sábado, 22 de octubre de 2011

tercera parte, capítulo trigésimo noveno



Cuando las campanas empezaron a sonar, Nawar se detuvo tan de repente que casi deja caer a Jaron Yahir. Miekel se apresuró a agarrar mejor al elfo mientras el rubio se acercaba a la ventana y sacaba la cabeza sin ninguna sutileza, intentando ver algo desde su posición.

-¿Qué ocurre? –Se interesó el humano mientras ayudaba a Jaron a apoyarse en la pared. Puede que el Qiam no hubiera roto sus piernas, pero estaba claro que apenas podía mantenerse en pie solo-. ¿Han dado la voz de alarma?

-No son campanas de alarma –masculló Yahir mirando fijamente la espalda de Nawar. O algún punto por encima de su hombro. Era difícil de discernir con un rostro tan maltratado como el suyo-. El funeral ha empezado.

-¿El funeral? Pero.. ¿entonces…?

-¡Faris ha llegado! –Alania corrió hacia le ventana junto a Nawar, intentando, de puntillas, ver lo mismo que estaba viendo el rubio.

-O Zealor le sabe muerto.

La muchacha se volvió de nuevo hacia ellos, su delicado ceño fruncido en dirección al elfo del rostro quemado. Parecía estar acusándole de algo, pero fuera lo que fuera lo que pensaba no dijo nada.

Fue Nawar quien habló. Se volvió despacio hacia ellos, su mirada tan indescifrable como la de de Yahir.

-Puede que sólo lo sospeche –A Miekel no le sonó tan seguro como solía, pero no quiso contradecirle-. Pero no importará mucho para la gente del pueblo. Si el Qiam anuncia ahora la desaparición del príncipe la gente no sabrá que interpretar. La Coronación…

Dejó la frase morir a medias y se volvió de nuevo hacia la ventana como si así pudiera adivinar qué estaba sucediendo.

-La Coronación… -Ladró Yahir al silencio y Miekel tardó en darse cuenta de que eso había sido una risotada amarga-. Nada de todo esto va a importar lo más mínimo cuando lleguen los humanos.

-Importará más que nunca –respondió el rubio sin apenas volverse-. Zealor tendrá más autoridad que Faris si no se lleva a cabo.

-¿Más autoridad? No puedes ser tan estúpido como para ni siquiera entender que la Corona no va a significar nada cuando todo lo que quede de la Nación sean cenizas.

-Hablas como si ya hubieramos perdido –protestó Alania, brazos en jarra. Sus ojos mostraban de nuevo el tono acusador de antes y Miekel entendía ya porqué. Cada vez que el elfo abría la boca la derrota parecía más inminente.

Su boca sin labios se torció en lo que bien podría haber sido una sonrisa si sus ojos la hubieran acompañado, pero no replicó a la muchacha. En su lugar le indicó a Miekel con un gesto que le ayudara a sentarse.

El humano le acompañó hasta el saliente de un pie de columna donde le ayudó a recostarse y esperó, pues estaba claro que el elfo tenía algo en mente.

-Deberías seguir sin mí –dijo-. Os estoy retrasando.

-Tonterías –replicó Miekel.

El elfo hizo un gesto de ir a contestar, pero Alania se adelantó, desdeñosa.

-Déjalo. Ya se está rindiendo otra vez.

-¿Rindiendo? No sabes de qué hablas, mocosa.

-¿Ah, no? Es como en la cueva. Te rendiste, los diste por muertos y nos fuimos sin esperar cuando podríamos haber aguantado unas horas más sin correr ningún peligro.

-¿Y qué? ¿Crees que eso habría cambiado algo? ¿Qué mágicamente habríamos vencido a Zealor con la fuerza de nuestra amistad imperecedera y hubiéramos comido perdices?

-¡Al menos hubiéramos estado juntos! - La muchacha pestañeó, furiosa, luchando por mantener a raya las lagrimas que asomaban a sus ojos -Mi madre estaría a salvo en casa, Faris no estaría desaparecido y a ti no te habrían torturado.

Concluyó en un susurro, los puños firmemente cerrados a los lados, temblando ligeramente pero con el rostro seco y decidido en lo que se le antojó a Miekel un ejercicio milagroso.

Los ojos violeta de Jaron relampagueron un momento con un brillo casi febril, pero se disipo enseguida y de nuevo les ofreció la mueca que el humano creía reconocer como una sonrisa derrotada.

-¡Demonios! Eres peor que tu padre y tu madre juntos… -masculló, menenado la cabeza.

Eso pareció calmar a la muchacha momentaneamente, o al menos la convenció de que el adulto iba a bandonar el cinismo por un rato. Se secó los ojos con el dorso de la mano y dijo:

-¿Seguimos, entonces?

Fue entonces cuando repararon en que Nawar no sólo no había participado en la conversación si no que no se había separado de la ventana. De hecho, e4 asomaba tanto por ella quye tenía meio torso fuera.

-¿Nawar?

La efa tocó el hombro del rubio y éste pareció despertar de repente. Se volvió un momento hacia ellos y les hizo un gesto para que se acercaran.

-Venid a ver esto.

Alania corrió a situarse junto a él aunque su altura no le permitía ver mucho. Miekel, sin embargo, al ser más alto que los elfos se asomó sin dificultad. Le costó ver qué señalaba Nawar con el dedo, pero cuando lo hizo supo porqué le había llamado la atención.
El patio estaba abarrotado y todo el mundo miraba en dirección a la entrada de lo que Miekel dedujo era la capilla o el templo o lo que fuera donde los elfos iban a rezar. Sólo una figura encapuchada parecía estar abriéndose paso entre los curiosos y los dolientes. Cualquiera podría pensar que tratabar de conseguir un sitio mejor, pero no era hacia el funeral hacia donde avanzaba.

-¿Crees que...?

Pero el humano no terminó la frase, porque no tenía mucho sentido. Si hubiera sido el famoso Faris, ¿no habría entrado directamente por el pasadizo secreto que daba a su habitación?

-Puede que tema a los guardas del Qiam -dijo Nawar, que más que leerle la mente sin duda compartía sus dudas y hablaba más para sí que para el novicio-. Tal vez quiera ver qué se cuece antes de aparecer ante ellos.

Durante unos segundos se quedaron los tres como hipnotizados, viendo los esfuerzos de la figura por avanzar, hasta que Miekel se apartó de la ventana, consciente de que no tenían mucho tiempo que perder mirando por las ventanas de un castillo repleto de guardias del Qiam.

Eso rompió el hechizo y Nawar y Alania se apartaron también. El rubio parecía estar rumiando algo.

-¿Y bien? -Quiso saber Jaron -¿Se trata de vuestro principito?

-Sólo hay un modo de averiguarlo.

Jaron gruñó.

-Es una idea pésima. Alguien va acabar por dar la alarma tarde o temprano.

-Razón de más -repuso Nawar-. Su Alteza no sabe al peligro que se expone. No tiene ni idea de que estamos aquí ni de lo que hemos hecho, ni mucho menos sabe que los hombres del Qiam tienen órdenes de asesinarle en cuanto le vean. Hemos de avisarle.

Y como si esperar a que alguien opinara en contra fuera a minar su voluntad, el elfo se volvió y echó a correr.

-Esperad aquí -dijo.

Pero, por supuesto, Alania no le hizo ni caso.

-Sí, hombre -y salió corriendo tras él.

Miekel se preguntó si todos los elfos estaban igual de locos antes de llamarlos.

-¡Hey!

Ambos frenaron y se volvieron. Alania soprendida, Nawar con cara de fastidio.

-¿Qué?

Señaló con a cabeza a Jaron que le dedicó una de sus miradas indescifrables pero aceptó la mano que le ofrecía para ponerse en pie.

-¿Crees que podrás correr?

-¿Hacía la boca del lobo? -Miró hacia la muchacha y Nawar, que esperaban, una con los brazos en jarras y el otro con los brazos cruzados y tamboriliando con el pie-. De verdad que deberíais dejarme aquí. Sólo voy a retrasaros. Total... -añadió mirandose las mutiladas manos-. ya no sirvo para nada.

-Todos servimos para algo, aunque a veces cueste ver para qué -fue la respuesta de Miekel mientras pasaba un brazo por la espalda del malogrado elfo y le obligaba a agarrarse a él-. Pero si de algo está convencido el Abad Rodwell es de que el Señor tiene un papel reservado para cada uno de nosotros en su gran plan.

-¿El Señor?

-Dios.

Con un resoplido que tanto podía ser de exasperación como de resignación, Jaron empezó a caminar, siguiendo sin rechistar su ritmo acelerado. Cuando llevaban cuatro o cinco pasos Nawar pareció decidir que eso quería decir que iban a seguirle y arrancó a correr de nuevo.






lunes, 11 de julio de 2011

tercera parte, capítulo trigésimo octavo







Haze no podía creerse que Mireah hubiera preguntado aquello. ¿De donde lo había sacado? ¿Se lo habría dicho Nawar? Habían estado dos días fuera y eso era mucho tiempo para muchas confidencias, y aún así... No imaginaba a Nawar sacando el tema siquiera. Pero Jaron... Cualquiera de los dos Jarons, de hecho. Su hermano tenía razones para desear su miseria y su sobrino... No sabía muy bien donde se encontraban ahora su sobrino y él, en que tipo de terreno pantanoso se movían.

“¿Y si te lo hubiera pedido Sarai?”

Y lo peor era que ninguno de ellos parecía ser capaz de entender lo que él apenas había necesitado horas para comprender. No le importaba demasiado lo que los demás pensaran, pero ella... Que su princesa estuviera tan ciega como ellos le partía el alma.

Se detuvo a un gesto de Dhan, intentando encontrar la voluntad de centrarse en la tarea a realizar.

-Parece que tenías razón, Yahir. Apenas se ve un alma en las calles -le dijo sacando la cabeza discretamente por una esquina.

Dos o tres calles más abajo aún se veía pasar a alguien en dirección al Castillo, pero a parte de eso.... Los comercios, que a esa hora deberían estar abriendo, parecían desoladoramente abandonados y tristes. La Nación entera se sentía abandona y triste, supuso, aunque a él el difunto Rey nunca hubiera llegado a interesarle. Por supuesto, todo era parte del Luto. Zealor había contado con ello papara entregar a los humanos una Nación adormecida y desolada.

Irónicamente, por una vez, lo que favorecía a Zealor también les favorecía a ellos.

-No siempre voy a estar equivocado -fue su respuesta, esbozando una media sonrisa que en realidad no sentía-. Al menos no tendremos que jugar a las escondidas.

Y, cubriendo sus cabezas con sendas capuchas, ambos elfos se encaminaron hacia la Calle Principal.

Era extraño e inquietante caminar por una ciudad normalemtne viva y bulliciosa como la Capital en ese silencio tenso.

-¿Cuanto crees que tardará Zealor en decirle al pueblo que el príncipe heredero no ha llegado?

-Poco. Pronto hará tres horas que ha salido el sol.

Haze chasqueó la engua, pero sabía que Dhan tenia razón. NO tenían mucho tiempo antes de que corriera la voz de alarma. Con la tranquilidad reinante era el momento de entrar en el Castillo y contactar con alguno de los amigos de Dhan.

Claro que había prometido echar un ojo y volver...

No tardaron en llegar a la cuesta desde donde el castillo dominaba toda la ciudad. Algunos mendigos y feriantes esperaban a un lado del camino, claramente inquietos a esas alturas, a que el funeral terminara y ellos pudieran sacar algún benficio, por exiguo que fuera, sin incurrir en la furia del Qiam. Haze estuvo tentado de decirles que se fueran a sus casas, que volvieran a lso caminos, que ese día no iba a haber dinero, pero se contuvo, siguiendo a Dhan hacia el grues de la gente que se agolpaba junto a la entrada principal.


Parecía que el patio del castillo estaba a rebosar y la gente que no había llegaod a tiempo intentaba en vano entrar.

Esta toda la maldita Nación en este patio -masculló Dhan, su tupido ceño fruncido.

-Va a ser imposible entrar -Haze se sintió extrañamente aliviado de no tener que decidir pro si mismo hasta donde llegar-. Habrá que espera a que el gentñio se disuelva para abordar a tus amigos.


-Hum -fue la respuesta de Dhan.

El pelirrojo ni siquiera se volvió a mirarle. Su ceño seguía fijo en la abarrotada entrada.

-¿Qué ocurre, Dhan?

-Jaron puede estar ahí adentro ahora mismo.

Por supuesto.

-Prometimos echar un vistazo y volver -le recordó.

-Lo pometiste tú, Yahir, no yo.

-¡Oh, vamos! No me vengas con esas ahora, Dhan. Creo que somos mayorcitos para ello.

-No me importan ninguna de vuestras disputas. Jaron es un buen hombre y está ahí encerrado por querer ayudar.

Haze sintió que la sangre le subía a la cabeza y le abrasaba en las mejillas. Que a él, de entre todas las personas del mundo, le saliera con esas...

-¿Crees que yo no quiero salvarle? ¿Es eso? ¿Crees que como él yo me alegro de lo malo que pueda ocurrirle? -Dhan se volvió por fin a mirarle, las cejas enarcadas, y eso aún le enfureció más-. ¡Dioses! Si de mi dependiera estaría trepando el muro si hiciera falta y no me detendría hasta encontrarle. Me cambiara por él de nuevo si fuera posible, Dhan, créeme, pero no lo es. No hay modo de entrar mientras dure el funeral. Por no mencionar lo que sería de los que hemos dejado en el bosque si nos ocurriera algo.

El pelirrojo le sostuvo la mirada, como calculando una respuesta. No parecía nada convencido.

-¿Sabes porque Mireah parecía tan reacia a dejarme venir?-. Le confesó entonces-. Porque hace unas horas, cuando aún creía que Fasqaid iba a ser nuestro refugio por un tiempo másm he estado a punto de salir a hurtadillas para venir a buscarle.

-¿Entonces? ¿Qué te detiene?

-¡Mierda, Dhan! Me detiene que Mireah y Jaron no van a estar a salvo mientras yo arriesgo mi vida y posiblemente la pierdo. No están en lugar seguro, con comida, techo y camas cómodas, y si Zealor nos trapa en una incursión suicida, ¿qué será de ellos? -De repente su enfado empezó a enfriarse y la realidad de sus frustradas esperanzas se presentó clara y contundente-. Esperaba... Cuando dije de venir al castillo mentí -otra confesión, más resignada esta vez-. A medias, al menos. Esperaba llegar a aquí y que todo pareciera más facil, pero... No lo parece. No lo parece en absoluto.

-Así que vamos a dejarle ahí -Dhan sonaba acusador como sabía que no había sonado cuando su hermano había decidido no participar en su rescate, y aún así...

Haze cerró un momento los ojos llevándose una mano a la sien. Empezaba a estar mareado. Le había dicho a su sobrino que estaba descansado, pero era mentira. El efecto de la medicina estaba agotándose, como indicaba el dolor de cabeza que le estaba causando esa conversación. Pronto empezaría a dolerle el hombro de nuevo, pero de eso ya se ocuparía llegado el momento.

-Dhan, por favor...

El pelirrojo no dijo nada más. Tan sólo gruñó, dando media vuelta y deshaciendo el camino andado.

El respeto y el cariño de la gente que le rodeaba, el que creía haberse ganado por fin en las últimas semanas, se estaba esfumando por momentos. Las zancadas airadas del corpulento elfo eran una prueba más de ello. Primero Jaron, luego Dhan... incluso su Princesa... La vida plena con la que siempre había soñado y que durante unos pocos días había arañado con la punta de los dedos no había sido más que una ilusión. Nawar había desaparecido, posiblemente asesinado por los humanos, y pronto todos ellos le seguirían, hicieran lo que hicieran. Zealor ya había ganado. Sólo estaban postponiendo lo inevitable.

Echó un vistazo a la puerta de nuevo, donde los guardas parecían estar teniendo problemas para contener al gentío sin usar la violencia, y luego a Dhan, que ya le aventajaba en al menos cien metros. Y no parecía ir a volverse en breve para ver si le seguía o no.

Era una buena persona, de veras. A pesar del odio que le profesaba lo había arriesgado todo por salvarle la vida. Familia, posición, bienes. Su propia vida. Cuidaría del chico y de la princesa y lo haría bien.

Mordiéndose el labio y tragándose el miedo que ya le atenazaba las entrañas, Haze dio media vuelta y echó a correr hacia las puertas del castillo, abriendose paso a codazos entre la gente, ignorando el dolor del hombro y los golpes en los costados.

Los dos nunca hubieran podido entrar, pero uno solo... Y si lograba encontrar a Jaron y salvarlo, si lograba hacer una cosa bien en su vida... Tal vez entonces morir no sería tan grave, tal vez no moriría tan solo y abandonado. Si conseguía ser algo más que un estorbo inutil...

Aprovechó un momento en que los guardia parecñian estar empujando a un grupo de mujeres cargadas con fardos y se coló, junto con otra decena de personas, hacia en interior del patio. Allí no se detuvo y avanzó como pudo, a codazos, a empujones, sabiendo bien que buscar a pesar de no haber estado nunca en el castillo.

Las campanas que anunciaban el inicio del funeral empezaron a sonar mientras Haze trataba de abrirse paso hacia las mazmorras. Zealor acababa de dar a Faris por muerto. Esperaba que fuera el último de sus amigos que se llevara.


sábado, 25 de junio de 2011

Causas de fuerza mayor

No me olvido de vosotros, es sólo que ahora mismo no tengo tiempo. En julio recuperaremos el ritmo. Y no me refiero al de lso últimso meses, sino al real. Capítulo por semana, porque os lo merecéis, pro ser pacientes conmigo.

Hace tres años que estoy con esto y, por una vez, me gustaría acabar un proyecto y no dejar a medias a los pocos lectores fieles que tengo por aquí.

Además, estoy llegando a puntos que deseaba escribir desde hace tres años. O más.

De momento os dejo con la versión coloreada de uno de los primeros garabatos de Jaron que conservo (en una libreta de 1999 para ser más exactos). Pintado no se ve mal del todo, ¿verdad?


Sí, hace doce años al menos que pensé estos personajes, y para variar, el inicio y el final siguen más o menos igual a como los pensé, pero en 12 años he cambiado yo y ellos, y los personajes han ido por derroteros que no podía ni imaginar entonces.

Pues eso, aguantad una semanita más y prometo que valdrá la pena.

Feliz aniversario a todos. Y nos leemos por aquí.

domingo, 5 de junio de 2011

tercera parte, capítulo trigésimo séptimo





Cuando Haze dio el alto, Mireah no cuestionó su decisión. No habían llegado aún a la capital, pero ya podía oír algunos ruidos de civilización desde donde estaban. Hacía un par de horas que era oficialmente día y eso quería decir que llevaban al menos tres horas de marcha. Así que se dejó caer en un saliente del camino que parecía cómodo y apoyó la espalda en el tronco de un árbol, cerrando los ojos.

-¿Por qué nos paramos? -Quiso saber Jaron.

-¿No estás cansado? -Fue la respuesta de su tío.

Oyó al muchacho gruñir, pero no volvió a protestar, así que supuso que el argumento de Haze le había convencido. Pudo imaginarlo sentándose de brazos cruzados, su rostro una máscara de justa indignación, pero no abrió los ojos para ver si había acertado. Necesitaba descansarlos aunque fuera diez minutos.

-A partir de aquí deberemos extremar la cautela -comentó Dhan.

-Apuesto que apenas encontraremos a nadie en als calles. No debería ser dificil llegar hasta el Castillo sin llamar la atención.

-Aún sigo sin estar muy seguro de que sea una buena idea.

-Claro que no es una buena idea, pero es la única que tenemos a no ser que se te haya ocurrido algo más por el camino.

Dhan rió.

-¡Maldición! Lo peor es que tienes razón. Lo único que se nos ha podido ocurrir es una idea pésima.

-Acordado ese punto, ¿cómo nos organizamos?

-¿Organizarnos? Creo que con mantenernos alejados de las calles principales bastará de momento.

-No me refiero a eso.

Hubo un silencio corto y cualquiera hubiera podido pensar que Haze buscaba ordenar sus ideas antes de exponerlas. Y posiblemente eso hacía, pero la princesa empezaba a conocerle y sabía que ese silencio, además, significaba que lo que iba a decir a continuación no era verdad. No toda la verdad al menos.

Abrió los ojos sin moverse de su sitio y miró a su elfo mientras este se recostaba en un árbol y evitaba la mirada de Dhan.

-¿No estás agotado de tanto caminar? Apenas hemos dormido esta noche antes de que Mireah y Jaron llegaran y no hemos parado desde entonces. Y aún así, nosotros hemos tenido la suerte de dormir algo -se volvió jacia su sobrino, que le miraba con el ceño fruncido porque sabía a donde quería ir a parar-. ¿Cuanto hace que no duermes, Jaron?

-No importa.

-¡Claro que importa! ¿Crees que nos vas a servir de algo agotado si de veras tuvieramos que enfrentarnos a los hombres del Qiam? Apuesto lo que quieras que hace al menos dos noches que no duermes más de media hora, que es el tiempo que debéis de haber tenido en Segaoiln'ear antes de que Salman nos viniera a buscar.

-Dividirnos suena a idea aún peor que la anterior, Yahir.

-¡Vamos! No hablo de dividirnos. Hablo de que ellos se queden aquí a recuperar fuerzas mientras tu y yo inspeccionamos nuestras opciones. ¿Qué sentido tiene que vayamos todos? Será ir, echar un ojo y volver.

-¿Tu y yo? -Dhan alzó las cejas.

-Alguien descansado debería quedarse con Jaron y Mireah.

-Esto es absurdo -opinó Jaron chasqueando la lengua-. Tú no sabes pelear.

-Y aún estás convalesciente -le recordó la esposa de Dhan, a quien la idea de quedarse atrás parecía gustarle tan poco como al muchacho.

Haze suspuiró, cansado, pero no contestó a Layla. En su lugar se volvió a Dhan, solicitando su apoyo. Por supuesto, ya había convencido a Hund en el momento en que le había dado una excusa para mantener a su esposa al margen.

-La verdad es que cuantos menos seamos más fácil será pasar desapercibidos -fueron las palabras del pelirrojo.

El ceño de su esposa se frunció y Mireah recordó de repente a Alania.

-No se te ocurra dejarme sola de nuevo, Dhan.

-No estarás sola. Además, aunque no me guste, Haze tiene razón. Necesitamos reponer fuerzas y estar despejados para pensar con claridad. Ninguno de nosotros lo está haciendo últimamente.

La mujer apretó los puños, moridiéndose los labios. Mireah la entendía. ¿Qué podía hacer si habían tomado la decisión por ellos sin consultar?

-Vé con Yahir y déjame en paz. Al fin y al cabo es lo que has hecho desde que nos casamos, abandonarme por un Yahir-dijo finalmente.

-Layla...

La elfa evitó su mirada, pero aún así, se dejó abrazar por su marido, que le susurró algo antes de que ella se apartara y cruzara los brazos. Dhan cambió el peso de su cuerpo de pie un par de veces, incómodo por la escena. Miró a Haze, como pidiendole ayuda, pero este se limitó a indicarle con un gesto que era mejor emepzar a moverse, a lo que Hund respondió con un resoplido de resignación.

-¿Y si nos negamos? -dijo de repente el muchacho, cuando parecía que todo estaba decidido.

El medioelfo se había puesto de pie de nuevo, cargando su arco y desafiando a los adultos con la mirada a que le obligaran a sentarse otra vez.

-Jaron, por favor... -su tío le miró con cansancio-. Sabes que tengo razón -Haze suspiró-. Mira, sé que no confías en mi, pero piénsalo bien. Si de verdad de quieres poder hacer algo, si de verdad quieres tener alguna posibilidad ante Zealor o Meanley... ¿Cuanto más aguantaras sin dormir o comer?

-¿Y tú?

-Créeme, estoy seguro que yo he dormido más que todos los presentes juntos en la última semana -el elfo ensayó una sonrisa-. Además, estáis actuando como si Dhan y yo fueramos a asaltar el Castillo Real solos. Va a ser echar un vistazo y volver.

Jaron relajó el ceño y los hombros y Mireah comprendió que en realidad se sentía aliviado de tener una excusa para parar por fin.

-¿Lo prometes?

-Lo prometo. Llegaremos hasta donde podamos y cuando nos hayamos hecho una idea de la situación volveremos.

-Entonces, ¿no es una misión suicida para buscar a Jaron?

El único que permaneció impasible ante la pregunta del chico fue Haze. Layla y Dhan miraron al joven Yahir con mil preguntas asomando en sus ceños mientras Mireah sintió que su corazón se aceleraba. Sin haberlo hablado, parecía que Jaron y ella compartían el mismo temor y la misma certeza. Sólo que finalmente el medioelfo había sido más valiente que ella y lo había dicho en voz alta.

La humana sabía que debía decir algo, lo que fuera, pero hacía rato que el nudo en la garganta le imopedía participar en la conversación.

Finalmente Haze rió.

-¡Demonios! ¡No! ¿Crees que estoy loco?

-¿De que habla, Yahir?

Haze miró a su sobrino a modo de reporche un momento antes de volverse hacia Dhan.

-Es posible que Zealor tenga a Jaron. No te había dicho nada porque no podemos hacer nada al respecto de momento y sólo... -Suspiró de nuevo-. El plan sigue siendo el mismo, Dhan, ¿de acuerdo? No cambia nada.

Hund miró a su esposa y luego a Haze, gruñendo a modo de afirmación.

-Sólo ir y echar un vistazo -dijo finalmente el pelirrojo.

-Sólo ir y echar un vistazo -repitió tensa su esposa-. Lo has prometido, Yahir.

-Volverá de una pieza, Layla.

-¿También lo prometes? -Pero la mujer finalmente deshizo el tenso nudo que eran sus brazos ante la sonrisa resignada de Haze.
Y eso sí pareció cerrarlo todo. Haze pareció pro fin acordarse de ella y se volvió a mirarla, posiblemente para despedirse con un “duerme, mi princesa” o un “estaré de vuelta antes de que te des cuenta”. Mireah estaba decidida a dejarles hacer, porque en el fondo tenía razón y estaban agotados e ir todos eran una locura y tenía lógica que les obligara a descansar y hacía dos días que no dormía y estaba todo dicho, de veras. Por eso fue la primera sorprendida cuando sus labios se abrieron para hablar:

-No te vayas -suplicó su boca sin que pudiera detenerla.

-Hey -Haze se acuclilló frente a ella, sus ojos violetas tan llenos de dulzura y tristeza desmintiendo la sonrisa de sus labios-. No voy a tardar. Sólo...

-Sólo ir y echar un vistazo, lo sé, lo has dicho al menos cinco veces ya. ¿Para convencernos a nosotros o para convencere a ti?

-Princesa...

-No te vayas- repitió ella-. No hacen falta dos personas para echar un vistazo.

-No seas así. ¿No pretenderás que vaya Dhan solo?

Mireah se miró las manos, incapaz de sostenerle la mirada ni un segundo más. Tenía razón, toda la razón del mundo. Y aún así...

-¿No te quedarás aunque te lo pida yo? -No lo prentendía, pero su voz no fue más que un susurro.

El elfo tomó sus manos entre las suyas.

-Sabes que no puedo -susurró él a su vez.

-¿Y si te lo hubiese pedido ella? -Las palabras escapaban de su boca sin que pudiera hacer nada por detenerlas-. ¿Te quedarías si te lo hubiera pedido Sarai?

La presión tierna que sus manos ejercían sobre las de Mireah desapareció al instante y por un momento Haze apretó con más fuerza de la que la humana le creía poseedor. Fue sólo la mera fracción de un segundo, pues en seguida soltó sus manos.

-Necesitas dormir -dijo, frío como el hielo, poniéndose en pie-. En seguida estamos de vuelta.

Y mientras él y Dhan se iban en medio de un silencio sobrecogedoramente denso la humana fue incapaz de levantar la vista del suelo. Sabía que no debía haber dicho eso, que en realidad no había querido saber la respuesta a esa pregunta. Pero él había respondido sin necesidad de hablar siquiera.

¡Zealor tenía razón! Haze había amado a Sarai. La amaba aún. La iba a amar toda su vida...

La mano de Layla en su hombro la sobresaltó de repente.

-Échate junto al muchacho -dijo, señalando el bulto que era Jaron, echo un ovillo bajo un par de mantas-. Te sentará bien dormir.

La humana se puso en pie con dificultad, asientiedo y obedeciendo, aunque sabía mientras cubría su cabeza y cerraba los ojos que aunque finalmente se durmiera no iba a descansar.


miércoles, 27 de abril de 2011

tercera parte, capítulo trigésimo sexto




Hacía un rato que había recuperado la conciencia parcialmente. Podía sentir la silla en la que estaba sentado y el calor asfixiante de la celda cerrada. Podía sentir aún el sabor óxido de la sangre en la boca e incluso la costra que se había formado sobre su ceja derecha y le impedía abrir el ojo del todo.

Lo que no podía sentir eran los brazos, dormidos tras horas en esa incómoda postura. Y era una suerte, pues de poder sentirlos sabía que el dolor de todas sus falanges rotas regresaría como mil agujas incandescentes y tal vez se desmayaría de nuevo.

No es que supusiera una gran diferencia, pero si su hermano regresaba no quería darle la satisfacción de parecer débil. Zealor iba a vencer, ahora estaba seguro de eso. Había esperado que su presencia fuera al menos un imprevisto, que descubrirle vivo fuera una desagradable sorpresa para el Qiam. ¡Demonios! Había esperado al menos poder fastidiarle algún plan. Pero el brillo en sus ojos glaucos le había descorazonado. No sólo no había podido alertar a la Nación si no que había puesto en evidencia al príncipe Faris y le había ofrecido en bandeja el providencial mango de la sartén para hacer y deshacer a su antojo.

No había soltado prenda, pero Zealor no era ningún estúpido y era posible que a esas alturas ya hubiera encontrado a Dhan y al resto. ¡Malditos fueran Hund y su buena fe! Era culpa suya, por verse envuelto cuando lo más fácil hubiera sido echar a patadas a Haze y al muchacho.

El muchacho...

“ Yo no soy el padre de ese chico.”

Mentía, por supuesto. Claro que lo hacía. Había forzado a Sarai y ahora intentaba hacerle aún más daño con sus retorcidas mentiras.

“¿Eso quien te lo dijo? ¿Ella misma? No creo.”

Y era cierto que Sarai nunca usó esas palabras. Era él mismo quien lo había asumido tras su silencio por tantos meses, tras el silencio de Haze. Su hermano menor nunca lo había desmentido. Claro que tampoco habían hablado del tema. O más bien el no había querido escuchar. Podría haberle preguntado qué ocurrió ese día, cómo sucedió todo, pero nunca le había dado a Haze la opción de explicarse.

Bueno, ya era tarde para eso. Si Haze no estaba muerto aún no tardaría en estarlo, y lo mismo se podía de sí mismo. Zealor no le había matado aún quien sabía porqué retorcido motivo, pero dudaba mucho que le fuera a permitir ver el resultado de la inminente guerra. Cualquier oportunidad de esclarecer lo sucedido que hubiera habido había sido terriblemente desaprovechada. Ya nunca lo podría saber con certeza.

Unas llaves girando en la cerradura de su celda le arrancaron de esos lúgubres pensamientos, aunque no demasiado. Zealor había decidido acordarse de él.

Sin embargo la puerta no se abrió immediatamente, si no que tardó aún un minuto o dos, en la que los ruidos del exterior, confusos y caóticos, parecían hablar de... ¿una pelea?

Levantó la cabeza, lleno de curiosidad de repente, sin atreverse a creer en un rescate. Pero si no era eso, ¿qué sucedía tras la puerta?

Cuando el ruido terminó y la puerta se abrió por fin lo hizo tan de improviso y él estaba tan atento que tan sólo reprimió el respingo porque estaba atado a la silla. Jaron no sabía a quién había esperado ver, pero sin duda no era una ansiosa Alania Hund.

La muchacha tampoco debía esperarle a él, pues de repente su ansiedad se tornó decepción y su ceño se frunció sobre sus ojos azules.

-¿El prisionero eres tú?

-Que me parta un rayo -fue su respuesta. No le sorprendió que el simple gesto le doliera, pero sí oír su propia voz tan ronca-. ¿Qué demonios haces tú aquí?

Antes de que la muchacha pudiera responder la puerta acabó de abrirse, dando paso a Nawar Ceorl, que tuvo la decencia de parecer sorprendido pero no decepcionado.

Y tras él entró un humano.

Jaron no había visto nunca ningún humano que no fuera Sarai pero ese hombre alto y de rostro peludo sólo podía ser uno de ellos. Su esposa le había hablado del eso que llamaban “barba” una vez y, a pesar de la sorpresa, Jaron no pudo más que pensar que era tan desagradable a la vista como lo había sido para el oído.

-Ese no es Jaron -dijo tras dedicarle una mirada.

El elfo hubiera reído de no dolerle terriblemente el mínimo gesto.

-Tecnicamente sí -Nawar alzó una ceja en su dirección, como preguntándole qué diantre pintaba él en todo aquello. Como si tuviera la respuesta o algo... -, aunque no es el que creíamos.

-Oh -el humano puso cara de entenderlo-. Es... ¿el otro Jaron? ¿El del medallón? ¡El padre de Jaron!

Jaron no pudo evitar gruñir.

-No sé que mierda pasa ni me importa demasiado, pero si vais a rescatarme o algo, ¿no deberíais empezar por desatarme?

Alania enrojeció pero fue Nawar quien se acercó finalmente a él mientras la mocosa y el humano se quedaban cerca de la puerta. El rubio bufó cuando llegó juento a él y se acuclilló para desatar el nudo.

-Esto te va a doler horrores -le informó innecesariamente.

-Tú haz lo que tengas que hacer antes de que a Zealor le de por volver.

-Aún tenemos un buen rato -pero empezó a desanudar la cuerda con mucho más cuidado del que posiblemente él mismo hubiera puesto de estar invertidos los papeles-. Están esperando al príncipe para el funeral del Rey.

-Pues que esperen sentados porque mucho me temo que no va a llegar.

-Ya -Nawar casi escupió el monosílabo y dio el primer tirón descuidado a la cuerda. Un relámpago de dolor le recorrió de arriba a abajo y una palabra muy malsonante escapó de sus labios-. Lo siento -el rubio se disculpó, aunque no sonara realmente arrepentido-. ¡Demonios! Lo que ese hijo de puta te ha hecho en las manos.

-Cuidado con lo que dices, Ceorl, que estás hablando de mi santa madre.

El joven rió quedamente y siguió con lo que estaba haciendo en silencio y con sumo cuidado, pero eso no evitó que a medida que sus brazos recuperaban la circulación el dolor circulara tambień libremente por ellos. Cuando hubo terminado, Jaron dejó caer sus manos sobre su regazo y cerró los ojos, incapaz de reconocerse en ellas. Se había acosumbrado a la piel quemada, tan rosada y tirante, pero ahora todos sus dedos esaban retorcidos en ángulos imposibles y sabía perfectamente que nunca iban se iban a curar bien.

Nawar tenía razón. Zealor era un hijo de puta. ¡Mierda! Estaba tan cansado que incluso tenía ganas de echarse a llorar...

De repente unas manos empezaron a frotar sus brazos con suavidad. Abrió los ojos y se encontró con la sonrisa triste de Alania.

-Todo irá bien, ya verás.

Sabía lo que la muchacha opinaba de él y sin embargo ahí estaba, rasgando una capa con ayuda del humano y de Ceorl para improvisar unos vendajes. Entre los tres lograron que al menos no tuviera que ver constantemente los inutiles apéndices que eran ahora sus manos.

-No es mucho, pero tendrá que servir por ahora -se disculpó Nawar-. ¿Puedes caminar?

-Ese malnacido me ha roto las manos, no los pies -se puso en pie con dificultad y el joven humano se apresuró a ponerse a su lado para ayudarle a caminar. Hubiera protestado, pero la verdad era que iba a necesitar una muleta.

Cuando salieron de la celda vio una media docena larga de hombres del Qiam inconscientes y lamentó de veras haberse perdido la pelea. Tenía que haber sido digno de ver.

-¿Me explicaréis que pasa aquí? -Quiso saber de camino a la escalera- ¿Os envía Haze? -La idea de que su hermano siguiera vivo le parecía reconfortante por primera vez en años.

-Es una larga, larga historia.

-Pues resúmela, Ceorl, porque me está matando el dolor de cabeza.




martes, 19 de abril de 2011

tercera parte, capítulo trigésimo quinto

No es que estuvieran de especial buen humor. En realidad estaban especialmente nerviosos. Saber qué tenía que ocurrir no lo hacía más fácil. Muchos de ellos habían pensado en la posibilidad de que algo fuera mal, de que se descubriese la traición y sus cabezas acabaran en picas o sus cuerpos colgando junto a un camino.

Por eso bromeaban y se hacían los bravos. Porque contagiando valor a los compañeros era más fácil sentirse valiente uno mismo.

El paripé del Luto debía estar siguiendo adelante en ese momento mientras la tensión, palpable incluso en las mazmorras, iba creciendo.

¿Dónde esta nuestro pusilánime príncipe heredero? Debía estar preguntándose el Consejo. ¿Dónde está el nuevo Rey? Se preguntaría el vulgo. Y mientras sólo ellos sabían que nunca iba a llegar, pues tenían órdenes de darle muerte si aparecía en escena antes de tiempo.

Eso también había contribuido a la desazón. Matar al príncipe heredero era una herejía demasiado atroz incluso para ellos, cuyos capitanes habían conspirado con su excelencia el Qiam para destruir el equilibrio de la Nación.

¡Demonios! Hubieran dado cualquier cosa por no ser precisamente ellos los elegidos para custodiar al incómodo prisionero mientras la Nación entera esperaba para enterrar a su último Rey.

De repente, entre chanza y chanza, un ruido súbito en la escalera los puso sobre alerta. En un momento sus alabardas apuntaban hacia el pie de la escalera, esperando que los pasos que sonaban llegaran a ellos.

-¿Quién va?

Los pasos se detuvieron unos segundos, como si su dueño deliberara, pero continuaron sin ofrecer respuesta. Quien fuera que bajaba no parecía preocupado en ocultar su llegada ni en resolver el misterio de su persona.

Finalmente apareció frente a ellos uy un asombro ahogado escapó de los labios de alguno de ellos.

Un humano. Tenían frente a sí a un humano.

Ninguno de ellos los había visto aún, aunque algún compañero más afortunado sí había cabalgado hacia sus tierras y había podido verles. Les habían hablado del pelo en el rostro y aún así les sobrecogió constatar que era cierto. Pelo en la barbilla y cejas tupidas que a la luz de las antorchas llenaban de sombras su cara. El humano no era especialmente corpulento, pero era más alto que el más alto de ellos y vestía una tosca armadura en la que ninguna pieza parecía encajar. En su mano derecha, guardada dentro de su vaina, llevaba una espada que no parecía ir a usar.

Intentó avanzar hacia ellos, brazos en alto, pero las alabardas le rodearon.

-No des un paso más.

-Eh, cuidado con eso, que pincha -dijo en tono despreocupado-. Oh, vaya… ¿no os avisaron de que mi llegada?

-¿De qué hablas?

-Me envían a buscar al prisionero.

Los hombres del Qiam se miraron de reojo sin acabar de perder de vista al humano.

-¿Te envían? ¿Quién?

-¿Tú que crees? –Hizo gesto de ir a bajar las manos, pero las lanzas se acercaron más-. ¡Oh, vamos! ¿Creéis que un humano hubiera llegado aquí sin ayuda? Mi señor me dijo que los hombres de Zealor Yahir eran competentes, pero tal vez deba ponerlo en duda.

El nombre de su señor en boca de esa abominación parecía la prueba definitiva de que sí, el humano venía de parte del Qiam.

-¿Para que quieres al prisionero? –dijo uno de ellos, que aunque no ostentaba un rango mayor sí hacía más años que formaba parte de la guardia.

Hizo a la vez un gesto para que sus compañeros se relajaran y permitió al humano bajar los brazos.

-No es mi lugar cuestionar el porqué de los caprichos de mis señores –respondió el humano moviendo los brazos para devolverles sensibilidad.

Los guardias del Qiam aún dudaron unos segundos, pero tal vez no había mucho tiempo que perder y no querían ni pensar qué ocurriría si les pillaban conversando con un humano en las mazmorras.

-De todos modos –continuó el elfo veterano mientras sacaba las llaves de la celda de su cinto y de dirigía a la puerta. Hizo un gesto al humano para que le siguiera-, esto es demasiado precipitado y peligroso. Es muy pronto para que haya un humano en el castillo real.

-Las cosas no están yendo como deberían –le explicó el humano mientras hacía girar las llaves en la cerradura.

-¿Quieres decir que el plan está fallando?

-Depende del punto de vista –el humano se encogió de hombros con una sonrisa-. El mío está saliendo a la perfección.

Y antes de que pudieran darse cuenta el humano golpeó al elfo en la cabeza con su espada envainada, tumbándolo. El resto de guardias quiso contraatacar, pero un alarido procedente de la escalera dividió su atención.

No eran más humanos. Eran simplemente un elfo joven y un muchacho pelirrojo. Y ni siquiera parecían muy peligrosos.

Hay que ver qué engañosos pueden resultar los sentidos.

martes, 5 de abril de 2011

tercera parte, capítulo trigésimo cuarto







El Castillo estaba prácticamente desierto, por lo que pudieron llegar con facilidad a la zona de las mazmorras. Desde que habían decidido que le acompañarían, Nawar no había vuelto a abrir la boca más que para ladrar órdenes. No hacía falta ser un genio para saber que no estaba cómodo con la situación. ¡Pues que se aguantara! Alania estaba harta de que pensaran que no servía para nada. ¡Había escapado del Qiam dos veces! ¿Cuando iban a empezar a tratarla como a una adulta?

Un gesto del elfo indicando que se detuvieran la trajo de vuelta a la realidad. Habían llegado a una escalera que descendía y al final de la cual se oían voces. Nawar hizo un gesto para que guardaran silencio y les conminó a escuchar atentamente. Alania se esforzó para poderle demostrar a ese sabelotodo que ella podía ser tan útil como él y al cabo de poco pudo entender algunas de las palabras que les llegaban. Los soldados parecían estar discutiendo amigablemente acerca de si era una suerte o una desgracia perderse el funeral real.

-Ya irás al próximo -creyó entender que decía uno de ellos-. No creo que tengamos que esperar mucho.

No pudo escuchar la respuesta del otro, pero sí sus risas. La muchacha se inquietó de repente. ¿Hablaban de Faris? ¿Lo decían porque sabían algo o eran sólo bravatas? Le hubiera gustado saber si sus compañeros habían entendido lo mismo que ella, pero si era así no dejaron que eso les distrajera de su misión.

-¿Tú que dices? -Susurró Miekel, el humano, acercándose a Nawar-. ¿Cinco?

Nawar negó.

-Yo diría que seis, pero puede que hay alguno a quien no le haya hecho gracia el chiste.

El humano sonrió, llevándose una mano al cinto.

-¿Tres por cabeza, entonces? –el humanó se rascó los horribles pelos de la barbilla, un gesto que repetía con asiduidad.

-Será dos por cabeza -protestó Alania. Los dos adultos le miraron con condescendencia, pero no pensaba dejarse amedrentar-. Dejasteis que Mireah os acompañara para salvar a Haze –le recordó al rubio.

-Eso fue diferente.

La muchacha se mordió el labio. ¿Es que no entendían nada?

-Si de veras es Jaron quien está ahí encerrado no es diferente –y mientras hablaba notaba el rubor subir a sus mejillas.

Nawar alzó las dos cejas, sorprendido, y Miekel simplemente sonrió de nuevo.

-Creo que vamos a tener que repartirnos mejor los guardas -y le guiñó un ojo a la elfa cuando el rubio gruñó como respuesta-. Pero si vas a venir será mejor que vayas preparada.

Y sacó un puñal de su cinto, tendiéndoselo. Alania iba a aceptarlo cuando lo vio de verdad por primera vez.

-¡Eso es...!-y se llevó las manos a la boca, incapaz de terminar la frase.

-¿De donde has sacado eso, humano?

Miekel perdió la sonrisa ante el tono frío de Nawar, aunque sus ojos sorprendidos mostraban que no sabía qué había hecho.

-¿Esto? -El humano alzó el puñal de metal que llevaba en la mano-. Bueno, lo robé del campamento del príncipe de Meanley.

-¿Y la espada que llevas también es de metal?

El humano frunció el tupido ceño, entendiendo donde estaba el problema, aunque estaba claro que no lo comprendía. Desenvainó despacio, mostrándoles su arma. La espada era tosca y fea, pero Alania se apartó instintivamente del filo.

-No vas a usar eso, ni siquiera contra los hombres del Qiam -le previno Nawar. Alania nunca había visto al elfo tan enfadado en toda su vida.

El humano le aguantó la mirada unos segundos antes de encogerse de hombros y volver a envainar el terrorífico objeto. Sin decir palabra, desabrochó el cinturón que sujetaba el arma y lo enrolló a la vaina y el pomo de la espada, anudándolo. Alania se admiró por su capacidad de adaptación a cada nueva situación.

-Espero que esto te valga, elfo, porque lo que no voy a hacer es bajar ahí desarmado.

-Nosotros lo estaremos –le recordó Alania.

-No soy yo quien tiene algún tipo de problema con el metal -Y mirando a Nawar desafiante añadió-. ¿Vamos? No creo que tengamos todo el día.




lunes, 14 de marzo de 2011

tercera parte, capítulo trigésimo tercero








Miekel y Nawar habían esperado mientras la muchacha elfa investigaba si sus temores eran infundados o ciertos. El humano hubiera aprovechado para echar al menos una cabezada, ya que llevaba dos noches sin apenas dormir, pero el elfo le había lanzado una de sus miradas reprobadoras cuando se había sentado en el borde de la cama.

-Un poco de respeto, humano. Estas en los aposentos de un Rey.

Si lo que le habían contado era cierto el tal Faris no era aún Rey y no lo seria hasta que lo coronaran, pero no quiso poner a Nawar aún de peor humor. Así que regresó a la silla del escritorio y recostó la cabeza en una mano, descansando al menos las piernas ya que no el resto del cuerpo. El joven paseó los ojos por la estancia mal iluminada, en la que a pesar de todo intuía perfectamente un lujo que nunca creyó posible ver tan de cerca. Era la habitación más grande que Miekel había visto en su vida, más grande incluso que el despacho del Abad Rodwell allá en la abadía.

Finalmente debió de quedarse dormido, pues cuando la muchacha regresó no fue demasiado consciente de cuanto tiempo había pasado, pero el sol ya estaba suficientemente alto como para desafiar a las nubes que cubrían el cielo e iluminar tímidamente la habitación. Con luz era más fácil apreciar la mancha de sangre seca en el cabello rubio de Nawar y los azulísimo de los ojos de Alania, que les miraba con preocupación mientras cerraba la puerta.

-Está todo el mundo en el funeral –les informó, grave-, pero parece que no han empezado aún.

-Porque no está Faris- Nawar ni siquiera se volvió para hablar con la elfa. Miraba al patio desde la ventana y no parecía que las noticias que le daba la muchacha fueran nuevas para él.

-Bueno, si están ocupados con otra cosa, mejor para nosotros, ¿no? –El humano se puso en pie, estirando los brazos por encima de la cabeza ignorando el crujido de sus articulaciones-. ¿Has averiguado algo?

Nawar gruñó como respuesta, pero se volvió hacia ellos al fin, expectante.

La muchacha le miró, sus delicadas facciones componiendo un mohín que bien podía ser de recelo, bien de miedo. A Miekel no se le escapaba cómo le miraban ambos elfos cuando creían que no estaba mirando y se preguntó por enésima vez cómo debían verle. A él los elfos le parecían criaturas hermosas y delicadas en comparación con los humanos, así que era fácil pensar que ellos debían de verles como seres horribles y monstruosos.

-Anoche llegaron unos guardias desde Leahpenn, por lo visto alguien había hecho sonar la alarma en la ciudad y pedía hablar con el Qiam –dijo finalmente-. El mozo de cuadras, que es el hijo de la cocinera, le explicó a su madre que le despertaron a medianoche dos jinetes que llevaban a un prisionero.

-¿Sólo a uno? –Se sorprendió el humano.

Alania asintió, retorciendo la gorra entre sus manos y mirando de reojo a Nawar, que había cruzado los brazos sobre el pecho, pensativo.

-Una de las mozas dice que lo han bajado a los calabozos -añadió a modo de confirmación.

-Esto no me gusta -Nawar chasqueó la lengua-. Dijiste que Jaron estaba con la princesa -añadió en tono acusador de cara al humano.

-Y lo estaba, pero de eso hace al menos medio día -el novicio se rascó la incipiente barba intentando llevar a la práctica aquello que siempre le decía su abuela acerca de que dos no pelean si uno no quiere. Así que en lugar de enfadarse con el elfo, quien estaba también falto de sueño además de herido, suspiró-. Mirad, no deberíamos sacar conclusiones precipitadas. Ni siquiera sabemos si el prisionero es Jaron. ¿No deberíamos confirmarlo primero?

-¿Cómo? ¿Nos plantamos en las mazmorras y preguntamos?

Miekel se encogió de hombros.

-A mi me suena a plan.

-Estaba siendo sarcástico -el elfo le miró de hito en hito.

-Yo no. ¿Se te ocurre algo mejor?

-No -admitió-, y tampoco es como si tuvieramos todo el tiempo del mundo para discutirlo -se llevó las manos a la cara con cansancio antes de suspirar a su vez-. Esta bien. Iré a las mazmorras y averiguaré lo que pueda. Vosotros esperadme aquí.

-Ah, no, ni hablar -Alania, que se había sentado, se puso en pie de un salto-. Siempre que me dejáis atrás por mi propio bien acabo teniendo que escapar por una ventana. Nadie va a volver a dejarme atrás.

-Estoy de acuerdo con ella -opinó Miekel-. Creo que esto de separarse en grupos no nos está saliendo demasiado bien.

Nawar gruñó, pero el humano empezaba a reconocer los gruñidos del elfo. Ése en concreto quería decir que les odiaba porque tenían razón y no sabía como rebatir sus muy razonables argumentos. Alania por lo visto también lo sabía, pues le dedicó una disimulada sonrisa triumfal cuando el rubio no estaba mirando.

lunes, 28 de febrero de 2011

tercera parte, capítulo trigésimo segundo









Jacob de Meanley había decidido que la plaza del pueblo elfo que acababa de conquistar iba a convertirse en sede de sus operaciones en territorio hostil. Mandó construir una tienda junto a la fuente y el pozo e hizo que inspeccionaran y adecentaran las casas más grandes, puestos sus ojos en la mayor de ellas, un pequeño palacio cuya puerta mostraba un escudo con un par de lobos franqueando un roble.

El resto del pueblo mandó quemarlo.

No estaba de tan buen humor como esa mañana había pensado que estaría tras el primer ataque a un poblado elfo. Sus hombres no había encontrado no rastro de su hija y del engendro medioelfo y estos, a todas luces, habían llegado antes que ellos. Esa era la única explicación que se le ocurría. Apenas había un alma cuando habían llegado allí. Algunos soldados elfos que habían caído con facilidad frente a sus hombres, el terror y la sorpresa pintada en su rostro, y un anciano decrépito que había muerto mientras se negaba a abandonar su casa, donde decía haber vivido 300 años.

Eso había enfurecido y asustado a sus hombres a partes iguales. 300 años, casi cinco vidas humanas. Una prueba más de que esas criaturas infernales practicaban magia negra. ¿Cómo explicarlo si no? Su furia e intolerancia hicieron que aplicaran una saña especial en la destrucción del lugar.

A Jacob en realidad le daba igual cómo o porqué vivían más de 300 años. Los elfos no practicaban más magia que ellos mismos. No devoraban infantes ni sacrificaban vírgenes a la luna ni mucho menos bebían sangre humana para prolongar su vida. Eso eran supersticiones absurdas. A él lo que le molestaba era saber que a él le quedaban con suerte cuarenta años de vida mientras que el maldito Qiam iba a vivir al menos 200 años más.

Si se lo permitía, por supuesto. Si se salía con la suya al Qiam no iba a quedarle ni un mes de vida.

Vio que Ishaack requería su atención y se volvió a él expectante. Había ordenado a su capitám que organizara a lso hombres en tres grupos y los enviara hacia el oeste, el este y el norte. Había que ganar terreno mientras las noticias no corrieran y el Luto por la muerte de su rey siguiera teniendo a los elfos en un estado de estupor y zozobra. Parecía que había terminado su parte y Jacob no sabía muy bien que querría de él ahora.

-Dime que nuestros escoltas han encontrado al medioelfo y al monje.

Ishaack le mostró una mueca que le indicaba que nada más lejos de la realidad.

-En realidad lso hombres quieren saber quñe hacer con los prisioneros.

-Nadie ha hablado de prisioneros.

-Eso mismo iba a responder yo, pero...

.¿Pero?

-Dicen que encontraron un elfo herido.

.Que lo rematen. ¿O es que ni eso podéis hacer solos?

Ishaack frunció el ceño, molesto, pero no replicó.

-Es que ya estaba herido cuando llegó al pueblo. Quiero decir... Llegó de repente, a lomos de un caballo desbocado y finalmente cayó a plomo, pero ninguno de los nuestros le había tocado.

Jacob vio a donde quería ir a parar.

-¿Crees que es importante?

-Bueno, suena como si alguien hubiera querido asesinarle aprovechando la confusión y cargarnos a nosotros el muerto, literalmente.

-Un enemigo del Qiam...

¿Y si poseía información para acabar con el maldito elfo? Si el Qiam había querido deshacerse de él tal vez fuera un arma importante en las manos adecuadas.

-Que un médico le eche un vistazo, a ver qué se puede hacer. Veremos si nos sirve de algo.

Ishaack sonrió, sin duda pensado lo mismo que él. Siempre se estaba a tiempo de matar a otro elfo y nunca estaba de más la oportunidad de hacerlo lentamente.

jueves, 10 de febrero de 2011

tercera parte, capítulo trigésimo primero





Zealor Yahir se preparaba para sus Obligaciones Sagradas en la privacidad de sus aposentos. Se encontraba tranquilo a pesar de todo, más de lo que las circunstancias harían suponer a cualquiera. No había pegado ojo, pero estaba de bastante buen humor.

Había estado preocupado al pensar que había infravalorado a Faris. Le había preocupado que Haze o Dhan pudieran organizar algo contra él. Incluso le había preocupado que Meanley se echara atrás al fugarse su hija con los elfos. Pero todos sus miedos habían sido infundados. Al final el príncipe se había delatado a sí mismo, el humano no sentía ningún amor por su hija y, por lo visto, Haze seguía siendo un cobarde. Haría bien en recordar no preocuparse nunca más de él.

Y ahora se estaba preparando para oficiar el Funeral de su Majestad, o para intentarlo. La pantomima le serviría para dejar en evidencia a su Alteza Real el príncipe heredero y para tener a todos los nobles reunidos cuando llegaran las terribles noticias desde Leahpenn.

Todo estaba saliendo a pedir de boca. Superaba sus propias expectativas. Jaron y su intento de boicot eran lo mejor que le había pasado en las últimas semanas.

La conversación con su hermano mayor había sido… edificante. Su virtuosísimo hermano había demostrado su entereza y valor al resistirse a responder a todas su preguntas a pesar de todo. Zealor sabía que la poca información que le había sonsacado era tan falsa como inútil, pero lo interesante era lo que no había dicho y no al revés. Posiblemente Jaron se creyera muy duro en estos momentos, pero la verdad era que ni siquiera había intentado interrogarle de veras. Tal vez, más adelante, por el puro placer de ver como se derrumbaba, con toda su superioridad y todas sus rectas virtudes, le interrogara de veras. No por nada de lo que le pudiera explicar. Estaba claro que Jaron no sabía nada, que no había nada que saber y además ya era tarde para todo. Ya había vencido. No había nada que pudieran hacer.

Acabó de abrocharse la casaca ceremonial a la vez que reparaba en una mancha que iba a obligarle a cambiarse el pantalón. Suspiró con pereza. Era todo culpa de Jaron.

“¿Saben ellos que mataste a tus propios padres para llegar donde has llegado?” había preguntado Jaron tras escupir sangre y saliva, tal vez incluso algún trozo de diente. Posiblemente ahí había conseguido la mancha.

Zealor se había reído a placer.

“Estos hombres saben que he envenenado lentamente a nuestro Rey para que pareciera que moría de una penosa y larga enfermedad, hermanito. ¿Crees que me rodearía de estúpidos escrupulosos que no estuvieran dispuestos a todo por la victoria? “

“Eres un monstruo…”

“Oh, por supuesto. La eterna paradoja de los cuentos que tanto gustaban a nuestra madre y a Haze. El ser monstruoso por fuera enfrentado al ser monstruoso por dentro…” Sonrió a Jaron, dejando que las palabras calaran hondo, que le hirieran más que los golpes que le habían roto la única ceja que le quedaba. “Dejémonos de cháchara sentimental, ¿quieres? Va, dime donde está el chico y no tendremos que romperte otro dedo”

“Rómpeme los dedos que quieras. No puedo decirte lo que no sé. Créeme que si supiera donde se encuentra el engendro te lo diría. Así podríais poneros al día de una vez”.

“No sé de donde habéis sacado todos esa ridícula idea, pero de veras que no estoy interesado en ningún pequeño heredero, hermano. No lo he estado nunca. Además, yo no soy el padre de ese chico.”

“¿Crees que voy a creerme esa mentira?”

“Bueno, hasta donde yo sé sólo hay un modo de engendrar herederos y, francamente, aunque a ti parecía gustarte mucho en aquella época, el bestialismo nunca me interesó.”

“¡Mentiroso! Tú la violaste. La mancillaste con tus manos.”

“¿Eso quien te lo dijo? ¿Ella misma? No creo. Más bien creo que te debió contar que la ataqué. A ella y a Haze. Pero no creo que usara esa fea palabra. ¿O fuer Haze? ¿Aún crees lo que te cuenta el traidor?”

“¡Cállate! No vas a confundirme con tu palabrería.”

“Cree lo que quieras. Pero si quiero al chico es sólo porque me será más útil a mi lado que al vuestro. Y ahora, ¿dónde está?”

“Te he dicho que no lo sé.”

“Que tedioso”

Pero Jaron no había soltado prenda por más huesos que le rompieran. Claro que no podía contar lo que no sabía. En eso su hermano le había dicho la verdad.

Así que Zealor se cambió también los pantalones, pues era bien sabido que el Qiam no debía mancharse de sangre, y salió al pasillo, donde le esperaban dos de sus hombres.

-¿Y bien? –Les preguntó empezando a caminar. Por sus caras supo que no le iba a gustar la respuesta, aunque no era una sorpresa.

-Ni rastro de la niña, señor.

Inútiles.

-Pues buscad más a fondo –les dijo, molesto.

Cuando había llegado a su habitación Alania Hund ya no estaba. Le había hecho una cierta gracia la osadía de la muchacha y la vez le había irritado sobremanera el modo en que había burlado a sus hombres una segunda vez.

Y ahora eran incapaces de encontrarlo.

-Esa niña no puede andar muy lejos. Quiero que la encontréis antes de que regrese la patrulla de Leahpenn y cunda el pánico.

-Sí, señor.

Sabía que no iban a encontrarla ya. Si la muchacha era lista, y lo parecía, estaría ya en el bosque, camino a ningún lugar. Si no lo era tanto estaría camino de Segaoiln’ear donde sólo encontraría a sus hombres requisando los bienes de su Alteza real, el traidor. El cualquier caso, no estaría en el castillo a estas alturas, pero buscarla no estaba de más.

-¿Y el príncipe?

-Ni rastro de su Alteza tampoco, Señoría, pero nos hemos asegurado que todos esten al corriente de vuestras órdenes.

-Perfecto. Quiero que quede solucionado cuanto antes.

Faris era el único que podía suponer una traba, la providencial piedra en el camino. Sólo si moría el reino estaría ligeramente huérfano y necesitado de un líder.

Despachó a sus hombre con un a mano y siguió su camino hacia la sala del Trono, donde reposaban los restos del Rey. Por las ventanas podía ver el patio del castillo, lleno de llorosos fieles, de todos los extractos y condiciones, que habían venido a despedir a un rey y a coronar a otro.

"El rey ha muerto", pensó, divertido. "Larga vida al Rey. O no tanto."

En pocas semanas vendrían a él, diezmados, asustados y agradecidos. Y él salvaría a la Nación de las manos de los humanos. Y, tal vez, si la suerte le era favorable, tendría incluso ocasión de matar a Meanley con sus propias manos antes de pactar la paz. Y la paz con los humanos sólo sería el principio de su gloria. La dominación completa vendría luego. Con los años, con paciencia.

La paciencia, decían, era la madre de todas las grandes gestas. Y paciencia era precisamente algo que Zealor tenía a expensas.


lunes, 31 de enero de 2011

tercera parte, capítulo trigésimo




Se detuvieron a descansar cuando Dhan consideró que ya estaban fuera de peligro. Ya había amanecido, pero la luz era gris y apagada, cómo su ánimo. A ratos tenía la sensación de llevar media vida huyendo, aunque era consciente de que apenas hacia un mes. Cuando Jaron eleigió un tronco caído para sentarse, Mireah se dejó caer junto a él, agotada u derrotada. No se sentía fuera de peligro en absoluto ni creía que quedara un sólo lugar en el mundo entero donde fueran a estarlo jamás.

Miró a Jaron (su amigo, su tío-abuelo), sentado junto a ella, con la cara hundida entre las manos, silencioso y abatido, tan cansado como ella, o tal vez más. Le pasó una mano por los hombros e intentó pensar en unas palabras de ánimo que decirle, pero no se le ocurrían más que mentiras y estas se le atragantaron antes de nacer.

A su alrededor fue creciendo el silencio y la tensión mientras recuperaban el aliento. Layla, la esposa de Dhan, los miraba recelosa y la princesa no sabía si le incomodaba que ella fuera humana o que el muchacho no fuera del todo elfo. Supuso que ambos. O tal vez simplemente les culpaba de su situación actual. Haze le habñia dicho que no era una mujer fácil.

-¿Y ahora qué? -Dijo finalmente Dhan, sentado en una roca a unos metros de ellos, mientras rascaba distraidamente la corteza de un árbol.

-¿Ahora donde nos escondemos? -Jaron levantó el rostro de entre las manos. Mireah pudo advertir en su tono de voz que la conversación podía ir por derroteros desagradable-. Podemos no escondernos e ir a Leahpenn a luchar.

-Por supesto -el pelirrojo enrojeció mientras fruncia el ceño-. Ese es un gran plan, sobretodo si queremos morir de forma absurda y no servir de nada a nadie.

-Claro, porque ahora estamos siendo de gran utilidad.

-Jaron... -la humana trató de apaciguarlo poniendo una mano sobre su brazo, pero el joven se apartó.

-¡Estoy harto de correr y esconderme y correr y esconderme y correr un poco más! ¿O es que no os importan las vidas que se van a perder hoy?

-¿Que si no me importan, medioelfo? -El rostro de Layla era una máscara sombría-. Conozco a las gentes que van a morir hoy. Son mis vecinos y amigos, la gente que han visto crecer a mi niñita, los que me ayudaron a huir del Qiam sin preguntar. Esas vidas no pueden importarte la mitad siquiera de lo que me importan a mí, pero si nosotros morimos junto a ellos no quedará nadie para detener al maldito Qiam. Nadie para vengarlos.

Jaron apartó la mirada, avergonzado y furioso a partes iguales.

-¡Pero habrá algo que podamos hacer!

-Lo habrá -dijo Haze, entrando en la conversación. Era el único que no se había sentado y había estado escuchando ausente hasta el momento, pero por lo visto estaba más presente de lo que aparentaba-, pero para ello hemos de sobrevivir a la primera embestida. Por desgracia, me temo que habrá tiempo de sobras para luchar y muy pocas opciones de evitarlo.

-¿Y qué propones?

-Que Dhan os lleve con alguno de los amigos de mi hermano.

El pelirrojo chasqueó la lengua, pero no dijo nada. Fue Layla de nuevo la que tomó la iniciativa.

-No es tan fácil.

-Lo imagino, si fuera fácil Dhan nos habría llevado con ellos al empezar todo esto. Pero ya no hay tiempo para remilgos. Vamos a tener pocos aliados, más nos vale empezar a reunirlos a todos.

-No se refiere a eso, Yahir. Los amigos de Jaron eran todos nobles. Están en el Castillo Real, preparandose para el funeral y la coronación.

Mireah vio la sonrisa aflorar en los labios de Haze. Tal vez no fue la única en verla, pero sí la única en entenderla. El Castillo... Pensaba que esa locura se le había olvidado, pero era obvio que no.

-¿De qué habláis? ¿Qué amigos? -Quiso saber Jaron.

-Durante el año en que tu madre vivió con nosotros, Jaron y un grupo de allegados solían reunirse para crear un nuevo orden que trajera al amistad de las dos razas -le explicó su tío-. Sarai solía decir que tú les traías esperanza.

-Ya -el chico dio muestras de sentirse incómodo y cruzó los brazos sobre el pecho-. Pero si esa gente está en el Castillo Real, seguimos como al principio.

-¿Por qué?

La pregunta de Haze en su habitual tono calmo tomó por sorpresa a todos menos a Mireah.

-Ahora dirás que hemos de ir al Castillo Real -Dhan alzó una ceja, expectante.

-¡Pero si es donde está el Kiam!

-Lo sé. Pero es también donde está Alania y donde están las únicas personas que podrían ayudarnos. ¿No estabas harto de correr y esconderte?

“Y tu hermano” pensó Mireah. “Tu maldito hermano que no fue capaz de tener una palabra amable para ti. ¿Por qué no lo nombras? ¿Por qué no les dices que en realidad quieres llevarnos a la muerte por salvarle a él?”

Pero no dijo nada. Se limitó a arrugar más el dobladillo de la capa que hacía rato que estrujaba entre los dedos. Temía parecer desinteresada, pero sentía que si abría la boca iba a desencadenar un huracán.

-¿La fiebre te ha reblandecido los sesos? -El pelirrojo se rascó la cabeza. Parecía no saber muy bien si Haze hablaba en serio o no-. Puesto a suicidarnos prefiero machacar humanos en Leahpenn.

-¡Vamos! No estoy proponiendo entrar por la puerta principal, anunciando nuestra llegada y pidiendo una audiencia con el Qiam. ¿Sabes cuanta gente habrá acudido al funeral de nuestro fallecido monarca? Sólo propongo que nos acerquemos y evaluemos la situación. No hemos siquiera de llegar al castillo si no nos gusta lo que encontramos.

Dhan chasqueó otra vez la lengua, pero la princesa supo que ya le había convencido. Y donde fuera Dhan iría Layla. Eso también se lo había dicho Haze. Sólo quedaba Jaron. Ella, como Layla, también tenía claro que, equivocado o no, si tenían los días contados iba a pasarlos todos junto a Haze.

-¿No decías que cuanto más lejos de Zealor mejor? -dijo finalmente el chico, mirando a su tío a los ojos por primera vez desde que había regresado.

Haze sonrió sin humor.

-Supongo que ante la prespectiva de morir a manos de un ejercito invasor, prefiero malo conocido.

El chico volvió a guardar silencio, pero ya estaba todo decidido. Lo supo en el momento que Dhan se puso en pie y ayudó luego a su señora.

-Acabemos con esta locura cuanto antes mejor -masculló.

Y eso fue todo cuanto necesitaron para ponerse en marcha otra vez.

martes, 25 de enero de 2011

Paciencia

Iba a escribir otro capítulo con prisas, pero entonces me he dado cuenta que tengo una seman de vacaciones en un periodo en que no puedo hacer mucho por ahí (ni dinero, ni clima, ni nada), así que voy a tomarme esta semana para escribir unos cuantos capítulos a mi manera tradicional (primero a mano, luego revisados, luego PC) a ver si qeudo más satisfecha con lso resultados finales.

Este domingo veremos el fruto de este esfuerzo.

Por favor, sed pacientes unos días más, y con un poco de suerte será el último retraso al menos en un mes.

Gracias por vuestra comprensión. Ahora, ¡¡a buscar una libreta!!

lunes, 17 de enero de 2011

tercera parte, capítulo vigésimo noveno







Cuando llegaron al final del pasillo Nawar se sintió aliviado. No se le daba muy calcular el tiempo, pero estaba convencido de que había pasado al menos una hora recorriendo ese túnel en la más absoluta oscuridad.

El humano había intentado entablar conversación un par de veces, sin duda tan agobiado por la falta de luz como él, pero Nawar no estaba de humor para conversaciones triviales con tipos a los que apenas conocía y sus respuestas bruscas parecían haber acabado definitivamente con sus ganas de charlar. Sin embargo, a medida que pasaban los minutos después del último desaire, el que parecía haber sido el definitivo, el elfo se había arrepentido. El resto del trayecto en completo silencio fue definitivamente peor.

Pero al girar el último recodo habían notado por fin una corriente de aire y las formas de una puerta se recortaban a escasos metros, enmarcada por un fino rectángulo de luz. Por fin había llegado a los aposentos de Faris.

Se detuvo e indicó con un gesto al humano para que hiciera lo mismo. No fue hasta que este chocó con él que recordó que Miekel tampoco veía nada. Se volvió hacia el joven, molesto por su propia estupidez. Sus ojos empezaron a acostumbrarse a la penumbra y pudo insinuar su tupido ceño fruncido.

-¿No es esa puerta?

-Sí –susurró, aunque en realidad no podía estar seguro de ello hasta que no la abrieran. Y tal vez ni así. Sólo había estado en los aposentos de Faris una vez y de eso hacía bastantes años-. Pero será mejor que nos acerquemos con cautela.

El humano asintió, moviendo afirmativamente su rostro peludo en silencio, y esperó a que Nawar se acercara al rectángulo de luz. Era apenas un resquicio de luz mortecina la que se filtraba por la apertura, pero a Nawar se le antojó maravillosa. Puso la oreja contra la pared y se sorprendió al sentir madera y no piedra. Cerró los ojos, tratando de oír algún ruido que le indicara si la habitación estaba ocupada. Esperando oír la voz de su señor, de hecho, algo que confirmara que el nudo que tenía en el estómago desde que había visto los soldados del Qiam en el patio era infundado. Ningún sonido le llegó desde el otro lado.

Intentó ver algo por una de las rendijas, pero fue tan infructuoso como el intento anterior.

-Parece que no hay nadie –admitió en un susurro.

-¿Entonces es seguro entrar?

Por toda respuesta Nawar empezó a tantear la puerta en busca del resorte para abrirla. No tardó en dar con él. Supuso que no tenía mucho sentido esconder el resorte de las puertas en un pasadizo que, se suponía, sólo quienes lo conocían podían recorrer.

La puerta se abrió hacia adentro sin un chirrido. Hizo tan poco ruido que elfo y humano no hubieran sabido si de veras se había abierto si el pasillo no se hubiera visto inundado de luz. La luz pagada de un amanecer nublado, pero luz al fin y al cabo después de minutos de oscuridad y silencio.

Nawar fue el primero en sacar la cabeza. Era definitivamente la habitación de su Alteza. Reconoció los muebles y los escudos decorando las paredes, pero no le gustó comprobar que la cama no sólo estaba vacía si no que no estaba desecha. Era demasiado pronto por la mañana para que ningún criado hubiera subido a hacerla aún.

Le indicó al humano que le siguiera, convencido ahora de que la habitación estaba vacía. Miekel miró alrededor con una mueca, dándose cuenta él también de que el lugar estaba vacio.

-¿Y ahora? -el humano seguía susurrando y se agachó un poco, como para hablarle al oído.

-No sé -confesó susurrando a su vez. A pesar del vacío de la estancia se sentía como si estuviera invadiendo la intimidad de su señor, como si hablar en voz alta en aquel lugar que no les correspondía fuera una falta de respeto-. Esperaba que Su Alteza estuvierqa aquí aún.

-Tal vez Jaron y la Princesa han llegado antes.

Nawar negó con la cabeza, señalando la cama hecha y la mesa, donde reposaba la cena fría e intacta. ¡Demonios! Le dolía tanto la cabeza...

-Su Alteza no ha dormido aquí -caminó hasta el escritorio, por si encontraba alguna pista, algún indicio de donde podía haberse metido su señor-. Tal vez...

No pudo acabar la frase. Apenas había andado tres pasos cuando la puerta del armario se abrió y un muchacho saltó sobre él, derribándolo. Nawar se cubrió la cabeza con las manos, temiendo el golpe definitivo que acabaría con los pocos sesos que conservaba, pero Miekel se adelantó, agarrando al chico por la solapa y levantándolo en el aire.

El muchacho soltó un exabrupto nada decoroso al reparar en el rostro peludo del humano, apenas tres palabras cortas y mal sonantes, pero fueron suficientes para que Nawar reconociera la voz.

-¡Dejáme ir, monstruo! -Chilló el muchacho que no era un muchacho, tratando de golpear a Miekel.

Nawar se incorporó, más humillaod que magullado, y puso una mano en el brazo del humano, pidiendole que pusiera a la mocosa en el suelo y permitiendo que esta reparar en él.

-¡Nawar! -Alania corrió hacia él y le abrazó. Luego pareció reparar en lo que había hecho y se apartó de él, llevándose las manos a la boca-. ¡Oh! ¡Cuanto lo siento! Pensé que érais hombres del Qiam. No pretendía hacerte daño.

El rubio sonrió a su pesar.

-No me has hecho daño -le revolvió el pelo pelirrojo, tan corto como el de un muchacho. Vestía ropas negras de luto, ropas de varón y Nawar reparó en que tenía algunos cortes en las manos-. ¿Qué haces tú aquí?

-Estaba esperando a que Faris volviera. Quiero decir, esperando a que Su Alteza volviera. Dijo que volvería al amanecer y ha amanecido hace ya un rato.

-Vas a tener que ir un poco más atrás para que entienda algo de lo que estás diciendo.

La muchacha le explicó cómo se había escapado de casa de sus padres y como, al saber que el Qiam había quemado Fasqaid, decidió ir a buscarles al Castillo Real, convencida de que era para el Rey para quien él trabajaba.

-Pero no era el rey, era Faris... bueno, Su Alteza. Aunque la verdad es que me acerqué mucho. Eso tienes que concedermelo.

Faris la encontró, pero la muerte del Rey impidió que el príncipe pudiera irse del Castillo esa misma noche para llevarla a un lugar seguro, así que la hizo pasar por su paje, Taren. Pero esa noche el príncipe se había ido mientras ella dormía.

-Pero eso no es lo peor, ni mucho menos -prosiguió la elfa.

Miekel se había sentado en el escritorio de su señor y Nawar se había apoyado en una columna, pero entre el humano y él dieron buena cuenta de la cena fría de su señor mientras la niña hablaba. Nawar empezó a recordar porqué le irritaba tanto y se arrepintió de haberle pedido más datos, pero ya era tarde.

-¿Y qué es lo peor? -Quiso saber el humano, a quien Alania aún miraba con cierto temor.

-Los hombres del Qiam vinieron a buscar a Faris a media noche, de muy malos modos, pero él ya no estaba y no pude evitar que me llevaran con el Qiam. Me reconoció, así que ya sabe que Faris me estaba ocultando.

-¡Mierda!

-Me escapé de ellos y por eso estaba esperando a Faris, para advertirle, pero por si entraban hombres del Qiam buscándome me escondí en el armario.

-¿Y hubieras atacado a cualquiera que hubiera pasado por aquí?

La muchacha asintió con gesto orgulloso.

-¿Y si hubiera sido Su Alteza?

Esto hizo enrojecer a la elfa, cuyo rostro podría haberse confundido con su cabello.

-No seas tonto. A él le hubiera reconocido.

-¿A él sí y a mi no?

-¡A ti no te esperaba!

-Creo que hay cosa más importantes de qué preocuparse en estos momentos -dijo Miekel, cortando la absurda conversación que a Nawar ya se le estaba yendo de las manos-. ¿Por qué mandaría el Qiam a buscar a vuestro príncipe en medio de la noche?

-¿Qué estás pensando?

-Que Jaron y la Princesa llegaron antes que nosotros.

-Imposible, ¿cómo iban a saber donde buscar?

-Bueno, reconozco que Jaron es un poco tozolón, pero a poco que la Princesa tenga dos dedos de frente habrá deducido que si el rey había muerto el príncipe estaría cumpliendo con su obligación -fue su respuesta, dando un sonoro mordisco a una zanahoria para subrayar su conclusión.

Nawar reconoció que tenía razón. Además, él le había hablado a la princesa de las obligaciones del Luto. Podía muy bien habersele ocurrido ir directamente al Castillo Real. ¿Era posible que hubieran dado con el camino? ¿Por qué si no iba a verse obligado el Qiam a despertar a Faris a media noche? ¿Por qué si no iba a preparar a sus hombres para la marcha incluso antes de que los humanos atacaran?

-Pero Su Alteza no estaba -dijo finalmente, dejando las patatas que estaba comiendo. De repente ya no tenía hambre-. Sólo el Qiam.

-¿Jaron está aquí? -La muchacha miró ora a uno, ora al otro, buscando no sabía muy bien qué-. Pero se había ido a su casa, con... -su mirada se detuvo en Miekel.

-¿Con los humanos? -Finalizó el joven con una sonrisa pesarosa-. Me temo que nos encontró.

-Y el Qiam le tiene... -se llevó una mano a la boca mientras los azulísimos ojos se le llenaban de angustia y lágimas. Y eso que ella no había visto lo que el Qiam le había hecho a Haze.

-Es sólo una suposición.

-Hay que rescatarlos -se secó las lágrimas con un gesto rápido antes de que llegaran a salir-. Eso es. Les rescataremos y luego iremos a buscar a Faris, sea donde sea que se haya metido.

-Estará en Segaoiln'ear -dijo Nawar mientras deseaba tener la mitad de confianza en su éxito que tenía la muchacha. Si su señor se escondía allí estaba perdido. Era el primer lugar donde buscaría el Qiam. Tal vez incluso el primer lugar que el Qiam quemaría si descubría que Haze estaba allí también -Malditos Yahir -masculló para sí.

-Bueno, donde sea. Primero habrá que rescatar a Jaron y a Mireah.

-Primero habrá que averiguar donde están prisioneros, digo yo.

La muchacha sonrió confiada, cogiendo uan gorra que estaba arrugada en un rincón del diván. Se la caló hasta las orejas y luego se atusó un poco el pelo de la nuca.

-Éso dejaselo a Taren. ¿Sabías que las criadas le han cogido mucho cariño al nuevo escudero de Su Alteza Real?


lunes, 10 de enero de 2011

tercera parte, capítulo vigésimo octavo





Aunque el cielo estaba encapotado y gris, Faris sabía que el sol hacía rato que había salido. Los humanos habrían entrado en Leahpenn. Ya habrían entrado en la Nación. En su Nación, la que como Rey se suponía que tenía que proteger.

¡Maldito Zealor! ¿Cómo podía vender al pueblo que había jurado servir a los humanos? Siempre había tenido la certeza de que había algo oscuro en el alma del Qiam, pero... ¿una guerra con los humanos? Siempre creyó que su intentción seria manipularle, reinar en lugar del rey. Estaba preparado para afrontar eso. Sin embargo, si el medioelfo y la humana no mentían, las intenciones de Zealor iban mucho más allá. Superaba con creces sus peores temores.

Cabalgó intentando pensar en qué haría cuando llegara a Leahpenn y por fin viera al ejército humano, qué podría hacer para impedir que su pueblo fuera masacrado bajo las temibles armas de metal. ¿Era cierto que eran de metal? Debió de haberlo preguntado a la princesa. Tal vez sólo era una leyenda. ¿Y si no lo era? Si no lo era todas las almas se perderían, para siempre. Su propia alma se perdería para siempre si moría.

¿Habrían matado a Nawar los humanos con un arma de metal? ¿Le había enviado a morir así?

Apartó de sí esos funestos pensamientos que no ayudaban en nada. Debía pensar un plan. Debería haber ido a avisar a sus hombres. Ir a Leahpenn era un estupidez.

“Una soberana estúpidez”, pensó con una sonrisa torcida, lamentando que el que posiblemente fuera a ser su último chiste se perdiera sin que nadie pudiera oirlo.

Pero si no se presentaba en Leahpenn y sí lo hacía el Qiam iba a perder credibilidad delante de su pueblo y eso era precisamente el tipo de victoria que no iba a ofrecerle a Zealor Yahir.

A pocos Kilometros del pueblo vio a la lejos un grupo a caballo y azuzó su montura. Reconoció los uniformes de los hombres del Qiam, así como al jinete que iba a la cabeza. Era uno de los oficiales de mayor rango de Zealor y uno de sus hombres de confianza. No vio ningún miembro de la guardia real con ellos y eso le escamó.

-¡Alto en nombre del Rey! -les gritó, esperando que se detuvieran.

El capitán volvió la cabeza hacia él y alzó una mano, deteniendo a su tropa. Al menos parecía que le había reconocido.

-El Rey ha muerto -dijo sin embargo cuando el joven estuvo suficientemente cerca para escucharle.

-Lo sé perfectamente, Capitán -A Faris no le gustó la desfachatez del soldado ni su mirada condescendiente-. Y si no me equivoco eso me convierte en rey a mí.

-No hasta que el Qiam os haya coronado, “Alteza” -el Capitán fingió una inclinación mientras casi escupía el título-. De todos modos, estáis muy lejos de Palacio. Os vais a perder el Funeral Real.

El funeral real... Casi lo había olvidado. Pero Faris sospechaba que el funeral por su padre no iba a celebrarse nunca y ese soldado lo sabía. Sabía de los planes de su señor y por eso había dejado de fingir respetarle.

Faris decidió no dejarse amedrentar. Aparecer en Leahpenn con los soldados del Qiam podría reafirmar su figura frente a la de su Excelencia.

-¿Os dirigís a Leahpenn? -Preguntó, ignorando la provocación. El soldado frunció el ceño -¿Bien? Os he hecho una pregunta, Capitán. Tal vez no sea rey, pero soy vuestro Príncipe Heredero y más os vale responderla. ¿Os dirigís a Leahpenn?


-Así es, Alteza. Alguien dio la voz de alarma en la población y Su Excelencia nos ha enviado a investigar que hay de cierto.

Por supuesto.

-Os acompaño.

Faris esperaba una negativa, así que se sorprendió cuando, tras un silencio, el Capitan simplemente asintió.

-Como deseéis, Alteza. Pero cabalgaréis entre mis hombres. Estaréis más seguro.

Dos elfos se colocaron en cada uno de sus flancos. El capitán se situó en la vanguardia y el resto cerraron la retaguardia. De repente el príncipe se sintió poco cómodo con aquella situación, pero por el momento no podía hacer otra cosa que aceptar. Np había mucho tiempo que perder y no quería levantar más sospechas de las que ya habría despertado en una sola noche.

Así que cuando el Capitán se dio por satisfecho hizo un gesto con su mano y partieron al galope, cubriendo la poca distancia que los separaba de su objetivo.

Vieron las columnas de humo mucho antes de ver el pueblo. También oyeron los gritos y los cascos de caballo. Leahpenn ardía entre risotadas y bravuconadas humanas.

El Capitán dio la orden de detenerse para evaluar la situación y el príncipe se situó junto a él, olvidado el resquemor ante el horror que se abría frente a ellos. Era cierto que había recibido entrenamiento militar, pero nunca le interesó demasiado. Ellos eran apenas una docena y parecía haber al menos medio centenar de humanos cablagando por los restos de Leahpenn. Sus armas de metal refulgían a la luz de las llamas.

-Son demasiados.

-Eso parece -fue la calmada respuesta del militar.

-Deberíamos enviar a por refuerzos. Si nos enfrentamos a ellos será una masacre.

-No creo que nadie tenga que morir hoy.

Faris apartó la vista de las llamas y se volvió hacia el Capitán de la Guardia del Qiam. Hubiera querido preguntarle a qué se refería, pero de repente sintió un dolor lacerante en el costado y para cuando su mente le avisó, el puñal que le habían clavado ya había salido.

-Bueno, nadie excepto vos.

Y el elfo golpeó con la parte plana de su espada los cuartos traseros de la montura del Príncipe.

-¡Larga vida al rey! -gritó mientras el caballo, encabritado, empezaba a correr.

Faris apenas tuvo tiempo de agarrar las riendas mientras sentía como la sangre empapaba su jubón y su montura, agotada y enloquecida por el golpe y el fuego que se abría ante ellos, se negaba a obedecer.