martes, 18 de mayo de 2010

tercera parte, capítulo quinto

Espero que la espera valga la pena




Le dolía la cabeza horrores. El golpe en la nuca había sido más fuerte de lo que en principio había creído. Si no hubiera sido por eso... A su cráneo abierto no le había sentado muy bien la pelea y el mareo le había vencido antes incluso de que los humanos lo hicieran. Todo se había fundido a negro tras eso y no sabía cuanto tiempo se había pasado inconsciente.

Tardó un rato en ubicarse y recordar donde estaba y qué había ocurrido. El esfuerzo empeoró el dolor de cabeza a la vez que le llenaba de preguntas. ¿Porqué no le habían matado? ¿Qué hacían los humanos tan cerca de la Nación? Eran hombres del padre de Mireah. ¿La estarían buscando a ella? ¿Estaría bien? ¿La habrían capturado también?

Abrió un ojo con disimulo. Si sus captores le creían incosnciente tanto mejor. Desde su posición vio que los humanos parecían haberse reagrupado y que eran apenas una decena. Parecían una mera avanzadilla, o un grupo de exploradores. Esperaba que fueran lo segundo, francamente. Si eran una avanzadilla quería decir que pronto habría más humanos, y no le gustaba como sonaba eso. Por suerte no veía a Mireah por ninguna parte. Algo positivo al menos.

Sopesó sus opciones, que eran más bien escasas. Estaba maniatado, con las manos a la espalda, y todas sus armas le había sido arrebatadas. Claro que tampoco le habían servido de mucho. Esos malnacidos y sus armas de metal...

La princesa le había advertido sobre ello y había intentado mentalizarse. Pensaba que lo había conseguido. Los humanos usaban armas de metal, ¿y qué? Lo importante era cómo las usaran, ¿no?
Pero había sido complicado centrarse en la pelea sin sentir la constante preocupación de perder algo más que la vida si recibía una estocada. Por suerte ninguna de las heridas que los humanos le habían hecho era mortal de necesidad. Claro que no tenía ninguna duda que no tardarían en practicarle una en un futuro no muy lejano si no se le ocurría un plan brillantísimo.

Trató de volver la cabeza con sigilo, tener una idea más clara del campamento, pero un terrible dolor le recorrió de arriba a abajo. El quejido se le escapó antes de poder contenerse.

-¡Eh! ¿Está despierto? -Preguntó alguno de aquellos brutos de rostro peludo.

Intentó fingir que no lo estaba, pero una patada en el costado le previno de hacerlo.

-Sí que lo está -dijo otro, cogiéndole de la solapa y alzándolo, obligándolo a ponerse en pie-. Y será mejor que se vaya espabilando, porque Su Alteza querrá interrogarle. ¿Puedes entender lo que digo, engendro?

¿Engendro? ¿Un tipo con la cara llena de pelo le estaba llamando engendro? Vivir para ver...

-Puedo entenderte, oso -que, en prespectiva, no fue la respuesta más inteligente. Pero teniendo en cuenta que el humano parecía querer golpearle de todos modos al menos que se lo mereciera.

Recibió dos puñetazos en la boca del estómago y otro en la mandíbula antes de que un compañero detuviera al humano.

-Déjale eso a Su Alteza -le dijo.

El humano le miró con odio durante unos segundos y luego le dejó ir. Nawar tuvi que apoyarse en u árbol para evitar caer de nuevo al suelo y dar muestras de debilidad. El humano sensato, que aunque también tenía pelo en la cara lo llevaba mejor recortado, le mostro una sonrisa torcida al ver su gesto.

-Yo de ti guardaría fuerzas, elfo. Cuando nuestro señor llegue...

De repente alguien dio la alarma y el humano no pudo terminar la amenaza. Parecía que algo o alguien se acercaba al pequeño campamento. El tipo del pelo recortado dio un par de órdenes y todo el mundo se puso en posición en apenas unos segundos.

-¡Un momento! Es... ¡Es de los nuestros!

Y era verdad.

El humano era algo más joven que sus captores, pero vestía con los colores del uniforme de Meanley. Había sangre en su ropa y en su rostro y caminaba tambaleante. Parecía agotado.

-U... Una emboscada -dijo cuando uno de los soldados fue hasta el y le ayudó a salvar la distancia que le quedaba hasta llegar al grueso-. Los elfos han salido de todas partes, como si alguien les hubiera avisado... Su Alteza me ha mandado a buscaros. Necesita... -se paró a tomar aire- necesita a todos los hombres -el joven se cubrió la cara con las manos-. No tienen piedad... Pobres muchachos...

El humano que parecía estar al cargo maldijo, pero en su mirada se leía que ya había tomado una decisión.

-Tú y tú, quedáos. Atended sus heridas y vigilad al engendro -esperó a que sus hombres asintieran para continuar-. El resto, ¡conmigo!

Nawar los vio alejarse y vio como los humanos se centraban en el joven mensajero. Su cerebro empezó a forjar planes. No se veía con fuerzas para correr, pero si no lo intentaba...

-¡Eh, el prisionero! -Exclamó de repente el joven herido.

-¿Qué? ¿Se ha movido? -Uno de los humanos fue hasta él y de nuevo le cogió del cuello de la camisa.

-¡No! -Protestó Nawar.

-¿No? Claro que lo ha hecho -insistió el humano-. Pretendía huir mientras me atendíais.

El otro soldado también se acercó a él. ¿Qué buscaba el humano? ¿Una excusa para golpearle?

-Deberíamos atarle también los pies para quitarle las ganas de dar paseos.

-¿Qué te parece, engendro? ¿Servirá si te atamos los pies o hemos de romperte algún hueso para que te estés quieto?

-No creo que eso vaya a ser necesario -opinó el humano joven.

Los otros dos humanos se volvieron a tiempo de ver la rama golpear la cabeza del de la derecha con tal fuerza que el soldado se elevó unos centímetros del suelo antes de caer a plomo. El otro soldado buscó instintivamente su espada, pero Nawar, que sabía adaptarse rápido a las situaciones, aprovechó la confusión para hacerle la zancadilla. No cayó, pero fue suficiente para desestabilizarle y permitir que el joven volviera a balancear su rama.

El segundo golpe no fue tan espectacular, pero fue igual de efectivo y el soldado cayó redondo junto a su compañero.

-¡Uf! -El joven dejó caer la rama y se llevó una mano a la cabeza, cerrando los ojos-. Creo que me he movido demasiado deprisa- tomó un par de fuertes inspiraciones antes de seguir-. ¿Te ves con fuerzas para correr? -Le preguntó.

-Er... -Nawar se dejó desatar mientras lo ponderaba. Sí, se veía. O al menos para caminar muy deprisa, pero... -No entiendo porqué me ayudas -confesó mientras se masajeaba la muñeca.

-Bueno, eres Nawar, ¿no? Sería bastante ridículo haberme equivocado de elfo -le mostró una sonrisa socarrona antes de sacar algo del bolsillo y mostrarselo-. Digamos que tenemos un amigo común.

-¿Jaron? ¿Y donde está él? ¿Está bien?

-Bueno, cuando le dejé estaba con la Princesa, camino de las tierras elfas si me han hecho caso.

¿La Princesa? Entonces, Mireah estaba a salvo. O eso decía el humano. Bien podía haberle robado el medallón a Jaron. Pero entonces, ¿por qué ayudarle?

-Vas a tener que darme más detalles.

-Por el camino -el humano cogió el botiquín con él y le apremió-. No tardarán en descubrir que les he engañado.

-Pero la sangre...

-¿Esto? -pasó una mano por la brecha que tenía en la frente-. No es nada. La sangre de la cabeza que es muy escandalosa.

-¿Te lo has hecho tu solo?

El humano se encogió de hombros y empezó a andar.

-Tenía que darle credibilidad a la historia.

Nawar le siguió no muy convencido. De su parte o no, el humano estaba loco. Como una cabra. En fin, no tenía muchas más opciones. Un aliado era un aliado y el elfo nunca había sido muy pegijero. A caballo regalado, no se le mira el diente. Escucharía su historia y ya decidiría después. Siempre habría tiempo de darle esquinazo si era necesario.