princesa se situó junto a él y, pasándole un brazo por los hombros, le ayudó a erguirse. Y Jaron supo al verla, tan grave, tan decidida, que de algún modo ella ya lo sabía. Eso no ayudó a mejorar su tensión.
-Ey, ¿ya está? ¿Mejor? -Le preguntó.
Y el medioelfo no supo que responder. ¿Sí? ¿No? ¿No lo sé? Así que se quedó callado como un bobo, esperando, como siempre, que alguien hablara por él.
-Mireah... -empezó a decir Nawar.
Pero la humana le cortó, pasándole con gesto furioso un trozo de papel.
-Si vas a contarme esto, ahórratelo.
Nawar leyó, frunciendo el ceño con preocupación.
-¿Ya? ¿Esta noche?
-¿Qué es? ¿Qué es?
Por toda respuesta, Nawar le pasó el papel sin dejar de mirar a Mireah. Un vistazo rápido fue suficiente para ver de qué se trataba. Haze Yahir, el traidor, había sido capturado, e iba a ser ejecutado públicamente esa misma noche en Suth Blaslead.
-¿De donde lo has sacado? -Quiso saber Nawar.
-Yo se lo traje -dijo Alania.
Todos se volvieron hacia ella.
La elfa podía llevar allí unos minutos, o días.... o tal vez meros segundos. No importaba. Ni Jaron ni Nawar hubieran reparado en ella si no llega a hablar.
El corazón de Jaron dio un vuelco al verla, pero no sabía si de alivio o de ansiedad.
-Lo vi y supe que debía venir corriendo -se explicó la muchacha.
-Pero... Leahpenn está muy lejos.
-No estaba en Leahpenn. Mi padre me envió con unas tías.
-Y te has escapado -no había demasiado reproche en la voz de Nawar-. De ahí tu aspecto, ¿no?
Ahora que Jaron reparaba el ello, Alania llevaba el largo cabello pelirrojo recogido en un complicado moño del cual empezaban a escaparse varios mechones e iba enfundada en un poco práctico vestido azul que hacía juego con sus ojos. El vestido, al igual que el tocado, daba evidentes señales de no haber respondido muy bien al contacto con el bosque.
La elfa simplemente se encogió de hombros.
-Mis tías se creen que aún tengo cuarenta años y soy una muñequita -dijo con fastidio-. En fin -añadió tras un suspiro-, ¿qué vamos a hacer? Porque vamos a rescatarle, ¿no?
Nawar le sonrió.
-Ése es el espíritu, ¿ves, Jaron?
El muchacho no pudo evitar sonreír a su vez, asintiendo con la cabeza.
-Lo primero, es lo primero -dijo Nawar mientras entraban en la cueva y tomaban asiento-. Y en este caso, lo primero es serenarnos y pensar con la cabeza.
-Yo estoy serena -dijo Alania.
-Y yo -secundó Mireah, tomando la mano de Jaron entre las suyas.
-Yo no -admitió el muchacho apologéticamente-. Dadme unos segundos.
Alania le dio un golpecito en el hombro y le dedicó una sonrisa.
-¿Ya? -quiso saber.
-Ya -mintió Jaron.
-Vale -la elfa dio una palmada-, serenos. ¿Y ahora?
-¿Ahora? A esperar.
-¿Esperar? ¿A qué?
-A la noche.
-¿Qué? ¿Hemos de esperar a que le maten? -Jaron se puso en pie de un salto.
Mireah y Nawar se miraron y luego le miraron a él.
-No ha leído el papel entero -dedujo Alania no sin cierta sorna en sus azulísimos ojos.
Estas palabras, unidas a la calma de sus compañeros, le llenaron de vergüenza e hicieron que se sentara de nuevo.
-¿Qué no he leído?
Nawar le mostró el papel de nuevo, señalando un párrafo.
-Esta noche será escarmentado públicamente. No será hasta mañana al mediodía que será ejecutado.
-Oh -dijo, porque no se le ocurría qué más decir-. Entonces... ¿tu plan es...?
Nawar se mordió el labio antes de hablar.
-No propongo nada fácil ni agradable -empezó-. No sé si alguno de vosotros habrá visto alguna vez este tipo de ejecuciones públicas.
-Yo sí -intervino Jaron Yahir, que había callado hasta el momento-. El escarmiento consiste en algún tipo de tortura. A veces incluso mutilación... Luego se deja al ofensor a la vista pública durante unas horas hasta el momento de su muerte, que suele ser por decapitación.
Se hizo un denso silencio en la cueva mientras el elfo, que se había acercado a medida que hablaba, tomaba asiento entre ellos. Jaron no sabía qué le había espeluznado más, si la descripción en sí o su tono indiferente.
Jaron vio a Alania bajar la vista para ocultar algunas lágrimas que colgaban de sus pestañas y quiso tomar sus manos, confortarla... pero en lugar de eso centró su propia mirada en la punta de sus botas.
-Entonces... -dijo Mireah, volviendo al tema principal, rompiendo el incómodo silencio-, es durante esas horas que deberemos actuar, ¿verdad? De noche.
-Exacto -Nawar parecía encantado de poder centrarse en cosas prácticas-. Menos curiosos y, con un poco de suerte, menos guardas.
-Pero entonces... ¿dejaremos que torturen a Haze? -Alania estrujaba la falda de su vestido sin mirar a ninguno de ellos-. Dijiste que tenías contactos -dijo de repente, alzando los ojos hacia Nawar-. ¿No pueden hacer nada?
Todas las miradas confluyeron en el rubio, quien a su vez miró a Jaron antes de hablar.
-No con esto. No van a arriesgarse tanto -el joven puso una mano sobre los crispados puños de la muchacha-. Tal vez cuando esté todo hecho pueda tratar de tirar de esos contactos para conseguir un nuevo escondite. Uno salubre. Pero mientras tanto...
-Estamos solos -concluyó Mireah por él-. Nosotros cinco... O cuatro -añadió, mirando de reojo a Yahir.
Jaron también le miró, pero el elfo sostuvo sus miradas sin dejar entrever sus intenciones al respecto.
-Cinco -repuso Alania con confianza, secándose los ojos con un gesto rápido-. Papá vendrá en cuanto lo sepa, ya veréis.
Nawar torció el gesto, palmeando el hombro de la muchacha.
-Esperemos. Porque vamos a necesitar todas las manos posibles… y puede que alguna más.