sábado, 19 de septiembre de 2009

segunda parte, capítulo vigésimo





Zealor había dormido apenas tres horas esa noche después de un infructuoso viaje de ida y vuelta a la otra punta de la nación. Ya no tenía 130 años, su resistencia no era la de antes. Podía sentirlo en su resentida espalda y sus doloridas piernas. Por no mencionar la sensación de que Haze se le había escapado de entre los dedos, otra vez.

Así que cuando entró el capitán de su guardia en su despacho a darle la noticia de que tanto la esposa como la hija de Hund se habían escapado de la vigilancia de sus hombres no estaba de humor para ser clemente.

-De modo que dos mujeres se han escapado de la vigilancia de mis Guardia Personal, la supuesta élite de la Nación. ¿Se puede saber cómo ha sucedido? ¿O tampoco sabéis eso?

-Lady Hund salió a comprar al mercado, Señoría. Mis hombres la siguieron hasta allí y estuvieron vigilándola mientras compraba. Según fui informado, no había nada sospechoso en su actitud. Sin embargo, cuando mis hombre la siguieron al interior de una taberna ya no estaba allí.

-Las mujeres no se desvanecen en el aire, Capitán.

-Lo sabemos, señor. Por eso buscamos por todo el local, pero no encontramos nada. Ni trampillas ni falsas puertas. Nada.

-¿Y la niña?¿ También se desvaneció?

-Creemos que se escapó aprovechando que su madre la había dejado al cuidado de una vecina.

El Qiam cruzó las manos y apoyó la barbilla en los pulgares con cansancio. Contó hasta diez, despacio, reteniendo el control sobre sí mismo.

-¿Ha sido interrogada la vecina?

-Se encuentra detenida ahora mismo, señor. Dice no saber nada.

-Como tampoco sabrá nada el dueño del local donde desapareció Lady Hund.

-Tanto él como sus trabajadores están ahora mismo bajo custodia, Señoría, a la espera de esclarecer los hechos.

-Esclarecedlo, pues -Estaba realmente muy cansado como para ser molestado con nimiedades-. Y tomad el local también. Tendremos que subastarlo para sufragar los gastos del juicio al que serán sometidos.

-Dadlo por hecho, Señoría.

-Eso espero. ¿Y los guardias que se encargaban de su vigilancia?

-A la espera de sus órdenes, Excelencia.

Zealor lo pensó. Podía acusarlos de traición y decir que ayudaron a las elfas a escapar, pero sería admitir una fisura en sus tropas, corrupción y debilidad, y las tropas del Qiam no podían ser débiles.

-Los quiero degradados -dijo finalmente-, en infantería. Quiero que, si se diera el triste caso de que estalle una guerra, estén en primera linea.

-Suele haber muchas bajas en infantería –opinó el Capitán casualmente, el atisbo de una sonrisa curvando sus labios.

Eso era lo que le gustaba de su Capitán, uno no tenía que entrar en engorrosos detalles.

-En cuanto a las damas...

-¿Señor?

-Creo que su fuga demuestra que no son inocentes del crimen de traición cometido por su cabeza de familia -mientras hablaba, Zealor empezó a redactar la orden-. Quiero que toda la nación sepa que Layla y Alania Hund han de ser consideradas, a partir de este momento, traidoras a la Nación y por tanto enemigas de todos los elfos. Ofreced recompensa por ellas, si puede ser vivas, y avisad que todo aquel que las ayude deberá atenerse a las consecuencias. Así mismo, estableced vigilancia en todas las propiedades de los restantes miembros de la familia Hund, independientemente de su importancia o rango. Y esta vez poned a alguien competente al frente de esa labor.

-Así se hará. Excelencia.

-Ve, pues -dijo, firmando el papel y entregándoselo-, y que sea la última vez que los hombres bajo tu mando me avergüenzan.

-Señoría.

El Capitán se inclinó a modo de despedida e iba a irse, dejando solo a su señor en su despacho cuando el Qiam lo llamó de nuevo.

-Un momento, Capitán -esperó a que el soldado volviera la vista hacia él-. Y tal vez deberíamos continuar con nuestra vigilancia de la casa de los Hund. Sería terriblemente desafortunado que vándalos y ladrones la destrozaran mientras no hay nadie en ella.

-Una auténtica desgracia, señor -fue todo cuanto dijo el Capitán con una nueva inclinación antes de irse definitivamente.

Realmente esperaba que esta vez no le decepcionaran. Iba a ser difícil encontrar a alguien que sustituyera al agudo Capitán.

Con un suspiro de resignación, Zealor se pasó una mano por la cara antes de ponerse manos a la obra. En unos días no iba a importar demasiado, pero por ahora tenía que guardar las apariencias. Tenía varias sentencias que firmar, castigos que imponer, ejemplos que sentar... De veras que no veía el momento de que los burdos humanos entraran con su ejército y acabaran con el tedioso gobierno de la Nación.