jueves, 7 de enero de 2010

segunda parte, capítulo trigésimo cuarto





Zealor esperaba con cierta impaciencia al príncipe Faris, al que había tenido que hacer llamar para comunicarle que su padre, el Rey, había empeorado. Había estado los últimos tres días recluido en Sealgoire’an, posiblemente lamentando la suerte que le obligaba a tomar responsabilidades de gobierno a tan corta edad.



En realidad la enfermedad del rey, que todos creían tan lamentablemente temprana en un elfo aún joven, había llegado, en opinión de Zealor, demasiado tarde. Unos años antes, con un príncipe menor de edad, todo habría sido considerablemente más fácil. Faris era un niñato malcriado que nunca había mostrado interés por el gobierno del país, pero seguía siendo el heredero legítimo al trono. Aunque con suerte el consejo se dividiría intentando conseguir la atención del mocoso, dándole más libertad.



Tamborileó con los dedos sobre la mesa.



Meanley estaba listo. Hacía dos días que el mensajero había llegado con la noticia. Sólo necesitaba una señal y Zealor estaba impaciente por dársela. Después de tantos años se acercaba el momento y apenas podía esperar para ver como todo sucedía como él lo había planeado, con o sin Haze.



La puerta se abrió, sacándolo de sus cavilaciones, y su chambelán anunció al Príncipe Faris, que entró acto seguido.



-Alteza –Zealor se puso en pie para recibirle-, sentaos, por favor. Parecéis agotado.



Tomó las manos del joven mientras lo conducía al sofá. Aturdido, el príncipe se dejó servir una copa de licor, que apuró de un solo trago antes de que el Qiam hubiese podido sentarse frente a él. Parecía que el empeoramiento de su padre le llenaba de ansiedad. O tal vez era sólo la perspectiva de verse coronado en breve.



-¿Cómo está mi padre?



-Mal, alteza. Debemos prepararnos para lo peor.



Y consiguió decirlo manteniendo el semblante serio y grave cuando en realidad el cinismo que guardaba la sentencia hubiera hecho enrojecer al más pintado. Pero él era el Qiam y nada podía perturbar su ánimo.



-¿Lo peor?



-No creo que sobreviva a esta noche.



-¿Cómo? –el ceño del príncipe se frunció con suspicacia, intrigando a Zealor de repente- Hace dos días estaba…



Calló, pues iba a decir “bien” y era evidente que el rey hacía meses que no estaba bien.



-¿Estable? –Ayudó el Qiam. Eso pareció calmar al joven, cuyo gesto se tornó de repente triste-. Lo lamento, Alteza, pero los médicos afirman que no se puede hacer más.



Faris se puso en pie como si le hubieran golpeado y pasó una mano por su corto cabello rubio. Sus ojos se desviaron hacia la puerta.



-Debo ir a verle.



-Por supuesto, Alteza –Zealor se puso en pie a su vez, pues no se permanecía sentado si la realeza no lo estaba, ni siquiera el Qiam-, pero no hay que olvidar los preparativos.



-¿De qué habláis? –El ceño del joven príncipe se ensombreció.



-Si el Rey muere hoy… Hay mucho que hacer, Alteza.



-¡Mi padre aún no ha muerto y me hablas de preparativos! –Su rostro, que había palidecido al saber el estado de salud de su padre, se tiñó de airado rojo-. Si hay algo que preparar, prepáralo tú. Ese es tu único trabajo, al fin y al cabo.



-No necesito que me recordéis cual es mi trabajo, Alteza –Zealor no mudó su expresión, pero su voz bajó unos grados-. ¿Debo recordaros yo a vos que habláis con el Qiam?



El joven le miró y sus ojos verdes eran apenas dos rendijas. El Qiam creyó ver en ellos algo que se le había escapado todos estos años. Vio determinación y voluntad. Vio de repente la posibilidad de un adversario al que no había tenido en cuenta.



Fue un momento, tal vez ni siquiera eso. Meros segundos. Pronto el príncipe suspiró y bajó la mirada, avergonzado y servil como siempre.



-Lo lamento, Qiam. No sé que me ha pasado –se disculpó.



Pero Zealor sabía lo que había visto. Pensó en provocarle, forzar de nuevo la situación, inventar tal vez alguna obligación que mantuviera al joven alejado de su padre en sus últimas horas de agonía. Pero si tenía razón y había una inteligencia oculta tras la docilidad del joven, ¿hasta que punto le interesaba que Faris sospechara?



No. Era mejor así.



-Es comprensible, Alteza. Vuestro padre os necesita y yo os entretengo con futilidades que, como bien indicáis, otros pueden hacer en vuestro lugar.



-No. No es excusa –el joven sonrió, agradecido por su comprensión-. Si es mi obligación la cumpliré, como se me ha enseñado y es mi deber, pero antes…



-Debéis ver a vuestro padre.



Asintió, y de nuevo era un muchacho acongojado. Ahora sabía que esa conjuga era verdadera, así que disculpó al príncipe para que fuera a ver a su padre con premura. No porque le importara lo más mínimo, si no porqué eso le iba a dar tiempo de pensar.



¿Significaba algo que el príncipe tuviera más voluntad de la que aparentaba? Tal vez no. Pero entonces, ¿por qué fingir? Él mismo llevaba años fingiendo ser lo que no era en pro de un plan a desarrollar. ¿Por qué fingía Faris? ¿Cuál era su plan?



Iba a tener que repasar todo lo que sabía del príncipe y revisarlo ante esta nueva e inesperada lux.



Así que dejó que fuera a ver al rey, que se despidiera de su padre como era debido. Ya habría tiempo para preparativos cuando el viejo hubiera muerto. Al fin y al cabo no había ningún tipo de prisa. Después de todo, la corona nunca iba a reposar sobre la cabeza de Faris.