domingo, 27 de diciembre de 2009

segunda parte, capítulo trigésimo tercero





Cuando había despertado sus amigos ya se habían ido. Mireah y Nawar a buscar al chico. Dhan...

Lo lógico sería pensar qué había ido a por su familia, pero era un estupidez ir en persona y Faris no le había parecido el tipo de persona que te daba una montura y un escolta para que fueras a cometer una estupidez. No es que él lo hubiera visto, claro, pero Salman le había contado la partida de Dhan y cómo esta se había producido al menos dos horas después que la de Mireah y Nawar. No. Dhan no había ido a por su familia lo cual tal vez quería decir que había ido a por Jaron. El mayor. Su hermano. No estaba muy seguro de sentirse feliz ante la prespectiva.

Haze suspiró, doblando otra esquina.

Según Salman, Faris tampoco estaba ya en Sealgaoin'ear. Un mensajero había llegado y el príncipe había partido poco después. Así que estaba solo en la residencia oficial de los príncipes herederos, un lugar lleno de historia, la misma historia que nunca se molestó en estudiar cuando tuvo ocasión y por la que ahora le avergonzaba preguntar. Bueno, no exactamente solo, tenía a Salman y a Noaín, pero echaba de menos a su princesa. ¡Demonios! Incluso echaba de menos a Nawar. Y sobretodo echaba de menos ser de utilidad para alguien.

Se había depertado sintiendose mejor y, después de asegurarse que se acababa su comida, Salman le había dado permiso para salir de su habitación mientras él se encargaba de su tareas. Pensó en bajar a las cocinas, saludar a Noaín, pero se confundió de pasillo y cuando quiso darse cuenta estaba en el ala opuesta del palacio buscando alguna puerta que diera a alguna sala conocida.

No la halló. En su lugar encontró unas escaleras que subían y las siguió. Pronto se vio en una espaciosa terraza, en lo alto de una de las torres, desde donde se dominaba gran parte de bosque y el valle que se abría más allá del castillo. Hacía buena tarde y el sol aún iba a tardar en ponerse. El verano acababa de empezar y pronto las temperaturas empezarían a subir y las lluvias que les habían estado acompañando en los últimos días se harían más y más escasas durante un mes o dos. Pero en ese momento la temperatura era pefecta en lo alto de la torre y Haze se permitió cerrar los ojos y dejar la mente en blanco por un segundo. Se le daba bastante bien no pensar en nada, llevaba muchos años de práctica a la espalda.

De todos modos, era más fácil unos meses atras.

Pronto la brisa le produjo un escalofrío y se acordó de Zealor y de su interés por el muchacho. Recordó el hacha de metal y la insinuación de Nawar de que la muerte de sus padres no había sido accidental.

Abrió los ojos y miró al horizonte, al punto lejano donde las tierras de los humanos empezaban y deseó que encontraran a su sobrino sano y salvo, y a la vez deseó que no lo encontraran nunca, que el chico hubiera regresado a su casa, lejos de las garras de Zealor, donde ningun miembro de su estropeada familia pudiera herirle nunca más.

Se agachó y buscó alguna piedra que estuviera suelta.

“¿Sabes que día fue ayer, muchacho?” Le había preguntado Salman al traerle junto con la comida algunas galletas de las que solía hacer Noaín.

Claro que lo sabía. No con exactitud, pero sí a grosso modo. Nunca había dejado de contar realmente. Nunca se dejaba de contar. Era un hábito demasiado arraigado.

“68 años y sigo con vida.” Gravó en una esquina.

-Feliz cumpleaños, Haze -murmuró y lanzó la piedra con toda la fuerza que el dolor le permitió.

¡Mierda! ¿Por qué no le habían dejado morir? ¿Por qué habían tenido que complicarlo todo de ese modo por salvarle a él?

Formuló para sí mismo el amargo deseo de cumpleaños de que Zealor resbalara al salir de la bañera y pudieran por fin librarse de él. Hacía tiempo que sabía que ese deseo de cumpleaños no se cumplía por más que lo repitiera, pero no perdía nada intentándolo.